El Ejército de Salvación The Salvation Army Iglesia Cristiana Evangélica Cuerpo de New Brunswick Capitanes Gerardo y Mónica Balmori Pastores y Oficiales Directivos Células de Estudio Bíblico Apuntes de los estudios Bíblicos semanales en los hogares cristianos ¿Cómo Debe Crecer La Iglesia? Generalmente, cuando se trata del crecimiento de la iglesia lo primero que viene a nuestra mente es la cantidad, lo cuantitativo. Es natural que pensemos de esta manera, porque fácilmente nos impresiona lo externo, lo grande o masivo, lo que de algún modo revela la capacidad de ser humano para realizar obras extraordinarias. La iglesia evangélica, en diversas partes del mundo, no ha podido escaparse del todo de esta flaqueza. En algunos casos puede entrar también en la obsesión por el crecimiento numérico, el espíritu de competencia innoble, o el propósito de autoglorificación. Es posible que deseemos que nuestra iglesia crezca numéricamente con el fin de demostrar nuestra "eficacia ministerial", o de aumentar el prestigio de nuestra organización eclesiástica o denominación (mas lamentable aún es buscar el crecimiento por el deseo de prosperar económicamente). Sin embargo, la pasión por el crecimiento numérico puede existir también en cristianos que desean ver, con sinceridad, el mayor numero posible de personas "venir los pies del Señor Jesús". Este es un deseo sano, encomiable. Bienaventurados quienes imitan a un siervo de Dios de generaciones pasadas le dicen sinceramente al Señor "¡Dame almas o me muero!" Nuestro padre celestial esta muy interesado en el número de personas convertidas a Jesucristo. El "quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (I Tim. 2:4). "El es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 Pedro 3:9). El Señor Jesucristo, su Hijo comparte el mismo interés; de otra manera no hubiese entregado su vida por nosotros, ni ordenado a sus discípulos que fuesen por todo el mundo evangelizando a todas las naciones. Su iglesia es un organismo viviente y creciente, diseñado también para crecer en cuanto al número de sus miembros. El Señor esta interesado en las estadísticas. Por supuesto, no esta tanto en las que levantamos nosotros, sino en las que El guarda fielmente en el "Libro de la vida". También El, "cuenta las cabezas", como puede verse en el libro de los Hechos (2:41; 4:4; 5:14; 6:7). Decir que lo importante es la calidad y no la cantidad no es bíblico. Ambas tienen importancia en plan de Dios para su pueblo. No es válida la excusa de que determinada iglesia no crece numéricamente porque esta creciendo en calidad. En este caso seria necesario preguntar qué se entiende por calidad. El crecimiento integral, total, de la iglesia incluye las dos cosas: calidad y cantidad. Se sobreentiende que el crecimiento numérico es una de las evidencias de la buena salud de la iglesia. Hay otras maneras de medir su crecimiento integral. Por ejemplo, el Nuevo Testamento dice que los cristianos debemos crecer en el conocimiento de Dios (Col. 1:10); crecer en la gracia y en el conocimiento de Cristo (2 Ped. 3:18); crecer para salvación por medio de la Palabra de Dios (I Ped. 2:2); crecer en amor unos con otros y para con todos (I Ts.3:12), crecer siempre en la obra del Señor (I Cor. 15:58); crecer en todo, en Cristo (Ef. 4:15). La Iglesia Debe Crecer En El Conocimiento De La Palabra De Dios. La Capacidad de los creyentes en Cristo para asimilar la Palabra de Dios es uno de los criterios del Nuevo testamento para determinar el grado de madurez espiritual en una congregación (I Cor. 3:14; Heb. 5:11; 6:3). No es posible crecer integralmente sin alimento sólido de la Palabra de Dios (I Ped. 2;2 2 Tim. 3:14-17). Se llaman a engaño los que piensan que la iglesia se desarrollará normalmente a sólo golpes de emoción, o por medio de técnicas administrativas que no van acompañadas de oración ferviente, del estudio sistemático de las Sagradas Escrituras, y de la acción evangelizadora. Hay quienes parecen depender únicamente de las buenas relaciones públicas, o de programas variados (o "creativos"), pero carentes del poder de la Palabra. Otros esperan crecer integralmente, pero predican sermones de evangelización y "devocionales", o de "inspiración", sin darle la debida importancia ala explicación