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Instituto Sonorense
de
Cultura
La Voz de álamos
Información desde los portales
Vol. 5 Año 6 Álamos, Sonora, México
www.festivalortiztirado.gob.mx
27 de enero de 2015
En el Mercado de Artesanías
Canciones de amor, de nostalgia y de apego a la tierra
Juan Arturo Brennan
E
n el contexto de un festival como el
FAOT, que dedica lo esencial de su programación a la música vocal de raíz
académica, es preciso recordar que también
hay lugar aquí para otras manifestaciones
musicales de importancia singular. En este
sentido, una sede notable del FAOT es el Mercado de Artesanías, localizado en las afueras
de Álamos, y donde se presentan regularmente grupos musicales (y de danza) de los distintos pueblos originarios de Sonora. En el cuarto día de actividades de esta edición 31 del
Festival Alfonso Ortiz Tirado, el Mercado de
Artesanías contó con la presencia de dos grupos musicales cuyas actuaciones apuntaron,
como suele ocurrir en estos casos, a un tema
común: el rescate, preservación, divulgación y
transmisión de elementos culturales, lingüísticos y musicales que con el paso del tiempo
se han ido perdiendo por razones sociales,
políticas y económicas demasiado complejas
y numerosas para ser exploradas aquí. En primer lugar, actuó en el Mercado de Artesanías
el grupo Etnia Sierreña, cuarteto de músicos
guarijíos o, como se nombran ellos mismos,
macurawe. Acordeón, guitarra, bajo eléctrico
y voces fueron el vehículo para la música de
este grupo, que ofreció canciones de amor, de
nostalgia y de apego a la tierra. Macurawe,
“los que agarran las piedras”, o “los que se
agarraron las manos y bailaron”. Más tarde,
en el mismo, pequeño escenario, se presentó
la cantante y violinista Ana Dolores Vega, del
pueblo mayo, o yoreme. Yoreme, “respétame”;
yori, “el que no respeta”. En la primera parte
de su presentación estuvo acompañada de
guitarra y teclado electrónico; en la segunda,
por la guitarra de su tío. Sí; muchos de los
grupos musicales de los pueblos originarios
están formados por parientes. ¿Teclado electrónico? La propia Ana Dolores Vega lo explicó de
manera directa y sencilla: como estas manifestaciones culturales se están perdiendo debido
entre otras cosas a la falta de interés de las
nuevas generaciones, algunos intérpretes están
introduciendo en su quehacer musical elementos más modernos, precisamente para atraer a
los jóvenes y convocarlos a mantener vivas esas
tradiciones. La pregunta clave aquí es: ¿en qué
medida estos esfuerzos de modernizar la música de los pueblos originarios puede llegar a
desvirtuar sus raíces, y qué tan eficaz es esta
línea de conducta para hacer que la juventud
se interese realmente por preservarla? Como ya
es costumbre, las actuaciones de Etnia Sierreña y Ana Dolores Vega estuvieron enmarcadas
por la presentación y comentarios del profesor
Alejandro Aguilar Zéleny, destacado especialista e impulsor de la preservación y divulgación
de las culturas originarias de Sonora y regiones
circunvecinas.
Soberbia noche de música de cámara
Por la noche, el patio del Palacio Municipal fue
sede de una singular noche de gala que, en contra de lo usual, no fue dedicada al canto, sino a
la música instrumental. Esta arriesgada apuesta fue exitosa por cuanto el público no se dejó
asustar por el cambio en la línea de conducta
del festival, y acudió en buen número. Ese público que se atrevió, fue recompensado con una
soberbia noche de música de cámara, protagonizada por el Cuarteto Latinoamericano y cinco
músicos invitados, todos ellos del mismo nivel
de excelencia que el CL. Además, el programa
representó un reto para los asistentes, ya que
estuvo conformado por dos obras, extensas,
complejas y para nada complacientes. De inicio,
el Quinteto Op. 39 de Sergei Prokofiev, partitura ruda, áspera, de gran inteligencia y lucidez,
habitada por un espíritu ruso inconfundible y
por algunas fugaces pinceladas de la música
klezmer que el compositor conocía muy bien.
