INTRODUCCIÓN Una de las condiciones para transformar las prácticas educativas vigentes en la escuela secundaria – que en muchos casos reducen los propósitos educativos a la transmisión y retención de información respecto de diversos campos del saber– es que la formación inicial de los profesores que atienden este nivel educativo garantice un conocimiento suficiente de los procesos de cambio por los que pasan los alumnos en este periodo de su vida –y que ejercen una gran influencia en el aprendizaje–, de sus antecedentes escolares y de las condiciones y exigencias de la práctica educativa concreta, de tal modo que, independientemente de la asignatura que impartan en la escuela secundaria, adquieran la capacidad para desempeñarse como educadores de adolescentes, es decir, que mediante su trabajo cotidiano, contribuyan a que todos los alumnos alcancen los propósitos generales de este nivel educativo, y no sólo los que correspondan a su especialidad. Al mismo tiempo se pretende que los futuros profesores de educación secundaria logren una formación disciplinaria y didáctica sólida para diseñar estrategias y actividades, utilizar diversos materiales y, especialmente, conducir las actividades de enseñanza que permitan a los alumnos aprender –mediante el razonamiento y la comprensión– los conocimientos básicos y desarrollar capacidades para seleccionar y usar información, analizar y emitir juicios propios acerca de la realidad social y natural, así como despertar su curiosidad por el conocimiento y fomentar la formación de hábitos de estudio e indagación. Con este fin, el plan de estudios incorpora un conjunto de asignaturas destinadas a la formación común de los profesores de secundaria y reserva espacios destinados a la formación disciplinaria y didáctica en una especialidad. La formación en la especialidad se inicia desde el segundo semestre de la licenciatura y se amplía gradualmente en los siguientes semestres. Durante este semestre los estudiantes cursarán tres asignaturas correspondientes a la especialidad, incluyendo Observación y Práctica Docente I. Es decir, comenzarán el estudio más sistemático de la disciplina, pero teniendo como base el conocimiento de los retos que plantea para el trabajo docente la consecución de las metas de la educación secundaria y de la población atendida. Esta forma de organizar los estudios permite abordar los contenidos disciplinarios teniendo presentes los desafíos que plantea su enseñanza. La formación disciplinaria no se reduce al dominio de los contenidos que forman parte de los programas de estudio de la educación secundaria; es necesario que los futuros profesores obtengan elementos fundamentales acerca de la evolución del conocimiento científico y de los procesos que se siguen en su elaboración. En este curso, El Conocimiento Histórico I. Finalidades y Características, los estudiantes conocerán los rasgos fundamentales del conocimiento histórico, y reflexionarán acerca de la versión escolar de este conocimiento. El propósito fundamental del curso es que los estudiantes comprendan que el conocimiento histórico se construye mediante aproximaciones sucesivas y, por lo mismo, está sujeto a polémica y a reelaboración según aparecen nuevas necesidades, intereses y nuevas fuentes y recursos para la investigación. La formación de esta concepción y esta actitud hacia el conocimiento es una de las bases para promover un acercamiento diferente de los adolescentes hacia la historia, de tal modo que se impulse su curiosidad por el conocimiento del pasado y, al mismo tiempo, el aprendizaje comprensivo de las nociones y hechos que permiten entender el mundo de hoy. Las concepciones que los profesores poseen acerca del conocimiento histórico influyen de manera determinante en el proceso de enseñanza y, consecuentemente, en el aprendizaje y las actitudes de los adolescentes. Por esta razón el curso vincula permanentemente los temas de teoría de la historia con los retos que implica la enseñanza, ya que sólo de esta manera las reflexiones y conclusiones que obtengan los alumnos podrán contribuir a su formación profesional. Este curso tiene como antecedente la asignatura Introducción a la Enseñanza de la Historia, segundo semestre, y tiene estrecha relación con La Enseñanza de la Historia I. Enfoque Didáctico, del tercer semestre. Por lo tanto conviene que los profesores de la escuela normal conozcan los programas de estos cursos, de esta manera podrán conocer los temas afines y adecuar la enseñanza a las necesidades de sus alumnos. 1 ORGANIZACIÓN DE CONTENIDOS Los contenidos del curso se organizan en tres bloques temáticos, cada uno de ellos incluye los propósitos específicos, los temas, la bibliografía básica y complementaria, así como las propuestas de actividades que pueden contribuir al logro de los propósitos del curso. Conviene que para tener una idea general de lo que se espera lograr al final del semestre se revisen y comenten los propósitos del curso, la estructura del programa y el contenido de los materiales de apoyo para el estudio. Antes de iniciar el estudio de los temas específicos del programa se sugiere realizar algunas actividades para promover el interés de los alumnos y conocer sus ideas previas acerca de los temas que serán motivo de estudio, de esta manera el profesor de la escuela normal podrá advertir en cuáles aspectos deberá poner mayor atención para que los alumnos logren los propósitos generales de esta asignatura. Los temas del bloque I, “Qué es la historia”, tienen la finalidad de iniciar a los estudiantes en el conocimiento de las características del conocimiento histórico. A partir del análisis de ensayos de distintos autores los estudiantes elaborarán una explicación que responda a las preguntas: ¿qué es la historia?, ¿cuáles son sus finalidades? Es importante también que los futuros maestros conozcan que la forma de concebir y escribir la historia se ha transformado a lo largo del tiempo, es decir, que la historia es un conocimiento que cambia –como se verá con más profundidad en el siguiente bloque– de acuerdo con las necesidades del presente y que se construye mediante aproximaciones sucesivas. El conocimiento de esta evolución, con énfasis particular en el siglo XX, permitirá reconocer que junto con esos cambios se han diversificado los objetos de estudio; así, de los acontecimientos políticos, militares y diplomáticos –materia fundamental de la historia en otras épocas– se ha incursionado en el estudio de diversos aspectos sociales y culturales (la vida privada, las mentalidades, la cultura popular, etcétera). Los temas del bloque II, “Características del conocimiento histórico”, tienen el propósito de que los alumnos estudien específicamente las características del conocimiento histórico; en particular se abordan cuestiones relacionadas con el carácter provisional de la interpretación histórica, el problema de la objetividad y la subjetividad en la historia y la selección de acontecimientos para la producción del conocimiento histórico. Al estudiar estos temas se espera que los futuros maestros reconozcan que la elaboración de este conocimiento está sujeta a condiciones sociales, culturales y académicas que influyen en el trabajo del historiador y en la definición de los temas y acontecimientos de estudio y que, por consecuencia, el conocimiento histórico está en constante revisión, interpretación y reescritura. Esta idea será fundamental para su formación ya que, como lo muestra la experiencia, generalmente con la enseñanza se transmite a los adolescentes la imagen de que la historia es un conocimiento definitivo, que no está sujeto a revisión ni reelaboración, y, por lo tanto, sin posibilidad de plantear hipótesis, realizar investigaciones, dudar de lo que afirman los documentos o las personas, de relacionar los acontecimientos del pasado con el presente, etcétera. Esta concepción de la historia fomenta la idea de que el propósito de la enseñanza y el aprendizaje es la presentación y retención de la información contenida en los libros de texto, práctica común en las aulas de la escuela secundaria. Con el estudio de los temas de los bloques I y II se espera que los futuros maestros superen la visión que identifica a la historia con las acciones de personajes destacados o con el recuento de grandes acontecimientos, y adquieran una idea más rica y compleja de la historia que les permita desarrollar el enfoque de enseñanza establecido en los programas de estudio de la educación secundaria. Con el bloque III, “El conocimiento histórico y la enseñanza de la historia”, los estudiantes vincularán los conocimientos adquiridos en los bloques anteriores con el proceso de enseñanza. De este modo, los futuros maestros podrán valorar que las concepciones –implícitas o explícitas– que el profesor tiene acerca del conocimiento histórico influyen de manera determinante en la enseñanza. Los conocimientos adquiridos con este curso sentarán las bases para que los estudiantes tomen decisiones sobre la definición de propósitos educativos, selección de contenidos, diseño de actividades didácticas y de evaluación, congruentes con el enfoque de enseñanza de la historia propuesto en los programas de estudio. 2 ORIENTACIONES DIDÁCTICAS En este apartado se presentan sugerencias para el tratamiento de los contenidos, así como estrategias y actividades que contribuyen al logro de los propósitos generales del curso. 1. Este curso tiene un carácter introductorio, ya que permitirá el acercamiento al conocimiento de las características fundamentales de la historia. Los temas abordados no se agotan con esta asignatura sino que, por la importancia que tienen en la formación de los futuros maestros de secundaria, continuarán estudiándose a lo largo de la licenciatura. Así, aunque el programa contiene temas relacionados con la teoría de la historia y su relación con la enseñanza, el objetivo no es la revisión puntual y exhaustiva de estos aspectos, pero sí se espera que los alumnos inicien su estudio para que se percaten de la importancia que tiene para la enseñanza considerar las características del conocimiento histórico y que adquieran un referente global que dará sentido a su formación en el campo de la especialidad. 2. Para lograr los propósitos del curso es necesario que los estudiantes realicen actividades que favorezcan el desarrollo y la aplicación permanente de sus habilidades intelectuales básicas por eso se sugiere que el desarrollo del curso –sin menoscabo de la acción del profesor– funcione como un taller en el que los alumnos lean e interpreten textos, identifiquen y analicen tesis de los autores, resuelvan problemas, planteen hipótesis, redacten conclusiones y opiniones personales, etcétera. Asimismo, es necesario revisar la conveniencia de ciertas prácticas que imperan en la escuela normal, como son la distribución de temas al inicio del semestre para su exposición por parte de los alumnos y el papel de espectador –en la mayoría de los casos– del profesor de grupo, el dictado de apuntes, la lectura sin propósito definido, etcétera. Como la experiencia lo prueba, este tipo de actividades tienen escaso efecto formativo en los estudiantes y, además, en los hechos se les transmiten formas de enseñanza que posteriormente reproducen en el aula. 3. A continuación se proponen algunas actividades generales que pueden ser útiles para el desarrollo del curso. Además, en cada bloque se incluyen sugerencias de actividades específicas que no constituyen secuencias didácticas rígidas ni completas, los maestros y alumnos podrán seleccionar o agregar las que consideren convenientes, de acuerdo con los propósitos del curso y las características del grupo. a) Análisis de las experiencias personales de los alumnos. Los estudiantes normalistas han tenido varios cursos de historia a lo largo de la primaria, la secundaria y el bachillerato, esto les ha permitido conocer diversos estilos de enseñanza y experimentar distintas actividades de aprendizaje, que han influido en sus actitudes sobre el conocimiento histórico. Es importante que a esta actividad se dediquen varias sesiones para que los estudiantes puedan analizar a fondo las experiencias expuestas y se supere el simple comentario anecdótico. Se requiere una participación muy activa del profesor de grupo para que plantee las preguntas que sean necesarias, confronte opiniones, oriente las discusiones, etcétera, a fin de que el análisis sea lo más completo posible. b) Lectura y análisis de textos. Para el desarrollo de este curso la lectura es una actividad fundamental. A partir de los textos leídos pueden proponerse ejercicios para identificar y comentar las hipótesis de un autor, elaborar resúmenes y comprender las ideas principales de un texto, comparar argumentos de diversos autores, etcétera. De esta manera, los futuros maestros conocerán diferentes estrategias que podrán utilizar en la escuela secundaria y tendrán más opciones para utilizar adecuadamente los libros de texto y otros materiales escritos. c) Planteamiento y solución de problemas. Una forma de contribuir al desarrollo de habilidades intelectuales es resolviendo problemas que impliquen el análisis, la reflexión y la toma de decisiones a partir de información específica. La principal característica de un problema es que para su solución no existen rutas o procedimientos establecidos de antemano sino que se trata de situaciones cuya respuesta debe ser explorada creativamente por los alumnos. Pueden plantearse problemas que impliquen análisis crítico de textos, interpretación de información, síntesis de datos obtenidos de varias fuentes, respuesta a preguntas específicas, argumentación para un debate, etcétera. Es importante que una vez resuelto el problema planteado se realice una valoración colectiva de los resultados obtenidos por cada persona o equipo; ésta será la mejor manera de comunicar a los estudiantes que gran parte 3 del conocimiento social se elabora a partir de interpretaciones e hipótesis propuestas que son aceptadas provisionalmente, mientras se crean otras que las corrigen. d) Lectura de un libro. Además de leer los ensayos o capítulos de libros sugeridos en la bibliografía, es conveniente que los estudiantes lean un libro completo relacionado con los contenidos de la asignatura para que comprendan la visión de conjunto de algún autor o grupo de autores sobre un tema específico. De acuerdo con los propósitos generales se recomienda la lectura de uno de los siguientes libros: Historia, ¿para qué?, coordinado por Carlos Pereyra, o ¿Qué es la historia?, de E. H. Carr (ambos libros se hallan en las bibliotecas de las Escuelas Normales). Conviene que los alumnos dosifiquen la lectura a lo largo del semestre y presenten sus avances o conclusiones según como lo acuerden con el maestro, por ejemplo, se puede organizar un panel o una mesa redonda para compartir las experiencias obtenidas con la lectura. e) Observación y práctica docente. Durante este semestre los estudiantes realizarán dos estancias de observación y práctica en la escuela secundaria. En la primera observarán el desarrollo del trabajo en un grupo de primer grado –con diversas asignaturas– pero prestando mayor atención a las clases correspondientes a la asignatura de la especialidad que estudian, en este caso historia, y en la segunda pondrán en práctica algunas actividades didácticas frente a grupo. La observación de clases de historia permitirá conocer y analizar las formas de enseñanza y anticipar, a partir de los conocimientos adquiridos en la Escuela Normal, las concepciones históricas del profesor y su manifestación en el aprendizaje y las actitudes de los adolescentes. Con base en las experiencias que obtengan mediante la observación y el análisis colectivo, los futuros profesores podrán valorar la importancia que tiene el conocimiento de las características de la historia en el desarrollo del proceso de enseñanza. SUGERENCIAS PARA LA EVALUACIÓN Es pertinente que el maestro de la asignatura acuerde con sus alumnos desde el inicio del curso las formas de evaluar; de esta manera, todos podrán orientar su desempeño según los compromisos establecidos. La evaluación tiene que ser congruente con el enfoque del programa, los propósitos educativos y las actividades de enseñanza. Por ejemplo, si de acuerdo con el enfoque de esta asignatura, durante la clase se promueve la realización frecuente de actividades en las que los estudiantes leen individualmente y discuten en pequeños equipos, interpretan información, proponen hipótesis, etcétera, sería poco acertado evaluar sólo con un instrumento que midiera la cantidad de datos que fueron capaces de memorizar. En este caso, el examen elegido debe conciliar tanto el enfoque del programa como el proceso de enseñanza empleado en el aula. Para evaluar puede aprovecharse la valoración de los argumentos que los alumnos expresan en clase, las preguntas que formulan, su intervención efectiva en los trabajos de equipo, así como los trabajos (ensayos, propuestas didácticas, registros de lectura) e investigaciones realizadas. Si se aplican pruebas escritas, de preferencia deben plantear retos a los estudiantes en los que apliquen la capacidad de análisis, juicio crítico, comprensión, relación, síntesis, argumentación, etcétera. Las “pruebas objetivas”, de correspondencia, opción múltiple y selección de enunciados falsos o verdaderos, deben considerarse complementarias a los procedimientos de evaluación sugeridos. Antes de iniciar el curso, el maestro puede plantear los momentos en que realizará actividades específicas de evaluación, así podrá dosificar los contenidos y prever el tiempo y los recursos que se requieran. Lo importante es que la evaluación se realice de manera permanente, se asuma como una extensión de las actividades de enseñanza y sea formativa para estudiantes y maestros, es decir, que aporte información para mejorar los resultados del proceso educativo. PROPÓSITOS GENERALES Al desarrollar este curso se pretende que los estudiantes normalistas: 1. Comprendan las finalidades y características principales del conocimiento histórico, así como las transformaciones que ha experimentado en diferentes épocas. 4 2. Establezcan relaciones entre las concepciones explícitas o implícitas acerca del conocimiento histórico y el desarrollo de los procesos de enseñanza, en particular en la selección e importancia que se atribuye a diversos contenidos. 3. Reconozcan que la comprensión de los temas de este curso favorece una enseñanza congruente con el enfoque y los propósitos educativos propuestos en los programas de historia de la educación secundaria. SUGERENCIAS DE ACTIVIDADES Para iniciar el curso se sugiere comentar las experiencias que los estudiantes han tenido en el aprendizaje de la historia durante la primaria, la secundaria y el bachillerato. En particular, conviene que elaboren un texto en el que describan la forma como les enseñaron historia: ¿qué hacían sus maestros?, ¿qué tipo de actividades realizaban en el aula?, ¿qué tipo de conocimientos se les exigía aprender?, ¿qué actitudes desarrollaron respecto al conocimiento histórico con el tipo de enseñanza experimentada? En plenaria, leer algunos textos e identificar los comentarios más recurrentes y cuestionar si esta situación se ha modificado. Conviene conservar el escrito para analizarlo posteriormente a partir de los temas de estudio y de las experiencias de la observación y práctica. • Observar el video en el que Luis González narra su experiencia con la historia (“El oficio de historiar”, primera parte, en Serie nuestros historiadores, Secretaría de Educación Pública). A partir de sus comentarios, analizar en grupo aspectos como los siguientes: a) ¿Qué motivó a L. González a dedicarse a la historia? b) ¿Cuál es su concepción de la historia? c) ¿Cuál es la finalidad de la historia? d) ¿Cuál es el objeto de estudio de la historia?, ¿por qué es importante diversificar los objetos de estudio? e) ¿Qué enseñanza deja, para el futuro maestro de historia, la experiencia de L. González? • Finalmente, se recomienda leer y comentar el programa de esta asignatura, distinguir cuáles textos de la bibliografía se incluyen en el material de apoyo para el estudio y explorar el acervo de la biblioteca de la escuela. Conviene que en este momento se establezcan los criterios de evaluación. BLOQUE I QUÉ ES LA HISTORIA PROPÓSITOS Al estudiar los temas y realizar las actividades propuestas se espera que los estudiantes: 1. 2. Expliquen qué es la historia y cuáles son las finalidades del conocimiento histórico. Conozcan las transformaciones que ha experimentado el conocimiento histórico a través del tiempo y relacionen este hecho con el permanente cambio en la forma de concebir y escribir la historia. 3. Identifiquen los diversos objetos de estudio de la historia y asuman dicha diversidad como elemento fundamental para orientar la enseñanza de esta asignatura en la escuela secundaria. TEMAS 1. 2. 3. 4. Qué es la historia. Las finalidades del conocimiento histórico. Transformaciones en la forma de concebir y escribir la historia. Diversificación de los objetos de estudio de la historia. 5 BIBLIOGRAFÍA BÁSICA • • • • • • Bloch, Marc (1980), “La historia y los hombres” y “El tiempo histórico”, en Introducción a la historia, México, FCE, pp. 22-26 y 26-27. Fontana, José (1973), “¿De qué aspectos de la actividad humana debe ocuparse la historia?”, en La historia, Barcelona, Salvat (Biblioteca Salvat de grandes temas, 40), pp. 43-50. Pereyra, Carlos (1995), “Historia, ¿para qué?”, en Historia, ¿para qué?, México, Siglo XXI editores, pp. 9-31. Stone, Lawrence (1986), “La historia y las ciencias sociales en el siglo XX”, en El pasado y el presente, México, FCE, pp.15-44. Vilar, Pierre (1981), “Los diversos contenidos del término ‘historia’”, “Las etapas de la historia como modo de conocimiento” e “Intento de definición de la materia y de la investigación históricas”, en Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Barcelona, Crítica (Estudios y ensayos, 61), pp. 17-27, 27-42 y 43-47. Villoro, Luis (1995), “El sentido de la historia”, en Historia, ¿para qué?, México, Siglo XXI editores, pp. 33-52. SUGERENCIAS DIDÁCTICAS 1. Consultar en periódicos, libros o revistas artículos o notas de contenido histórico e identificar algunos ejemplos que muestren los diferentes sentidos que se asignan a la palabra historia. • Explicar por escrito en qué consiste el sentido que se da al término historia en cada uno de los ejemplos hallados. 2. Leer el texto de P. Vilar, “Los diversos contenidos del término ‘historia’”, y hacer un resumen de las principales ideas del autor. • Comparar los planteamientos de Vilar con los realizados por los estudiantes en la actividad 1. • Elaborar un listado de las diversas acepciones que se aplican al término historia y escribir un ensayo breve sobre el tema. • En equipo, analizar y discutir la siguiente afirmación de Vilar: “historia designa a la vez el conocimiento de una materia y la materia de este conocimiento”. ¿A qué se refiere dicha expresión?, ¿cuál es su significado? 3. En equipo, contestar la siguiente pregunta: ¿qué es la historia? Los alumnos deben expresar sus ideas propias, por lo tanto conviene que no consulten ninguna fuente de información para elaborar su respuesta. (Las respuestas elaboradas por los equipos deberán quedar a la vista de todos para su uso posterior.) 4. Leer los textos de C. Pereyra y L. Villoro. • Elaborar una síntesis de las principales tesis expuestas por los autores. • A partir de las tesis, elaborar una nueva respuesta a la pregunta: ¿qué es la historia? • Comparar las respuestas con las elaboradas en la actividad 3. Analizar y comentar diferencias y semejanzas, destacar nuevos elementos incorporados, etcétera. • Organizar un debate en torno a la siguiente cuestión: ¿es posible elaborar una respuesta única y definitiva que dé respuesta a la pregunta qué es la historia? Redactar conclusiones al finalizar el debate. • A partir de la lectura de ambos historiadores, enlistar cuáles son las finalidades de la historia y explicar en qué consiste cada una de ellas. (De ser posible, considérese también el texto de E. Florescano, “La función social del historiador”, leído el semestre pasado.) 5. Para realizar las siguientes actividades se requiere leer los textos de L. Stone y de P. Vilar (“Las etapas de la historia como modo de conocimiento”). La lectura deberá realizarse de tal forma que se identifiquen elementos relacionados con los siguientes aspectos: a) Cambios relevantes en la forma de concebir el conocimiento histórico y hacer historia. b) Preocupaciones, temas y conceptos predominantes en distintas épocas. c) Vinculación de la historia con otras ciencias sociales. • Los estudiantes se organizarán en equipo para decidir la forma de sistematizar la información y presentarla al resto del grupo. Por ejemplo, puede ser a través de un periódico 6 • • mural, video documental, ensayo, mesa redonda, periódico, programa radiofónico, conferencia, etcétera. Es importante que, durante las presentaciones, los estudiantes reflexionen acerca de los procesos de cambio, continuidad y ruptura que ha experimentado el sentido del conocimiento histórico a lo largo del tiempo. Contestar la pregunta: ¿por qué es importante para un futuro maestro de historia conocer la evolución de esta disciplina? 6. Plantear las siguientes preguntas al grupo: d) Cuando estudiaron historia (los alumnos normalistas), ¿qué tipo de temas predominaban en los libros de texto y en la enseñanza? e) ¿Qué idea sobre la historia se formaron al estudiar ese tipo de temas? f) ¿Qué estudia la historia? • En pequeños equipos discutir y elaborar una respuesta; después, exponer y fundamentar las conclusiones obtenidas. • Leer los textos de M. Bloch, J. Fontana y P. Vilar, “Intento de definición de la materia y de la investigación histórica” y realizar las siguientes actividades: • Elaborar un cuadro sinóptico en el que se destaquen las ideas principales de los autores. • Leer las siguientes afirmaciones y escribir una breve conclusión acerca del sentido que encierran. – “...el objeto de la historia es esencialmente el hombre. Mejor dicho los hombres” (M. Bloch). – “La historia tradicional tenía la vida política en el centro de su universo, ya fuese en la forma de actividad guerrera, de las relaciones diplomáticas internacionales o, en el plano nacional, de la evolución de las instituciones de gobierno y de la legislación” ( J. Fontana). • Revisar un libro de texto de historia para la educación secundaria y a partir de las lecturas realizadas, contestar la pregunta: ¿qué tipo de temas o acontecimientos predominan en el libro?, ¿cuáles no forman parte de su contenido? • Asistir a la biblioteca de la Escuela Normal o a la de un Centro de Maestros y consultar libros para hacer un listado de los diversos objetos de estudio que abordan los libros de historia y ciencias sociales. Comentar en el aula el resultado de la indagación; las siguientes preguntas pueden servir de guía para el análisis: ¿qué tipo de temas se encontraron?, ¿algún tema causó particular interés?, ¿alguno fue especialmente inesperado, por qué?, ¿cuáles son los objetos de estudio de la historia? • Elaborar un texto en el que se explique en qué consiste la diversificación de los objetos de estudio de la historia y qué retos plantea para la enseñanza. 7. A partir de los conocimientos adquiridos y en relación con los temas de este bloque, cada estudiante redactará una ficha informativa semejante a las que aparecen en los diccionarios enciclopédicos. El tema será La historia (primera parte). BLOQUE II CARACTERÍSTICAS DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO PROPÓSITO Al estudiar los temas y realizar las actividades propuestas se espera que los estudiantes: 1. Conozcan las principales características del conocimiento histórico, expliquen en qué consiste cada una de ellas y se percaten de que la comprensión de dichas características favorece una enseñanza congruente con el enfoque propuesto en los programas de estudio. 7 TEMAS 1. 2. 3. 