www.seminariodenarrativayperiodismo.com Seminario de Narrativa y Periodismo. El arte de contar lo que sucede Fundación Santillana, Universidad Internacional Menéndez Pelayo y TEC de Monterrey Por qué el periodismo narrativo es necesario Por Roberto Herrscher Quiero agradecer en primer lugar a Basilio Baltasar y a Ximena Godoy por traerme, por fijarse en mi libro. Y por la pelea que me dieron con el título de esta charla. Sé que Silvana Paternostro participó también a la distancia y con Leo Faccio, como siempre, tuvimos larguísimas conversaciones telefónicas. Yo quería hablar de los problemas del periodismo narrativo y literario en España y en menor medida en América Latina. ¿Por qué no es relevante, por qué se hace tan poco, por qué tan pocos pueden y quieren dedicarse a la inmersión durante medio año o un año en un mundo real y palpable para después escribir un artículo muy largo o un libro de no ficción? Faltan escritores, faltan medios, faltan editores, falta público… Ya está, ya lo dije, y no llevamos ni un minuto. Quiero agradecer a todos los que me quitaron esa idea de la cabeza, porque hubiera resultado una charla insufrible. Una hora despotricando sobre lo que está mal. Me vería como un viejo amargado y nostálgico de un pasado que, en este tema del periodismo narrativo, ni siquiera existió del todo. Darlo vuelta, contar por qué me parece importante, necesario, útil, es hacer que lo negativo quede implícito y centrarme en lo positivo. 1 www.seminariodenarrativayperiodismo.com En parte creo que ahí está el problema. La mayoría de los lectores no saben cuánto puede gustarles, beneficiarles, hacerles reír y llorar un gran texto de periodismo narrativo, porque no se han encontrado con ninguno. Periodismo largo es igual a aburrimiento. Los mismos que leen novelas de 600 páginas de catedrales, niños magos o conjuras vaticanas piensan que un reportaje de cuatro páginas es un abuso a su paciencia. Obviamente, con la pirámide invertida y contando cosas que todo el mundo ya sabe, cuatro párrafos ya es demasiado. A mí también me pasa. Pero cuando me cuentan una historia que pasó de verdad, cuando el que me la cuenta estuvo ahí, cuando lo que pasó lo afectó o le hizo cambiar algo de lo que pensaba antes, cuando encontró una forma de narración original y pegada a la historia que cuenta, cuando lo que me cuenta tiene que ver con los temas que me afectan y me preocupan, no puedo dejar de leer. UNO El placer de que me cuenten Me gusta que me cuenten historias. Más, mucho más escuchar una buena historia que contar una. Siento una sensación casi mística, o erótica: se me paran los pelos de la nuca. Siento que estoy entendiendo algo importante, sí. Pero sobre todo estoy disfrutando con una historia y estoy sintiendo la generosidad del que me la cuenta. Tardé mucho en entender este elemento de disfrute, de placer, de plenitud. Mi abuelo y mi padre me contaban historias. Historias muy distintas, porque son hombres muy distintos. Pero supongo que sigo buscando, cuando hablo con un desconocido en un avión, cuando mi familia me cuenta algo por teléfono o cuando entrevisto a alguien, repetir esa plenitud, esa atención total en la historia, el quedarme quieto, para que no se detenga. 2 www.seminariodenarrativayperiodismo.com Me pasó en un momento de la investigación del libro que estoy escribiendo, cuando entrevistaba a mi personaje principal, un señor mayor, autodidacta, muy inteligente, gran conversador, que de adolescente y hasta la madurez trabajó en las plantaciones bananeras del sur de Costa Rica. Don Félix me contó una anécdota que me permitió ver una parte esencial de su personalidad, como una ventana abierta. Huérfano y pobre, había salido con dos amigos de su pueblito en Nicaragua, había viajado por barco, lancha y tren y sobre todo caminando y llevaba ya más de un mes de viaje, cuando se le acabó la plata y uno de sus amigos le dijo que llegando al puerto de Puntarenas le daría lo que le faltaba para la última lancha, hasta la zona bananera. Era 1945, y el poder de la United Fruit Company estaba en su apogeo. En el puerto el amigo le dijo que no le alcanzaba, y el chico vio como sus amigos se iban y lo dejaban ahí. A media mañana se le acercó un señor, también nicaragüense, y entendió su situación. “¿Ya desayunó?”, me dijo don Félix que le dijo el hombre. “Sí, ya comí”, le contestó. “Pero yo no, y no quiero comer solo. Si quiere acompañarme…” Tres veces me contó la historia, y siempre con las mismas palabras. El plato, un típico desayuno centroamericano, tenía arroz, frijoles, leche agria, queso fresco y salchichón frito. Y café bien caliente recién chorreado. Estaba delicioso. Setenta años más tarde, don Félix todavía se relamía. Es una historia de pobreza, de orgullo y de generosidad. Su historia estaba empezando, faltaban muchísimos años de trabajo en la bananera, pero yo sabía que quería más historias de este hombre. Yo necesitaba sus historias, pero también buscaba el placer de escucharlas. Y el dolor y el placer de buscar la forma de escribirlas para que queden, para que lleguen a los lectores que, como yo, no podemos apenas imaginarnos lo que es ser un peón bananero. 3 www.seminariodenarrativayperiodismo.com Hace unos meses estaba entrevistando a Plácido Domingo para un perfil que escribí en la revista Gatopardo. Y en medio de los preparativos para la gala en el Teatro Real, esperando que en cualquier momento llegara la Reina, le pregunté cuándo, en qué momento supo que lo suyo era cantar. En un momento se abstrajo de la sala donde estábamos y se acordó de una escena de su niñez. Estaba con su madre, una cantante profesional de zarzuela, y se puso a cantar La negra noche, una canción lenta, triste, que cantaba Pedro Infante. La canción dice: “La negra noche tendió su manto, surgió la niebla, murió la luz…” Y la palabra ‘luz’ es un agudo, un si natural. Y el niño Plácido miró a su madre y la madre estaba llorando. “No sabes lo que has hecho”, le dijo, y él me dijo. “No sabes lo que has hecho, Plácido”, y en ese momento, como en esos contados momentos, supe por qué estoy haciendo esto. Si había leído literalmente miles de páginas sobre Plácido Domingo, ¿cómo es que no me había encontrado con esta historia? Tuve por un momento la extraña certeza de que le habían preguntado por su mejor actuación, por su noche mágica en la ópera, por su forma de hacer Otelo, por las aventuras con Los tres tenores. Pero que a nadie se le había ocurrido preguntarle cuándo supo que esto era lo suyo. Por eso quiero hoy contar historias. Quiero compartir momentos ‘estelares’ (para mí) que me ayudaron a entender la función, el valor, la cruel belleza de esta pasión. Quiero practicar lo que predico. A través de una serie de escenas, de momentos que para mí tienen impacto y fuerza y al mismo tiempo guardan la esencia de lo que hace necesario el acercamiento narrativo para contar hechos de la realidad y para ayudarnos a entender el mundo que nos rodea, a nosotros mismos y sobre todo al ‘otro’. Y lo voy a hacer de la forma que más fácil y natural me sale: de forma narrativa, no argumentativa. 4 www.seminariodenarrativayperiodismo.com DOS Ver al otro: la anciana en la casa derrumbada Y voy a empezar con una historia que me impactó muchísimo. Pasó en el 2004, me quedó tal como la leí en un diario, y ahora, al pensar en qué decir aquí, me acordé de esa historia y me puse a buscar en Internet. Y me encontré con un personaje fascinante. Esta es la escena, como la recuerdo de cuando la leí en el diario: un ministro de Ariel Sharon, en Israel, vio a una anciana palestina revolviendo entre las ruinas de su casa demolida por las topadoras y le dijo a un periodista que se había acordado de su abuela, víctima del Holocausto. Se armó un revuelo y Sharon lo hizo retractarse. Eso era lo que me acordaba. Como Internet tiene mucha mejor memoria y permite ir más a fondo, si uno quiere, esta es la historia completa. Se llamaba Tommy Lapin. Nació en 1931 en la antigua Yugoslavia, con un nombre mucho más complicado. Eran judíos. Cuando tenía 12 años vino la Gestapo a buscar a su padre. Muchos años después, recordó el abrazo y las palabras del padre: Tal vez nos volveremos a ver, tal vez no. Los dos sabían que era la última vez. El padre y la mayoría de los familiares de Tommy Lapin murieron en campos de concentración. La abuela murió en Auschwitz. Lapin la recordaba siempre buscando sus medicinas, por toda la casa. Fue rescatado del gueto de Budapest por las tropas soviéticas. Llegó a Israel a los 17 y sin salir del muelle se alistó para pelear por