sistemáticas de las Escrituras ni a la Escuela Dominical. El triste resultado de estas actitudes, y otras semejantes, es que muchas iglesias se hallan espiritualmente desnutridas, anémicas, o indefensas contra los ataques del error. Existe entre nosotros el analfabetismo funcional con respecto a la palabra escrita de Dios. Usamos textos bíblicos fuera de su contexto, o como un trampolín para un discurso que dice muchas cosas, menos explicar el contenido de la porción bíblica que hemos leído. La necesidad de recibir la vianda sólida de la Palabra de Dios puede no ser sentida por muchos de nuestros amados hermanos y hermanas, pero es una necesidad real. Muchos sienten hambre, pero que coman no significa que lo hagan con, los alimentos apropiados. Las exhortaciones de San Pablo a sus discípulos Timoteo tienen vigencia para nosotros que estamos predicando en las postrimerías del siglo: "Que prediques la Palabra" (2 Tim 4:2); "procura con diligencia presentarte Dios aprobado, como obrero que no tiene de que avergonzarse, que usa bien la Palabra de verdad" (2Tim. 2:15). La iglesia local debe de ser como el aula magna donde los cristianos reciban las enseñanzas bíblicas que los capacitará para la vida y el servicio en Cristo. Por su puesto, también en el hogar los esposos pueden edificarse mutuamente por medio de la Palabra, la cual, enseñarán fielmente a sus hijos con la autoridad y la humildad que vienen del Señor. Lo esencial es que todos los miembros tengan la posibilidad de crecer en la gracia y el conocimiento para gloria de El. La Iglesia Debe Crecer En Su Sujeción Al Espíritu Santo. No podemos crecer en el conocimiento espiritual a parte del ministerio del Espíritu Santo, quien por medio de la Palabra que El mismo inspiró nos guía a toda verdad (Jn. 16:13), revelándonos "las cosas de Dios" (I cor. 2:6-11). Necesitamos también del Espíritu Santo para vivir la vida cristiana victoriosa. Cuando le permitimos al Espíritu asumir el gobierno de nuestra vida. (Ef. 5:18), El nos bendice en nuestra relación fraternales (Ef. 5:19-21), familiares (Ef. 5:22; 6:4) y sociales (Ef. 5:6-9). El Espíritu Santo y la Palabra nos hacen más que vencedores en las batallas contra las fuerzas del maligno (Ef. 6:1020). Nótese, que los textos citados en este párrafo abarcan de Efesios 5:18 a Efesios 6:20. Las bendiciones aquí mencionadas, y otra más, nos vienen cuando estamos sujetos al Espíritu Santo, que es otra manera de decir que estamos llenos de El, dominados y dirigidos por El. Es el Espíritu Santo quien produce en nosotros el fruto que es de su agrado (Gal. 5:22-23). El nos suministra los dones espirituales y el poder que tanto necesitamos para el servicio cristiano (I Cor. 1:12-14; Hch. 1:8). No debe contristar al Espíritu Santo haciendo aquello que ofenda a su carácter inmaculado (Ef. 4:30). No debemos intentar mentirle al Espíritu Santo (Hch. 5:1-11), ni tampoco sofocarlo en la congregación local (I Tes. 5:19). Esta última exhortación tiene que ver con el ejercicio de los dones espirituales en la comunidad de fe. La iglesia que crece integralmente no pretende limitar la obra del Espíritu. Por otra parte, no olvidemos que la Palabra y el Espíritu deben ir siempre juntos. Necesitamos el testimonio externo, de la revelación, y el testimonio externo del Espíritu. Tengamos la seguridad de que el Espíritu santo nunca nos guiará en contradicción con la Palabra que El mismo inspiró. De allí, que la máxima demostración de la plenitud del espíritu en nuestra vida es la obediencia a esa Palabra bendita. La sujeción a la Palabra y al Espíritu, o al Espíritu y a la Palabra, nos mueven a buscar la comunión con nuestros hermanos de la fe. No somos "llaneros solitarios". No somos salvos en soledad, sino en solidaridad con los otros creyentes en Jesucristo. Somos parte del pueblo de Dios y del nuevo hombre en Cristo Jesús; somos miembros del cuerpo de Cristo y de la familia de Dios (hijos de Dios y hermanos de los hijos de Dios); somos conciudadanos de los santos y piedras vivan en el templo que crece para morada de Dios en el Espíritu. (Ef. 2:11-22). Para crecer integralmente necesitamos del ministerio de la palabra y del Espíritu en la comunión con otros cristianos. El estudio concienzudo de la Palabra bajo del ministerio del