TRABAJAR A LA INTEMPERIE

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AÑO 16
N° 885
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TRABAJAR A LA INTEMPERIE
ENTRE LA PRECARIZACIÓN, EL ACOSO NATURALIZADO Y LA LIBERTAD DE ESTAR FUERA DE LA OFICINA,
HISTORIAS DE MUJERES QUE SE GANAN LA VIDA EN LA CALLE.
El día a
cielo
abierto
HISTORIAS DE VIDA La precarización laboral que afecta sobre todo a
las mujeres –más cuando se trata del primer empleo o de aquellos que
se buscan después de los 45– tiene una gran oferta en tareas que se
desarrollan en la calle: promotoras, volanteras, mensajeras, vendedoras,
artesanas y un largo etcétera en el que también se mezclan algunos
trabajos formales, pero imponen la misma dificultad para apropiarse
del espacio urbano que no fue diseñado con perspectiva de género. El
acoso callejero naturalizado, el temor en las zonas mal iluminadas, el
acceso a sanitarios –complicación extra para mujeres que menstrúan–,
la anquilosada aunque viva creencia de que la calle es lugar de los varones
aparecen en estas historias de mujeres que hicieron de la intemperie su
lugar y que, más allá de todo, han sido capaces de apropiarse de la
libertad que da acotar las horas vividas entre cuatro paredes.
FLORENCIA BERNARDEZ
INSPECTORA DE AYSA
POR NATALIA GELÓS
E
s un día de semana a la hora del almuerzo y la tarde agobia. Los que
pueden buscan refugio en algún
bar o están puertas adentro, en sus oficinas. Los turistas aparecerán más tarde.
Por la peatonal de Lavalle circulan algunas pocas personas, pero todo se ve algo
desierto. Mónica Almada barre con delicadeza. Dice que le gusta estar arreglada:
tiene el pelo sostenido con invisibles, los
labios bien pintados, las pestañas rizadas.
Hay una prolijidad sobria, que queda de
sus años de estilista en provincia. Siempre
tuvo su peluquería, cuenta, pero un día
decidió que quería más estabilidad y la
encontró hace seis años en este trabajo
como barrendera de Cliba, y en este sector que conoce como si fuera el living de
su casa. “Acá estás en blanco... estoy conforme –dice–. La gente se acostumbra a
verte... Yo tengo que barrer y vaciar los
cestos de la basura. Renegás, claro, con la
gente que no está acostumbrada a tirar la
basura. A mí me han respondido: ‘Si estás
para eso’. Te duele. Me costó mucho
adaptarme a la calle: pasar tantas horas
fuera de casa. Yo tengo mis hijos ya grandes, soy abuela y todo. Vengo de
Berazategui. Al principio, hasta viajar en
subte me asustaba.”
Las urbes se han moldeado para el patriarcado y las mujeres históricamente
fueron relegadas al ámbito de lo privado.
En una ciudad, por ejemplo, conformada
con el pulso de horarios laborales que, en
su origen, fueron exclusivamente masculinos, la ciudad femenina queda como
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una red algo enmarañada: el viaje a casa,
el viaje al colegio para buscar a los hijos o
hijas, el viaje al lugar del trabajo, incluso,
los espacios para transitar con carritos de
bebé: todo parece un gran campo que todavía no termina de ser surcado. Basta
ver las publicidades: todavía se construye
una mujer, por lo general, en la casa
blanco-ala, o en el shopping. La ciudad,
todavía, es un territorio que necesita ser
ganado; sobre todo, si es ahí, en la esfera
pública, donde las mujeres tienen que desarrollar su trabajo.
“Todavía piensan que la mujer debe estar en la casa. Todo trabajo de la mujer en
la calle es embromado”, dice Mónica
Almada, sin soltar la escoba. En una oración resume algo que señala Michelle
Perrot en Las mujeres en la ciudad, donde
devela recorridos, circuitos que hicieron
las mujeres a lo largo de la historia, con la
lógica de una antiquísima idea de que para ellas los hombres destinaban el reinado
de lo doméstico.
Esa zona de peatonales cerca de Lavalle
y Florida condensa un ecosistema en el
que turismo y oficinas vuelven rentables
distintos modos de subsistencia. Una gama de trabajos más o menos precarizados.
Según un informe del Centro de Estudios
Mujer y Trabajo de la Argentina, “el 40
por ciento de las mujeres trabajadoras tiene una ocupación informal, empleos precarizados y sin cobertura social”. Es en la
vía pública donde se propicia este tipo de
actividades. Volantear es un trabajo plagado de informalidades. En los espacios de
masivo tránsito de personas, hay muchas
chicas que reparten papelitos: para casas
de comida, venta de celulares, agencias,
gestoría, tarot. Varias se niegan a hablar.
Apenas aparece la pregunta, cortan con un
“No me interesa”. Laura Cerkez no tiene
problema. Cuenta que viaja a Capital de
lunes a sábado desde Temperley. Tiene
que pararse en Lavalle con un cartel y promover los servicios de una agencia de turismo. Hace diez años que trabaja en la vía
pública. Antes de ser promotora, vendió
telefonía celular, también en la calle.
Reconoce que no le queda otra que aceptar estos trabajos: “Por la edad... está jodido... –dice–. Yo tengo 51 años y piden
hasta 45 años, por eso agarro esto. Acá estoy a comisión y tengo un viático de $400
por semana, en negro. Y tengo un objetivo que cumplir... ahora me faltan 225 para completar la semana. Igual, me acostumbré”.
Apropiación
o desamparo
Cumplir horario de trabajo en un territorio que históricamente fue pensado
para la rutina masculina puede ser un
vaso al medio: estarán quienes ven la
oportunidad de independencia y libertad, hay quienes sólo sienten la intemperie. En el Fondo de Desarrollo de las
Naciones Unidas para la Mujer han estudiado la urbanización desde la mirada
de género y subrayaron esas cuestiones:
la urbe se moldeó para los hombres y,
para muchas mujeres, trabajar en la calle
requiere de sortear miedos, resistir a relaciones de poder, armar lazos solidarios.
Y entre la estabilidad de pertenecer a un
gremio, trabajar en blanco, y la precariedad de trabajos tomados para pagar las
cuentas, hay de todo: inspectoras, vendedoras de café, promotoras, encuestadoras, volanteras, cadetas, motoqueras;
muchas de ellas huérfanas de reclamos
que contemplen cuestiones de género.
Un abanico amplio y dispar de mujeres
que circulan y habitan el espacio público
y tensionan, padecen o reinventan los
tejidos de la ciudad.
Mónica Almada confiesa que aprendió “el código” de trabajar en la calle:
“Esta es mi zona. Nosotras estamos divididas por cuadro. Somos todas mujeres barrenderas en la peatonal, por una
imagen para el turismo: por eso el uniforme, que es diferente al del resto de
los compañeros, que es amarillo. Fue
idea de una delegada que tuvimos. El
turismo te para y te comenta qué presentables que nos ven”. En todos estos
años como barrendera, tejió su red.
Logró, aunque dice que no fue fácil,
habitar su cuadro con lazos casi maternales: cuando algún turista se acerca
para darle la comida que sobró de algún restaurante, ella se lo acerca a la
gente sin techo que se refugia por ahí;
o le lleva bolsas de nylon al hombre
que duerme bajo una marquesina para
que se tape cuando llueve. “Ellos me
cuidan también. Todos me saludan. Y
la gente de los locales también: me dejan ir al baño, se preocupan. Acá está
cada una en la suya, la que reparte volantes, la que está ‘cambio, cambio’...
pero te vas conociendo”, dice.
FOTOS: CONSTANZA NISCOVOLOS
FOTO DE TAPA: CONSTANZA NISCOVOLOS
MONICA ALMADA
BARRENDERA
Agustina Suárez es socióloga y tiene
34 años. Trabajó durante casi dos años
en el colectivo Face to Face de la ONG
Médicos Sin Fronteras (MSF). Tenía
que ir a una zona (a ella le tocaba Barrio
Norte) y la tarea era hablar con la gente,
presentar la organización y conseguir
asociados. Ahora coordina los grupos de
quienes trabajan como lo hizo ella, en la
vía pública. A la hora de elegir a alguien,
cuenta que toma como prioridad la capacidad de comunicarse con el otro, la
sociabilidad. Para Agustina, el trabajo en
la vía pública fue muy enriquecedor.
Ella venía de trabajar en investigaciones
en la cárcel. La libertad de la calle fue un
ventarrón de aire fresco. “Al entrar a trabajar derribé muchos prejuicios. Se puede pensar que el trabajo en la calle es
descalificado, o que sólo importa la estética, pero no es así. Para mí, estar ahí resignificó todo. Además, cuando estás
muchas horas en la calle tenés otra visión. Ves todo. Conectás con gente que
quizá nunca conocerías”. El chaleco rojo, uniforme de MSF, para ella, da ventajas: “Nos diferencia del resto de quienes están en la calle, nos ayuda si tenemos que ir a algún baño, hasta alguna
vez una situación de posible robo se suspendió porque se dieron cuenta de que
éramos de la organización.”
Patricia Lucero, en cambio, no la pasó
tan bien en sus años como inspectora de
Aysa, la empresa de agua y saneamiento.
Tiene alrededor de treinta años y, luego
de dos en la calle, pidió que la pasaran a
oficina. A veces le tocaban zonas despobladas o lugares en los que se sentía des-
LAURA CERKEZ
PROMOTORA
protegida, y pidió el cambio. Una inspectora debe llevar planos, comparar lo
registrado en la oficina con la obra en
construcción que le toca visitar. Cuando
llega al lugar señalado, debe buscar los
carteles de información de la obra y, si
éstos no están visibles, debe darle golpecitos a la empalizada que da a la calle y,
muchas veces, tiene que pedir entrar a
ver los planos. En esos momentos, la
chapa se corre y tiene que entrar al esqueleto de lo que será un edificio: columnas peladas, pocas luces, y un grupo
de hombres que trabaja (la construcción
es un universo masculino; el 97,2 por
ciento del trabajo es realizado por ellos,
según un informe del Centro de
Estudios Mujeres y Trabajos de la
Argentina). “Al principio, tenía que andar por Capital, zona oeste, zona sur,
con planos grandes para ver si encontrábamos obras en construcción o indicio
de ellas: arena, cemento... cuando veíamos algo, lo teníamos que anotar –cuenta Patricia–. Hasta ahí no había problema”. Todo cambió para ella cuando tuvo que pedir el ingreso a las obras para
ver planos o carteles: “A veces me gritaban desde arriba de los edificios cualquier cosa cuando me veían llegar y yo
tenía que ir y pedir entrar ahí. A mí,
personalmente, no me gustaba. Yo no
soy una persona miedosa, pero si estás
sola en un lugar así, y pasa algo, ¿quién
te escucha?”. Un día, cuando fue a una
construcción y un hombre la amenazó,
sugiriendo que tenía un arma, Patricia
pidió que la pasaran a la oficina, que
ahora transita con tranquilidad.
Quien hace el trabajo que dejó
Patricia y lo hace con gusto es Florencia
Bernárdez, su compañera. También tiene unos treinta años y dice que elige estar fuera de la oficina y reconoce que sí,
que tuvo que aprender a mantener una
postura, un tono, para estar afuera, pero
ganó seguridad y libertad. “Empecé hace
cuatro años –cuenta–. El primer año hice trabajo administrativo, pero veía que
algunos de mis compañeros salían a la
calle y me gustaba la idea. Entonces, hablé con mi jefa. Soy arquitecta y antes
de estar acá trabajaba e iba a las obras.
No es lo mismo, pero estás en contacto
con gremios, obreros, y la mayoría son
todos hombres. Como inspectora empecé por Devoto. A mí no me dan zonas
peligrosas, pero si me tocan, sé cuáles
son las manzanas y pispeo cómo está el
día o la zona. Voy y sé que no me va a
pasar nada. Confío. Cuando tenía que
entrar a una obra, antes me daba vergüenza. Ahora me siento segura. A veces
tengo que entrar y subir un par de pisos
porque el cartel de la obra está oculto.
Yo me mando”.
