Un giro inesperado Esta es una historia que me pasó hace un tiempo y que todavía me deja una sensación rara en el pecho. Érase una vez una niña que paseaba a su perro en un prado frondoso y… ¡ups! Perdón, me he confundido de historia… La típica clase aburrida de mates un lunes por la mañana. Yo estaba sentada al lado de mi mejor amiga, Celia, a la que todos llamaban “la solidaria” porque les dejaba siempre a los menos trabajadores de la clase los deberes para que se los copiaran. Ella me estaba hablando de la razón por la que sus padres habían decidido separarse, aunque yo, sinceramente, sólo pensaba en una cosa: Manuel, “el músico” (mi debilidad y amor secreto), un chico que tenía un gran sentido del humor y que obviamente le apasionaba la música. Él, al igual que todos los demás, estaba enamorado de Lucía, “la rompecorazones”, que perfectamente podía ser confundida con una supermodelo. A su vez, Lucía salía con el chulo y guaperas de Antonio. Ellos eran la pareja perfecta. Bueno, pero lo más importante de la historia no era eso. Los alumnos estábamos perdidos en nuestras cosas hasta que llamaron a la puerta y entró una chica sudamericana morena con el pelo un pelín alborotado a la que nuestra profe, Carmen, la había presentado como Mari Carmen, una chica que acababa de llegar a España desde México. Para su desgracia le tocó sentarse al lado de Fernando, el gracioso, racista y homofóbico del grupo. Según él, los “moros, negros y chinos” (como a él le gustaba llamarlos) eran unos morosos y unos maricones asquerosos que no se merecían estar aquí; sin embargo, a Mari Carmen no le importó el gesto de repugnancia que hizo Fernando cuando la vio acercarse. Pasaron las horas y estábamos ya en la última asignatura, religión, y decidí desviar la mirada de Manuel hacia Fernando y la nueva, y para mi sorpresa los vi hablando como si se conocieran de toda la vida. Eso me dejó desconcertada ya que Fernando no hablaba con gente que no fuera española (algo que yo odiaba ya que se mofaba de mí en primero porque yo había nacido y vivido unos años en EE.UU.) Al salir de clase, Fernando aseguró que no volvería a meterse más con nadie más en toda su vida. Esto, a muchos, nos dio hasta miedo. No sabíamos lo que había hablado con Mari Carmen, pero sin duda surtió efecto. Fueron pasando los días y me di cuenta, al igual que todos, que Mari Carmen iba, día a día, ayudando a alguien con un problema personal o dándole una lección que le serviría para el resto de su vida (eso sí que era solidaridad y altruismo). Un día ayudó al empollón de la clase, Alberto, ya que desde bien pequeño había sufrido bullying (no me preguntéis cómo consiguió averiguar su secreto). Otro día ayudó a Adrián con un problema económico. En una ocasión se ofreció a mediar en la relación de Lucía y Antonio, que parecía ir en picado. Ayudó también a la delegada con su problema de dislexia, a la increíblemente ocurrente Paloma con un problema sobre sus padres adoptivos que no pude averiguar… Consiguió que Celia superara la ansiedad que le había ocasionado el divorcio de sus padres. Incluso a la más alegre de la clase (oui, c’est moi) la ayudó. Habló con Manuel y no sé cómo se las ingenió, ni cómo descubrió mi secreto, pero hizo que el muy bobo me pidiera salir. ¡Me invitó a pizza y todo! Me lo pasé muy bien con él, pero sin duda lo mejor fue la pizza. Fueron pasando los días y fue ayudando a todos los de la clase con sus problemas. Esa chica era un ángel caído del cielo. Un día, en la asignatura de Ciudadanía, Mari Carmen le dijo al profe que pusiera un vídeo y yo estaba segura de que iba a ser un vídeo muy prometedor y así fue, ya que desde ese día toda la clase nos unimos más, como una familia. Nos convertimos todos en uno y tomamos el ejemplo de nuestra querida amiga Mari Carmen de ayudarnos los unos a los otros y sin esperar nada a cambio. Fue pasando el tiempo y a todos nos iba bien, todo parecía perfecto, al menos en el instituto, hasta que un día Mari Carmen no vino a clase. Preocupados, fuimos a hablar con el director, Pedro, un hombre muy amable con los alumnos, y le preguntamos si sabía por qué María del Carmen del Rosario Rodríguez no había asistido a clase. Él nos contestó que no había ninguna chica llamada así en el instituto. Al principio pensamos que nos tomaba el pelo, pero vimos en su cara que no era así. Resignados y confusos subimos a la clase donde había una nota de nuestra amiga desaparecida que decía: “Mi trabajo aquí ha terminado. Gracias amig@s y hasta nunca”. Con mucho amor, Alicia “la divertida”
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