Chapters 77, 78, 79, 80 and 81

CAPITULO 77
William y Rebeca, ya estaban en lo alto de la Torre, dando vueltas por
su estrecha balconada. Protegidos por una endeble barandilla y admirando
las extraordinarias vistas de la ciudad. William, con el brazo estirado
señalaba: Santa Sofía, La Mezquita Azul, El Gran Bazar, El Puente de
Gálata. Rebeca estaba cerca, delante de él. Casi metida entre sus brazos.
Como un polluelo arropado por su mamá gallina. Se dio media vuelta, se
enganchó del cuello de William, y lo besó en los labios. A William le cogió
por sorpresa. Se separó, un poco, allí no había más sitio. Miró a Rebeca y
ella justificó: me gustas. William, haciendo uso de su madurez, le dijo: creo
que no es buena idea. Rebeca le contestó: a ti también te apetece. William,
tenía muchas tablas, pero Rebeca le descolocó nuevamente. Antes de que
William le dijera nada, volvió a besarle. Y esta vez con el beso, mordió
levemente su labio inferior.
William, quiso pensar rápido. Porque acababa de estar con Grace.
Porque Rebeca era una cría. Pero cuando ésta le dibujó con la lengua sus
labios, ya no pensó más. Se dejó llevar. Era demasiado tentador. Sentirse
joven de nuevo. Ser deseado por una criatura como Rebeca.
William saboreó sus labios. A naranja. Al lipstick que a menudo
reponía. También le saboreó su boca. Dulce, muy dulce. Y suave.
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Pero allí estaban estorbando. Mucha gente dando vueltas y sin apenas
sitio. Eso hizo a William despertar, volver a la realidad. Arrepentirse. Se
separó. Esta vez decidido. Pero Rebeca, no quería perder el avance. Llévame
a tu hotel: le dijo. William, continuó en la retaguardia: siento mucho lo que
ha pasado Rebeca, de verdad; pero no creo que sea una buena idea. Le
razonó: tú sales con Álvaro y yo tengo la vida bastante complicada. Y no
quiero complicármela más. Rebeca también decidida y a la vanguardia, le
resolvió las dos cuestiones en un instante. Álvaro es solo un amigo. Y yo no
te voy a meter en ningún lío. Solo quiero acostarme contigo, porque me
apetece. Nada más. William se dio cuenta, de que aquello, no sucedía en sus
tiempos. No le contestó. El momento ya había pasado y era mejor bajar de la
Torre. Anda vamos, dijo a Rebeca. Que ya lo hemos visto todo. Y William
empezó a bajar las retorcidas escaleras, pero agarrándose bien a la barandilla,
no fuera a ser que le diera por besarlo otra vez, y en una de esas se cayeran.
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CAPITULO 78
Cuando una mujer quiere algo, es muy difícil, por no decir imposible,
que deje de intentarlo, hasta que no se salga con la suya. Y Rebeca quería
acostarse con William ¿Por qué? Lo desconoce este autor. Podía ser porque
le pareciera atractivo y sexy; que lo era. Le diera morbo el abismo de edad,
que lo había. O lo más probable, que estuviera aburrida del insípido y
larguirucho Álvaro y le apeteciera un revolcón en condiciones. Fuera lo que
fuese, a por ello fue. Como todo estaba bastante lejos, tuvieron que coger un
taxi, siendo la idea dejar primero a William en la Parte Nueva, y luego
atravesar a la Parte Vieja, para dejarla a ella.
En menos de diez minutos que era el tiempo de que Rebeca disponía,
se las ingenió, para sentarse muy cerca de William, poner su muslo, cálido,
junto a su pierna, y llevar la mano hacia sus pantalones. Para empezar a
frotar, suavemente, con su dedo índice, hacia arriba y hacia abajo. Siguiendo
la línea de la cremallera.
William, se había enfriado después de lo de la Torre. Pero no estaba
gélido. Solo templado. Así que con aquellos movimientos de Rebeca,
nuevamente se excitó. Y mucho. El taxi paró. Se bajaron. Entraron a paso
ligero. Recogieron la llave. Impacientes en el ascensor. Casi corrieron por el
pasillo. Y cuando entraron y cerraron: se desbocaron.
