LAS12 AÑO 16 N° 885 2.4.15 TRABAJAR A LA INTEMPERIE ENTRE LA PRECARIZACIÓN, EL ACOSO NATURALIZADO Y LA LIBERTAD DE ESTAR FUERA DE LA OFICINA, HISTORIAS DE MUJERES QUE SE GANAN LA VIDA EN LA CALLE. El día a cielo abierto HISTORIAS DE VIDA La precarización laboral que afecta sobre todo a las mujeres –más cuando se trata del primer empleo o de aquellos que se buscan después de los 45– tiene una gran oferta en tareas que se desarrollan en la calle: promotoras, volanteras, mensajeras, vendedoras, artesanas y un largo etcétera en el que también se mezclan algunos trabajos formales, pero imponen la misma dificultad para apropiarse del espacio urbano que no fue diseñado con perspectiva de género. El acoso callejero naturalizado, el temor en las zonas mal iluminadas, el acceso a sanitarios –complicación extra para mujeres que menstrúan–, la anquilosada aunque viva creencia de que la calle es lugar de los varones aparecen en estas historias de mujeres que hicieron de la intemperie su lugar y que, más allá de todo, han sido capaces de apropiarse de la libertad que da acotar las horas vividas entre cuatro paredes. FLORENCIA BERNARDEZ INSPECTORA DE AYSA POR NATALIA GELÓS E s un día de semana a la hora del almuerzo y la tarde agobia. Los que pueden buscan refugio en algún bar o están puertas adentro, en sus oficinas. Los turistas aparecerán más tarde. Por la peatonal de Lavalle circulan algunas pocas personas, pero todo se ve algo desierto. Mónica Almada barre con delicadeza. Dice que le gusta estar arreglada: tiene el pelo sostenido con invisibles, los labios bien pintados, las pestañas rizadas. Hay una prolijidad sobria, que queda de sus años de estilista en provincia. Siempre tuvo su peluquería, cuenta, pero un día decidió que quería más estabilidad y la encontró hace seis años en este trabajo como barrendera de Cliba, y en este sector que conoce como si fuera el living de su casa. “Acá estás en blanco... estoy conforme –dice–. La gente se acostumbra a verte... Yo tengo que barrer y vaciar los cestos de la basura. Renegás, claro, con la gente que no está acostumbrada a tirar la basura. A mí me han respondido: ‘Si estás para eso’. Te duele. Me costó mucho adaptarme a la calle: pasar tantas horas fuera de casa. Yo tengo mis hijos ya grandes, soy abuela y todo. Vengo de Berazategui. Al principio, hasta viajar en subte me asustaba.” Las urbes se han moldeado para el patriarcado y las mujeres históricamente fueron relegadas al ámbito de lo privado. En una ciudad, por ejemplo, conformada con el pulso de horarios laborales que, en su origen, fueron exclusivamente masculinos, la ciudad femenina queda como PAG.2 2.4.15 LAS12 una red algo enmarañada: el viaje a casa, el viaje al colegio para buscar a los hijos o hijas, el viaje al lugar del trabajo, incluso, los espacios para transitar con carritos de bebé: todo parece un gran campo que todavía no termina de ser surcado. Basta ver las publicidades: todavía se construye una mujer, por lo general, en la casa blanco-ala, o en el shopping. La ciudad, todavía, es un territorio que necesita ser ganado; sobre todo, si es ahí, en la esfera pública, donde las mujeres tienen que desarrollar su trabajo. “Todavía piensan que la mujer debe estar en la casa. Todo trabajo de la mujer en la calle es embromado”, dice Mónica Almada, sin soltar la escoba. En una oración resume algo que señala Michelle Perrot en Las mujeres en la ciudad, donde devela recorridos, circuitos que hicieron las mujeres a lo largo de la historia, con la lógica de una antiquísima idea de que para ellas los hombres destinaban el reinado de lo doméstico. Esa zona de peatonales cerca de Lavalle y Florida condensa un ecosistema en el que turismo y oficinas vuelven rentables distintos modos de subsistencia. Una gama de trabajos más o menos precarizados. Según un informe del Centro de Estudios Mujer y Trabajo de la Argentina, “el 40 por ciento de las mujeres trabajadoras tiene una ocupación informal, empleos precarizados y sin cobertura social”. Es en la vía pública donde se propicia este tipo de actividades. Volantear es un trabajo plagado de informalidades. En los espacios de masivo tránsito de personas, hay muchas chicas que reparten papelitos: para casas de comida, venta de celulares, agencias, gestoría, tarot. Varias se niegan a hablar. Apenas aparece la pregunta, cortan con un “No me interesa”. Laura Cerkez no tiene problema. Cuenta que viaja a Capital de lunes a sábado desde Temperley. Tiene que pararse en Lavalle con un cartel y promover los servicios de una agencia de turismo. Hace diez años que trabaja en la vía pública. Antes de ser promotora, vendió telefonía celular, también en la calle. Reconoce que no le queda otra que aceptar estos trabajos: “Por la edad... está jodido... –dice–. Yo tengo 51 años y piden hasta 45 años, por eso agarro esto. Acá estoy a comisión y tengo un viático de $400 por semana, en negro. Y tengo un objetivo que cumplir... ahora me faltan 225 para completar la semana. Igual, me acostumbré”. Apropiación o desamparo Cumplir horario de trabajo en un territorio que históricamente fue pensado para la rutina masculina puede ser un vaso al medio: estarán quienes ven la oportunidad de independencia y libertad, hay quienes sólo sienten la intemperie. En el Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer han estudiado la urbanización desde la mirada de género y subrayaron esas cuestiones: la urbe se moldeó para los hombres y, para muchas mujeres, trabajar en la calle requiere de sortear miedos, resistir a relaciones de poder, armar lazos solidarios. Y entre la estabilidad de pertenecer a un gremio, trabajar en blanco, y la precariedad de trabajos tomados para pagar las cuentas, hay de todo: inspectoras, vendedoras de café, promotoras, encuestadoras, volanteras, cadetas, motoqueras; muchas de ellas huérfanas de reclamos que contemplen cuestiones de género. Un abanico amplio y dispar de mujeres que circulan y habitan el espacio público y tensionan, padecen o reinventan los tejidos de la ciudad. Mónica Almada confiesa que aprendió “el código” de trabajar en la calle: “Esta es mi zona. Nosotras estamos divididas por cuadro. Somos todas mujeres barrenderas en la peatonal, por una imagen para el turismo: por eso el uniforme, que es diferente al del resto de los compañeros, que es amarillo. Fue idea de una delegada que tuvimos. El turismo te para y te comenta qué presentables que nos ven”. En todos estos años como barrendera, tejió su red. Logró, aunque dice que no fue fácil, habitar su cuadro con lazos casi maternales: cuando algún turista se acerca para darle la comida que sobró de algún restaurante, ella se lo acerca a la gente sin techo que se refugia por ahí; o le lleva bolsas de nylon al hombre que duerme bajo una marquesina para que se tape cuando llueve. “Ellos me cuidan también. Todos me saludan. Y la gente de los locales también: me dejan ir al baño, se preocupan. Acá está cada una en la suya, la que reparte volantes, la que está ‘cambio, cambio’... pero te vas conociendo”, dice. FOTOS: CONSTANZA NISCOVOLOS FOTO DE TAPA: CONSTANZA NISCOVOLOS MONICA ALMADA BARRENDERA Agustina Suárez es socióloga y tiene 34 años. Trabajó durante casi dos años en el colectivo Face to Face de la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF). Tenía que ir a una zona (a ella le tocaba Barrio Norte) y la tarea era hablar con la gente, presentar la organización y conseguir asociados. Ahora coordina los grupos de quienes trabajan como lo hizo ella, en la vía pública. A la hora de elegir a alguien, cuenta que toma como prioridad la capacidad de comunicarse con el otro, la sociabilidad. Para Agustina, el trabajo en la vía pública fue muy enriquecedor. Ella venía de trabajar en investigaciones en la cárcel. La libertad de la calle fue un ventarrón de aire fresco. “Al entrar a trabajar derribé muchos prejuicios. Se puede pensar que el trabajo en la calle es descalificado, o que sólo importa la estética, pero no es así. Para mí, estar ahí resignificó todo. Además, cuando estás muchas horas en la calle tenés otra visión. Ves todo. Conectás con gente que quizá nunca conocerías”. El chaleco rojo, uniforme de MSF, para ella, da ventajas: “Nos diferencia del resto de quienes están en la calle, nos ayuda si tenemos que ir a algún baño, hasta alguna vez una situación de posible robo se suspendió porque se dieron cuenta de que éramos de la organización.” Patricia Lucero, en cambio, no la pasó tan bien en sus años como inspectora de Aysa, la empresa de agua y saneamiento. Tiene alrededor de treinta años y, luego de dos en la calle, pidió que la pasaran a oficina. A veces le tocaban zonas despobladas o lugares en los que se sentía des- LAURA CERKEZ PROMOTORA protegida, y pidió el cambio. Una inspectora debe llevar planos, comparar lo registrado en la oficina con la obra en construcción que le toca visitar. Cuando llega al lugar señalado, debe buscar los carteles de información de la obra y, si éstos no están visibles, debe darle golpecitos a la empalizada que da a la calle y, muchas veces, tiene que pedir entrar a ver los planos. En esos momentos, la chapa se corre y tiene que entrar al esqueleto de lo que será un edificio: columnas peladas, pocas luces, y un grupo de hombres que trabaja (la construcción es un universo masculino; el 97,2 por ciento del trabajo es realizado por ellos, según un informe del Centro de Estudios Mujeres y Trabajos de la Argentina). “Al principio, tenía que andar por Capital, zona oeste, zona sur, con planos grandes para ver si encontrábamos obras en construcción o indicio de ellas: arena, cemento... cuando veíamos algo, lo teníamos que anotar –cuenta Patricia–. Hasta ahí no había problema”. Todo cambió para ella cuando tuvo que pedir el ingreso a las obras para ver planos o carteles: “A veces me gritaban desde arriba de los edificios cualquier cosa cuando me veían llegar y yo tenía que ir y pedir entrar ahí. A mí, personalmente, no me gustaba. Yo no soy una persona miedosa, pero si estás sola en un lugar así, y pasa algo, ¿quién te escucha?”. Un día, cuando fue a una construcción y un hombre la amenazó, sugiriendo que tenía un arma, Patricia pidió que la pasaran a la oficina, que ahora transita con tranquilidad. Quien hace el trabajo que dejó Patricia y lo hace con gusto es Florencia Bernárdez, su compañera. También tiene unos treinta años y dice que elige estar fuera de la oficina y reconoce que sí, que tuvo que aprender a mantener una postura, un tono, para estar afuera, pero ganó seguridad y libertad. “Empecé hace cuatro años –cuenta–. El primer año hice trabajo administrativo, pero veía que algunos de mis compañeros salían a la calle y me gustaba la idea. Entonces, hablé con mi jefa. Soy arquitecta y antes de estar acá trabajaba e iba a las obras. No es lo mismo, pero estás en contacto con gremios, obreros, y la mayoría son todos hombres. Como inspectora empecé por Devoto. A mí no me dan zonas peligrosas, pero si me tocan, sé cuáles son las manzanas y pispeo cómo está el día o la zona. Voy y sé que no me va a pasar nada. Confío. Cuando tenía que entrar a una obra, antes me daba vergüenza. Ahora me siento segura. A veces tengo que entrar y subir un par de pisos porque el cartel de la obra está oculto. Yo me mando”. Los cuerpos en la ciudad ¿Cuán libre es la circulación cuando aparece la frase no buscada, la mirada que intimida? Cada 15 de abril se celebra el día mundial contra el acoso callejero. En toda América latina se empezó a desnaturalizar ese tipo de violencia y fue varias veces citada la encuesta de la Universidad Abierta Interamericana que señalaba que el 72 por ciento de las mujeres encuestadas había sido acosada poco tiempo antes de hacer el estudio y, de ellas, el 60 por ciento se había sentido intimidada. Estos datos se suman a lo que informa “Paremos el Acoso Callejero”, de Hollaback/Atrévete Argentina: que las mujeres mantienen un comportamiento controlado, que tratan de evitar el