4. La interpretación histórica y su carácter provisional. El problema de la objetividad y la subjetividad en la historia. Carácter selectivo de los acontecimientos en la elaboración del conocimiento. El tiempo de la historia. La larga duración. El ritmo de cambio histórico. BIBLIOGRAFÍA BÁSICA • • • • • • • Carr, Edward H. (1993), “El historiador y los hechos”, en ¿Qué es la historia?, México, Ariel, pp. 9-40. Fontana, José (1973), “¿Es posible la objetividad en la historia?”, en La historia, Barcelona, Salvat (Biblioteca Salvat de grandes temas, 40), pp. 74-82. Knight, Alan (1989), “Interpretaciones recientes de la Revolución Mexicana”, en Secuencia. Revista americana de ciencias sociales, núm. 13, enero-abril, México, Instituto Mora, pp. 23-25. Le Goff, Jacques (1991), “Saber y poder: objetividad y manipulación del pasado”, en Pensar la historia, Barcelona, Paidós, pp. 31-35. Marrou, Henri-Irénée (1999), “La historia es inseparable del historiador”, en El conocimiento histórico, Barcelona, Idea universitaria, pp. 41-54. Sánchez Prieto, Saturnino (1995), “‘Desembalar’ la historia”, en ¿Y qué es la historia? Reflexiones epistemológicas para profesores de secundaria, Madrid, Siglo XXI (Historia), pp. 1-35. Schaff, Adam (1983), “¿Por qué reescribimos continuamente la historia?”, en Historia y verdad, México, Grijalbo (Enlace), pp. 321-333. SUGERENCIAS DIDÁCTICAS 1. Promover la participación de los estudiantes para que, con base en los conocimientos adquiridos hasta el momento, señalen algunos elementos que ellos crean que distinguen o caracterizan a la historia como conocimiento y señalar en qué consisten cada una de esas características. Elaborar un listado para comparar su contenido con las características que se vayan conociendo con el estudio de los temas del bloque. 2. • • 3. • • • • 4. • Leer el texto de E. H. Carr. Expresar con enunciados breves los temas que aborda el autor. Por ejemplo, 1. El carácter provisional de la interpretación histórica. 2. La selección de los acontecimientos históricos por parte del historiador, etcétera. Redactar una explicación acerca del contenido de cada uno de los temas identificados y comparar con otro compañero para complementar el trabajo realizado. En plenaria, exponer las conclusiones obtenidas. Releer el caso que refiere Carr acerca del archivo de Gustav Stresemann. En equi po, comente y reflexione sobre el ejemplo a partir de las siguientes cuestiones y aspectos: Describir el camino seguido por los archivos de Stresemann hasta la edición que se conoce. ¿Qué sucedió durante la selección de documentos? ¿Qué aspectos se privilegiaron en los diferentes casos del trabajo diplomático de Stresemann? ¿Cuáles se omitieron? ¿A qué motivos se obedeció esta situación? ¿Por qué afirma Carr que el proceso seleccionador no lo empezaron Bernhard ni Sutton, sino Stresemann? Elaborar conclusiones a partir de la siguiente pregunta: ¿qué problemas, acerca de la naturaleza del conocimiento histórico, plantea Carr mediante el caso Stresemann? Redactar conclusiones acerca de las lecturas y de las actividades realizadas. A partir de las conclusiones obtenidas con la realización de las actividades anteriores, reflexionar y escribir una opinión acerca del significado de la siguiente expresión: “...los hechos de la historia nunca nos llegan en estado puro, ya que ni existen ni pueden existir en una forma pura: siempre hay una refracción al pasar por la mente de quien los recoge” (E. H. Carr). 8 5. • • • 6. • • • 7. • Elaborar una síntesis acerca de los planteamientos que hace Carr sobre los siguientes asuntos: La selección e interpretación que hace el historiador de los hechos que estudia. La comprensión imaginativa del historiador. El significado de la estrecha relación del historiador con la época en que vive. Para realizar las siguientes actividades deberán leerse los textos de J. Fontana y J. Le Goff. Escribir un texto en el que sintetice las principales tesis de los autores. A partir de la lectura realizada y de las conclusiones obtenidas en la actividad 5, discutir en equipo y contestar las siguientes preguntas: ¿en el proceso de la producción del conocimiento histórico qué significa “ser objetivo”? ¿Cuáles son las condiciones que definen al historiador como objetivo? Exponer las conclusiones a los otros equipos y organizar un panel para debatir sobre el tema. Conviene que un estudiante funja como relator para redactar las conclusiones del grupo. Leer el artículo de H. Marrou y analizarlo a partir de la siguiente cuestión: ¿por qué sostiene que la historia es inseparable del historiador? Seleccionar del texto algunos argumentos que sostengan la tesis del autor y explicar en qué consisten. Con base en los textos de Marrou, y los que se han leído en las actividades anteriores, escribir un breve texto que aborde la relación del historiador con la producción del conocimiento histórico. 8. Leer el capítulo de A. Schaff. Elaborar un cuadro sinóptico de las principales ideas expuestas por el autor. Organizar un panel en el que se discutan las siguientes cuestiones: a) La reinterpretación de la historia está en función de las necesidades del presente. b) La reinterpretación de la historia está en función de los efectos de los acontecimientos del pasado que surgen en el presente. • Al final del panel, formar equipos para comentar las opiniones de los panelistas y redactar conclusiones. • Leer el texto de Knight e identificar las necesidades que propiciaron que cada generación de historiadores reescribiera la historia de la Revolución Mexicana. • Identificar, en revistas o periódicos, textos (ensayos, artículos, etcétera) cuyo contenido muestre que los efectos de los acontecimientos del pasado o las necesidades del presente propician nuevos estudios históricos. Un ejemplo sería el siguiente: a partir de la apertura democrática en nuestro país se han multiplicado los ensayos que hacen una revisión histórica sobre el asunto. Cada estudiante deberá seleccionar tres casos y explicar por qué los eligió. • • 9. Individualmente, contestar la pregunta: ¿por qué cada generación vuelve a estudiar y a reinterpretar el pasado? 10. A partir de los conocimientos adquiridos con el desarrollo de las actividades de este bloque, realizar la segunda parte de la ficha La historia. (El texto de Sánchez Prieto puede ser útil para repasar algunos aspectos fundamentales.) 11. Contestar las siguientes preguntas: mediante el estudio de los temas de los bloques anteriores y la reflexión realizada acerca de ellos, se modificaron las ideas que tenía acerca del conocimiento histórico, ¿por qué?, ¿cuáles son las nuevas concepciones adquiridas? 9 BLOQUE III EL CONOCIMIENTO HISTÓRICO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA PROPÓSITOS Al estudiar los temas y realizar las actividades propuestas se espera que los estudiantes: 1. Reconozcan que en la forma de organizar y desarrollar los procesos de enseñanza, aprendizaje y evaluación influyen las concepciones que los maestros tienen acerca del conocimiento histórico. 2. Sean capaces de incorporar a las actividades de observación y reflexión de la práctica docente, así como al diseño de planes de clase, los elementos adquiridos con el estudio de los temas de este curso. TEMAS 1. 2. Concepciones históricas del profesor y su influencia en la enseñanza de la historia. Relación entre la comprensión de las características del conocimiento histórico y la enseñanza de la historia. BIBLIOGRAFÍA BÁSICA • • • Carrillo, Carlos A. (1998), “Indicaciones acerca del estudio de la historia”, en Cero en Conducta, año XIII, núm. 46, octubre, México, Educación y Cambio, pp. 67-71. Domínguez, Jesús (1989), “¿Para qué enseñar historia?”, en La enseñanza de las ciencias sociales, Madrid, Aprendizaje/Visor, pp. 36-43. SEP (1994), Plan y programas de estudio 1993. Educación Secundaria, México, pp. 97-103. SUGERENCIAS DIDÁCTICAS 1. Leer los textos de Carlos A. Carrillo e inferir, a partir de los conocimientos adquiridos con el estudio de los temas de los bloques anteriores y del curso Introducción a la Enseñanza de la Historia, qué tipo de concepciones –sobre la enseñanza y la historia– subyacen en el tipo de enseñanza que describe Carrillo. 2. En equipo, seleccionar una o varias clases de historia observadas en la escuela secundaria y analizarlas, tomando en cuenta el tipo de información y las actividades realizadas por el maestro y los alumnos. Información que se manejó en la clase. (Recuento de datos acerca de un hecho, anécdotas, análisis de causas, presentaciones de una versión, mención a otras interpretaciones.) Forma en la que se presentó la información sobre el tema. (Exposición por parte del maestro, exposición con uso de preguntas y diálogo con los alumnos, lectura del libro de texto, dictado.) Actividades que se realizaron con la información. (Análisis, formulación de explicaciones, cuestionarios cerrados, escritura de puntos de vista propios, debate.) Reacciones de los alumnos durante la clase. (Interés, involucramiento en el estudio del tema, indiferencia.) a) b) c) d) • • • • • • Posteriormente, con base en el análisis, contestar las siguientes preguntas: ¿Cuáles fueron los propósitos específicos reales de la clase? ¿Qué coincidencias o discrepancias existen entre éstos y los que explícitamente se persiguen al tratar el tema? ¿A qué tipo de contenidos se le dio mayor importancia en la clase? ¿Qué habilidades ejercitaron los alumnos? ¿Qué actitudes ante el conocimiento histórico? ¿Qué concepción de la historia se manifiesta en esta forma de trabajo? 10 3. • • • • Realizar las siguientes actividades con base en el texto de J. Domínguez: En equipo, comentar de qué trata el texto y elaborar una reseña de su contenido. Según el autor, ¿qué justifica la enseñanza de la historia a niños y adolescentes? Citar ejemplos específicos y fundamentarlos. Identificar en el texto de Domínguez afirmaciones que muestren el conocimiento que posee el autor acerca de las características de la historia. Contestar en equipo la siguiente pregunta: ¿el texto de Domínguez podría haberse escrito sin contar con un dominio de las características de la historia?, ¿por qué? Leer sus conclusiones al resto del grupo. 4. Para establecer la relación entre las características del conocimiento histórico y la enseñanza se sugiere elaborar individualmente un cuadro a dos columnas. En la columna de la izquierda, escribir las características del conocimiento histórico y en la derecha, las implicaciones que tienen para la enseñanza. En plenaria, analizar algunos trabajos realizados y redactar conclusiones al respecto. 5. Escribir un ensayo acerca de la relación que existe entre el dominio de las características del conocimiento histórico y la enseñanza de la historia. 11 12 MATERIAL DE APOYO 13 14 HISTORIA ¿PARA QUÉ? El rechazo de la historia como mero afán de curiosidades no autoriza, sin embargo, a diluir su función cognoscitiva en la vorágine de las luchas sociales. Ya se sabe dónde suele desembocar la reflexión presidida por la idea – según la fórmula empleada por Chesneaux - de que “el estudio del pasado no es indispensable sino al servicio del presente”. Cuando se disuelve por completo la lógica propia del discurso histórico en los zigzagueos de la opción política inmediata, entonces no pueden extrañar ocultamientos, silencios y deformaciones: elementos triviales de información se vuelven tabú (el papel de Trotski en la revolución rusa, por ejemplo), áreas enteras del proceso social se convierten en zonas prohibidas a la investigación, falsedades burdas pasan por verdades evidentes de suyo, etc. El hecho de que el saber histórico está siempre y en todo caso conformado también por la lucha de clases, ya que “la ciencia se hace en la vida misma y por gentes que trabajan en ese momento… está ligada a través de mil sutilizas y complicados lazos a todas actividades divergentes de los hombres” (Febvre), no basta para simplificar las cosas y abogar por una historia convertida en apologética de una plataforma ideológica circunstancial como ocurre sin remedio allí donde la función cognoscitiva de la práctica teórica es anulada en aras de su función social en una coyuntura dada. II Durante largo tiempo la historia fue concebida como si su tarea consistiera apenas en mantener vivo el recuerdo de acontecimientos memorables según criterios que variaron en distintas formaciones culturales. La función de esta disciplina se limitó primeramente a conservar en la memoria social un conocimiento perdurable de sucesos decisivos para la cohesión de la sociedad, la legitimación de sus gobernantes, el funcionamiento de las instituciones políticas y eclesiásticas así como de los valores y símbolos populares: el saber histórico giraba alrededor de ciertas imágenes con capacidad de garantizar una información compartida. Casi desde el principio la historia fue vista también como una colección de hechos ejemplares y de situaciones paradigmáticas cuya comprensión prepara a los individuos para la vida colectiva. De ahí la antigua tendencia, ya mencionada, a solicitar de la historia que guíe nuestra acción. A finales del siglo pasado, sin embargo, ya aparecía como “ilusión pasada de moda creer que la historia proporciona enseñanzas prácticas para guiarse en la vida (historia magistral vital), lecciones de inmediato provecho para individuos y sociedades. Las condiciones en las que se producen los actos humanos son raras veces suficientemente semejantes de un modo a otro para que las “lecciones de la historia” puedan ser aplicadas directamente. Si bien, para indicar algunos nombres, Polibio y Plutarco escribieron a fin de enseñar, con el ánimo de ofrecer soluciones a las necesidades prácticas de las generaciones posteriores, esa idea pedagógica de la historia dio paso a otra concepción centrada en el supuesto básico de que la historia posibilita la comprensión del presente “en tanto – como la formulan Langlois y Seignobos _ explica los orígenes del actual estado de cosas”. En efecto, puesto que toda situación social es resultado de un proceso, ningún conocimiento de tal situación puede producirse al margen del estudio de sus fases de formación: el conocimiento de las circunstancias a partir de las cuales se gesta una coyuntura histórica es indispensable para captar las peculiaridades de ésta. Las entidades y fenómenos que se pueden discernir en el movimiento de la sociedad constituyen una realidad caracterizarle en términos de proceso y sistema. En tal sentido parece incuestionable una respuesta que se incline a favor de la primera opción en la alternativa presentada por Bloch: “¿habrá que considerar el conocimiento del periodo más antiguo como necesario o superfluo para el conocimiento del más reciente”? Se estaría tentado a creer que superflua es la pregunta misma por cuanto es impensable la inteligibilidad de un momento histórico fuera de los lazos que lo vinculan con los momentos precedentes. Sin embargo, los excesos del evolucionismo obligan a matizar la cuestión. Por ello afirma Marx que la estructura anatómica del hombre es la clave de la disposición orgánica del mono y no al revés como sería más fácil suponer. Dos planteamientos aparecen implicados en esta indicación: uno refiere al hecho de que en un nivel de complejidad no se encuentran los elementos suficientes para explicar un plano de mayor complejidad y otro subraya que la génesis de una realidad no basta para explicar su funcionamiento. Se entiende, en 15 consecuencia, por qué formula Bloch ese interrogante así como su reacción contra el mito de los orígenes. “La explicación de lo más próximo por lo más lejano a dominado a menudo nuestros estudios… éste ídolo de la tribu de los historiadores tiene un nombre: la obsesión de los orígenes… en el vocabulario corriente los orígenes son un comienzo que explica. Peor aún: que basta para explicar. Ahí radica la ambigüedad, ahí está el peligro”. Si bien para todo fenómeno social el conocimiento de sus orígenes es un momento imprescindible del análisis y un componente irrenunciable de la explicación, ésta no se agota aquí: saber como algo llegó a ser lo que es no supone todavía reunir los elementos suficientes para explicar su organización actual. Ninguna respuesta a las preguntas que hoy pueden formularse respecto a la situación presente es posible en ausencia del saber histórico. Mientras más confusa y caótica aparece una coyuntura dada, como es el caso de ésta que vive a comienzos de los años ochenta, más contundente es el peso de la investigación histórica en el esfuerzo por despejar tales caos y confusión. Guardar distancia conveniente para no extraviarse en la obsesión de los orígenes, no impide admitir que sólo es posible orientarse en las complicaciones del periodo contemporáneo a partir del más amplio conocimiento del proceso que condujo al mundo tal y como hoy es. Quienes participan el la historia que hoy se hace están colocados en mejor perspectiva para intervenir en su época cuanto mayor es la comprensión de su origen. Planteada así la función central de la historia, resulta claro que el estudio de los últimos cien años tiene más repercusiones que el de los siglos y milenios anteriores. Sin embargo, con más frecuencia de lo que pudiera creerse en primera instancia, aspectos fundamentales de la forma actual de la sociedad se entienden con base en factores de un pasado más o menos lejano. Tal vez por ello no tiene ningún empacho Febvre en escribir: “yo defino gustosamente la historia como una necesidad de la humanidad – la necesidad que experimenta cada grupo humano, en cada momento de su evolución de buscar y dar valor en el pasado a los hechos, los acontecimientos, las tendencias que preparan el tiempo presente, que permiten comprenderlo y que ayudan a vivirlo”. El impacto de la historia no se localiza solamente, por supuesto, en el plano discursivo de la comprensión del proceso social en curso. 16 Antes que nada impregnan la práctica misma de los agentes, quienes actúan en uno u otro sentido según el esquema que la historia les ha conformado del movimiento de la sociedad. La actuación de esos agentes está decidida, entre otras cosas, por su visión del pasado de la comunidad a la que pertenecen y de la humanidad en su conjunto. Los grupos sociales procuran las soluciones que su idea de la historia les sugiere para las dificultades y conflictos que enfrentan en cada caso. Por ello el saber histórico no ocupa en la vida social un espacio determinado sólo por consideraciones culturales abstractas sino también por el juego concreto de enfrentamientos y antagonismos entre clases y naciones. Pocas modalidades el saber desempeñan un papel tan definitivo en la reproducción o transformación del sistema establecido de relaciones sociales. Las formas que adopta la enseñanza de la historia en los niveles de escolaridad básica y media, la difusión de cierto saber histórico a través de los medios de comunicación masiva, la inculcación exaltada de unas cuantas recetas generales, el aprovechamiento mediante actos conmemorativos oficiales de los pasados triunfos y conquistas populares, et., son pruebas de la utilización ideológico – política de la historia. “Nuestro conocimiento del pasado es un factor activo del movimiento de la sociedad, es lo que se ventila en las luchas políticas e ideológicas, una zona violentamente disputada. El pasado, el conocimiento histórico pueden funcionar al servicio del conservatismo social o al servicio de las luchas populares. La historia penetra en la lucha de clases; jamás es neutral, jamás permanece al margen de la contienda” (Chesneaux) No es frecuente encontrar entre los historiadores una sensibilidad perceptiva de las implicaciones que tiene su actividad profesional en la vida social y política. Todo ocurre como si la evidencia empírica respecto a la omnipresencia del saber histórico en la vida cotidiana representara para la mayoría de los historiadores un motivo adicional que empuja a buscar el deslinde entre las preocupaciones académicas y las vicisitudes del contexto social. Sin embargo, tanto las clases dominantes en las diversas sociedades como los grupos políticos responsables del poder estatal, suelen invocar el pasado como fuente de sus privilegios. De ahí que, como sucede con muy pocas modalidades del discurso teórico, la historia es sometida a una intensa explotación ideológica. Si entre las cuestiones básicas a plantear, Pierre Vilar incluye “1° ¿Cuál fue, cual es el papel histórico de la historia como ideología? 2°¿Cuál es ya, cual podría ser el papel de la historia como ciencia”? ello se debe a que, en efecto, la historia se emplea de manera sistemática como uno de los instrumentos de mayor eficacia para crear las condiciones ideológico-culturales que facilitan el mantenimiento de las relaciones de dominación. El papel de la historia como ideología se eleva como obstáculo formidable para la realización del papel de la historia como ciencia. Aunque todas las formas del saber se desarrollan ligadas a reportes ideológicos que intervienen como vigor en la selección de temas y enfoque como en la utilización posterior de los conocimientos, en el eso de la historia la intervención de esos resortes ha sido decisiva. No se trata, claro esta de afirmar que la mera presencia de mecanismos ideológicos invalida por si misma la producción de conocimientos y anula la posibilidad de explicar el proceso social, pero si de admitir que la elaboración de una imagen del pasado esta demasiado configurada por los intereses dominantes en la sociedad. El Estado, por ejemplo, dispone de numerosos canales mediante los cuales impone una versión del movimiento social idónea para la preservación del poder político. “El control del pasado –escribe Chesneaux- y de la memoria colectiva por el aparato de Estado actúa sobre las “fuentes”. Muy a menudo, tiene el carácter de una retención en la fuente… secreto de los archivos, cuando no destrucción de los materiales embarazosos. Este control estatal da por resultado que lienzos enteros de la historia del mundo no subsistan sino por lo que de ellos han dicho o permitido decir los opresores… la ocultación es una de los procedimientos más corrientes en este dispositivo de control del pasado por el poder. El pasado es un importuno del que hay que desembarazarse.” Así pues, es tarea de la investigación histórica recuperar el movimiento global de la sociedad, producir conocimientos que pongan en crisis las versiones ritualizadas del pasado y enriquecer el campo temático incorporando las cuestiones suscitadas desde la perspectiva ideológica del bloque social dominado. III La progresiva madurez de las ciencias sociales y la integración de la historia en éstas acompañan el abandono de cierta tradición para la cual contaba la historia como un género literario. La investigación histórica también se a desfogado cada vez más del lastre que suponía la idea de que su tarea central consiste en dar preceptos prácticos para guiarse en la vida. Las formas del discurso histórico se apartan crecientemente de esas pretensiones didácticas y literarias. Resulta a un más complicado, sin embargo, liberar el saber histórico de las tendencias apologéticas. Las dificultades para eliminar esta carga provienen en buena parte del hecho de que el conocimiento del pasado tiene su punto de partida en el presente. La distinción misma pasado/presente es hasta cierto punto arbitraria: “la historia es una dialéctica de la duración; por ella, gracias a ella es el estudio de lo social, de todo lo social, y por tanto del pasado; y también, por tanto, del presente, ambos inseparables”. Son en buena medida los acontecimientos contemporáneos los que permiten profundizar en el conocimiento del pasado. El estudio del movimiento anterior de la sociedad se realiza a través del proceso en el cuál están inscritos quiénes investigan. No se trata de sostener la tesis del presentismo en el sentido de que toda la historia es “historia contemporánea” por cuanto cada generación construye su verdad acerca del pasado. La historia no sería entonces sino un conjunto de interpretaciones de validez relativa, adecuada cada una de ellas a la visión que en los sucesivos presentes se tienen del pasado. Las tendencias apologéticas se cubren, en definitiva, con el pretexto de que la historia necesariamente interroga por las cosas que sucedieron en tiempos anteriores a fin de ofrecer respuestas a los problemas de hoy. En la pendiente del pragmatismo inmediata el saber acaba teniendo validez según su conformidad con alguna finalidad circunstancial. Sin asumir compromiso alguno con las tesis relativistas, en cualquier caso es cierto que no sólo el conocimiento del pasado permite la mejor comprensión del presente sino también, de manera recíproca, se sabe mejor que investigar en el pasado si se posee un punto de vista preciso respecto a la situación que se vive. “El pasado nos resulta inteligible a la luz del presente y solo podemos comprender plenamente el presente a la luz del pasado. Hacer que el hombre pueda comprender la sociedad del pasado, e incrementar su dominio de la sociedad del presente, tal es la doble función de la historia” (Carr). El relativismo confunde el problema de los criterios de verdad del conocimiento histórico con la cuestión de los móviles que impulsan la investigación, el desplazamiento de las 17 preocupaciones hacia unas u otras áreas de la totalidad social, la preferencia por tales o cuáles temas, etc, La reflexión histórica aparece como una tarea urgida precisamente por las luchas y contradicciones que caracterizan a una época. La historia no se desenvuelve exclusivamente en virtud de sus vacíos de conocimiento y de la progresiva afinación de sus hipótesis explicativas, sino también empujada por factores extra teóricos salidos de la lucha social misma. El estatuto científico del discurso no está dado por su función en las pugnas contemporáneas, pero no se puede hacer abstracción de que la historia desempeña un papel destacado en la confrontación ideológica: las fuerzas políticas se definen también por su comprensión desigual y contradictoria del desarrollo de la sociedad. Los académicos que entienden su labor como algo aislado de toda responsabilidad política, no pueden evitar que el resultado de sus investigaciones tiendan a desdibujarse: esto es consecuencia natural de la separación forzada en que ese saber se produce. Como la recuerda Chesneaux, “la reflexión histórica es regresiva, funciona normalmente a partir del presente, en sentido inverso del fluir del tiempo, y ésta es su razón de ser fundamental”. Es sintomático que en una sociedad coexistan de modo conflictivo definiciones contrapuestas de su pasado. Ello tiene que ver sólo ni primordialmente con la inmadurez de la historia (como proyecto analítico con pretensiones explicativas y no de mero relato descriptivo) o con la pluralidad de modelos teóricos enfrentados: es también resultado de la división social y del consiguiente carácter fragmentario de lo que interesa a las diferentes corrientes recuperar en el pasado. La existencia de un sistema de dominación social implica en si misma formas diversas de abordar el examen de la realidad, incluido el movimiento anterior de ésta. Si, como señala Febvre, “organizar el pasado en función del presente: es lo que podría dominarse función social de la historia”, entonces no puede sorprender que compitan distintos modos de organizar el pasado. IV La función teórica de la historia (explicar el movimiento anterior de la sociedad) y su función social (organizar el pasado en función de los requerimientos del presente) son complementarias: el saber interactuar recibe sus estímulos más profundos de la matriz 18 social en permanente ebullición y, a la ves, los conocimientos producidos en la investigación histórica están en la base de las soluciones que se procuran en cada coyuntura. Esta complementariedad, sin embargo, no elimina las tensiones y desajustes entre ambas funciones. Así, por ejemplo, la prolongada discusión en torno al carácter nocivo o benéfico de los juicios de valor en el discurso histórico puede ser vista como índice de que tal complementariedad no carece de fricciones. Parece obvio que las interpretaciones históricas incluyen siempre juicios de valor y que ningún apego a la pretendida objetividad del dato anula el peso de los esquemas ideológicos en la narración explicativa, La tendencia a reunir los juicios de valor para preservar una supuesta pureza científica y evitar la contaminación de los ingredientes ideológicos. Exhibe incomprensión seria de cuáles son los modos en que interviene la ideología en la producción de conocimientos. Ahora bien, ¿se justifica sin más la antigua tradición según la cuál junto con su tarea informativo-analítica la historia esta obligada a juzgar los acontecimientos y sus protagonistas, o sea, acompañar la descripción y explicación del proceso de sentencias laudatorias o reprobatorias elaboradas desde criterios morales, nacionales o partidarios?. Cierta orientación positivista insistió tanto en la neutralidad e imparcialidad propias de la ciencia que, cómo reacción justificada ante esta actitud pueril, se da con frecuencia una respuesta plenamente afirmativa a la cuestión anterior. Sin embargo, no solo las pretensiones de neutralidad son un obstáculo para el desarrollo de la ciencia histórica. También entorpece este desarrollo la manía de enjuiciar allí donde hace falta explicar. “por desgracia a fuerza de juzgar, se acaba casi fatalmente por perder hasta el gusto de explicar. Las pasiones del pasado, mezclando sus reflejos a las banderías del presente, convierten la realidad humana en un cuadro cuyos colores son únicamente el blanco y el negro” (Bloch). Algunos se muestran inclinados a creer que centrar el esfuerzo teórico en sus propósitos explicativos (incluyendo, si es preciso, la preocupación por el matiz) es un prurito intelectual del que ha de prescindirse para todo fin práctico. Esta creencia se apoya en la idea de que la función social de la historia exige una dosis de maniqueísmo y obliga, por ende, a identificar responsables (tanto culpables como héroes) de la marcha de las cosas. El problema no radica, pues, en la permisible comisión en un mismo discurso de argumentos explicativos y juicios de valor, sino en el desplazamiento del discurso histórico de un campo problemático presidido por la pregunta ¿por qué? a otro donde el interrogante clave es ¿quién es el culpable? o, en su caso, ¿quién es el Mesías? Es mucho más fácil centrar el examen del proceso social en un núcleo apologético o denigrativo que buscar en serio las causas inmediatas y profundas de los fenómenos históricos. Se puede localizar en el acervo de la historia, sin ninguna dificultad, una abrumadora cantidad de ejemplos de textos en los que el análisis es sustituido por la glorificación o satanización de un personaje. Esta actitud no puede menos que empobrecer la función teórica de la historia. Por ello se pronuncia Febvre contra el historiador-fiscal y señala que “ya es hora de acabar con esas interpretaciones retrospectivas, esa elocuencia de abogados y esos efectos de toga… no, el historiador no es un juez. Ni siquiera un juez de instrucción. La historia no es juzgar; es comprender - y hacer comprender”. Si la manía de enjuiciar deriva con facilidad en un obstáculo adicional para la explicación histórica, ello se debe a que tiende a ocultar la constitución del mundo social: un proceso formado por numerosos subprocesos articulados entre si. Los juicios de valor inhiben la recuperación de las luchas, sacrificios, forcejeos y contradicciones que integran el movimiento de la sociedad y borran todo con la tajante distinción entre los principios del bien y el mal. El achatamiento del esfuerzo explicativo generando por la propensión a juzgar limita la capacidad de pensar históricamente. Sí, como le gusta recordar a Vilar, no se puede “comprender los hechos” más que por la vía de “pensarlo todo históricamente”, entonces es preciso ir más allá de la simple localización de aciertos y bracazos en la actividad de los hombres, para encontrar en los componentes económicopolíticos e ideológico- culturales de la totalidad social la explicación, incluso, de éstos aciertos y fracasos. Los juicios de valor son inherentes a la función social de la historia pero ajenos a su función teórica. Un aspecto decisivo del oficio de la historia consiste, precisamente, en vigilar que la preocupación por la utilidad (político-ideológica). Del discurso histórico no resulte en detrimento de su legitimidad (teóricas). 