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Es ese anhelo por lo nuevo, por lo desconocido, por lo difícil, por lo
casi prohibido. Por lo que sabían solo ocurriría una vez. Porque el ser
humano es así y no va a cambiar. Ni falta que hace. Porque esos momentos,
son la sal y la canela de nuestra existencia. Aquello fue sexo, sexo y más
sexo. No hubo nada más. Y qué bien lo pasaron.
Sonó el teléfono, y con la respiración todavía entrecortada, Rebeca
cogió. Era el pobre (ahora ya era pobre) Álvaro, que la reclamaba. Ella le
dijo que enseguida iba, que estaba en el baño y que William la esperaba para
coger un taxi. Que en 20 minutos estaría por allí. Álvaro le debió decir que
todo había ido bien y que no necesitaba volver a Santa Sofía. Que la invitaba
a cenar.
Rebeca le dijo que sería estupendo salir a cenar. Y todo lo dijo con un
aplomo, que estaba dejando estupefacto a William. Observando y oyendo
desde la cama. Rebeca colgó. Se acercó, todavía desnuda, le dio un beso en
los labios y le dijo: lo he pasado muy bien, gracias. Se vistió y se despidió:
“Willi”, nos hemos tomado un café, y eso ha sido todo ¿OK? William
levantó el pulgar. Entendido.
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CAPITULO 79
Laura, seguía volando hacia París, pero dejó de pensar en William, en
Julles y en todo aquel galimatías. Echó una ojeada a su alrededor. En
business se viajaba fenomenal. Nada que ver con turista. Pero claro estaba,
tampoco el precio. Las butacas, los espacios, la comida. Todo era mucho
mejor. Quizá en vuelos cortos no se apreciara, pero con tantas horas, el
confort se agradecía. El business del vuelo de Air France, no estaba, ni con
mucho, lleno. Gente salpicada por aquí y por allá. En aquellas escasas
butacas, de aquellas escasas filas. Suponía Laura que por la crisis.
Le gustaba mucho observar. Siempre le había gustado. Se acordó que
desde muy joven, se sentaba en algún banco, de alguna calle muy transitada,
y se dedicaba a ver pasar la gente. Analizaba sus gestos, su forma de vestir,
incluso si podía oír algo de lo que decían. Trataba de imaginarse sus vidas, a
qué se dedicaban. Si eran felices.
Una especie de acertijo, que difícilmente podría desvelar. De alguna
manera, eso mismo le pasaba con William ¿Su amor verdadero? Qué
romanticismo tan estúpido. Laura pensó.
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Pero no quería pensar de nuevo en él. Así que ¿por qué no retroceder a
la niñez y jugar a averiguar algo sobre el hombre que estaba sentado dos filas
más adelante, a la derecha, al otro lado del pasillo?
Impecable. Un perfecto gentleman. Con traje oscuro. Incluso llevaba
chaleco y pañuelo en el bolsillo de la chaqueta. Zapatos color camel, de
hebillas al costado, y entonados con el pañuelo. Que si no eran hechos a
medida, poco les faltaba. Reloj en muñeca izquierda. Rolex, de la colección
Submariner (los conocía bien, porque Julles tenía uno). Y aunque no podía
verle de frente, era un hombre sin barba ni bigote, de piel blanca y bien
afeitado. Nariz larga y fina. Manos cuidadas con manicura, y pelo cano hacia
atrás. Con fijador. Seguro ¿De 60? Al parecer no estaba haciendo nada.
Suponía Laura, que pensar en sus cosas, como ella.
Y movida por su curiosidad, se inclinó para tratar de verle la cara. En
ese momento, el gentleman se movió en su asiento y al hacerlo le pilló
mirándole. Laura salió como pudo de su indiscreción. Con una sonrisa. Y el
caballero, también le sonrió. Pero no volvió a su posición, sino que siguió
girado, intentando entablar conversación: vous parler francais mademoiselle
Laura le respondió con un: oui messie; y así empezaron.
Al cabo de un rato el caballero, que se llamaba Dieter, estaba sentado a
su lado. Hablando animadamente de Cape Town, de trabajo y de cosas
absolutamente normales, que dos desconocidos pueden abordar, para llenar
las horas que les faltaban, hasta llegar a Paris.