Los cuerpos
en la ciudad
¿Cuán libre es la circulación cuando
aparece la frase no buscada, la mirada
que intimida? Cada 15 de abril se celebra el día mundial contra el acoso callejero. En toda América latina se empezó
a desnaturalizar ese tipo de violencia y
fue varias veces citada la encuesta de la
Universidad Abierta Interamericana que
señalaba que el 72 por ciento de las mujeres encuestadas había sido acosada poco tiempo antes de hacer el estudio y, de
ellas, el 60 por ciento se había sentido
intimidada. Estos datos se suman a lo
que informa “Paremos el Acoso
Callejero”, de Hollaback/Atrévete
Argentina: que las mujeres mantienen
un comportamiento controlado, que
tratan de evitar el contacto visual, que
evalúan el entorno constantemente, que
buscan evitar ropas que puedan conside-
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mantiene firme: “No me importa no salir. Estoy más
tranquila. No me preocupo ni por la ropa. Cuando salía
a la calle, en verano, era remolesto. Andaba en musculosa, pero si tenía que entrar a algún lugar en el que me
habían dicho una guarangada me tapaba con las carpetas que llevaba, era muy incómodo.”
¿Puedo pasar al baño?
Trabajar en la vía pública implica ciertas situaciones
por demás comunes, por demás terrenales, que pueden
leerse como connotaciones de la intemperie. Hay algo
que va más allá de géneros. El trabajo que se realiza en
la calle, por ejemplo, sólo se suspende por lluvia. A los
otros caprichos del clima hay que aguantarlos. “Con el
calor se hacía difícil – recuerda Mariana Parra, que era
promotora de una agencia–. Yo estaba cansadísima del
olor a jabón del McDonald’s. Por eso me ponía contenta cuando tenía cerca un Starbucks, porque los baños
son más limpios que el resto, y no te exigen consumir
algo para usarlos. Cuando llegás a una zona, lo primero
que hacés es detectar los lugares a los que vas a poder
preguntar si te dejan usar el baño”.
A principios del siglo XX, en la ciudad de Buenos
Aires había baños públicos. Los usaban los turistas, las
personas que no tenían hogar, gente que trabajaba en la
calle. Incluso, ofrecían toallas y jabón. Muchos, en los
parques más grandes, eran subterráneos. Se pueden ver
las entradas todavía, aunque no funcionan. El último
baño público se cerró en 1999. Hoy por la ciudad circulan a diario cientos de miles de personas, que trabajan, que pasean, que van de un lugar a otro. Los baños
públicos con los que se cuentan están en algunas estaciones de tren, en oficinas de gobierno, en estaciones de
subte. Si eso no está disponible o, como suele ocurrir,
muestran ese paisaje de posguerra: inodoros que no funcionan, falta de papel higiénico y jabón, piso mojado, ir
a esos espacios es la última opción, de ser posible, sobre
todo, en los días de menstruación. Quedan entonces los
bares, y la ruleta del buen humor que a veces toca, a veces no, para poder usarlos sin la condición de consumir
algo. Para cambiar esa situación hay algunos proyectos
de ley, con diferentes matices, que se acercan o se alejan
de una realidad, otorgar baños públicos es una obligación del Estado. Por el momento, pasar muchas horas
en la calles implica, por lo general, buscar el
McDonald’s más cercano.
LAURA TOSSO
BANDERILLERA
rarse “provocativas”. La idea de este movimiento es
romper con esa situación que termina por limitar la libertad y la apropiación femenina del espacio público.
Cumplir una jornada laboral a la intemperie implica
aumentar la exposición a este tipo de situaciones que se
repiten y generan diferentes actitudes.
Varias veces, desde las seis de la mañana a las dos de
la tarde, Laura Tosso se para en la barrera del cruce de
Nazca y Yerbal del tren Sarmiento, en el barrio de
Flores. Las piernas bien plantadas, la mano en alto, el
silbato en la boca. Lleva una bandana sobre el largo pelo negro, una remera al cuerpo y el pantalón del uniforme de ferroviarios. Parece una amazona, o alguna guerrera del Street Fighter. Levanta el brazo y detrás de la
vía se detienen camiones, autos, motos. Alguien le grita
algo, no se oye bien qué, aunque suena a susurro pegajoso. Luego de que pasa el tren, se refugia del sol que
agobia en la garita, junto al paso a nivel. Todos los días
es igual. Hace cinco meses que trabaja de banderillera.
Su trabajo es en la calle, donde tiene que caminar y cuidar que ningún auto cruce cuando las barreras están
bajas. “Como vengo con musculosa, arreglada, y soy
mujer, dicen que yo desfilo por la barrera, pero yo no
tengo complejos. Yo no desfilo, yo transito mi espacio”, dice en la garita que comparte con los otros trabaPAG.4
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La conquista del territorio
jadores: un cubículo de techo bajo donde hay un ventilador, un televisor, un pequeño baño solamente.
Antes, Laura Tosso había sido recepcionista en un
consultorio odontológico y, antes, había tenido su local. Es la primera vez que tiene un trabajo en la calle,
pero le gusta. Tiene 31 años y una hija de cinco. Dice
que no tiene problema ni con las miradas, ni con los
gritos, que a veces son para halagarla, a veces, para putearla. Tampoco le preocupa la ropa. “Si porque soy
mujer se creen que pueden pasar cuando estoy avisando
que no, empiezo a las puteadas. Tenés que estar segura,
si no, no servís para este puesto. Me gritan de todo, pero a mí me fascina este trabajo”, dice antes de que pase
el próximo tren. Está maquillada, tiene aros grandes,
no esconde la figura. No le gusta usar uniforme.
Florencia, la inspectora de Aysa, también dice que la
ropa para trabajar no es un problema para ella: “Trato
de ir supertranca, no llamar la atención. Me pongo más
seria, claro. Cordial, pero con cierta actitud de seguridad. Al principio no era así, con el tiempo lo fui adquiriendo, porque te tratan distinto, te respetan un poco
más. Ir con presencia. Cuando entro a mi trabajo no
pienso en la ropa, pienso en lo que necesito”. En el edificio de la avenida Córdoba, donde ella cuenta esto antes de salir a la calle, está Patricia, su compañera, que se
Agustina Suárez se fascina cada vez que recuerda la
experiencia en la calle. Para una socióloga, poder ver el
lado de adentro de ese mundo es tentador. “Hay lugares
regenteados por volanteros. Hay áreas de disputa, hay
puertas de locales que los dueños piden liberar. Hay que
armarse de un carácter”, dice.
A veces, con trabajos más informales, esa dinámica puede adquirir otros matices. Erica es boliviana y tiene diecisiete años. Pide no decir su apellido. Por estos días, vende
remeras con estampa de superhéroes para niños sobre una
manta en la avenida Avellaneda, en Floresta, otro punto
de movida multitudinaria. Se calculan más de 650 puestos
en las calles por la zona, un gran porcentaje es atendido
por mujeres. Los sábados el lugar es un hormiguero repleto. Apenas hay espacio para caminar. Se las ingenia, cuando alguien pisa su mercadería, pide que por favor tenga
cuidado. Hace dos años que trabaja para ayudar a sus padres. Conoce a las dos manteras que hoy están a su lado y,
si alguna tiene que ir al baño, se cuidan entre ellas la mercadería. “Igual, nos ayudan los hombres, que son los que
bajan todo de las camionetas”, cuenta Erica. Al baño va a
los bares de sus paisanos. Muchos hacen lo mismo, en las
calles que cruzan la avenida. ¿Y qué pasa cuando vienen
los gendarmes a correrlos? ¿Hay diferencia en el trato con
hombres y mujeres? “No, ahí sí para los gendarmes somos
todos iguales”, dice la chica que desde los quince vende en
la calle, en ese territorio que para muchas es intemperie y,
para muchas, un mapa ganado o a ganar. G
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El cuerpo
fragmentado
IN CORPORE Sorprendió al mundo hace dos años cuando decidió
hacerse una doble mastectomía para bajar las chances de contraer
cáncer de mama. Ahora se sometió a una salpingo-ooforectomía para
eludir la enfermedad pero en los ovarios, patología que había matado
a su madre en 2007. En una carta que dio a conocer tras la última
intervención, escribió que la presencia del gen BRCA1 en su sangre
(dato que la decidió a operarse, ya que sumaba probabilidades en su
camino a la enfermedad) la encontró “pacíficamente ante el
verdadero sentido de la vida”, hecho que la llevó a decidirse sin
titubear. El cuerpo fragmentado y las chances de las mujeres de elegir,
dos de los tópicos elegidos para justificar una decisión polémica.
POR F. M.
E
I NC
l corte, la cicatriz, el posoperatorio, las vendas, el pus, la sangre, el
dolor, los puntos (¿los de
Angelina serán con hilos de oro?). Todo
ese paisaje plateado del quirófano, el
ruido metálico, el frío, la espera, el
check in, el check out, la suavidad de
una bata que tapa apenas la piel mientras el agujero negro de la anestesia
duerme al paciente. Aun con todo el
confort del mundo (que no es menor),
imaginarse en ese río rojo de cortar y pegar que implica una cirugía es, para
muchxs, más poderoso que el temblor
que recorre el cuerpo ante la posibilidad
de estar, de ser una persona enferma.
Angelina Jolie viene experimentando
con su cuerpo desde joven, como tantas
jovencitas que ven en rayarse los brazos
y piernas (las ProAna, las más famosas
de la tribu) una salvación al signo de
pregunta estampado en la cara de toda
adolescente. También sus tatuajes, que
puso, sacó y tapó en su piel marcando
los destinos de novixs y amantes. Un
poco más arriba en la apuesta: experimentando con cuchillos y declarando su
fanatismo por introducir serpientes en
sus juegos sexuales.
Es difícil saber qué se siente ser tan
linda, deseada, observada y rodeada de
millones. Es difícil saber el alcance de
esa belleza cuando se potencia con una
pareja masculina igual de sexy e irresistible para los cánones que marcan las
leyes de la atracción oficiales. Pero no
es inocente, ni casual, ni espontáneo
ese ejército que forma la troupe más
célebre del planeta: bajando las escalinatas de los aviones, destinos exóticos
adonde los llevan la ficción, los pre-
OR
“M
PORE
Guía para que
docentes puedan
ayudar a detectar
abuso sexual
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mios y la solidaridad (no hay que olvidar que Angelina es Embajadora de
Buena Voluntad), los Jolie-Pitt forman
un equipo multirracial impulsado, según ellxs, exclusivamente por el deseo
de ser una familia numerosa. No son
malas intenciones lo que se deduce de
esos gestos sino alardes pomposos de
que todo en esas vidas deba ser, sin excepción, espectacular, grandilocuente,
inolvidable, imposible de igualar.
Así es como Angelina pone y saca el
cuerpo del quirófano, instigando a otras
mujeres a hacer lo mismo. Y lo hace público, salteando esa regla implícita de
que el “nosotras” debe marcarse con cuidado (ese *nosotras* que intenta igualar
las experiencias de las mujeres, aunque
muchas veces desde la militancia, siempre es mentiroso) al ritmo de la alerta, la
llamada a concientizar, como si las prioridades fueran los genes en un mundo
que no da abasto con sus propios recursos y miserias. Pero Angelina es mainstream, juega en primera, todo lo que la
rodea es de lo mejor. Lo que ella hace es
digno de imitar, así es el tratamiento
mediático, y tan pasmadxs deja a tantxs
que el debate se inhibe y ni las performances de las artistas que pusieron el
cuerpo (Cindy Sherman, Marina
Abramovic) logran igualar su osadía.
¿Operarse para prevenir o prevenir para
encender el reflector en otra capa de la
existencia? ¿Cómo son las marcas en la
piel de Angelina? ¿Cuán roto quedó su
cuerpo, por dentro, por fuera, con el objetivo de llegar viva al paso del próximo
cometa Halley?
