WILLIAM SHAKESPEARE NOCHE DE REYES Malvolio ¡Ajá! ¿Ya empiezas a estimarme? Nada menos que don Tobías para ocuparse de mí. Concuerda exactamente con la carta; me lo manda a propósito para que me ponga duro con él, pues me incita a ello en la carta. “Despréndete de tu humilde piel”, dice ella. “Enfréntate a un pariente, desdeña a los criados, da voz a tu lengua en asuntos de Estado, acostúmbrate a la singularidad”, y después precisa el modo: con la cara seria, el porte digno, la palabra lenta, vestido como alguien principal, etcétera. La he atrapado. Pero, como es obra de Júpiter, que él me vuelva agradecido. Y cuando salía: “Qué se ocupen de este hombre.” ¡Hombre! No “Malvolio”, no según mi puesto, sino “hombre”. Todo concuerda, y no hay sombra de duda, ni sombre de sombra, ni obstáculo, circunstancia increíble o ambigua… ¿Qué más decir? Nada que pueda interponerse entre mí y el pleno alcance de mis aspiraciones. Bueno, Júpiter lo ha hecho, no yo, y hay que agradecérselo.
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