Sumario de contenidos Jot Down #11 Especial ¿Quién dijo miedo? Nec spe nec metu La luz roja – por Gabriel Albiac – – por Montserrat Domínguez– El miedo y la esperanza manufacturan subjetividad sierva. Al servicio de la brutalidad codificada. Y «un príncipe que quiera mantenerse, deberá estar dispuesto a poder ser no bueno y a usar o no usar de ello conforme a la necesidad». La necesidad es la única lógica del político. No basta con actuar al margen de cualquier criterio de verdad o moral. Es imprescindible construir la pantalla que haga esas violaciones invisibles. Construir a la medida la mirada del súbdito: construir al súbdito. Cosas no de este mundo Al encenderse la luz roja, se apagaron los murmullos. El silencio en el estudio era total. Pensó en las redes y sintió una punzada en el vientre. Es unos minutos, sería el cachondeo nacional: #notienesniidea, #queverguenza #jubilateya #eresunfraude. Vio sus torpezas y sus tartamudeos dando tumbos por los programas de zapping, viralizándose en internet, carne de memes y montajes, a cada cual más ingenioso, más divertido, más cruel. Un apunte sobre el miedo en la literatura – por Javier Calvo – Aquí va una paradoja: la consolidación de la literatura de terror consiguió que los cuentos de terror no dieran miedo. Lo contrario que el folclore y la religión que se encuentran en su base. Muchas de aquellas historias atávicas usaban el miedo para inculcar preceptos o prohibiciones. Para generar ansiedades morales. Y eran terroríficas de verdad. Entrevista 288 páginas · 5 entrevistas · 15 € Cumplimos cuatro años y lo celebramos acompañados por Arturo Pérez-Reverte, Joaquín Sabina, Laura Freixas, Javier Marías, Santiago Auserón, Andrés Trapiello, Montserrat Domínguez, Gabriel Albiac, Sergi Pàmies, Ignacio Vidal-Folch, Enric González, Carlos E. Cué, Félix de Azúa, Pablo Simón, Javier Calvo, Íñigo Domínguez, Risto Mejide, Juan Tallón, Kiko Amat y Nacho Escolar, entre otros. También con dos grandes reportajes y entrevistas a Letizia Battaglia, Fernando Torres, James Ellroy, Marc Marginedas y Cayetana Guillén Cuervo. Ya disponible en la Jot Down Store y a partir del 1 junio en la red de librerías Jot Down. Los pedidos encargados en nuestra web durante el tiempo de preventa, hasta el 31 de mayo, incluyen gratis el bloc de notas «Jaws». Consulta nuestro sumario de contenidos en vídeo. La hora gris Fernando Torres – por Arturo Pérez-Reverte – – por Nacho Carretero – Habéis fumado su tabaco —y más a menudo, ellos el vuestro— y compartido su comida. Ahora es la última vez, porque tenéis que largaros de allí. Os habéis despedido de todos, los que siguen vivos, porque ya no podréis volver. Lo saben y lo sabéis. Los tanques serbios presionan cada vez más, su infantería está a pocas calles del centro de la ciudad y las bombas siguen machacándolo todo. Recuerdan los treintañeros de Corcubión —un pueblecito en la Costa da Morte— a un niño madrileño con pecas que gastaba agosto jugando al fútbol. Solía participar en los torneos de fútbol sala que se celebraban y competía con chavales tres y cuatro años mayores. «El cabrón —dice un vecino— no hacía nada, ninguna filigrana especial. Pasaba desapercibido, pero acababa el partido y el niño aquel había metido ocho goles» Premonición e ironía – por Javier Marías – De niño, lo que más miedo me daba eran algunas películas, lo visto suele impresionar más que lo leído. Pocas, la verdad, ya que uno aprendía pronto a diferenciar entre la realidad y la ficción, entre lo que era juego y lo que iba de veras. Por eso mismo el temor nos asaltaba más cuando veíamos algo que en efecto había sucedido en la vida, en algún tiempo, que no era inventado o imaginado por un director y unos guionistas. Y, no sé cómo, siempre sabíamos lo que era «histórico». Viviendo