contacto visual, que evalúan el entorno constantemente, que buscan evitar ropas que puedan conside- LAS12 2.4.15 PAG.3 mantiene firme: “No me importa no salir. Estoy más tranquila. No me preocupo ni por la ropa. Cuando salía a la calle, en verano, era remolesto. Andaba en musculosa, pero si tenía que entrar a algún lugar en el que me habían dicho una guarangada me tapaba con las carpetas que llevaba, era muy incómodo.” ¿Puedo pasar al baño? Trabajar en la vía pública implica ciertas situaciones por demás comunes, por demás terrenales, que pueden leerse como connotaciones de la intemperie. Hay algo que va más allá de géneros. El trabajo que se realiza en la calle, por ejemplo, sólo se suspende por lluvia. A los otros caprichos del clima hay que aguantarlos. “Con el calor se hacía difícil – recuerda Mariana Parra, que era promotora de una agencia–. Yo estaba cansadísima del olor a jabón del McDonald’s. Por eso me ponía contenta cuando tenía cerca un Starbucks, porque los baños son más limpios que el resto, y no te exigen consumir algo para usarlos. Cuando llegás a una zona, lo primero que hacés es detectar los lugares a los que vas a poder preguntar si te dejan usar el baño”. A principios del siglo XX, en la ciudad de Buenos Aires había baños públicos. Los usaban los turistas, las personas que no tenían hogar, gente que trabajaba en la calle. Incluso, ofrecían toallas y jabón. Muchos, en los parques más grandes, eran subterráneos. Se pueden ver las entradas todavía, aunque no funcionan. El último baño público se cerró en 1999. Hoy por la ciudad circulan a diario cientos de miles de personas, que trabajan, que pasean, que van de un lugar a otro. Los baños públicos con los que se cuentan están en algunas estaciones de tren, en oficinas de gobierno, en estaciones de subte. Si eso no está disponible o, como suele ocurrir, muestran ese paisaje de posguerra: inodoros que no funcionan, falta de papel higiénico y jabón, piso mojado, ir a esos espacios es la última opción, de ser posible, sobre todo, en los días de menstruación. Quedan entonces los bares, y la ruleta del buen humor que a veces toca, a veces no, para poder usarlos sin la condición de consumir algo. Para cambiar esa situación hay algunos proyectos de ley, con diferentes matices, que se acercan o se alejan de una realidad, otorgar baños públicos es una obligación del Estado. Por el momento, pasar muchas horas en la calles implica, por lo general, buscar el McDonald’s más cercano. LAURA TOSSO BANDERILLERA rarse “provocativas”. La idea de este movimiento es romper con esa situación que termina por limitar la libertad y la apropiación femenina del espacio público. Cumplir una jornada laboral a la intemperie implica aumentar la exposición a este tipo de situaciones que se repiten y generan diferentes actitudes. Varias veces, desde las seis de la mañana a las dos de la tarde, Laura Tosso se para en la barrera del cruce de Nazca y Yerbal del tren Sarmiento, en el barrio de Flores. Las piernas bien plantadas, la mano en alto, el silbato en la boca. Lleva una bandana sobre el largo pelo negro, una remera al cuerpo y el pantalón del uniforme de ferroviarios. Parece una amazona, o alguna guerrera del Street Fighter. Levanta el brazo y detrás de la vía se detienen camiones, autos, motos. Alguien le grita algo, no se oye bien qué, aunque suena a susurro pegajoso. Luego de que pasa el tren, se refugia del sol que agobia en la garita, junto al paso a nivel. Todos los días es igual. Hace cinco meses que trabaja de banderillera. Su trabajo es en la calle, donde tiene que caminar y cuidar que ningún auto cruce cuando las barreras están bajas. “Como vengo con musculosa, arreglada, y soy mujer, dicen que yo desfilo por la barrera, pero yo no tengo complejos. Yo no desfilo, yo transito mi espacio”, dice en la garita que comparte con los otros trabaPAG.4 2.4.15 LAS12 La conquista del territorio jadores: un cubículo de techo bajo donde hay un ventilador, un televisor, un pequeño baño solamente. Antes, Laura Tosso había sido recepcionista en un consultorio odontológico y, antes, había tenido su local. Es la primera vez que tiene un trabajo en la calle, pero le gusta. Tiene 31 años y una hija de cinco. Dice que no tiene problema ni con las miradas, ni con los gritos, que a veces son para halagarla, a veces, para putearla. Tampoco le preocupa la ropa. “Si porque soy mujer se creen que pueden pasar cuando estoy avisando que no, empiezo a las puteadas. Tenés que estar segura, si no, no servís para este puesto. Me gritan de todo, pero a mí me fascina este trabajo”, dice antes de que pase el próximo tren. Está maquillada, tiene aros grandes, no esconde la figura. No le gusta usar uniforme. Florencia, la inspectora de Aysa, también dice que la ropa para trabajar no es un problema para ella: “Trato de ir supertranca, no llamar la atención. Me pongo más seria, claro. Cordial, pero con cierta actitud de seguridad. Al principio no era así, con el tiempo lo fui adquiriendo, porque te tratan distinto, te respetan un poco más. Ir con presencia. Cuando entro a mi trabajo no pienso en la ropa, pienso en lo que necesito”. En el edificio de la avenida Córdoba, donde ella cuenta esto antes de salir a la calle, está Patricia, su compañera, que se Agustina Suárez se fascina cada vez que recuerda la experiencia en la calle. Para una socióloga, poder ver el lado de adentro de ese mundo es tentador. “Hay lugares regenteados por volanteros. Hay áreas de disputa, hay puertas de locales que los dueños piden liberar. Hay que armarse de un carácter”, dice. A veces, con trabajos más informales, esa dinámica puede adquirir otros matices. Erica es boliviana y tiene diecisiete años. Pide no decir su apellido. Por estos días, vende remeras con estampa de superhéroes para niños sobre una manta en la avenida Avellaneda, en Floresta, otro punto de movida multitudinaria. Se calculan más de 650 puestos en las calles por la zona, un gran porcentaje es atendido por mujeres. Los sábados el lugar es un hormiguero repleto. Apenas hay espacio para caminar. Se las ingenia, cuando alguien pisa su mercadería, pide que por favor tenga cuidado. Hace dos años que trabaja para ayudar a sus padres. Conoce a las dos manteras que hoy están a su lado y, si alguna tiene que ir al baño, se cuidan entre ellas la mercadería. “Igual, nos ayudan los hombres, que son los que bajan todo de las camionetas”, cuenta Erica. Al baño va a los bares de sus paisanos. Muchos hacen lo mismo, en las calles que cruzan la avenida. ¿Y qué pasa cuando vienen los gendarmes a correrlos? ¿Hay diferencia en el trato con hombres y mujeres? “No, ahí sí para los gendarmes somos todos iguales”, dice la chica que desde los quince vende en la calle, en ese territorio que para muchas es intemperie y, para muchas, un mapa ganado o a ganar. G LAS12 2.4.15 PAG.5 El cuerpo fragmentado IN CORPORE Sorprendió al mundo hace dos años cuando decidió hacerse una doble mastectomía para bajar las chances de contraer cáncer de mama. Ahora se sometió a una salpingo-ooforectomía para eludir la enfermedad pero en los ovarios, patología que había matado a su madre en 2007. En una carta que dio a conocer tras la última intervención, escribió que la presencia del gen BRCA1 en su sangre (dato que la decidió a operarse, ya que sumaba probabilidades en su camino a la enfermedad) la encontró “pacíficamente ante el verdadero sentido de la vida”, hecho que la llevó a decidirse sin titubear. El cuerpo fragmentado y las chances de las mujeres de elegir, dos de los tópicos elegidos para justificar una decisión polémica. POR F. M. E I NC l corte, la cicatriz, el posoperatorio, las vendas, el pus, la sangre, el dolor, los puntos (¿los de Angelina serán con hilos de oro?). Todo ese paisaje plateado del quirófano, el ruido metálico, el frío, la espera, el check in, el check out, la suavidad de una bata que tapa apenas la piel mientras el agujero negro de la anestesia duerme al paciente. Aun con todo el confort del mundo (que no es menor), imaginarse en ese río rojo de cortar y pegar que implica una cirugía es, para muchxs, más poderoso que el temblor que recorre el cuerpo ante la posibilidad de estar, de ser una persona enferma. Angelina Jolie viene experimentando con su cuerpo desde joven, como tantas jovencitas que ven en rayarse los brazos y piernas (las ProAna, las más famosas de la tribu) una salvación al signo de pregunta estampado en la cara de toda adolescente. También sus tatuajes, que puso, sacó y tapó en su piel marcando los destinos de novixs y amantes. Un poco más arriba en la apuesta: experimentando con cuchillos y declarando su fanatismo por introducir serpientes en sus juegos sexuales. Es difícil saber qué se siente ser tan linda, deseada, observada y rodeada de millones. Es difícil saber el alcance de esa belleza cuando se potencia con una pareja masculina igual de sexy e irresistible para los cánones que marcan las leyes de la atracción oficiales. Pero no es inocente, ni casual, ni espontáneo ese ejército que forma la troupe más célebre del planeta: bajando las escalinatas de los aviones, destinos exóticos adonde los llevan la ficción, los pre- OR “M PORE Guía para que docentes puedan ayudar a detectar abuso sexual PAG.6 2.4.15 mios y la solidaridad (no hay que olvidar que Angelina es Embajadora de Buena Voluntad), los Jolie-Pitt forman un equipo multirracial impulsado, según ellxs, exclusivamente por el deseo de ser una familia numerosa. No son malas intenciones lo que se deduce de esos gestos sino alardes pomposos de que todo en esas vidas deba ser, sin excepción, espectacular, grandilocuente, inolvidable, imposible de igualar. Así es como Angelina pone y saca el cuerpo del quirófano, instigando a otras mujeres a hacer lo mismo. Y lo hace público, salteando esa regla implícita de que el “nosotras” debe marcarse con cuidado (ese *nosotras* que intenta igualar las experiencias de las mujeres, aunque muchas veces desde la militancia, siempre es mentiroso) al ritmo de la alerta, la llamada a concientizar, como si las prioridades fueran los genes en un mundo que no da abasto con sus propios recursos y miserias. Pero Angelina es mainstream, juega en primera, todo lo que la rodea es de lo mejor. Lo que ella hace es digno de imitar, así es el tratamiento mediático, y tan pasmadxs deja a tantxs que el debate se inhibe y ni las performances de las artistas que pusieron el cuerpo (Cindy Sherman, Marina Abramovic) logran igualar su osadía. ¿Operarse para prevenir o prevenir para encender el reflector en otra capa de la existencia? ¿Cómo son las marcas en la piel de Angelina? ¿Cuán roto quedó su cuerpo, por dentro, por fuera, con el objetivo de llegar viva al paso del próximo cometa Halley? Hay médicos y especialistas que salieron a avalar su decisión, amparados en esa regla institucional de los cuerpos como objetos a los que evaluar y diseccio- LAS12 uchas veces, cuando vemos que un niño o niña que nos llama la atención porque tiene problemas de aprendizaje, es violento/a, grita, llora o le cuesta relacionarse, en primera instancia lo adjudicamos a un divorcio, una mudanza, un hermanito, violencia familiar (relacionada con gritos o golpes) o algún tipo de abandono, no suele entrar en nuestro abanico de posibilidades el abuso sexual. Seguramente podríamos estar en lo cierto, ya que estos cambios en la vida de un niño/a, o sufrir cualquier tipo de violencia, podrían estar siendo manifiestos de esta forma y seguramente requiera considerar nuestra intervención. Lamentablemente, tenemos que cotejar también la variante de un nar sin muchos miramientos en las identidades tras esos cuerpos (y de esto, la militancia trans e intersex tiene tanto para decir) pero lo cierto es que si se trata de seguir el hilo de sus decisiones, Angelina Jolie es muy coherente. Lo que resta es preguntarse qué nos queda al resto, interpeladas por esa carta donde nos incita a prevenir para no perdernos las caras de nuestrxs