Hay médicos y especialistas que salieron a avalar su decisión, amparados en
esa regla institucional de los cuerpos como objetos a los que evaluar y diseccio-
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uchas veces, cuando vemos que un
niño o niña que nos llama la atención
porque tiene problemas de aprendizaje, es
violento/a, grita, llora o le cuesta relacionarse,
en primera instancia lo adjudicamos a un
divorcio, una mudanza, un hermanito,
violencia familiar (relacionada con gritos o
golpes) o algún tipo de abandono, no suele
entrar en nuestro abanico de posibilidades el
abuso sexual. Seguramente podríamos estar
en lo cierto, ya que estos cambios en la vida
de un niño/a, o sufrir cualquier tipo de
violencia, podrían estar siendo manifiestos de
esta forma y seguramente requiera considerar
nuestra intervención. Lamentablemente,
tenemos que cotejar también la variante de un
nar sin muchos miramientos en las identidades tras esos cuerpos (y de esto, la
militancia trans e intersex tiene tanto
para decir) pero lo cierto es que si se trata de seguir el hilo de sus decisiones,
Angelina Jolie es muy coherente. Lo que
resta es preguntarse qué nos queda al
resto, interpeladas por esa carta donde
nos incita a prevenir para no perdernos
las caras de nuestrxs nietxs. No estamos
salvadas, ni nosotras ni Angelina, que no
asocia a su acción las violencias, mutilaciones y demás vejámenes que sufre el
colectivo del que reclama atención y
mano firme para decidir.
No está demás decir que la acción de
salvataje no exime a Angelina de contraer un tumor en el páncreas, o de cruzar
la calle y ser pisada por un camión (si es
que la cruza, de vez en cuando, como
cualquier mortal) o de ser víctima de un
loco como Lubitz que estrelló su avión
para consumar una especie de suicidio
con compañía (o asesinato en masa). La
operación mutilante a la que fue sometida la expone a una menopausia precoz
por la que deberá recurrir a terapias hormonales a los 39 años. Por sus antecedentes familiares, que eludían al útero,
decidió conservarlo, por lo que mañana
posible abuso sexual. Siempre es mejor
equivocarnos que dejar a un niño o niña
seguir padeciendo este flagelo”, recomienda
el manual para docentes sobre abuso sexual
infantil A.S.I. NO, El silencio y la indiferencia
son cómplices..., editado por la agrupación de
mujeres Mundanas, con la coordinación
general de Yamila Corin.
Mundanas es una agrupación que funciona
en forma de red y junta a mujeres que
tuvieron que denunciar abuso sexual infantil
(ASI). La difícil experiencia las llevó a realizar
esta guía para que los y las docentes puedan
detectar el abuso sexual infantil, reconocer a
una victima y saber cómo actuar. Pero,
fundamentalmente, tener en claro que ante un
(y esto no se sabe a ciencia cierta) el tumor que podría haberse alojado en el
ovario busque refugio en el útero. No
queremos que Angelina se enferme, sí
instalar la pregunta sobre los cuerpos
cuando son depositarios de una serie de
predicados que se asumen como universales. ¿Qué es lo sano y qué es lo enfermo? Según los parámetros de Angelina,
ver crecer a sus hijxs es la única verdad y
necesidad. ¿Y las que no tienen hijxs?
¿Para qué futuro viven? Y las que viven
para llegar a fin de mes, ni siquiera las
mujeres sin recursos, sólo las que corren
la liebre para pagar las cuentas, ¿en qué
condiciones están de atajarse de los genes malos? ¿Y cuánto sirve la ciencia para vivir bien si también había posibilidades de que Angelina nunca se enfermara, o que en el futuro el cáncer no sea
más que un mal que un procedimiento
de rutina soluciona? El corte, la cicatriz,
el posoperatorio, las vendas, el pus, la
sangre, el dolor, los puntos no enmiendan heridas del alma ni rescatan identidades que flotan en el mar de la duda,
sólo ponen certeza allí donde había incertidumbre (y tal vez ni siquiera eso),
con todas las ventajas y los horrores que
eso supone. G
delito perpetrado, generalmente, en el silencio
del hogar, la escuela es el principal refugio de
chicos y chicas para evitar seguir siendo
abusados/as y poder emprender un camino
de reparación. El manual informa a
maestros/as: “Cuando tenemos la certeza de
que existió la agresión sexual tenemos la
obligación de hacer la denuncia, ya que se
trata de un delito penal. Si existen dibujos o
relatos escritos en material de clase es
importante quedarnos con una copia. Nos
debemos dirigir a la fiscalía de turno o a la
Comisaría de la Mujer y la Familia”.
Más información: Facebook/ Mundanas
agrupación de Mujeres
VUELT
lemas feministas son anotados en toallitas menstruales. Y las toallitas, pegadas en espacios
públicos, a modo de concientización.
O
COSAS VEREDES Una alemana de 19 años comenzó un involuntario movimiento global donde
AL MU
ND
Con alas
A
ESPAÑA
Las redes de
mujeres
también son
economía
solidaria
El 24 de marzo, en Bilbao, se llevaron
adelante las jornadas de economía solidaria y feminismo “La bolsa o la vida”
en donde la brasileña Miriam Nobre
apuntó contra neomachismos de izquierda: “Se reconoce como economía solidaria fábricas recuperadas y no
las iniciativas informales de las mujeres para organizar la comida o el cuidado de las niñas y los niños”. Nobre,
organizadora de la Marcha Mundial de
las Mujeres, propuso apostar al autoconsumo, el trueque y a las alternativas de intercambio monetario y propuso valorar el conocimiento generado
por mujeres en las comunidades rurales, como, por ejemplo, en artesanía o
en la selección de semillas, con un enfoque basado en la construcción colectiva del conocimiento frente a la cultura de la asesoría técnica externa.
MARRUECOS
POR GUADALUPE TREIBEL
E
löne Kastrati (19), una joven estudiante germana, es prueba fehaciente de que, en ocasiones, las
pequeñas revoluciones pueden armarse
de buenas consignas, intervenciones artísticas y... toallitas sanitarias. Muchas,
muchas toallitas sanitarias. Y las redes
sociales al pie del cañón, viralizando la
digna labor de una mocita que –de marzo a la fecha– levanta olas. Olas que
rompen precisamente sobre el sexismo, a
observar de cientos de miles de personas
atentas a cada nueva acción que esta residente de Karlsruhe, Alemania, lleva
adelante del siguiente modo: inundando
su ciudad con mensajes feministas del tipo “Los violadores violan mujeres, no su
manera de vestir”, “Mi nombre no es
‘bebé”, “Te verías más guapa si... NO”,
“Mi coño, mi elección” o –el más resonante– “Imaginá qué pasaría si los varones encontrasen la violación tan repugnante como la menstruación”. Lemas
sin volteretas, claros, que –hete aquí la
cuestión– Elöne escribe sobre toallitas
femeninas, pegándolas luego en cuanto
espacio público encuentra a su paso.
Y tan buena acogida ha tenido la fórmula (toallita + lema) que mensajes de
aliento han comenzado a llegar desde
Brasil, Chile, Suecia o incluso Estados
Unidos, con gente de distintos puntos
cardinales expresando su intención de replicar el tipo de intervención. Solicitando
además el visto bueno de Elöne para imitar la controvertida modalidad de pasar
conciencia igualitaria y ampliar –por otra
parte– el fenómeno en que se ha convertido este movimiento, unificado bajo el
hashtag #PadsAgainstSexism. (Sin más,
un grupo de estudiantes hombres y mujeres de la Jamia Milia Islamia University,
en Nueva Delhi, ha pegado decenas de
toallitas, con frases que rezan: “La sangre
menstrual no es impura; tus pensamientos
lo son”, “Las calles de Delhi también pertenecen a las mujeres” o “El período es
natural; la violación no”). Empero, ¿por
qué el mote de controvertido? Pues, porque –harto conocido– cualquier uso que
remita voluntaria o involuntariamente a la
menstruación despierta el ¡oh, horror! de
miles...
Sin ir más lejos, y a modo de significativo paréntesis, la artista paquistaní Rupi
Kaur fue noticia los últimos días tras ser
censurada su serie fotográfica Period vía
Instagram, siendo eliminadas sus imágenes sobre el cotidiano de una mujer durante su período, donde –precisamente–
intentaba mostrar dicho proceso natural.
“La censura evidencia quién está sentado
detrás del escritorio. Quién controla el
show”, anotó la muchacha; y luego: “No
me disculparé por no alimentar el ego y
el orgullo de una sociedad misógina que
quiere ver mi cuerpo en ropa interior,
pero se incomoda por una pequeña
mancha”. Y luego (bis): “Las categorías
de violación y de pornografía están bien.
La cosificación y la sexualización están
bien. Las personas masturbándose viendo mujeres desnudas cuando son menores de edad. El bondage. La tortura. La
humillación. El abuso está bien, pero esto les incomoda”. Vale mencionar que la
censura generó semejante batahola que
Instagram se vio obligado a restaurar las
mentadas fotos, disfrazando el gesto original como “un error”, distanciándose
del argumento inicial que hablaba de
“violación de las reglas de la comunidad”. Rupi contenta; todas chochas. Fin
del paréntesis, cambio y fuera.
Entonces, en resumidas cuentas, que la
menstruación y –por extensión– toallitas
y tampones permanezcan a la zona de lo
indecible, irreproducible, no es novedad
(alcanza con estirar el cogote y ver las publicidades locales, prontas a disfrazar la
sangre rojísima de elegante azul, amén de
no perturbar a las audiencias). De allí
que, volviendo a las intervenciones de la
alemanita Elöne, la provocativa presentación no haya pasado inadvertida.
Reemplazando la pintura graffitera por el
amable algodón, no faltaron ni los enojosos trolls que pronto expresaran sus voces
de desaliento: “Sos una puta” o “Ojalá te
violen hasta matarte”. Lo típico. Pero, en
las palabras de la sabia Taylor Swift, haters gonna hate, hate, hate, hate...; de modo que la chica Kastrati hizo (hace) caso
omiso. “No tomo los insultos personalmente; en todo caso, siento pena por
quienes los propinan. Son el ejemplo
exacto de lo que no necesita el mundo”,
explica quien, colmo de la coherencia,
dona toallitas y tampones a albergues de
mujeres en situación de calle.
Y cuando la critican por quejarse de
llena al son de “¡Es del Primer Mundo!
¿De qué se queja?”, la chica responde
con estadísticas: que las alemanas ganan
un 21 por ciento menos que sus colegas
masculinos. Y cuando le endilgan el mote de “Odiahombres”, ella habla de unir
y conquistar, de sumar esfuerzos sin que
importe el sexo. Y cuando la interrogan
sobre el tabú alrededor de su material de
trabajo, asegura: “Claro que genera
shock. Después de todo, si una toallita
fuera algo normal en el 2015, mi laburo
no se hubiese conocido mundialmente;
nadie hablaría de él”. En esa línea –la de
la controversia–, el sitio Dazed enumera
otras comuniones artístico-menstruales;
como la ocasión en que Tracy Emin expuso un tarro lleno de tampones usados,
ubicados al ladito de una prueba de embarazo, y tituló a la pieza The History of
Painting Part 1; o cuando la chilena
Carina Ubeda recolectó su sangre para la
muestra Paños, en 2013. En fin, suma
de esfuerzos, voluntades que (nos) absorben. G
67,5 por
ciento de las
pasajeras son
acosadas en
los viajes
Dos de cada tres mujeres sufrieron
acoso en la calle. Por eso, se generó
un plan para que las mujeres puedan
viajar tranquilas en el transporte público. La campaña incluye carteles de
sensibilización contra la violencia de
género, videos en las pantallas de los
colectivos y capacitaciones a conductores para que sepan cómo tienen que actuar si una pasajera denuncia que la tocan o intimidan. El
proyecto se puede realizar por el
convenio de la empresa española
Alsa, concesionaria del transporte urbano de Marrakech, y ONU-Mujeres,
con financiación de la Agencia
Española de Cooperación
Internacional para el Desarrollo
(Aecid). El objetivo es frenar los manoseos o agresiones verbales que
sufrieron el 67,5 por ciento de las
mujeres durante sus traslados.
MÉXICO
Fomentan que
empleadas
domésticas
vean novelas
“(Las pantallas plasma) son las más
requeridas para que puedan ver las
novelas en su rato de descanso. No
(vean) las noticias porque no crean
que son tan buenas las noticias, vean
más bien las novelas y sobre todo las
novelas buenas, así es que yo espero
que traigan mucha suerte”, sostuvo
el alcalde de Chihuahua, Javier
Garfio Pacheco, mientras regalaba
televisiones a empleadas domésticas. El discurso tuvo muchas críticas
por fomentar la pasividad informativa
de las trabajadoras de casas particulares, a las que el funcionario dijo
quererlas “apapachar”. Garfio
Pachecho sostuvo, ante la polémica,
que se trataba de una broma.