con los etarras El silencio del asesino – por Íñigo Domínguez – – por Félix de Azúa – Recuerdo de pequeño un miedo de otra época, el pánico nuclear. Viví en Caracas en los noventa y era considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo. También las he pasado putas en la montaña, porque hacía alpinismo. Y estuve una vez en un curso de exorcistas. Pero donde más miedo he pasado ha sido en Bilbao, cuando vivía allí. Tenía miedo de que me mataran. Una vez cometido el crimen, Abraham habría bajado de la colina guardando el mismo silencio que guardó mientras subía con Isaac. Este silencio, el silencio de la obediencia absoluta, es lo que atormentaba a Kierkegaard. Cuando sabes que cometerás un acto terrible y no te puedes sentir culpable cuando lo has hecho, el silencio es tu único refugio. Érase dos veces Juan sin Miedo Muerto de miedo – por Bárbara Ayuso – – por Joaquín Sabina – Érase... dos veces, porque esta historia sucede en dos tiempos, y tiene dos protagonistas: un hombre y una mujer. No, no es una historia de amor, porque ellos nunca se conocerán. De hecho, ni siquiera habitan el mismo plano de realidad. Comparten, eso sí, que ninguno tiene nombre. Ni miedo. Chi ha paura muore ogni giorno – por Ignacio Vidal-Folch – Posdata: Te temo Por qué me asustan las historias de zombis y el gárum – por Diego Cuevas – – por Ignacio Escolar – Las crónicas señalan a Le Manoir du Diable como la primera película de horror de la historia, una pieza muda filmada en 1896 por Georges Méliès en la que Mefistófeles atosigaba a un caballero mediante la cocina creativa y un pelotón de fantasmas. Era una cinta arriesgada por introducir el componente sobrenatural en la ficción fílmica y por atreverse a retar al espectador con su duración excesiva de tres intensos minutos. En aquellas últimas cabezadas del siglo xix, la gente raramente prestaba atención durante más de ciento ochenta segundos a algo que no fuese hacerle la cobra al cólera y procurar sobrevivir más allá de los cuarenta años. Era una zona de nadie, azotada por las cabalgadas de los cristianos y las razias musulmanas, por esclavistas, por bandoleros, por la lepra, por los ejércitos durante las guerras o las bandas de mercenarios sin otro empleo que el pillaje durante la paz, por las hambrunas que en algunos años —inicios del terrible siglo xiii especialmente— convirtieron el canibalismo en algo para nada excepcional. Matar, morir, sobrevivir. La muralla no era un capricho. No era opcional. No es siquiera una rareza de la Castilla medieval: es lo más común en la historia de la humanidad. Quince años después de los asesinatos de sus amigos seguía preguntándose si «ya había pagado bastante la culpa de permanecer vivo». Ese remordimiento absurdo que sienten a veces los supervivientes de la desgracia que ha abatido a sus seres más queridos. Cuando le asaltaban los recuerdos de aquellos años inolvidables le volvían las lágrimas a los ojos: lágrimas de pena, y a veces también de risa, por ejemplo cuando se encontraba en el juzgado redactando una sentencia de condena por el hurto de nueve gallinas y un gallo. «Temed a Dios y dadle gloria» – por Silvia Castellanos – Para entender los miedos de los hombres y mujeres de la Edad Media hay que entender antes cómo percibían el mundo. Europa se llenará de iglesias y la victoria en la primera cruzada ayudará a esta concepción de iglesia triunfante. La vida cotidiana y el imaginario colectivo se impregnan absolutamente de sentido religioso. Se trata de una sociedad casi cristocéntrica, donde todo empieza y acaba en Dios. Entrevista Letizia Battaglia – por Iñigo Domínguez Es la gran dama de la fotografía italiana, aunque surja de los bajos fondos, del periodismo de sucesos y de su lado más oscuro, la mafia. Es