nietxs. No estamos salvadas, ni nosotras ni Angelina, que no asocia a su acción las violencias, mutilaciones y demás vejámenes que sufre el colectivo del que reclama atención y mano firme para decidir. No está demás decir que la acción de salvataje no exime a Angelina de contraer un tumor en el páncreas, o de cruzar la calle y ser pisada por un camión (si es que la cruza, de vez en cuando, como cualquier mortal) o de ser víctima de un loco como Lubitz que estrelló su avión para consumar una especie de suicidio con compañía (o asesinato en masa). La operación mutilante a la que fue sometida la expone a una menopausia precoz por la que deberá recurrir a terapias hormonales a los 39 años. Por sus antecedentes familiares, que eludían al útero, decidió conservarlo, por lo que mañana posible abuso sexual. Siempre es mejor equivocarnos que dejar a un niño o niña seguir padeciendo este flagelo”, recomienda el manual para docentes sobre abuso sexual infantil A.S.I. NO, El silencio y la indiferencia son cómplices..., editado por la agrupación de mujeres Mundanas, con la coordinación general de Yamila Corin. Mundanas es una agrupación que funciona en forma de red y junta a mujeres que tuvieron que denunciar abuso sexual infantil (ASI). La difícil experiencia las llevó a realizar esta guía para que los y las docentes puedan detectar el abuso sexual infantil, reconocer a una victima y saber cómo actuar. Pero, fundamentalmente, tener en claro que ante un (y esto no se sabe a ciencia cierta) el tumor que podría haberse alojado en el ovario busque refugio en el útero. No queremos que Angelina se enferme, sí instalar la pregunta sobre los cuerpos cuando son depositarios de una serie de predicados que se asumen como universales. ¿Qué es lo sano y qué es lo enfermo? Según los parámetros de Angelina, ver crecer a sus hijxs es la única verdad y necesidad. ¿Y las que no tienen hijxs? ¿Para qué futuro viven? Y las que viven para llegar a fin de mes, ni siquiera las mujeres sin recursos, sólo las que corren la liebre para pagar las cuentas, ¿en qué condiciones están de atajarse de los genes malos? ¿Y cuánto sirve la ciencia para vivir bien si también había posibilidades de que Angelina nunca se enfermara, o que en el futuro el cáncer no sea más que un mal que un procedimiento de rutina soluciona? El corte, la cicatriz, el posoperatorio, las vendas, el pus, la sangre, el dolor, los puntos no enmiendan heridas del alma ni rescatan identidades que flotan en el mar de la duda, sólo ponen certeza allí donde había incertidumbre (y tal vez ni siquiera eso), con todas las ventajas y los horrores que eso supone. G delito perpetrado, generalmente, en el silencio del hogar, la escuela es el principal refugio de chicos y chicas para evitar seguir siendo abusados/as y poder emprender un camino de reparación. El manual informa a maestros/as: “Cuando tenemos la certeza de que existió la agresión sexual tenemos la obligación de hacer la denuncia, ya que se trata de un delito penal. Si existen dibujos o relatos escritos en material de clase es importante quedarnos con una copia. Nos debemos dirigir a la fiscalía de turno o a la Comisaría de la Mujer y la Familia”. Más información: Facebook/ Mundanas agrupación de Mujeres VUELT lemas feministas son anotados en toallitas menstruales. Y las toallitas, pegadas en espacios públicos, a modo de concientización. O COSAS VEREDES Una alemana de 19 años comenzó un involuntario movimiento global donde AL MU ND Con alas A ESPAÑA Las redes de mujeres también son economía solidaria El 24 de marzo, en Bilbao, se llevaron adelante las jornadas de economía solidaria y feminismo “La bolsa o la vida” en donde la brasileña Miriam Nobre apuntó contra neomachismos de izquierda: “Se reconoce como economía solidaria fábricas recuperadas y no las iniciativas informales de las mujeres para organizar la comida o el cuidado de las niñas y los niños”. Nobre, organizadora de la Marcha Mundial de las Mujeres, propuso apostar al autoconsumo, el trueque y a las alternativas de intercambio monetario y propuso valorar el conocimiento generado por mujeres en las comunidades rurales, como, por ejemplo, en artesanía o en la selección de semillas, con un enfoque basado en la construcción colectiva del conocimiento frente a la cultura de la asesoría técnica externa. MARRUECOS POR GUADALUPE TREIBEL E löne Kastrati (19), una joven estudiante germana, es prueba fehaciente de que, en ocasiones, las pequeñas revoluciones pueden armarse de buenas consignas, intervenciones artísticas y... toallitas sanitarias. Muchas, muchas toallitas sanitarias. Y las redes sociales al pie del cañón, viralizando la digna labor de una mocita que –de marzo a la fecha– levanta olas. Olas que rompen precisamente sobre el sexismo, a observar de cientos de miles de personas atentas a cada nueva acción que esta residente de Karlsruhe, Alemania, lleva adelante del siguiente modo: inundando su ciudad con mensajes feministas del tipo “Los violadores violan mujeres, no su manera de vestir”, “Mi nombre no es ‘bebé”, “Te verías más guapa si... NO”, “Mi coño, mi elección” o –el más resonante– “Imaginá qué pasaría si los varones encontrasen la violación tan repugnante como la menstruación”. Lemas sin volteretas, claros, que –hete aquí la cuestión– Elöne escribe sobre toallitas femeninas, pegándolas luego en cuanto espacio público encuentra a su paso. Y tan buena acogida ha tenido la fórmula (toallita + lema) que mensajes de aliento han comenzado a llegar desde Brasil, Chile, Suecia o incluso Estados Unidos, con gente de distintos puntos cardinales expresando su intención de replicar el tipo de intervención. Solicitando además el visto bueno de Elöne para imitar la controvertida modalidad de pasar conciencia igualitaria y ampliar –por otra parte– el fenómeno en que se ha convertido este movimiento, unificado bajo el hashtag #PadsAgainstSexism. (Sin más, un grupo de estudiantes hombres y mujeres de la Jamia Milia Islamia University, en Nueva Delhi, ha pegado decenas de toallitas, con frases que rezan: “La sangre menstrual no es impura; tus pensamientos lo son”, “Las calles de Delhi también pertenecen a las mujeres” o “El período es natural; la violación no”). Empero, ¿por qué el mote de controvertido? Pues, porque –harto conocido– cualquier uso que remita voluntaria o involuntariamente a la menstruación despierta el ¡oh, horror! de miles... Sin ir más lejos, y a modo de significativo paréntesis, la artista paquistaní Rupi Kaur fue noticia los últimos días tras ser censurada su serie fotográfica Period vía Instagram, siendo eliminadas sus imágenes sobre el cotidiano de una mujer durante su período, donde –precisamente– intentaba mostrar dicho proceso natural. “La censura evidencia quién está sentado detrás del escritorio. Quién controla el show”, anotó la muchacha; y luego: “No me disculparé por no alimentar el ego y el orgullo de una sociedad misógina que quiere ver mi cuerpo en ropa interior, pero se incomoda por una pequeña mancha”. Y luego (bis): “Las categorías de violación y de pornografía están bien. La cosificación y la sexualización están bien. Las personas masturbándose viendo mujeres desnudas cuando son menores de edad. El bondage. La tortura. La humillación. El abuso está bien, pero esto les incomoda”. Vale mencionar que la censura generó semejante batahola que Instagram se vio obligado a restaurar las mentadas fotos, disfrazando el gesto original como “un error”, distanciándose del argumento inicial que hablaba de “violación de las reglas de la comunidad”. Rupi contenta; todas chochas. Fin del paréntesis, cambio y fuera. Entonces, en resumidas cuentas, que la menstruación y –por extensión– toallitas y tampones permanezcan a la zona de lo indecible, irreproducible, no es novedad (alcanza con estirar el cogote y ver las publicidades locales, prontas a disfrazar la sangre rojísima de elegante azul, amén de no perturbar a las audiencias). De allí que, volviendo a las intervenciones de la alemanita Elöne, la provocativa presentación no haya pasado inadvertida. Reemplazando la pintura graffitera por el amable algodón, no faltaron ni los enojosos trolls que pronto expresaran sus voces de desaliento: “Sos una puta” o “Ojalá te violen hasta matarte”. Lo típico. Pero, en las palabras de la sabia Taylor Swift, haters gonna hate, hate, hate, hate...; de modo que la chica Kastrati hizo (hace) caso omiso. “No tomo los insultos personalmente; en todo caso, siento pena por quienes los propinan. Son el ejemplo exacto de lo que no necesita el mundo”, explica quien, colmo de la coherencia, dona toallitas y tampones a albergues de mujeres en situación de calle. Y cuando la critican por quejarse de llena al son de “¡Es del Primer Mundo! ¿De qué se queja?”, la chica responde con estadísticas: que las alemanas ganan un 21 por ciento menos que sus colegas masculinos. Y cuando le endilgan el mote de “Odiahombres”, ella habla de unir y conquistar, de sumar esfuerzos sin que importe el sexo. Y cuando la interrogan sobre el tabú alrededor de su material de trabajo, asegura: “Claro que genera shock. Después de todo, si una toallita fuera algo normal en el 2015, mi laburo no se hubiese conocido mundialmente; nadie hablaría de él”. En esa línea –la de la controversia–, el sitio Dazed enumera otras comuniones artístico-menstruales; como la ocasión en que Tracy Emin expuso un tarro lleno de tampones usados, ubicados al ladito de una prueba de embarazo, y tituló a la pieza The History of Painting Part 1; o cuando la chilena Carina Ubeda recolectó su sangre para la muestra Paños, en 2013. En fin, suma de esfuerzos, voluntades que (nos) absorben. G 67,5 por ciento de las pasajeras son acosadas en los viajes Dos de cada tres mujeres sufrieron acoso en la calle. Por eso, se generó un plan para que las mujeres puedan viajar tranquilas en el transporte público. La campaña incluye carteles de sensibilización contra la violencia de género, videos en las pantallas de los colectivos y capacitaciones a conductores para que sepan cómo tienen que actuar si una pasajera denuncia que la tocan o intimidan. El proyecto se puede realizar por el convenio de la empresa española Alsa, concesionaria del transporte urbano de Marrakech, y ONU-Mujeres, con financiación de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid). El objetivo es frenar los manoseos o agresiones verbales que sufrieron el 67,5 por ciento de las mujeres durante sus traslados. MÉXICO Fomentan que empleadas domésticas vean novelas “(Las pantallas plasma) son las más requeridas para que puedan ver las novelas en su rato de descanso. No (vean) las noticias porque no crean que son tan buenas las noticias, vean más bien las novelas y sobre todo las novelas buenas, así es que yo espero que traigan mucha suerte”, sostuvo el alcalde de Chihuahua, Javier Garfio Pacheco, mientras regalaba televisiones a empleadas domésticas. El discurso tuvo muchas críticas por fomentar la pasividad informativa de las trabajadoras de casas particulares, a las que el funcionario dijo quererlas “apapachar”. Garfio Pachecho sostuvo, ante la polémica, que se trataba de una broma. LAS12 2.4.15 PAG.7 El infortunio del amor ESCENAS Se besan, se persiguen, se manotean, se distancian; como espiritistas que traducen la voz de un deseo desbordado, Alejandra Flechner e Iride Mocke actúan el exceso propuesto por Silvio Lang para poner en escena el libro de María Moreno El affair Skeffington –reeditado el año pasado por Mansalva– siguiendo las obsesiones del director: generar un teatro de agitación en el que política y deseo sean una misma amalgama conmovedora, un trueno capaz de envolver a todos los cuerpos. POR VERÓNICA GAGO S alón Skeffington, la flamante obra dirigida por Silvio Lang, bien podría ser el guión de una teoría del exceso, del derroche como método. Excesiva respecto del libro de María Moreno –El affair Skeffington– del cual arranca palabras; pero el subrayado, esta vez, es del