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El infortunio del amor
ESCENAS Se besan, se persiguen, se manotean, se distancian; como espiritistas que traducen la voz de
un deseo desbordado, Alejandra Flechner e Iride Mocke actúan el exceso propuesto por Silvio Lang para
poner en escena el libro de María Moreno El affair Skeffington –reeditado el año pasado por Mansalva–
siguiendo las obsesiones del director: generar un teatro de agitación en el que política y deseo sean una
misma amalgama conmovedora, un trueno capaz de envolver a todos los cuerpos.
POR VERÓNICA GAGO
S
alón Skeffington, la flamante obra dirigida por Silvio Lang, bien podría ser el
guión de una teoría del exceso, del derroche como método. Excesiva respecto del libro de María Moreno –El affair Skeffington– del cual arranca palabras; pero el subrayado, esta vez, es del dramaturgo. Dos actrices, Alejandra
Flechner e Iride Mocke, que se convulsionan de palabras, que se ejercitan en escena y que no dan respiro. Se trata de un enjambre de las poesías de Dolly
Skeffington, el personaje de Moreno, seudónimo de Cristina Forero, editado a inicios de los ’90 y ahora reeditado por Mansalva y que aparece él mismo, como libro, en escena. La voz de la poeta que protagoniza el excéntrico volumen (con su
jauría de acompañantes) se amalgama con las obsesiones de Lang, cada vez más decidido a travestirse a favor de sus autoras predilectas.
La pregunta desmesurada de Lang es una repetición, como a la que obliga un
amor que no se termina: ¿es posible una política que esté a la altura de un deseo
que sólo se despliega en espacios que no son asalariados y en los que no hay moral?
Esos interrogantes se estrujan más, aun más, porque Lang no deja de invocar la organización, la disciplina, la maquinaria libidinal de la fuerza colectiva.
Como ya fantaseó en su ambiciosa Meyerhold (Teatro San Martín, Ciclo
Invocaciones, 2014), el método revolucionario no es otra cosa que una apuesta
energética con una teoría del agite, donde la política es acontecimiento monumental, conmovedor. En aquel entonces, la escena iba de la Unión Soviética a los pibes
chorros, pasando por un travestismo lujurioso y juguetón, chicas en patines y cuerpos. Siempre cuerpos.
En el más reducido salón de ahora, las amantes de la París-Lesbos que están entre los años ’20 y tal vez el destape de los ’80 o quizás en un futuro remoto, encarnan una secuencia de varieté de gran velocidad y concentran en su vestuario toda
la feminidad enfiestada: lentejuelas, plumas, tules, botas altas, plataformas, corsets,
maquillaje y pestañas enormes. Las chicas se trasvisten: tan exageradamente femeninas que dejan de serlo. O no. No podría nunca saberse a ciencia cierta. Porque
bien podrían ellas mismas ser un apartado del circo “cubofuturista” que Lang desplegó para homenajear al dramaturgo ruso el año pasado, combinando teatro de
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feria y haikus leninistas, music-hall y retazos de cabaret, acrobacia y multitudes.
Salón Skeffington (también dentro de un ciclo colectivo, esta vez llamado Teatro
Bombón, en la Casona Iluminada) se desarrolla en una sala de baile literal, poniendo la danza como subtexto. Los espectadores se descubren repentinamente duplicados en las paredes espejadas, cruzadas por barras donde las actrices estiran sus
gestos, después de rodar por sillones y abrirse de piernas una y otra vez. Ellas hablan por momentos de cosas incomprensibles. Por eso a veces sólo se puede seguir
su movimiento, pero no sus palabras. Una dislocación que provoca y que exige y
que duplica las escenas, como hacen los espejos. Dice Lang que ellas “actúan como
luminarias o espiritistas que reconstruyen el pasado de antiguos amores, o exponen
identidades itinerantes, a través de técnicas de pose, disfraces barrocos, alucinaciones auditivas, textos cantados... Pero lo hacen como en un karaoke, o en un club
de baile, o en el bar a secas, tramando una suerte de ‘épica de amigas’”.
Son amigas, amantes, cantantes, performers, prostitutas. Pueden ser mexicanas,
parisinas, del under porteño o delicias berlinesas. Nunca queda claro. La velocidad
de la charla entre ellas tampoco deja tiempo para aclararlo porque cambia de ritmo
sin pausa (de ahí su verdadero acento femenino): es lectura, es canción, es acento
apócrifo, es parodia, es disertación, es recitado, es gorgoteo. Se besan, se pegan, se
persiguen, se manotean, se distancian. Pero siempre están ahí sus cuerpos. Siempre
cuerpos.
Si Meyerhold era el “freakshow del infortunio del teatro”, Skeffington no deja de
ser freak, pero es un show intimista, casi de sótano, donde el infortunio es el de las
amantes o, más directamente, el del amor.
De nuevo en Salón Skeffington, al igual que la obra de Griselda Gambaro que
Lang dirigió bajo el nombre de Querido Ibsen: soy Nora (Teatro San Martín,
2013), la voz aparece como un problema: camuflada, robada, impostada, sobrevuela la escena; o mejor: constituye la escena y se escapa de ella. Si Moreno, a partir
de una ficta Dolly, le habla una y otra vez a la autora o ella habla por su personaje,
en el modo en que Lang la traduce a sus propios personajes (Maldon y Dolly) no
dejan de resonar los meandros de la autoría con que Nora complicaba a Ibsen a
través de Gambaro, a su vez puesta en escena como herejía por Lang.
Toda voz es colectiva, colecciona dentro de sí a otras, y son ellas las que desar-
man autoridades, pero al mismo tiempo las que tienen potencia de invocación e
invención. Las que permiten degustar más de una identidad y en todo caso pasar
fronteras, dejarse llevar. Es en esa experimentación de la voz donde Lang parece
decir que ya no se trata de representación, sino de un potente travestismo.
Verdadero acontecimiento porque es capaz de hacer variar y cambiar los cuerpos.
Poder de conversión: disimulo y engaño, pero bajo la idea rectora de una fidelidad
a la verdad del deseo.
Cuando Lang montó la obra Las calabazas, del filósofo francés Alain Badiou, en
el teatro de la Universidad Nacional de San Martín (2012), hizo que el propio
Badiou actuara en el rol de Bertolt Brecht frente al católico Paul Claudel en una
saga de acusaciones mutuas sobre cómo entender el teatro. Badiou argumentaba
entonces en alemán y en francés hasta que era interrumpido por el personaje de
Ahmed, un joven obrero argelino habitado por un demonio, que se hacía escuchar
en otra lengua al rapear “Marginado. Soy un paria. El que grita y patalea. Soy el
negro de las grandes capitales. Soy cabeza. Y con gorrita”.
No es un detalle menor que Lang insista ya desde entonces “con un cierto teatro
de ideas y agitación”. Un teatro de operaciones, como le llama el propio Badiou, y
sobre el cual Lang se abisma en sus detallados procedimientos: entrenar, vociferar,
teorizar, agitar. En esos verbos despunta un deseo que es la primigenia fuente de
energía, que fabrica y monta cuerpos y voces, siempre en aullido colectivo, siempre
extremadamente personales. Como aquel coro que decía fragmentos del
Subcomandante Marcos en un ejercicio que Lang realizara para una de sus maestras, Cristina Banegas.
Ahora, la voz cantante la llevan las chicas, que incluso pueden querer dejar de
serlo. No importa. Igual serán por siempre aquellas que pueden recitar, como en
El honor de las damas, de Skeffington: “La única política verdaderamente popular es
aquella capaz de derretir el fuego de los amores desgraciados”. G
BLOODY MARY
No soy viril, soy fuerte.
¿Debería disimular mi fuerza?
Tengo una cicatriz en el costado izquierdo,
en el costado derecho
una llaga viva.
Llevo mis varones cortantes
de vuelta a casa,
la cánula en la vena del deseo exhausto.
Si es sangre debe fluir por el interior de los cuerpos
a excepción del ciclo en la mujer
cuando aún atesora pepitas en la mariposa del ovario
para arrojar a los sembradores.
Duplico mi excepción por amores desgraciados
pues nadie ha concebido una imagen mejor de la
desdicha
que el cuchillo entrando en nuestro costado de amantes.
Pero ese no es todo mi secreto:
Soy mariquita en mi herida invisible.
(de Exposición)
La Casona Iluminada / Sala 1
Av. Corrientes 1979, Buenos Aires.
Los Domingos a las 19.
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Show de sushi
“Akira, Sushi & Nikkei” se sigue expandiendo: ahora con nuevo local en pleno microcentro
porteño, tanto el sushiman como el cocinero elaboran los platos y el sushi a la vista de lxs
visitantes. Dada su cercanía a oficinas, bancos y grandes empresas, el nuevo local es ideal
para disfrutar del Happy Hour con amigxs todos los días de 18 a 21 hs. La modalidad es
un coctail y 5 exquisitas piezas de sushi a $85 por persona. Recomendaciones especiales:
anticuchos de pulpo, chupe de mariscos, vieyras gratinadas, ceviche o tiradito. También se
puede optar por alguno de los platos de la cocina fusión de Akira como saltado de lomo
nikkei, pollo con almendras, salmón teriyaki con risotto de quinoa o el salmón Akira.
Ricardo Rojas 451, CABA. Tel: 5263-3020. Más info: akirasushi.com.ar
CENA
ES
S
La edad de la inocencia
POR G. T.
“
Los jóvenes a menudo confunden lujuria con amor; están infectados con idealismos de todo tipo”, anotaba –con encantador cinismo– la canadiense
Margaret Atwood en su multipremiada novela de 2000, El asesino ciego.
Empero, hay quienes privilegian la llama de la (insertar suspiros) frescura acorazonada, e, inocencia mediante, le endilgan efervescencia y pasión apasionada, sin que importe su falta de madurez o –hay que decirlo– nivel de sofisticación. Acaso la fotoperiodista estadounidense Julia Xanthos sea una de ellas. Aunque dedicada a retratar
sucesos diarios de la Gran Manzana para el New York Daily News, la profesional decidió hacer un parate de la actualidad para sumergirse de lleno en la perene figura
del amor joven. Así, usando su smartphone entre deberes cotidianos, la artista fue en
busca de tamaña figura, y la encontró repetidamente, capturándola en cada ocasión.
Para más detalles: lo hizo en blanco y negro, cuánto más encantador.
En bancos de parques, estaciones de metro, en techos de rascacielos o yaciendo
plácidamente sobre el pastito de plazas, las lozanas parejas hacen entonces su gracia, expresando abierta y públicamente el flechazo, amén de facilitar la colección
espontánea de Xanthos, devenida en hasthtag (#younglove) y cuenta virtual (la
propia, en Instagram). “¿A quién no le gusta que tomen una imagen del comienzo de su relación?”, es la respuesta/pregunta que Julia ofrece al momento de contar que ninguna dupla se mostró reacia a ser gatillada. Y luego, a modo de consejito: “Deberíamos mantener el amor joven todo el tiempo, ¿verdad? Joven y ligero. Incluso quienes están juntxs desde hace rato. Ojo, no me refiero a vivir en el
pasado; me refiero a recordar la inocencia y la dulzura de los primeros pasos”.
Por lo demás, sobre sus más de 50 fotografías: “Ninguna es mi favorita, todas
tienen una personalidad única e irrepetible”. Y expresan una (presunta) verdad
que, en formato cliché, sería: “Todo lo que necesitas es amor”. O un iPhone y
purretes demostrativos, lo que llegue primero.
Julia y Ulises decidieron separarse. Los dos intentarán, desde su propio mundo,
reconstruir aquello vivido. El recuerdo será el motor a partir del cual el pasado regresa,
pero con un sabor distinto, con el registro propio del presente. El día que se conocieron,
los olores, las miradas, el encuentro; el día que decidieron convivir, los poemas, el deseo,
la palabra como un puente infinito, el día que Julia arma su bolso y deja de ser parte del
destino de Ulises; el día que dejan de amarse. Vuelve Amorar, la pieza escrita y dirigida por
Eloísa Tarruela, por nueve únicas funciones a partir del 4 de abril.
Sábados 20.30 hs. Teatro Pan & Arte, Av. Boedo 876, CABA. Localidades general: 100 pesos. Estudiantes y jubilados: 80 pesos. Reservas: 4957-6922 y por Alternativa teatral.