considerada, a secas, la fotógrafa de la mafia. Su fama es mundial. Retrató en Palermo y Sicilia los años más terribles de la Cosa Nostra, de finales de los setenta a los noventa, con un blanco y negro de sábanas de cadáveres y viudas, un contraste de brutalidad y exquisita delicadeza. La máquina de muerte de la calle 63 Temo, luego existo – por Pedro Torrijos – El 7 de mayo de 1896, H. H. Holmes, cuyo verdadero nombre era Herman Webster Mudgett, fue ejecutado por ahorcamiento en la prisión de Moyamensing, Pennsylvania. Tenía treinta y cuatro años y había pasado cinco de los últimos siete dedicándose a matar. Lo inminente – por Rubén Díaz Caviedes – Fotografía: Amy Nelson (CC) Miedo al Quijote – por Andrés Trapiello – – por Tsevan Rabtan – ¿Conozco el miedo? Me lo pregunto seriamente por no acumular más palabras inútiles y por no perpetrar nuevos énfasis. Primo Levi, en Si esto es un hombre, tarda pocas páginas, las mismas que le llevan a Auschwitz, en decir «Ya no teníamos miedo». No se sabe por qué los alemanes, franceses, italianos e ingleses pueden leer el Quijote en sus respectivas lenguas actualizadas, mientras que a los españoles e hispanohablantes se les obliga a hacerlo en una lengua que apenas comprenden, si no es con esfuerzo y tenacidad. Ya no hay pragmáticas sanciones contra quienes «cometieren el nefando delito contra naturam», pero sí nuevas leyes «contra la propaganda homosexual». Ya no se celebran autos de fe para quemarles vivos, pero se han inventado «safaris» para darles caza. En Estados Unidos se sabe cada vez de más suicidios juveniles entre chicas y chicos LGTBI, atribuidos al acoso escolar y familiar y al creciente éxito de las terapias de conversión. En Rusia repunta con rapidez el odio hacia las minorías sexuales, despenalizado y amparado por el silencio cómplice de las instituciones. Si se avecina otra era de oscuridad, no hay datos que lo avalen. Y eso es quizá lo más pavoroso de todo. – por Sergi Pàmies – Durante el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, él ejercía de diputado electo del PSUC y asistía al famoso pleno interrumpido por Tejero y sus alcoholizados secuaces. Yo estaba haciendo el servicio militar en Vitoria. Cuando sonaron los disparos, él sintió miedo por mí y yo le correspondí en calidad de soldado de infantería movilizado y a la espera de órdenes. Billete de ida y vuelta en el «convoy de los 927» Entrevista – por Álvaro Corazón Rural – James Ellroy La ausencia de una cultura antifascista oficial en nuestro país sirve para que, entre otras cosas, los niños españoles no puedan aprender en el colegio que el primer tren de ganado que se llenó de personas para enviarlas a un campo de exterminio nazi en Europa estaba compuesto por españoles. Fue el tristemente célebre convoy de los 927 que salió del campo de refugiados de Angulema, en el sur de Francia, con dirección a Mauthausen, en Austria. – por Oriol Rodríguez – James Ellroy nació en 1948 en Los Ángeles. Su padre, Armand «Lee» Ellroy, era un contable que trabajaba para diversas estrellas de Hollywood, entre ellas Rita Hayworth, de la que atendía necesidades que iban más allá de lo meramente financiero. Su madre, Geneva Odelia Ellory, una atractiva enfermera que cuando se separó de su marido se lanzó a recuperar el tiempo perdido. Murió brutalmente asesinada en 1958. Nunca se resolvió el caso. James Ellroy tenía entonces diez años. Miedos en extinción – por Kiko Amat – Tienen que ponerse, si me hacen el favor, en modo Edad Media. Piensen que la tradición profética juanina (la del Apocalipsis atribuido a San Juan, quiero decir) esperaba que el mundo terminaría en un pestañeo. Ala-mierda-todo. O sea: el mundo iba realmente a terminar MAÑANA. No era como para empezar a preocuparse de la hipoteca del