19 LA HISTORIA Y LAS CIENCIAS SOCIALES EN EL SIGLO XX LA EVOLUCIÓN DE LA PROFESIÓN HISTÓRICA Desde el siglo XVI asta mediados del siglo XIX, la historia se volvió cada vez más popular como campo de investigación, de actividad literaria y formación cultural, y desde Guiccardini, pasando por Raleigh y Clarendon, hasta Gibbon, Voltaire y Macaulay, surgieron algunas de la obras más, perdurables e interesantes de historia narrativa que jamás se hayan escrito. 1 Estos libros constituyeron elementos esenciales para la creación de la alta cultura de su tiempo, en el sentido en que se suponía que cualquier hombre que se dijera culto y refinado precisaba haber leído y asimilado sus contenidos. Al mismo tiempo se suponía que un hombre culto debería estar familiarizado, aunque solo fuera por medio de traducciones, con los grandes historiadores clásicos como Tucidides, Suetonio, Libio, Plutarco y Tácito. En esa época, la historia gozaba de generar aceptación como parte esencial de una educación digna de un caballero y esto por tres razones principales. La primera es que se le consideraba un a fuente de formación moral, una especie de cuento en la que se demostraba como, gracias a la benéfica providencia de Dios, la virtud triunfaba sobre el vicio. Esta tranquilizadora teoría fue fríamente ignorada por Maquiavelo en el príncipe en el siglo XVI, y brutalmente satirizada por Voltaire en Cándido en el XVIII, pero al parecer ninguna de estas obras influyó mucho sobre la conciencia pública. Existe, por consiguiente, un gran hiato entre la actitud de las generaciones pasadas con respecto a las lecciones morales de la historia y la que se tiene en nuestros días, cuando se da por 1 Las notas de pie de pagina se han limitado a citas directas o a ulteriores desarrollos del argumento. Los autores y trabajos de ellos a que se alude en el texto son bastante bien conocidos para requerir de documentos. Estoy muy agradecido con los estudiantes y los miembros del cuerpo docente del seminario de Princeton conducido por mí y por el profesor Arno J. Mayer, en discusión con los cuales los argumentos de este ensayo se han modificado y asendrado a través de los años. Estoy extremadamente agradecido a lo agudos y pertinentes comentarios con respecto aun penúltimo borrador por parte de mi colega y amigo, el profesor Robert Darnton, quien me libro de incurrir en muchos excesos y errores. En lo que se refiere a aquellos que aun persisten. Soy el único responsable. 20 sentado casi de manera axiomática que son los perversos quienes prosperarán, y que la mayoría de los hombres que detentan puestos de poder político son egoístas, y quizá hasta paranoicos corruptos mucho más interesados en promover sus propias carreras que en servir al bien común. Esto constituye un enfoque completamente diferente sobre los objetivos, la talla y los logros de los principales protagonistas políticos, con respecto al que prevaleció de manera general hasta antes de la primera mitad del siglo XIX. (En segundo lugar, la historia era una excelente fuente de solaz que proporcionaba un tipo de narración más cautivante, intrigante y significativa que las prolijas y artificiosas novelas de amor y de aventuras de la época) Una verdad sobria y manifiesta, tal como la que los historiadores narraban con elegancia, se consideraba de mayor interés que las elucubraciones llenas de imaginación de escritores ingeniosos. Finalmente, se pensaba que la historia era una invaluable fuente de enseñanza para los adolescentes, ya que los aleccionaba sobre la naturaleza del hombre y del poder político. Siendo ésta su índole, su lectura era imprescindible para los hijos de las élites, que reciban su educación en casa, en academias, o en las universidades con miras a ocupar puestos de importancia política en el futuro. Resulta posible obtener un enfoque esclarecedor sobre la naturaleza y el alcance de la historia tal como se le consideraba en 1850, justamente al final de esta prolongada fase de diletantismo, y antes de que se convirtiera en una profesión en sentido estricto, ejercida casi exclusivamente por especialistas de tiempo completo dentro de las universidades. El testimonio lo encontramos en el discurso inaugural pronunciado en 1818 por el Regius Profesor* de Historia de la Universidad de Oxford, H.H.Vaughan este tuvo una carrera trágica y extremadamente estéril y en su producción poco o nada se halla de valor permanente, pero tuvo una visión de lo que la historia debería ser, la cual tiene una considerable significación historiográfica hoy día, la cuestión principal que cualquier historiador debe abordar, según Vaughan, es el “Hacer patente las transformaciones críticas con respecto a las condiciones de la sociedad”. Debe advertirse que aquí se pone énfasis sobre las transformaciones, no sobre una descripción estática, y que la naturaleza de los * Regios Profesor es un profesor que ocupa una cátedra instituida por dádiva real en las universidades de Oxford o Cambridge. (T.) cambios históricos no está definida como recurrente o periódica, como sucede en las ciencias naturales o sociales, si no como crítica y, por consiguiente, probablemente única. Vaughan describió en términos muy generales el tema de estudio de la historia, abarcando en él aspectos históricos de índole popular, social y cultural, de un modo tal que ganaría la aprobación de los más recientes entre los “ Nuevos” historiadores de hoy día “Existen instituciones, leyes, costumbres, gustos, tradiciones, creencias, convicciones, magistraturas, festivales, pasatiempos, al igual que ceremonias y otros elementos similares de organización social, que son discernibles, tanto lógicamente como de hecho, de las condiciones de cierta unidad nacional”. La definición de Vaughan sobre el contenido de la historia fue mucho más allá, por lo tanto, de la evolución política del Estado- nación, comprendiendo en si el más amplio margen posible de fenómenos socioculturales. De hecho, abandonó los causes establecidos para expresar un considerable escepticismo acerca de la labor histórica realizada exclusivamente en términos institucionales, aduciendo que tal enfoque proporciona una orientación muy engañosa que debería modificarse con el tiempo. Las instituciones, escribió, “conservan su nombre, pero cambian sus cualidades, o bien, no obstante mantener el tipo de su estructura original, ejercen poderes completamente nuevos, únicamente bajo tales condiciones llegan a ser verdadera, activa y saludablemente permanentes”2. Esto mismo fue lo que estableció Walter Bagehot en su clásico estudio acerca de la constitución inglesa, publicado menos de veinte años después3. Las cualidades de un buen historiador según Vaughan son tres: la primera se refiere al “principio de atracción por los hecho” – dicho de otro modo, a una apasionada curiosidad con respecto al pasado, lo mismo que a una infinita capacidad para ahondar esmeradamente en mohosos archivos con el fin de desenterrarlos - . la segunda consiste en tener “instintos más o menos definidos sobre ciertas expectativas dicho de otro modo, en disponer de ciertas instituciones preconcebidas que deberán verificarse contra los hechos registrados - . esta es una postura que resultará, pero que durante los 2 Edward G. W. Bil, universiti reform in nineteenth – Century Oxford: A study of Henry Halford Vaughan, 1811 – 1885, Osford, 1973 pp. 69 – 72. 3 Walter Bagehot, the Ingless, Costitutión, Londres, 1867 subsecuentes cien años de escribirse esto se consideró como el anatema del historiador profesional. La tercera consiste en “hábitos de rápido reconocimiento” – el don intuitivo de seleccionar los detalles significativos en medio de una masa caótica de documentación. Si es posible considerar a Vaughan como alguien completamente tradicional en su interpretación de la función del historiador tal como esta se concedía a mediados del siglo XIX, y de hecho hay indicios de que si lo era, en ese caso el tema de historia abarcaría un amplio margen de experiencia humana – política, religiosa, intelectual, social, ritualista y cultural - , y debería estudiarse combinando formulaciones teóricas previas con la más rigorosa atención a las pruebas registradas acerca de las circunstancias concretas y particulares. Esta es la razón por la que las obras de los eruditos del siglo XIX, como burckhardt, siguen siendo estimulantes y de una extraordinaria frescura para los estudiosos un siglo después de haber sido escritas. Los historiadores de esa época aun se hallaban inspirados por una infinita curiosidad, y el margen de sus intereses era ilimitado. Es esto lo que de manera inmediata los hace tan atractivos para los otros hoy día. Entre 1870 y 1930, la historia se convirtió en una disciplina profesional autónoma por derecho propio. Se crearon en las universidades departamentos independientes para su estudio, al tiempo que se instituyeron programas de doctorado, para la preparación y la acreditación de futuros profesionales, constituyéndose además asociaciones profesionales. Mientras tanto, el tema fundamental del quehacer histórico, bajo la influencia del nacionalismo liberal burgués de la época, se definió como la evolución administrativa y constitucional del Estado – nación, a la vez que de las relaciones militares y diplomáticas entre los Estados de esta índole. Se establecieron oficinas nacionales de registro, y los documentos básicos referentes a estás cuestiones se catalogaron por fechas y se pusieron a la disposición de los eruditos sin cargo alguno. Así los problemas, los métodos y las fuentes quedaron bien establecidos por 1900, y el monumento que vino a coronar este grandioso desarrollo de la profesión fueron los abultados volúmenes de la Cambridge Modern History. Resulta claro de estos volúmenes que la evolución profesional de la historia y la definición de su propósito habían hecho enormes progresos, pero no obstante los logros se habían alcanzado únicamente aun costo muy elevado. Aquel empeño exhaustivo 21 por abarcar todo campo histórico, que había sido tan generosamente abrazado por H. H. Vaughan y otros a mediados del siglo pasado, se veía ahora drásticamente reducido, en parte debido a la decisión deliberada de los historiadores, y además como resultado de la organización de las diversas profesiones dentro de estructuras departamentales, las cuales reclamaban ahora su sitio en el estudio del pasado y el presente del hombre. Entre estas quedaban comprendidas las ciencias sociales – antropología, sociología, psicología, economía, geografía humana y demografía – al igual que sub disciplinas históricas especializadas tales como la historia del derecho, la historia del arte, la historia de la educación y la historia económica. En segundo lugar, la teoría del historicismo se hallaba en un momento de triunfo, y se creía seriamente que lo único que requería para establecer la Verdad era apegarse finalmente a los hechos recogidos de los archivos. La historia se encontraba libre de valores subjetivos. campo tan ampliamente especializado. Las páginas de los diarios publicados por organizaciones nacionales con carácter oficial, en donde quedaban representados los enfoques y los intereses de la élite profesional, tales como la American Historical Review, la English HIstorical Review la Revue Historique, se dedicaron casi por completo de 1920 hasta los 50º a material de esta índole: minuciosos escrutinios y refinamientos propios de una historia para anticuarios. La publicación de documentos simplemente por causa de no haber sido estos publicados con anterioridad, y la discusión reiterada hasta la sociedad acerca de las mismas cuestiones gastadas y trilladas. Revistas más especializadas, tales como los Annales Historiques de la Revolution Francaise, mostraron incluso un mayor grado de miopía en cuanto a sus intereses. los historiadores habían dejado de dirigirse al público culto; hablaban exclusivamente para un puñado de colegas profesionales. Los resultados de estos fueron tanto buenos como malos. Los buenos incluyeron el desarrollo de la narrativa de la historia política como una actividad talentosa y altamente profesional, basada firmemente en la investigación de archivos, que se apegaba a las más rigurosas normas de erudición académica y estaba sujeta a la formulación de técnicas paleográficas y diplomáticas especiales para la evaluación de la confiabilidad y significado de las fuentes documentales. Como profesión la historia había llegado a su mayoría de edad y había trazado satisfactoriamente las principales directrices de la evolución política, militar, constitucional y diplomática de las potencias occidentales más importantes durante los últimos mil años. Tanto los científicos en el campo social como el público culto en general, por consiguiente, comenzaron a acusar justamente a los historiadores de dedicarse con mente cerrada al hecho crudo especialmente al hecho único -, prescindiendo de toda teoría; de omitir lo irracional, como si Freud Nietzsche jamás hubieran existido, de manera que los hombres sobre quienes escribían no se presentaban únicamente con una racionalidad absoluta, si no como seres racionales de cierto modo muy limitado – homoeconomicus u homopoliticus, o bien homotheologicus, por ejemplo -; de abrigar enfoques muy ingenuos acerca de la objetividad histórica y la historia libre de valores subjetivos; de subestimar la importancia, aunque solo fuera como posibles opciones limitantes, de las condiciones económicas fundamentales, como si Marx jamás hubiera existido; de tener una comprensión poco rigurosa sobre la significación o los mecanismos de la estructura y la movilidad sociales; de contentarse con un análisis bidimensional de la política, sin profundizar en las fuerzas subyacentes; y de concentrarse en la actividad de las élites más pequeñas dejando de lado a las masas que la sustentan. Por otra parte, se ha visto, era innegable que el margen de preguntas formuladas y de métodos empleados se había se había restringido drásticamente. Como resultado de esto podía verse retrospectivamente como la siguiente generación de historiadores se dividió a principios del siglo XX en dos grupos, quedaron la gran mayoría inscrita dentro de la primera categoría. Estos eran eruditos que se contentaban con hacer elaboraciones a partir de los problemas y las técnicas establecidas por 1900, y con describir cada vez con mayor prolijidad y detalle sucesos y conexos, principalmente de índole política o administrativa, sin mostrar gran interés por relacionar dichos sucesos con lago mas, o por hacer significativos a círculos más amplios que no fueran el puñado de colegas insertos en un 22 El segundo y muy reducido grupo de historiadores, los cuales asumieron una reacción hasta cierto punto extravagante ante el empirismo cada vez más cerrado de sus colegas, se fueron hasta el otro extremo convirtiéndose en macro teóricos, ya sea visionarios con modelos globales respecto a la evolución humana, como Spengler o Toynbee, o bien hombres con un desempeño en un nivel inferior de generación teórica, como Turner o Bear. Lo que los mantenía unidos era su desprecio por la mayoría de sus colegas profesionales, los cuales se contentaban con pasar sus vidas dedicadas a un diminuto fragmento del basto mosaico, el cual se suponía que conformaría a la larga la base real para una historia política definitiva. Estos dos grupos, los buscadores de hechos y los macroteóricos, han sido brillantemente descritos por el profesor Emmanuel Le Roy Ladurie como los recolectores de frutas y los paracaidistas: los primeros hurgan en torno a si con las narices metidas en la tierra, a la búsqueda de algún prolijo y preciado hecho; en tanto que los segundos descienden en medio de las nubes, inspeccionando el panorama de toda la campiña, pero desde una altura tan elevada que no alcanzan a percibir con claridad nada en detalle. Mientras tanto, los científicos en el campo social se encontraban divirtiéndose también en dos grupos más o menos similares: por un parte, los investigadores de encuestas y los experimentadores, y por la otra, los constructores de modelos. Si alguien quisiera ser descortés, podría definir a los primeros como personas que dicen: “Ignoramos si lo hallado por nosotros es particularmente significativo, pero por lo menos es verdadero.” En tanto que los segundos vendrían a ser personas que dirían : “ Ignoramos si lo aducido por nosotros es verdadero, pero por lo menos es significativo.” Fueron los primeros quienes tendieron a predominar dentro de los vastos y extendidos dominios de las ciencias sociales en las universidades norteamericanas. Desafortunadamente, ninguno de los grupos tenía – ni tiene - mucho interés en o con respecto a las pruebas y a los métodos históricos. No reconocían la importancia de la historia para su trabajo, ni admitían la posibilidad de que cada individuo y cada institución estuvieran profundamente influidos por su pasado único. Desdeñaban la descripción cualitativa de conjuntos de sucesos únicos que caracterizaba en gran medida a la historia antigua, en parte debido a que tal particularismo empírico hacía imposible cualquier construcción comparativa de modelos, o incluso el desarrollo de hipótesis generales de mediano alcance, y en parte también porque los métodos empleados no eran capaces de proporcionar una prueba científicamente verificable. Como resultado de esto, el escepticismo con respecto al enfoque histórico se volvió común en las ciencias políticas, la antropología, la psicología y en muchas otras de las ciencias sociales. De este modo, la historia fue descartada como algo irrelevante por la mayoría de los economistas y los sociólogos, con unas pocas y notables excepciones como Joseph Schumpeter y Max Weber.4 Muchos de ellos especialmente los sociólogos, se apartaron aún más de los historiadores al escribir con un estilo casi deliberadamente anti literario, oscuro, ampuloso, repetitivo, verboso, y que además estaba atiborrado de una jeringonza u de neologismos carentes de significado, o bien de fórmulas algebraicas extremadamente complejas, lo mismo que de inextricables tablas estadísticas. Tal como Liam Hudson lo ha señalado.5 En medio del atrincheramiento de las ciencias, resulta posible transmitir las verdades una prosa que sea tan embrollada como evasiva. Pero ahí donde los cimientos no son tan sólidos, el estilo no sólo limita aquello que expresamos de manera natural, sino que es, en muchos aspectos importantes, la esencia misma de una expresión de esta índole. Este vicio ha prevalecido especialmente en la sociología, norteamericana, aunque ha habido y hay algunas excepciones muy honrosas como Robert K. Merton y C. Wrigth Mills, en tanto que son muchos los antropólogos que han escrito y escriben como los ángeles. La prosa del sociólogo norteamericano de mayor influencia. Talcote Parsons, es casi inescrutable para todo el mundo salvo para los aficionados, y existen indicios de que este estilo se está difundiendo actualmente a Francia e Italia. Ninguno de los grupos de científicos abocados al campo social mostraba mucho interés por lo hechos o las explicaciones concernientes a las transformaciones. Para el antropólogo, el tiempo quedaba detenido en el momento de hacer los apuntes referentes a su campo, y es probable que tuviera poco interés en investigar, además de no tener medios de hacerlo, si los fenómenos descubiertos por él se remontaban a un antiguo origen, o eran simplemente un adelanto muy reciente efectuado en el seno de la última generación. La psicología se halló atrapada por aserciones freudianas inverificables acerca del carácter 4 Elias H. Tuma. “New Approaches in Economic History and Related Social Sciencies”, Joumal of European Economic History, 3, núm. 1. primavera de 1974, p. 175. 5 Liam Hudson. The Cull of the Fact: A Psychologist`s Autobiographical Critque of his Discipline, Nueva York, 1972,p. 12. 23 central y la universalidad intemporales de ciertas experiencias humanas pertenecientes a la infancia. Freud postulaba un interminable drama repetitivo que implicaba los traumas del nacimiento y del destete, al igual que los traumas por control de las necesidades fisiológicas, la vergüenza y la culpa con respecto a la sexualidad infantil o infantilista, y el conflicto edifico con los padres – un ciclo inevitable que ahora sabemos que es históricamente, y probablemente también en sus aspectos teóricos, falso - . Estas son aserciones ligadas a un tipo de cultura, que bien podrían haber probado ser correctas en el caso de algunos miembros enfermos de la sociedad burguesa europea de finales del siglo XIX, pro que no son aplicables a la mayoría de las personas de casi todas las clases sociales en gran parte de las épocas anteriores, e incluso posteriores a ésta. Otra floreciente escuela de psicología fue constituida por los conductistas experimentales, que recopilaban datos extremadamente triviales acerca de las respuestas observables y su modificación bajo condiciones de tensión, tanto en seres humanos como en ratas. La sociología también quedó atrapada en una visión completamente estática de la sociedad, en parte debido a su devoción por la técnica de investigación de encuestas, y en parte por su adopción indiscriminada de la teoría funcionalista. De hecho, todas las ciencias sociales padecieron en alguna medida la enfermedad del funcionalismo. Según esta teoría, todas las normas de conducta y las instituciones deben tener cierta utilidad funcional para el mantenimiento del sistema social - y en caso de que esta función no sea patente, se recurre inmediatamente a la invención de una “función latente”, visible únicamente para el ojo experto - . don tres las razones por las que el historiador debe rechazar la teoría funcionalita se ésta se lleva hasta sus límites extremos (como frecuentemente ocurre). En primer lugar, todas las sociedades contienen en su interior instituciones vestigiales, las cuales son menos útiles para el mantenimiento del sistema de lo que un apéndice es para un individuo, pero que sobreviven debido a que han asumido por mí mismas una vida institucional casi independiente, que les permite sobrevivir a la aplastante evidencia de su difusión social. La iglesia el siglo XVI, la universidad de principios del siglo XVIII, o la prisión de este último siglo XX son casos ilustrativos a este respecto. De manera similar, los valores de todos los individuos se moldean y se fijan durante su infancia y su adolescencia, por lo que si tienen que vivir en épocas de rápidas 24 transformaciones, el bagaje de valores heredados que llevan consigo desde su juventud dejará de ser funcional y propicio para el mantenimiento del sistema. De hecho, lo más probable es que dicho bagaje conduzca a una aguda tensión intergeneracional, a protestas, e incluso a revoluciones. Cualquier sociedad dada, por consiguiente, conlleva una carga de instituciones y valores disfuncionales. En segundo lugar, muchas sociedades se hallan sujetas a ser hostigadas por ideologías nuevas y poderosas que amenacen con quebrantar la totalidad de sus marcos culturales, políticos y sociales. El cristianismo primitivo de finales del Imperio romano, el calvinismo de fines del siglo XVI y el marxismo – leninismo del siglo XX son ejemplos de esta. En tercer lugar, y esto es lo más importante de todo, el hombre es mucho más que un ente racional conservador de sistemas, por lo que hay muchos aspectos de su sociedad, su cultura, y sus instituciones que carecen de utilidad funcional. El hombre es entre otras cosas un animal lúdico - homo ludens - un buscador de placer, un amante de gozo estético, un jugador por excelencia, y por estas razones su ingenio crea un amplio conjunto de instituciones y de estructuras, tales como Las Vegas y Disneylandia, los estadios de fútbol y las cuestas acondicionadas para esquiar, los bares y los salones de baile, los jardines, los museos de arte y los teatros, los cuales tienen como propósito el divertir u no una función específica - a no ser que la diversión se defina como algo que conserva el sistema, y por consiguiente con un criterio funcional -. El hombre es también una criatura cuya vida está ordenada por una serie de símbolos y rituales que le dan sentido, y que no necesariamente tienen una significación funcional, como Victor Turner, Clifford Geertz, y otros antropólogos actuales se afanan por hacernos ver. Si bien aquéllos so profundamente esclarecedores con respecto a los niveles de significado más fundamentales de la sociedad, no manifiestan ineluctablemente una función. Finalmente, revolucionarios de la lingüística como Noam Chomsky, y de la antropología simbólica como Claude Lévi – Strauss, han sugerido que existen vastas áreas en el discurso y e n los rituales que carecen en absoluto de utilidad funcional, pero que son indicadores de procesos subyacentes de pensamiento que rigen la conducta, frecuentemente de una manera completamente irracional. Aun cuando se prescinda de gran parte de las exageraciones contenidas en estas hipótesis, no por ello puede decirse que no hayan asestado un duro golpe, probablemente moral, al funcionalismo. Si la historia y las ciencias sociales pudieran al fin deshacerse de esta perniciosa y obtusa camisa de fuerza con respecto a la interpretación, se hallarían más libres para explorar nuevos senderos más refinados para explicar las veleidades de la conducta humana. El resultado de estas tendencias de la historia y en las ciencias sociales durante el periodo de 1870 a 1930 fue que ambas terminaron por escindirse cada vez más. La historia se volvió más y más miope e introvertida, en tanto que las ciencias sociales se volvieron históricas cada vez en mayor grado. El resultado de esto fue la desintegración del estudio del hombre, con respecto a su pasado y su presente, en pequeñas parcelas definidas y fuertemente defendidas por límites departamentales profesionales. La objeción a una fragmentación de este tipo resulta obvia: la solución de un problema importante que implica a personas reales, no puede plantearse normalmente dentro de ninguno de estos límites académicos artificialmente construidos (ni incluso se si consideran varios). Los historiadores quedaron cada vez más aislados del acceso a un creciente margen de experiencia humana por causa de las nuevas disciplinas, situación que fue descrita con desesperanza por Carl Bridenbaugh en 1965 como “una tendencia cada vez mayor de abandonar la historia a los científicos en el campo social, los cuales se hallan culturalmente incluso más desvalidos que nosotros6 Los científicos en el campo social, por otra parte, quedaron encerrados en una total ignorancia, o un excesivo interés, con respecto al pasado: en un omisión de los efectos del condicionamiento histórico sobre cualquier situación, conjunto de creencias y ordenamientos institucionales existentes; en su falta de interés por los procesos de transformación, debido a la ausencia de modelos teóricos para abordar el problema del cambio en general; en su tendencia a escribir con una prosa intrincada y difícil; en su creciente obsesión por la cuantificación experimental o mediante encuestas, irreflexivamente aplicadas a los problemas más triviales, o por una macroteoría excesivamente embrollada. Las peticiones de sociólogos preocupados por la historia como 6 Carl Bridenbaugh en New Cork Times Book Review Section, 24 de enero de 1965. R. K. Merton, respecto a una mutua cooperación para la solución de problemas de medio alcance, permanecieron ignoradas en gran medida, tanto por los historiadores como por los científicos en el campo social. Por 1930 comenzó a cambiar la marea dentro de la profesión histórica, y durante los siguientes treinta años más o menos, se entabló una enconada contienda entre los “nuevos” y los “viejos” historiadores, que fue especialmente aguda en Francia, aunque se extendió también en Inglaterra y los Estados Unidos, que eran los otros dos centros principales de erudición histórica de la época. La contienda comenzó con el lanzamiento de la Economic History Review en Inglaterra (que en sus inicios abarcó la totalidad de la historia social y económica).7 La contienda fue larga y aguda; nos podríamos dar una idea de su intensidad considerando el título, el estilo y el contenido del libro de Lucien Febvre, Combats pour I`histoire.8 Alrededor de 1960 los “nuevos historiadores”, con su orientación sobre las ciencias sociales, habían capturado la imaginación y la apasionada fidelidad de los jóvenes más talentosos; y ya por 1976, en Francia y en alguna medida en los Estados Unidos, se habían convertido en una élite poderosa con control sobre los círculos académicos, logrando incluso infiltrarse finalmente en bastiones de la ortodoxia como la Sorbona y Hartad. En Inglaterra, Past and Present, una revista con ambiciones y objetivos similares a los Annales, comenzó una carrera ascendente y exitosa de popularización en 1960, para llegar a convertirse a finales de la década en su rival más seria el todo el mundo. Esta revista quizás ha ejercido mayor influencia en los Estados Unidos que en Inglaterra, ya que no obstante que algunos de los miembros de su consejo editorial se hallaban bien arraigados en Oxford, Cambridge y Londres, y a pesar de que muchos de ellos sustentan actualmente cátedras, estaban y siguen estando lejos de alcanzar un impulso decisivo con respecto al poder y al prestigio académico en estos importantes puestos de la enseñanza inglesa. No es casual el que dos de miembros del consejo editorial hayan emigrado desde entonces a los Estados Unidos, donde el alud de publicaciones periódicas fundadas en los 7 Para un brillante análisis sobre el desarrollo de Annales y de la escuela histórica que represente, céase J. H. Hexter, “Fernand Braudel and the Monde Braudelien…” Journal of Modern Histoty, 44, núm. 4, diciembre de 1972, pp. 480 – 541. 