CIFRA
35
veces denunció a su ex pareja por
amenazas o lesiones graves en la Justicia de Rosario. Hace 15 días fue la
última vez que Jésica volvió a denunciarlo. Este martes se encadenó en las
rejas de los tribunales de esa ciudad junto con otras víctimas de violencia de
género, para reclamar que se cumpla la Ley 26.485 de Protección integral
para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. Todas se
quejaron del tratamiento que reciben en la fiscalía a cargo de las causas
penales sobre violencia de género, ante el fiscal regional Jorge Baclini, que
prometió otro encuentro el martes próximo, según un informe de
Cooperativa La Brújula. La mujeres exigen que se trabaje en un protocolo de
actuación judicial y se cree un ámbito adecuado para efectuar las denuncias
con privacidad, y contemplando la situación crítica que atraviesan las
víctimas. Sólo en los primeros 25 días de 2015, la línea de denuncias de
Rosario recibió 180 alertas.
A
HOGUE
RA
AL
LA
Corazón de leona
SE DESHACE DE LO QUE DETESTA
SABRINA MARCANTONIO *
El acoso callejero
T
iraría a la hoguera a los agentes activos del acoso callejero, a esos que disfrutan faltándote el respeto, haciéndote sentir de la peor manera que les sea posible e incluso,
en muchas ocasiones tocando alguna parte de nuestro cuerpo sin nuestro consentimiento. A esos que lo hacen desde el anonimato, cuando te ven sola o acompañada de otra
mujer, y en inferioridad de condiciones para defenderte, dejando así a las claras su cobardía de la que, sin embargo, parecieran estar orgullosos. Pero, sobre todo, tiraría a la hoguera a los agentes pasivos del acoso callejero. Esos que por medio de naturalizaciones insólitas siguen permitiendo, e incluso avalando que esto ocurra. Esos (y esas, porque estamos tan oprimidas que hasta nos han enseñado a atacarnos entre nosotras) que, no siendo ellos quienes llevan a cabo la acción de acosarnos, sin embargo se encargan de justificar a los inadaptados sociales e incluso llegan a culparnos por nuestra forma de vestir o,
lo que es más ridículo aún, por tener algún rasgo llamativo.
Tiraría a la hoguera a todos aquellos que no pueden discernir entre la víctima y el
victimario y, lo que es peor aún nos transforman en culpables de un hecho que no lo
somos, haciendo cada vez más difícil darle fin a una situación de injusticia tan grande.
*Autora y directora de Casandra está insolada (viernes 21 en El Piso, Hidalgo 878).
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Esos raros
nuevos
talentos
POR VICTORIA LESCANO
L
a transitada alfombra púrpura del Faena Hotel cobijó la sexta edición del concurso Fashion Edition Buenos Aires –FEBA– y que en su procesión de estilos y con los modales de un concurso de diseño (pasadas de tres conjuntos para cada
participante) difundió la moda en boga en las academias
El paisaje como inspiración para los textiles y las morfologías, las construcciones con trapos de piso de apariencia net, rompecabezas textiles cruza con origamis, tributos a la cultura animé y los rituales. Mientras que las diseñadoras de la marca Yûki &
Zuki trasladaron a la pasarela atuendos representativos de su mirada sobre la fantasía pop –en cortas chaquetas en tono pastel y
ricas en estampas contrastadas con faldas plisadas–, las citas a los paisajes irrumpieron en la firma Boerr Yarde Buller (los outfits
de su colección resultaron de los paños más nobles, una paleta de negro, blanco y gris con la particularidad de que uno de los
modelos llevaba el rostro maquillado con base negra); el paisaje patagónico representa las búsquedas de la firma Abre, diseñada
por Luz Arpajou y Laura Leiva desde Neuquén. La secuencia de abrigos negros con tocados al tono matizada con faldas y pantalones en seda presentada por Anabella Bergero, fue la premiada por el jurado de expertos en moda (Andrea Saltzman,
Turquesa Topper y Gustavo Lento y Lisette Trepaud y la revista Harper’s Bazaar) con cien mil pesos para la realización de una
colección que será presentada en septiembre en la semana de la moda de México. Los disparadores de la colección de Bergero
fueron los contrastes entre lo primitivo y “lo moderno”. La diseñadora de 24 años se refiere a sus premisas y desarrollos: “La relación surge a partir de lo conceptual, donde imágenes visuales provenientes de la tribu Selk’Nam y las pinturas de Piet
Mondrian y de Kazimir Malévich componen una imagen unificada. Lo primitivo se encuentra en la inspiración que aportó la
tribu del sur de Argentina, donde el lenguaje visual, la manera en la que pintaban sus cuerpos nos remontan a un estilo de vida
primitivo, completamente diferente a los de Malevich y Mondrian. Me pareció interesante encontrar un balance entre la sabiduría proveniente de épocas donde no había civilización y las reflexiones visuales posteriores. Reflejé ese mix en mi elección de
la materialidad para realizar las prendas, donde los textiles naturales coexisten armónicamente junto con sintéticos”.
¿Qué ritual contemplaste para la realización y los modos de uso de las prendas?
–Encontré muy inspiradora la vestimenta que usaba la tribu Selk’Nam en su rito de iniciación llamado Hain. Como la colección que presenté en el FEBA fue mi primera colección a nivel profesional, considero que fue una experiencia de iniciación para mí y en ese sentido al proceso de diseño lo sentí como un ritual personal. El abrigo o tercera piel fue diseñado como la prenda que contiene al cuerpo, invita al usuario a verse inmerso en un mundo introspectivo de reflexión; me pareció importante
mostrar a una mujer fuerte e imponente y que su fortaleza proviniera de algo que surge del interior.
¿Cómo definís tus deliberados contrastes textiles? ¿Asistís a talleres de experimentación con textiles?
–Uno de los textiles que utilicé fue producido con una técnica conocida como handtufting, que habitualmente se aplica para
la elaboración de alfombras, se caracteriza por generar textiles con mucho volumen y porque su textura se parece al pelaje de la
lana. La combiné con rib de lana y de algodón, neoprene, sinamay, telas tipo spacer y sedas. Hace un tiempo que asisto a talleres textiles de Silvina Romero y ahora comencé a aprender con la diseñadora Araceli Pourcel.
¿Cómo y cuándo fue el paso de la arquitectura al diseño?
–Viví en México desde los 12 hasta los 21 años, por lo que al terminar la secundaria allá comencé a estudiar Arquitectura, y
los dos años que la realicé me dieron una educación sobre el manejo de la morfología que fue muy útil. Finalmente dirigí mi
camino hacia el diseño y fue amor a primera vista. Comencé a estudiar indumentaria en 2012, cuando volví a vivir a Argentina
y el año pasado tuve la oportunidad de hacer un intercambio académico en Copenhague y esa experiencia enriqueció mucho
mi desarrollo personal y profesional. En México presentaré una colección primavera-verano y, seguiré trabajando con indumentaria femenina. En este momento estoy en una etapa de investigación y de absorción al estilo esponja.
TW
Piden reforma tributaria,
pero fraternidad impide reforma
para que las mujeres conduzcan
trenes: Radio10 @Radio10
#YA “Estamos luchando por una
reforma tributaria” Omar
Maturano de La Fraternidad
@jdiazok @germanpaoloski
@radio10
Huevos: huacha descalza
@colomba_blue
En relación al tema aborto,
estimado señor, le sugiero que se
preocupe de sus testículos que yo
me preocuparé de mi útero.
Parirás con dolor: Mi
Lifetime @MiLifetime ¿Cómo
sería la historia actual si la Biblia
hubiera sido escrita por mujeres?
Exprésalo, #TheRedTent.
Frenos: Campaña Nacional
@DerechoDecidir Estancada
iniciativa para despenalizar el
#aborto en San Luis
La independencia se aprende:
Florencia Scarpatti @florscarpatti
Se me quedó el auto. Aprendería
de mecánica del automóvil para
no depender de nadie.
La monogamia no le hace
bien a la tierra: Claudia Acuña
@muclaudia La conclusión más
alarmante: el monocultivo de
soja sembró en la Cuenca del
Plata un monocultivo marítimo:
la cianobacteria. Infecta.
La poligamia a veces le hace
bien a las citadinas: María del
Mar @mardelosmares
La otra directora de
Masterencitas dice que “La posta
es salir con todos... Y no negarle
nada a nadie”.
Periodista de policiales alude
a chicas ajusticiables: Bracesco
@Bracesco En donde anda
@moranzonidiego Espero que
no lo pesquen otra vez en lugares
con chicas ajusticiables por una
módica suma de dinero.
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A
AN
PANT
CINE
LA PL
AL
Esto también pasará
Togetherness, la serie de HBO escrita, dirigida y protagonizada por
los hermanos Duplass, muestra esa amarga melancolía por la
juventud cuando todavía se es joven.
El infierno son lxs otrxs
La mujer que sigue pidiendo pista para el disfrute aún siendo
abuela, en Party girl, el film estrella del ciclo Les Avant-Premières,
el festival que adelanta gran parte del cine francés que se podrá
ver en el año.
POR DOLORES CURIA
POR MARINA YUSZCZUK
E
specialistas en adultos que no terminan de despegar, que en lugar de ser
protagonistas de sus propias vidas ocupan un colchón en la casa del amigo,
o siguen sin abandonar el cuarto lleno de posters de la casa de mamá, los
hermanos Jay y Mark Duplass escribieron y dirigieron algunas películas extrañas:
en Cyrus (2010), Jonah Hill como hijo tiene que lidiar con el nuevo novio de la
madre, una demasiado joven Marisa Tomei que lo mima como a un nenito. En
Jeff, who lives at home (2011), Jason Segel ocupa el sótano en la casa de la madre,
no tiene trabajo y parece que sólo puede movilizarlo el reencuentro con el hermano responsable (Ed Helms), ese que se banca un trabajo y un matrimonio infeliz
con tal de llamarse adulto. Como si el cine independiente pasara recogiendo los
desperdicios del modelo triunfal norteamericano, las películas se pueblan de vagos, insatisfechos, desorientados, jóvenes tardíos que se están quedando pelados,
madres solteras que no se saben despegar de los hijos grandulones, treintañeros de
buzo con capucha y barba de varios días que no precisa afeitarse para ir a ningún
trabajo. O simplemente, infelices y fracasados.
Suena fatal pero los Duplass saben reírse de su troupe melancólica, y sobre todo
saben capturar esos matices de sinceridad que hacen a la insatisfacción de sus personajes algo un poco más digno que la oculta y avergonzada insatisfacción promedio. Togetherness, la serie de HBO escrita, dirigida y protagonizada por los hermanos que acaba de terminar su primera temporada y se prepara para una segunda
vuelta, pertenece de pleno derecho a este árbol genealógico subdesarrollado porque gira alrededor de un puñado de casi cuarentones que, o no tienen la vida tan
resuelta como parece, o no tienen la vida resuelta para nada. Brett (Mark
Duplass) y Michelle (Melanie Lynskey) están casados, tienen un bebé y una nena
en edad de jardín, una casa y un auto. El trabaja como sonidista en Hollywood y
se deja maltratar por directores de bodrios ruidosos, ella trata de ocupar su tiempo en colaborar con un proyecto de escuela para el barrio. De alguna forma, en
algún punto del tiempo anterior al inicio de la serie, Brett y Michelle se olvidaron
de cómo era eso de divertirse juntos, y esa diversión incluye al sexo. A veces él estira la mano en la cama, trata de bajar un bretel, ella se hace la dormida. Cuando
él pregunta: “¿Por qué no querés coger conmigo?”, ella responde, con una sinceridad absoluta que sin embargo no arregla nada: “No sé”.
A la casa de Brett y Michelle cae el mejor amigo de Brett, un aspirante a actor cuya
carrera se ve saboteada desde hace años por tener cada vez más panza y menos pelo.
Apurado por cuentas que no pueden pagarse, desalojado, Alex (Steve Zissis) se apodera del sofá, aunque pronto tenga que disputárselo con Tina (Amanda Peet), la hermana de Michelle que vino hasta Los Angeles atrás de un tipo que la acaba de dejar.