yurt, o de si la recolección y cata de estiércol era una empresa con futuro. Ríanse ustedes del punk; esto sí debió ser nihilismo flamígero y No Future calcinamundos. La singularidad tecnológica o cómo su ordenador se rebelará contra usted e intentará dominar el mundo – por E. J. Rodríguez – Deep Blue realizó una jugada al azar, pero para hacerlo tuvo que decidirlo antes, aunque fuese por error. La conducta que resultó no era propia de una máquina. ¿No podríamos decir que, por un momento, Deep Blue pensó? ¿Por qué no? El resultado empírico fue el mismo que si la jugada la hubiese pensado un humano, y eso fue lo que engañó a Kaspárov. Lo sucedido en ajedrez podría terminar sucediendo en otros ámbitos intelectuales complejos. Aquella cinta del demonio Maniobras en el aire – por Pedro Simón – – por Pablo Simón – Ellos habían quedado en jugar a la güija debajo del puente y yo me inventaba que no iba a salir porque me dolía la tripa. Ellos me contaban que el vaso había estallado cuando la sesión se puso interesante y yo me tomaba la leche. Ellos contaban la historia de las tijeras de Verónica y yo mordía muy fuerte la capucha del Bic. No es el miedo a la muerte. Ni a la oscuridad. Ni a ese zorro disecado de mirada vidriosa que te enseña los colmillos en el desván del abuelo. Es el miedo a aquello que sucede y no entiendes. Aquello que no debería ocurrir. Para aquel que no tiene miedo la racionalización siempre es sencilla. Para los que tenemos miedo a volar repasar las estadísticas no ayuda nada porque tiene un componente irracional de autodefensa; los seres humanos somos muy malos a la hora de estimar los riesgos y aquello que escapa a nuestro control es percibido como más peligroso. Todo el mundo me repite las estadísticas de muerte en carretera antes de subir a un avión. Sí, es cosa conocida que el avión es el medio de transporte más seguro, pero eso no aligera mi miedo lo más mínimo. Horror vacui – por Paula Corroto – Todo escritor, filósofo, pensador, poeta, en definitiva, cualquier letraherido ha esgrimido algún aforismo sobre la soledad. Busquen en internet en frases célebres. Y rastreen después en redes como Twitter o Facebook, donde encontrarán centenares de ellas. A la gente le encanta compartirlas, quizás porque se sienten identificados, porque empatizan con ese dolor. Y ese miedo. Fotografía: Amanjeev (CC). Reportaje ¿Eres judío? – por Nacho Carretero – El miedo nunca falla Et moriemur – por Juan Claudio de Ramón – No siempre ha tenido el hombre miedo a la muerte. No, al menos, en el grado superlativo en que lo padece hoy. Si nuestros ancestros eran menos impresionables se debía, en parte, a que en el pasado todos sabían que podían espicharla en cualquier momento. – por Carlos E. Cué – Si no existiera el miedo, buena parte de los estrategas políticos se quedarían sin trabajo. Lejos de paralizar, como dice el tópico, el miedo se ha convertido en el gran motor de los cambios en Europa. Y especialmente en España. Los políticos ya no saben gobernar sin él. Es demasiado tentador. Es barato y funciona muy rápido. Es el único mecanismo que nunca falla. Es fabuloso para mover masas, pero es individual: cada uno tiene el suyo. Fotografía: Craig Sunter (CC). «Voy a fallar» – por Juan Tallón – Un lanzamiento de penalti es una maniobra tan fácil de convertir en gol que en el fondo es dificilísima, casi imposible. Nadie lo ha hecho todavía, salvo en el 80 % de los casos, aproximadamente, en los que la pena máxima sí sube al marcador. El miedo, como salido de las sombras, lo impide. Te bloquea, emborrona tu discernimiento, te resta precisión, en silencio te absorbe energía, hasta conseguir que la portería te parezca un nido de golondrina dentro de un poema a medio escribir en un borrador inédito de un autor