8 Lucien Febvre, Combats pppour I`histoire, 2ª, ed., París, 1965. 25 sesentas habla por sí solo acerca del triunfo de este nuevo movimiento, en tanto soplando el viento: Coparative Studies in Society and History; Jornal of interdiciplinary History; Journal of Social History; Computers and the Humanities; Historical Methods Newsletter; The History of Childhood Quarterly; Journal of Psycho – History, y Family History. En la sociología parecía haber indicios de un retorno similar a la historia, siendo la prueba más notable al respecto la difusión de traducciones al inglés, en los cincuentas y los sesentas y por primera vez, de quien fuera quizá el más grande de todos los sociólogos históricos, Max Weber. La traducción de Weber probablemente ejerció una mayor influencia sobre la labor histórica. en los sesentas, que cualquier otra influencia particular proveniente de las ciencias sociales, especialmente a causa de que ofreció una opción ante el determinismo económico vulgar de índole marxista, que por ese entonces estaba cayendo en descrédito en el ámbito histórico; lo mismo que ante las teorías marxistas sobre las clases sociales, cuya inaplicabilidad a gran parte de las sociedades premodernas estaba resultando patente; y ante las teorías marxistas vulgares sobre el cambio, que veían en la producción a la fuerza primordial capaz de generarlo en otros aspectos de la sociedad. Lo Que los historiadores aprendieron de Weber fue que los factores culturales, ideológicos institucionales no eran simples superestructuras, una tesis que se había vuelto cada vez más dudosa conforme progresaba la investigación. La traducción de Weber, al igual que un renovado interés por el joven Marx y por Émile Durkheim, vinieron a ser inmensamente estimulantes para los historiadores, incapaces de comprender el lenguaje del reconocido decano de la sociología norteamericana en boga, Talcott Parsons, o de utilizar provechosamente para sus propios fines lo poco que podían, asimilar de las teorías estructuralistas de éste. Por consiguiente volvieron con alivio a estos clásicos del siglo XIX y principios del XX. También entre los economistas se dio un renovado interés por la historia, aunque sólo fuera para recoger un mayor número de datos concretos con los que probar sus teorías. La consecuencia de esto fue un tremendo auge en la historia económica, mismo que se organizó de muy diversos modos y tuvo resultados significativamente diferentes según los diversos países. En los Estados Unidos, los historiadores de la economía estaban en su mayor parte vinculados a departamentos de 26 economía, más que a departamentos de historia. Esto les dio una firme orientación teórica y estadística con la cual interpretar y analizar sus datos. Por otra parte, cuando la economía norteamericana comenzó a interesarse por la macro econometría, los historiadores de la economía siguieron cumplidamente este camino, fascinante desde el punto de vista teórico, pero más bien estéril desde el punto de vista histórico, produciéndose resultados diversos. En Francia, los historiadores de la economía estaban vinculados a departamentos de historia y su interés primordial era la recopilación de datos, reunir cúmulos de información cuantitativa a largo plazo sobre precios, salarios, dinero, renta, producción per cápita, inversión de capital, comercio internacional, y otro tipo de variables económicas importantes. Los más destacados, como Henri See o Ernest Labrousse, usaron estos datos para volver a interpretar los grandes problemas históricos, pero otros, como los tradicionales historiadores de política a quienes ellos tanto despreciaban, tenían un mayor interés por acumular datos concretos, que por desarrollar modelos interpretativos. En Inglaterra, debido a cierta misteriosa peculiaridad de la historia administrativa, los historiadores de la economía tendieron a no vincularse ni a departamentos de historia ni a departamentos de economía, estableciéndose en departamentos de historia económica totalmente independientes e inevitablemente muy pequeños. Algunos de los miembros de estos departamentos provenían del campo económico, pero la mayoría de ellos se capacitaron como historiadores y siguieron los métodos empíricos normales de investigación, que tan profundamente arraigados parecen estar dentro de la cultura inglesa. A pesar de algunos brillantes logros al principio, lo mismo que una sólida producción de obras de elevadísimo nivel de erudición, es probable que el aislamiento administrativo, y en última instancia el aislamiento intelectual de los historiadores ingleses de la economía, con respecto a historiadores no abocados al campo económico y a economistas profesionales, los conduzca a la larga a la introversión y la esterilidad. Las páginas de la Economic History Review muestran hoy día claros indicios de un desarrollo de esta tendencia introspectiva. La demografía fue la ciencia social de mayor influencia en volverse hacia la historia ara robar sus teorías y ampliar su base de datos. Y precisamente los sorprendentes logros de la demografía histórica durante las últimas décadas, consecuencia de una fructífera interrelación entre demógrafos e historiadores profesionales, será lo que se examinará posteriormente. La ciencia social que más recientemente ha comenzado a mostrar interés, tanto por el pasado como por las transformaciones a través del tiempo, es la antropología, donde las investigaciones estáticas, de personas como Bronislaw Malinowski y Radcliffe Brown están siendo sustituidas por trabajos más refinados y de mayor raigambre histórica como los de Edward Evans-Pritchard, o más recientemente, por la novísima antropología simbólica de eruditos como Mary Douglas, Victor Turner Clífford Geertz. Unicamente a partir de los últimos cinco años, comenzando con la obra de Keith V. Thomas Religion and the Decline of Magic: Studies in Popular Beliefs in Sixteenth and Seventeenth-Century England (Londres. Weidenfeld & Nicolson, 1971), la antropología ha comenzado a tener un efecto importante sobre la profesión histórica, particularmente en 10 que se refiere al desarrollo de investigaciones acerca de religiones populares (por ejemplo las ceremonias de coronación y las funerarias, las festividades públicas y las manifestaciones grupales), o al folklore y a las formas y significados de las culturas populares. Mientras que la economía ejerció una gran influencia sobre la historia en 10s treintas, al tiempo que la sociología en los cincuentas, y la demografía en los sesentas, son estas formas más recientes de la antropología las que están atrayendo el mayor grado de atención por parte de algunos de los más jóvenes entre los historiadores de la actualidad. Los años decisivos en cuanto al viraje del interés de los historiadores hacia las ciencias sociales, al igual que de las optimistas expectativas respecto a que los científicos en el campo social volvieran a la historia, tuvieron lugar a finales de los sesentas. No es difícil proporcionar pruebas para esta aserción. Finalmente, después de mucho tiempo, se han admitido en las páginas de por lo menos os e las principales revistas oficiales, la Amerícan Historícal Review y la Revue Historique, artículos que suministran una clara prueba de los métodos y los problemas a que se abocan los historiadores influidos por las ciencias sociales (la English Historical Revíew ha mantenido hasta la fecha su tradicional y sectaria exclusividad). El segundo testimonio es la gran afluencia, en los departamentos norteamericanos de historia de misioneros pertenecientes a la gran escuela francesa de historiadores conocida vagamente como la "escuela de los Annales” (Por ser su publicación interna), o la "Escuela de la VI Sección" (llamada así por su afiliación institucional con la VI Sección de la École Pratique des Hautes Études de Paris). Habiendo comenzando con un programa de intercambio para visitantes, elaborado por el Princeton University History Department en 1968, la pequeña afluencia de huéspedes se ha convertido en la actualidad en una verdadera avalancha, y la profesión histórica norteamericana se está familiarizando profundamente con las personalidades y las obras de esta notablemente talentos a e innovativa escuela de investigación histórica. La tercera prueba viene a ser la transformación de los temas de las sesiones en la convención anual de la American Historical Association. En la actualidad, basta una mirada somera al programa para percatarse de que casi todos los proyectos que se llevan a cabo en los Estados Unidos tienen como tema central el problema de los oprimidos y los marginados -los esclavos, los pobres, o las mujeres , al igual que cuestiones referentes a la estructura y la movilidad sociales, la familia y el sexo, el crimen y las desviaciones, las culturas populares y la brujería, y difícilmente se hallará alguno que no emplee teorías sociales tomadas de la psicología, la sociología o la antropología, o que no recurra a la metodología de las ciencias sociales como en el caso de la cuantificación. La primera impresión no resulta, empero, totalmente exacta después e un examen más detenido, pero el cambio opera de 1965 a 1975 es sorprendente. Con exclusión de las sesiones sobre métodos de enseñanza, se registraron 84 sesiones en la convención de la American Historical Association, celebrada en Atlanta en diciembre de 1975. No menos de doce de estas 84 se refirieron a temas como la Mujer (8), la Familia (3), y el Sexo (1), sin mencionar seis talleres sobre la Historia de la Mujer. La sesión sobre Sexo incluyó temas hasta cierto punto esotéricos como "La sodomía y la marina británica durante las guerras napoleónicas" (es evidente que podría pensarse que éste no es precisamente uno de los aspectos históricamente más significativos de ese periodo europeo de crisis y levantamientos sociales). Los peligros de caer en modas extravagantes se hicieron patentes a partir de los contenidos de las sesiones en esta convención. El apoyo definitivo al nuevo movimiento se dio en 1966, cuando el Times Literary Supplement dedicó tres números completos a los "Nuevos caminos en la historia". Los artículos allí contenidos fueron de gran optimismo respecto 27 al nuevo milenio histórico en perspectiva, que se encontraba, al parecer, tan sólo al doblar la esquina, tan pronto como los historiadores anticuados abandonaran sus cátedras por jubilación o fallecimiento-o fueran quizás capaces de experimentar una conversión a la Nueva Luz-. Por ejemplo, Edward Shils, quien pasa la mitad del tiempo en Chicago y la otra mitad en Cambridge, Inglaterra, escribió con optimismo. En los Estados Unidos estamos siendo testigos de los primeros signos de una amalgamación entre la historia y las Ciencias sociales, en una época en que los eruditos han dejado de considerar legitimo el confinarse dentro de los límites de su propia sociedad, en tanto que los historiadores están comenzando a liberarse de las ataduras del historicismo. La consecuencia de esto. la cual se nos presenta actualmente de manera incipiente, es una ciencia social y una historia comparativa de gran erudición. Es el comienzo de una verdadera science humaine. Esta ambición, tan bien descrita por Shils, es muy noble y no se le debe ver con escarnio. Significa reunir a la historia con todas las ciencias sociales y las humanidades para crear de nuevo un campo único que nos permita estudiar los disertes acontecimientos de la experiencia humana pasada y presente: quiere decir remontarse de hecho a 1850, pero con todo el caudal de conocimientos acumulado en los últimos 125 años dentro de una amplia gama de diferentes disciplinas. LA INFLUENCIA DE LAS CIENCIAS SOCIALES Habiendo descrito los aspectos externos de la guerra civil y el exitoso triunfo de los revolucionarios dentro de la profesión histórica entre 1930 y 1975, es tiempo de definir con más exactitud cuál fue la contribución de las ciencias sociales al nuevo movimiento. En primer lugar, obligaron a los historiadores a hacer sus aserciones y presuposiciones, hasta ese momento inexpresadas y ciertamente inconscientes, más explícitas y precisas. A estos últimos les fue planteado el hecho de que su pretendida afirmación de carecer de tales aserciones no era más que una necedad engañosa. Después de todo, el pensamiento humano, "antes de ponerse su traje de domingo para los fines de su divulgación, es un asunto nebuloso e intuitivo: en lugar de una lógica transparente, encontramos en él una cocción burda y fragmentada de conceptos que se vislumbran a medias". Los 28 científicos en el campo social exigían que estos conceptos fueran traídos a la superficie y se expusieran a la vista de todos. Lo que se les pedía a los historiadores era que explicaran qué conjunto de aserciones y exactamente cuál modelo causal con respecto al cambió estaban usando cosas que la mayoría de ellos había tendido a evitar como si se tratara de la peste. Se les aguijoneaba también para que definieran sus términos con mayor cuidado. Los historiadores siempre han hecho uso de conceptos muy vagos y generales como "feudalismo", "capitalismo", "clase media", "burocracia", "corte", "poder" o "revolución", sin explicar con claridad exactamente qué entienden por ellos. Lo borroso de sus nociones ha llevado con mucha frecuencia a confusión, y es evidente hoy día, por ejemplo, que los dos debates más encarnizados y prolongados que registra la historiografía inglesa desde la segunda Guerra Mundial, acerca del ascenso o la decadencia de los hidalgos en el siglo XVI y comienzos del XVII, y su relación, seres que la hay, con la Revolución inglesa, y los prósperos o precarios estándares de vida' de la clase obrera a finales del siglo XVIII y principios del XIX, se debieron en todo caso y en gran medida a la incapacidad mostrada por todas las partes para definir sus términos con claridad. Como resultado de esto, quienes escenificaron los debates hablaban haciendo caso omiso en muchas ocasiones unos de otros, en lugar de confrontar los problemas directamente. Lo mismo es aplicable al gran debate acerca de los orígenes sociales de la Revolución francesa, que ha persistido agudamente durante los últimos veinte años, si no es que más. La tercera aportación de las ciencias sociales ha sido el refinamiento de las estrategias de investigación y la ayuda para definir los diversos problemas y cuestiones de manera particular, han señalado la necesidad de comparaciones sistemáticas en el tiempo y en el espacio, a fin de aislar aquello que es particular y único de lo general: la adopción de técnicas científicas de muestreo; y la conveniencia de usar otro grupo estándar además de aquel al que se esté sometiendo a examen, con objeto de hacer comparaciones y evitar sacar conclusiones falaces de ejemplos aislados. También han señalado ciertas pautas repetitivas y posibles explicaciones respecto a fenómenos como la brujería, los movimientos milenarios y las "grandes revoluciones". Su cuarta aportación importante es en metodología, en la evaluación de aserciones de sentido común y afirmaciones literarias mediante datos cuantitativos, siempre que esto sea posible. La cuantificación, allí donde se usa con discreción y sentido común, presenta muchas ventajas con respecto a métodos de verificación histórica más antiguos. En primer lugar, el material que usa son datos aparentemente precisos y verificables. Que deben descartarse o ratificarse sobre bases lógicas y científicas en lugar de recurrir a series selectivas de citas a partir de fuentes propicias. Como el doctor Samuel Johnson hacía notar en 1783: "Eso es, señor, lo bueno de contar. Todo aquello que antes flotaba confusamente en la mente adquiere certeza.'' Una discusión sobre la confiabilidad de las fuentes y la corrección del manejo estadístico se lleva a cabo necesariamente en un nivel intelectual más elevado que una mera controversia ingeniosa de carácter retórico o un intercambio de citas contradictorias. y esto es por sí mismo un gran adelanto historiográfico. Aunque el resultado pueda ser una lectura más árida, ésta será más esclarecedora al tiempo que generará -por 10 regular- menos animosidad. En segunc10 lugar, cualesquiera que sean sus méritos positivos, la cuantificación tiene virtudes negativas más contundentes. Con frecuencia puede destruir hipótesis infundadas que se basen en pruebas puramente literarias, o que estén sustentadas por prejuicios nacionales o personales. Para dar sólo dos ejemplos de esto, digamos que las teorías acerca de los benéficos resultados observados en los comienzos de la colonización española de México se derrumbaron por completo cuando las cuantificaciones demográficas revelaron que la población indígena había descendido de 25 a cerca de 2 millones, menos de cincuenta años después de que Hernán Cortés desembarcara por vez primera. Por otra parte. la teoría acerca de que una rápida movilidad geográfica constituía una característica especial de las áreas fronterizas abiertas de los Estados Unidos a finales del siglo XIX, fue rebatida al descubrirse que pautas similares de un movimiento constante eran observables en Boston, ciudad situada al este del país. En tercer lugar. la cuantificación hace que afloren las aserciones que deben .hallarse subyacentes, si es que los términos tienen algún significado, en el uso tradicional que los historiadores hacen de adjetivos como "más", "menos", "mayor", "menor", "creciente", "decreciente", etcétera. Tales términos no pueden emplearse en absoluto a menos que el autor tenga, suspendidas por amen algún lugar de su mente, ciertas cifras cuantitativas no expresadas en que apoyarlos. La cuantificación lo obliga a decirle al lector a qué se refieren dichos términos, y cómo se ha llegado hasta ellos. En cuarto lugar, la cuantificación le ayuda al historiador a esclarecer sus argumentaciones, por la sencilla razón de que el tratar de expresar ideas en términos matemáticos puede ser uno de los remedios más eficaces que jamás se hayan inventado contra el pensamiento embrollado. Pero puede ser también un medio para evitar pensar, y debería asimismo advertirse que la cuantificación aplicada a la historia presenta grandes y crecientes peligros y desventajas, hecho que examinaremos detalladamente hacia el final de este ensayo. La quinta y última aportación de las ciencias sociales a la historia ha sido proporcionar hipótesis que sean verificables contra los testimonios del pasado. Actualmente, en consecuencia. ninguno nos sustraemos al uso, cuando así conviene, de nociones como la revolución de mejores expectativas, el desencanto del mundo, el papel del carisma en la política, el valor de la "descripción grosso modo" como una forma de interpretación de la cultura, la importancia fundamental de un cambio de una burocracia patrimonial a una moderna, la alienación de los intelectuales, la crisis de identidad de los adolescentes, las diferencias entre status y clase, la familia de origen y la familia nuclear etc., que son teorías adoptadas de otras disciplinas científicas del campo social. Uno de los ejemplos más notables de las consecuencias tanto de la aceptación de factores determinantes y científicos del campo social con respecto a las posibilidades humanas, como de la adopción de una perspectiva comparativa que trascienda los limites nacionales, es el trabajo de Fernand Braudel El Mediterráneo y el mundo mediterráneo de la época Felipe II. Publicado por vez primera en francés en 1949, revisado y ampliado en 1966, y publicado finalmente en inglés en 1972-19731-éste es sin lugar a dudas uno de los trabajos individuales de historia de mayor influencia que hayan aparecido desde la segunda Guerra Mundial. Resulta significativo por dos razones. En primer lugar, pone especial énfasis sobre la geografía, la ecología y la demografía como los factores limitantes que establecen severas restricciones a toda actividad humana. En segundo lugar, se libera por completo de una perspectiva nacional y se orienta a través de la cuenca del Mediterráneo, considerando el tremendo choque entre el Islam otomano y la Cristiandad latina; que culminada en la batalla de Lepanto en 1571, como un todo global, sin intentar en ningún momento tomar partido. Comparadas con las vastas e inexorables 29 oleadas de malaria, la tala de bosques, la erosión del suelo, el crecimiento y el descenso demográfico, el traslado de lingotes de oro y plata, o la revolución en los precios, las acciones de emperadores como Felipe II parecen tener así una importancia sólo marginal en la evolución de las sociedades que se desarrollaron en torno al gran mar interior. Esto constituye un tipo de historia determinista y fatalista que resulta ajena tanto a los liberales que creen en el libre albedrío, como a los marxistas que creen en la evolución sociológica basada en transformaciones dentro de los modos de producción. Ninguno de estos grupos ve con buenos ojos este pesimismo pragmático basado sobre las férreas limitaciones del maltusianismo y la ecología. Considerado desde esta perspectiva, aquel deslumbrante fenómeno urbano que fue el Renacimiento italiano, aparecería como un gran lujo cultural que los recursos agrícolas y tecnológicos de dicha área simplemente no pudieron sostener. Con esto no se pretende aducir que el modelo de Braudel sea verdadero o falso, sino señalar únicamente el cambio radical en cuanto a la perspectiva histórica implicado en este tipo de nociones tomadas en préstamo de las ciencias sociales. En este punto sería necesario comentar cómo deberían los historiadores enfocarse hacia las misteriosas y diversas disciplinas de sus colegas científicos en el campo social. Para que el historiador obtenga de las ciencias sociales le que desea para sus fines, no requiere capacitarse prolongada y exhaustivamente en alguna o más de ellas. La actitud correcta del historiador ante cualquiera de las ciencias sociales no debería ser de un respetuoso temor frente al arcano galimatías de un alto nivel de generalización teórica y de complejas formas algebraicas. Debería introducirse en el campo más bien como un mero buscador en pos de una idea específica o de cierta información. No puede pretender dominar el campo, y no debería dejarse intimidar por el más necio de los proverbios que afirman conocimiento reducido es una cosa peligrosa. Después de todo, si esta sentencia fuera cierta y la tomáramos en serio nos veríamos obligados inmediatamente a abandonar por completo la educación secundaria, preparatoria y universitaria, puesto que por definición se trata de formas educativas superficiales. No hay nada de malo en hurgar en algunas de las ciencias sociales para tratar de hallar alguna fórmula, hipótesis, modelo o método que tenga una aplicabilidad inmediata a 30 nuestra propia labor, y que parezca poder ayudarnos a entender mejor nuestros datos, y ordenarlos e interpretarlos de una manera más significativa. Por supuesto, es de Importancia fundamentales e1egtr la teoría o el método adecuados, en lugar de aquellos que resulten incorrectos, pero esta elección no es fácil en vista de que no hay ninguna ciencia social que en la actualidad tenga un Modelo verdadero, así como debido al hecho de encontrarse todas ellas en un estado casi caótico y altamente primitivo. De hecho, en este momento alguno de ellas, principalmente la economía, la sociología y la psicología, parecen hallarse al borde de la desintegración y el hundimiento intelectuales. Por otra parte, esto deja al historiador en libertad para seleccionar lo que más le convenga. Puede adoptar nociones sociológicas de índole marxista, weberiana o parsoniana; o conceptos de la antropología social, cultural o simbólica; o de teorías económicas tan diversas como la clásica, la keynesiana o la neomarxista; o bien de la psicología freudiana, eriksoniana o junguiana. Lo mejor que puede hacer el historiador es seleccionar todo aquello que le parezca ser lo inmediatamente más esclarecedor y útil; considerar cualquier fórmula, modelo, hipótesis, paradigma o método muy por debajo de una verdad apodíctica; apegarse a la firme convicción de que cualquier teoría unilineal y monocausal para explicar un suceso histórico importante está destinada a ser falsa; y no aterrarse ante el refinamiento metodológico, especialmente en el caso de la cuantificación: de hecho, emplear todo el sentido común de que disponga para compensar su ignorancia técnica. Este es, y hay que admitirlo, un procedimiento peligroso. Cualquiera de las ciencias sociales es una frontera que se desplaza con rapidez, y con mucha facilidad el intruso de otra disciplina puede en su prisa tomar un conjunto de ideas o de herramientas que se encuentren ya superadas. Ignorar las aportaciones de las ciencias sociales es ciertamente fatal; tener. dominio sobre todas ellas, o incluso sobre una en particular, es a