MARTES, 9 JUNIO 2015 LA CONTRA Duccio Canestrini, antropólogo cultural; autor de ‘No disparen contra el turista’ “Si quieren salvar Barcelona, hagan copias para los turistas” Crear y repartir F ue solución al subdesarrollo y hoy es un problema: ¿qué ha pasado con el turismo? Que en la Tierra ya vivimos 8.000 millones de humanos y, por primera vez en la historia, millones de personas contactan con otros millones. Es impresionante, y a quien no le da mucho dinero le da algo de miedo. Ya hubo migraciones, deportaciones, movimientos masivos de personas... Pero el turismo no es ni necesidad ni imposición: no es obligatorio, pero ya es gigantesco y debemos aprender a gestionarlo. ¿Cómo? ¿Les cobramos más a los turistas para que vengan menos...? Para empezar, yo no dispararía al turista, porque todos lo hemos sido y lo somos en algún momento. Y lo seremos, porque el sistema nos quiere de vacaciones de vez en cuando para volver a producir enseguida. Pero el turismo sin límites degrada la ciudad al tiempo que la encarece para los locales: ¿qué propone? De entrada, fijar la capacidad de carga de cada destino, y también la de Barcelona. A partir de ese número de visitantes, el turismo se vuelve insoportable tanto para los locales MANÉ ESPINOSA como para los propios turistas, que son los primeros en agradecer esos límites. ¿Y cómo disuadimos a los que sobran? Para poder preservar alguna cueva prehistórica se ha cerrado la auténtica y se ha recreado una copia exacta para el turismo masivo. Es una alternativa interesante. Aquí tenemos el Poble Espanyol: copia para turistas que hoy ya es original. En Florencia se estudian réplicas parecidas para los turistas que van a llegar por millones de China y Asia y que culturalmente no valoran tanto la originalidad. El arte siempre fue un plagio original. Pondríamos cerca de los aeropuertos réplicas turísticas de las ciudades para que el original no se vuelva inhabitable. ¿A Venecia ya la dan por perdida? Apenas le quedan sesenta mil residentes entre centenares de miles de turistas. Se planea convertirla toda ella en un parque temático y cobrar la entrada al turista. A lo mejor eso acaba disuadiéndolos. Venecia, en efecto, ha sido víctima de su éxito turístico. Es un proceso que los antropólogos tenemos muy estudiado: cómo los locales tratamos de preservar nuestra identidad entre la masa de turistas... El turismo fue el motor de riqueza y diversidad que nos ayudó a salir de la autarquía y el subdesarrollo y, hace poco, de la recesión. Y ahora nos toca gestionar el nuevo turismo multitudinario. Gestionarlo –explica Canestrini– es ponerle límites razonables; dar alternativas al que ya no quepa –copias como las de Altamira son una alternativa– y mejorar el reparto de la prosperidad que genera. Los turistas no sólo deben hacer subir los precios, sino también los sueldos y hacer bajar el IBI. Debemos partir de la premisa de que, para poder –tarea urgente– redistribuir entre los barceloneses la riqueza del turismo, primero hay que crear más y mejor. Y nunca disparar contra el turista. LLUÍS AMIGUET Hay sitios “de guiris” a los que no vas. Es la reacción común de los locales que habitan destinos turísticos masivos: abandonan áreas enteras de la ciudad –los llamamos sacrificial sites– al turismo. Sacrifican parte de su entorno, poco a poco, para poder concentrarse en seguir llevando su modo de vida en las áreas no turísticas. Aquí en la Rambla o en áreas de Sagrada Família ya hay más turistas que barceloneses: ¿es apartheid cultural? Es indeseable y, por paradójico que le parezca, lo es sobre todo para los locales que crean que preservarán su identidad aislándose de los turistas... ¿Por qué? Porque la cultura que no se da se pierde: desaparece. La cultura que se encierra en sí misma acaba por asfixiarse. El turismo bien gestionado no sólo es una industria limpia y rentable, también es una oportunidad de comunicación para las culturas, y en especial las más pequeñas y aisladas. Otro antropólogo, Marc Augé, advertía aquí de que el turismo masivo banaliza ciudades y multiplica los “no lugares”: sitios sin identidad, como los grandes aeropuertos, donde nada significa nada. Conozco la teoría de Augé, pero ha sido muy criticada, porque incluso en una estación, un aeropuerto o una gran autopista hay relaciones humanas y alguien los frecuenta a diario y los convierte en sus lugares: allí también hay cambios de identidad y surgen historias. Los “no lugares” lo son porque, efectivamente, no existen. ¿Nos acostumbraremos al turismo de millones de turistas? Nos estamos acostumbrando ya, y es que el turismo es tan antiguo como el hombre: las caracolas halladas en yacimientos prehistóricos las trajo un viajero para demostrar a todo el clan que había visto el mar. Souvenirs prehistóricos... Igual que la Pecten jacobaeus, o vieira del camino de Santiago, lo era medieval. Durante siglos, el viaje fue una experiencia espiritual y de conocimiento reservada a los elegidos, que adquirían estatus al realizarlo; igual que lo ganaban los peregrinos que iban a los lugares sagrados de todas las religiones. Ahora son peregrinajes low cost. La religión posmoderna del productivismo, junto con la industrialización y las megaurbes, exige también una peregrinación anual: las vacaciones. Solemos buscar en ellas –al cabo, somos primates– la naturaleza, el paraíso perdido, para volver al deber productivo con energía renovada. Volver moreno es el souvenir que acredita a un trabajador responsable. Son rituales: van variando de forma, pero mantienen estructuras milenarias. Por eso creo que también nos acostumbraremos al nuevo turismo de multitudes. LLUÍS AMIGUET CUPÓN Tengo 59 años: practico el funambulismo sobre sillas, porque el equilibrio físico mantiene el mental. Nací en el Trentino y enseño en la Toscana, en riesgo turístico. No abandonen zonas de Barcelona como la Rambla a los turistas: así empezó el fin de Venecia. Colaboro con el Cidob IMA SANCHÍS $( "% VÍCTOR-M. AMELA
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