CAPITULO 131 Porque era Julles, mis queridos amigos, con quien William sin saberlo, había compartido sus calcetines. Julles, que también había llegado a Madrid. Se había alojado en el Ritz. Duchado, cambiado y salido a dar una vuelta. Haciendo tiempo hasta la hora de comer. El día era tan bonito, que andando andandito, había llegado hasta la glamurosa Serrano, entrado en El Corte Inglés, subido a la planta de caballeros, y acercado hasta la sección de calcetines. Porque le pasaba lo mismo que a William: siempre se le terminaban cayendo. - 234 - CAPITULO 132 La comida con Clarita y sus hijos, no fue como William la había previsto. Pero qué pensaba. Había salido de sus vidas hacía muchos años. No tenía contacto alguno con ellos. Pero qué esperaba. Los chavales, ya no eran niños, eran casi unos hombres. Estaban bien educados y tenían buen aspecto. Le dieron la mano, y se sentaron. Pero enseguida empezaron a chatear con sus móviles. La verdad es que le hicieron muy poco caso. William lo intentó al principio con alguna pregunta; pero las respuestas siempre fueron cortas, monosílabas; así que a la quinta desistió. Se parecían mucho a él y entre ellos. Los dos eran morenos, como él; y con las facciones mexicanas, como él. No muy altos, algo más delgados. Willi, que había nacido antes, quizá tenía la cara un poco más redondeada, como su madre; pero en general se parecían mucho más a él. Lo único que físicamente habían heredado de Clarita, eran los ojos. - 235 - De color miel, no oscuros, como dos frijoles. Los que tenía él. A Clarita la encontró mayor. Claro. Los años pasaban para todo el mundo. También para William; aunque nunca quisiera aceptarlo. Más gruesa, y con bastantes arrugas en los ojos y en la cara. No parecía cuidarse mucho. Desconocía si era feliz o no. Tampoco se lo preguntó. Desde antes de casarse, William ya sabía que no hablaban el mismo idioma. Que eran personas muy diferentes y de mundos bien distintos. Por eso, y por sus cosas, acabó por separarse. Lo suyo fue un error, aunque de ese error, tuviera hoy unos hijos estupendos. Realmente. William pensó. Y así transcurrió la comida. Sin pena ni gloria. Sus hijos mirando el móvil y William seleccionando con esfuerzo, temas que pudieran interesar a Clarita. Que si el tiempo, que si se notaba la crisis. Por supuesto lo que no omitió, fue decirle lo guapa que la encontraba, porque aunque no era verdad, ni de lejos, si no se lo hubiera dicho, no sería nuestro galante y engañador William. Genio y figura. - 236 - La comida tampoco duró demasiado. En cuanto terminaron el segundo plato, sus hijos les dijeron que ya no querían postre, que habían quedado con los amigos. Y desaparecieron. A William le dolió la indiferencia, pero no pudo culparles, porque recogía lo que había sembrado, durante todos aquellos años. Cuando se hubieron marchado, Clarita, que tenía un gran corazón, le dijo: no te preocupes William, te quieren; pero los chavales de hoy son así. - 237 - CAPITULO 133 La comida de Julles con su jefe en el Ritz, se desarrollaba de forma totalmente diferente. El marco era fantástico y Richard y Evelyn eran una compañía magnífica. Ambos eran altos, fuertes, de tez clara y ojos azules. Prototipo americano total. Pero además, eran cultos, joviales, inteligentes, bien vestidos y bien conservados. Y no. No habían tenido la suerte de heredar su fortuna. Su fortuna era el resultado de trabajar, codo con codo, durante muchos años. Empleando a partes iguales: esfuerzo, constancia e inteligencia. El resumen que Richard le hizo a Julles sobre sus vidas, fue el siguiente: empezaron con una cafetería, luego le sumaron una gasolinera, ahorraron, llevaron sus ahorros a buenos asesores, compraron participaciones de sociedades con potencial; y así hasta llegar a aquella mesa del Ritz y a aquel solomillo a la pimienta, que estaba excelente. Regado con un también excelente Villa Tondonia. Richard le contó todo esto a Julles, con soltura y naturalidad. Realmente Julles se encontraba muy a gusto con su compañía, al igual que con la de su mujer Evelyn; que si bien ocupaba un segundo plano, dejando el protagonismo para su marido; en su mirada podía leer Julles una mujer muy - 238 - inteligente, que seguro jugaba un papel mucho más activo y decisivo del que aparentaba. De esto se cercioró Julles un poco más tarde. Y llegaron a los postres: profiteroles con chocolate caliente para los tres. Qué golosos. Y llegó el café. Y con el café la " noticia" del día. En realidad el interés de Richard, no estaba solo en que Julles le contara, le