desconocido. Sucede que a los judíos los echamos de España de malas maneras hace quinientos años. Consideraron Isabel y Fernando que una de las condiciones para lograr la unidad de España (largo objetivo que sigue en curso) era la de desterrar a los judíos. Entonces suponían en la Península alrededor del 8 % de la población: uno de los porcentajes más altos de la historia, solo superado por Polonia antes de la Segunda Guerra Mundial y muy por encima del actual de Estados Unidos, que no pasa del 2 %. Intereses económicos y políticos explican esta nefasta expulsión, que vació España de intelectuales, de economistas y de una élite que de haber permanecido española bien podría haber cambiado el rumbo de la errante historia ibérica. Que no lo sepan Somos la bomba – por José Antonio Montano – – por Toni García Ramón – El primer impulso es esconder la página. Que no la lean, que no lo sepan. Que no sepan lo mal escrita que está, las tonterías que dice, las incoherencias y los huecos que contiene. Pero siempre se da a leer. Y entonces uno se hunde. Todo por dentro, sin que se note. Hay una vergüenza soterrada. Como si le hubiesen encargado un traje y uno entregara una caja con retales, con mangas mal cosidas, con botones sueltos. Ese momento desconsolado de la página en que ha sido enviada y aún no ha tenido lector. Después del 11S lo que parecía un temor olvidado resucitó con una fuerza inusitada y aquella frase de Morgan Freeman en Pánico nuclear («no me preocupan los que tienen mil bombas, me preocupan los que tienen una») se hacía realidad. La idea de comprar un artefacto portátil, que alguien habría logrado sacar de las ruinas de la Unión soviética, no era ya un recurso de ficción para una temporada de 24 sino algo absolutamente real. (Cómo combatir el) Pánico a una muerte ridícula – por Josep Lapidario – Reírse de la muerte ajena lleva asociado un miedo inevitable: que te ocurra lo mismo a ti. No necesariamente lo del espantapájaros, pero tal vez sí morir en circunstancias ridículas o vergonzosas. Suicidarte por problemas económicos sin saber que esa misma mañana te ha tocado la lotería, o caer por un barranco al tratar de hacerte un selfie. Pasarlo tan mal como el pobre Ed Wood en la batalla de Guadalcanal, durante la que su mayor miedo fue caer herido o morir en el frente y que descubrieran en el hospital que llevaba puesta ropa interior femenina. Entrevista e ilustraciones de Pablo Amargo Max Oriol Malet Alberto Gamón – por Laura Freixas – Si a fin de cuentas fracasaba, si no obtenía la felicidad y sobre todo (porque eso me importó siempre más que lo primero; o mejor dicho, eso, el ser escritora, era una condición indispensable para lo otro: ser feliz), si no conseguía ser escritora, entonces toda mi vida habría sido lamentable, inútil: una farsa. ¿Miedo? No, no era miedo lo que esa posibilidad me inspiraba. Era terror, pánico. con fotografías de Letizia Battaglia Guadalupe de la Vallina Alberto Gamazo Antonello Nusca El miedo Cayetana Guillén Cuervo Fotografía: Wagner T. Cassimiro Aranha (CC). – por Holden Caulfield «A veces creo que solo sirvo para una cosa en este mundo: para aburrirme mortalmente». Esta es una de las frases que pronuncia Cayetana Guillén Cuervo en el Teatro María Guerrero, donde da vida a la torturada Hedda Gabler de Henrik Ibsen. Entra en el restaurante con seguridad, muy simpática. Lleva una camiseta blanca con un dibujo de Karl Lagerfeld. Nada más sentarse a la mesa, me clava los ojos como si fueran los dos faros de un coche y yo siento que se me saltan los plomos. Logro aguantar la mirada 0,6 segundos para luego apartarla y posarla en un cuadro con unos tucanes que tengo cerca. Pongo cara de «Oh, qué bonitos son estos pájaros» con la curiosidad fingida de un ornitólogo. Ella pide