una tierra y un futuro para los judíos. Fue periodista y polemista, fue la principal voz de un Israel laico, con menos poder para los extremistas religiosos. Fundó un partido entre izquierdista y liberal. Y fue un encendido defensor 5 www.seminariodenarrativayperiodismo.com del derecho a existir del Estado de Israel y de la preservación de la memoria del holocausto. Hasta su muerte fue presidente de la Autoridad para el Recuerdo de los Mártires y Héroes del Holocausto. En el Kneset defendió el matrimonio laico, el servicio militar también para los ortodoxos, limitar el dinero para organizaciones ultra-religiosas. Y parar y demoler las colonias en terrenos palestinos. Y la paz con los palestinos. Para que Ariel Sharon no tuviera que pactar con los ultraortodoxos, el partido de Tommy Lapid se alió con él. Lapid fue nombrado ministro de justicia. Era visto como una espina en el país que mezclaba nación y religión. Era un judío ateo. Pero su poder y su presencia en el parlamento, su familia exitosa – su esposa era una importante novelista, su hijo mayor, presentador de la televisión pública – mostraban un rasgo importante de la democracia: la posibilidad de disentir y oponerse, el debate encendido pero limitado a las palabras. Y en 2004 Tommy Lapid estaba viendo la televisión y le ocurrió una revelación. Vio unas imágenes de una demolición de casas de palestinos por el ejército israelí. El ejército del gobierno del que él era ministro de justicia. Y vio en la televisión a una anciana palestina buscando sus medicinas entre las ruinas de su casa. Y se le vino a la mente la escena de su abuela buscando sus medicinas desesperadamente. Su abuela judía muerta en Auschwitz. La abuela palestina le recordó a su abuela, le dijo Tommy Lapid a un periodista de la BBC. Ese comentario terminó con la carrera política de Tommy Lapid. Su partido lo desautorizó. Sharon le exigió que se retractara. Lapid dijo que no estaba comparando la Shoah con la situación de los palestinos. Pero el daño estaba hecho. Su sacrilegio corrió como reguero de pólvora. 6 www.seminariodenarrativayperiodismo.com La política de mano dura de Israel incluía demoler las casas de familias donde tuvieran información de que un miembro se unió a Hamás o hubiera participado en un atentado. En las casas palestinas suelen vivir, hacinados, la familia extendida del ‘terrorista’ y otras familias. En el momento en que un israelí – y mucho más un dirigente, un ministro, un miembro prominente del establishment – se atreve a ver el sufrimiento de los palestinos con empatía, todo el andamiaje de la autopercepción de los judíos de Israel corre el riesgo de venirse abajo. Ni siquiera hace falta entender, justificar, comparar. Ver al otro ya es una amenza. Ver al otro como si fuera uno mismo del otro lado. En 2008, cuando murió Tommy Lapid, los líderes ultraortodoxos sorprendentemente le dedicaron elogios fúnebres. Fue un contendiente formidable, leal y honesto, dijeron. Lo que te tenía que decir, te lo decía a la cara. Qué suerte que ya no esté, pero le echaremos de menos, dijeron. Para su funeral, él mismo eligió un verso de Dylan Thomas, leído por su hijo el periodista en hebreo: ‘No vayas gentilmente hacia la dulce noche: enfurécete, enfurécete contra la muerte de la luz’. Todo esto encontré la semana pasada sobre Tommy Lapid en Internet. Para mí el eje de su larga vida y su implacable inteligencia y sentido de la decencia, de la justicia y de la coherencia está en ese momento en que prendió la televisión y se atrevió a ver a la anciana palestina y pensar en su abuela muerta en el Holocausto. En los relatos de ese hecho que leí, nadie se fijó en un punto que me parece importante. Tommy Lapid vio una noticia de la televisión israelí. En la casa demolida había un camarógrafo, que se fijó en la anciana y la grabó con su cámara. Un periodista que describió la escena. En el canal había un editor, un jefe de 7 www.seminariodenarrativayperiodismo.com informativos, un presentador. El presentador era, tal vez, un compañero de su hijo, Yair Lapid. ¿Dónde estaba el lugar, el momento en que esa imagen se convirtió en el recuerdo de la abuela? ¿Estaba enteramente en la mente de Tommy Lapid, y explotó cuando una simple visión de una vieja revolviendo entre los escombros lo puso frente a lo que hacía tiempo venía pensando y sintiendo y no se atrevía a decir? ¿O había algo en la forma en que esa simple noticia fue grabada, estructurada, editada? ¿Qué se escuchaba de fondo, mientras la anciana palestina revolvía entre los escombros de su casa demolida buscando medicinas? Siento que en ese momento, en que tal vez a mitad de camino entre las imágenes y sonidos del televisor y los ojos y oídos del ministro de justicia Tommy Lapid se produjo un descubrimiento, un recuerdo, una visión, una epifanía. Es una palabra extraña para aplicar a un ateo deslenguado como Tommy Lapid. Pero eso es lo que pasó. Su profunda humanidad y su insobornable coherencia no le dejaron otra salida: no mires para otra parte, Tommy. Esa vieja es como tu abuela, en el pueblo, allá en Serbia, cuando llegaban los nazis y las malditas pastillas no aparecían. Esa vieja palestina es tu abuela. Es de los tuyos, Tommy. En mi trabajo como periodista narrativo busco ser ese nexo entre la vieja palestina y la mirada del ministro israelí. Ser ese camarógrafo que grabó la imagen, el editor que se detuvo en ella en su ritmo de imágenes, la voz del presentador, la pluma que haga que un tipo como Tommy Lapid lea mi texto y piense en su abuela. TRES Teoría del transandino: ponernos en el lugar del otro, vernos a nosotros mismos desde afuera 8 www.seminariodenarrativayperiodismo.com Esta es la segunda escena: mi primer encuentro con los chilenos fue la historia de mis compañeros del servicio militar, que practicaban hundiendo una bayoneta en un muñeco de paja, gritando ‘Muerte al chileno’. El chileno era el enemigo. Yo tenía 19 años y el pelo por los hombros. Mi novia, mi primera novia, tenía el pelo casi por la cintura y vestía faldas de colores. Íbamos de mochileros a Bariloche. Cruzamos a Chile, y el paso fronterizo, un gendarme con cara de piedra le quitó a mi novia las flores silvestres que yo le había regalado esa mañana y las arrojó en un horno. Era una campaña contra las plagas que se transmiten por animales y vegetales. No se podía pasar con productos frescos por la frontera. Pero ese policía fronterizo echando las flores con asco en un horno fue para mí una de esas escenas potentes, de las que refuerzan una idea, un concepto, apelando a los sentidos. Debo decir que tardé muchos años en reconciliarme con los chilenos. El problema era mío, no de ellos. Hay buenos y malos, como en todos lados. Pero soy mucha mejor persona, e infinitamente mejor periodista, ahora que pienso que los chilenos son como los argentinos, los madrileños o los catalanes. Como yo. A riesgo de sonar como un predicador que cuenta su conversión, tipo ‘yo era un pecador y he visto la luz’, puedo decir aquí que parte de lo que me hizo crecer como persona y como periodista y escritor y profesor es el método de meterse con el otro y escucharlo, y verlo actuar, y vivir su vida, que está en la semilla del periodismo narrativo. No empezar por un sentimiento hacia el otro. Ni la empatía ni la simpatía ni mucho menos la tolerancia. Acercarnos a ver, preguntar, oler, y comprobar que el otro es otro yo. ¿Qué estás haciendo?, le pregunté a un artesano chileno cuando entré a su tienda en Puntarenas, en la punta sur del continente, a comprar pilas para mi grabador. Estaba grabando plaquitas 9 www.seminariodenarrativayperiodismo.com para los soldados del regimiento. Para que se supiera quiénes eran cuando sus cuerpos no fueran reconocibles. ¿Vos también hiciste el servicio militar?, le pregunté. Y me contó que la instrucción consistía en perseguir una oveja y degollarla con la bayoneta. Y yo me acordé de la bayoneta de mis compañeros de ejército, en 1981, atacando a un muñeco de paja. Obviamente, la instrucción chilena preparaba mejor para la guerra. Para la paz, ahí estábamos, en medio del frío patagónico, el hombre de las plaquitas y yo, recordando el servicio militar y cómo nos habían enseñado que el otro era el enemigo y había de aniquilarlo. Y yo sentía que era yo el siguiente en la línea, que ya había pasado el chico de campo que mató su oveja sin problema, y que ahora me tocaba a mí: tenía que agarrar mi oveja, ante la mirada del teniente. Verlo desde adentro y en ese proceso, verme a mí mismo desde afuera, desde su lugar. El periodismo narrativo, al acercarse, compartir mucho tiempo, vivir la vida del otro, aprende a ver que lo que pensábamos que era exótico es en realidad muy cercano a nuestra propia experiencia. Pero también nos permite vernos a nosotros mismos, a nuestro grupo, sociedad o generación, desde afuera. Vistos de muy cerca, todos somos rarísimos. En Argentina, cuando uno escribe un artículo donde aparece un chileno y no quiere repetir mucho la palabra, en la segunda o tercer mención pone `transandino’. El chileno es el que está del otro lado de los Andes. Nosotros estamos del lado de acá. Ellos, los transandinos, están del lado de allá. Cuando me presentó un gran profesor y amigo en la primera conferencia que dí allá, en Valparaíso, les dice a los asistentes: “Tenemos al profesor transandino Roberto Herrscher”. Y yo lo miré y pensé: ¿Cómo transandino? ¿Transandino yo? ¡Si son ustedes! 