Tina no tiene hijos, ni trabajo, ni intereses, ni habilidades, ni nada, y opta por alquilar castillos inflables para fiestas como una opción para pasar el rato mientras aparece
el tipo que la mantenga. La serie los acompaña en el lento desarmarse de las certezas
que en realidad ni siquiera tenían, desde los pocos momentos de gracia que en la juventud parecían un estado permanente y unos años después se pueden buscar casi a
ciegas, hasta los rechazos más punzantes. Porque Togetherness es el tipo de comedia
donde el protagonista corre, como manda el género, para decirle a la mujer que todavía la ama, pero ella está en un cuarto de hotel besándose con otro. Así terminó la
primera temporada, con una incógnita sobre el futuro de cada personaje que ya de
por sí no podía más de incierto y una familia que, a punto de desarmarse, no hace
más que sumarle amargura y precariedad al título de la serie.G
A
ngélique, la protagonista de Party Girl, encastra en una genealogía de personajes femeninos de la noche que en algún momento quedan ante la encrucijada: apartarse del camino del trasnoche o seguir bailando hasta que las luces
delatoras lleguen para empujar hacia la salida. Con ese título, podría esperarse encontrar en Party girl un personaje guionado por Lena Dunham (Girls): joven, soltera,
partuzera y con la cara contra la pared que en algún momento le impone la adultez.
Pero no es el caso. La protagonista aquí tiene más de 60. Y unos 60 a los que ha llegado, no después de años de peeling y pilates, sino después de años de gira. Es abuela, no de las que tejen escarpines, sino de las que quieren divertirse. La película está
dirigida por Marie Amachoukeli, Claire Burger y Samuel Theis, y es la estrella de la
sesión Femme de Les Avant - Premières, el festival que adelanta gran parte del cine
francés que se irá estrenando en la cartelera porteña a lo largo del año.
Party girl es una historia autobiográfica, inspirada en la madre de Theis, unx de
los tres directorxs. La dueña de esta historia verdadera se llama Angélique
Litzenburger, actúa de sí misma y conserva su nombre de pila. También actúan el
codirector, Samuel Theis, y sus hermanos, interpretando a los hijos de la protagonista. Angélique ha vivido su vida adulta trabajando en cabarets. Pero ya no se dedica al baile del caño sino a interactuar con los viejos mirones en la penumbra.
De repente, es sorprendida por uno de los clientes, que se enamora de ella (aunque ella no está tan segura de acompañarlo en el sentimiento): un minero retirado
que velozmente sugiere matrimonio. Acepta, aunque ella misma es muy consciente de que le gusta andar suelta.
Angélique tiene una hija casada con la que come pastas los domingos. Otro hijo que es un introvertido guardia de seguridad. Otra adolescente de la que le sacaron la tenencia en circunstancias que no conocemos. Y un cuarto, interpretado
por Theis, que hace de sí mismo. Es gracioso que el codirector se haya reservado
para sí el papel del hijo comprensivo y triunfador en los términos del chic urbano
–carilindo, progre, con suficiente dinero para vivir en el centro de París–. El reencuentro de Angélique con la hija que ya no está bajo su cuidado parece ponerla
frente a una idea de maternidad para la que hay que rendir examen. La madre
adoptiva contrasta con la biológica (tiene una casa enorme, en un barrio apacible,
una cara sin maquillaje y una presencia asexuada).
No importan los sutiles, y tal vez bienintencionados, discursos pedagógicos que
lxs otrxs le deslizan a Angélique: que aproveche ahora que puede encauzar su vida.
Aunque se casa y se va a vivir a con el minero, sabemos que Angélique no está para cambiar el top de lamé por el camisón, ni para barrer la cocina en bata de algodón. Y hasta su flamante y osuno marido lo dice.
Party girl no tiene el tono empalagoso de Desayuno en Tiffany’s (1958). Ni un
desenlace como el de Butterfield 8 (1960): Elizabeth Taylor allí es una fiestera que
paga con la muerte repentina el querer redimirse (en un mismo accidente
Hollywood lavaba también la imagen de la Taylor de verdad), al enamorarse de
un hombre casado y “romper un hogar”. Por algo el título se tradujo como Una
mujer marcada. Tampoco esta party girl es la prostituta de Dios se lo pague
(Amadori, 1946) que, en efecto, paga sus culpas enganchándose con un vagabundo que, oh sorpresa, ¡era millonario! y que la lleva derechito a la Iglesia. El final
de Party girl es liberador (es obvio que no puede bajar las mismas líneas que sus
predecesoras, que quedaron tantas décadas atrás) pero igual deja en la boca algo
agrio, la sensación de haber estado frente a una advertencia disimulada: familia y
fiesta no son compatibles. Esa idea, algo conservadora, algo obtusa, de que en la
vida siempre pero siempre hay que elegir. G
Les Avant - Premières. Del 9 al 15 de abril , en Cinemark Palermo. Cronograma:
www.cinefrances.com
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FOTO: SANDRA CARTASSO
Temor y temblor
Las olas del mundo, de Alejandra Laurencich, reconstruye con
detalle y vuelo a la vez el ambiente de penumbra y clandestinidad
decretado por la dictadura cívico-militar.
POR DANIEL GIGENA
“
Con mi hermana nos contábamos historias sobre
Spinetta: un invento sobre
la figura de Luis, al que adorábamos como a un dios. Era algo que nos entretenía cuando
éramos chicas, a la noche,
cuando nos íbamos a dormir.
Teníamos códigos y hasta palabras inventadas para referirnos
a lo que producía ese Luis. Yo
me esmeraba en imitar su voz,
porque a mi hermana le fascinaba escuchar los diálogos entre personajes con voces reales”,
cuenta Alejandra Laurencich
(Buenos Aires, 1963), flamante
autora de Las olas del mundo.
En ella, Andrea Debari, una
chica que cumple trece años el
día del golpe de Estado contra
Isabel Perón, apela a su imaginación para sobrellevar una realidad al comienzo tan sólo
aburrida, pero que luego irá cobrando matices siniestros.
Andrea vive con sus padres, su abuela paterna y su hermano mayor, Fabián, en un
barrio porteño; va a una escuela de monjas y tiene una única amiga. Marí se convierte
de inmediato en la oyente privilegiada (además de ser la única) de las historias que
Andrea, como una Scherezade perpleja y voluntariosa, hilvana con los materiales que
tiene a su alcance: titulares de diarios y revistas, anécdotas provistas por su hermano,
un simpatizante de la izquierda popular de esos años; letras de canciones de Pescado
Rabioso, Víctor Jara y Los Rolling Stones; personajes del entorno familiar transformados por la varita mágica de la narración alucinada. “Era lindo contar y sentir del otro
lado esa energía hipnotizada, esa fe en cada cosa”; en esa reflexión de Andrea acerca
del poder que sus palabras tienen sobre su única amiga se esconde una poética equilibrada, una operación de sumas y restas, de macerados de experiencias propias y ajenas
con las que resistir las agresiones del mundo (que no serán pocas: exilios forzados, secuestros y duelos, y un sentimiento de culpabilidad que parasita a la protagonista).
“Detestaba ser una buena chica, detestaba que me miraran como si fuera un ángel, hubiera querido se una bruja, un demonio. Que los chicos y los grandes se
abrieran paso al verme. Que me miraran con miedo y respeto”, dice Andrea, pionera de su propia rebelión, en la primera parte de la novela. Varias veces se ha señalado el poder de resistencia que los relatos literarios, cinematográficos, periodísticos incluso tuvieron entre 1976 y 1983 en la Argentina. Los años posteriores a la
dictadura, otros relatos reconstruyeron, mediante el testimonio, la documentación
o la narración política, lo que había ocurrido y sus efectos sobre la sociedad. Las
olas del mundo crece en un hueco entre ambas configuraciones y muestra el proceso
de construcción de una ficción redentora, un refugio verbal para una adolescente
invadida por el miedo, arrasada por aquello que no puede comprender y, a causa
de una decisión errónea (tomada con la intención de ayudar a su hermano), también por la culpa. Esa instancia subjetiva adquiere mayor relieve en el último tercio
de la novela, donde la primera persona es reemplazada por una narradora más distanciada, que sigue a Andrea a partir de 2004, pocos días después de la recuperación del predio de la ex ESMA como Espacio para la Memoria y la Promoción y
Defensa de los Derechos Humanos. Convertida en una mujer de 41 años, sola con
su profesión, sus recuerdos y unos rituales para amortiguar la soledad, Andrea encuentra en la escritura (doblemente: reencuentra sus anotaciones de adolescente en
viejos cuadernos contables y a la vez escribe a partir de ese hallazgo) una formación
similar a “una ola enorme que avanza hacia ella”. Es posible que la nueva novela de
Laurencich –palimpsesto de canciones de rock, proclamas libertarias y personajes
de ficción reduplicados en la ficción– se asemeje también a una descripción figurada del método para resistir el embate de esas olas que aún llegan desde el pasado. G
Alejandra Laurencich
Las olas del mundo
Novela
Alfaguara
INGRID BECK
Hay cadáveres
El hartazgo por las crecientes cifras de femicidios y violencias
contra las mujeres aúnan las voces de muchxs que se preguntan por
qué no salir a la calle a gritar tantas muertes. Algo de esa pregunta
empezó a corporizarse en la acción Ni una menos.
POR FLOR MONFORT Y MARINA MARIASCH
E
s hora de que las muertes de las mujeres a manos de varones pasen a ser un
tema de la sociedad entera. El jueves pasado, desde las 16, en la Plaza Boris
Spivakow del Museo de la Lengua, éramos bastantes mujeres, había pocos
varones, y muchas lágrimas, abrazos, reencuentros. Había mucha tristeza y bronca
contenida. La madre y el padre de Wanda Taddei, Beatriz Regal y Jorge Taddei;
Adriana Belmonte, la mamá de Lola Chomnalez, algunxs de quienes leyeron con la
garganta hecha un nudo por sentir el dolor en el cuerpo, por ese cuerpo criado y
cuidado que un día se convirtió en deshecho de un violento. Al mismo tiempo, en
la ciudad estallaban otros reclamos: a la vuelta, sobre la avenida Las Heras, frente a
la embajada de Paraguay, se escuchaban los ecos de sus proclamas; en el centro, un
repudio a la quema de un muñeco de Hebe.
En la plaza, bajo un sol tibio ya otoñal, entre las rejas bien recoletas de una zona
exclusiva conocida como “la isla”, éramos muchas mujeres, casi todas militantes públicas contra la violencia machista. Muchas, pero no las suficientes para tomar la calle, cortarla, llamar la atención sobre las muertes que se acumulan, sin cifras oficiales,
pero con el relevo escalofriante de la ONG La casa del encuentro: una mujer muere
cada 30 horas en la Argentina. La intención de esta acción espontánea llamada Ni
una menos es salir a la calle a compartir la furia, no sólo para no seguir estancando la
ira sino para agitar la agenda política de un tema que parece invisible, como si siguiera siendo un asunto que se resuelve puertas adentro. El femicidio de Daiana García,
aparecida en una bolsa negra de consorcio entre restos de basura, fue el puntapié para la reunión, de la que participaron leyendo poemas y textos propios y ajenos, durante más de cuatro horas, María Moreno, Selva Almada, Ingrid Beck, María Pía
López, Florencia Abbate, Vivi Tellas, Virginia Cano, Luciana Peker, Colectiva de
Antropólogas Feministas, entre otrxs. La acción se replicó en Córdoba a horas del femicidio de Andrea Castana, con lecturas, performances y proyecciones.
Algo del espíritu de las lecturas puede resumirse en el deseo de ocupar el espacio
público con libertad, salir a la calle a cualquier hora, caminar sin sentir el aliento en
la nuca, circular con la ropa que queramos, cuando queramos, sin que eso sea tomado como símbolo de provocación, de procacidad. Salir sin corpiño, sin remera,
con la calza donde se nos cante, el culo inflado de maternidad y torta. A la plaza
fuimos entre amigas, con nuestras hijas e hijos, para juntar recursos y estrategias,
para darnos una mano y sostenernos. Como Belmonte, que temblaba mientras leía
pedazos rotos del diario de su hija que quería crecer y ayudar a otrxs: quería ser psicoanalista y acróbata. La mamá de Lola Luna, asesinada en Valizas a fines de diciembre, bajó el escalón de piedra del brazo de una amiga. Estábamos todas en la
misma. ¿En la misma bolsa? Hoy no, pero tal vez mañana. “Yo no soy la mujer de
la bolsa, porque esa (entre otras) es Daiana, quien ya no está, y nada debería borrar
lo insustituible de su ausencia, lo irrecuperable e insuplantable de su muerte violenta a manos de un femicida”, leyeron Cano y Marta Dillon a dueto, en un texto que
titularon “Que la rabia nos valga”, arengando también a las identidades trans, tortilleras, tan víctimas del heteropatriarcado como el resto. Por nombrar un emblema:
la Pepa Gaitán, fusilada por el padrastro de su novia el 7 de marzo de 2011.