describiera y le aconsejara, sobre Sudáfrica y los lugares que pretendían visitar. La verdadera razón de aquella cita y de aquella espléndida comida, era que Richard y su mujer querían que Julles les acompañara en su viaje. Y todo esto fue Evelyn la que se lo contó a Julles. Le hizo una exposición muy enternecedora, para tocar su fibra más sensible, confesándole que con la edad que tenían, se sentían algo mayores, para ir de safari y a Sudáfrica. Que no era lo mismo que ir de compras a Madrid o París. Mientras Evelyn, muy dulcemente, le hacía esta petición; Julles se dio cuenta de que en realidad aquella comida había sido una entrevista. Que él la había superado, y que de premio, había sido contratado como guía turístico del matrimonio. - 239 - ¿Cómo le había sentado esta noticia a Julles? Mal. Muy mal. Eran tres semanas dando vueltas por África, sin poder ver a Laura. Tres semanas con las que Julles contaba, para ir a Bilbao, para seguir haciendo planes juntos. Para seguir metiendo goles. Para llevarse la Copa de Laura cuanto antes. No quería intermedios, no quería anuncios, no quería bajar la guardia ni la presión. Quería seguir jugando arriba del campo, disparando contra la portería. Y ahora aquello: lesión de un jugador y expulsión de otro. Vaya desastre. Lo haré encantado. Será un verdadero placer acompañaros. Les respondió Julles y les dedicó una sonrisa. Pero fue solo una mueca. No la sintió. - 240 - CAPITULO 134 Laura estaba contenta. La velada con Julles había sido estupenda. Se sentía más tranquila. A lo mejor no era para tanto, aquello de estar comprometida. Claro que como llevaba toda la vida sola y libre, su nueva situación le resultaba extraña. Por lo menos tendría que plantearse qué le iba a agradar, qué sería mejor y qué podría ser peor. Llegados a este punto, cualquiera puede pensar, que Laura no estaba enamorada de Julles. Porque si realmente lo estuviera, se preguntaría otras cosas muy diferentes. Por ejemplo, cuando Julles le volvería a llamar. Para oír su voz. Porque ya estaba tardando. Pero de eso no se daba cuenta Laura. O no quería darse. Hoy Laura, había hecho jornada intensiva. De 7 a 15. Para poder así pasar la tarde en casa. Tranquilamente. Con tantas emociones, era lo que más le apetecía. Pedro le subió la comida. Eran casi las cuatro cuando comió. Después se sentó en su sofá con la tablet. - 241 - La foto de la torre de Iberdrola había sido un éxito rotundo. Era muy bonita. Allí estaban todos. Todos sus amigos. William, ya no lo era. - 242 - CAPITULO 135 Y Laura les contestó con todo su cariño. Utilizando para ello, los emoticonos que más le gustaban: las flores y los corazones. Cuando hubo terminado, se sintió muy romántica y colgó la Casa Museo de la escritora danesa Karen Blixen. Famosa por haber escrito la novela Memorias de África. Un lugar que Laura había visitado, en su viaje a Kenia. Relató una preciosa historia basada en las fotografías que decoraban las paredes. Se emocionó al releerla. La publicó. De nuevo se produjo un colapso en su cuenta. A veces las cosas pasan porque tienen que pasar. Y esta vez pasó Fue a sus cuentas favoritas y sin querer, el subconsciente le traicionó. En vez de entrar en la de la blogger Tita Campobelo, pulsó la de William que estaba dos más abajo. Y allí aparecieron: Su Cúpula de Foster, su Torre de Gálata, su Nefertiti y su Nilo. Soberbio, espectacular, orgulloso, inalcanzable. Como él. - 243 - Fue demasiado para Laura. No pudo contenerle. William salió de su recodo del río. Ganó. Y la inundó. De nuevo. Pero fue solo un instante, Laura no quiso quedarse. No quiso seguir sufriendo. No quiso seguir haciéndose daño. Por eso lo apartó y cerró su cuenta. Por eso no pudo leer lo que William le había escrito: Allí fueron enterrados los faraones. - 244 - CAPITULO 136 Aquella tarde nuestros tres protagonistas estaban disgustados. Aunque en distinto grado, de diferente manera y por diversos motivos. Julles en su habitación, estaba muy contrariado porque no le apetecía para nada, pasarse tres semanas viajando por Sudáfrica. Por muy magnífica que fuera la compañía y por muchos beneficios que aquello le pudiera reportar. William en el AVE, de regreso a Málaga, también estaba disgustado. No es que hubiera esperado mucho de la comida, pero el haber sentido tan de cerca y con tanta intensidad la indiferencia de sus hijos; dolía, de verdad, a su gominola-corazón. Y para terminar estaba Laura, que no podemos verla, porque se ha metido en el baño. A llorar. - 245 -
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