10 www.seminariodenarrativayperiodismo.com Es obvio: para ellos la montaña está hacia el este, y del otro lado, nosotros. Desde su lado, el transandino soy yo. ¿Qué pasaría si los judíos y palestinos tuvieran la misma palabra para unos y otros? Y los católicos y protestantes en Irlanda, y los serbios y croatas… Si españoles y franceses fueran, los unos para los otros y viceversa, todos transpirenaicos… En mi carrera como periodista y como profesor, y en mi vida, entender que yo soy el transandino del otro fue un regalo. Me lo dio lo que poco a poco fui viendo como mi especialidad y mi pasión: el periodismo narrativo. El origen de mi libro Periodismo narrativo está en dos encuentros chilenos. Uno en la Universidad Católica de Valparaíso, donde abrí el curso académico, y otro, mucho más largo, con la Universidad Finis Terrae de Santiago, donde di durante tres años los cursos de periodismo narrativo que terminaron de darle el empujón al libro. En mis clases y charlas con profesores y alumnos chilenos, además de todas las historias que me contaron y el punto de vista que terminé de entender, poco a poco me vi aceptado, apreciado, escuchado, pero visto desde allá. Allá el transandino soy yo. Pero hay que meterse mucho en la casa del otro para verse a sí mismo con sus ojos. En definitiva, todos somos transandinos del otro. La montaña que los hombres tenemos que cruzar para acercarnos a la forma de ver el mundo de las mujeres es la misma que tienen que cruzar ellas. Entre nosotros y nuestros padres, entre nosotros y nuestros hijos, entre nosotros y los dueños del mundo, entre nosotros y los inmigrantes africanos, hay una montaña. Hay que cruzarla. Y el camino para cruzarla es un relato. El relato del viaje. 11 www.seminariodenarrativayperiodismo.com CUATRO El viaje como forma de recoger información, como estrategia narrativa y como metáfora Una de las estrategias narrativas que más me sirven para escribir lo que en Latinoamérica llamamos una crónica es el relato de viaje. En los diarios y revistas el relato de viaje se ha degradado. Se relega a las páginas de turismo, y pareciera como si el autor sólo pudiera viajar como adelantado de un supuesto lector que comprará en su agencia de viajes una gira rápida, superficial, previsible, a los sitios donde no disfruta estando sino que se enorgullece de haber estado. Ir para haber estado es dar por perdida la posibilidad de la experiencia desde antes de partir. Obviamente, esto se debe a que el viaje es un negocio: negocio para los anunciantes. En sus manos están los suplementos y las revistas de turismo. Pero todos sabemos que el viaje del turista que consume productos – hoteles, restaurantes, tours, compra de productos artesanales, y toma fotos como un poseso para enrostrárselas a los amigos – no es el único viaje posible. El romanticismo comenzó, tal vez, con el viaje de Goethe a Italia. Fue un viaje transalpino, y en él descubrió otra forma de vivir – la de los italianos, que para Goethe representaban lo emotivo, lo vital, el placer de disfrutar el momento. Y la cultura, las ruinas, Roma como legado común. El viaje de Goethe a Italia fue un viaje de descubrimiento, de cambio, de crecimiento. Un viaje filosófico. 12 www.seminariodenarrativayperiodismo.com La historia de la literatura está llena de viajes transformativos: en los mares del sur D. H. Lawrence descubrió la llave para abrir los tabúes del erotismo como experiencia espiritual, en la India E. M. Forster se enfrentó con su propia homosexualidad, en Tahití Gaugain descubrió la libertad absoluta, incluida la libertad abyecta de disfrutar de los cuerpos de las niñas. No siempre los viajes nos cambian para bien. Pero los que a mí me sirven como ejemplo son los viajes transformaron, por ejemplo, a Hermann Hesse, a Mark Twain y a Josep Pla. Cada uno aprendió a ver y entender su propia sociedad con mayor profundidad y ojo crítico después de haber convivido con sociedades distintas. Es de Yeats ese verso de que el buen viaje es aquel del que uno vuelve y mira su casa como si la viera por primera vez. Y, agrego, se mira en el espejo de su baño y se descubre con extrañeza. En el periodismo moderno hay un pequeño pero fascinante grupo de reporteros que usan el relato de viaje para contar un camino de descubrimiento y transformación. No siempre se trata de un cambio personal. Muchas veces es el viaje de la ignorancia al conocimiento, y en vez de hacer que el lector conozca nuestro cambio, lo llevamos de viaje para que, al terminar el libro o el artículo, se vea transformado. ¿Qué es un gran libro sino una propuesta de transformación? Que el que cierra la última página sea alguien ya distinto del que abrió la primera. A veces con respuestas a sus viejas preguntas. Pero otras veces con nuevas preguntas. Cosas que creía resueltas se le abren y complejizan a lo largo del viaje. Así viaja Ted Conover. Su tesis de antropología fue un viaje de un año con los vagabundos en los trenes. Su mejor libro, para mí, es Coyotes, seis meses con los espaldas mojadas, que cruzan ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos. Un gringo que viaja con ‘el otro’ para encontrarse con los suyos desde el otro lado. Los que maltratan, abusan, se aprovechan e 13 www.seminariodenarrativayperiodismo.com insultan a los trabajadores mexicanos son gente como él. Su gente. Y a lo largo del viaje, los grupos de mexicanos con los que suda y pasa frío en las madrugadas de los algodonales y plantaciones de naranja y aguacate terminan siendo sus hermanos. Y viaja al pueblo en Oaxaca de donde viene la mayoría. Al lugar sin futuro desde donde el sueño es viajar al infierno donde son humillados. Y con esas mismas armas Conover viajó al paraíso de los pijos, la ciudad de esquí de Aspen, en Colorado. A trabajar en el servicio y ver cómo se divierten los suyos. Y se metió en la cárcel. Su libro más famoso, Novato, es fruto de 9 meses como guardia en la legendiaria prisión de Sing-Sing. El mejor viajero que conozco en América Latina es Martín Caparrós. Con una maestría verbal prodigiosa, una impresionante capacidad para ver, escuchar, describir y contar detalles que pintan todo un mundo, Caparrós es autor de dos grandes colecciones de crónicas de viaje: Larga distancia y La guerra moderna. Crónicas como el viaje al lujo insano de Hong Kong, el viaja al turismo sexual en Sri Lanka o el viaje a la dictadura implacable de Camboya ya son clásicos, estudiados en las escuelas de periodismo de Argentina y alrededores. Caparrós puede llevarte a un lugar que creías conocer, como las ciudades y paisajes rurales de Argentina, en su guía de lo inesperado El interior. O contarte una historia desconocida, como el periplo vital de la chica argentina que se convirtió en ‘okupa’ y terminó perseguida como enemiga del estado italiano, sentenciada y suicidada. El ‘yo’ que viaja en los libros de Caparrós es siempre reconocible: es brillante, socarrón, deslenguado, erudito, y entre frase y frase se atusa el bigote decimonónico. Es como un mago que nos muestra el mundo como si nos hiciera un truco de prestidigitación. 