Espíritu nos lleva aun conocimiento más personal y profundo del Ser divino. Entonces, cuando más lo conocemos a El, más deseamos caer postrados para adorarlos. La Iglesia Debe Crecer En La Adoración Al Señor. La iglesia local es llamada a ser una comunión que estudia y proclama la Palabra. También esta llamada a servir a quienes tienen necesidades espirituales, emocionales, morales, físicas y económicas. Pero sobre todas esas cosas, la congregación cristiana debe caracterizarse por su adoración al Señor. La oración, la proclamación de la Palabra, la celebración de las ordenanzas y todas las actividades del culto deben estar orientadas hacia la adoración de Aquel que "es digno de recibir la gloria, la honra, y el poder, hoy y en la eternidad" (Apo. 4:11). La adoración del pueblo de Dios puede manifestarse de diferentes formas en diferentes culturas y tradiciones eclesiásticas. Sin embargo, y pese a estas diferencias siempre debe estar en armonía con los principios de la Palabra, bajo el ministerio del Espíritu Santo. El resultado será la manifestación gloriosa de la presencia de Dios en el seno de la congregación. Últimamente hemos venido insistiendo en la necesidad de darle más lugar a formas de expresión autóctonas en nuestro culto evangélico. Hay varias razones para esta insistencia y una de ellas es que el Evangelio tiene la virtud de encarnarse en todas las culturas, por muy extrañas que algunas de ellas parezcan al mundo occidental. También nos hemos dado cuenta de que, en general, nuestras formas de adoración han sido tan sólo una copia de las que se usan en otras latitudes y, como para intensificar nuestra inquietud tocante a la liturgia evangélica, somos ahora mas concientes de la riqueza de nuestra propia cultura, de los valores estéticos que se anidan y expresan en el pueblo latinoamericano. También aquí hay música y poesía para alabar al Señor y comunicar de manera eficaz el Evangelio a nuestros coterráneos. Sin embargo, se imponen algunas advertencias, además de la que ya hemos hecho con respecto a supeditar la adoración a los principios de la Palabra y al Ministerio del Espíritu Santo. Contextualizar la adoración no significa degradarla; lo autóctono no tiene que en apreciar ser grotesco, vulgar o de mal gusto, u ofensivo a la sensibilidad de las personas que saben apreciar el arte latinoamericano. Al fin y al cabo, lo más importante es el mensaje cristiano que la música transmite. Debemos preguntarnos si nuestra música evangélica despierta en verdad en las gentes el sentido de adoración, si las lleva al Señor o las aleja de El por los caminos de una emoción que es extraña el auténtico culto cristiano. Otra advertencia se relaciona con la música sacra evangélica que nos viene de otras épocas y de otras regiones del mundo. Promover la música criolla no tiene que significar el olvido de aquella que es parte del tesoro artístico de la iglesia universal. No permitamos que un nacionalismo desorbitado, nos robe esa riqueza cristiana en nuestra adoración. Finalmente, recordamos que hay una diferencia entre la adoración espontánea, regocijante poderosa en el Espíritu de Dios y el escándalo que pueden producir muchas cosas, menos la auténtica adoración. "Pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz...hágase todo decentemente y con orden" (I Cor. 14:33,40). La Iglesia Debe Crecer En La Experiencia Del Poder De Dios. Las iglesias que crecen integralmente son aquellas que confían en las promesas divina. No solamente crecen en Dios, también le creen a El, "le toman la palabra", confiando que El tiene poder para cumplirlas. Es posible que paradójicamente seamos creyentes incrédulos, y andemos más por vista que por fe en la Palabra de Dios. Con facilidad nos olvidamos de que "la oración eficaz del justo puede mucho" (Sag. 5:16), porque Dios la oye y al contesta de acuerdo a su soberana voluntad. El sabe honrar la fe de los que le buscan de todo corazón; pero, "sin fe es imposible agradar a Dios" (Heb. 11:6). En Seúl Corea, una característica que tienen en común las iglesias que han crecido en forma extraordinaria es la práctica contínua y ferviente de la oración. En una de las iglesias presbiterianas, vimos que hay un grupo numeroso de hermanos y hermanas que se congregan cada mañana para