Alberto Fornari (Forli)

LA BATALLA DE LA VIDA
Alberto Fornari (FORLI)
“Hoy partidillo, ¿verdad profe?”; “¡A jugar!”; “Cogemos el balón y todos fuera, ¿no?
“¡Usted es un gran profe!”.
Saltan alrededor de mí, me pongo la camiseta de su jugador preferido. Caras de
buenos como diciendo: “Ve profe que somos buenos chicos, no nos puede decir no!”
Me los encuentro en los pasillos o vienen a buscarme cuando atravieso la pista de
atletismo que tengo que cruzar desde la escuela hasta el gimnasio. Llaman mi
atención porque ellos saben que los quiero.
Así he sido obligado a escoger entre instinto y juicio, primero dentro de mí y después
con ellos.
Será la batalla en todas las lecciones.
“Sí chicos…”
“ Estupendo profe! Davide (el conserje) danos el balón, lo ha dicho el profe!”
La mirada de Davide, desde su puesto de combate al lado del almacén de los
juegos, me mira fíjamente por encima de todos los chicos que están a mi alrededor:
sabe que tengo que hacerle un guiño para abrir la puerta del almacén. No se trata de
dar el balón, sólo da abrir el candado y después protegerse de la aglomeración de
chicos que correría y gritaría para coger el mejor balón de la estantería. Pero el
guiño no le llega.
“Sí chicos….. dentro de un mes y medio si no me equivoco. Este es el tiempo de
…..” Dejo el suspense para que ellos terminen la frase.
“¿Voleibol?!? No, profe!”, “¿Por qué? Es un deporte de chicas”, “Yo no lo hago, no
voy a cambiarme”.
La muralla de chicos se abre desilusionada y poco a poco llego al gimnasio.
En el bando junto a la cátedra hay tres o cuatros alumnos con pantalón vaqueros y
chaqueta, el smart-phone en la mano, los cascos en las orejas. Uno lleva el ritmo de
la música moviendo la mano sobre su pierna.
“Buenos días, chicos”
Ninguna respuesta.
“¡Buenos días!” repito un poco más fuerte moviendo la mando delante de sus ojos.
Se mueven, me saludan. Estamos en el segundo contacto con el enemigo: guerra
abierta sobre las excusas que tienen una única objeción:”No tengo ganas”.
“Se me han olvidado los pantalones de deporte”- dice el primero.
“Que te deje unos Davide. Hay un par de tu talla en el armario”
“No, no, esos no me los pongo, están sucios”
“Tenías razón la otra vez, por eso los hemos lavados, ahora están limpios y huelen
bien”
El chico se levanta y se va con la cabeza baja.
Ahora le toca al segundo: “Me duele el tobillo. En el entrenamiento de fútbol…”
“¿Dónde? Deja que te mire”
Se toca el pie. “El otro me ha entrado por detrás…”
“El otro día el muslo, hoy el tobillo. ¡Menudos compañeros que tienes! De todas
formas esta sería la segunda vez seguida que no haces el ejercicio y se
necesitaría….”
Gira la cabeza hacia los compañeros buscando consuelo. Pero no lo tiene: cada uno
tiene que pensar su propia defensa.
“Sí, lo se, el justificante médico, pero ayer el doctor no estaba”.
“No te preocupes, me lo traes mañana durante el recreo, yo estaré por aquí toda la
mañana”
Se miran. “Ok, ahora pruebo, pero si me duelo me paro”
“Ok, date prisa que es tarde”.
(De vez en cuando hay alguno que de verdad se encuentra mal)
Han pasado varios minutos. Ahora llegan todos y se ponen delante de mí en lo que
debería ser “orden alfabético”. En un cierto punto cuando estoy intentando poner
orden, me para delante del evidente conflicto que veo: chicos que se empujan,
algunos que bajan los pantalones a otros, algunos tienen las zapatillas
desabrochadas, otros hacen bromas pesadas a las chicas que les responden con un
leguaje que avergonzaría a un camionero…..
Pero este es el máximo orden que se puede obtener de la clase segundo A de
Geometría, una clase de caballeros en comparación con los del primero, donde
tengo que ir detrás de los alumnos que rompen las puertas, que practican sexo en
los vestuarios…. No muy diferentes de cómo eran los de segundo el año pasado.
Pero ahora están aquí, delante de mi, imposible, impensable…. Aunque no lo dirían
nunca, esperan tanto de este momento. Igual que yo.
Podemos comenzar.