Notable también la eficacia de los intérpretes
para expresar el sutil sarcasmo y el saludable
sentido del humor característicos del compositor y pianista ruso. En la segunda parte
del programa, el monumental Octeto Op. 166
de Franz Schubert, una de las cumbres indiscutibles de la gran música de cámara. Si en
la obra de Prokofiev los músicos aportaron
una sólida visión moderna del lenguaje y el
estilo, en Schubert volvieron la mirada a un
espíritu plenamente clásico, sazonado aquí y
allá con algunos toques de incipiente romanticismo. Para el asombro y el deleite, el hecho
de que si bien estos músicos no suelen tocar
juntos de manera cotidiana, en este concierto
dieron una muestra impecable de trabajo de
ensamble, unidad de criterio y metas musicales comunes. Esto es lo que ocurre cuando se
trata de músicos con este alto nivel técnico
y con esa indeclinable vocación por el rigor
y la disciplina que tanta falta hace en numerosas instancias de nuestro quehacer musical.
Ojalá que el Cuarteto Latinoamericano y sus
colaboradores de esa noche tengan la oportunidad de repetir este soberbio programa en
otros foros, para gozo y disfrute de otros públicos. La buena noticia al respecto es que ya
están muy avanzados los planes para grabar
estas dos obras, lo que sobre todo en el caso
de la partitura de Prokofiev resultará en una
interesante propuesta discográfica, en el entendido de que existen pocas grabaciones de
este Quinteto Op. 39.
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Vol. 5
La Voz de álamos
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MARTES 27 de enero de 2015, Álamos, Sonora
Earl Thomas
en el FAOT 2015:
Irreal y tangible
Astrid Arellano
Espectadores
que salen al
paso, la calle
una oferta
para el arte.
El basurero de ritmos
Creo que es el ritmo lo
que me genera la historia
Carlos Sánchez
E
n el umbral del Templo, Leonardo con
sus cuatro años de existencia, crea
ritmo de maracas con dos tabachines.
De la mano de David Espinoza (clown, actor, músico), Leonardo deja de ser un espectador y se adhiere a la función de la tarde.
--No es nada fácil lograr una comunión con
el público, ¿cuáles son tus estrategias para
que esto ocurra?
--La estrategia es el personaje y el estímulo
que me da la gente para yo improvisar y consolidar un tema.
El basurero de ritmos es el acto donde una
cubeta funge como percusión, dos pedazos de madera son el ruido que marca la
pauta para la siguiente nota, un costal se
convierte en chistera y los elementos para
construir el espectáculo se disponen.
--¿Cómo han sido estos días de Festival?
--Me siento muy contento, orgulloso de estar en un Festival que sabemos existe desde
hace 31 años, me parece muy importante que
Sonora tenga un Festival con estas características, y ser yo parte del elenco me hace
sentir sumamente feliz.
Espectadores que salen al paso, la calle
una oferta para el arte. La banqueta de la
Plaza de Armas, la mejor de las localidades
en el marco del Festival Alfonso Ortiz Tirado, XXXI edición.
Dice David Espinoza que este proyecto surge en 2002, cuando trabajó con el clown
Aziz Gual en el Festival Cumbre de Tajín
durante cuatro años: “Con él me acompañé
en esa parte del teatro de calle, después
este personaje, de El basurero de ritmos, lo
fui puliendo y en 2012 me fui al Festival
de Jazz de Montreal a trabajar con el circo
Solei.
--¿Cuáles son los objetivos de este espectáculo?
--Demostrarle a la gente que con cualquier
instrumento se puede hacer música, y que
con cualquier instrumento musical también se puede generar una historia para
hacer reír.
--¿Cómo es que inicias con esta disciplina?
--Básicamente soy músico, estudié en la
Escuela Nacional de Música en la UNAM,
hice licenciatura, a la par estuve estudiando teatro, pero antes, en Culiacán, de donde
soy, desde los dieciséis años empecé con el
rollo actoral.
--¿Cuáles son los detonantes que te llevan a
los temas que interpretas?
--El detonante es el instrumento y las cosas
que sé hacer como percusionista. Puedo tocar
una lata y hacer un tema de esa lata, puedo
agarrar un garrafón y hacer un ritmo brasileño y a partir de ahí generar una historia. Creo
que es el ritmo lo que me genera la historia.