Es de esperar que esta acción sea la primera de muchas, la que lanza al mundo ese
grito contenido que venimos tragando, pero que alivia su llanto en la viralización en
las redes sociales: muchas dicen basta y quieren sumarse en el futuro. Que así sea. G
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O
NO
EL
MEGAF
Marcela Fillol murió
sin ver a su hija
No soy yo, no
POR LILIANA HENDEL *
M
arcela Fillol murió el 22 de febrero de
2015.
Si la muerte llegó con anuncios previos
y podría haber sido digna y no fue, debemos hablar de la responsabilidad de quienes lo impidieron. Si están en juego la salud y emocionalidad de una niña, los responsables de cuidar de la niñez deben dar
cuenta de sus actos por no haber cumplimentado con la debida diligencia de la
que hablan los tratados de derechos humanos y los recursos disponibles para evitar los daños. O disminuirlos.
Marcela Fillol, igual que Alicia Muñiz,
igual que Wanda Taddei, pasará a ser un
emblema de los movimientos que reclaman justicia para las mujeres y las niñas.
Ella se fue del país y se enfermó gravemente estando afuera, un dato que el padre de la niña –del cual ella huía por violento– aprovechó para denunciarla por
obstrucción del vínculo. La Justicia no tomó en consideración la enfermedad e internación de Marcela. No le preguntó ni la
escuchó.
La jueza Marcela Trillini primero y luego
Silvia Celina Sendra, del Juzgado de
Familia Número 3 de San Isidro, separan
drásticamente a Marcela de su hija Jazmín
–de siete años–, la acusan de Síndrome
de Alienación Parental (SAP), un inexistente cuadro diagnóstico derivado del modelo de la Guerra Fría de lavado de cerebro,
que supone que se puede convencer a un
niño/a de haber sufrido una violación. La
Justicia no toma en cuenta los estudios de
género, la cámara Gesell y los dichos de la
niña. No le pregunta. No la escucha.
Marcela vive en el Sur. Su enfermedad
avanza, sólo desea ver a la niña y despedirse. La Justicia actúa lenta. La orden de
revinculación, tan rápida con padres probadamente abusadores, es más lenta que
la veloz metástasis. La defensora que debía cuidar de Jazmín no pregunta ni escucha.
El estado es terminal. La orden judicial
llega; el padre incumple. Nadie sanciona.
La niña llega a Bariloche horas después
del fallecimiento de Marcela.
¿Quién le pidió explicaciones a la jueza
Trillini? Nadie.
¿Quién reclamó a la defensora Ana
María Fernández Irungaray, que debió
protegerla? Nadie.
¿Quién evalúo si, efectivamente, la niña
está en manos de un abusador y eso confirma que vive en riesgo psicofísico?
Nadie.
¿Quién le devuelve las últimas horas a
Marcela que, sabiendo que se moría, sólo
quería despedirse de su hija? Nadie.
¿Quién le devuelve a Jazmín la infancia? Nadie.
Marcela Fillol será un emblema para
que su muerte ayude a construir el camino
hacia otra Justicia y para que Jazmín sepa
que su madre pidió por ella. Que la amó e
intentó cuidarla. Que pensar en ella le
arrancaba sonrisas de recuerdos alegres.
Digamos fuerte “Marcela Fillol” y otras
voces gritarán “¡Presente!” y se sacudirán
las estructuras de organismos canallas
que no cumplen con sus mandatos, de
juezas corruptas que se jubilan rápidamente para evitar los juicios que merecen
y de defensoras que dan discursos para
ocultar que sus ausencias matan, golpean
y dañan.
* Psicóloga y periodista de Visión 7, en
la Televisión Pública, y coordinadora de la
Red Internacional de Periodistas con
Visión de Género (Ripvg) en Argentina.
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ENTREVISTA Además de la amenaza siempre presente de las leyes de
criminalización de las personas que podrían transmitir el VIH, los
medios hegemónicos en Brasil han contribuido en las últimas
semanas de marzo al pánico moral difundiendo informes sobre
prácticas sexuales no hegemónicas, como si allí estuviera la cuna de
todos los males y no hubiera unas pocas medidas prácticas para el
autocuidado. Sonia Corrêa, feminista e investigadora de la
Asociación Brasileña Interdisciplinaria de Sida, alerta sobre esta
situación, que no es aislada sino que se relaciona con otras iniciativas
punitivas a la autonomía de las personas, que suceden en nuestro
continente y también –y sobre todo– en el Hemisferio Norte.
D
urante el mes de marzo, el debate sobre la criminalización de la
transmisión del virus de VIH/sida cobró relevancia en los medios a través de diversos reportajes. Sonia Corrêa,
investigadora asociada de la Asociación
Brasileña Interdisciplinaria de Sida
(Associaçao Brasileira Interdisciplinar de
AIDS - ABIA) y cocoordinadora del
Observatorio de Sexualidad y Política
(Sexuality Policy Watch; SPW, sigla en
inglés), afirma que la falta de información sobre el tema y la falta de preparación de los medios brasileños contribuyeron a crear un clima de pánico moral
que afectó a la sociedad brasileña. Para
Sonia Corrêa, el hecho de desplazar el
foco de la atención hacia un pequeño
grupo con prácticas sexuales disidentes
(tales como el barebacking) oculta las
condiciones y factores que están en el
centro del debate sobre el aumento de la
epidemia de VIH/sida.
ABIA: –¿Cómo evalúa esta ola de criminalización de la transmisión del VIH en
el Brasil?
Sonia Corrêa: –Las propuestas de criminalización de la transmisión del VIH no
son recientes en este país. Desde la década de 1980 se han aplicado los artículos
existentes en el Código Penal de 1940
(referentes a la transmisión de una enfermedad contagiosa) para criminalizar
personas que supuestamente transmitieron el VIH a otras. El primer proyecto
de ley específico de criminalización de
transmisión del VIH es de 2001. Ya en
2012, la ABIA produjo un informe
sombra sobre el problema de la criminalización de la transmisión del VIH en el
país, presentándolo en la Revisión
Periódica Universal (RPU) del Consejo
de Derechos Humanos de la ONU
(CDH - ONU). El informe identificó y
analizó críticamente casos en marcha, en
los cuales había personas acusadas que
estaban siendo juzgadas con base en el
Código Penal de 1940. Tal vez lo que
ahora sea nuevo es que esta ola actual se
da en un momento político problemático, porque el nuevo presidente de la
Cámara Federal, diputado Eduardo
Cunha, es evangélico y se declaró en
contra de los homosexuales, el aborto y
la prostitución. Ya empezó a promover
proyectos de ley de corte conservador en
relación con varios temas, inclusive en lo
que respecta a la criminalización de la
transmisión del VIH. Más allá de esto,
existe una enorme desinformación sobre
este tema en nuestro país. Los medios
deberían reflexionar más sobre el papel
que vienen desempeñando, porque lo
que han hecho hasta ahora ha sido promover el pánico moral. Por ejemplo, en
el Brasil no han sido divulgados análisis
críticos que están disponibles (producidos por agencias de las Naciones
Unidas, instituciones académicas o redes
globales que trabajan con VIH/sida, y
que abordan la ineficacia y los efectos
negativos de esas leyes penales. Uno de
ellos es el Manual de la Onusida
(Unaids) sobre Criminalización (2009)
y, más específicamente, el “Informe de
la Comisión Global sobre el VIH y la
Ley” (2012), publicado en portugués el
año pasado. Algunos de estos análisis señalan que en varios países en donde las
leyes criminalizan la transmisión del
VIH, tal fenómeno tuvo lugar como
efecto de situaciones de pánico moral
creadas alrededor de casos específicos de
transmisión. Principalmente, este vasto
conjunto de materiales destaca reiteradas
veces que aquellas legislaciones no tienen efectos positivos desde el punto de
vista de la salud pública, o sea, de las
medidas de prevención.
ABIA: –¿Cuál es la situación actual de
las leyes que criminalizan la transmisión
del VIH en el panorama mundial?
Corrêa: –Siempre que se habla sobre
este tipo de legislación, se hace una
asociación con las políticas globales de
VIH y del sida implementadas por la
administración de George Bush al comienzo de la década del 2000. Esa asociación no es incorrecta en función del
tono moralista de las políticas norteamericanas de aquel período; de hecho,
influyeron directamente en la adopción
de legislación criminal específica en los
países del Africa Subsahariana. No obstante, un gran número de estados en
los EE.UU., Canadá y varios países europeos aplican los artículos de sus códigos penales (es decir, leyes penales generales) para criminalizar a personas
acusadas de transmitir el VIH y el sida.
El ejemplo más conocido y debatido es
el de Suecia, país que también criminaliza a los clientes de sexo comercial.
Este es un dato importante y paradójico, porque los países del Norte, supuestamente desarrollados y vistos en general como “modelos de democracia y de
bienestar”, en este caso no ofrecen un
buen parámetro. Mapas recientes de
esas leyes criminales muestran que a pesar de que en Africa y en otras regiones
del Sur Global se han adoptado recientemente leyes específicas de criminalización de la transmisión del VIH/sida,
no han sido efectivamente implementadas. Pero en Canadá, Estados Unidos y
Europa (especialmente Suecia), la criminalización de hecho se implementa a
partir de leyes no específicas, muchas
veces de forma draconiana. Por este
motivo, las redes internacionales que
trabajan con el tema hacen críticas severas y sistemáticas a las políticas criminalistas de esos países.
ABIA: –¿Cómo debería orientarse a la
sos vos, es aquélla
sociedad sobre este tema?
Corrêa: –Desde hace algunos años, la
ABIA viene realizando acciones para informar a la población y ampliar la discusión sobre la criminalización. En el
2010, organizamos un seminario en
conjunto con la Orden de los Abogados
del Brasil (Ordem dos Advogados do
Brasil - OAB) y el grupo Pela Vidda
Niterói. Ese seminario dio origen a una
publicación, editada en el 2011. En
cuanto al informe sombra que mencioné
anteriormente, la ABIA demostró cómo
el uso aplicado por la policía y el Poder
Judicial sobre los artículos existentes en
el Código Penal para criminalizar la
transmisión del VIH puede constituirse
en una violación de los derechos humanos. El caso emblemático fue el de una
mujer condenada en Río de Janeiro por
la transmisión del VIH y la muerte de
un hombre. El fallecimiento había sido
antes de la investigación. Podemos decir
que esa mujer fue condenada y encarcelada con base en el “me dijo que le dijo”. Aunque ella pueda haber tenido relaciones sexuales con el hombre que falleció, éste también puede haber tenido
relaciones con otra persona con VIH
positivo. O sea, en esas condiciones, era
prácticamente imposible la prueba de
una transmisión. El año pasado la ABIA
también promovió la diseminación del
“Informe de la Comisión Global sobre
el VIH y la Ley”, documento que al día
de hoy constituye un parámetro fundamental para este debate.
ABIA: –¿Cuáles son los efectos negativos más relevantes de la criminalización
de la transmisión?
Corrêa: –Quisiera citar otro documento
importante en el debate global sobre este tema: la Declaración de Oslo sobre la
Criminalización de la Transmisión
(2012), que a su vez trae varios artículos
sobre cómo y por qué, en términos de
la salud pública, la criminalización genera más daños que beneficios. Por
ejemplo, el documento afirma que las
medidas que permiten a las personas tener acceso a testeos y a medidas de prevención (tales como preservativos y, actualmente, nuevas tecnologías) son
siempre mucho más eficientes en términos de salud pública que la adopción de
una ley penal. Esto es lo que la ABIA ha
defendido. La ley penal puede tener un
efecto espectacular en los medios, pero
no impacta sobre los factores estructurales que explican la transmisión del
VIH en un sentido amplio, determinada por factores tales como desigualdad
de clase, género y raza, falta de acceso a
la información, servicios e insumos.