Para responder a la provocación de nuestro amigos españoles he que querido
responder sobretodo con algo que a me sucede a mi. En principio no tengo nada
más que añadir, pero un convenio pide al menos una reflexión. Pruebo.
La evidencia cotidiana demuestra que el colegio, al menos en Italia, censura dos
dimensiones fundamentales de la vida de los jóvenes: el deporte (sobretodo el de los
chicos) y la música.
Al encontrar a nuestros chicos no podemos olvidarnos de esta mutilación: el colegio,
o sea el mundo en el que día a día gastan energías y viven relacionándose con
otros, el lugar donde les viene propuesto que aprendan lo que es la vida, no tiene
ninguna consideración de estas dos grandes pasiones. De hecho, en el deporte (que
lo que yo conozco mejor), los humilla, los ridiculiza, ofreciendo espacios, tiempos e
instrumentos que son una farsa del verdadero deporte. Las instituciones reconocen
el valor solo con las palabras, en los hechos le quita valor, mejor, según la imagen
que tanto le gusta al Papa Francisco, lo descarta.
La marginación del deporte y de la música ya parte del colegio (que después es
expresión de la cultura oficial) supone que los tres ámbitos- colegio, deporte,
música- cada vez más cerrados en sí mismos. No solo no hay un diálogo común, se
miran con desconfianza y tantas veces se desacreditan entre ellos.
Para no alargar el discurso demasiado sino quedarme en el tema de la educación, la
consecuencia sobre nuestros chicos es una división cultural, los chicos pasan de
una situación a otra (que quiere decir de una pasión, de un compromiso profundo, de
una ámbito con una afición grande), con la resignación de que pueda haber un punto
vital que los une. Están confundidos, desilusionados, desorientados.
¿Podemos educar hoy? ¿Desde dónde recomenzar frente a esta situación?
En 1986 un grupo de profesores de educación física pedimos ayuda a Don Giussani
para entender mejor nuestro trabajo. Giussani empezó diciéndonos: “El deporte es
belleza”.
La revelación genial de una evidencia a la que ninguno de los que estábamos allí
había llegado, a pesar de vivirla en nuestra carne. Esta verdad fue el punto de
partida para un camino cultural, una consciencia más ordenada. Una verdad tal que
deja boquiabierto desde un telespectador del Mundial ante una poesía de Dante, a
un astrofísico o a una niña pequeña que corre hacia la madre contenta porque ha
conseguido hacer pirueta o a un turista que queda sorprendido cuando ve las agujas
de la Sagrada Familia, o a un sesentón (ese soy yo) que no se baja de su bicicleta
arriesgándose a sufrir un infarto. La consciencia que el deporte sea belleza
constituye el fundamento de la dignidad de este fenómeno y le da el derecho que
merece en la dimensión cultural.
Con esta certeza, cualquier barrera que se quisiera poner resultaría ficticia.
Vuelvo a mis alumnos de segundo A de geometría, los que están obsesionados con
el fútbol y que llevan siempre puesta la camiseta de los mejores jugadores, o a los
“drogados” de música con los cascos pegados a las orejas. ¿Cómo estar de frente a
estos “descartados”?
No quiero de ninguna manera que mi intervención fuese entendida como una
defensa a ultranza del deporte, una petición para buscar ocasiones, espacios, obras
para desarrollarlo. Sería forzado y presuntuoso.
Lo que más me importa es que nos ayudemos a mirar a estos chicos de una forma
unitaria, superando esquemas ya constituidos, hijos de una cultura que mira al
hombre fragmentado. Y el único modo posible es coger el deseo de belleza de su
corazón, que es idéntico al de cada hombre.
Si hoy estoy aquí es porque necesito amigos que me mantienen vivo, curioso,
incompleto, como dice el Papa. Porque los chicos son una ocasión extraordinaria
para mi.
LA BATAGLIA DELLA VITA
Alberto Fornari (FORLI)
“Oggi partitella, giusto prof.?”; “ Vai di calcetto!” ; “Prendiamo il pallone, e tutti fuori,
vero?” “Lei è un grande, prof.!”.
Mi saltellano intorno, indosso la maglietta del calciatore preferito, elettrizzati. Facce
da “buonissimi”, come dire: “Vede che bravi ragazzi siamo. Come fa a dirci di no!”
Me li trovo davanti in corridoio o addirittura mi vengono incontro sulla pista di atletica
che devo attraversare per arrivare dalla scuola alla palestra. Il ricatto affettivo è
palese, perché sanno che gli voglio bene.
