22 Abril 2015 Límites Territoriales Queridos peruanos: Me sorprende y llama la atención que aquí en Lima-Perú ningún medio de difusión, radio, televisión, etc. haya mencionado: que los 55,000 km2 de mar que la Corte Internacional de Justicia falló a nuestro favor en el asunto del “Triángulo Marítimo” se deba única y exclusivamente al “Punto Concordia” pactado y firmado por el Presidente Don Augusto B. Leguía S. en su Tratado del 3 de Junio de 1929, Tratado que no fue presentado en La Haya por ninguna de las dos partes, pero por la gracia de Dios fue descubierto por esta misma Corte al hacer que se sumergieran los técnicos especializados de ambas partes a fin de tomar las medidas pertinentes de que si coincidían o no, con lo presentado en la discusión del “Triángulo Marítimo” comprobando que era el Punto Concordia el que lo delimitaba no El Hito 1 falseado por Chile. Como sé que ninguno de los peruanos de esta generación, ni siquiera las autoridades, conocen o saben la historia del Perú; porque se suprimió la enseñanza de la personalidad de Leguía desde 1932 a raíz de la muerte de este mandatario arrancándolo también de la Historia, es que ahora me permito poner parte de este conocimiento a través del libro escrito por un distinguido Diplomático ya fenecido; Doctor Félix Calderón Urtecho titulado “La Otra Historia” (el Tratado de 1929) para que puedan conocer la verdad de los hechos y la Verdad del Patriotismo del Presidente Leguía tan injustamente calumniado, vilipendiado, difamado y arrancado de la Historia del Perú, este Perú que el tanto amó y para el cual su energía, talento y vida dio. Paso pues a exponer parte de la introducción de este veraz libro “La Otra Historia” El Tratado de 1929 “nunca se ha dicho de manera suficiente” que el Perú entró al siglo XX sin ningún arreglo definitivo de fronteras y escapando de la bancarrota. Tras el desastre de la guerra con Chile, los sucesivos gobiernos peruanos recurrieron en las controversias con sus vecinos a las apaciguadoras opciones del modus vivendi y del statu quo, o al arbitraje, ya sea de derecho o de equidad, o a ambos. Era explicable esa proclividad a la indefinición fronteriza tous azimuts. Pero, ella no dejó de ser perniciosa porque pospuso sine die las verdaderas soluciones, confundiéndose en más de una oportunidad con el renunciamiento y el inmovilismo “fruto de la incapacidad para querer y la falta de valor moral para resolver”, como decía Leguía. Los detractores de Leguía suelen olvidar que en más de una oportunidad Ecuador y Colombia actuaron en concierto para imponerle al Perú una delimitación en la parte nororiental. Sin ir muy lejos, meses antes que el presidente Leguía asumiera el poder, en julio de 1908, la Cancillería peruana tuvo conocimiento por su Legación en Quito que el supuesto tratado de límites que venían de suscribir el Ecuador y Colombia establecía que la línea de frontera entre ambos países seguiría el divortium aquarum de los ríos Napo y Putumayo, yendo a buscar el origen del Ambiyacu (Ampiyacu), para continuar por el curso de éste hasta su confluencia con el Amazonas y luego de este último hasta la frontera con Brasil (una versión perfeccionada de este trazo fronterizo lo constituyó el tratado colombo-ecuatoriano de 1916). Y, apenas, un mes después de haber asumido Leguía el mando, en octubre de 1908, el ministro plenipotenciario Osma informó desde Madrid que acababa de llegar a esa ciudad el señor Bentacourt, en calidad de enviado especial del Gobierno colombiano, con el objeto de interponer la personería de Colombia en el arbitraje peruano-ecuatoriano. Todo esto en medio de una agresiva chilenización de las provincias de Tacna y Arica, de las secuelas del combate entre peruanos y colombianos en la zona del Putumayo a comienzos de 1908, del conato de golpe de Estado en el Perú a fines de mayo de 1909, del rechazo de Bolivia al laudo arbitral del Presidente argentino y del riesgo inminente de guerra con el Ecuador en 1910 (tras fracasar el arbitraje del Rey de España), acicateado por Chile mediante el envío a Guayaquil de una gran cantidad de elementos bélicos en el vapor “Maulín”, convenientemente escoltado por el crucero “General Baquedano”. La conclusión de los tratados de límites con Brasil y Bolivia, en menos de tres semanas, entre el 29 de agosto y el 17 de setiembre de 1909, fue el turning point de ese dominó limítrofe imaginado con clarividencia por Leguía para definir las fronteras de la República. Siempre supo que ésa no sería una tarea grata. Por eso la habían rehuido sus predecesores, más proclives a hacerse cargo de lo contingente, por lo mismo que, quizás, les aterró ocuparse de la historia. Pero persistió con la tenacidad propia de un iluminado, obsesionado como estaba por darle “piel” al Perú. Así, el tratado de límites con el Brasil no fue fruto de la casualidad. Fue negociado en menos de diez días, en momentos que el Perú hacía frente a una amenaza de guerra con Bolivia, y cuyo efecto catalítico inmediato fue la transacción honrosa con este país. En una carta personal que