todas luces imposible. Usualmente, lo más que el historiador puede esperar alcanzar es la perspectiva general, y hasta cierto punto superficial, de los estudiantes universitarios que con entusiasmo se interesen en el campo. Por lo general, con esto es suficiente, y en efecto, debido a la proliferación y a la creciente especialización de las disciplinas que se ocupan del hombre, es lo más que puede esperarse. Empero, el historiador debe avanzar con cautela a través de estas áreas y no olvidar jamás las limitaciones que su ignorancia relativa le impone. Es ésta una ignorancia prescrita ineluctablemente por el enorme crecimiento con respecto al caudal de conocimientos, lo mismo que por su fragmentación en disciplinas herméticas y especializadas. LA NUEVA HISTORIA En primer lugar, organiza su material de una nueva manera; los libros se escriben siguiendo un orden analítico, no narrativo, y no es coincidencia que casi todos los trabajos históricos, considerados como relevantes en el último lugar de siglo. Hayan sido analíticos en lugar de narrativos. En segundo lugar, plantea nuevas preguntas; por qué las cosas ocurrieron de la manera en que lo hicieron y cuáles fueron las consecuencias, más bien que las viejas preguntas acerca del qué y el cómo. Es con objeto de resolver estas nuevas preguntas que el historiador está obligado a adoptar una organización analítica de su material. En tercer lugar, se ocupa de nuevos problemas, primordialmente en tres reas; todas ellas referentes ala relación entre el hombre y la sociedad en el pasado. La primera se refiere a la base material de la existencia humana, a las limitaciones impuestas por la demografía, la geografía humana y la ecología (que reviste un interés particular en Francia); a los niveles tecnológicos, los modos de producción y distribución económicas, la acumulación de capital, lo mismo que al crecimiento económico. La segunda comprende el enorme campo aún en expansión de la historia social. Ésta abarca el estudio de las funciones, la composición y la organización de toda una gama de instituciones que subyacen por debajo del nivel de aquellas encontradas en el Estado. nación, instituciones para la distribución desigual de la riqueza, el poder y el status; instituciones para la socialización y la educación, tales como la familia, la escuela y la universidad; instituciones de control social, tales como la familia, la policía, las prisiones y los asilos; instituciones de trabajo, tales como las empresas. los monopolios y los sindicatos; instituciones de gobiernos locales, tales como ayuntamientos, prebostes y maquinarias políticas de carácter urbano; e instituciones destinadas a la cultura y al ocio, tales como museos, galerías de arte, editoriales, ferias de libros, festivales y depones organizados. Más allá de las instituciones sociales, se localiza un interés intenso por los procesos sociales: por la movilidad ocupacional geográfica y social, tanto entre grupos como entre los individuos pertenecientes a ellos, y por las pautas cambiantes de distribución referentes a las tres variables fundamentales: riqueza, poder y status. Se están haciendo esfuerzos por investigar dicha movilidad -o su ausencia- en términos de conflicto o cooperación de grupo. Esto conduce a una búsqueda de las raíces sociales de los movimientos ideológicos o políticos, tanto entre los líderes de las diversas élites como entre las masas que los siguen, por ejemplo con respecto a los puritanos del siglo XVII, a los radicales políticos o religiosos del siglo XVIII, a los liberales del siglo XIX. o bien a los fascistas del siglo XX. La tercera área de actividad, la cual está creciendo rápidamente en importancia, consiste en una nueva clase de historia sociocultural. Esta asume la forma de análisis exhaustivos acerca de los efectos de los cambiantes medios de comunicación sobre la opinión pública, a través de la imprenta, la alfabetización y la divulgación subrepticia de literatura censurada; acerca de los vínculos de la alta cultura con su matriz política y social; acerca de la interacción bilateral entre la alta cultura y la cultura popular; y, finalmente, pero no por ello menos importante, acerca de la cultura de las masas semialfabetas, como un campo de estudio autónomo, y no meramente como una parte importante del creciente campo de la historia laboral. (La cuarta característica de la "nueva historia" es su nueva temática, a saber, las masas más bien que la reducida élite del 1%, o a 10 sumo el 2 %, cuyas gestas y escritos habían constituido hasta ahora la materia histórica por excelencia. Se ha dado un intento deliberado por romper con esta fascinación respecto a los detentadores hereditarios del poder político y religioso, los monopolizadores de la mayor parte de la riqueza de capital, y los consumidores exclusivos de la alta cultura. En su "Elegía sobre un cementerio de aldea" el poeta inglés Thomas Gray observaba: No se permita. . . a la grandeza escuchar con una desdeñosa sonrisa, Los escasos y simples anales de los pobres. Hasta muy recientemente, los historiadores habían mirado, en efecto, a los pobres con una "desdeñosa sonrisa", concentrando la mayor parte de su atención sobre los reyes y los presidentes, los nobles y los obispos, los generales y los políticos. Esta situación ha cambiado dramáticamente en las Últimas décadas, y algunos de los trabajos de historia 31 más importantes se han dedicado a las masas incultas, cuyos anales han resultado ser a través de su estudio ciertamente escasos, pero de ninguna manera simple. Trabajos de especialistas como Eugene Genovese sobre los esclavos en los Estados Unidos; de E. P. Thompson y E. J. Hobsbawm sobre la clase obrera en Inglaterra; o de Marc Bloch, Georges Lcfebvre, Gcorges Duby, PierreGoubert y Emmanuel Le Roy Ladurie sobre el campesinado francés, se reconocen generalmente como las principales obras clásicas de su generación. El reto, que de una manera o de otra ha sido en cierta medida afrontando satisfactoriamente desde el siglo XVI, es de qué manera hallar alternativas para la reconstrucción no únicamente de la experiencia económica y social, sino también de la estructura mental, los valores y la concepción del mundo de pueblos que no han dejado tras de sí ningún registro escrito sobre sus pensamientos y sentimientos personales: dicho de otro modo, el 99% de la totalidad de la raza humana que haya existido antes de 1940. El impulso para efectuar este viraje radical en la temática, provino indudablemente de la antropología y la sociología, pero las técnicas para ahondar en áreas tan oscuras de la experiencia del pasado han sido desarrolladas, y aún lo están siendo, independientemente por una serie de historiadores con. gran imaginación y dedicación, los cuales se han visto obligados a descubrir nuevos materiales en los que fundamentar su labor) Como resultado de todos estos adelantos, han surgido por lo menos seis nuevos campos importantes de investigación histórica, los cuales aún se encuentran en la heroica fase de exploración primaria y rápido desarrollo, y cuyos profesionales tienen la posibilidad de disfrutar, al igual que los científicos de la naturaleza, de 10 estimulante que resulta hacer retroceder año con año las fronteras del conocimiento fáctico y de la comprensión teórica. Se trata de campos que se hallan en la primera y explosiva etapa de la acumulación de conocimientos y formación de hipótesis. Uno de ellos es la historia de la ciencia, entendida tanto como un discurso interno y autónomo acerca del intercambio de ideas entre un puñado de hombres de genio, como una reflexión sobre los cambiantes tipos de cultura y sociedad en diversas épocas. El concepto de T. S. Kuhn sobre el paradigma científico y su modo de transformación, 10mismo que la labor de R. K. Merton 32 respecto a la sociología de la profesión científica, han venido a revolucionar el campo. El segundo campo es la historia demográfica, que se ha desarrollado como resultado del reconocimiento por parte de los demógrafos modernos del papel fundamental del tamaño y el crecimiento de la población, lo mismo que de los márgenes de edad, en la determinación de la gran variedad de aspectos que presenta la vida en el siglo xx. Esto ha traído como consecuencia un análisis exhaustivo de los registros demográficos del pasado, principalmente de material relativo a censos y registros parroquiales de bautizos, matrimonios y entierros, cuyos frutos apenas están comenzando a recogerse. Pero en la actualidad es evidente que por lo menos desde el siglo XVI, tanto la Europa Noroccidental como la América del Norte han experimentado como pauta única matrimonios muy tardíos e índices relativamente bajos de fertilidad. También resulta manifiesto que se han producido cambios notorios en cuanto al tamaño y las tendencias demográficas en el pasado, tanto en el grado de mortalidad como en los índices de fertilidad, los cuales se han combinado para formar una especie de pauta homeostática. Esto no invalida la hipótesis de una transición demográfica fundamental en el siglo' XIX, desde índices elevados de nacimiento y defunci6n hasta índices bajos en este mismo respecto, pero si modifica significativa mente su efecto y socava las primeras aserciones acerca de un mundo demográfico premoderno uniforme. El tercer campo es la historia de las transformaciones sociales, el estudio de la interacción entre el individuo y la sociedad que lo rodea. Esto ha implicado la identificación de grupos con un status social y las diversas clases sociales, distintos análisis acerca de las instituciones, las estructuras y los valores sociales, lo mismo que acerca de pautas de movilidad social grupal e individual. . El cuarto campo es la historia de la cultura de masas - de las mentalités (un término francés intraducible pero de inapreciable valor) -. Recurriendo constantemente a ideas antropológicas como su fuente de inspiración, este nuevo campo ha producido ya, en lo referente a los siglos XVI y XVII, trabajos tan notables como los de R. Mandrou sobre las creencias populares, N. Z. Davis sobre los rituales y los festivales, K. V. Thomas sobre la magia, E. Eisenstein sobre los efectos de la invención de la imprenta y la consecuente alfabetización, al igual que estantes enteros de libros y artículos sobre brujería; en cuanto al siglo XVIII, ha producido estudios como el escrito por Michel Vovelle acerca de la descristianización o el trabajo sobre la difusión de la baja cultura durante la Ilustración, de. Robert Darnton; y en cuanto al siglo XIX, el surgimiento de la cultura política de la clase obrera ha sido analizado por E. P. Thompson en lo que se refiere a Inglaterra, y por Maurice Agulhon y Charles Tilly, en lo que respecta a Francia. El quinto es la historia urbana, un campo que aún parece estar a la búsqueda de un problema de análisis. en vista de que se halla vagamente definido debido al hecho de que comprende todo lo que ocurre en las ciudades. En la actualidad es un área primordialmente cuantitativa en cuanto a su metodología, y tiene que ver con la geografía, la ecología, la religión, los valores sociales, la sociología. la demografía, la política y la administración consideradas en su carácter urbano. Finalmente, tenemos la historia de la familia, que también se halla actualmente en una fase explosiva, aunque todavía incoherente, de desarrollo. No abarca únicamente los límites demográficos que restringen la vida familiar, sino también los lazos de parentesco, las estructuras domésticas y familiares, los arreglos y los convenios matrimoniales, así como sus causas y consecuencias sociales y económicas, lo cambiante de los papeles sexuales y su diferenciación a través del tiempo, las actitudes cambiantes con respecto a las relaciones sexuales y sus prácticas, y los cambios en los vínculos afectivos que unen a los cónyuges, y a los padres con los hijos. Estos seis campos comprenden únicamente las que hoy día parecen ser las áreas más promisorias para una nueva' investigación. Pero hay por lo menos otras tres aspirantes que se podrían considerar. Nuevas formas de historia política, dependientes de análisis computarizados sobre toma de decisiones en listas de carácter legislativo y sobre la correlación entre el comportamiento popular electoral y variables culturales y sociales, han tenido hasta ahora un arranque más bien tentativo que prometedor. Ambos análisis \levan mucho tiempo y los frutos se observan muy lentamente. Además, el segundo, que depende del concatenamiento entre votaciones de distrito y votaciones de barrio con variables económicas, religiosas y étnicas, y de otra índole, reveladas en los datos de censos tomados en el siglo XIX, está sujeto a la "falacia ecológica", a la cual no es de ninguna manera fácil sustraerse. No es posible vincular sin más la información estadística sobre las características de un grupo que viva en un área geográfica dada, con el comportamiento político específico y eventual de un grupo particular, pero desconocido, de individuos en dicha área. La nueva historia política apenas ha logrado, por consiguiente, desprenderse del suelo, a pesar del exhaustivo y costoso banco de datos acumulado por el Inter-University Consortium for Political Research en Ann Arbor. Actualmente, la psicohistoria ha exigido con insistencia el que se le considere como un campo legítimo por derecho propio. Dicho campo puede asumir dos formas, de las cuales la primera 'se refiere al estudio de los individuos, de la influencia de la experiencia infantil y pueril sobre la estructura psicológica, y por lo tanto sobre la conducta y las acciones, así como al análisis de los líderes intelectuales o políticos en el pasado. Esto implica el profundizar en lo que viene a ser un periodo normalmente bastante oscuro en la vida incluso de hombres y mujeres sobre los que exista una extensa documentación, así como hacer ciertas aserciones teóricas acerca de los vínculos entre la experiencia infantil y la conducta adulta. Es sorprendente, al tiempo que desalentador, que el trabajo más relevante en esta área siga siendo uno de los más antiguos: Young Man Luther: A Study in Psychoanalysis and History (Nueva York, W. W. Norton, 1958) de Erik H. Erikson. La segunda forma de la psicohistoria se presenta como un estudio de la psicologia de grupos particulares. Dos de los libros de mayor influencia a este respecto son Centuries 01 Childhood: A Sodal Ristory 01 Family Life (Nueva York, Knopf, 1962) de Philippe Aries, y Slavery: A Problem in American lnstitutional and lntellectual Life (2a. ed., University of Chicago Press, 1968) de Stanley M. Elkins, los cuales se ocupan, respectivamente, de los niños y de los esclavos "Sin embargo, como se verá posteriormente en este ensayo, hay fuertes indicios de que la psicohistoria se está desarrollando a través de lineamientos a históricos y dogmáticos, con base en aserciones no probadas de las ciencias sociales con respecto a la naturaleza humana, que son totalmente independientes de la influencia de un condicionamiento cultural históricamente fundado. El dilema de si se debería incluir a la historia económica como uno de los campos que aún se encuentran en la etapa explosiva de su desarrollo, viene a ser un problema que todavía está sin resolver. Es indudable que la fase heroica y primera tuvo lugar aproximadamente entre 1910 y 1950, bajo la férula de eruditos como Frederic C. Lane, Thomas C. Cochran y John U. Nef, en los 33 Estados Unidos; M. M. Postan,]. H. Clapham y T. S. Ashton, en Inglaterra; y Marc Bloch y Henri Sée, en Francia. Estas personalidades, al igual que otras de igual relevancia pertenecientes a su generación, se hallan actualmente retiradas, o bien han fallecido. Por otra parte, los diarios profesionales y los libros a este respecto dan la impresión de que la mayor parte de la actual generación tiene como preocupación principal el terminar operaciones, llenar los hiatos fácticos, modificar hipótesis extremadamente simplificadas y en términos generales, remozar el campo. El nuevo impulso dado a este campo proviene de los estados centrales de los Estados Unidos, de la llamada "nueva historia económica", la cual se apega considerablemente a modelos econométricos formales y a refinadas y avanzadas elaboraciones matemáticas de economía pura. La medida en que esta "nueva historia económica" podría transformar y revivificar esta área es un problema sobre el que todavía hay mucho que discutir. Existen serias dudas acerca de hasta qué punto una historia contra fáctica, descrita por un critico como "si mi abuela tuviera ruedas sería un histórico camión greyhound", podría ser de utilidad práctica para los historiadores, a quienes concierne aquello que ha pasado, no aquello que pudiendo haber sucedido no ocurrió. Después de todo, es un hecho que los Estados Unidos construyeron, en efecto, ferrocarriles en lugar de atenerse al transporte marítimo de mercancías a granel. La historia contra fáctica es una útil ayuda metodológica para esclarecer el pensamiento con respecto a hipótesis históricas, pero hasta allí. Existen incluso dudas más serias acerca de si datos tan poco seguros, como aquellos que sobreviven hasta periodos tan tardíos como el siglo XIX, son lo suficientemente sólidos para constituir una base estable para las frágiles y refinadas superestructuras que los "cliometristas" -como ellos mismos gustan llamarse sienten placer en construir. No obstante el vértigo que causa el contemplar estas impresionantes construcciones, parece que no están tan sólidamente edificadas cuando se les somete a un examen crítico y detallado. Una de las dificultades de aplicar la teoría económica a la historia es que funciona mejor con problemas donde las variables son pequeñas y, por lo tanto, manejables; pero estos problemas son frecuentemente tan limitados que resultan triviales. Otra es que dicha teoría se refiere a un mundo donde la elección es siempre libre y racional, y jamás es deformada por prejuicios personales, predisposiciones de clase o poderes 34 monopólicos; pero este mundo nunca ha existido. Es notable que, con excepción de los análisis de comportamiento electoral y de listas, todas estas áreas queden comprendidas bajo la rúbrica general de historia mental, social o ecológica; que excepto en el caso de la historia de la ciencia y la psicohistoria individual, todas ellas se ocupen de las masas más que de las élites; que consideren el cambio principalmente en términos de largos periodos de tiempo, en lugar de periodos cortos; y que su marco de referencia tienda a ser más amplio o más reducido que el Estadonación. Con objeto de ocuparse de los problemas de estas nuevas áreas, los historiadores han adoptado toda una gama de nuevas técnicas, todas ellas tomadas en préstamo de las ciencias sociales. Una de éstas es la prosopografía, como los historiadores clásicos han dado en llamarla por mucho tiempo, o el análisis de línea de curso, como la denominan los científicos en el campo social. Esta es una herramienta fundamental para la exploración de cualquier aspecto de la historia social, e implica una investigación retrospectiva de las características comunes de un grupo de muestra de protagonistas históricos, mediante un análisis colectivo de un conjunto de variables uniformes acerca de sus vidas -variables referentes al nacimiento y la muerte, el matrimonio y la familia, los orígenes sociales, la posición económica y el status heredados, el lugar de residencia; la educación, el monto y las fuentes personales de ingreso y de riqueza, la educación, la religión, la experiencia en un oficio, etcétera -. Esta herramienta se usa principalmente para abordar tanto el problema concerniente a las raíces sociales de la acción política, como el de la estructura y la movilidad sociales. Los análisis referentes a las élites, que hasta hace poco constituyeron el objeto principal de tales investigaciones, tomaron relativamente poco en préstamo de las ciencias sociales, y puede decirse que la labor de eruditos como sir Ronald Syme y sir" Lewis Namier debió muy poco, si no es que nada, a Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca, y a otros teóricos del elitismo político. Los estudiosos de las masas, por otra parte, se han visto forzados - o bien han optado deliberadamente por ello - a seguir los pasos de los investigadores de encuestas, a ignorar el rico carácter evocativo de los análisis de casos individuales, ya limitarse a establecer las correlaciones estadísticas de una pluralidad de variables con respecto a una muestra de la población, con la esperanza de lograr ciertos resultados significativos. En la actualidad, esta técnica ha engendrado una serie de nuevos ramos subordinados, tales como la psefología, o el estudio del comportamiento electoral con base en una correlación de las pautas de votación observadas en el electorado mediante datos de censos, y el análisis de listas, un estudio del comportamiento electoral de los legisladores. El segundo método significativo es la historia local, el análisis profundo de una localidad, se trate de un poblado o de una provincia, en un intento por escribir una "historia total", dentro de un marco geográfico controlable, y al hacer esto esclarecer problemas más amplios con respecto a las transformaciones históricas. Los mejores trabajos a este respecto han sido producidos indudablemente por los franceses, como es el caso de Pierre Goubert y Emmanuel Le Roy Ladurie en lo tocante a provincias enteras, de Pierre Deyon con respecto a una ciudad en particular, y de Martine Segalen y Gerard Bouchard en lo referente a un poblado en especial. Empero, la historia colonial de Nueva Inglaterra ha sido revolucionada por estudios similares a cargo de Philip Greven, John Demos, Kenneth Lockridge, y otros, en tanto que la historia inglesa se ha visto enormemente enriquecida por la escuela de estudios locales ubicada en Leicester, especialmente por los trabajos de WilJiam G. Hoskins y Joan Thirsk. Los "nuevos" historiadores también han tomado en préstamo de las ciencias sociales toda una serie de nuevas técnicas, la mayoría de las cuales ya se han mencionado: la cuantificación. los modelos teóricos conscientes, la definición explícita de los términos, y una disponibilidad para ocuparse de tipos ideales y abstractos, lo mismo que de realidades particulares. La nueva herramienta que han tomado prestada es la computadora, la cual fue primeramente concebida para los científicos de la naturaleza, adaptándose y adoptándose después por los científicos en el campo social, mientras que actualmente se vuelve cada vez más un auxiliar bastante común para el historiador abocado a la investigación en estos nuevos campos. Por 1960, los historiadores obtuvieron repentinamente un libre acceso a esta máquina inmensamente poderosa, aunque obtusa en extremo, capaz de procesar enormes cantidades de datos a una velocidad fabulosa, pero con la condición de que éstos le sean presentados mediante categorías limitadas, con frecuencia más bien artificiales. y de que las preguntas se le formulen de manera muy clara, lógica y precisa. Quince años de variada experiencia con este tipo de máquinas han permitido que los historiadores puedan evaluarlas de una manera más amplia con respecto a sus aplicaciones potenciales y sus defectos reales. Cuando una computadora opera con grandes cantidades de datos, es capaz de responder más preguntas y evaluar un mayor número de correlaciones múltiples que las que cualquier mente humana podría manejar durante toda su vida. Pero lo que no le es posible es tolerar ambigüedades, por lo que exige que los datos se procesen en forma de paquetes precisos y ordenados mediante categorías claramente definidas. lo cual puede deformar ciertamente la complejidad y lo incierto de la realidad. En segundo lugar, la elaboración del material para la máquina lleva muchísimo tiempo, de manera que, en términos generales, en tanto que su uso incrementa enormemente el tamaño de la muestra y la complejidad de las correlaciones de variables, puede por otra parte frenar la investigación en vez de acelerarla. En tercer lugar, su uso impide el proceso de retroalimentación por el que el historiador piensa normalmente, y gracias al cual sus intuiciones son probadas por los hechos, al tiempo que éstos generan a su vez nuevas intuiciones. Cuando el historiador emplea una computadora, este proceso bilateral resulta imposible hasta el término mismo de la investigación, puesto que únicamente cuando la copia impresa se halla finalmente disponible, pueden conseguirse las claves para posibles soluciones a los problemas, y hacerse factible, por lo tanto, el que se generen nuevas ideas y nuevos problemas. Desafortunadamente, a veces ocurre que las omisiones, o el registro o la codificación incompleta de datos, impiden la posibilidad de obtener las respuestas a nuevos problemas que sean genera. dos en una etapa ulterior. Lo peor de todo es el tipo de atrofia de las facultades criticas que el simple uso de tarjetas perforadas parece traer consigo. Como el doctor L. Hudson señala: La mayoría de los científicos en el campo social que confían en tarjetas perforadas y en las computadoras, en la práctica parecen abandonar su poder de razonamiento, y en consecuencia, sus datos quedan casi sin excepción deficientemente analizados, o bien, analizados de una manera torpe y burda. Parecería como si el investigador se convirtiera de manera sutil en una criatura de la maquinaria de procesamiento de datos, y no al revés. El historiador. a pesar de su prolongada formación humanística, está su. 35 jeto a esta insidiosa y ruinosa deformación mental al igual que sus colegas en las ciencias sociales. La computadora es una máquina en cuyo uso elemental deberían en los sucesivo capacitarse la mayoría de los historiadores profesionales que se dedican a la investigación -un curso de seis semanas es suficiente a este respecto -, pero no debería empleársele como último recurso. Siempre que sea posible, se recomienda especialmente a los historiadores dados a cuantificar que trabajen con muestras más pequeñas y usen una calculadora manual. A pesar de sus innegables y extraordinarias virtudes. La computadora no es de manera alguna la respuesta a los ruegos del historiador social, como en algún momento se pensó que podría serlo. 