orar antes de ir a sus ocupaciones cotidianas. En cierto campamento presbiteriano de allí, se da prioridad a la oración, a la reflexión en la Palabra y a la alabanza. Esparcidas por el campamento hay pequeñas cabañas para una sola persona. Allí se recluye el creyente por largas horas para orar, meditar en las escrituras y cantar alabanzas al Señor. Es maravilloso ver el Seúl las multitudes que acuden el día domingo a los templos evangélicos para adorar al Señor. En gran parte, el secreto de ese crecimiento de las iglesias es la oración de muchos hermanos y hermanas que creen en el poder de Dios. También Debe Crecer En La Práctica Del Amor Fraternal. Jesús Dijo: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis los unos con los otros" (Jn. 13:35). Según estas palabras, el amor fraternal es la marca del discipulado cristiano. Jesús no dijo que los apóstoles serian conocidos por sus discípulos por sus extraordinarios talentos o por sus sobrenaturales y espectaculares, sino por la práctica del amor fraternal: Tal es el sello del verdadero discipulado cristiano. Sin este amor, nada de lo que decimos y hacemos tiene valor para el reino de Dios (I Cor. 13). ¡Y pensar que el corazón humano no puede producir este amor, el cual no es fruto de la carne sino del Espíritu de Dios! (Gal. 5:22, 23; Rom. 5:5). Además, el amor genuino cristiano consiste no sólo en palabras. Se expresa también en hechos, así como el Señor Jesús demostró el suyo muriendo por nosotros en el Calvario (I Jn. 3:16-18). Los miembros de la iglesia de Jerusalén tomaron muy en serio el significado del amor fraternal. Practicaron una comunión que iba mucho más allá del hecho de estar juntos en el estudio de la Palabra, en las oraciones, y en partimiento del pan. La koinonía (comunión) llegó a ser diaconía (servicio) en virtud del amor fraternal (Hch. 2:43-47; 4:32-35). Estrictamente hablando, sólo la iglesia que practica el amor fraternal tiene derecho a hablarle del amor a un mundo cargado de odio y violencia, dominado por el más cruel egoísmo. En El Esfuerzo De Proclamar El Evangelio. Evangelizar es la responsabilidad de todo cristiano como individuo y de la iglesia colectivamente (I Ped. 2:9, 10; Hch. 1:8; 2Tim. 4:4). Debemos evangelizar con el propósito de que la gente conozca a Dios por medio del Señor Jesucristo, y para que, conociéndolo, glorifiquen. Debemos evangelizar para la gloria de Dios, no tan sólo por compasión hacia las multitudes que andan desparramadas como ovejas sin pastor. El motivo supremo de la evangelización no es que nuestra iglesia crezca numéricamente, ni mucho menos que nos engrandezcamos nosotros mismos ante los demás (Ef. 1:6; 2:7). El mensaje de la evangelización esta claramente revelado en la Escrituras. Es un mensaje cristocéntrico, fundamentado en ambos Testamentos y, por lo tanto, inspirado por el Espíritu de Dios. No hemos aún predicado el Evangelio en tanto no hayamos explicado quien es el Señor Jesucristo, cuál es la oferta y cuáles las demandas de su obra salvadora. Las maneras de evangelizar son múltiples. No hay un método único que pueda cumplir por sí sólo con la enorme tarea de enseñarle a toda un nación el sendero del discipulado cristiano. Los cristianos que poseen el don especial para ser evangelistas notables merecen todo el respaldo y estímulo del pueblo de Dios. Pero gracias a Dios también por los hermanos y hermanas que llevan a cabo, quizá en el anonimato, la obra de la evangelización. El Interés Por La Evangelización Mundial. Y aquí nos enfrenta la dimensión mundial de nuestra responsabilidad misionera. Según algunas estadísticas publicadas en el año reciente, no llegan a 1,500 millones los seres humanos que profesan el cristianismo. Este dato incluye a todos los que de algún modo pertenece a la así llamada .cristiandad., la cual esta formada por católicos, ortodoxos orientales, protestantes, evangélicos y otros grupos que se autodenominan "cristianos". Más de tres mil millones de nuestros semejantes necesitan todavía ser alcanzados con el Evangelio de Cristo. La población mundial pasa ahora de 5.000 millones El crecimiento integral de la iglesia incluye también una visión misionera transcultural de alcance mundial, Esta visión tiene como resultado el firme propósito de ayudar en una