¿Qué sucede en la práctica cuando se
adopta una ley penal de este tipo? Se
identifica a alguien considerado culpable. Esto moviliza pasiones sociales relacionados con esa persona, que pasa a ser
vista como “la” responsable por la
transmisión de un virus que mata, porque tiene una sexualidad “irregular”. Y
cuando el foco (de la ley, de la política,
del debate público) aísla a esa persona o
a un grupo pequeño, son retirados del
debate otros aspectos más relevantes
que sí explican la ampliación de la epidemia. Por ejemplo: el VIH continúa
siendo transmitido y la epidemia crece
o se estabiliza porque un número significativo de personas no realiza tests, o
porque esas personas no toman las medidas de prevención necesarias, o porque cuando son VIH positivas no se
tratan. El foco en las sexualidades disidentes como los barebacking nos hace
olvidar que la transmisión entre hombres y mujeres continúa como un efecto
de la desigualdad de género, especialmente en el campo de la sexualidad.
Fue lo que le pasó a Talita, la participante del Gran Hermano (Big Brother
Brasil) que se transformó en la Geni
–este nombre hace referencia a la famosa canción de Chico Buarque, “Geni e o
Zepelim”, atribuido en el Brasil a personas que, en determinadas circunstancias
sociopolíticas, se vuelven blanco de repudio público (N. de la T.) de las redes
sociales porque no se cuidó como debía,
mientras su compañero había tomado
todas las medidas de prevención.
También están los jóvenes que tienen
sexo con hombres (o aquellos que se autodenominan gays), y que de alguna
manera dejaron de cuidarse porque las
campañas –mostrando que la epidemia
no desapareció– fueron abandonadas.
El tema del riesgo, particularmente entre hombres, es un tema poco debatido.
¿Por qué las personas no están usando
preservativos? ¿Por qué no los encuentran? ¿Dónde están los preservativos?
Aquellas personas que son VIH positivo, si no se están tratando, ¿por qué no
lo hacen? En fin, hay varias preguntas
de carácter social y cultural que quedan
en el olvido cuando se pone el foco en
3, 10, 15 personas envueltas en prácticas sexuales disidentes de transmisión
deliberada del VIH.
ABIA: –¿Cómo debería lidiar con esa
nueva ola el movimiento Sida?
Corrêa: –Es necesario tener mucho cuidado con el tema de las prácticas sexuales, sean cuales fueren, desde que se realicen con consentimiento. Más allá de
esto, ante cualquier debate realizado por
el movimiento Sida (o cualquier iniciativa que sea tomada en relación con el pánico moral creado alrededor del barebacking en el contexto de esa nueva ola
de criminalización de la transmisión del
VIH) es vital correlacionar ese tema con
todas las otras cuestiones que entran en
la bolsa de la criminalización, tales como el aborto, la criminalización de
clientes de prostitución y la criminalización de drogas. En este momento, todos
estos temas están a la orden del día en el
Congreso. Por ejemplo, existe un proyecto de ley llamado el “Estatuto del niño por nacer” (Estatuto do Nascituro),
cuya tramitación y eventual aprobación
puede implicar la eliminación de los tres
permisos de aborto en el Brasil: casos de
violación, riesgo para la madre y anencefalia. Considerando las condiciones políticas del Congreso, puede suceder que el
proyecto del diputado Joao Campos sobre la criminalización de clientes de
prostitución también salga del cajón para oponerse a la ley Gabriela Leite, presentada por el diputado Jean Wyllys. De
la misma forma, existen proyectos draconianos que tienden a ser promovidos
sobre el aumento de la criminalización
del uso de drogas, colocando a Brasil a
contramano de la tendencia mundial.
En el exterior, incluyendo los EE.UU.,
se ha repensado críticamente la “guerra
a las drogas”. Un debate informado y
plural sobre la criminalización de la
transmisión del VIH –pensada en ese
contexto más amplio– puede contribuir
para una reflexión crítica sobre el recurso fácil de la ley penal como instrumento de pedagogía social. Porque tal como
ha sucedido en otros países, esta perspectiva ha sido adoptada actualmente en
Brasil sin demasiado cuidado por varios
movimientos sociales que luchan por la
igualdad entre los géneros y los derechos
sexuales. G
Entrevista publicada originalmente en la
página web de la Asociación Brasileña
Interdisciplinaria de Sida (Associaçao
Brasileira Interdisciplinar de AIDS ABIA)
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Gabriela Michetti
O
MENAJ
E
La plantada
H
PERFIL
POR LUCIANA PEKER
“
Mírame a los ojos”, es el eslogan de campaña de Gabriela Michetti para gobernar la
ciudad de Buenos Aires. Sus ojos están apenas delineados por una liñita de maquillaje, no esconde sus arruguitas y, como siempre, apuesta a que su debilidad se convierta en fortaleza. Pero la versión 2015 de Michetti –además de los rulos domados por un
brushing aplastante– muestra a Gabriela enfrentando a su mentor, Mauricio Macri, que
ya declaró su apoyo explícito al jefe de Gabinete porteño –y archirrival histórico de
Michetti–, Horacio Rodríguez Larreta.
El guiño a la mirada es una apuesta a la confianza de una candidata que despertó la
idea de cercanía, honestidad y valentía. Gabriela siempre tuvo alta la imagen positiva, que
es como la autoestima encuestada de la política. Ella usó ese marketing y ese marketing la
usó a ella. En la carrera electoral del 2015, Mauricio Macri quería que fuese su vicepresidente (con el sexo neutralizado como práctica y lenguaje), la que lo secundaba desde abajo, hablando de corrido y con sonrisa de postal norteamericana de superación personal.
Pero Gabriela le dijo no. Y, cuando una mujer dice no, para Mauricio no es no.
Entre tanto nombre propio canchero (como si la campaña electoral fuera una rueda de
apretones de manos de una vernissage o un grupo de WhatsApp de un edificio con amenities), Mauricio le cobró a Gabriela su desafío y salió a apoyar explícitamente a Horacio,
en la mesa de Mirtha Legrand –que le ahorra a sus entrevistados atragantarse con preguntas sobre el aumento de la mortalidad infantil–, para las PASO que se votan, el 26 de
abril, en la Ciudad de Buenos Aires.
Mauricio rescató que Horacio estuvo ocho años en la Ciudad al pie del cañón. Una
metáfora bélica que demuestra que, cuando hay que elegir, las mujeres siguen relegadas a
la trinchera. Mientras tanto, Gabriela se quebró en Intratables y facturó que no creyó que
decirle que no a Mauricio iba a tener tantos costos. A Patricia Bullrich, que ahora apoya a
Mauricio por si alguien se perdió en la calesita oportunista, le pareció preciosa la comparación de Macri con un DT que, cuando tiene que ganar un partido, debe definir a su
mejor jugador para entrar a la cancha. Fútbol, guerra y piernas. El darwinismo político
confiesa que las heroínas amarillas son descartables si se revelan y no quieren acompañar
el poder como a su silla de ruedas, sino, además, avanzar por su propia cuenta.
Gabriela contó que la separación con su ex esposo (el periodista Eduardo Cura) le dolió
más que su accidente. Pero el macrismo recela de su actual pareja, Jorge Tonelli. No porque es el director ejecutivo de la Cámara Argentina de Productores de Especialidades
Medicinales de Venta Libre (Capemvel), que impulsó que las cadenas de farmacias vendieran medicamentos sin receta y golosinas en la ciudad de Buenos Aires, sino porque avizoran que detrás de toda gran mujer hay un hombre que pretende más poder.
El machismo juega también su propia interna. En la necesidad de Macri de colocarse
como una figura política y no sólo un bon vivant de los negocios paternos a costa del financiamiento estatal, la senadora y ex vicejefa de Gobierno porteño fue central. Pero
ahora que ella se juega a su propio peso la misoginia carnívora de la política no le perdona su autonomía. No le alcanza con ser la confesa de Jorge Bergoglio, aun antes de que
fuera papa, ni sus lealtades amarillas. Macri la sigue llamando hermanita. Pero, igual que
en las empresas, a las hermanitas se las puede espiar (como a la ya difunta Sandra Macri)
o conformarlas con un vuelto.
Gabriela no quiere encontrarse cara a cara con Mauricio. No quiere quebrarse. El mandato es que las mujeres, en la política como en el trabajo, se escondan en el baño para llorar. Justo ella que le sumó sensibilidad a un ingeniero frío y frívolo, pero ahora –que el
establishment lo tocó con la varita mágica de salvador de la patria financiera con los pantalones bien puestos y el dólar libre– las lágrimas quedan fuera del cuadro que pretenden
volver a levantar. Por eso, Gabriela prefiere que él –que ya cantó su voto en contra– no la
mire a los ojos. G
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Lilia Ferreyra
Adiós,
compañera
POR MARTA DILLON
S
e ha muerto Lilia Ferreyra;
los ojos de una testigo de
nuestro tiempo se han cerrado. Sus ojos, que vieron el horror y la resistencia, que se ilusionaron en los últimos años con la recuperación de la palabra y la militancia, esos ojos ya no ven, ya
no están y en ese silencio y esa oscuridad algo de nuestra historia común se repliega
como si el pasado amenazara con tragarse ese presente que se grita cuando se nombra a los que se llevaron. Era la última compañera de Rodolfo Walsh, eso dicen ahora, a la hora de escribir unas palabras urgentes, las notas que pueden rastrearse en la
web, el escueto obituario que se le dedica mientras su cuerpo viaja a la Biblioteca
Nacional donde fue velado entre amigas y amigos, sobrevivientes como ella a la noche más oscura de la historia argentina. Pero era más que eso, Lilia era periodista,
gremialista, integrante de la Juventud de Trabajadores Peronistas, era una mujer alegre que bailaba el tango como ninguna, que lloraba por su compañero desaparecido, pero clamaba por su obra robada, sus últimos papeles, los que ella ayudó a
transcribir, los que rodeaban la cama donde las mejores noches de amor y sexo se
acunaron al filo del miedo y de la muerte. Sus ojos claros se dejaban encandilar por
el mar. El exilio en México, después de un breve paso por Brasil, la había devuelto a
su amor por la arena y las olas en esos años en que su corazón en carne viva apenas
podía escuchar el primer acorde del “Otoño Porteño”, de Piazzolla, porque ésa era
la música melancólica que sonaba una y otra vez cuando la clandestinidad la mantenía a ella y al inmenso escritor y periodista que fue su compañero encerrados entre
cuatro paredes prestadas. Con Walsh habían planeado una quinta con lechugas y
bordeada de álamos en el Tigre; a su lado supo de la pérdida inminente mientras él
fraguaba la Carta abierta a la Junta Militar, que fue su último acto. Ella sobrevivió,
era una sobreviviente, aferrada a su cigarrillo como si fuera su única compañía, refugiada en el último escritorio de la redacción, envuelta en sus pensamientos pero sin
dejar nunca de intervenir en las asambleas, solidaria y dispuesta a dejarse tender la
mano. Ilusionada con un proceso político que la había llevado, justamente a ella,
que había perdido lo que más quería en las catacumbas de la ESMA, a soñar con un
proyecto de museo, de memoria y de recuperación histórica de ese predio como representante del Estado Nacional en el Ente Tripartito que dirigió el lugar. No fue
sin costo, no fue sin discusiones, aunque ella disfrutaba de haber vuelto a manejar,
comprarse un auto con el que había ganado independencia para ir y venir de su oficio de periodista a su compromiso político, su compromiso como testiga, su corazón combativo. No quería ser sólo la viuda de Walsh, aunque eso sea lo primero
que se anote de ella, aunque aquel amor haya sido tan refulgente que opacaba todo
lo que siguió después. Aun así se animaba, iba a fiestas cruzando generaciones y volvía a sacarle viruta al piso y vale la frase anacrónica para honrar su esmerado estilo
de tango que se reconvertía en cualquier otro ritmo. Trabajó en La Opinión y en este diario, clamó por justicia en la causa ESMA, asistió a Carta Abierta, puso el cuerpo cuando en 2008 la disputa por las retenciones a la elite agropecuaria empezó a
polarizar los ánimos. Después fue debilitándose, su cuerpo ya no la acompañó para
nuevas aventuras, pero fue tenaz en la resistencia como lo fue en los años de sangre
y fuego. Murió Lilia Ferreyra, sus ojos testigos se han cerrado, la noche es más oscura esta semana, aunque la luna esté creciendo al principio de abril porque cada vez
que una testiga muere el pasado parece un animal de fauces abiertas que nos deja, a
todos y a todas, un poco más solas. G