E così, brutalmente, sono subito costretto a scegliere tra istintività e giudizio. Dentro
di me prima di tutto; e poi con loro. Sarà la battaglia di tutta la lezione, questa è la
prima scaramuccia.
“Certo ragazzi,...”
“Grande prof.! Davide (il bidello) dacci il pallone, l'ha detto il prof.!”
Lo sguardo di Davide, dal suo posto di combattimento presso il ripostiglio degli
attrezzi, mi fissa sopra la piccola folla che mi attornia: sa che deve avere un preciso
segnale da me per aprire l'armadietto. Non si tratterebbe infatti di consegnare il
pallone, ma solo di far scattare il lucchetto; e poi proteggersi dalla ressa che si
formerebbe per strappare dallo scaffale, con urla e spintoni, il pallone “migliore”. Ma il
segnale non arriva.
“Certo ragazzi,.... tra un mese e mezzo, se non sbaglio. Questo è il periodo della...”
Resto in sospeso lasciando a loro di terminare.
“Pallavolo?!? No, prof, basta!”; “Ma perché? Quello è uno sport da donne”; “Io non la
faccio, mi vado a cambiare”.
La muraglia si apre, vinta dalla delusione; sgusciando guadagno la palestra.
Sulla panca affianco alla cattedra sono parcheggiati tre o quattro alunni in jeans e
giubbotto, gli smart phone in mano, le cuffie alle orecchie. Uno batte il tempo sulla
coscia.
“Buongiorno ragazzi”
Nessuna reazione.
“Buongiorno!” ripeto un po' più forte agitando la mano davanti ai loro occhi.
Si riscuotono, mi salutano. E siamo al secondo contatto col “nemico”: guerriglia sulle
scuse che nascondono la vera unica obiezione: “Non ho voglia”.
“Ho dimenticato i pantaloncini” - mormora il primo.
“Fatteli dare da Davide. Ce n'è un paio della tua misura nell'armadietto”
“No, no, quelli non li metto più: sono sporchi.”
“Avevi ragione la volta scorsa, sai. E così li abbiamo fatti lavare. Sono puliti che
profumano” (è vero, teniamo uno stock di materiale da “prestito” che periodicamente
viene lavato dalle bidelle con una lavatrice acquistata ad hoc).
Lo smemorato si avvia a testa bassa.
E' la volta del secondo: “Ho male alla caviglia. In allenamento, a calcio...”
“Dove? Fammi vedere”
Si tocca il piede. “E' entrato da dietro,...”
“L'altra volta la coscia, oggi la caviglia. Che compagni scarsi! Comunque con questa
sarebbero due giustificazioni a fila. E quindi ci vorrebbe ....”
Ruota gli occhi verso i compagni in cerca di sostegno. Ma non lo ottiene: ognuno è
impegnato a rielaborare la sua linea di difesa.
“Sì lo so, il certificato medico. Ma ieri il dottore non c'era”
“Non ti preoccupare, me lo porti domani all'intervallo. Io sono a scuola tutta la
mattina”
Ci scambiamo sguardi eloquenti.
“Beh, adesso provo. Se però fa male mi fermo.”
“Certo, ci mancherebbe. Sbrigati che è tardi”
(Naturalmente ogni tanto c'è anche qualcuno che sta male davvero).
Sono passati vari minuti. Adesso sono arrivati tutti e si sono schierati davanti a me, in
quello che dovrebbe essere un “ordine alfabetico”. Ma la mia mano si contrae in
uno spasmo nel digitare la parola “ordine” per l'evidente conflitto con ciò che l'occhio
ricorda: chi fa a spintoni, chi tira giù i pantaloncini al compagno, chi ha ancora le
scarpe slacciate, chi fa battute pesantissime su una compagna, che gli risponde con
un linguaggio che farebbe arrossire un carrettiere,...
Ma questo è il massimo di ordine che si può ottenere dalla seconda A Geometri, una
classe di veri gentleman in confronto alla prima, dove devo rincorrere gli alunni nei
corridoi o in tribuna, che scardinano le porte, fanno sesso negli spogliatoi... Non
molto diversi insomma da come erano loro lo scorso anno.
Ma ecco, ora sono lì, davanti a me, impossibili, incomprensibili, meravigliosamente
inafferrabili.
Anche se non lo ammetterebbero mai, si attendono tantissimo da questo momento.
E anche io.
Allora possiamo cominciare.