36 LOS DIVERSOS CONTENIDOS DEL TÉRMINO «HISTORIA» Quizás el peligro más grave, en la utilización del término «historia», sea el de su doble contenido: «historia» designa a la vez el conocimiento de una materia y la materia de este conocimiento. Cuando decimos «historia de Francia», la entendemos como el conjunto de hechos pasados referentes al grupo humano organizado que lleva actualmente este nombre; pero también entendemos por tal nuestros manuales escolares corrientes. Dado que el pasado es pasado, es decir, no renovable por definición, se confunde para nosotros con 10 que nos ha sido transmitido. El conocimiento se confunde, así, con la materia. Así, cuando alguien escribe, como en la fábula: «La historia nos enseña... », se expresa como si el pasado hablara por sí mismo. De hecho, invoca una tradición. Sin embargo, la historia así entendida es una construcción de los que la han escrito en un grado mucho mayor a aquel en que la física es una construcción de los físicos, puesto que toda afirmación de éstos puede experimentarse, mientras que en historia, en el mejor de los casos -cuando existe «documentación »-, se puede verificar un hecho, no una interpretaci6n. «La historia no se repite». El físico puede decir, en presente condicional: «si hiciera esto, sucedería aquello», y puede verificar de inmediato la validez de su hipótesis. Por el contrario, si el historiador dice (en pasado condicional):«si se hubiera hecho esto, hubiera sucedido aquello», nada le permite probarlo. Como norma general se le aconseja abstenerse de ello. Pero, entonces, ¿no está condenado a constatar? ¿Tiene, pues, prohibido razonar? Esta cuestión le preocupa legítimamente, puesto que constatar no es un oficio enaltecedor,-mientras que sí lo es el de entender, explicar, con el fin de' poder actuar. El problema se plantea, pues, en estos términos: ¿de qué manera razonar sobre una materia en la que no se puede intervenir experimentalmente? Falta por saber a qué llamamos «intervenir», a qué llamamos «experiencia», y cuál es esta materia. Para abordar este problema, reflexionemos sobre otra fórmula familiar: «la historia juzgará... », se oye a menudo. Dejemos aparte el caso en el que se trata tan solo del aldabonazo final de un cartel electoral. Por otra parte, incluso así, el prestigio equívoco del término «historia» incita a algunas reflexiones. Pero enfrentémonos con un documento importante de nuestro tiempo: Fidel Castro tituló la defensa que él mismo pronunció ante el tribunal encargado de juzgarle por el intento de asalto al cuartel Moncada: «La historia me absolverá».A primera vista, este título parece adoptar el sentido clásico, es decir, banal, de la fórmula que da a la historia el papel de tribunal de apelación en asuntos políticos. Pero, pensándolo bien, incluso este sentido puede implicar otros contenidos. En efecto, «la historia me absolverá» puede significar en primer término: el tribunal va a condenarme, pero el recuerdo colectivo que se conservará del hecho acabará siéndome favorable. Y esta noción de «recuerdo colectivo» es otro aspecto del término «historia». Sin embargo, cae dentro de la misma crítica que hemos dirigido a la historia-tradición. El juicio' moral del recuerdo colectivo corre el riesgo de no ser en la realidad más que el de la historiografía dominante. Ahora bien, todo juicio moral tiene a su vez implicaciones políticas, que surgen a su vez de las luchas concretas, en especia] de las luchas de clases. Por ello, la mayor parte de las acciones y de los hombres que han desempeñado un papel importante han originado dos corrientes históricas opuestas, adversa una y favorable la otra. Y no debe excluirse que una causa triunfante llegue a eliminar toda la historiografía adversa. Así es como la tradición democrática burguesa, en Francia, ha exaltado 1789 y condenado a Robespierre, casi sin contradicción hasta Mathiez. Si Fidel Castro, poco tiempo después del fracaso de Moncada, no hubiera hecho triunfar la revolución cubana, su condena hubiera sido probablemente revisada, pero ¿cuándo? ¿Y por parte de quién? Sobre esto no caben sino hipótesis. Sólo tenemos una certidumbre: la revolución cubana se ha producido. La revisión del juicio no ha dependido, pues únicamente, de los hombres que escriben la historia. Ha dependido también de los que la hacen. Han sido «las cosas», como suele decirse, las que han «actuado» a favor de la previsión contenida en ]a fórmula. Lo que nos lleva a descubrir, en «la historia me absolverá», una nueva acepción más de la voz «historia». De hecho, el alegato que lleva este nombre 'consistía menos en demostrar que la rebelión de los 37 acusados era moralmente «justa» (aunque esto sea también importante), que en demostrar que era «justa» políticamente, a saber, en el sentido intelectual de la palabra. Frente a un sistema socio-político ya absurdo, la rebelión se presentaba como «necesaria», y por tanto como necesariamente victoriosa a más o menos largo plazo. Con ello el problema se plantea en los términos de la posibilidad de una Previsión inteligente de los hechos a partir de un análisis correcto de sus factores. La «historia» invocada no es ya entonces la historiografía escrita que «juzga» moralmente un acto o un hombre, sino la historia-materia, la historia-objeto que, con su dinámica propia, «zanja»un debate a la vez teórico y práctico, dando la razón, con los hechos, a quien ha sido capaz del mejor análisis. Me objetaréis que la historia así entendida es el mecanismo de los hechos sociales, no s610 pasados, sino presentes y futuros, lo que en materia de conocimientos constituye el tema de la sociología, y en materia de acción, el tema de la política. Pero ¿qué otra cosa se propone la historia que no sea, en el mejor de los casos, edi6car una sociología del pasado, y de forma frecuente -durante mucho tiempo la más frecuente--, reconstituir una política? En ambos casos está claro que la materia de la historia es la misma que la que tratan los sociólogos, y que la que manejan los políticos, por desgracia casi siempre de manera empírica. Hay entonces dos posiciones posibles: una consiste en encerrar al historiador precisamente en este terreno de lo empírico y lo incierto que por experiencia se atribuye a las decisiones y a los acontecimientos políticos. La otra consiste en empujarle, al contrario, hacia un análisis sociológico con la penetración suficiente para eliminar la apariencia de incertidumbre de la mayor parte posible de hechos sociales. La primera posición ha sido durante largo tiempo la de los historiadores positivistas, preocupados exclusivamente en hacer un relato exacto de los acontecimientos (políticos, militares y diplomáticos principalmente). Para algunos teóricos -o sedicentes teóricosla historia es todavía esto. Pienso en Raymond Aron, publicista internacional, sociólogo vulgar, en el sentido en que Marx hablaba, en el siglo pasado, de «economistas vulgares», es decir, más preocupados por la, propaganda ideológica que por la ciencia, pero cuya carrera se inauguró en 1938 con una Introducción a la filosofía de la historia, tOdavía hoy recomendada a veces como una 38 obra fundamental. De hecho, no se trata de una obra demasiado original puesto que resume las posiciones de la sociología alemana del medio siglo anterior, y da con ello una definición de la historia corriente hacia 1880. Citaré, sin embargo, sus axiomas principales -brillantes, por otra parte-, puesto que constituyen una excelente síntesis de toda .una corriente de pensamiento. «Para hacer revivir el pasado lo necesitamos no es una ciencia, documentos y nuestra experiencia.» que sino «La función de la historia es restituir al pasado humano los caracteres de la realidad política vivida actualmente; para esta tarea positiva bastan juicios probables y relativos. El sentido de la investigación causal del historiador consiste menos en dibujar los grandes rasgos del relieve histórico que en devolver al pasado la incertidumbre del futuro.» «La ciencia histórica, resurrección de la política, se hace contemporánea de sus héroes.» «El historiador es un experto, no un físico. No busca la causa de la explosión en la fuerza expansiva de los gases, sino en la cerilla del fumador.» Desde esta perspectiva, aunque se utilice el término «ciencia histórica» es evidente que se trata de una «ciencia» muy extraña, puesto que su función sería «restituir una incertidumbre ». Más bien nos sugiere una disciplina literaria que, gracias a la habilidad en descubrir documentos y al talento para trasponer experiencias humanas, «reanimaría el pasado», «resucitaría la política», a la vez que se abstendría de dibujar los grandes rasgos y de medir ]as fuerzas profundas, ciñéndose el historiador, por su oficio, a las «causas inmediatas», saber, al atentado de Sarajevo como «causa» de la guerra de 1914, o a la masacre del bulevar de Capucines como «causa» de la revolución de 1848. No juzgo, de momento, esta posición que, obviamente, no es la mía. Me limito a señalarla como una de las concepciones de la historia y del oficio de historiador que ha gozado durante mucho tiempo de aceptación y que a veces todavía goza de ella. El interés de los axiomas de Aron es 'otro. Basta con volverlos exactamente del revés para definir de la mejor manera posible otra concepción de la historia, progresivamente separada de las concepciones primitivas y de las limitaciones positivistas, anunciada por numerosos precursores pero netamente definida por vez primera por Marx y Engels, y convertida hoy -no sin resistencias, imperfecciones y contradicciones- en un campo científico que se empieza a cultivar. Al invertir las fórmulas de Raymond Aron no lo hago sólo por juego sino porque me parece instructivo buscar así. la expresión más clara de una actividad del historiador en vías de afirmarse como actividad científica. Allí donde Raymond Aron afirma: Para hacer revivir el pasado, lo que necesitamos no es una ciencia, sino documentos y nuestra experiencia..: La función de la historia es restituir al pasado humano los caracteres de la realidad política vivida actualmente; para esta tarea positiva bastan juicios probables y relativos... Yo propongo que se diga: El objetivo de la historia no es «hacer revivir el pasado », sino comprender. Para esto hay que desconfiar de los documentos brutos, de las supuestas experiencias vividas, de los juicios probables y relativos. Para hacer un trabajo de historiador no basta con hacer revivir una realidad política, sino que debe someterse un momento y una sociedad a un análisis de tipo científico. En lugar de decir, como lo hace Rayrnond Aron, el sentido de la investigación causal del historiador consiste menos en dibujar los grandes rasgos del relieve histórico que en devolver al pasado la incertidumbre del futuro... La ciencia histórica, resurrección de la política, se vuelve contemporánea de sus héroes, me gustaría decir: El sentido esencial de la investigación causal del historiador consiste en dibujar los grandes rasgos del relieve histórico, gracias a los cuales la incertidumbre aparente de los acontecimientos particulares se desvanece ante la información global de b, que carecían sus contemporáneos, y que nosotros podemos tener finalmente, en lugar de la sorprendente fórmula: El historiador es un experto, no un físico. No busca la causa de la explosión en la fuerza expansiva de los gases, sino en la cerilla del fumador yo afirmaría contundentemente: El historiador es un físico, no un experto. Busca la causa de la explosión en la fuerza expansiva de los gases, no en la cerilla del fumador. El análisis causal de la explosión de 1914 se centra en el imperialismo; no en el atentado de Sarajevo. Henos aquí ante dos concepciones diametralmente opuestas tanto de la historiamateria como de la historia-conocímiel1to. Para unos, la historia-materia es esencialmente el mundo de las decisiones políticas; para otros, es el conjunto de los mecanismos de la sociedad. Para unos, la historia-conocimiento es la explicación del hecho por el hecho; para otros, es la explicación del mayor número posible de hechos a través del estudio del juego recíproco de las relaciones entre los hechos de todo tipo. Es obvio que la existencia misma de concepciones tan opuestas, el doble sentido de la palabra «historia» -historia-materia e historia-conocimiento-, la forma equívoca y vaga con que se emplean frecuentemente uno y otro de estos sentidos, son motivos de peso para suscitar una cierta desconfianza. He recordado que Louis Althusser, epistemólogo marxista, _y que, por tanto, admite el materialismo histórico como ciencia posible, nos previene, sin embargo, contra la imprecisión del concepto de historia. El mismo -aunque quizá lo haga para subrayar esta imprecisión- utiliza en una misma frase la voz «historia» en varios sentidos (tres como mínimo). Al preguntarse si debe considerarse la obra de Marx como un todo, o bien considerar sus obras de juventud como etapas no características de su pensamiento, Althusser defiende esta segunda actitud escribiendo: Como si nos arriesgáramos a perder a Mane entero, abandonando, como él, su juventud a la historia, como si nos arriesgáramos a perder a Marx entero sometiendo su propia juventud a la crítica radical de la historia, no de a historia inmediata sino de la historia pensada, sobre ]a que é] mismo nos dio en su madurez no ]a verdad en el sentido hegeliano sino los principios de una inteligencia científica. Al principio de esta larga frase, en la que la palabra «historia» aparece cuatro veces, la expresión «abandonar algo a. la historia» parece significar: considerar este algo como superado, como desprovisto de interés para el futuro; y por fuerza reconocemos aquí el eco de las fórmulas corrientes «dejemos esto para la historia», «esto tiene únicamente un interés histórico», fórmulas que relegan espontáneamente las preocupaciones del historiador al almacén de las curiosidades y que hacen de la historia e! dominio de las cosas muertas, aunque sean cosas «gloriosas» (<<frases históricas», «monumentos históricos», actitudes pasadas a la historia). Sin embargo, en la frase de 39 Althusser, estas acepciones banales de la voz «historia» vienen inmediatamente seguidas, y contradichas, por un empleo más raro -y más marxista de la noción, en e! que se trata de someter un hecho –en este caso la juventud de Marx- «a la crítica radical de la historia». Ahora bien, como se añade: «no de la historia que iba a vivir, sino de la historia que vivía», es evidente que se trata aquí del conjunto de hechos que condicionan una vida humana, y, por consiguiente, de la historia-materia, de la historia-objeto, considerada como algo que ejerce por sí mismo una «crítica» sobre esta vida. Pero Alrhusser ha señalado en otra parte el peligro –ciertamente serio en muchos escritos marxistas- que supondría considerar la historia en sí misma, la Historia con H mayúscula, como una especie de personaje mítico emitiendo sus propios juicios, con lo que se podría prescindir de todo tipo de análisis. En un tercer momento Althusser invoca también la necesidad de una historiaconocimiento, no, «inmediata» sino, «pensada», la misma sobre la que Marx habría dado no la verdad absoluta sino «los principios de la inteligencia cien- , tífica». En esto coincide con el pensamiento del economista Joseph Schumpeter, que atribuía a Marx, como principal mérito, e! de haber sentado los principios de una «historia razonada».Si ahora clasificamos los sentidos que hemos visto atribuir a la voz «historia», sucesiva o simultáneamente podemos, en líneas generales, distinguir tres grandes concepciones de la historia-objeto, a las que corresponden naturalmente tres grandes concepciones de la historia-conocimiento: 1) . Para muchos, la materia de la historia es cualquier cosa pasada, y «saber historia», para algunos eruditos y para los juegos televisivos, consiste en memorizar el mayor número posible de estos hechos dispares. Luden Febvre evocó la irritación del historiador que se oye decir «por unas voces cándidas y cordiales: usted que es historiador debe de saber esto... ¿Cuál es la fecha de la muerte del papa Anacleto? ¿Y la del sultán Mahmud?». 2) Para otros, la materia histórica queda un poco mejor definida. 2s el terreno de los hechos «destacados», conserva- . dos 'por la «tradición», el «recuerdo colectivo», los relatos oficiales, debidamente controlados por los documentos y aureolados por el prestigio y el testimonio de monumentos y de los textos, de «las artes f las letras»,como se decía antaño. Conocimiento ya más elaborado, ni omisible ni despreciable, pero fundado en una elección de los hechos que no tiene nada de científica, y asaltado inconscientemente 40 por los prejuicios morales, sociales, políticos o religiosos, capaz en el mejor de los casos de proponer un placer estético a unas minorías y, en el terreno de los acontecimientos, de «hacernos revivir una incertidumbre». 3) Para otros, finalmente, la materia de la historia es también el 'conjunto de los hechos pasados, pero no sólo de los hechos «curiosos» o «destacados», puesto que, si bien se mira, los grandes rasgos de la evolución humana han dependido sobre todo de resultado estadístico de los hechos anónimos: de aque110s cuya repetición determina los movimientos de población, la capacidad de la producción, la aparición e las instituciones, las luchas secretas o violentas entre las clases sociales hechos de masas todos los que tienen su propia dinámica, de entre los que no se deben eliminar, pero sí redituar los hechos más clásicamente llamados «históricos»: incidentes políticos, guerras, diplomacia, rebeliones, revoluciones. Este enorme conjunto es susceptible de análisis científico como cualquier otro proceso natural, a la vez que presenta unos rasgos específicos debido a la intervención humana. La historiaconocimiento se convierte en ciencia en la medida en que descubre procedimientos de análisis originales adecuados a esta materia particular. ¿Es ya una ciencia? ¿Los ha descubierto ya? LAS ETAPAS DE LA HISTORIA COMO MODO DE CONOCIMIENTO Las incoherencias que hemos constatado en la utilización del término «historia» ¿son desalentadoras a este respecto? Merece la pena recordar que todas las ciencias se han elaborado a partir de interrogantes dispares, a los que se fue dando sucesivamente respuestas cada vez más científicas, con puntos de partida, saltos hacia adelante y retrocesos, pero nunca, como se dice hoy en día con demasiada frecuencia bajo la influencia difusa de Bachelard y Foucault, con «cortes» absolutos entre las respuestas no científicas y las respuestas científicas. Con mayor acierto, el filósofo Paul Ricoeur ha observado que no existe diferencia sustancial entre, por una parte, las «rectificaciones» sucesivas que han transformado las cosmologías primitivas en la física actual y, por otra, las recti6caciones que han convertido las tradiciones primitivas. en la ciencia histórica tal y como la conocemos actualmente: Es cierto que las ciencias humanas, precisamente porque tratan del hombre, de sus intereses, de sus instituciones, de sus grupos, y porque dependen de la conciencia tan a menudo falsa- que los hombres tienen de ellos mism05, llevan un retraso respecto a las ciencias de la naturaleza. Es una banalidad recordarlo. Pero limitémonos a evocar la física del siglo XVIII con sus falsos conceptos y sus curiosidades pueriles, y el retraso de la historia nos parecerá menos cruel. Intentemos, pues, ver de qué forma el modo de conocimiento histórico ha progresado, progresa y puede progresar hacia la categoría de ciencia. Hoy nadie niega el interés de la historia de las ciencias. «La historia de la "historia» -entendida de forma más amplia que algunas «historias de la historiografía », interesantes pero limitadas- sería quizás el ejercicio histórico más fructífero que pudiera uno proponerse. Me limitaré a hacer algunas observaciones y a trazar un breve esquema. 1. Primera observación La necesidad de un conocimiento históricosociológico es tan antigua y tan universal como la necesidad de un conocimiento de la naturaleza. Una humanidad -global o parcialque no tuviera ninguna conciencia de su pasado sería tan anormal como un individuo amnésico. Existe, pues, un campo de conocimiento -por otra parte con una función práctica- al que debe arrancarse de su estado primitivo. La existencia de formas de historia no científicas no autoriza a pensar que sea imposible o inútil llegar a un conocimiento y a una interpretación junta de las sociedades pasadas. Al contrario, en la medida en que el pasado humano es mal conocido, mal interpretado, los hombres, y los grupos de hombres, tienen una visión incorrecta de su presente y de su futuro. Y, como es natural, esto tiene también un alcance práctico. 2. Segunda observación De hecho, tanto en el caso de los grupos como en el de las personas, la memoria no registra, sino que construye. Las formas primitivas de la historia son el mito, que tiene su lógica interna, y la crónica, que relata los acontecimientos desde el punto de vista de intereses específicos. a) Los mitos constituyen actualmente uno de los estudios favoritos de los etnólogos y psicólogos, como búsqueda de una lógica de las formas, reveladora de rasgos comunes en las estructuras de comunicación. Esta investigación no debería desestimar el contenido histórico de algunos mitos, cuando no el de todos. Es sabido que la arqueología ha verificado algunos datos bíblicos u homéricos considerados durante mucho tiempo como imaginarios. Nos encontramos ante un campo común a los etnólogos, sociólogos, psicólogos, historiadores, siempre y cuando estas disciplinas colaboren, sin imponer ni excluir. b) Las crónicas consignan los acontecimientos relevantes (generalmente políticos y militares') de una época (generalmente de un «reinado»). Son a menudo los primeros testimonios escritos del pasado y, por tanto, los primeros documentos de la historia propiamente dicha, dado que los tiempos anteriores a la escritura se clasifican por definición dentro de la «prehistoria». A pesar de todo, una historia anónima, basada en fragmentos de cerámica y en niveles arqueológicos, no nos satisface en absoluto. Lo que hace posible la historia es la coexistencia y la combinación del testimonio subjetivo que nos cuenta lo que pretendían hacer los actores de la historia política, con el documento objetivo (no sólo restos y objetos, sino cifras conservadas, escritos redactados por razones prácticas y no para ilustrar a una minoría dirigente). nuestro que a través de esta combinación podemos aspirar a confrontar los acontecimientos y las intenciones -la historia «externa», aparente- a los hechos de masas "--historia «interna» de las sociedades, mundo de las necesidades subyacentes-o Sin embargo, este doble registro de las fuentes de la historia se descuida a menudo. Crónicas y memorias – relatos de acontecimientos y testimonios subjetivos- han constituido durante largo tiempo el fondo del saber histórico. Y es cierto que para los siglos oscuros las crónicas son a menudo él único medio disponible para trazar el marco indispensable a toda historia: una sólida cronología. 3. Tercera observación: Sobre la historia como género literario La evocación literaria ha respondido también, al margen de toda regla científica, a la necesidad instintiva de conocimiento del pasado que ya hemos señalado. Esto mismo ha favorecido los embellecimientos, las invenciones, la retórica, el moralismo y las apologías religiosas, políticas y nacionales. La literatura histórica corriente ha constituido, a lo largo de los siglos, un galimatías peligroso. Todavía hoy lo es en el caso de más de un best-seller. Las crónicas y las memorias, que tienen valor de fuente y cuyas vinculaciones nos son conocidas, son siempre preferibles, 41 como lectura, mediocres. a las reconstrucciones ¿Puede decirse que la historia -como género literario no ha aportado nada interesante al modo de conocimiento histórico? No. Porque ha habido historiadores geniales. Se ha observado a menudo que, incluso en medicina, las \ descripciones sin base científica, pero llevadas a término genialmente, habían sido útiles durante largo tiempo para la práctica médica. De la misma manera, en historia hay grandes obras evocadoras que todavía dominan con provecho nuestra visión del pasado. H. I. Marrou escribe con acierto: Hoy día, para conocer a Tiberio, a Claudio y a Nerón tenemos muchos caminos aparte de las Historias y de los Anales, y, sin embargo, releemos a Tácito, en tanto que historiadores se entiende. «En tanto que historiadores;» significa: con provecho, incluso para nuestras exigencias modernas. También los mejores historiadores antiguos, sin responder exactamente a estas exigencias, han intentado, no obstante, esbozar a su manera sistemas de explicación: Tucídides se esfuerza en enlazar entre ellos los acontecimientos, en confrontar las decisiones con las posibilidades; Polibio intenta análisis casi sociológicos de las instituciones. En estos primeros ensayos resulta, pues, interesante ver nacer el espíritu del análisis histórico. Pero son demasiados los filósofos (Raymond Aron, Francois Chatelet) que tienden a fundar en estos inicios lejanos su noción de la historia en general, como si nada hubiese pasado después de Tucídides. También hay lingüistas -Barthes, Greimas- que intentan definir las estructuras particulares del «discurso histórico» a partir de los historiadores clásicos, es decir, literarios. Este método puede efectivamente esclarecer la forma espontánea con que el espíritu humano aborda los problemas del conocimiento del pasado, y ayudar con ello a definir mejor la historia. Pero es evidente que no resuelve los problemas científicos complejos que se plantea el historiador actual. 4. Cuarto grupo de observaciones: la aparición de exigencias científicas en la definición y en la práctica de la historia: el siglo XVI. No conviene dar una importancia excesiva a los «precursores »: siempre se descubren 42 nuevos. Y es cierto que, a dos o tres siglos de distancia, la modificación de las estructuras mentales y del sentido de las palabras hace difícil las confrontaciones. Una vez hechas estas reservas, resulta instructivo seguir la aparición, a menudo más precoz de lo que se imagina, del deseo de rigor y de profundización es la definición y el tratamiento de la materia histórica. Cuando Abenjaldún, sabio musulmán, nacido en Túnez, escribe en 1375, en. Los prolegómenos de una Historia Universal: - La historia, sepámoslo, tiene como verdadero objetivo el hacernos comprender el estado social del hombre y el de instruirnos acerca de todos los cambios que la naturaleza de las cosas puede aportar a la naturaleza de la sociedad, poco nos falta para suscribir esta definición, lo que no equivale a decir que la Historia de Abenjaldún responda, en la práctica, a nuestras exigencias. Pero no 'olvidemos que en Francia, en aquel mismo momento, Froissart se proponía como objetivo en el prólogo de su Crónica relatar hechos militares importantes y «grandes maravillas». Singular distancia entre dos contemporáneos, cuyas obras, sin embargo, se califican por igual como «históricas». Para el Occidente europeo la preocupación' científica en cuestión de historia nace, como muchas otras manifestaciones del espíritu moderno, con el Humanismo, la Reforma y el Renacimiento, es decir, entre el último cuarto del siglo. XVI el último cuarto del siglo XVI. Esta preocupación se expresa bajo dos formas complementarias que inicialmente convergen sólo de forma ocasional, que divergen con demasiada frecuencia, y cuya .conjunción condiciona, sin embargo, el desarrollo científico de la historia: 1) La preocupación crítica, que consiste en no aceptar la existencia de un hecho, la autenticidad de un texto, hasta después de verificaciones minuciosas. 2) La preocupación constructiva, que consiste en elegir determinado tipo de hechos, en confrontarlos y en buscar las 'correlaciones, con el fin de resolver un problema planteado por el pasado humano (problema económico, problema social, problema institucional, problema espiritual, o toda combinación compleja de estos problemas). La preocupación crítica se manifiesta, a finales del siglo XV y durante el XVI, tanto en el descubrimiento de textos y de monumentos de la antigüedad como en el deseo de una reforma en el campo religioso; la importancia, en este terreno, de los textos sagrados arrastra a los espíritus reformadores a la crítica de textos; crítica que no basta para fundar una ciencia histórica, pero que es una condición necesaria; es imposible razonar de forma válida a partir de documentos materialmente falsos o mar conocidos en su forma original. La preocupación constructiva se manifiesta cuando los sabios, los filósofos y los juristas aplican las investigaciones eruditas a la solución de un problema, incluso cuando este problema es todavía secundario y parcial. Así, cuando el humanista Guillaume Budé se propone estudiar, en De Asse, la moneda romana, no se limita a describir; intenta hacer comparaciones a largo plazo entre el poder adquisitivo de las monedas antiguas y modernas; y para esto' consulta con su panadero para saber qué cantidad de grano. se requiere para tal cantidad de pan, qué cantidad de trigo produce la tierra alrededor de París, qué cantidad de metal contenían las monedas antiguas, etc. Hasta el punto de que se ha podido escribir: «Si la ciencia puede definirse como el conocimiento met6dico de las cosas. fue el instinto de un verdadero sabio el que dio a Guillaume Budé la ambici6n de escribir De Asse». Lo mismo puede decirse, y por las mismas razones, de la Réponse a M. de Malestroiet «sobre el asunto de las monedas », de Jean Bodin, que, en 1568, resuelve, con una serie de observaciones eruditas y críticas sobre las monedas y los precios, y con una serie de razonamientos generales, el problema concreto: el alza brutal del coste de la vida en el siglo XVI ¿se debe a las devaluaciones sucesivas de la libra, moneda nominal francesa, o bien a la desvalorización progresiva del metal de plata debida a los grandes descubrimientos? Se me objetará que en ambos casos se trata más de economía que de historia clásica, pero es que la economía, al exigir datos en cifras, es el primer campo en que el razonamiento y la hipótesis son susceptibles de verificaciones concretas. Añadamos a esto que la cuestión de las consecuencias de los descubrimientos era, en el siglo XVI, un problema práctico, que afectaba a la vida cotidiana; y que todavía hoy preside todo un sector de la historia general: primer paso en la explotación del mundo por los europeos, creación de un primer mercado mundial, principios de la acumulación del capital comercial, etc. El hecho de que se hayan intentado ensayos de «conocimiento metódico» de estas cuestiones, desde una perspectiva histórica, en el mismo momento en que se producían, hace remontar a bastante atrás la aparición de un espíritu científico en historia. Tampoco en este caso, como en el de Abenjaldún, significa que Guillaume Budé O Jean Bodin tuvieran a su disposición todo el «instrumental mental» expresión predilecta de Lucien Pebvre necesario para una verdadera ciencia. Aún hoy no lo tenemos... Sepamos que la conciencia de un hombre del siglo XVI seguía dominada por toda una herencia intelectual y espiritual que no puede por menos que sorprendernos, y en la que entramos con dificultad. Bodin, autor de los seis libros de la República y de un Método de la historia, yuxtapone en sus escritos unas preocupaciones casi modernas y una curiosidad apasionada por la demonología y la astrología, por no hablar de las tradicionales consideraciones morales y religiosas y del galimatías erudito. Seamos, pues, prudentes en nuestra búsqueda de los orígenes. Pero no seríamos historiadores si nos olvidáramos de anotar, evitando a la vez cuidadosamente todo anacronismo, cada paso adelante del conocimiento. 