Fernández, el “orejon” Era su segundo día de clase. Alberto se sentó cerca de la mesa de la profesora, al lado de la ventana, como le recomendó su madre. La profesora Carmen entró en clase y les dijo: "buenos días, hoy vamos a conocer con más detalle algunos animales”. Comenzaremos con el asno, un animal fuerte, de largas orejas, y ... ¡Como Alberto!, la interrumpió una voz que se procedía del fondo de la clase. La mayoría de los alumnos empezaron a reírse y a observar a Alberto. ¿Quién dijo eso?, preguntó Carmen, aunque ella sabía perfectamente quién había sido. Fue Antonio, dijo una alumna señalando con el dedo a un chico con muchas pecas en la cara. Carmen dijo que no había que burlarse de los demás, que no estaba bien y que no lo iba a permitir en su clase. Todos guardaron silencio, menos los graciosos de la clase: Antonio, Marta y Adrián. Un rato después de lo ocurrido, una pelota voló hacia la cabeza de Alberto. El no vio quién se la había lanzado y de nuevo empezaron todos a reírse de él. Decidió no hacerle caso los que se burlaban de él y siguió escuchando a la profe. Estaba demasiado triste, pero no lloró. En el recreo, Alberto abrió su mochila y empezó a comerse el bocadillo que con tanto esmero le había preparado su madre. En ese mismo momento, Antonio y Adrián aprovecharon para gritarle: "orejón, orejón, no comas tanto que te va a salir una cola como a los asnos”. Cuando llegó a su casa, triste y algo deprimido, le contó a sus padres lo sucedido en el instituto. Les dijo cómo se había sentido y éstos le respondieron que lo más importante en las personas no es su apariencia física, sino su corazón, y él tenía uno enorme.
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