tartar de atún rojo, agua y un americano con hielo. El mercado del miedo – por Santiago Auserón – Si uno desciende a la raíz del miedo, se ve de niño ante el perro que se abalanza ladrando por el campo, adherido a la masa que camina junto a las patas de los nerviosos caballos de la policía, o imagina la irrupción nocturna de un grupo de asaltantes enloquecidos en casa. Por el lado del orden tanto como del caos, el hombre se las arregla para multiplicar el efecto intimidatorio de la emboscada animal. Diez obras de arte inspiradas por Satán – por Cristian Campos – No ha tenido suerte Satán con los artistas que han intentado retratar su obra. A diferencia de la belleza divina, que cuenta con un auténtico ejército de lacayos y pelotas cuyo dominio de las artes pictóricas y escultóricas (Botticelli o Miguel Ángel sin ir más lejos) es innegable, la obra de Satán ha sido en general pasto de dementes y chalados cuyo concepto de la estética rivaliza con el del más hortera de los maestros falleros valencianos o de los arquitectos gallegos. Reportaje En Corleone – por Íñigo Domínguez – En Corleone parece que las cosas no se saben, pero se saben. El que llega allí de fuera desde luego no sabe gran cosa, aunque crea que sí. Un continental, como dicen ellos, llega tan sugestionado, con tantas películas en la cabeza, que no está preparado para encontrarse con un pueblo extraño y retorcido. Ya antes de ir te imaginas escribiendo sobre la atmósfera pesada, las miradas furtivas, los silencios misteriosos. Los tópicos te vienen naturales. Ves mafiosos en cada esquina, pero claro, también es que sales a la calle a las ocho de la mañana y todo el mundo va con gafas de sol. Entrevista Marc Marginedas – por Enric González Marc Marginedas es un reportero internacional especializado en conflictos y fascinado por el islam. Ha ejercido como corresponsal de El Periódico de Catalunya en el Magreb y en Rusia, un país al que ahora retorna, y ha cubierto las guerras más atroces de las últimas décadas. Durante seis meses fue rehén del Estado Islámico, pero esta no es una entrevista a un exrehén, sino a un periodista experto en las sociedades árabes: decidimos de antemano que su secuestro, cuyos detalles han sido ya relatados por Marginedas, no nos interesa. La conversación se desarrolla en su apartamento barcelonés. Marginedas empieza diciendo que cree en Dios, un dios inconcreto al que reza indistintamente con fórmulas cristianas y musulmanas. Miedo, represión y política Así eres tú, así es el ritmo – por Holden Caulfield – Me da pánico bailar. Auténtico pavor. Llámalo miedo escénico. Llámalo corofobia. No me dan miedo las películas de terror, ni las serpientes, ni los aviones, ni las películas de terror con serpientes en aviones, ni la sangre, ni la oscuridad, ni los payasos diabólicos de Stephen King. Pero si hay una cosa que me produce miedo, esa es bailar en público. Bu – por Risto Mejide – Escribir sobre el miedo me parece una soberana gilipollez. Parapetarse tras el burladero de un papel para pontificar como si nada fuese contigo, como si tú no estuvieses sufriendo todos los días eso que describes, tan enfermizo como el paciente que solo lee analíticas ajenas y acaba muriendo de aquello que jamás se le diagnosticó. – por Octavio Medina – En los años finales de la República Cicerón ya se preguntaba si para un gobernante era mejor ser temido o ser amado. Su respuesta era que el «oderint dum metant!», o «¡Que me odien, mientras me teman!» (una cita del poeta Accio que supuestamente gustaba a Calígula) no era una buena forma de hacer política. Por desgracia el Segundo Triunvirato no opinaba lo mismo, y el filósofo y orador fue ejecutado. Pero el debate jamás perdió su relevancia.
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