14 www.seminariodenarrativayperiodismo.com Hay infinidad de formas de escribir relatos de viaje. Como hay infinidad de formas de viajar. Lo que a mí me gusta es que un buen viaje se cuenta solo: tiene su arco narrativo incorporado. Me gustan sobre todo los viajes de vuelta a lugares donde pasaron cosas importantes. Es un viaje al recuerdo del pasado y al mismo tiempo un recuento de lo que se encuentra allí ahora. Fernando Benítez siguió La ruta de Hernán Cortés desde Veracruz hasta el DF, por las tierras sobrepoblados, los bosques explotados y los pueblos indígenas oprimidos de hoy, hasta la alucinante capital de lo que fue el imperio azteca. El periodista catalán Placid García Planas aprovechó sus viajes a sitios donde hay guerras y conflictos hoy – es corresponsal de La Vanguardia – para revisitar los sitios donde transitaron sus antepasados, los viejos reporteros de guerra de Barcelona, sobre todo el genial Gaziel, gran cronista de la Primera Guerra Mundial. Su libro se llama La revancha del reportero. Viajar para encontrar al otro. Viajar para encontrarse a uno mismo. Viajar para descubrir el pasado y entender el presente. Una crónica puede ser el viaje del personaje a lo largo de la vida. O un viaje particular del personaje. O el viaje de nosotros, los periodistas. Pero siempre es una invitación al viaje del lector. Ahora quiero hablar un poco del largo viaje del periodismo narrativo. Una breve reflexión sobre los orígenes. CINCO Cronistas de Indias: descubridores de la vida de los otros Esta es la siguiente escena: un soldado español se pasa la lengua por los labios. Está en la cubierta de una goleta, y el sol castiga sin piedad. Y en los labios nota grietas, grietas de secura, porque no había qué beber. 15 www.seminariodenarrativayperiodismo.com Hace unos años en la Fundación Nuevo Periodismo de Cartagena de Indias, fundada por Gabriel García Márquez, se les ocurrió llamar a los escritores de no ficción y periodistas literarios del continente Nuevos Cronistas de Indias. Tal vez porque la palabra que define nuestro menester es ‘crónica’. El nombre suena extraño, porque no vinimos de ningún lado. Nacimos en las Indias. Aunque lo que encontramos a nuestro alrededor es tan extraño y fascinante como lo que encontraron los escribas y monjes que vinieron con los adelantados. Pero el concepto pegó. Este año participé en unas jornadas en Casa América Catalunya con mis amigos y grandes cronistas Leila Guerriero, Julio Villanueva Chang y Gabriela Wiener, y se me ocurrió buscar un paralelismo entre lo que se hace ahora y las viejas crónicas de la Conquista de América. Mi esposa es arqueóloga y enseña prehistoria de América, y tiene en casa un libro maravilloso de Crónicas de Indias. Como me suele pasar, al final no dije nada en ese seminario de Barcelona, pero me pasé días y días sumergido en las crónicas. Y encontré que esto que tratamos de hacer Leo, Silvana, Leila, Julio, Gaby y muchos otros jóvenes osados, como Cristian Alarcón en Argentina, Juanita León en Colombia o Francisco Goldman en Guatemala es la continuación de la alucinante y escalofriante tarea de los cronistas. Y descubrí que en nuestro oficio, los verdaderos adelantados no eran los soldados de espada y casco, casi todos ignorantes, codiciosos y fanáticos, sino sus humildes escribas. Hace poco Mario Vargas Llosa dio una conferencia en Barcelona donde trazó un paralelo negativo entre los cronistas de indias y los ‘idiotas latinoamericanos’ actuales. Supongo que conocen el libro de su hijo, Carlos Montaner y Plinio Apuleyo Mendoza que el Nobel prologó, sobre los izquierdistas que echan la culpa a otros de sus propios problemas. Vargas Llosa decía que nuestro continente fue inventado, soñado, imaginado en vez de conocido. Que quienes lo descubrieron buscaban un paraíso y lo encontraron porque lo estaban 16 www.seminariodenarrativayperiodismo.com buscando. Y buscaban seres mitológicos – de la mitología europea – vieron exactamente eso. Describieron sus sueños y pesadillas, no la realidad. Y de allí se larga a despotricar contra los europeos que en el siglo XX vieron maravillas en las revoluciones como la cubana, y monstruos en el imperialismo yanqui. Las maravillas y los monstruos, tal como en la conquista, estaban en la imaginación del cronista. Yo creo que es exactamente al revés. Al menos en la época de la conquista. No voy a usar mi precioso tiempo aquí para pelearme con la visión del mundo actual que tiene el insigne novelista peruano. La mayoría de las crónicas de indias son intentos, dentro de la ideología reinante y con los límites de la censura, de contar lo que venían. El público eran los reyes, la corte. Les pagaban para contar lo que habían encontrado. Vivían en un mundo de mitos, magia y monstruos. Que vieran eso no era extraño. Lo nuevo era lo preciso, concreto, específico de sus historias y descripciones. Lo que se les escapaba por los costados del dogma, porque los buenos cronistas eran narradores de alma y periodistas sin saberlo. Hay maravillas en la forma en que esos cronistas trazaron la cartografía de nuestro continente, que se perdieron en el periodismo almidonado, formulaico, aburrido, oficial que llenó casi todo el siglo XX. Les traigo tres ejemplos: 1. Contar la vida de los soldados, la gente corriente de la expedición, con verdad, con gracia, con detalle, con pasión. Bernal Díaz del Castillo: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España “Después de curados los heridos (que no quedó hombre ninguno de cuantos allí nos hallamos que no tuviesen a dos y a tres y a 17 www.seminariodenarrativayperiodismo.com cuatro heridas, y el capitán con doce flechazos) acordamos volver a la isla de Cuba. Y como estaban heridos también los marineros, no teníamos quién marchase las velas…” Entonces quemaron una nave y se pusieron todos en las dos que quedaban, pero surgió un problema mayor: no había agua. “Digo que tanta sed pasamos que en las lenguas y bocas teníamos grietas de secura pues de otra cosa ninguna para refrigerio no había. ¡Oh qué cosa tan trabajosa es ir a descubrir tierras nuevas y de la manera que nosotros nos aventuramos!” Díaz del Castillo se enoja con los cronistas oficiales, que sólo cuentan las hazañas de los capitanes generales, y con los cronistas cultos, que pulen el verbo pero no estuvieron ahí y no cuentan lo que realmente pasó. Lo suyo son los detalles y el sufrimiento de la tropa: las heridas y la sed de los soldados. Así cuenta: las grietas de secura en la boca por la sed en las naos de Cortés. Para mí parte de la potencia de las breves descripciones, acertadas y breves como latigazos, viene de este manantial. 2. Meter al lector en las razones y las emociones de los grandes personajes. Hasta leer esta antología de Crónicas de Indias yo pensaba que se conservaban los relatos de los viajes de Colón. No queda nada. Lo que piensa, dice y calla Colón lo sabemos por su cronista. Un gran cronista: Fray Bartolomé de las Casas. El padre De las Casas cita de la correspondencia y los diarios del almirante, cómo nos lo cuenta, va construyendo el perfil de Colón: lo escuchamos, lo oímos pensar. Lo conocemos. Este es el momento central del doble descubrimiento de Colón, contando por el padre De las Casas: 18 www.seminariodenarrativayperiodismo.com “Dice el Almirante: ‘esta gente es muy mansa y temerosa, desnuda como tengo dicho, sin armas y sin ley. Estas tierras son muy fértiles: ellos las tienen llenas de mames, que son como zanahorias, que tienen sabor de castañas, y tienen faxones y habas muy diversas de las nuestras y mucho algodón, el cual no siembran… y otras mil frutas que no me es posible escribir, y todo debe ser cosa provechosa’. Todo esto dice el Almirante”. Es como si lo estuviéramos viendo, relamiéndose y frotándose las manos: gentes mansas y temerosas, mucha riqueza y mucho provecho para nosotros. Entendió bien, e interpretó en su provecho. Y de pronto, el brote de locura del europeo acosado por las pesadillas medievales: “Entendió también el Almirante que lejos de allí había hombres de un ojo y otros con hocicos de perro”. Ahí está el germen del perfil construido a partir de citas del gran personaje. El otro de los grandes géneros de la crónica moderna: el internarse en la locura del gran personaje. El gran hombre, lúcido y sagaz, y de pronto, se le astilla el entendimiento. De ahí salen las novelas del dictador y las grandes obras de Tomás Eloy Martínez, La novela de Perón y Santa Evita. Escuchando y leyendo mucho y con magistral atención a cómo las voces nos llevan a algo profundo y verdadero de los personajes. 