Per rispondere alla provocazione lanciata dai nostri amici spagnoli, per ho voluto
innanzitutto raccontare qualcosa che succede a me. E in fondo non avrei altro da
aggiungere.
Ma un convegno forse richiede anche qualche riflessione. Ci provo.
L'evidenza quotidiana dimostra che la scuola, almeno quella italiana, censura due
dimensioni fondamentali della vita dei giovani: lo sport (soprattutto nei maschi) e la
musica.
Nell'incontrare i nostri ragazzi non possiamo dimenticare questa sistematica
mutilazione: la scuola, cioè il mondo in cui quotidianamente spendono impegno e
vivono rapporti; il luogo massimamente preposto al loro apprendistato di vita non
prende in alcuna considerazione queste due loro grandi passioni. Anzi, per quanto
riguarda lo sport (che meglio conosco), lo umilia, lo ridicolizza, offrendo all'interno
dell'ambiente scolastico spazi, tempi e strumenti che sono una pura farsa dello sport
vero. L'istituzione ne riconosce il valore solo a parole, nei fatti lo disdegna. Anzi,
secondo l'immagine cara a Papa Francesco, lo scarta.
L'emarginazione delle dimensioni sportiva e musicale da parte della scuola (che poi è
in larga misura espressione della cultura ufficiale) ha comportato che i tre ambienti –
scuola, sport, musica - si siano sempre più chiusi in se stessi, in una sterile
autoreferenzialità. Non solo non dialogano tra loro, ma si guardano con diffidenza;
volentieri si discreditano reciprocamente.
Per non allargare troppo il discorso ma rimanere sul tema educativo, la conseguenza
sui nostri ragazzi è una spaccatura culturale che si riverbera sulla coscienza di sé: il
ragazzo passa da una situazione all'altra (che vuol dire da una passione, da un
coinvolgimento profondo, da un ambiente carico di legami affettivi all'altro) nella
ferma, seppur implicita, rassegnazione che in alcun modo esista un punto vitalmente
unitario. Sballottato tra “verità impazzite” talora applica i criteri di giudizio e
comportamentali propri di un ambiente a quelli di un altro. È confuso, deluso,
disorientato.
Podemos educar hoy? Cioè, da dove ripartire di fronte a questa situazione?
Nel 1986 un gruppo di insegnanti di educazione fisica ed operatori dello sport
chiedemmo aiuto a don Giussani per comprendere meglio il nostro lavoro.
E Giussani cominciò: “Lo sport è bellezza”
Fu un fulmine, la rivelazione geniale di un'evidenza a cui nessuno di noi era arrivato,
pur vivendola nella propria carne. E come tutte le verità costituì il punto di partenza
per un cammino culturale, una coscienza più ordinata.
Una simile verità infatti accomuna sorprendentemente chi si incanta per la poesia di
Dante al telespettatore della finale dei Mondiali; l'astrofisico che esplora l'universo
alla bimbetta che corre dalla mamma felice di aver fatto una ruota; il visitatore che
col naso all'insù ammira le guglie della Sagrada al sessantenne (questo sono io) che
non smette di arrancare in bici pur rischiando l'infarto.
La coscienza che lo sport sia bellezza costituisce il fondamento della dignità di
questo fenomeno e gli conferisce il diritto di cittadinanza nella dimensione culturale.
Fissato questo punto originale, ogni barriera che si volesse erigere risulterebbe
fittizia, anzi pretestuosa, a copertura di una presunta superiorità e in realtà alibi alla
non volontà di comprendere, di compromettersi.
Ritorniamo allora ai miei alunni di seconda A Geometri, quelli “fissati” di calcio con
indosso le magliette dei campioni e quelli “drogati” di musica con le cuffie incollate
alle orecchie. Come stare davanti a questi “scartati”?
Non vorrei in alcun modo che il mio intervento fosse inteso come una “tirata” in
favore dello sport (alla musica penserebbe qualcun altro), una sollecitazione a
realizzare occasioni, spazi, opere per sviluppare questa dimensione. Sarebbe forzato
e presuntuoso.
Ciò che mi sta a cuore è che ci aiutiamo a guardare questi ragazzi nella loro
interezza, superando schemi precostituiti, figli di una cultura che concepisce l'uomo
in modo frammentato.
E l'unico modo possibile è cogliere il desiderio di bellezza del loro cuore, che è
identico a quello di ogni uomo.
Se oggi sono qui è perché ho bisogno di amici con cui tenermi vivo, curioso,
incompiuto, come dice il papa. Perché i ragazzi siano un'occasione straordinaria per
me.