dramaturgo. Dos actrices, Alejandra Flechner e Iride Mocke, que se convulsionan de palabras, que se ejercitan en escena y que no dan respiro. Se trata de un enjambre de las poesías de Dolly Skeffington, el personaje de Moreno, seudónimo de Cristina Forero, editado a inicios de los ’90 y ahora reeditado por Mansalva y que aparece él mismo, como libro, en escena. La voz de la poeta que protagoniza el excéntrico volumen (con su jauría de acompañantes) se amalgama con las obsesiones de Lang, cada vez más decidido a travestirse a favor de sus autoras predilectas. La pregunta desmesurada de Lang es una repetición, como a la que obliga un amor que no se termina: ¿es posible una política que esté a la altura de un deseo que sólo se despliega en espacios que no son asalariados y en los que no hay moral? Esos interrogantes se estrujan más, aun más, porque Lang no deja de invocar la organización, la disciplina, la maquinaria libidinal de la fuerza colectiva. Como ya fantaseó en su ambiciosa Meyerhold (Teatro San Martín, Ciclo Invocaciones, 2014), el método revolucionario no es otra cosa que una apuesta energética con una teoría del agite, donde la política es acontecimiento monumental, conmovedor. En aquel entonces, la escena iba de la Unión Soviética a los pibes chorros, pasando por un travestismo lujurioso y juguetón, chicas en patines y cuerpos. Siempre cuerpos. En el más reducido salón de ahora, las amantes de la París-Lesbos que están entre los años ’20 y tal vez el destape de los ’80 o quizás en un futuro remoto, encarnan una secuencia de varieté de gran velocidad y concentran en su vestuario toda la feminidad enfiestada: lentejuelas, plumas, tules, botas altas, plataformas, corsets, maquillaje y pestañas enormes. Las chicas se trasvisten: tan exageradamente femeninas que dejan de serlo. O no. No podría nunca saberse a ciencia cierta. Porque bien podrían ellas mismas ser un apartado del circo “cubofuturista” que Lang desplegó para homenajear al dramaturgo ruso el año pasado, combinando teatro de PAG.8 2.4.15 LAS12 feria y haikus leninistas, music-hall y retazos de cabaret, acrobacia y multitudes. Salón Skeffington (también dentro de un ciclo colectivo, esta vez llamado Teatro Bombón, en la Casona Iluminada) se desarrolla en una sala de baile literal, poniendo la danza como subtexto. Los espectadores se descubren repentinamente duplicados en las paredes espejadas, cruzadas por barras donde las actrices estiran sus gestos, después de rodar por sillones y abrirse de piernas una y otra vez. Ellas hablan por momentos de cosas incomprensibles. Por eso a veces sólo se puede seguir su movimiento, pero no sus palabras. Una dislocación que provoca y que exige y que duplica las escenas, como hacen los espejos. Dice Lang que ellas “actúan como luminarias o espiritistas que reconstruyen el pasado de antiguos amores, o exponen identidades itinerantes, a través de técnicas de pose, disfraces barrocos, alucinaciones auditivas, textos cantados... Pero lo hacen como en un karaoke, o en un club de baile, o en el bar a secas, tramando una suerte de ‘épica de amigas’”. Son amigas, amantes, cantantes, performers, prostitutas. Pueden ser mexicanas, parisinas, del under porteño o delicias berlinesas. Nunca queda claro. La velocidad de la charla entre ellas tampoco deja tiempo para aclararlo porque cambia de ritmo sin pausa (de ahí su verdadero acento femenino): es lectura, es canción, es acento apócrifo, es parodia, es disertación, es recitado, es gorgoteo. Se besan, se pegan, se persiguen, se manotean, se distancian. Pero siempre están ahí sus cuerpos. Siempre cuerpos. Si Meyerhold era el “freakshow del infortunio del teatro”, Skeffington no deja de ser freak, pero es un show intimista, casi de sótano, donde el infortunio es el de las amantes o, más directamente, el del amor. De nuevo en Salón Skeffington, al igual que la obra de Griselda Gambaro que Lang dirigió bajo el nombre de Querido Ibsen: soy Nora (Teatro San Martín, 2013), la voz aparece como un problema: camuflada, robada, impostada, sobrevuela la escena; o mejor: constituye la escena y se escapa de ella. Si Moreno, a partir de una ficta Dolly, le habla una y otra vez a la autora o ella habla por su personaje, en el modo en que Lang la traduce a sus propios personajes (Maldon y Dolly) no dejan de resonar los meandros de la autoría con que Nora complicaba a Ibsen a través de Gambaro, a su vez puesta en escena como herejía por Lang. Toda voz es colectiva, colecciona dentro de sí a otras, y son ellas las que desar- man autoridades, pero al mismo tiempo las que tienen potencia de invocación e invención. Las que permiten degustar más de una identidad y en todo caso pasar fronteras, dejarse llevar. Es en esa experimentación de la voz donde Lang parece decir que ya no se trata de representación, sino de un potente travestismo. Verdadero acontecimiento porque es capaz de hacer variar y cambiar los cuerpos. Poder de conversión: disimulo y engaño, pero bajo la idea rectora de una fidelidad a la verdad del deseo. Cuando Lang montó la obra Las calabazas, del filósofo francés Alain Badiou, en el teatro de la Universidad Nacional de San Martín (2012), hizo que el propio Badiou actuara en el rol de Bertolt Brecht frente al católico Paul Claudel en una saga de acusaciones mutuas sobre cómo entender el teatro. Badiou argumentaba entonces en alemán y en francés hasta que era interrumpido por el personaje de Ahmed, un joven obrero argelino habitado por un demonio, que se hacía escuchar en otra lengua al rapear “Marginado. Soy un paria. El que grita y patalea. Soy el negro de las grandes capitales. Soy cabeza. Y con gorrita”. No es un detalle menor que Lang insista ya desde entonces “con un cierto teatro de ideas y agitación”. Un teatro de operaciones, como le llama el propio Badiou, y sobre el cual Lang se abisma en sus detallados procedimientos: entrenar, vociferar, teorizar, agitar. En esos verbos despunta un deseo que es la primigenia fuente de energía, que fabrica y monta cuerpos y voces, siempre en aullido colectivo, siempre extremadamente personales. Como aquel coro que decía fragmentos del Subcomandante Marcos en un ejercicio que Lang realizara para una de sus maestras, Cristina Banegas. Ahora, la voz cantante la llevan las chicas, que incluso pueden querer dejar de serlo. No importa. Igual serán por siempre aquellas que pueden recitar, como en El honor de las damas, de Skeffington: “La única política verdaderamente popular es aquella capaz de derretir el fuego de los amores desgraciados”. G BLOODY MARY No soy viril, soy fuerte. ¿Debería disimular mi fuerza? Tengo una cicatriz en el costado izquierdo, en el costado derecho una llaga viva. Llevo mis varones cortantes de vuelta a casa, la cánula en la vena del deseo exhausto. Si es sangre debe fluir por el interior de los cuerpos a excepción del ciclo en la mujer cuando aún atesora pepitas en la mariposa del ovario para arrojar a los sembradores. Duplico mi excepción por amores desgraciados pues nadie ha concebido una imagen mejor de la desdicha que el cuchillo entrando en nuestro costado de amantes. Pero ese no es todo mi secreto: Soy mariquita en mi herida invisible. (de Exposición) La Casona Iluminada / Sala 1 Av. Corrientes 1979, Buenos Aires. Los Domingos a las 19. LAS12 2.4.15 PAG.9 CH I AL A A S REG VO U MIN LB S Show de sushi “Akira, Sushi & Nikkei” se sigue expandiendo: ahora con nuevo local en pleno microcentro porteño, tanto el sushiman como el cocinero elaboran los platos y el sushi a la vista de lxs visitantes. Dada su cercanía a oficinas, bancos y grandes empresas, el nuevo local es ideal para disfrutar del Happy Hour con amigxs todos los días de 18 a 21 hs. La modalidad es un coctail y 5 exquisitas piezas de sushi a $85 por persona. Recomendaciones especiales: anticuchos de pulpo, chupe de mariscos, vieyras gratinadas, ceviche o tiradito. También se puede optar por alguno de los platos de la cocina fusión de Akira como saltado de lomo nikkei, pollo con almendras, salmón teriyaki con risotto de quinoa o el salmón Akira. Ricardo Rojas 451, CABA. Tel: 5263-3020. Más info: akirasushi.com.ar CENA ES S La edad de la inocencia POR G. T. “ Los jóvenes a menudo confunden lujuria con amor; están infectados con idealismos de todo tipo”, anotaba –con encantador cinismo– la canadiense Margaret Atwood en su multipremiada novela de 2000, El asesino ciego. Empero, hay quienes privilegian la llama de la (insertar suspiros) frescura acorazonada, e, inocencia mediante, le endilgan efervescencia y pasión apasionada, sin que importe su falta de madurez o –hay que decirlo– nivel de sofisticación. Acaso la fotoperiodista estadounidense Julia Xanthos sea una de ellas. Aunque dedicada a retratar sucesos diarios de la Gran Manzana para el New York Daily News, la profesional decidió hacer un parate de la actualidad para sumergirse de lleno en la perene figura del amor joven. Así, usando su smartphone entre deberes cotidianos, la artista fue en busca de tamaña figura, y la encontró repetidamente, capturándola en cada ocasión. Para más detalles: lo hizo en blanco y negro, cuánto más encantador. En bancos de parques, estaciones de metro, en techos de rascacielos o yaciendo plácidamente sobre el pastito de plazas, las lozanas parejas hacen entonces su gracia, expresando abierta y públicamente el flechazo, amén de facilitar la colección espontánea de Xanthos, devenida en hasthtag (#younglove) y cuenta virtual (la propia, en Instagram). “¿A quién no le gusta que tomen una imagen del comienzo de su relación?”, es la respuesta/pregunta que Julia ofrece al momento de contar que ninguna dupla se mostró reacia a ser gatillada. Y luego, a modo de consejito: “Deberíamos mantener el amor joven todo el tiempo, ¿verdad? Joven y ligero. Incluso quienes están juntxs desde hace rato. Ojo, no me refiero a vivir en el pasado; me refiero a recordar la inocencia y la dulzura de los primeros pasos”. Por lo demás, sobre sus más de 50 fotografías: “Ninguna es mi favorita, todas tienen una personalidad única e irrepetible”. Y expresan una (presunta) verdad que, en formato cliché, sería: “Todo lo que necesitas es amor”. O un iPhone y purretes demostrativos, lo que llegue primero. Julia y Ulises decidieron separarse. Los dos intentarán, desde su propio mundo, reconstruir aquello vivido. El recuerdo será el motor a partir del cual el pasado regresa, pero con un sabor distinto, con el registro propio del presente. El día que se conocieron, los olores, las miradas, el encuentro; el día que decidieron convivir, los poemas, el deseo, la palabra como un puente infinito, el día que Julia arma su bolso y deja de ser parte del destino de Ulises; el día que dejan de amarse. Vuelve Amorar, la pieza escrita y dirigida por Eloísa Tarruela, por nueve únicas funciones a partir del 4 de abril. Sábados 20.30 hs. Teatro Pan & Arte, Av. Boedo 876, CABA. Localidades general: 100 pesos. Estudiantes y jubilados: 80 pesos. Reservas: 4957-6922 y por Alternativa teatral. CIFRA 35 veces denunció a su ex pareja por amenazas o lesiones graves en la Justicia de Rosario. Hace 15 días fue la última vez que Jésica volvió a denunciarlo. Este martes se encadenó en las rejas de los tribunales de esa ciudad junto con otras víctimas de violencia de género, para reclamar que se cumpla la Ley 26.485 de Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. Todas se quejaron del tratamiento que reciben en la fiscalía a cargo de las causas penales sobre violencia de género, ante el fiscal regional Jorge Baclini, que prometió otro encuentro el martes próximo, según un informe de Cooperativa La Brújula. La mujeres exigen que se trabaje en un protocolo de actuación judicial y se cree un ámbito adecuado para efectuar las denuncias con privacidad, y contemplando la situación crítica que atraviesan las víctimas. Sólo en los primeros 25 días de 2015, la línea de denuncias de Rosario recibió 180 alertas. A HOGUE RA AL LA Corazón de