3. Vidas, costumbres y sociedades extrañas: el acercamiento a lo exótico. Francisco López de Gomara: Historia general de las Indias. “Casa cada uno cuanto quiere o puede, y el cacique Behechio tenía treinta mujeres; una empero es la principal y legítima 19 www.seminariodenarrativayperiodismo.com para las herencias. Todas duermen con el marido, como hacen muchas gallinas con un gallo en una pieza… Lavan las criaturas en agua fría porque se les endurezca el cuero y aún ellas se bañan también en fría recién paridas y no les hace mal. Estando parida y criando es pecado dormir con ella… Entierran con los hombres, especialmente con señores, algunas de sus más queridas mujeres o las más hermosas, que es gran honra y favor. Otras se quieren enterrar con ellos por amor.” Obviamente, estos fragmentos nos llevan a conocer algo de las costumbres sexuales de los indios, pero más aún de la mirada, las filias y fobias, las preocupaciones y obsesiones del fraile López de Gomara. Muchos de estos temas desaparecieron por siglos de la prosa latinoamericana. Y ni que decir del discurso de los medios. Los olores corporales estaban desterrados de los diarios. Recién en el umbral del siglo XXI el periodismo de la vida privada entró en revistas como Etiqueta Negra y Soho. Cronistas como Gabi Wiener los trajeron de nuevo, sin pedir permiso. Así, la vida, los detalles sorprendentes, la magia de las voces, lo extraño y lo doméstico, el aire fresco que estaba en las crónicas de Indias vuelve ahora al periodismo, después de que la desmesura y la locura del poder, los padecimientos de los pobres y la vida privada, en toda su riqueza, estuvieron ausentes de los medios tradicionales. Era necesario encontrar la voz para hacerlo. Creo que lo principal que encontraron los cronistas jóvenes es la voz. Una voz muy distinta de la entonación impostada de los diarios. Hace unos años fui a dar un taller al diario principal de Mendoza, una bellísima ciudad argentina, pegada a la cordillera. Antes del taller le pregunté a gente del aeropuerto, de la calle, del hotel, del restaurante, cómo se imaginaban a los periodistas 20 www.seminariodenarrativayperiodismo.com de Los Andes. Y me los describieron como señores mayores, adustos, serios, con corbata negra y traje algo gastado. En el taller lo que abundaba eran veinteañeros con camisetas y zapatillas. “¿Cómo que nos imaginan así?”, me preguntaron. Y les dije: “Es que ustedes escriben como señores casposos con la corbata ajustada. Cuando creen que se desmelenan, de afuera se ve como si apenitas se desajustaran un poco la corbata.” No se los dije, pero pienso ahora que los cronistas que indias, Bernal Díaz del Castillo y Fray Bartolomé de las Casas y Francisco López de Gomara, escribían de forma mucho más moderna, más creativa, más osada. Cuando los dejan, cuando se animan, pueden ser magníficos cronistas. El reportero de tribunales, Rolando López, me dio como pidiendo permiso su libro de crónicas judiciales y detectivescas. Durante un año había habido un diario alternativo, donde pudo dar rienda suelta a la manera en que quería escribir. Las crónicas son buenísimas. Pero el diario alternativo duró un suspiro, y Rolando volvió a Los Andes y a la pirámide invertida. ¿De dónde tienen tantos periodistas amarrados el sueño de escribir distinto? No de los cronistas de Indias. Ni lo estudiamos ni lo conocemos. N os viene de algo mucho más próximo: el buen periodismo narrativo de Estados Unidos, la escuela del Nuevo Periodismo. SEIS Hunter Thompson tras los Ángeles del Infierno: una nueva forma de contar El arte de que te rompan la nariz. Así se llama la siguiente escena. 21 www.seminariodenarrativayperiodismo.com Una mañana de finales de 1965 el editor del primer libro de Hunter Thompson lo llamó para decirle que todo estaba listo para publicar la obra que lo lanzaría a la fama y crearía el periodismo gonzo. El libro se llamaría Los ángeles del infierno, una extraña y terrible saga. Era un perfil en profundidad, a la vez cercano y crítico, de la banda que para la derecha era el símbolo de lo antinorteamericano y para la izquierda, ejemplo de rebeldía juvenil. Thompson se pasó medio año bebiendo cientos de litros de cerveza con la banda, se compró una moto para seguirlos y descubrió que no eran rebeldes con causa sino enamorados de la velocidad, la libertad para hacer el gamberro, el machismo y al violencia. El idilio con la izquierda se rompió un año después, cuando irrumpieron en una marcha contra la guerra de Vietnam y molieron a palos a los manifestantes. El texto de Thompson se un alucinante viaje al corazón de un grupo profundamente norteamericano. Para el autor, eran los auténticos herederos de la tradición de los cowboys, los aventureros del Oeste. Bebían hasta caer desmayados y pegaban y violaban a las mujeres. Seguramente como los verdaderos cowboys. Los diálogos del libro son precisos, punzantes y reveladores. Nadie da discursos. Hablan como habla la gente, sobre todo la gente borracha y drogada. Y las descripciones son específicas, poéticas, pegadas a lo que ve y oye y al mismo tiempo, llenas de citas literarias y religiosas. Pero al libro le faltaba algo: le faltaba la foto para la portada. Así que seis meses después de las jornadas infernales, meses después del último contacto con ellos, Thompson se volvió a echar a la carretera para sacarles fotos. Y todo salió mal. O muy bien, según cómo se lo vea. Esto lo cuenta Marc Weingarten escribió la biografía conjunta de esta pandilla de soberbios inadaptados que formó lo que el más soberbio de ellos, Tom Wolfe, llamó Nuevo Periodismo. 22 www.seminariodenarrativayperiodismo.com Lo llamó The Gang That Coudn’t Write Straight. La banda que no podía escribir recto. Es un juego de palabras sobre una novela de Jimmy Breslin, uno de los nuevos periodistas. De ahí salió una película, La banda que no podía disparar recto, con Robert de Niro. En el libro salen Wolfe, Norman Mailer, Joan Didion, Truman Capote, Gay Talese y el más loco de la banda, el joven Thompson. En el lago donde acampaban y se bañaban con sus jeans mugrientos – nunca se sacaban la ropa de andar en moto para bañarse – Thompson les tomó decenas de fotos. Pero se armó una bronca. Uno de los Ángeles empezó a golpear a su novia. Thompson la defendió, y pronto se vio rodeado por los personajes de su libro. Su editor dijo después que de toda su investigación, él debía saber lo que iba a pasar. Lo molieron a golpes. Le rompieron la nariz. Con la nariz sangrando logró subirse a su coche y condujo hasta el pueblo más cercano. Ahí se encontró con una pandilla local de para-policías dispuestos a darle una lección al primer Ángel del Infierno que se apareciese. Estaban podridos de las visitas de la banda de indeseables. Condujo un par de horas más y se encontró con la sala de emergencias del hospital llena de miembros de los Gypsy Jokers, una banda rival a la que los Hell’s Angels acababan de dar un paliza. Hunter Thompson terminó de arreglarse la nariz él solo, con la ayuda del espejo retrovisor de su coche. Ese es el tipo de anécdotas que hicieron su fama y crearon el nombre de gonzo. Jim Silberman, su editor en Random House, lo tenía claro: “tu método de investigación”, le dijo, “consiste en atarte a la vía del tren cuando sabes que viene el expreso, y quedarte a ver qué pasa. Lo que estás buscando no es la foto, sino una escena fuerte para el final del libro. Querías que te partieran la cara”. 23 www.seminariodenarrativayperiodismo.com Nadie había hecho ese tipo de periodismo antes. O si lo hicieron, no lo llamaron periodismo. Pero ahora, 40 años después del nacimiento del Nuevo Periodismo, estoy convencido de que si seguimos leyendo sus clásicos y aplicando sus métodos es fundamentalmente por la acumulación de talentos, miradas y voces. Lo fascinante es el impresionante talento de estos hombres y mujeres como escritores. Con los viajes y el pasar meses y noches enteras con sus personajes no bastaba. Era la mirada, que está en cada una de sus páginas, incluso en las versiones casi ilegibles que nos llegaban de España. No se imaginan lo que era leer en Argentina los insultos de los personajes de Tom Wolfe, Mailer y Hunter Thompson llenos de ‘gilipollas’, ‘que te cagas’ y ‘a tomar por culo’. Lo mismo me sigue pasando con el doblaje, pero ese es otro asunto. Ese es otro de los elementos centrales de lo que para mí trae el nuevo periodismo: la voz. Nos ponemos en manos de un loco que se pasó un año con un grupo del que creíamos que lo sabíamos todo y no sabíamos nada. O con un grupo del que no habíamos oído hablar. O con una familia tipo, y nos damos cuenta de que una familia tipo – como nuestra familia – es extrañísima. Y escalofriante. Pero lo seguimos por la voz con la que nos cuenta sus historias. El periodista al uso es como el pregonero que lee el bando en la plaza. El periodista narrativo es como el Flautista de Hamelín, que toca su flauta y lo seguimos hasta tirarnos por el precipicio. La cuestión es que corría el invierno de 1984, y un amigo me recomendó El nuevo periodismo. Esta es mi edición, la 3ra., de Anagrama. Si llegó el periodismo narrativo a España y a Latinoamérica es principalmente gracias a Jorge Herralde y a Anagrama. Ahora que lo deja, creo que todos debemos agradecérselo. En 1984 yo tenía 22 años y acababa de salir de una dictadura y de participar en una guerra. 