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En lugar de ver una película o echar una cabezada.
Laura era de la opinión, que si te encontrabas en el camino una persona
interesante, y Dieter lo era; su conversación era mejor opción, que cualquiera
de las otras dos alternativas.
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CAPITULO 80
Y allí se había quedado William, tumbado en la cama del hotel. Boca
arriba. Con las manos, como siempre, debajo de la nuca. Tras aquel revolcón
tan intenso, como inesperado. Físicamente relajado, pero anímicamente no
tanto. Por un lado, su ego masculino estaba pletórico, al haber dado placer y
dejado satisfecha, a una mujer veinte años más joven que él. Eso, para una
parte de él era muy gratificante. Pero estaba la otra parte, la que le decía, que
había sido un completo absurdo, y que no había venido a cuento de nada. En
suma, no se había quedado ni tan tranquilo, ni tan satisfecho. Le faltaba algo.
Algo que William, todavía desconocía. Algo que solo se puede sentir, si se
ama, y al mismo tiempo, se es amado.
Su pensamiento se convirtió en gaviota y sobrevoló a Clarita, a
Simone, a Rebeca; incluso a Grace. Pero fue a posarse en Laura.
Aquella mujer que no conocía, pero que llevaba. Que sentía. Le
llenaba. Su aire. Era tan extraño. Siempre había viajado solo, hasta Laura.
Pero quién era y cómo llegar a conocerla. Si la había apartado de su
vida, como quien aparta una mosca. De un manotazo. Por qué se había
acostado con Rebeca, casi adolescente, y no había abierto su “direct”.
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¿Acaso le daba miedo? Porque tal vez fuera una bruja con una verruga
en la nariz. O porque pudiera ser la mujer de la que acabara enamorándose.
Qué tontería. William desdeñó. Pero William, nunca antes se había
enamorado. Sería su primera vez. Y sentía miedo.
No quiso pensarlo más. Fue a darse una ducha. Fría.
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CAPITULO 81
Laura estaba muy entretenida con Dieter. Era francés, de origen
alemán, vivía en Paris, soltero, o eso le había dicho, quién lo sabía, y viajaba
mucho porque era marchante. Es decir, que se dedicaba a comprar y vender
piezas de arte para subastas y coleccionistas. Todo ese mundo tan
desconocido, apasionante y que movía tanto dinero. Laura pensó.
Tenía su propia firma: Art & Jewels; Gmb. Y ahora volvía de
Sudáfrica, de seleccionar brillantes para algunas de las mejores joyerías de
Ginebra. Era un hombre muy comedido y educado. Con un tono de voz
precioso, muy masculino y que modulaba a la perfección. Un Je te aime
susurrado por Dieter, tenía que resultar muy sugerente. Solo fue una idea.
Laura pensó.
Ya faltaba poco para iniciar el descenso y se intercambiaron las
tarjetas. Laura pensó en Dieter, como un posible cliente para la firma; y
Dieter en Laura, por ser una mujer atractiva, interesante y encantadora, de las
que no se encontraban a menudo. Laura tenía varias horas de espera en el
aeropuerto, que aprovecharía para mirar tiendas y ponerse al día con su
correo. La sala VIP, era muy confortable, así que no le importaba,
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El vuelo estaba siendo tranquilo, la compañía excelente, la vida, a
pesar de William, maravillosa. Concluyó.
Antes de volver a su asiento, Dieter le dijo que le gustaría invitarla a
cenar, para hacerle la espera más corta. A Laura le agradó la galantería, pero
rehusó. Conocer a Dieter le había parecido un plus. Pero en aquellos
momentos de su vida, no tenía ni espacio, ni tiempo, ni ganas, de nada más.
Estaba en medio de un viaje, le esperaba su casa y su trabajo. Tenía a
su Julles perdido de amor, y a William, deambulando por todo su ser. No era
cuestión de meterse otra piedra en el zapato. Por expresarlo de alguna
manera. Además, Laura pensaba, que la vida iba girando como la rueda de
un carro. Y que si las cosas tenían que suceder, sucederían. Así que sonrió
agradecida a Dieter y rechazó su invitación. Dieter no insistió, volvió a su
asiento, y el avión comenzó a descender.
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