leona SE DESHACE DE LO QUE DETESTA SABRINA MARCANTONIO * El acoso callejero T iraría a la hoguera a los agentes activos del acoso callejero, a esos que disfrutan faltándote el respeto, haciéndote sentir de la peor manera que les sea posible e incluso, en muchas ocasiones tocando alguna parte de nuestro cuerpo sin nuestro consentimiento. A esos que lo hacen desde el anonimato, cuando te ven sola o acompañada de otra mujer, y en inferioridad de condiciones para defenderte, dejando así a las claras su cobardía de la que, sin embargo, parecieran estar orgullosos. Pero, sobre todo, tiraría a la hoguera a los agentes pasivos del acoso callejero. Esos que por medio de naturalizaciones insólitas siguen permitiendo, e incluso avalando que esto ocurra. Esos (y esas, porque estamos tan oprimidas que hasta nos han enseñado a atacarnos entre nosotras) que, no siendo ellos quienes llevan a cabo la acción de acosarnos, sin embargo se encargan de justificar a los inadaptados sociales e incluso llegan a culparnos por nuestra forma de vestir o, lo que es más ridículo aún, por tener algún rasgo llamativo. Tiraría a la hoguera a todos aquellos que no pueden discernir entre la víctima y el victimario y, lo que es peor aún nos transforman en culpables de un hecho que no lo somos, haciendo cada vez más difícil darle fin a una situación de injusticia tan grande. *Autora y directora de Casandra está insolada (viernes 21 en El Piso, Hidalgo 878). PAG.10 2.4.15 LAS12 N FISH IO # N MO DO Esos raros nuevos talentos POR VICTORIA LESCANO L a transitada alfombra púrpura del Faena Hotel cobijó la sexta edición del concurso Fashion Edition Buenos Aires –FEBA– y que en su procesión de estilos y con los modales de un concurso de diseño (pasadas de tres conjuntos para cada participante) difundió la moda en boga en las academias El paisaje como inspiración para los textiles y las morfologías, las construcciones con trapos de piso de apariencia net, rompecabezas textiles cruza con origamis, tributos a la cultura animé y los rituales. Mientras que las diseñadoras de la marca Yûki & Zuki trasladaron a la pasarela atuendos representativos de su mirada sobre la fantasía pop –en cortas chaquetas en tono pastel y ricas en estampas contrastadas con faldas plisadas–, las citas a los paisajes irrumpieron en la firma Boerr Yarde Buller (los outfits de su colección resultaron de los paños más nobles, una paleta de negro, blanco y gris con la particularidad de que uno de los modelos llevaba el rostro maquillado con base negra); el paisaje patagónico representa las búsquedas de la firma Abre, diseñada por Luz Arpajou y Laura Leiva desde Neuquén. La secuencia de abrigos negros con tocados al tono matizada con faldas y pantalones en seda presentada por Anabella Bergero, fue la premiada por el jurado de expertos en moda (Andrea Saltzman, Turquesa Topper y Gustavo Lento y Lisette Trepaud y la revista Harper’s Bazaar) con cien mil pesos para la realización de una colección que será presentada en septiembre en la semana de la moda de México. Los disparadores de la colección de Bergero fueron los contrastes entre lo primitivo y “lo moderno”. La diseñadora de 24 años se refiere a sus premisas y desarrollos: “La relación surge a partir de lo conceptual, donde imágenes visuales provenientes de la tribu Selk’Nam y las pinturas de Piet Mondrian y de Kazimir Malévich componen una imagen unificada. Lo primitivo se encuentra en la inspiración que aportó la tribu del sur de Argentina, donde el lenguaje visual, la manera en la que pintaban sus cuerpos nos remontan a un estilo de vida primitivo, completamente diferente a los de Malevich y Mondrian. Me pareció interesante encontrar un balance entre la sabiduría proveniente de épocas donde no había civilización y las reflexiones visuales posteriores. Reflejé ese mix en mi elección de la materialidad para realizar las prendas, donde los textiles naturales coexisten armónicamente junto con sintéticos”. ¿Qué ritual contemplaste para la realización y los modos de uso de las prendas? –Encontré muy inspiradora la vestimenta que usaba la tribu Selk’Nam en su rito de iniciación llamado Hain. Como la colección que presenté en el FEBA fue mi primera colección a nivel profesional, considero que fue una experiencia de iniciación para mí y en ese sentido al proceso de diseño lo sentí como un ritual personal. El abrigo o tercera piel fue diseñado como la prenda que contiene al cuerpo, invita al usuario a verse inmerso en un mundo introspectivo de reflexión; me pareció importante mostrar a una mujer fuerte e imponente y que su fortaleza proviniera de algo que surge del interior. ¿Cómo definís tus deliberados contrastes textiles? ¿Asistís a talleres de experimentación con textiles? –Uno de los textiles que utilicé fue producido con una técnica conocida como handtufting, que habitualmente se aplica para la elaboración de alfombras, se caracteriza por generar textiles con mucho volumen y porque su textura se parece al pelaje de la lana. La combiné con rib de lana y de algodón, neoprene, sinamay, telas tipo spacer y sedas. Hace un tiempo que asisto a talleres textiles de Silvina Romero y ahora comencé a aprender con la diseñadora Araceli Pourcel. ¿Cómo y cuándo fue el paso de la arquitectura al diseño? –Viví en México desde los 12 hasta los 21 años, por lo que al terminar la secundaria allá comencé a estudiar Arquitectura, y los dos años que la realicé me dieron una educación sobre el manejo de la morfología que fue muy útil. Finalmente dirigí mi camino hacia el diseño y fue amor a primera vista. Comencé a estudiar indumentaria en 2012, cuando volví a vivir a Argentina y el año pasado tuve la oportunidad de hacer un intercambio académico en Copenhague y esa experiencia enriqueció mucho mi desarrollo personal y profesional. En México presentaré una colección primavera-verano y, seguiré trabajando con indumentaria femenina. En este momento estoy en una etapa de investigación y de absorción al estilo esponja. TW Piden reforma tributaria, pero fraternidad impide reforma para que las mujeres conduzcan trenes: Radio10 @Radio10 #YA “Estamos luchando por una reforma tributaria” Omar Maturano de La Fraternidad @jdiazok @germanpaoloski @radio10 Huevos: huacha descalza @colomba_blue En relación al tema aborto, estimado señor, le sugiero que se preocupe de sus testículos que yo me preocuparé de mi útero. Parirás con dolor: Mi Lifetime @MiLifetime ¿Cómo sería la historia actual si la Biblia hubiera sido escrita por mujeres? Exprésalo, #TheRedTent. Frenos: Campaña Nacional @DerechoDecidir Estancada iniciativa para despenalizar el #aborto en San Luis La independencia se aprende: Florencia Scarpatti @florscarpatti Se me quedó el auto. Aprendería de mecánica del automóvil para no depender de nadie. La monogamia no le hace bien a la tierra: Claudia Acuña @muclaudia La conclusión más alarmante: el monocultivo de soja sembró en la Cuenca del Plata un monocultivo marítimo: la cianobacteria. Infecta. La poligamia a veces le hace bien a las citadinas: María del Mar @mardelosmares La otra directora de Masterencitas dice que “La posta es salir con todos... Y no negarle nada a nadie”. Periodista de policiales alude a chicas ajusticiables: Bracesco @Bracesco En donde anda @moranzonidiego Espero que no lo pesquen otra vez en lugares con chicas ajusticiables por una módica suma de dinero. LAS12 2.4.15 PAG.11 A AN PANT CINE LA PL AL Esto también pasará Togetherness, la serie de HBO escrita, dirigida y protagonizada por los hermanos Duplass, muestra esa amarga melancolía por la juventud cuando todavía se es joven. El infierno son lxs otrxs La mujer que sigue pidiendo pista para el disfrute aún siendo abuela, en Party girl, el film estrella del ciclo Les Avant-Premières, el festival que adelanta gran parte del cine francés que se podrá ver en el año. POR DOLORES CURIA POR MARINA YUSZCZUK E specialistas en adultos que no terminan de despegar, que en lugar de ser protagonistas de sus propias vidas ocupan un colchón en la casa del amigo, o siguen sin abandonar el cuarto lleno de posters de la casa de mamá, los hermanos Jay y Mark Duplass escribieron y dirigieron algunas películas extrañas: en Cyrus (2010), Jonah Hill como hijo tiene que lidiar con el nuevo novio de la madre, una demasiado joven Marisa Tomei que lo mima como a un nenito. En Jeff, who lives at home (2011), Jason Segel ocupa el sótano en la casa de la madre, no tiene trabajo y parece que sólo puede movilizarlo el reencuentro con el hermano responsable (Ed Helms), ese que se banca un trabajo y un matrimonio infeliz con tal de llamarse adulto. Como si el cine independiente pasara recogiendo los desperdicios del modelo triunfal norteamericano, las películas se pueblan de vagos, insatisfechos, desorientados, jóvenes tardíos que se están quedando pelados, madres solteras que no se saben despegar de los hijos grandulones, treintañeros de buzo con capucha y barba de varios días que no precisa afeitarse para ir a ningún trabajo. O simplemente, infelices y fracasados. Suena fatal pero los Duplass saben reírse de su troupe melancólica, y sobre todo saben capturar esos matices de sinceridad que hacen a la insatisfacción de sus personajes algo un poco más digno que la oculta y avergonzada insatisfacción promedio. Togetherness, la serie de HBO escrita, dirigida y protagonizada por los hermanos que acaba de terminar su primera temporada y se prepara para una segunda vuelta, pertenece de pleno derecho a este árbol genealógico subdesarrollado porque gira alrededor de un puñado de casi cuarentones que, o no tienen la vida tan resuelta como parece, o no tienen la vida resuelta para nada. Brett (Mark Duplass) y Michelle (Melanie Lynskey) están casados, tienen un bebé y una nena en edad de jardín, una casa y un auto. El trabaja como sonidista en Hollywood y se deja maltratar por directores de bodrios ruidosos, ella trata de ocupar su tiempo en colaborar con un proyecto de escuela para el barrio. De alguna forma, en algún punto del tiempo anterior al inicio de la serie, Brett y Michelle se olvidaron de cómo era eso de divertirse juntos, y esa diversión incluye al sexo. A veces él estira la mano en la cama, trata de bajar un bretel, ella se hace la dormida. Cuando él pregunta: “¿Por qué no querés coger conmigo?”, ella responde, con una sinceridad absoluta que sin embargo no arregla nada: “No sé”. A la casa de Brett y Michelle cae el mejor amigo de Brett, un aspirante a actor cuya carrera se ve saboteada desde hace años por tener cada vez más panza y menos pelo. Apurado por cuentas que no pueden pagarse, desalojado, Alex (Steve Zissis) se apodera del sofá, aunque pronto tenga que disputárselo con Tina (Amanda Peet), la hermana de Michelle que vino hasta Los Angeles atrás de un tipo que la acaba de dejar. Tina no tiene hijos, ni trabajo, ni intereses, ni habilidades, ni nada, y opta por alquilar castillos inflables para fiestas como una opción para pasar el rato mientras aparece el tipo que la mantenga. La serie los acompaña en el lento desarmarse de las certezas que en realidad ni siquiera tenían, desde los pocos momentos de gracia que en la juventud parecían un estado permanente y unos años después se pueden buscar casi a ciegas, hasta los rechazos más punzantes. Porque Togetherness es el tipo de comedia donde el protagonista corre, como manda el género, para decirle a la mujer que todavía la ama, pero ella está en un cuarto de hotel besándose con otro. Así terminó la primera temporada, con una incógnita sobre el futuro de cada personaje que ya de por sí no podía más de incierto y una familia que, a punto de desarmarse, no hace más que sumarle amargura y precariedad al título de la serie.G A ngélique, la protagonista de Party Girl, encastra en una genealogía de personajes femeninos de la noche que en algún momento quedan ante la encrucijada: apartarse del camino del trasnoche o seguir bailando hasta que las luces delatoras lleguen para empujar