24 www.seminariodenarrativayperiodismo.com Leyéndolo junto con las obras de Rodolfo Walsh, de Osvaldo Soriano, de Tomás Eloy Martínez, me dio la idea de que se podía, que se debía hacer periodismo de otra manera. Sabíamos muy poco de Tom Wolfe y de los otros espadachines del Nuevo Periodismo. Con los años fui leyendo a Norman Mailer, a Truman Capote, a Gay Talese, a Hunter Thompson. Cada uno era distinto: Wolfe era la magia verbal. Daba protagonismo a la voz, a la palabra, al estilo. Su voz, gritona, machacona, de frases largas y muchos tacos, como en La izquierda exquisita. Mailer era la apoteosis del yo: un animal político y un enamorado de sí mismo. Era el Hemingway de la no ficción, siguiendo la carrera de rebelde guarro de su principal personaje, que era él mismo, como en Los ejércitos de la noche. Capote llevó hasta sus últimas consecuencias el juego de la novela de hechos reales. Era un maestro de la prosa precisa, un as quitándose de en medio, para que viéramos nosotros con sus ojos. Deslumbra su ejercicio estilístico de novela de no ficción A sangre fría. Talese era el caballero y el gran observador del grupo. Sus perfiles son piadosos y crueles a la vez: en vez de novelas, sus libros dialogan con el ensayo y con la biografía. Su perfil de Frank Sinatra sigue siendo ejemplo de perseguir con denuedo a un personaje difícil y salir con un ensayo sobre la naturaleza humana Y Hunter Thompson era el que menos podíamos entender desde nuestra experiencia de periodistas, 25 www.seminariodenarrativayperiodismo.com pero el que estaba más cerca en nuestra locura de adolescentes recién salidos de una dictadura. Su periodismo gonzo jugaba con el fluir de conciencia, con el vomitar platos exquisitos, con el viaje a los límites del abismo, donde habitan el miedo y el asco. ¿Qué era lo que unía a estos y muchos otros nuevos periodistas de los 60 y 70? Wolfe lo explica en la página 76 de El nuevo periodismo: lo que hace esta pandilla es pegarse a la gente de la que quiere escribir, vivir muchas, profundas y variadas escenas con ellos, y después contarlas. Meterse en la vida de gente que nos quiere echar a patadas si entiende lo que estamos haciendo, o que nos ama porque piensa que los mostraremos como ellos se ven, y después nos quiere matar cuando ve lo que hemos hecho. Meternos en lo que no nos concierne y airearlo para beneficio de quien no debería importarle. Si lo hacemos a fondo, lo que escribimos nos debería dar vergüenza ajena. Lo que buscaban muchos de los nuevos periodistas, como Wolfe, Thompson y Talese, es que el lector se identifique con los personajes y después se avergüence. Poco a poco fui conociendo a los seguidores de esta pandilla. Gente como Ted Conover, Susan Orlean, Adrianne Nicole Lenblanc, Jon Krakauer o Barbara Ehrenreich. Gente que en el mundo hispano apenas se conoce, la mayoría no traducidos. En 2005, un tercio de siglo después de la eclosión del Nuevo periodismo, Robert Boynton saca el libro El nuevo nuevo periodismo. Entrevista sobre sus métodos a estos y a otros periodistas literarios de la generación 26 www.seminariodenarrativayperiodismo.com actual. Y en su introducción, Boynton da muchísima envidia. Si Tom Wolfe decía en 1973 que en la segunda mitad del siglo XX los verdaderos innovadores de la prosa y los que nos hacen entender la sociedad en que vivimos ya no son los novelistas sino los escritores de no ficción, Boynton dice que ya han conseguido el reconocimiento social y del estamento literario con los que soñaban hace 30 años. “En los 30 años que pasaron desde el manifiesto de Wolfe”, escribe Boynton, “un grupo de escritores ha estado adquiriendo, con seguridad y en silencio, un lugar en el centro mismo de la literatura estadounidense contemporánea. Un lugar para la no ficción de largo aliento basada en el reporteo periodístico y la escritura narrativa”. No estoy tan seguro de que ya hayan llegado donde querían. Espero que no, así siguen peleando por un lugar para nuestra disciplina, pero ciertamente avanzaron mucho más que aquí. Aquí lo dejo. Me gustaría seguir con la polémica de por qué no cuajó este periodismo en nuestras costas, pero si quieren, lo planteo como uno de los temas de debate para la tarde. SIETE Kapuscinski en el Zócalo: con los que sufren la historia Penúltima escena: 3 de marzo de 2001 a las 6 de la madrugada. La enorme plaza de El Zócalo en Ciudad de México se preparaba para recibir la llegada de los zapatistas. El subcomandante Marcos y sus huestes llevaban días dando 27 www.seminariodenarrativayperiodismo.com vueltas por los barrios pobres del DF, y ese día llenarían el Zócalo y darían discursos al mediodía. La noche anterior había terminado el primer taller de cronistas latinoamericanos de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano con el maestro Ryszard Kapuscinski. Había sido una semana intensa y rarísima. Éramos unos 20, habíamos venido de una decena de países a escuchar al gran maestro polaco, y él no quería hablar. Hacía décadas que no hablaba castellano. En los años siguientes, cuando Latinoamérica y España lo convocaron, volvió a tener fluidez en el idioma en que trabajo como reportero de la agencia oficial polaca durante los años 60 y 70. Él quería escucharnos. Preguntaba por los proyectos que cada uno tenía, las preocupaciones de ser periodistas en la región, propiciaba debates dentro del grupo. Casi todo el tiempo permaneció a su lado Gabriel García Márquez. Muchos de los jóvenes participantes, sobre todo los colombianos, tenían más preguntas para su premio Nobel que para el invitado polaco. La última noche hubo una cena y después baile con mariachis, y terminó tardísimo. Cuando el director de la fundación, Jaime Abello, y el coordinador del taller, Ricardo Corredor, le preguntaron qué pensaba hacer al día siguiente. Les dijo, como si no dijera nada, que pensaba estar a las 6 de la mañana en el Zócalo, para ver los preparativos para la llegada de los zapatistas. Muchos años después, cuando comí en Cartagena de Indias con Abello, me contó la historia de esa mañana. Resulta que con dos o tres horas de sueño, los de la fundación consideraron su deber llevar a Kapuscinski hasta la plaza. Era un anciano polaco en medio de una algarabía latina. Claro, pero también era el hombre que había llegado por su propio pie a casi un centenar de países pobres y paupérrimos, que había sobrevivido a 27 guerras y revoluciones, que había cruzado Angola cuando el ejército pro-norteamericano ya se había ido y el pro-soviético todavía no había llegado, y todo 28 www.seminariodenarrativayperiodismo.com estaba en manos de bandas desatadas. Y era el mismo que había cruzado la Unión Soviética en el año de su desmoronamiento, en ese momento en que lo viejo muere y lo nuevo no termina de nacer. Las historias son legendarias: estuvo a punto de ser fusilado y linchado varias veces, y en muchos casos se enfrentó a hombres armados con los que no compartía ni una palabra. El caso es que no necesitaba que lo llevaran al Zócalo. Pero por deferencia y admiración y agradecimiento, madrugaron y lo llevaron en coche. Y en cuanto llegó, me contó Abello, Kapuscinski les dijo que en un par de horas volvía y se perdió entre la multitud que había dormido allí. Le interesaban sobre todo los vendedores, los repartidores de literatura revolucionaria, los policías, los puesteros tradicionales de la plaza y los que habían venido a ganarse unos pesos en el acontecimiento. Se lo encontraron con el sol ya alto y con los altoparlantes anunciando que la caravana zapatista estaba por llegar. Kapuscinski venía con historias fascinantes de la señora que vendía tortillas, de la familia que había confeccionado banderas y gorras, del policía y de los niños que recorrían los puestos pidiendo limosna. “Ya está. Nos podemos ir”, les dijo. ¿No quieres quedarte a los discursos de los zapatistas?, le preguntaron. Y dijo que no, que eso ya lo podía ver en televisión o leer en los diarios del día siguiente. Lo que quería era la voz de la gente, las historias de los pobres. Representantes de los pobres ya había escuchado muchos. Nos les voy a contar la vida y la obra de Kapuscinski. Tengo una clase de eso en el master, y nos llevaría toda la mañana. Además, me faltaría mi gran aliada en esa clase, la gran traductora Agata Orzeszek, la voz de Kapuscinski en castellano y una amiga y sabia, sobre el maestro, sobre Polonia y sobre muchas otras cosas. Quería traer a Kapuscinski aquí en primer lugar porque no consideraría completa una charla de una hora sobre la necesidad del periodismo narrativo sin mencionarlo. 