forma u otra en la evangelización de aquellos que no andan con el Señor. Creciendo En Responsabilidad Social. En I Corintios 15:3,4 el apóstol Pablo ofrece una descripción fundamental del Evangelio. Pero es necesario explicar y detallar, con base en otras porciones bíblicas, esta descripción. Hay además otras grandes doctrinas cristológicas, estrechamente vinculadas con la muerte y resurrección, su ascensión, su segunda venida. No cabe duda que la palabra Evangelio abarca mucho más en el Nuevo testamento que lo expresado por el apóstol en I Corintios 15:3,4. Es evidente que el Evangelio puede transformar de manera total a aquellos que confían en Jesucristo. En el se salva la persona como un todo, no solamente el alma. Aún el cuerpo de creyente está incluido en el plan de redención (I Cor. 6:18; Rom. 12:1,2; Rom. 6; Mt. &.25-34; Fil. 3:20,21; Rom. 8:18-23). Revela además el Nuevo testamento que los cristianos no somos llamados a alejarnos de la sociedad sino a vivir inmersos en ella, como sal de la tierra y luz del mundo (Mt. 5:13-16). Los cristianos de la era apostólica entendieron bien la enseñanza del Maestro tocante a la relación del cristiano con el mundo (Jn. 17). Se allí que no huyeron al desierto como los esenios, ni formaron en las ciudades grupos marginados de la sociedad, como lo hizo el monaquismo de tiempos posteriores. Aprendieron que debían mostrar el amor por medio de buenas obras (Ef. 2:10; Stg. 2:14-26) y no cansarse de hacer el bien a todos en especial a los de la familia de la fe (Gál. 6:10). La iglesia evangélica no debe vivir de espaldas al mundo, aún cuando ella sea una pequeña minoría en el cuadro religioso del país. Pero le será mucho más difícil mantener una actitud de indiferencia social si logra un gran crecimiento numérico. Será entonces, más que nunca, como una ciudad que estando en la cima de una montaña no se puede esconder. Ya lo dijo el Señor. Nos conviene por lo tanto despertar nuestra conciencia social y asumir dignamente las responsabilidades que tenemos en los diferentes órdenes de la vida, según los talentos y dones que El nos ha suministrado, y de acuerdo a la vocación que tenemos en el mundo. La Iglesia Debe Crecer En La Esperanza La iglesia en el mundo para cumplir en todos sus aspectos la misión que le ha sido encomendada; pero no es del mundo; va en peregrinaje hacia el feliz encuentro con su Señor (I Ped. 2:1; 1:1-9). La iglesia vive del recuerdo de los hechos redentores que tuvieron hacia casi veinte siglos, y de la esperanza del retorno del Mesías, en gloria. Mientras tanto, la iglesia tiene que planificar y trabajar como si el Señor no pensase venir hasta dentro de cien o más años, y esperarlo como si Él fuese a regresar en un par de horas. Las iglesias que viven en la expectativa del regreso de su Señor se esforzarán más que otras para cumplir su misión. El cristianismo que está gozoso en la esperanza es realista ante los grandes conflictos sociales y políticos que sacuden al mundo. No es un pesimista que se doblega bajo el peso de las circunstancias, sin atreverse a hacer todo el bien posible a su Señor; tampoco cae en el falso optimismo de los que sobreestiman al ser humano, creyendo que este será capaz de edificar por sí mismo un mundo mejor. El cristiano contempla el pasado, el presente y el futuro a la luz de la Biblia, vive confiado en que su Dios es el soberano, el Señor de la historia, el Rey cuyo programa escatológico se consumirá infaliblemente en el tiempo por el Estipulado. El cristianismo que espera, aún contra toda esperanza humana, no es víctima de la ansiedad; se halla tranquilo, esperando y descansando en las promesas de su Señor, y puede dar palabras de aliento y esperanza a quienes lo rodean. Muchos de ellos ven que no hay nada que esperar; es como si la sociedad entera les hubiera dado la espalda, o como si el cielo mismo se hubiera cerrado para ellos. Se sienten deprimidos por su propia miseria, y por la situación nacional e internacional. Una nube de negro pesimismo parece haber caído sobre sus vidas. No confían en nadie ni en nada. Otros se han asido, en medio de su ansiedad, a una falsa esperanza, la cual les dejará defraudados. Su esperanza se convertirá en desesperanza.
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