hacia la salida. Con ese título, podría esperarse encontrar en Party girl un personaje guionado por Lena Dunham (Girls): joven, soltera, partuzera y con la cara contra la pared que en algún momento le impone la adultez. Pero no es el caso. La protagonista aquí tiene más de 60. Y unos 60 a los que ha llegado, no después de años de peeling y pilates, sino después de años de gira. Es abuela, no de las que tejen escarpines, sino de las que quieren divertirse. La película está dirigida por Marie Amachoukeli, Claire Burger y Samuel Theis, y es la estrella de la sesión Femme de Les Avant - Premières, el festival que adelanta gran parte del cine francés que se irá estrenando en la cartelera porteña a lo largo del año. Party girl es una historia autobiográfica, inspirada en la madre de Theis, unx de los tres directorxs. La dueña de esta historia verdadera se llama Angélique Litzenburger, actúa de sí misma y conserva su nombre de pila. También actúan el codirector, Samuel Theis, y sus hermanos, interpretando a los hijos de la protagonista. Angélique ha vivido su vida adulta trabajando en cabarets. Pero ya no se dedica al baile del caño sino a interactuar con los viejos mirones en la penumbra. De repente, es sorprendida por uno de los clientes, que se enamora de ella (aunque ella no está tan segura de acompañarlo en el sentimiento): un minero retirado que velozmente sugiere matrimonio. Acepta, aunque ella misma es muy consciente de que le gusta andar suelta. Angélique tiene una hija casada con la que come pastas los domingos. Otro hijo que es un introvertido guardia de seguridad. Otra adolescente de la que le sacaron la tenencia en circunstancias que no conocemos. Y un cuarto, interpretado por Theis, que hace de sí mismo. Es gracioso que el codirector se haya reservado para sí el papel del hijo comprensivo y triunfador en los términos del chic urbano –carilindo, progre, con suficiente dinero para vivir en el centro de París–. El reencuentro de Angélique con la hija que ya no está bajo su cuidado parece ponerla frente a una idea de maternidad para la que hay que rendir examen. La madre adoptiva contrasta con la biológica (tiene una casa enorme, en un barrio apacible, una cara sin maquillaje y una presencia asexuada). No importan los sutiles, y tal vez bienintencionados, discursos pedagógicos que lxs otrxs le deslizan a Angélique: que aproveche ahora que puede encauzar su vida. Aunque se casa y se va a vivir a con el minero, sabemos que Angélique no está para cambiar el top de lamé por el camisón, ni para barrer la cocina en bata de algodón. Y hasta su flamante y osuno marido lo dice. Party girl no tiene el tono empalagoso de Desayuno en Tiffany’s (1958). Ni un desenlace como el de Butterfield 8 (1960): Elizabeth Taylor allí es una fiestera que paga con la muerte repentina el querer redimirse (en un mismo accidente Hollywood lavaba también la imagen de la Taylor de verdad), al enamorarse de un hombre casado y “romper un hogar”. Por algo el título se tradujo como Una mujer marcada. Tampoco esta party girl es la prostituta de Dios se lo pague (Amadori, 1946) que, en efecto, paga sus culpas enganchándose con un vagabundo que, oh sorpresa, ¡era millonario! y que la lleva derechito a la Iglesia. El final de Party girl es liberador (es obvio que no puede bajar las mismas líneas que sus predecesoras, que quedaron tantas décadas atrás) pero igual deja en la boca algo agrio, la sensación de haber estado frente a una advertencia disimulada: familia y fiesta no son compatibles. Esa idea, algo conservadora, algo obtusa, de que en la vida siempre pero siempre hay que elegir. G Les Avant - Premières. Del 9 al 15 de abril , en Cinemark Palermo. Cronograma: www.cinefrances.com PAG.12 2.4.15 LAS12 EX VI S RIENC PE S IA DO Y LE Í TO FOTO: SANDRA CARTASSO Temor y temblor Las olas del mundo, de Alejandra Laurencich, reconstruye con detalle y vuelo a la vez el ambiente de penumbra y clandestinidad decretado por la dictadura cívico-militar. POR DANIEL GIGENA “ Con mi hermana nos contábamos historias sobre Spinetta: un invento sobre la figura de Luis, al que adorábamos como a un dios. Era algo que nos entretenía cuando éramos chicas, a la noche, cuando nos íbamos a dormir. Teníamos códigos y hasta palabras inventadas para referirnos a lo que producía ese Luis. Yo me esmeraba en imitar su voz, porque a mi hermana le fascinaba escuchar los diálogos entre personajes con voces reales”, cuenta Alejandra Laurencich (Buenos Aires, 1963), flamante autora de Las olas del mundo. En ella, Andrea Debari, una chica que cumple trece años el día del golpe de Estado contra Isabel Perón, apela a su imaginación para sobrellevar una realidad al comienzo tan sólo aburrida, pero que luego irá cobrando matices siniestros. Andrea vive con sus padres, su abuela paterna y su hermano mayor, Fabián, en un barrio porteño; va a una escuela de monjas y tiene una única amiga. Marí se convierte de inmediato en la oyente privilegiada (además de ser la única) de las historias que Andrea, como una Scherezade perpleja y voluntariosa, hilvana con los materiales que tiene a su alcance: titulares de diarios y revistas, anécdotas provistas por su hermano, un simpatizante de la izquierda popular de esos años; letras de canciones de Pescado Rabioso, Víctor Jara y Los Rolling Stones; personajes del entorno familiar transformados por la varita mágica de la narración alucinada. “Era lindo contar y sentir del otro lado esa energía hipnotizada, esa fe en cada cosa”; en esa reflexión de Andrea acerca del poder que sus palabras tienen sobre su única amiga se esconde una poética equilibrada, una operación de sumas y restas, de macerados de experiencias propias y ajenas con las que resistir las agresiones del mundo (que no serán pocas: exilios forzados, secuestros y duelos, y un sentimiento de culpabilidad que parasita a la protagonista). “Detestaba ser una buena chica, detestaba que me miraran como si fuera un ángel, hubiera querido se una bruja, un demonio. Que los chicos y los grandes se abrieran paso al verme. Que me miraran con miedo y respeto”, dice Andrea, pionera de su propia rebelión, en la primera parte de la novela. Varias veces se ha señalado el poder de resistencia que los relatos literarios, cinematográficos, periodísticos incluso tuvieron entre 1976 y 1983 en la Argentina. Los años posteriores a la dictadura, otros relatos reconstruyeron, mediante el testimonio, la documentación o la narración política, lo que había ocurrido y sus efectos sobre la sociedad. Las olas del mundo crece en un hueco entre ambas configuraciones y muestra el proceso de construcción de una ficción redentora, un refugio verbal para una adolescente invadida por el miedo, arrasada por aquello que no puede comprender y, a causa de una decisión errónea (tomada con la intención de ayudar a su hermano), también por la culpa. Esa instancia subjetiva adquiere mayor relieve en el último tercio de la novela, donde la primera persona es reemplazada por una narradora más distanciada, que sigue a Andrea a partir de 2004, pocos días después de la recuperación del predio de la ex ESMA como Espacio para la Memoria y la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos. Convertida en una mujer de 41 años, sola con su profesión, sus recuerdos y unos rituales para amortiguar la soledad, Andrea encuentra en la escritura (doblemente: reencuentra sus anotaciones de adolescente en viejos cuadernos contables y a la vez escribe a partir de ese hallazgo) una formación similar a “una ola enorme que avanza hacia ella”. Es posible que la nueva novela de Laurencich –palimpsesto de canciones de rock, proclamas libertarias y personajes de ficción reduplicados en la ficción– se asemeje también a una descripción figurada del método para resistir el embate de esas olas que aún llegan desde el pasado. G Alejandra Laurencich Las olas del mundo Novela Alfaguara INGRID BECK Hay cadáveres El hartazgo por las crecientes cifras de femicidios y violencias contra las mujeres aúnan las voces de muchxs que se preguntan por qué no salir a la calle a gritar tantas muertes. Algo de esa pregunta empezó a corporizarse en la acción Ni una menos. POR FLOR MONFORT Y MARINA MARIASCH E s hora de que las muertes de las mujeres a manos de varones pasen a ser un tema de la sociedad entera. El jueves pasado, desde las 16, en la Plaza Boris Spivakow del Museo de la Lengua, éramos bastantes mujeres, había pocos varones, y muchas lágrimas, abrazos, reencuentros. Había mucha tristeza y bronca contenida. La madre y el padre de Wanda Taddei, Beatriz Regal y Jorge Taddei; Adriana Belmonte, la mamá de Lola Chomnalez, algunxs de quienes leyeron con la garganta hecha un nudo por sentir el dolor en el cuerpo, por ese cuerpo criado y cuidado que un día se convirtió en deshecho de un violento. Al mismo tiempo, en la ciudad estallaban otros reclamos: a la vuelta, sobre la avenida Las Heras, frente a la embajada de Paraguay, se escuchaban los ecos de sus proclamas; en el centro, un repudio a la quema de un muñeco de Hebe. En la plaza, bajo un sol tibio ya otoñal, entre las rejas bien recoletas de una zona exclusiva conocida como “la isla”, éramos muchas mujeres, casi todas militantes públicas contra la violencia machista. Muchas, pero no las suficientes para tomar la calle, cortarla, llamar la atención sobre las muertes que se acumulan, sin cifras oficiales, pero con el relevo escalofriante de la ONG La casa del encuentro: una mujer muere cada 30 horas en la Argentina. La intención de esta acción espontánea llamada Ni una menos es salir a la calle a compartir la furia, no sólo para no seguir estancando la ira sino para agitar la agenda política de un tema que parece invisible, como si siguiera siendo un asunto que se resuelve puertas adentro. El femicidio de Daiana García, aparecida en una bolsa negra de consorcio entre restos de basura, fue el puntapié para la reunión, de la que participaron leyendo poemas y textos propios y ajenos, durante más de cuatro horas, María Moreno, Selva Almada, Ingrid Beck, María Pía López, Florencia Abbate, Vivi Tellas, Virginia Cano, Luciana Peker, Colectiva de Antropólogas Feministas, entre otrxs. La acción se replicó en Córdoba a horas del femicidio de Andrea Castana, con lecturas, performances y proyecciones. Algo del espíritu de las lecturas puede resumirse en el deseo de ocupar el espacio público con libertad, salir a la calle a cualquier hora, caminar sin sentir el aliento en la nuca, circular con la ropa que queramos, cuando queramos, sin que eso sea tomado como símbolo de provocación, de procacidad. Salir sin corpiño, sin remera, con la calza donde se nos cante, el culo inflado de maternidad y torta. A la plaza fuimos entre amigas, con nuestras hijas e hijos, para juntar recursos y estrategias, para darnos una mano y sostenernos. Como Belmonte, que temblaba mientras leía pedazos rotos del diario de su hija que quería crecer y ayudar a otrxs: quería ser psicoanalista y acróbata. La mamá de Lola Luna, asesinada en Valizas a fines de diciembre, bajó el escalón de piedra del brazo de una amiga. Estábamos todas en la misma. ¿En la misma bolsa? Hoy no, pero tal vez mañana. “Yo no soy la mujer de la bolsa, porque esa (entre otras) es Daiana, quien ya no está, y nada debería borrar lo insustituible de su ausencia, lo irrecuperable e insuplantable de su muerte violenta a manos de un femicida”, leyeron Cano y Marta Dillon a dueto, en un texto que titularon “Que la rabia nos valga”, arengando también a las identidades trans, tortilleras, tan víctimas del heteropatriarcado como el resto. Por nombrar un emblema: la Pepa Gaitán, fusilada por el padrastro de su novia el 7 de marzo de 2011. Es de esperar que esta acción sea la primera de muchas, la que lanza al mundo ese grito contenido que venimos tragando, pero que alivia su llanto en la viralización en las redes sociales: muchas dicen basta y quieren sumarse en el futuro. Que así sea. G LAS12 2.4.15 