29 www.seminariodenarrativayperiodismo.com Para los periodistas latinoamericanos creo que fue una influencia, una fuente de posibilidades y de liberación importantísimos. Si me preguntan por influencias en lo que hago como periodistas y lo que enseño, hablaría por un lado del nuevo periodismo norteamericano, con la pandilla del loco Hunter Thomphson y sus amigos, por otro con los escritores comprometidos de América Latina, y para mí el más grande de todos, el argentino Rodolfo Walsh, y de Europa destacaría especialmente a Kapuscinski. Hubo grandes periodistas literarios europeos en el siglo XX. Me fascinan el checo de lengua alemana Egon Erwin Kisch y el francés Albert Londres. Pero son desconocidos, sus nombres y formas no llegaron a nuestra lengua. Kapuscinski, por su especial interés por América Latina y la forma en que se propagó su obra, sí llegó y sí nos afectó mucho. En el taller de México había fanáticos de La guerra del futbol, de Ébano, de El Sha y sobre todo de la obra maestra, El Emperador. Más que casi ningún otro autor, nos mostró que se puede hacer alta literatura con los modestos mimbres de la realidad. Y que se debe buscar una voz propia. Y que se debe buscar una estructura original para cada obra, apropiada para el tema. No adaptar los temas a nuestra estructura y nuestra voz estándar. Innovar, cambiar, jugar e invitar al lector a jugar con nosotros. En el arte de contar de Kapuscinski están los qués, los porqués y los cómos que me ayudan a entender los grandes conflictos del siglo mejor que la mayoría de los tratados y libros de historia. Sabía ver el detalle, la anécdota, el giro sorprendente. Veía mejor que nadie, y veía donde nadie se había fijado. Cuando empiezo mis clases de Kapuscinski en Barcelona suelo empezar escribiendo su nombre en el pizarrón. ¿Qué es lo primero que les llama la atención?, les digo a los alumnos. A los pocos segundos, alguno dice que es raro que una palabra tenga acentos sobre la ‘s’ y sobre la ‘n’. Sí, era eso. Para mí la gran lección de Kapuscinski era que ponía los acentos en lugares 30 www.seminariodenarrativayperiodismo.com insólitos. En la vida de los nigerianos y las batallas de los centroamericanos y la forma de combatir la represión de los iraníes. Y en su forma de leer a los clásicos. En Viajes con Heródoto no sólo recorre un mundo nuevo para él, en algunos casos siguiendo las huellas del padre de la historia, en otras descubriendo sociedades que se le abren, como la de India, y otras que permanecen impermeables, como la de China. Viaja con el tomo de Heródoto y va comentando y discutiendo con el viajero y proto-periodista clásico. Y le hace preguntas a los viejos papiros de Heródoto. ¿Qué sacamos de Kapuscinski? Su genio como escritor era único. Pero su método de investigar a fondo y buscar formas de contar apegadas a lo real y al mismo tiempo originales es algo que podemos, que debemos hacer… ¿Por qué se sigue leyendo El Sha y no salen libros así para explicar el fascinante Irán de hoy? En los ochenta había que entender por qué cayó el Sha. Hoy es necesario meternos en la sociedad que se rebela contra Ahmadinejad y los ayatolas en lo que probablemente fue la primera revuelta de la zona. La tecnología está. Las imágenes se suben a Youtube, los mensajes vuelan por Twitter, los grupos se forman y conectan en Facebook, Skype permite hablar por teléfono desde cualquier parte, y leer artículos de todo el mundo en Internet. ¿Y dónde está el Kapuscinski de hoy? Dejo la respuesta sin contestar, para el debate de la tarde. La pregunta también podría ser dónde está el Hunter Thompson de hoy, cubriendo las convenciones políticas y campañas como hizo él en 1972; o el John Hersey que contó Hiroshima desde las historias de los japoneses. O el Michael Herr, que contó Vietnam desde la sensibilidad enfermiza y desesperada de los soldados. El tema central de Kapuscinski es el poder. Pero no la novela de ficción o de no ficción del dictador, del banquero, del poderoso. Cuando llega el gran hombre, Kapuscinski se aleja, hastiado. No le interesa el embrujo, la épica y la erótica del poder, cómo vive 31 www.seminariodenarrativayperiodismo.com y cómo manda el que tiene el poder. Le interesa el que lo padece, tanto la víctima como el victimario al servicio del poder. El mundo del campesino, el policía, la señora de las tortillas, el pescador, la militante, el militar, los de abajo. Toda su obra es un gran fresco, tan vigente como los libros de Max Weber, sobre el funcionamiento del poder en la gente común. Kapuscinski está con los de abajo. Eso lo sabemos apenas lo empezamos a leer. Por eso creo que nos atrapa en América Latina. Todos estos maestros del Nuevo Periodismo norteamericano, a veces no nos queda claro con quiénes están. Quiénes son los suyos. Hay un sentido profundo de la ética en Kapuscinski. Si quieren, después podemos hablar de la polémica que desató la biografía de Domoslawski, polémica en la que yo participé. Lo que quería decir en este momento es que lo que aporta la obra de Kapuscinski, lo que es necesario en estos tiempos de relativismo, es que además de la voz, la pluma, el pasarse mucho tiempo y entender a fondo a los personajes y los paisajes de los que escribimos, nos acercamos a todo eso desde un lugar, con un punto de vista, con convicciones. La conclusión vendrá de lo que veamos, de lo que descubramos. Pero ver con ojos abiertos no significa ser una tabla rasa moral. Para mí, la convicción no debe ser estar con un partido, ni con todos los de un país o una religión. Pero sí con unos principios. De pocos periodistas veo tan claros y tan inalterables los principios, pese a los cambios, las necesidades y las limitaciones que vivió y sufrió, como en el viejo y baqueteado Kapuscinski. OCHO La última escena es de mi primer libro y también de mi vida. Es de un lugar al que nunca pensé que volvería. Y en un sitio donde jamás imaginé que podría entrar. Port Stanley es la capital de las Falkland Islands, o las Islas Malvinas. La escena se 32 www.seminariodenarrativayperiodismo.com desarrolla en el Falklands Club, corazón del orgullo de los isleños. Afuera nieva. Es invierno, y adentro el vaho nubla las ventanas. Es agosto de 2006. Cuando salimos, la noche está tachonada de estrellas y una capa de hielo cubre la calle. Con mis dos whiskys encima, me resbalo, y mi enemigo, un viejo lobo de mar septuagenario, me agarra del brazo para que no me caiga, pese a que había tomado muchos más whiskys que yo. Cuando los militares me mandaron a las islas, en abril de 1982, había tal vez cuatro o cinco árboles en el pueblo, que no tenía más de mil habitantes. La población total de las islas era de dos mil. Hoy son tres mil. El viento silba siempre, y siempre del mismo lado. La tierra es una turba negra y porosa. La gente es amable y metida en sí misma. Se puede hablar de muchos temas si uno no va con el único tema de las relaciones con Argentina. Yo soy un ex combatiente de la guerra de las Malvinas. Cuando volví, lleno de rabia y de preguntas, habían muerto poco más de mil soldados de los dos lados. Hoy murieron más de mil, la mayoría en suicidios ciertos o dudosos. De ambos lados, ya se mataron más después de la guerra que en esos 74 días que nunca debieron haber ocurrido. No me hice periodista ni me fui metiendo en el periodismo narrativo para aprender a contar mi propia historia. Quería un oficio, una profesión, una forma de contar la verdad, ayudar a los oprimidos. Como dice un viejo dicho norteamericano, el buen periodismo está para confortar a los afligidos y afligir a los confortables. Me metí en esto para hablar de los demás. Pero todo lo que soy lo que hago tiene que ver con que a los 19 años la dictadura militar de mi país me envió a la guerra de las Malvinas. La guerra duró 74 días, y durante la mitad de ese tiempo yo estuve recorriendo las costas rocosas, buscando cadáveres y sobrevivientes, transportando tropas y comida y armamento y sorteando bombas con seis marinos en un velero 33 www.seminariodenarrativayperiodismo.com de madera construido en 1927. Nuestro barquito se llamaba Penélope. En la guerra vi cadáveres, vi heridos, chicos partidos por la mitad, soldados locos vivos con ojos de muertos. Cuando tenía 6 años mi hijo me preguntó si maté a alguien. Le dije que no, y por supuesto se decepcionó. Yo no soy un héroe de acción. Soy