5. El siglo XVII. Francia y la erudición. Inglaterra y la «aritmética política» No nos sorprendamos si la constitución de la historia en ciencia pasa por retrasos, avances parciales, desarrollos desiguales. No nos sorprendamos tampoco al constatar que las controversias ideológicas y los intereses prácticos no han sido, en determinadas circunstancias, extraños a esta constitución. De este modo, las acusaciones de los protestantes contra la credulidad de los católicos ante las leyendas incitaron a algunos medios católicos 'a una hipercrítica de las tradiciones: los jesuitas de Amberes, con Joseph Bolland al editar las Acta sanctorum, llegaron a negar toda validez a cualquier tipo de documento de la época merovingia o carolingia. Pero esta desconfianza ponía en discusión los derechos de las comunidades religiosas más antiguas, derechos que se .basaban en documentos de estos períodos. Ésta fue la ocasión para que dom Mabillon (1632-1707) creara en la De re diplomática (1681) la diplomática, ciencia del documento, capaz de demostrar, a partir de indicios materiales, la autenticidad o falsedad de un acta. La tarea, continuada por la congregación de Saint-Maurha aportado las condiciones para un conocimiento seguro de la Edad media. De momento se trata tan sólo de una 43 crítica efúdita, condición necesaria pero no suficiente para una ciencia histórica. En la Francia del siglo XVII, contemporánea mete a dom Mabillon, comprobamos en las concepciones de la historia más corrientes, más oficiales, un retroceso muy claro sobre los progresos del siglo XVI: Luis XIV se hace acompañar por «historiógrafos» oficiales (entre los cuales Racine); y Bossuet, en su Discurso sobre la historia universal, persigue tan sólo desvelar «los juicios secretos de Dios», «para hacer temblar a toda criatura». En compensación, hay que tomar conciencia, respecto a este mismo período (1680-171 O), de una etapa importante para el futuro del pensamiento histórico. Se produce en Inglaterra: on Graunt nacen los primeros ensayos de demografía histórica, mediante la observación del número de nacimientos y de muertes registrados en las parroquias de Londres; con Gregory King los primeros ensayos para evaluar lo que hoy llamamos el producto nacional de diversos países (Inglaterra, Francia); con William Petty los primeros ensayos de lo que él denominó «la aritmética política» (inducciones y deducciones a partir de las estadísticas de estado). Constatamos que, igual que en el siglo XVI, las innovaciones más originales se producen en el terreno económico. Pero se trata de hechos observados durante un período de tiempo y con una preocupación política (como demuestra el título elegido por William Petty). Sabemos hoy que este tipo de investigaciones -los hechos masivos, sometidos a un cálculo de probabilidad es y estadísticamente observables- constituyen, si no toda la materia histórica, cuando menos sus bases, sus fundamentos. 6. La aportación del siglo XVIII. Principios de análisis, aspiración a las síntesis La primera mitad del siglo XVIII ve nacer la aspiración teórica con el italiano Gianbattista Vico que busca una «ciencia nueva» a través de la reflexión sobre el aspecto «cíclico» del desarrollo de los grupos humanos, y con Montesquieu, más sociólogo que historiador, pero quien afirma: «En primer lugar he examinado a los hombres y he creído que en. esta infinita diversidad de leyes y de costumbres no los guiaba únicamente su fantasía» (prefacio a El Espíritu de las leyes). Pero es Voltaire, en sus Nuevas consideraciones sobre la historia (1744), el primero en comparar la evolución posible de la historia con la de las ciencias físicas: «quizá 44 suceda pronto en la forma de escribir la historia lo que ha sucedido en la física. Los nuevos descubrimientos han proscrito los sistemas antiguos...». Era éste (por otra parte para las dos ciencias) un optimismo prematuro, pero justo a largo plazo. De hecho, lo más interesante en la actitud manifestada por Voltaire hacia la historia es el cambio en el tipo de curiosidades del historiador. Con su habitual ironía denuncia no sólo las fábulas aceptadas todavía por los hombres de su tiempo, sino también el gusto por las anécdotas históricas, por las «bagatelas ilustres» que constituyen los relatos de la corte, tan poco interesantes como las murmuraciones de las pequeñas ciudades, a las que son aficionadas las mujeres de provincias. Finalmente, condena también después de haber leído, según dice, cuatro mil descripciones de batallas y algunos centenares de tratados, la historia diplomática y militar pura: «En el fondo me quedaba igual que antes... sólo me enteraba de acontecimientos». Traza entonces un cuadro de lo que querría saber (Y que raramente se le dice): ¿cuáles son las fuerzas de un país antes de una guerra? Y dicha guerra ¿las ha aumentado o disminuido? España ¿ha sido más rica o más pobre después de sus lejanas conquistas? ¿Por qué Ámsterdam pasó en 200 años de 20.000 a 240.000 habitantes? En resumen: se trata de' cambiar la materia habitual Y la problemática de la historia. Esta tendencia culmina a finales de siglo con Condorcet, en su Esbozo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1794), donde sienta el principio de la posibilidad de un conocimiento científico de los hechos humanos, sociales, Y de su previsibilidad siempre que no se atribuya a las conjeturas sociológicas «una certidumbre superior a la que resulta del número, de la constancia, de la certidumbre de las observaciones». Conectamos en ello unas exigencias -aquí todavía prematuras- de síntesis acerca de la historia humana. Pero el mismo Condorcet ha abierto vías muy nuevas para el análisis: fue el primero en intentar descubrir cuál sería el procedimiento matemático que permitiría estimar la representatividad de un hombre o de una opinión a través de un procedimiento de elección, lo que coincide con los esfuerzos actuales de la matemática sociológica. Finalmente, el siglo XVIII ha proseguido algunas investigaciones, cuyo principio se' había descubierto, como hemos visto, a finales del siglo XVII en Inglaterra: Voltaire se felicita de que un holandés haya establecido la proporción que permite relacionar el número de nacimientos con el número de habitantes; es una alusión a los progresos sensibles de la demografía realizados por el prusiano Süssmilch y los franceses Moheau y Messange. También la historia económica nace en el siglo XVIII, en España y en Polonia: «hemos coordinado una historia económica», escribe el catalán Capmany y los creadores de la economía clásica, como Adam Smith, se muestran historiadores de buen grado, y plantean los problemas de las grandes unidades cuantitativas que es necesario conocer para hacer la historia de las «naciones» (producto nacional, población activa, etc.). Voltaire señala que son estos conocimientos económicos los que le han faltado a Montesquieu para establecer una verdadera ciencia de las sociedades. Cabe señalar que esta vigorosa ofensiva del espíritu histórico coincide con el carácter dinámico y revolucionario del siglo XVIII cuando la burguesía no duda ni en criticar la forma de escribir la historia del Antiguo Régimen, ni en esperar escribir un día la historia científicamente. 7. El siglo XIX. Auge y desviación de la investigación histórica: aparición de una teoría general, y posterior divorcio entre disciplinas sociológicas En un sentido, el siglo XIX se presenta como el del triunfo de la historia. H. 1. Marrou habla, a este respecto, de una «inflación de los valores históricos», debida al impresionante desarrollo de las técnicas históricas, arqueológicas, filológicas (prehistoria, egiptología, desciframiento de las lenguas orientales antiguas, excavaciones micénicas, etc.), a la publicación de las grandes recopilaciones de fuentes (Niebuhr, Mommsen, para la antigüedad, Monumenta Germania e histórica para la Edad Media ), y finalmente a la aparición de las grandes historias nacionales: Ranke, Macaulay, Michelet... «El historiador era entonces el rey -escribe H. I. Marrou-; toda la cultura estaba pendiente de sus dictámenes; a él le tocaba decir cómo debía leerse la Ilíada, qué era una nación, ... si Jesús era Dios...» Hegel había propuesto «presentar el contenido mismo de la Historia Universal» a través de los progresos de la Idea. Los historiadores alemanes ponían de relieve las originalidades germánicas; los historiadores franceses, la lucha entre la nobleza y el tercer estado (Guizot, Thierry) o bien el papel del «pueblo» (Michelet, Mignet). De hecho, la historia, a pesar de reclamarse de las excavaciones y de 10 archivos, seguía siendo a la vez literatura e ideología. Entre 1847 y 1867, las grandes obras de Marx y Engels proponen, por el contrario, en la línea de algunos planteamientos del siglo XVIII, una teoría general de las sociedades en movimiento, cuya originalidad consiste en aunar, mediante la observación y el razonamiento, 1) el análisis económico, 2) el análisis sociológico, 3) el análisis de las «formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas, filosóficas, en resumen de las formas ideológicas a través de las cuales los hombres toman conciencia de sus conflictos y los llevan hasta el final.». Las-constataciones, al menos en el terreno de las «condiciones de la producción económica», deben hacerse «con el espíritu de rigor de las ciencias naturales», y es posible hacerlas así debido a que «la historia se desarrolla hasta nuestros días como un proceso de la naturaleza» (Engels, 1890). No es que el hombre no intervenga: «los hombres hacen su propia historia». Pero el resultado, estadístico o combinatorio, de sus acciones y decisiones conjugadas se les escapa y se convierte en un fenómeno objetivo. Queda por saber si desde hace un siglo se ha intentado realmente la consolidación científica de la historia así legitimada. Aquí cabe distinguir: Los seguidores originales de Marx deben buscar entre sus discípulos hombres de acción. Porque Marx había precisado que el objetivo de su obra teórica no era interpretar el mundo, sino cambiarlo, es decir, hacer servir el análisis histórico para entender profundamente el hecho social e influir sobre sus modificaciones. Esto fue lo que intentaron los revolucionarios y constructores del socialismo que se decían marxistas. La investigación erudita sobre el conjunto del pasado, desde los años 1870-80 hasta los años 1920-30, se benefició poco, por el contrario, de la aportación teórica de Marx, sometida como estaba a la reacción espontánea de la ideología dominante. El pensamiento económico giró en torno a la teoría abstracta, subjetivista, individualista de la «utilidad marginal» y del «equilibrio» (Walras, Pareto); la sociología, en torno al 45 estudio de las formas sociales (Max \Xleber, Durk. heim); y la historia centró su pundonor en limitarse a establecer «pequeños hechos verdaderos» (monografías económicas alemanas, historia política «fáctica» francesa): Hacia 1900, esta historia positivista triunfaba en todas partes y separación tajante y casi absoluta entre economía, sociología e historia ponía en peligro la esperanza de una síntesis global sobre el pasado de las sociedades. 8. Adquisiciones recientes en el terreno de los principios y de las técnicas de la investigación histórica a) En Francia, a partir de los años 19001910, algunas grandes obras de historiadores (Paul Mantoux, Lucien Febvre) y una escuela de geógrafos (Vidal de la Blache) prepararon un retorno a la síntesis histórica, que se afianzó después de la guerra de 1914, la revolución de 1917 y la crisis de 1929, acontecimientos que hicieron tambalear la tranquila certeza de los economistas. b) Lucien' Febvre, Henri Berr, Marc Bloch (Revue de synthese, Annales d' histoire économique et sociale) difundieron los siguientes principios: 1),hay una sola historia; no existen compartimentos estancos entre una historia económica, una historia política, una historia de las ideas, etc.; 2) el historiador avanza por medio de problemas: los documentos sólo contestan cuando se les pregunta siguiendo hipótesis de trabajo; la historia, en todos los terrenos (material, espiritual, ideológico...), lo es de los hechos de masas, no de los simples «acontecimientos»; 3) existe una jerarquía y un juego recíproco entre «economías», «sociedades», «civilizaciones», juego que constituye el tema mismo de la ciencia histórica. c) En el curso de los años 1930-40, cuando la crisis de 1929 había llamado la atención sobre la función histórica de las coyunturas económicas, el sociólogo Francois Simiand sentó los principios de la investigación estadística en historia: de6nición del «documento objetivo» «involuntario», .reglas para la explotación de las fuentes cuantitativas, importancia de las variaciones de los precios, los salarios, la moneda. Ernest Labrousse llevó la aplicación de estas reglas al estudio de las rentas específicas de las clases sociales, de sus contradicciones y 46 de las consecuencias políticas de estas contradicciones (revolución de 1789). La noción de «teoría experimental » de la economía (Simiand) a través de la investigación histórica se transformaba en «teoría experimental» de la historia global, lo que tendía a converger con Marx. d) En los últimos veinte años, debido a las grandes experiencias sociales en curso, al progreso de las matemáticas sociales, del cálculo económico, del aparato y del tratamiento estadístico, al de la informática para la utilización de las fuentes masivas, el historiador se ha visto obligado a mantenerse al corriente de los progresos y de las técnicas en las disciplinas vecinas. Al hacerlo debe conservar la conciencia de la originalidad de la historia, ciencia del todo social, y no de talo tal parte, ciencia del fondo de los problemas sociales y no de sus formas, ciencia del tiempo y no del instante o de la sola actualidad. INTENTO DE DEFINICIÓN DE LA MATERIA Y DE LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA El objeto de la ciencia histórica es la dinámica de las sociedades humanas. La materia histórica la constituyen los tipos de hechos que es necesario estudiar para dominar científicamente este objeto. Clasifiquémoslos rápidamente: 1. Los hechos de masas: masa de los hombres (demografía), masa de los bienes (economía), masa de los pensamientos y de las creencias (fenómenos de «mentalidades», lentos y pesados; fenómenos de «opinión», más fugaces). 2. Los hechos institucionales, más superficiales pero más rígidos, que tienden a lijar 1.1Srelaciones humana:>dentro de los marcos existentes: derecho civil, constituciones políticas, tratados internacionales, etc.; hechos importantes pero no eternos, sometidos al desgaste y al ataque de las contradicciones sociales internas. 3. Los acontecimientos: aparición y desaparición de personajes, de grupos (económicos, políticos), que toman medidas, decisiones, desencadenan acciones, movimientos de opinión, que ocasionan «hechos» precisos: modificaciones de los gobiernos, la diplomacia, cambios pacíficos o violentos, profundos o superficiales. La historia no puede ser un simple retablo de las instituciones, ni un simple relato de los acontecimientos, pero no puede desinteresarse de estos hechos que' vinculan la vida cotidiana de los hombres a la dinámica de las sociedades de las que forman parte. Ante esta compleja materia histórica, el historiador plantea cuestiones, resuelve problemas: cuándo, por qué, cómo, en qué medida se modifican, debido a una continua interacción, los elementos de las economías (hombres, bienes), de las sociedades (relaciones sociales más o menos cristalizadas' en instituciones), y de las civilizaciones (conjunto de las actitudes mentales, intelectuales, estéticas...). El historiador habrá de distinguir muy pronto entre los hechos de evolución muy lenta (estructuras geográficas, mentalidades religiosas, grupos lingüísticos), los ritmos espontáneos (<<ciclos»coyunturales de la economía), y los simples acontecimientos, cuya importancia deberá valorar. Estas distinciones justifican diversas técnicas: análisis «estructural », análisis «coyuntural», «análisis de contenido» de textos y de expresiones verbales o estéticas, elección de las fuentes, crítica de su validez. Pero estas técnicas sólo adquieren su sentido dentro del marco de una teoría global que permita pasar del análisis económico- estadístico a la «historia razonada», conquista que Schumpeter atribuye justamente a Marx. Recordemos algunas de sus proposiciones cruciales: 1. En los orígenes de cualquier desarrollo histórico duradero se sitúa un desarrollo de las fuerzas de producción, 10 que nos incita a observar: a) En un grupo dado y por un tiempo dado, el número de hombres y su división en sexos, edades, ocupaciones, etc.; b) Para el mismo grupo y durante el mismo período de tiempo, las modificaciones ocurridas en las técnicas de producción (agricultura, industria, transportes) y, de manera especial, las de la fuerza productiva del trabajo, que según Marx depende de la habilidad media de los trabajadores, del desarrollo de la Ciencia y de sus aplicaciones tecnológicas, de las combinaciones sociales de la producción, de la extensión y de la eficacia de los medios de producción y finalmente de las condiciones naturales. Toda investigación sobre una sociedad debería incluir, para cada instante del desarrollo estudiado, los capítulos agrupados bajo estos diversos títulos. 2. Sin embargo, estas «fuerzas productivas» entran en funcionamiento en una sociedad que se caracteriza, de forma más profunda, por las relaciones sociales y humanas creadas alrededor de estos medios de producir (<<relaciones sociales de producción»). Las tierras, los instrumentos de irrigación, los bosques y los terrenos de paso, las fuentes de energía, los medios de transporte, las fábricas, las máquinas, etc., son los «medios de producción» que utiliza la fuerza de trabajo de los hombres. ¿Quién posee estos medios de producción? ¿Y cuál es el sentido exacto de la palabra «posee»? ¿Quién manera productivamente estos medios? ¿Quién, a través de esta doble relación, es el dominador? ¿Y el dominado? ¿Quién se aprovecha? ¿Quién consume? ¿Quién acumula? ¿Quién se empobrece? ¿Qué relaciones -jurídicas, cotidianas, morales se han establecido entre las clases sociales así consideradas? ¿Qué conciencia tienen de estas relaciones los hombres que constituyen estas clases? ¿A qué contradicciones, a qué luchas dan lugar estas relaciones? ¿Con qué resultados? ¿Estas relaciones favorecen o entorpecen (en cada momento) el desarrollo de las «fuerzas productivas» definidas anteriormente? He aquí una serie de preguntas a las que es importante contestar. 3. Para hacerlo correctamente es necesario guiarse por el conocimiento teórico del modo de producción dominante en la época observada, y entendemos por ello el conocimiento de la lógica del funcionamiento social, que expresa la totalidad de las relaciones sociales observadas en su interdependencia. Merece la pena disponer de un modelo teórico que exprese esta lógica de funcionamiento, aunque sólo sea para ver hasta qué punto 47 refleja el observados. mayor número de hechos Es inútil decir que nunca la observación empírica de una sociedad en un momento de su existencia dará unos resultados absolutamente acordes con este modelo, puesto que, en toda «formación social» concreta, quedan siempre secuelas de modos de producción anteriores al modo de producción dominante, y se insinúan ya los gérmenes de un modo de producción futuro. Pero el interés de la investigación histórico reside precisamente en la confrontación entre estos «casos» y los diverso:; tipos de sociedad que han dominado sucesivamente en el curso de la historia, y que aún hoy coexisten de forma evidente. No podemos menospreciar algunos peligros inherentes a la utilización de los modelos teóricos: 1. No hay que confundir modelo económico con modelo social. La sociedad es más compleja que la economía, y es en lo social donde germina la destrucción del modelo económicoaparentemente armonioso. 2. Todo modelo implica unas hipótesis: debe tenerse en cuenta que estas hipótesis expresan justamente la naturaleza del sistema observado y no una verdad eterna: la propiedad privada, la libre competencia, la libertad de empresa, por ejemplo, se dan por supuestas en el modelo económico del capitalismo clásico; pero el modelo no las «justifica». 3. Todo modelo expresa en primer término el análisis de un «equilibrio», de una estabilidad, mientras que la finalidad de la historia es el estudio de los cambios. 4. Incluso estos modelos de cambio pueden aplicarse sólo con prudencia; por el hecho de que el capitalismo haya sucedido .al feudalismo en Europa occidental a través de procesos clásicos conocidos no debe inferirse que todo el mundo deba pasar necesariamente por etapas parecidas. Sobre todos estos extremos existe hoy en día un gran desarrollo de las técnicas de información y del tratamiento científico de los datos. Merece, pues, la pena insistir, en el momento en que se afirman, en los estudios universitarios, las posibles colaboraciones interdisciplinarias, en que la preparación para el oficio de historiador, sin desechar las viejas 48 reglas de conocimiento y crítica de los textos, de consulta de las fuentes directas y, por lo tanto, de los archivos, comporta igualmente unas iniciaciones sólidas: 1) en la demografía; 2) en la estadística; 3) en el cálculo económico; 4) en los fundamentos matemáticos del análisis sociológico (probabilidades, sondeos, etcétera); 5) en la información (para la utilización de las fuentes masivas: documentos fiscales, notariales, prensa, etc.). Una vez dicho esto no hay que confundir estas técnicas de información con los fines propios de la historia. A éstos los definiría de buen grado de la forma siguiente, que como es obvio queda abierta a la discusión: La investigación histórica es el estudio de los mecanismos que vinculan la dinámica de las estructuras -es decir, las modificaciones espontáneas de los hechos sociales de masas a la sucesión de los acontecimientos -en los que intervienen los individuos y el azar, pero con una eficacia que depende siempre, a más o menos largo plazo, de la adecuación entre estos impactos discontinuos y las tendencias de los hechos de masasLa conquista científica del método así definido está todavía en vías de elaboración. Pero esta misma elaboración abre la posibilidad -y es su única garantía- de una actitud racional del espíritu y, por tanto, de una práctica eficaz del hombre ante la sociedad. I Historia, ¿para qué? La primera respuesta en acudir a la mente sería: la historia obedece a un interés general en el conocimiento. Al historiador le interesa, como a cualquier científico, conocer un sector de la realidad; la historia tendría como objetivo el esclarecimiento racional de ese sector. En este sentido el interés del historiador no diferiría del que pudiera tener un entomólogo al estudiar una población de insectos o un botánico al clasificar las diferentes especies de plantas que crecen en una región. Igual que al entomólogo o al botánico, al historiador le basta esa afición por el conocimiento para justificar su empeño. Sin duda así sucede con cualquier ciencia: se justifica en el interés general por conocer, el cual cumple una necesidad de la especie. Porque la especie humana requiere del conocimiento para lograr aquello que en otras obtiene el instinto: una orientación permanente acciones en el mundo. y segura de sus Con todo, quien diera esta respuesta correría el riesgo de disgustar a más de un historiador. Cualquier historiador pensaría que, después de todo, su disciplina tiene una relevancia para los hombres mayor que la de un entomólogo, y que sus investigaciones, aunque presididas por un interés en conocer, están motivadas también por otros afanes más vitales, ligados a su objeto. Una colonia de, abejas no puede despertar en nosotros, diría, el mismo tipo de interés que una colectividad humana. Si logramos determinar el objeto al que se dirige la atención del historiador, frente al que retiene la de otros científicos, daríamos quizá con una diferencia específica del conocimiento histórico. Un acercamiento podría ser: la historia responde al interés en conocer nuestra situación presente. Porque, aunque no se lo proponga, la historia cumple una función: la de comprender el presente. Desde las épocas en que el hombre empezó a vivir en comunidad y a utilizar un lenguaje, tuvo que crear interpretaciones conceptuales que pudieran explicarle su situación en el mundo en un momento dado. En los pueblos primitivos el pensamiento mítico tiene a menudo un sentido genético. Muchos mitos son etiológicos: intentan trazar el origen de una comunidad, con el objeto de explicar por qué se encuentra en determinado lugar y en tales o cuales circunstancias. Algunos pueblos invocan leyendas para dar razón de la presencia de la tribu en un paraje y de su veneración por algún lugar sagrado, por ejemplo: los primeros ancestros surgieron del fondo de la tierra por una cueva situada en el centro del territorio de la tribu. Otros pueblos atribuyen su origen a un antepasado divino, más o menos semejante al hombre, cuyas actividades, fundadoras de costun1bres o instituciones, narran los mitos. El totemismo tiene, entre otros aspectos, el de remitir a la génesis de una colectividad humana: hay clanes que nacieron de un determinado animal, otros, de otro; esto explica la peculiaridad de sus caracteres y hábitos. El origen de diferentes instituciones, regulaciones y creencias suele también señalarse en acontecimientos que sucedieron en un tiempo remoto. Así, hay mitos para explicar las relaciones de parentesco, que las refieren a un momento en que se establecieron, leyendas que justifican el poder de ciertas personas por alguna hazaña de sus antecesores semihumanos, mitos que dan razón, por sucesos del pasado remoto, de una emigración, de la erección de un poblado, de la preferencia por una especie de caza, de un hábito alimenticio. Parecería que, de no remitirnos a un pasado con el cual conectar nuestro presente, éste resultara incomprensible, gratuito, sin sentido. Remitirnos a un pasado dota al presente de una razón de existir, explica el presente. Esta función que cumplía el mito en las sociedades primitivas la cumple la historia en las sociedades desarrolladas. Un hecho deja de ser gratuito al conectarse con sus antecedentes. A menudo la conexión es interpretada como una explicación y el antecedente en el tiempo, como causa. En historiase suelen confundir las dos acepciones de la palabra "principio". "Principio" quiere decir "primer antecedente temporal de una secuencia", "inicio", pero también tiene el sentido de "fundamento", de base en que descansa la validez o la existencia de algo, como cuando hablamos de "los principios del derecho", o "del Estado". La historia quizá nazca, como lo hizo notar Bloch, de lo que él llamó "ídolo de los orígenes" o "ídolo de los principios",es decir, de la tendencia a pensar que al hallar los antecedentes temporales .de un proceso, descubrimos también los fundamentos que lo explican. La historia nacería, pues, de un intento por comprender y explicar el presente acudiendo a los antecedentes que se presentan como sus condiciones necesarias. En este sentido, a historia admite que el pasado da razón del presente; pero, a la vez, supone que el pasado sólo se descubre a partir de aquello que explica: el presente. Cualquier explicación empírica debe partir de un conjunto de hechos dados, para inferir de ellos otros hechos que no están presentes, pero que debemos suponer para dar razón de los primeros. Así también en la historia. El historiador pensará, por ejemplo, que el Estado actual puede explicarse por sus orígenes, pero si se propone esa tarea es justamente porque ese Estado existe, en el presenté, con ciertas características que plantean preguntas y son esas preguntas las que incitan a buscar sus antecedentes. El historiador tiene que partir de una realidad cual, nunca de una situación imaginaria; esto es lo que separa su indagación de la del novelista, quien también, a menudo, escudriña en el pasado. Quiere esto decir que, a la vez que el pasado permite comprender el presente, el presente plantea los interrogantes que incitan .a buscar el