PAG.13 O NO EL MEGAF Marcela Fillol murió sin ver a su hija No soy yo, no POR LILIANA HENDEL * M arcela Fillol murió el 22 de febrero de 2015. Si la muerte llegó con anuncios previos y podría haber sido digna y no fue, debemos hablar de la responsabilidad de quienes lo impidieron. Si están en juego la salud y emocionalidad de una niña, los responsables de cuidar de la niñez deben dar cuenta de sus actos por no haber cumplimentado con la debida diligencia de la que hablan los tratados de derechos humanos y los recursos disponibles para evitar los daños. O disminuirlos. Marcela Fillol, igual que Alicia Muñiz, igual que Wanda Taddei, pasará a ser un emblema de los movimientos que reclaman justicia para las mujeres y las niñas. Ella se fue del país y se enfermó gravemente estando afuera, un dato que el padre de la niña –del cual ella huía por violento– aprovechó para denunciarla por obstrucción del vínculo. La Justicia no tomó en consideración la enfermedad e internación de Marcela. No le preguntó ni la escuchó. La jueza Marcela Trillini primero y luego Silvia Celina Sendra, del Juzgado de Familia Número 3 de San Isidro, separan drásticamente a Marcela de su hija Jazmín –de siete años–, la acusan de Síndrome de Alienación Parental (SAP), un inexistente cuadro diagnóstico derivado del modelo de la Guerra Fría de lavado de cerebro, que supone que se puede convencer a un niño/a de haber sufrido una violación. La Justicia no toma en cuenta los estudios de género, la cámara Gesell y los dichos de la niña. No le pregunta. No la escucha. Marcela vive en el Sur. Su enfermedad avanza, sólo desea ver a la niña y despedirse. La Justicia actúa lenta. La orden de revinculación, tan rápida con padres probadamente abusadores, es más lenta que la veloz metástasis. La defensora que debía cuidar de Jazmín no pregunta ni escucha. El estado es terminal. La orden judicial llega; el padre incumple. Nadie sanciona. La niña llega a Bariloche horas después del fallecimiento de Marcela. ¿Quién le pidió explicaciones a la jueza Trillini? Nadie. ¿Quién reclamó a la defensora Ana María Fernández Irungaray, que debió protegerla? Nadie. ¿Quién evalúo si, efectivamente, la niña está en manos de un abusador y eso confirma que vive en riesgo psicofísico? Nadie. ¿Quién le devuelve las últimas horas a Marcela que, sabiendo que se moría, sólo quería despedirse de su hija? Nadie. ¿Quién le devuelve a Jazmín la infancia? Nadie. Marcela Fillol será un emblema para que su muerte ayude a construir el camino hacia otra Justicia y para que Jazmín sepa que su madre pidió por ella. Que la amó e intentó cuidarla. Que pensar en ella le arrancaba sonrisas de recuerdos alegres. Digamos fuerte “Marcela Fillol” y otras voces gritarán “¡Presente!” y se sacudirán las estructuras de organismos canallas que no cumplen con sus mandatos, de juezas corruptas que se jubilan rápidamente para evitar los juicios que merecen y de defensoras que dan discursos para ocultar que sus ausencias matan, golpean y dañan. * Psicóloga y periodista de Visión 7, en la Televisión Pública, y coordinadora de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género (Ripvg) en Argentina. PAG.14 2.4.15 LAS12 ENTREVISTA Además de la amenaza siempre presente de las leyes de criminalización de las personas que podrían transmitir el VIH, los medios hegemónicos en Brasil han contribuido en las últimas semanas de marzo al pánico moral difundiendo informes sobre prácticas sexuales no hegemónicas, como si allí estuviera la cuna de todos los males y no hubiera unas pocas medidas prácticas para el autocuidado. Sonia Corrêa, feminista e investigadora de la Asociación Brasileña Interdisciplinaria de Sida, alerta sobre esta situación, que no es aislada sino que se relaciona con otras iniciativas punitivas a la autonomía de las personas, que suceden en nuestro continente y también –y sobre todo– en el Hemisferio Norte. D urante el mes de marzo, el debate sobre la criminalización de la transmisión del virus de VIH/sida cobró relevancia en los medios a través de diversos reportajes. Sonia Corrêa, investigadora asociada de la Asociación Brasileña Interdisciplinaria de Sida (Associaçao Brasileira Interdisciplinar de AIDS - ABIA) y cocoordinadora del Observatorio de Sexualidad y Política (Sexuality Policy Watch; SPW, sigla en inglés), afirma que la falta de información sobre el tema y la falta de preparación de los medios brasileños contribuyeron a crear un clima de pánico moral que afectó a la sociedad brasileña. Para Sonia Corrêa, el hecho de desplazar el foco de la atención hacia un pequeño grupo con prácticas sexuales disidentes (tales como el barebacking) oculta las condiciones y factores que están en el centro del debate sobre el aumento de la epidemia de VIH/sida. ABIA: –¿Cómo evalúa esta ola de criminalización de la transmisión del VIH en el Brasil? Sonia Corrêa: –Las propuestas de criminalización de la transmisión del VIH no son recientes en este país. Desde la década de 1980 se han aplicado los artículos existentes en el Código Penal de 1940 (referentes a la transmisión de una enfermedad contagiosa) para criminalizar personas que supuestamente transmitieron el VIH a otras. El primer proyecto de ley específico de criminalización de transmisión del VIH es de 2001. Ya en 2012, la ABIA produjo un informe sombra sobre el problema de la criminalización de la transmisión del VIH en el país, presentándolo en la Revisión Periódica Universal (RPU) del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (CDH - ONU). El informe identificó y analizó críticamente casos en marcha, en los cuales había personas acusadas que estaban siendo juzgadas con base en el Código Penal de 1940. Tal vez lo que ahora sea nuevo es que esta ola actual se da en un momento político problemático, porque el nuevo presidente de la Cámara Federal, diputado Eduardo Cunha, es evangélico y se declaró en contra de los homosexuales, el aborto y la prostitución. Ya empezó a promover proyectos de ley de corte conservador en relación con varios temas, inclusive en lo que respecta a la criminalización de la transmisión del VIH. Más allá de esto, existe una enorme desinformación sobre este tema en nuestro país. Los medios deberían reflexionar más sobre el papel que vienen desempeñando, porque lo que han hecho hasta ahora ha sido promover el pánico moral. Por ejemplo, en el Brasil no han sido divulgados análisis críticos que están disponibles (producidos por agencias de las Naciones Unidas, instituciones académicas o redes globales que trabajan con VIH/sida, y que abordan la ineficacia y los efectos negativos de esas leyes penales. Uno de ellos es el Manual de la Onusida (Unaids) sobre Criminalización (2009) y, más específicamente, el “Informe de la Comisión Global sobre el VIH y la Ley” (2012), publicado en portugués el año pasado. Algunos de estos análisis señalan que en varios países en donde las leyes criminalizan la transmisión del VIH, tal fenómeno tuvo lugar como efecto de situaciones de pánico moral creadas alrededor de casos específicos de transmisión. Principalmente, este vasto conjunto de materiales destaca reiteradas veces que aquellas legislaciones no tienen efectos positivos desde el punto de vista de la salud pública, o sea, de las medidas de prevención. ABIA: –¿Cuál es la situación actual de las leyes que criminalizan la transmisión del VIH en el panorama mundial? Corrêa: –Siempre que se habla sobre este tipo de legislación, se hace una asociación con las políticas globales de VIH y del sida implementadas por la administración de George Bush al comienzo de la década del 2000. Esa asociación no es incorrecta en función del tono moralista de las políticas norteamericanas de aquel período; de hecho, influyeron directamente en la adopción de legislación criminal específica en los países del Africa Subsahariana. No obstante, un gran número de estados en los EE.UU., Canadá y varios países europeos aplican los artículos de sus códigos penales (es decir, leyes penales generales) para criminalizar a personas acusadas de transmitir el VIH y el sida. El ejemplo más conocido y debatido es el de Suecia, país que también criminaliza a los clientes de sexo comercial. Este es un dato importante y paradójico, porque los países del Norte, supuestamente desarrollados y vistos en general como “modelos de democracia y de bienestar”, en este caso no ofrecen un buen parámetro. Mapas recientes de esas leyes criminales muestran que a pesar de que en Africa y en otras regiones del Sur Global se han adoptado recientemente leyes específicas de criminalización de la transmisión del VIH/sida, no han sido efectivamente implementadas. Pero en Canadá, Estados Unidos y Europa (especialmente Suecia), la criminalización de hecho se implementa a partir de leyes no específicas, muchas veces de forma draconiana. Por este motivo, las redes internacionales que trabajan con el tema hacen críticas severas y sistemáticas a las políticas criminalistas de esos países. ABIA: –¿Cómo debería orientarse a la sos vos, es aquélla sociedad sobre este tema? Corrêa: –Desde hace algunos años, la ABIA viene realizando acciones para informar a la población y ampliar la discusión sobre la criminalización. En el 2010, organizamos un seminario en conjunto con la Orden de los Abogados del Brasil (Ordem dos Advogados do Brasil - OAB) y el grupo Pela Vidda Niterói. Ese seminario dio origen a una publicación, editada en el 2011. En cuanto al informe sombra que mencioné anteriormente, la ABIA demostró cómo el uso aplicado por la policía y el Poder Judicial sobre los artículos existentes en el Código Penal para criminalizar la transmisión del VIH puede constituirse en una violación de los derechos humanos. El caso emblemático fue el de una mujer condenada en Río de Janeiro por la transmisión del VIH y la muerte de un hombre. El fallecimiento había sido antes de la investigación. Podemos decir que esa mujer fue condenada y encarcelada con base en el “me dijo que le dijo”. Aunque ella pueda haber tenido relaciones sexuales con el hombre que falleció, éste también puede haber tenido relaciones con otra persona con VIH positivo. O sea, en esas condiciones, era prácticamente imposible la prueba de una transmisión. El año pasado la ABIA también promovió la diseminación del “Informe de la Comisión Global sobre el VIH y la Ley”, documento que al día de hoy constituye un parámetro fundamental para este debate. ABIA: –¿Cuáles son los efectos negativos más relevantes de la criminalización de la transmisión? Corrêa: –Quisiera citar otro documento importante en el debate global sobre este tema: la Declaración de Oslo sobre la Criminalización de la Transmisión (2012), que a su vez trae varios artículos sobre cómo y por qué, en términos de la salud pública, la criminalización genera más daños que beneficios. Por ejemplo, el documento afirma que las medidas que permiten a las personas tener acceso a testeos y a medidas de prevención (tales como preservativos y, actualmente, nuevas tecnologías) son siempre mucho más eficientes en términos de salud pública que la adopción de una ley penal. Esto es lo que la ABIA ha defendido. La ley penal puede tener un efecto espectacular en los medios, pero no impacta sobre los factores estructurales que explican la transmisión del VIH en un sentido amplio, determinada por factores tales como desigualdad de clase, género y raza, falta de acceso a la información, servicios e insumos. ¿Qué sucede en la práctica cuando se adopta una ley penal de este tipo? Se identifica a alguien considerado culpable. Esto moviliza pasiones sociales relacionados con esa persona, que pasa a ser vista como “la” responsable por la transmisión de un virus que mata, porque tiene una sexualidad “irregular”. Y cuando el foco (de la ley, de la política, del debate público) aísla a esa persona o a un grupo pequeño, son retirados del debate otros aspectos más relevantes que sí explican la ampliación de la epidemia. Por