un tipo que mira de otra manera desde que volvió de la guerra. Una parte de mí murió sobre la turba de las Malvinas. Tardé 24 años en encontrar la forma de escribir sobre lo que me había pasado. Y fue en gran parte las cosas del periodismo narrativo de las que traté de hablarles hoy las que me permitieron hacerlo. Ahora ya está. Estoy escribiendo la historia de otros. Pero el poder escribir sobre mí es una losa que me quité de encima. Lo pude hacer cuando aprendí que lo que tenía que hacer era escuchar a los otros. Ir a la búsqueda de sus historias, sus puntos de vista. Su guerra, no sólo la mía. Sus islas. Su barco. Hice mi investigación en 2006. Durante un mes en Buenos Aires y alrededores me encontré con los seis tripulantes de esa goleta de 16 metros de eslora, el Penélope. Esta gente eran militares argentinos de la época de la dictadura. Uno era oficial, un teniente. El resto eran suboficiales, un hombre mayor y cuatro chicos de mi edad, cabos que a los 15 años entraron a la ahora terroríficamente famosa Escuela de Mecánica de la Armada. Alguno tenía algo de vocación militar. La mayoría eran de familias pobres, del interior, nacidos muy lejos del mar, que buscaban una garantía de sueldo, de techo, de comida. Un futuro. ¿Qué tenían que ver esos jóvenes soldados de la dictadura conmigo? Durante un cuarto de siglo estaba seguro de que nada. Ahora pienso que mucho. 34 www.seminariodenarrativayperiodismo.com En los cerros de Salta, donde los chicos coyas no tienen zapatos y nunca vieron el mar, es donde la Armada Argentina buscaba a sus marineros. Estos seis hombres me contaron sus historias, me contaron los días y las noches en el Penélope, que eran parecidos y distintos de lo que me acordaba yo. Y me contaron todo lo que les pasó después. La primera parte de mi libro es un relato a siete voces y unos perfiles narrativos de estos hombres y de mí mismo entre ellos. No creía que iba a tener nada que ver con esos hombres, con quienes había pasado experiencias más intensas y peligrosas de mi vida. Y a través de sus historias, de cómo ellos me contaban el antes, durante y después de la guerra y también de cómo ellos me veían a mí. Usé todas las herramientas de construcción de voces y de historias de personajes que había aprendido leyendo, escribiendo, entrevistando y enseñando para acercarme a esa parte de mí mismo que durante un cuarto de siglo no había querido ver. Para la segunda parte del libro tenía que viajar de vuelta a las Malvinas. Tenía que recorrer los lugares donde pasé la guerra, pero también quería acercarme a la vida de los isleños. Y tenía el deseo y el miedo de encontrarme de vuelta con los que había conocido en la guerra. Sobre todo con el viejo lobo de mar Finlay Ferguson, el capitán del Penélope, el marino al que quitamos su barco contra su voluntad, pero con quien había tenido largas charlas en las guardias nocturnas en el puente de mando. Las charlas eran sobre todo silencios, pero en ese momento, cuando yo tenía 19 años y sabía muy poco del mundo, me había parecido que nos habíamos tratado con cordialidad y curiosidad. Y respeto. Mi viaje de vuelta a las Malvinas fue una de las experiencias personales y profesionales más importantes. Y el momento clave fue cuando llamé a Finlay Ferguson y me dijo que me pasaría a buscar por la casa de la señora donde me estaba quedando. Todos se conocen, sobre todo los mayores. Ferguson había sido novio de la señora de la casa, y su nueva 35 www.seminariodenarrativayperiodismo.com esposa no estaba contenta con que él viniera a buscarme ahí. Yo no sabía nada de eso. Lo supe siete cervezas más tarde. Fuimos al pub The Rose, donde me presentó a su hija y su yerno. Después de unas cuantas rondas de cerveza, él tomó como diez whiskys. Yo tomé dos, y casi me desmayo. La segunda noche, después de diez horas de entrevista, de contarme toda su vida, Finlay me dijo que quería invitarme a su club. Yo tampoco lo sabía, pero el Falklands Club es el corazón del sentimiento británico y anti-argentino de las islas. Yo era el primer argentino que pisaba el club. Ni que hablar de que además era un ex combatiente, un enemigo. En los días siguientes todos los que entrevistaba abrían los ojos como platos. ¿Te llevó al Falklands Club? ¿En serio? Y decían tres cosas: que él me había mostrado que me apreciaba mucho, que quería decirles algo a sus viejos amigos del club, y que su prestigio como capitán y como hombre era tal que sabía que nadie me atacaría. Un marino casi tan viejo como él me preguntó, cuando entendió quién era yo: ¿A qué vienes, a enterrar viejos fantasmas? Era un poco cierto. Aunque después, sobre todo en los meses de escribir, llegué a la conclusión de que lo que quería era desenterrar fantasmas. Los míos y los de él. En lo que escribo desentierro fantasmas de otros. En ese libro tenía que sacar a la luz los míos. Hice también dos viajes a Alemania, a buscar la vieja historia del barco y la historia de los patriotas alemanes de cuando mis abuelos judíos pensaban que eran, ellos también, alemanes. Pero esa es otra historia. Entre las entrevistas con mis compañeros de la marina argentina y mi viaje a las islas, pasé por Santiago para dar mi curso de periodismo narrativo. Eran tres días de clase, con lo 36 www.seminariodenarrativayperiodismo.com difícil que es salir de una investigación de un libro cuando estás metido. En tres días tuve que embutir ideas, lecciones, autores y métodos en una semana para enseñar como profesor invitado en Chile. Yo era el profesor transandino. Y leyendo todos estos relatos de encuentros con el otro, de viajes, de investigación en el pasado, me encontré con lo las razones por las que estaba haciendo esos viajes. Estaba entrevistando y escribiendo las historias de mis compañeros del Penélope gracias a que había leído Hiroshima de John Hersey. Estaba anotando cada detalle y cada idea mía sobre cada detalle del viaje a las islas porque había leído a Kapuscinski. Tomás Eloy Martínez, Rodolfo Walsh, Gay Talese, Ted Conover, y los 211 libros que están en la bibliografía de Periodismo Narrativo, de una u otra forma me acompañaban. Y los cientos y cientos de artículos que había escrito, desde los informes de ruedas de prensa hasta los artículos con pretensión literaria que fui haciendo sobre todo desde que me fui a vivir a Costa Rica en 1993. En un momento, aturdido de whisky y escuchando a Finlay Ferguson, mi personaje, mi fuente, mi amigo y mi viejo enemigo, el trabajo y la vida eran lo mismo. Tenía que estar ahí hablando con él aunque no fuera periodista y aunque no me hubiera abducido el periodismo narrativo. Pero si no hubiera tenido dos décadas de vida de periodista detrás, no hubiera estado ahí. Y gracias a esta bendita y puñetera profesión, pasión y afición, pude finalmente volver de la guerra, con la barba ya blanca y entendiéndolo todo mejor. ¿De qué guerras tienen que volver ustedes? Todos guardamos algún rencor, humillación, un escupitajo, un retortijón de hambre. Y si no hay ninguna guerra de la que nos cueste volver, debemos ir a alguna de las cosas que pasan en el mundo y contarlas como si al lector le importara. Porque nos importa a nosotros. Y, reconozcámoslo, 37 www.seminariodenarrativayperiodismo.com nos morimos por sacarnos la máscara de periodista que en este siglo XXI sirve cada vez para menos. En el fondo, tal vez por eso se me hace necesario el periodismo narrativo. Porque no tengo que ponerme la máscara de periodista. Es un periodismo que puedo, que debo hacer sin máscara. Soy yo el que pregunta, investiga y escribe. No hay máscara. Quiero sacarle la máscara al mundo y a la gente, y primero tuve que sacármela yo. Y ya no puedo escribir con máscara. Y hasta me cuesta leer esos textos periodisticos enmascarados, sibilinos, mentirosos. Supongo que saben a qué me refiero. Quiero, necesito, que me cuenten historias verdaderas, y contarlas yo. Vuelvo al tema del principio, al placer, porque al menos con periodistas jóvenes y estudiantes es lo que siempre pienso. ¿Por qué es necesario el periodismo narrativo? Sí, es importante, es necesario para la democracia y para la paz. Es necesario para que aprendamos a ver y respetar y entender al otro. Pero antes que eso está el placer. Investigar, entrevistar, escribir y leer esta literatura de hechos reales, cuando está bien hecho, me llena como pocas otras cosas en la vida. Para mí fue la posibilidad de volver, finalmente, de la guerra. Pero también es un viaje de ida. Hacia tantos, tantos lugares… Muchas gracias. 38
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