--¿No te amarraron las manos de chiquito?
--Curiosamente, no. Al contrario, tuve la gran
fortuna de que mi familia me apoyó desde
morro, mi mamá, mi hermana Dolores, mi padre, todos ellos le dieron rienda suelta a mi
locura.
--¿Cómo fue tu primer contacto con la música?
--A los cuatro años, mi abuelo Martín Sánchez
Castañeda, era bohemio, era amigo de Pedro
Infante, de gente que ayudó a Pedro Infante
cuando se fue de Guamúchil a Culiacán, y mi
abuelito me enseñó a tocar la guitarra a los
cuatro años, y creo que Martín, fue quien me
metió en este mundo tan increíble.
Al final de la función, Leonardo y sus cuatro
años de existencia, imprime en su emoción y
la memoria esta tarde de lunes, la cual, probablemente, permanecerá en él por el resto
de su vida. Bendita música.
Álamos, Sonora.-“Sí, soy un rebelde y mis poros lo gritan.
No soy una copia del blues que mis abuelos hacían,
porque ellos ya lo hicieron, y muy bien. `Cause we’re
certainly havin’ a good time”, susurra placenteramente
desde el escenario y todos asentimos con la cabeza,
con los pies, con los brazos al aire. You know it’s all
about music, the expression of your soul, “la música es la
expresión de nuestra alma”, repetimos y memorizamos.
Earl Thomas en el Festival Alfonso Ortiz Tirado
2015, en su trigésima primera edición. El escenario
real es el Callejón del Templo en el pueblo mágico de
Álamos, Sonora. Como en un mundo aparte, en un acto
casi irreal pero a la vez tangible, presenciamos que
dentro de una gran olla a fuego lento se cocinan el
blues ancestral, el góspel negro y espiritual, el suave
jazz y el buen rock n´ roll de la vieja escuela.
La temperatura sube y la infusión comienza a
ebullir; a cada uno, Earl nos sirve un plato rebosante
de buena sopa. El condimento es el virtuosismo y
pasión de los músicos que le acompañan, pues ellos
hacen posible que el rebelde del blues haga lo que
hace cuando pisa un escenario.
La noche comenzó con Little brother y continuó
con Youngblood, Sweet like sugar in lemonade, Broken
hearted, Brown sugar, y otra buena parte del brillante
repertorio con el que era inevitable pararse del asiento
y empezar a bailar. También se cantó, porque la música
y los sentimientos son universales; aquí no existen las
barreras del lenguaje.
Las emociones eran muchas y todas convivían en
una gran fiesta, en una interminable conversación y
en ese inter, detuvo su repertorio para atender una
petición del público que clamaba una de sus canciones,
okay, we have a request, respondió y leve, como un
murmullo y a capella, aparecieron las frases de What
about me: “Looks like it’s a showdown at last / no more
looking back / I finally had to ask what about me?
Después de un intermedio, Earl reaparece en
el escenario, ya sin el traje de blusero; ahora está
enfundado en un traje de manta blanca, bordada
por la señora Alicia, artesana del pueblo, y con unos
huaraches y un sombrero que compró en la feria.
Earl, con las manos cruzadas sobre el pecho,
muestra su sencillez y humildad ante las señales
de afecto, agradeció al público presente, a los
organizadores y a la familia Ortiz Tirado, pero sobre
todo, a los responsables del imponente escenario, la
iluminación y el sonido que inundaba el Callejón del
Templo.
A mitad de una de sus canciones, el intérprete
baja del escenario a confesar que no podía más con
su gratitud y sentimientos, y sin micrófono, camina
por el pasillo entre las sillas abrazando señoras, ahora
cantando a todo pulmón; los susurros de Earl se
convierten en rugidos que retumban en las paredes de
las antiguas casonas del pueblo.
Regresa al escenario, y sin ganas de dejar de cantar
se sienta a la orilla y nos canta tres canciones más; con
el alma nos abraza, y canta nuevamente los versos de
Little Brother, su canción especial, con la que decidió
cerrar el enorme círculo que inició en este pueblo, pues
todo es sobre la música, y la música es la expresión de
nuestra alma.
Festival Cultural Alfonso Ortiz Tirado 2015