ejemplo: el VIH continúa siendo transmitido y la epidemia crece o se estabiliza porque un número significativo de personas no realiza tests, o porque esas personas no toman las medidas de prevención necesarias, o porque cuando son VIH positivas no se tratan. El foco en las sexualidades disidentes como los barebacking nos hace olvidar que la transmisión entre hombres y mujeres continúa como un efecto de la desigualdad de género, especialmente en el campo de la sexualidad. Fue lo que le pasó a Talita, la participante del Gran Hermano (Big Brother Brasil) que se transformó en la Geni –este nombre hace referencia a la famosa canción de Chico Buarque, “Geni e o Zepelim”, atribuido en el Brasil a personas que, en determinadas circunstancias sociopolíticas, se vuelven blanco de repudio público (N. de la T.) de las redes sociales porque no se cuidó como debía, mientras su compañero había tomado todas las medidas de prevención. También están los jóvenes que tienen sexo con hombres (o aquellos que se autodenominan gays), y que de alguna manera dejaron de cuidarse porque las campañas –mostrando que la epidemia no desapareció– fueron abandonadas. El tema del riesgo, particularmente entre hombres, es un tema poco debatido. ¿Por qué las personas no están usando preservativos? ¿Por qué no los encuentran? ¿Dónde están los preservativos? Aquellas personas que son VIH positivo, si no se están tratando, ¿por qué no lo hacen? En fin, hay varias preguntas de carácter social y cultural que quedan en el olvido cuando se pone el foco en 3, 10, 15 personas envueltas en prácticas sexuales disidentes de transmisión deliberada del VIH. ABIA: –¿Cómo debería lidiar con esa nueva ola el movimiento Sida? Corrêa: –Es necesario tener mucho cuidado con el tema de las prácticas sexuales, sean cuales fueren, desde que se realicen con consentimiento. Más allá de esto, ante cualquier debate realizado por el movimiento Sida (o cualquier iniciativa que sea tomada en relación con el pánico moral creado alrededor del barebacking en el contexto de esa nueva ola de criminalización de la transmisión del VIH) es vital correlacionar ese tema con todas las otras cuestiones que entran en la bolsa de la criminalización, tales como el aborto, la criminalización de clientes de prostitución y la criminalización de drogas. En este momento, todos estos temas están a la orden del día en el Congreso. Por ejemplo, existe un proyecto de ley llamado el “Estatuto del niño por nacer” (Estatuto do Nascituro), cuya tramitación y eventual aprobación puede implicar la eliminación de los tres permisos de aborto en el Brasil: casos de violación, riesgo para la madre y anencefalia. Considerando las condiciones políticas del Congreso, puede suceder que el proyecto del diputado Joao Campos sobre la criminalización de clientes de prostitución también salga del cajón para oponerse a la ley Gabriela Leite, presentada por el diputado Jean Wyllys. De la misma forma, existen proyectos draconianos que tienden a ser promovidos sobre el aumento de la criminalización del uso de drogas, colocando a Brasil a contramano de la tendencia mundial. En el exterior, incluyendo los EE.UU., se ha repensado críticamente la “guerra a las drogas”. Un debate informado y plural sobre la criminalización de la transmisión del VIH –pensada en ese contexto más amplio– puede contribuir para una reflexión crítica sobre el recurso fácil de la ley penal como instrumento de pedagogía social. Porque tal como ha sucedido en otros países, esta perspectiva ha sido adoptada actualmente en Brasil sin demasiado cuidado por varios movimientos sociales que luchan por la igualdad entre los géneros y los derechos sexuales. G Entrevista publicada originalmente en la página web de la Asociación Brasileña Interdisciplinaria de Sida (Associaçao Brasileira Interdisciplinar de AIDS ABIA) LAS12 2.4.15 PAG.15 Gabriela Michetti O MENAJ E La plantada H PERFIL POR LUCIANA PEKER “ Mírame a los ojos”, es el eslogan de campaña de Gabriela Michetti para gobernar la ciudad de Buenos Aires. Sus ojos están apenas delineados por una liñita de maquillaje, no esconde sus arruguitas y, como siempre, apuesta a que su debilidad se convierta en fortaleza. Pero la versión 2015 de Michetti –además de los rulos domados por un brushing aplastante– muestra a Gabriela enfrentando a su mentor, Mauricio Macri, que ya declaró su apoyo explícito al jefe de Gabinete porteño –y archirrival histórico de Michetti–, Horacio Rodríguez Larreta. El guiño a la mirada es una apuesta a la confianza de una candidata que despertó la idea de cercanía, honestidad y valentía. Gabriela siempre tuvo alta la imagen positiva, que es como la autoestima encuestada de la política. Ella usó ese marketing y ese marketing la usó a ella. En la carrera electoral del 2015, Mauricio Macri quería que fuese su vicepresidente (con el sexo neutralizado como práctica y lenguaje), la que lo secundaba desde abajo, hablando de corrido y con sonrisa de postal norteamericana de superación personal. Pero Gabriela le dijo no. Y, cuando una mujer dice no, para Mauricio no es no. Entre tanto nombre propio canchero (como si la campaña electoral fuera una rueda de apretones de manos de una vernissage o un grupo de WhatsApp de un edificio con amenities), Mauricio le cobró a Gabriela su desafío y salió a apoyar explícitamente a Horacio, en la mesa de Mirtha Legrand –que le ahorra a sus entrevistados atragantarse con preguntas sobre el aumento de la mortalidad infantil–, para las PASO que se votan, el 26 de abril, en la Ciudad de Buenos Aires. Mauricio rescató que Horacio estuvo ocho años en la Ciudad al pie del cañón. Una metáfora bélica que demuestra que, cuando hay que elegir, las mujeres siguen relegadas a la trinchera. Mientras tanto, Gabriela se quebró en Intratables y facturó que no creyó que decirle que no a Mauricio iba a tener tantos costos. A Patricia Bullrich, que ahora apoya a Mauricio por si alguien se perdió en la calesita oportunista, le pareció preciosa la comparación de Macri con un DT que, cuando tiene que ganar un partido, debe definir a su mejor jugador para entrar a la cancha. Fútbol, guerra y piernas. El darwinismo político confiesa que las heroínas amarillas son descartables si se revelan y no quieren acompañar el poder como a su silla de ruedas, sino, además, avanzar por su propia cuenta. Gabriela contó que la separación con su ex esposo (el periodista Eduardo Cura) le dolió más que su accidente. Pero el macrismo recela de su actual pareja, Jorge Tonelli. No porque es el director ejecutivo de la Cámara Argentina de Productores de Especialidades Medicinales de Venta Libre (Capemvel), que impulsó que las cadenas de farmacias vendieran medicamentos sin receta y golosinas en la ciudad de Buenos Aires, sino porque avizoran que detrás de toda gran mujer hay un hombre que pretende más poder. El machismo juega también su propia interna. En la necesidad de Macri de colocarse como una figura política y no sólo un bon vivant de los negocios paternos a costa del financiamiento estatal, la senadora y ex vicejefa de Gobierno porteño fue central. Pero ahora que ella se juega a su propio peso la misoginia carnívora de la política no le perdona su autonomía. No le alcanza con ser la confesa de Jorge Bergoglio, aun antes de que fuera papa, ni sus lealtades amarillas. Macri la sigue llamando hermanita. Pero, igual que en las empresas, a las hermanitas se las puede espiar (como a la ya difunta Sandra Macri) o conformarlas con un vuelto. Gabriela no quiere encontrarse cara a cara con Mauricio. No quiere quebrarse. El mandato es que las mujeres, en la política como en el trabajo, se escondan en el baño para llorar. Justo ella que le sumó sensibilidad a un ingeniero frío y frívolo, pero ahora –que el establishment lo tocó con la varita mágica de salvador de la patria financiera con los pantalones bien puestos y el dólar libre– las lágrimas quedan fuera del cuadro que pretenden volver a levantar. Por eso, Gabriela prefiere que él –que ya cantó su voto en contra– no la mire a los ojos. G PAG.16 2.4.15 LAS12 Lilia Ferreyra Adiós, compañera POR MARTA DILLON S e ha muerto Lilia Ferreyra; los ojos de una testigo de nuestro tiempo se han cerrado. Sus ojos, que vieron el horror y la resistencia, que se ilusionaron en los últimos años con la recuperación de la palabra y la militancia, esos ojos ya no ven, ya no están y en ese silencio y esa oscuridad algo de nuestra historia común se repliega como si el pasado amenazara con tragarse ese presente que se grita cuando se nombra a los que se llevaron. Era la última compañera de Rodolfo Walsh, eso dicen ahora, a la hora de escribir unas palabras urgentes, las notas que pueden rastrearse en la web, el escueto obituario que se le dedica mientras su cuerpo viaja a la Biblioteca Nacional donde fue velado entre amigas y amigos, sobrevivientes como ella a la noche más oscura de la historia argentina. Pero era más que eso, Lilia era periodista, gremialista, integrante de la Juventud de Trabajadores Peronistas, era una mujer alegre que bailaba el tango como ninguna, que lloraba por su compañero desaparecido, pero clamaba por su obra robada, sus últimos papeles, los que ella ayudó a transcribir, los que rodeaban la cama donde las mejores noches de amor y sexo se acunaron al filo del miedo y de la muerte. Sus ojos claros se dejaban encandilar por el mar. El exilio en México, después de un breve paso por Brasil, la había devuelto a su amor por la arena y las olas en esos años en que su corazón en carne viva apenas podía escuchar el primer acorde del “Otoño Porteño”, de Piazzolla, porque ésa era la música melancólica que sonaba una y otra vez cuando la clandestinidad la mantenía a ella y al inmenso escritor y periodista que fue su compañero encerrados entre cuatro paredes prestadas. Con Walsh habían planeado una quinta con lechugas y bordeada de álamos en el Tigre; a su lado supo de la pérdida inminente mientras él fraguaba la Carta abierta a la Junta Militar, que fue su último acto. Ella sobrevivió, era una sobreviviente, aferrada a su cigarrillo como si fuera su única compañía, refugiada en el último escritorio de la redacción, envuelta en sus pensamientos pero sin dejar nunca de intervenir en las asambleas, solidaria y dispuesta a dejarse tender la mano. Ilusionada con un proceso político que la había llevado, justamente a ella, que había perdido lo que más quería en las catacumbas de la ESMA, a soñar con un proyecto de museo, de memoria y de recuperación histórica de ese predio como representante del Estado Nacional en el Ente Tripartito que dirigió el lugar. No fue sin costo, no fue sin discusiones, aunque ella disfrutaba de haber vuelto a manejar, comprarse un auto con el que había ganado independencia para ir y venir de su oficio de periodista a su compromiso político, su compromiso como testiga, su corazón combativo. No quería ser sólo la viuda de Walsh, aunque eso sea lo primero que se anote de ella, aunque aquel amor haya sido tan refulgente que opacaba todo lo que siguió después. Aun así se animaba, iba a fiestas cruzando generaciones y volvía a sacarle viruta al piso y vale la frase anacrónica para honrar su esmerado estilo de tango que se reconvertía en cualquier otro ritmo. Trabajó en La Opinión y en este diario, clamó por justicia en la causa ESMA, asistió a Carta Abierta, puso el cuerpo cuando en 2008 la disputa por las retenciones a la elite agropecuaria empezó a polarizar los ánimos. Después fue debilitándose, su cuerpo ya no la acompañó para nuevas aventuras, pero fue tenaz en la resistencia como lo fue en los años de sangre y fuego. Murió Lilia Ferreyra, sus ojos testigos se han cerrado, la noche es más oscura esta semana, aunque la luna esté creciendo al principio de abril porque cada vez que una testiga muere el pasado parece un animal de fauces abiertas que nos deja, a todos y a todas, un poco más solas. G
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