la alta velocidad nos ha costado 50.000 millones de euros

AVE VEO,
AVE
QUIERO
LA ALTA VELOCIDAD NOS HA
COSTADO 50.000 MILLONES
DE EUROS, ¿Y QUÉ PROBLEMA DE
TRANSPORTE HEMOS RESUELTO?
NINGUNO. SIMPLEMENTE, HEMOS
CAMBIADO EL AVIÓN POR EL TREN
JAPÓN INAUGURÓ LA PRImera línea ferroviaria de
alta velocidad del mundo
en 1964. Tokio y Osaka
cumplían la premisa básica: áreas densamente
POR
pobladas separadas por
FEDE DURÁN
515 kilómetros y a algo
menos de dos horas y media de viaje, la
marca en la que el tren sí compite de tú a
tú con el avión. En 1967 cubría y superaba los costes de operación; en 1971 recuperaba toda la inversión. Era la
prueba del gran milagro de las locomotoras bala. Era una invitación a la expansión tecnológica. El primer ministro de
aquellos tempraneros 70, Kakuei Tanaka,
aprovecharía ese rebufo para cambiar
las premisas financieras y el discurso.
Tokio debía tenderle un puente a Nigata,
su prefectura natal, mucho menos poblada, bajo el discurso de la cohesión territorial. La línea Joetsu jamás fue rentable, como tampoco lo fueron los demás
trayectos estrenados con el mismo argumento. Japan National Railways, la operadora nipona, se endeudó hasta las cejas por estos errores de cálculo. En el mo-
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mento de su privatización (1987) acumulaba un pasivo de 280.000 millones de
dólares.
España es hoy el tercer país del mundo
con más kilómetros (2.515) de alta velocidad y el primero en términos relativos.
Para superdotarse, ha empleado 50.000
millones de euros. Otros 1.308 kilómetros están en construcción. Y los planos
de los ingenieros contemplan 1.702 más.
Alrededor de 25 millones de viajeros utilizan cada año los AVE, una cifra similar
a la italiana aunque con una diferencia
significativa, ya que el país transalpino
cuenta con menos rutas hiperrápidas y
por lo tanto con bastante más demanda
(27.085 pasajeros por kilómetro de vía
frente a los 10.120 españoles), según el
think tank Fedea. La París-Lyon, estrenada en 1981, iguala los registros globales de Italia y España. Es, junto a la ya citada Tokio-Osaka y la china Jinan-Qingdao, la única línea económicamente rentable del planeta. Ni siquiera la conexión
Madrid-Barcelona, un trampolín que conecta a 10,5 millones de habitantes en un
lapso mínimo de dos horas y 38 minutos,
cubrirá en el próximo medio siglo más
que 45,94 céntimos por cada euro invertido, sostienen los profesores Ofelia Betancor y Gerard Llobet.
El misterio es por qué España se ha embarcado en semejante frenesí. En 1992, el
socialista Felipe González apadrinó el debut hispano en las ligas de los 250 kilómetros por hora calcando el discurso de
Tanaka y grapando también la capital del
reino a su tierra natal. El 25 de abril de
2000, otro ínclito, José María Aznar, asumía el propósito de inspiración romana
de tender desde Madrid redes de AVE a
todas las capitales de provincia. Y el pasado 9 de abril, la ministra de Fomento,
Ana Pastor, anunciaba que la división de
alta velocidad de Renfe obtuvo en 2014
unos beneficios de nueve millones —en
contraste con las pérdidas de 209 de la
compañía—, desvelaba un estudio que
pronostica que cada euro invertido en la
línea Madrid-Valencia generará dos en
PIB e informaba de que los viajes en AVE
crecieron un 10% en términos interanuales entre enero y marzo. “Fuera se preguntan qué necesitan, nosotros nos preguntamos qué nos falta”, arranca Germà Bel,
catedrático de Economía Aplicada en la
Universidad de Barcelona y coautor de
uno de los dos informes de Fedea que han
desatado la polémica. “Lo idóneo es estudiar proyecto por proyecto y ver cuánto
me falta por invertir y qué va a hacer esa
infraestructura cuando esté operativa. El
Gobierno duplica como mínimo sus previsiones de demanda. Pero es que es incluso peor. En septiembre de 2012 le preguntaron al secretario de Estado de
Obras Públicas por las estimaciones de
uso del AVE Madrid-Badajoz. Contestó
que ya se vería cuando la obra estuviese
acabada”, critica Bel.
Alemania y los países escandinavos no
bromean con las radiografías de impacto
socieconómico. Cada proyecto está sometido a la lupa de exhaustivos informes de
costes y beneficios y se jerarquiza en función de la mayor rentabilidad social, esa
que determina cuánto tiempo, tráfico y
accidentes ahorras con la alternativa a lo
existente. En realidad, la mayoría de los
países se apunta a lo que el gurú John
Preston denomina paralysis by analysis
(parálisis por análisis), corriente antagónica al build and see (construye y ya se
verá) profesado en España y, por ejemplo,
China o Turquía. Pese a contar con el festival demográfico Nueva York-Washing-
ton, Estados Unidos duda. Portugal renunció en 2012 a un AVE a la española y
ha seguido la escuela germana (modernizar vías preexistentes que permiten el
tráfico combinado de personas y mercancías y alcanzan velocidades tope de 220
kilómetros por hora). Suecia hinca codos
en la biblioteca pero tampoco se decide.
Una comisión de la Cámara de los Lores
determinó antes de Semana Santa que es
más rentable invertir directamente en el
deprimido norte que ligarlo por supertren a Londres. El Tribunal de Cuentas
galo alertó el 27 de marzo de que las debatidas líneas Burdeos-Toulouse y Burdeos-Dax drenarían la actividad de las
localidades más pequeñas en beneficio
de la mayor. Etcétera.
La Fundación de Ferrocarriles Españoles describe en un documento firmado
por Ana Cabanes y Raúl González un pasado desolador. En 1990, el tren más rápido entre Madrid y Sevilla cubría la distancia en seis horas a un promedio de 95
kilómetros por hora. La red ferroviaria se
nutría del legado de 1936, con escasos
tramos de doble vía y promedios más
propios del caracol que del trueno. Menudeaban los rodeos y las curvas, escaseaban esas extensas líneas rectas donde las
locomotoras pueden exprimirse sin concesiones. El PSOE primero y el PP después eligieron sistemáticamente el mantra de la igualdad para justificar la modernidad. Nunca sirvió la primigenia escuela nipona, basada en la lucha contra
los cuellos de botella en torno a las grandes aglomeraciones urbanas. Tampoco la
alemana, partidaria de retocar lo existente (aunque 1960 no es lo mismo que
1936), correr algo menos y unir los emporios industriales con los centros logísticos. Y menos aún la italiana, donde la
geografía y la disposición de las ciudades
otorgan al tren una ventaja clara sobre el
avión. Solo Francia, por su concepción radial París-resto de la nación, presenta mínimos paralelismos.
“La gran diferencia con Francia es que
la población en España está en las costas,
y la Península es un dónut, con Madrid en
el punto central, rodeado de nada (en términos de demanda de transporte de masas). En cambio París, por poner un ejemplo, tiene el doble de población y bastante más del doble de economía que Madrid, y además tiene a distancias
muy competitivas en ferrocarril
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