le enviara, el 2 de mayo de 1909, al ministro plenipotenciario Hernán Velarde que venía de asumir nuestra Legación en Río de Janeiro, el presidente Leguía le dijo: “En cuanto a la cuestión peruanobrasilera, mi opinión es que se debe gestionar y celebrar un acuerdo directo, con prescindencia de toda intervención extraña, siempre que con él pongamos término decisivo a la cuestión y ganemos la permanente amistad con el Brasil”.) Y luego de concluirse ese tratado de límites, en otra carta fechada el 27 de junio de 1910, el presidente Leguía le manifestó al mismo plenipotenciario peruano: “Hay motivo fundado para congratularse por el éxito de nuestras negociaciones de límites con el Brasil…(se ha) conseguido la suscripción de ese tratado en momentos en que la situación internacional era (para el Perú) por demás delicada y compleja…”. De vuelta al poder en 1919, Leguía rompió magistralmente la crónica complicidad colombo-ecuatoriana, exacerbada por Chile, mediante el Tratado Salomón-Lozano de 1922, que si bien reconoció a Colombia el triángulo de Leticia, hizo ganar al Perú el triángulo de Sucumbios, estratégicamente ubicado en la margen occidental del Putumayo, lo que permitió a nuestro país encerrar, virtualmente, al Ecuador en su vertiente oriental. Los caucheros peruanos con intereses en la margen opuesta del Putumayo, cuyas atrocidades cometidas se olvidan sospechosamente, gritaron sin rubor traición; miopes como posiblemente lo estuvieron para no ver o no querer ver los apremios que pasaba la República ante el esperado arbitraje sobre las provincias cautivas y la renuencia del Ecuador para negociar en forma definitiva su frontera con el Perú. Por eso, no es ninguna coincidencia que el Protocolo Castro OyangurenPonce de 1924 tuviera lugar después de haberse concluido el Tratado SalomónLozano. Como tampoco es ninguna coincidencia que el arreglo limítrofe con Chile haya precedido al del Ecuador. Vistos retrospectivamente los primeros cincuenta años de este siglo, parece improbable que otra estrategia negociadora, distinta a la secuencia Brasil, Bolivia, Colombia y Chile, hubiese sido más exitosa. Manuel Prado realizó el logro histórico de fijar, en 1942, la línea de frontera con el Ecuador a expensas de una costosa guerra y, lo que es peor, de ceder territorio. Ese estratégico triángulo de Sucumbios que obtuvo Leguía a cambio de dejar Leticia en territorio colombiano, tuvo que ser cedido al Ecuador, junto con el triángulo de Güepí y el del Napo-Aguarico y Zancudo, a pesar de tener el Perú un ejército victorioso; por lo mismo que la guerra no da derechos y porque un tratado de límites, para ser válido, requiere de la voluntad consensual de las dos partes. El acierto histórico de Prado estuvo, precisamente, en haber comprendido que si se quería la paz y una línea de frontera jurídicamente incuestionable, era menester hacer concesiones aun a costa del triunfo militar. Y si esto ocurrió con Prado, que sólo tuvo como tarea cerrar la única frontera que quedaba por delimitar, es de imaginar la tarea hercúlea que tuvo que afrontar el presidente Leguía para fijar en forma definitiva los límites del Perú con el Brasil, Bolivia, Colombia y Chile. Suscrito el Tratado de 1929, no fue por cierto el Perú el gran ganador, puesto que se perdió definitivamente Arica. Pero, tampoco fue el gran perdedor. Para Chile, el Tratado de 1929 significó el fin de un quemante problema, logrando retener Arica a cambio de sujetarla a una serie de servidumbres. El Perú pudo recuperar más de 7,000 kilómetros cuadrados sin disparar una sola bala ni movilizar legiones de jóvenes provincianos hacia el sur, aparte de conservar una presencia en Arica por la vía de los establecimientos y zonas donde su comercio de tránsito está llamado a gozar de la independencia propia del más amplio puerto libre. Que esto último no fuera todavía una realidad tangible, en diciembre de 1988, tal como los negociadores lo contemplaron en 1929, es algo que habría que cargar en el pasivo del teniente coronel Sánchez Cerro y de quienes le sucedieron en el poder, en vez de zaherir a quien recuperó Tacna. Hasta el día de hoy una y otra vez se ha celebrado el día de la “Recuperación de Tacna” al suelo patrio pero ni una sola vez se ha mencionado el nombre del presidente Don Augusto B. Leguía que fue quien lo logró. Ya es tiempo que los peruanos de esta generación sepan y pidan la rectificación de la historia y como buenos católicos que son se ajusten a “las palabras de Cristo al recaudador de impuestos” “dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Ósea: a cada quien lo que le pertenece por derecho y no confundir la verdad con la mentira. Y que Dios nos bendiga y guie en el camino de la verdad. Por: Fundación Augusto B. Leguía Enriqueta Leguía de Lange. Leguía, Augusto B, Presidente Del Perú Y La Delegación Peruana Durante El Plebiscito De Tacna Vista del Morro de Arica a la llegada de la delegación peruana al plebiscito de Tacna y Arica. Delegado Chileno a Bordo del Ucayali
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