pasado. De allí que la historia pueda verse en dos formas: como un intento de explicar el presente a partir de sus 49 antecedentes pasados, o como una empresa de comprender el pasado desde el presente. Puede verse como "retrodicción", es decir, como un lenguaje que infiere lo que pasó a partir de lo que actualmente sucede. Esta observación podría ponernos en la pista de una motivación importante de la historia. El historiador, al examinar su presente, suele plantearle preguntas concretas. Trata de explicar talo cual característica de su situación que le importa especialmente, porque su comprensión permitirá orientar la vida en la realización de un propósito concreto. Entonces, al interés general por conocer se añade un interés particular que depende de la situación concreta del historiador. Es cierto que ese interés particular puede quedar inexpresado, oculto detrás de la obra; es cierto también que a menudo puede permanecer inconsciente para el historiador, asunto de psicología, al margen de los métodos históricos empleados; pero aunque no esté dicho, se muestra en las preguntas – explícitas o tácitas- que presiden la obra histórica. Así, el intento por explicar nuestro presente no puede menos de estar motivado por un querer relacionado con ese presente. Benedetto Croce describía así la historia: El acto de comprender y entender inducido por los requerimientos de la vida práctica". En efecto, la historia nace de necesidades de la situación actual, que incitan a comprender el pasado por motivos prácticos. Si nos fijamos en esta relación presentepasado veremos cómo son intereses particulares del historiador, que se originan en su coyuntura histórica concreta, los que suelen moverlo a buscar ciertos antecedentes, de preferencia a otros. A modo de ejemplos podríamos recordar algunos momentos de la historiografía. La historia política con base documental tiene sus inicios en historiadores renacentistas italianos: ellos necesitaban indagar los antecedentes en que se basaban los pequeños estados de la península, con el objeto de recomendar a los príncipes las medidas eficaces para consolidarse. El comienzo de una metodología crítica se encuentra en historiadores y teólogos de la Reforma protestante. ¿Por qué en ellos? Porque querían hacer de lado lo que consideraban aberraciones del catolicismo; había que explicar por qué la Iglesia se había corrompido y redescubrir el mensaje auténtico del Evangelio, para normar sobre él sus vidas. Para ello tuvieron que establecer métodos más confiables, que permitieran discriminar entre los documentos verdaderos y los falsos, someter a crítica la veracidad de los testigos, 50 antiguos padres, legisladores e historiadores de la Iglesia, determinar los autores y las fechas de elaboración de los textos. Para poder demostrar la justeza de sus pretensiones tuvieron que intentar un nuevo tipo de historia. Por más útiles que hayan sido al interés general de la ciencia, los inicios de la crítica documental estuvieron motivados por un interés particular de la vida presente. Pensemos en ejemplos más cercanos a nosotros. La historia de México nace a partir de la conquista. Los primeros escritos responden a un hecho contemporáneo: el encuentro de dos civilizaciones; intentan manejarlo racionalmente para poder orientar la vida ante una situación tan desusada. De allí los diferentes tipos de historia con que nos encontramos. Los cronistas escriben con ciertos objetivos precisos: justificar la conquista o a determinados hombres de esa empresa, fundar las pretensiones de dominio de la cristiandad o de la Corona, dar fuerza a las peticiones de mercedes de los conquistadores o aun de nobles indígenas. Otras obras tienen fines distintos: las historias de los misioneros están dirigidas principalmente a explicar y legitimar la evangelización, esto es, la colonización cultural. Un examen superficial de las historias escritas por misioneros basta para percatarnos de que responden a una pregunta planteada por el presente: ¿cómo es posible "salvar" a ese nuevo pueblo, es decir, asimilado a los valores espirituales de la cristiandad? En el siglo XIX el condicionamiento de la historia por los requerimientos presentes es aún más claro. Las historias que escriben Bustamante, Zavala, Alamán están regidas por la misma idea: urge rastrear en el pasado inmediato las condiciones que expliquen por qué la nación ha llegado a la situación postrada en que se encuentra; al mismo tiempo que contestan preguntas planteadas por su situación, justifican programas que orientan la acción futura. La historia intenta dar razón de nuestro presente concreto; ante él o podemos menos que tener ciertas actitudes y albergar ciertos propósitos; por ello la historia responde a requerimientos de la vida presente. Debajo de ella se muestra un doble interés: interés en la realidad, para adecuar a ella nuestra acción, interés en justificar nuestra situación y nuestros proyectos; el primero es un interés general, propio de la especie, el segundo es particular a nuestro grupo, nuestra clase, nuestra comunidad. Por ello es tan difícil separar en la historia lo que tiene de ciencia de lo que tiene de ideología. Sin duda, ambos intereses pueden coexistir sin distorsionar el razonamiento; pero es frecuente que los intereses particulares del historiador, ligados a su situación, dirijan intencionadamente la selección de los datos, la argumentación y la interpretación, a modo de demostrar a existencia de una situación pasada que satisfaga esos intereses. Esta observación nos conduce a una segunda respuesta. II Los requerimientos de la vida presente que nos llevan a investigar los antecedentes históricos no son individuales. Si lo que trato de explicar es una situación conflictiva personal, ello me llevará a indagar en mi biografía; podrá ser un estímulo para hurgar en mi pasado. Ese estímulo estaría en la base de un análisis psicológico, pero no me conduciría a la historia. Las situaciones que nos llevan a hacer historia rebasan al individuo, plantean necesidades sociales, colectivas, en las que participa un grupo, una clase, una nación, una colectividad cualquiera. Las situaciones presentes que tratamos de explicar con la historia nos remiten a un contexto que nos trasciende como individuos. Si escribo estas páginas tengo en mente a las personas que podrían leerlas; detrás de ellas están las ideas de otros muchos hombres; al publicarse, estas líneas formarán parte de un complejo colectivo de relaciones económicas, sociales, culturales. Lo que escribo puede ser objeto de historia en la medida en que se pone en relación con esos contextos sociales que lo abarcan y le prestan sentido. En cualquier situación concreta podemos descubrir conexiones semejantes. Todos nuestros actos están determinados por correlaciones que rebasan nuestra individualidad y que nos conectan con grupos e instituciones sociales. Desde el momento en que vamos a comer a nuestra casa, estamos ya inmersos en una institución, la familia, la que a su vez no puede explicarse más que en el seno de otras instituciones; nos refiere, por ejemplo, a regulaciones jurídicas y con ellas a un Estado. No hay acción humana que no esté conectada con un todo. Pues bien, los requerimientos de que, según decíamos, partía el historiador, suponen esos lazos comunitarios. Sólo se hacen presentes en la medida en que tenemos cierta conciencia de estar realizando propósitos en común y de estar sujetos a reglas que nos ligan. Propósitos y reglas. No podría estar realizando ahora este acto de escribir si no aceptara implícitamente ciertas reglas de relación. Pueden no ser normas escritas, como las reglas más elementales de comunicación entre los hombres, el respeto a las ideas ajenas, la necesidad de claridad, la consideración del lector posible, etc.; pueden ser más explícitas, como las que regularán todo el proceso de discusión, impresión y distribución de estas páginas. Esas reglas responden a propósitos compartidos, en este caso los del desarrollo y crítica de una disciplina científica. Reglas y propósitos, al ligar a los miembros de una comunidad, permiten su convivencia. No habría ningún comportamiento social si no se diera esa especie de lazo entre los individuos. Una colectividad, un grupo, una nación, mantienen su cohesión mediante las reglas compartidas y los propósitos comunes que ligan entre sí a todos sus miembros. La historia, al explicar su origen, permite al individuo comprender los lazos que lo unen a su comunidad. Esta comprensión puede dar lugar a actitudes diferentes. Por una parte, al comprenderlas, las reglas y propósitos comunitarios dejan de ser gratuitos; en la medida en que los insertamos en un proceso colectivo que rebasa a los individuos, cobran significado. Por eso, dar razón de ellos los afianza y justifica ante los individuos. Al hacer comprensibles los lazos que unen a una colectividad, la historia promueve actitudes positivas hacia ella y ayuda a consolidarlas. La historia ha sido, de hecho, después del mito, una de las formas culturales que más se han utilizado para justificar instituciones, creencias y propósitos comunitarios que prestan cohesión a grupos, clases, nacionalidades, imperios. En Israel primero, en Grecia y Roma después, la historia actuó como factor cultural de unidad de un pueblo e instrumento de justificación de sus proyectos frente a otros. Desde entonces, la historia ha sido un elemento indispensable en la consolidación de las nacionalidades; ha estado presente tanto en la formación de los estados nacionales como en la lucha por la sobre vivencia de las nacionalidades oprimidas. En otros casos, la historia que trata de regiones, grupos o instituciones, ha servido para cobrar conciencia de la pertenencia de los individuos a una etnia, a una comunidad cultural, a una comarca; al hacerla, ha propiciado la integración y perduración del grupo como colectividad. Ninguna actividad intelectual ha logrado mejor que la historia el dar conciencia de la propia identidad a una comunidad. La historia nacional regional o de grupos cumple, aun sin proponérselo; con una doble función social: 51 por un lado favorece la cohesión en el interior del grupo, por el otro, refuerza actitudes de defensa y de lucha frente a los grupos externos. En el primer sentido puede ser producto de un pensamiento que propicia el dominio de los poderes del grupo sobre los individuos; en el segundo, puede expresar un pensamiento de liberación colectiva frente a otros poderes ternos. Las historias nacionales Ofíciales" suelen colaborar a mantener el sistema e poder establecido y manejarse como instrumentos ideológicos que justifican la estructura de dominación imperante. Con todo, muchas historias de minorías oprimidas han servido también para alentar su conciencia de identidad frente a los otros y mantener vivos sus anhelos libertarios. Pero el acto 'de comprender los orígenes de los vínculos que prestan cohesión a una comunidad puede conducir a un resultado diferente al anterior: en lugar de justificarlos, ponerlos en cuestión. Revelar el origen "humano, demasiado humano" de creencias e instituciones puede ser el primer paso para dejar de acatarlas. Al mostrar que, en último término, todas nuestras reglas de convivencia se basan en la voluntad de hombres concretos, la historia vuelve consciente la posibilidad de que otras voluntades les nieguen obediencia. Las historias de la Iglesia, desde la Reforma hasta el moderno liberalismo, contribuyeron tanto como la crítica filosófica a la desacralización del catolicismo. La "histoire des moeurs" del siglo XVIII fue un factor importante en la desmistificación del absolutismo. Desde Herodoto, la historia, al mostrar la relatividad de las costumbres y creencias de los distintos pueblos, ha sido un estímulo constante de crítica a la inmovilidad de las convenciones imperantes. En otros casos, los estudios antioficiales", al poner en cuestión las versiones históricas en uso y develar los hechos e intereses reales que dieron origen a las ideologías vigentes, han servido también para desacreditadas. Comprender que las reglas y propósitos que el Estado nos inculca fueron producto de intereses particulares puede arrojar sobre ellos el descrédito. La historia obtiene también este segundo resultado cuando se propone mostrar los procesos de cambio de instituciones y normas de convivencia. Entonces revela cómo, detrás de estructuras que se pretenden inmutables, está la voluntad de hombres concretos y cómo otras voluntades pueden cambiarlas. Tal sucede en la historia de los procesos revolucionarios o liberadores. Desde Michelet hasta Trotski, la historia de las revoluciones ha servido de inspiración a muchos 52 movimientos libertarios. ¿Para qué la historia? Intentemos una segunda respuesta: para comprender, por sus orígenes, los vínculos que prestan cohesión a una comunidad humana y permitirle al individuo asumir una actitud consciente ante ellos. Esa actitud puede ser positiva: la historia sirve, entonces, a la cohesión de la comunidad; es un pensamiento integrador; pero puede también ser crítica: la historia se convierte en pensamiento disruptivo. Porque, al igual que la filosofía, la historia puede expresar un pensamiento de reiteración y consolidación de los lazos sociales o, a la inversa, un pensamiento de ruptura y de cambio. III ¿Se agotarían aquí nuestras respuestas? Quizá no. Tenemos la sensación de que, en las dos respuestas anteriores, algo hemos dejado de lado siempre expresa la historia un interés concreto en nuestro presente y en la comunidad a que pertenecemos. ¿Acaso no nos interesa, apasionadamente a veces, conocer la vida de pueblos desaparecidos, alejados para siempre de nosotros, remotos en el tiempo y en el espacio? ¿No tendríamos un interés especial, incluso, en la historia de los seres racionales más distintos a nosotros, los que pertenecieran a una civilización extraña o incluso a un planeta lejano? Estas preguntas podrían abrirnos a un interés más profundo que los anteriores, quizás el más entrañable de los que mueven a hacer historia. Sería el interés por la condición y el destino de la especie humana, en el pedazo del cosmos que le ha tocado vivir. Este interés se manifiesta en dos preguntas, nunca expresadas, presupuestas siempre en cualquier historia: la pregunta por la condición humana, la pregunta por el sentido. La historia examina, con curiosidad, cómo se han realizado las distintas sociedades, en las formas más disímbolas; la multiplicidad de las culturas, de los quehaceres del hombre, de sus actitudes y pasiones, el abanico entero, en suma, de las posibilidades de vida humana se despliega ante sus ojos. La succión de los distintos rostros del hombre es un espejo de las posibilidades de su condición; al través de ellos puede escucharse lo que hay de común, de permanente en ser hombre. Historia magistra vitae: no porque dicte normas o consejos edificantes, menos aún porque dé recetas de comportamiento práctico, "maestra de la vida" porque enseña, al través de ejemplos concretos, lo que puede ser el hombre. Pero la historia no dice todo eso en fórmulas expresas. Su fin no es enunciar principios generales, leyes, regularidades sobre la vida humana, ni acuñar en tesis doctrinarias una "idea del hombre". La historia muestra todo eso al tratar de revivir, en su complejidad y riqueza, pedazos de vida humana. En este procedimiento está más cerca de las obras literarias que de las ciencias explicativas. También la literatura intenta revelar la condición humana mostrando posibilidades particulares de hombres concretos. Sin duda, la literatura abre posibilidades verosímiles pero ficticias y la historia, en cambio, sólo revive situaciones reales; sin duda, a literatura se interesa, ante todo, en personajes individuales y la historia, por lo contrario, centra su atención en amplios grupos humanos; sin duda, en fin, la literatura se niega a explicar lo que describe y la historia no quiere sólo mostrar sino también dar razón de lo que muestra. Pero, por amplias que sean sus diferencias, literatura e historia coinciden en un punto: ambas son intentos por comprender la condición del hombre, al través de sus posibilidades concretas de vida. La pregunta por la condición humana se enlaza con la pregunta por su sentido. Necesitamos encontrar un sentido a la aventura de la especie. Para responder a esa inquietud el pensamiento humano ha intentado varias vías: la religión, la filosofía, el arte; la historia es otra de ellas. La búsqueda del sentido no da lugar a un "para qué" del quehacer histórico diferente a los dos que expusimos antes; está supuesta en ellos. El interés en explicar nuestro presente expresa justamente una voluntad de encontrar a la vida actual un sentido. Por otra parte, la historia nos lleva a comprender, dijimos, lo que agrupa, lo que relaciona, lo que pone en contacto entre sí a los hombres, haciendo que trasciendan su aislamiento. Con ello, estaría respondiendo a la necesidad que tenemos de prestar significado a nuestra vida personal al ponerla en relación con la comunidad de los otros hombres. El historiador permite que cada uno de nosotros se reconozca en una colectividad que lo abarca; cada quien puede trascender entonces su vida personal hacia la comunidad de otros hombres y, en ese trascender, su vida adquiere un nuevo sentido. La existencia de un objeto, de un acontecimiento, cobra sentido al comprenderse como un elemento que desempeña una función en un todo que lo abarca. Veo una extraña barra de hierro. ¿Qué hace allí ese objeto? ¡Ah! es la palanca de una máquina", me digo; el objeto ha dejado de ser absurdo. La máquina ha dado un sentido a la existencia de la palanca, el proceso de producción a la máquina, la sociedad de mercado al proceso e producción, y así sucesivamente. La integración en una totalidad conjura el carácter gratuito, en apariencia sin sentido, de la pura existencia. De parecida manera, en los actos humanos. La carrera desbocada de un hombre en los llanos de Marathón cobra sentido como parte de una batalla, pero sería absurda si no hubiera salvado a un pueblo, el cual adquiere significado al revivir dos milenios después en otras culturas, las cuales cobran sentido, hasta llegar a un término: la integración en la totalidad de la especie humana. La historia ofrece a cada individuo la posibilidad de trascender su vida personal en la vida de un grupo. Al hacerlo, le otorga un sentido y, a la vez, le ofrece una forma de perdurar en la comunidad que lo trasciende: la historia es también una lucha contra el olvido, forma extrema de la muerte. ¿Y cuál sería el grupo más amplio, el último, hacia el cual podría trascender nuestra individualidad? La respuesta ha variado. "En las primeras civilizaciones, el mito primero, la historia después, otorgan sentido al individuo al integrarlo en una tribu o en un pueblo, pero ese pueblo sólo cobra sentido ante la mirada del -dios. La historia judía no rebasa, en este aspecto particular, la perspectiva reducida de los anales egipcios o asirios. En Grecia el horizonte empieza a ser más amplio: más allá de la integración de los pueblos helénicos se apunta a una colectividad en la que los actos tanto de los griegos como de los bárbaros cobrarían sentido. Herodoto abre una historia con estas palabras: "Herodoto de Halicarnaso expone aquí sus investigaciones ["historia" en griego, puede traducirse por Investigación"] para impedir que lo que han hecho los hombres se desvanezca con el tiempo y que grandes y maravillosas hazañas, recogidas tanto por los griegos como por los bárbaros, dejen de nombrarse." Herodoto quiere impedir que un momento de vida se borre de la mente de otros hombres y, en este punto, no hace diferencia entre griegos y bárbaros; lo que lo mueve es, en último término, permitir que esa vida subsista en la conciencia general de la especie. Sin embargo, ni griegos ni romanos tuvieron una idea clara del papel que podrían desempeñar sus pueblos en el seno de una colectividad más amplia. Esto sólo acontece con la historia cristiana. Para ella todos los pueblos cumplen una función en un designio universal que compete a la humanidad entera; con todo, ese designio no es inmanente a la propia humanidad sino producto de la 53 economía divina. Más tarde, a partir de Vico, las leyes que gobiernan a la historia humana se conciben inherentes a ésta. Los grandes ciclos de la vida de la humanidad o bien su progreso hacia una meta final es lo que puede otorgar sentido a cualquier historia particular. Por eso la mayor trascendencia que puede alcanzar la historia está ligada a la historia universal. En la historia universal cada individuo quedaría incorporado a la especie, en una comunidad de entes racionales. En ese empeño llegaría a su final el afán de integrar toda vida individual en un todo que la trascienda. ¿Llegaría a su fin en verdad? Si los actos humanos cobran un nuevo sentido al integrarse a una comunidad y, al través de ella, a la humanidad, ¿no podríamos preguntar también: y qué sentido tiene la especie humana, en la inmensidad del cosmos? La historia actual no puede dar una respuesta, como no puede darla ninguna ciencia, sólo la religión puede atreverse a balbucir alguna. Pero ¿cuál sería la comunidad última en que pudiera integrarse la historia de la especie? Sólo la comunidad de todo ente racional y libre posible. Tal vez, en un futuro incierto y lejano, en su persecución nunca satisfecha de una trascendencia, el hombre busque el sentido de su especie en el papel que desempeñe en el desarrollo de la razón en el cosmos, tal vez entonces la historia universal de la especie se ligue a una historia cósmica. Bastará una observación para mostrar que ese ideal está ya presente en nosotros. Sin duda se nos ha ocurrido la posibilidad de que, en una catástrofe futura, causada por los mismos hombres o por un acontecimiento cósmico, la humanidad dejara de existir. ¿No sería para nosotros una necesidad dejar un testimonio de lo que fuimos? Ante una amenaza semejante, pensaríamos en dejar alguna señal, lo más completa posible, de lo que fue la especie humana, para que, si en épocas futuras, comunidades racionales de otros planetas vinieran al nuestro, rescataran nuestra humanidad del olvido. Este sería, en suma, el último móvil de la historia, su "para qué" más Profundo: dar un sentido a la vida del hombre al comprenderla en función de una totalidad que la abarca y de la cual forma parte: la comunidad restringida de otros hombres primero, la especie humana después y, tal vez, en su límite, la comunidad posible de los entes racionales y libres del universo. 54 CARACTERÍSTICAS DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO E.H. Carr Eduardo H. ¿QUÉ ES LA HISTORIA? EL HISTORIADOR Y SUS HECHOS ¿Qué es la historia? Para precaverme contra quien encuentre superflua o falta de sentido la pregunta, voy a partir de textos relacionados respectivamente con la primera y la segunda encarnaciones de la Cambridge Modern History. He aquí a Acton, en su informe a los síndicos de la Cambridge University Press acerca de la obra que se había comprometido a dirigir: Es ésta una oportunidad sin precedente de reunir, en la forma más útil para los más, el acervo de conocimiento que el siglo XIX nos está legando. Mediante una inteligente división del trabajo seríamos capaces de hacerlo y de poner al alcance de cualquiera el último documento y las conclusiones más elaboradas de la investigación internacional. No podemos, en esta generación, formular una historia definitiva; pero sí podemos eliminar la historia convencional, y mostrar a qué punto hemos llegado en el trayecto que va de ésta a aquélla, ahora que toda la información es asequible, y que todo problema es susceptible de solución9 y transcurridos casi exactamente sesenta años, el profesor Sir George Clark, en su introducción general a la segunda Cambridge Modern History, comentaba aquel convencimiento de Acton y sus colaboradores de que llegaría el día en que fuese posible presentar una «historia definitiva», en los siguientes términos: Los historiadores de una generación posterior no esperan cosa semejante,. de su trabajo, esperan que sea superado una y otra vez. Consideran que el conocimiento del pasado ha llegado a nosotros por mediación de una o más mentes humanas, ha sido elaborado» por éstas, y que no puede, por tanto, consistir en átomos elementales e impersonales que nada puede alterar... La exploración no parece tener límites y hay investigadores impacientes que se refugian en el escepticismo, o cuando menos en la doctrina de que, puesto que todo juicio histórico implica personas y puntos de 9 The Cambridge Modern History: Its Origin, Authorship nad Production (1907), págs. 10-12. vista, todos son igual de válidos y no hay verdad histórica «objetiva»10. Cuando los maestros se contradicen de modo tan flagrante, es lícito intentar averiguar qué sucede. Espero hallarme lo bastante al día como para darme cuenta de que algo escrito en la última década del siglo pasado tiene que ser un disparate. Pero no estoy lo suficientemente adelantado como para compartir la opinión de que cualquier cosa escrita en estos últimos diez años forzosamente tiene que ser verdad. Sin duda habrán pensado ustedes ya que esta investigación puede parar en algo que rebase los límites de la naturaleza de la historia. El desacuerdo entre Acton y Sir George Clark refleja el cambio sufrido por nuestra concepción de conjunto de la sociedad en el intervalo entre ambas afirmaciones. Acton es un exponente de la fe positiva, de la clarividente confianza propia en uno mismo, que caracteriza la última fase de la época victoriana; Sir George Clark refleja la perplejidad y el escepticismo conturbado de la generación «rebelde». Cuando tratamos de contestar a la pregunta ¿Qué es la Historia?, nuestra respuesta, consciente o inconscientemente, refleja nuestra posición en el tiempo, y forma parte de nuestra respuesta a la pregunta, más amplia, de qué idea hemos de formarnos de la sociedad en que vivimos. No temo que parezca trivial, visto más de cerca, el tema escogido. Solo me asusta parecer pretencioso por haber planteado problema tan amplio e importante. El siglo XIX fue una gran época para los hechos. «Lo que yo quiero -dice Mr. Gradgrind en Tiempos difíciles-, son Hechos... Lo único que se necesita en la vida son Hechos.» En conjunto, los historiadores decimonónicos estaban de acuerdo con él. Cuando Ranke, en el" cuarto decenio del siglo, apuntaba, en legítima protesta contra la historia moralizadora, que la tarea del historiador era «sólo mostrar lo que realmente aconteció (wie es eigentlich gewesen)>>, este no muy profundo aforismo tuvo un éxito asombroso. Tres generaciones de historiadores alemanes, británicos e incluso franceses, se lanzaron al combate entonando la fórmula mágica «Wie es eigentlich gewesen», examinar la lista de los autores, dónde dejó la pluma el Obispo de Oxford, y dónde la tomaron Fairbaim o 10 The New Cambridge Modern History, i (1957), p. XXIV-XXV 55 Gasquet, dónde Liebermann o Harrison»11. Hasta el propio Sir George Clark, no obstante su desacuerdo con el enfoque de Acton, contraponía «el sólido núcleo de los hechos» en la historia, a «la pulpa de las interpretaciones controvertibles que lo rodea» (4), olvidando acaso que en la fruta da más satisfacción la pulpa que el duro hueso. Cerciórense primero de los datos, y luego podrán aventurarse por su cuenta y riesgo en las arenas movedizas de la interpretación: tal es la última palabra de la escuela histórica empírica del sentido común. Ello recuerda el dicho favorito del gran periodista liberal C. P. Scott: «Los hechos son sagrados, la opinión libre». Pero está claro que así no se llega a ninguna parte. No voy a embarcarme en una disquisición filosófica acerca de la naturaleza de nuestro conocimiento del pasado. Supongamos, a efectos de la discusión presente, que el hecho de que César pasara el Rubicón, y el hecho de que haya una mesa en el centro de .esta sala son datos de igual orden, o de orden parecido, que ambos datos penetran en nuestra conciencia de modo igual o parecido, y que ambos tienen además al mismo carácter objetivo en relación con la persona que los conoce. Pero aun en el caso de esta suposición atrevida y no del todo plausible, nuestro razonamiento topa con el obstáculo de que no todos los datos acerca del pasado son hechos históricos, ni son tratados como tales por el historiador. ¿Qué criterio separa los hechos históricos de otros datos acerca del pasado? ¿Qué es un hecho histórico? Es ésta una cuestión crucial en la que hemos de fijarnos algo más atentamente. Según el punto de vista del sentido común, existen hechos básicos que son los mismos para todos los historiadores y que constituyen, por así decirlo, la espina dorsal de la historia: el hecho, pongamos por caso, de que la batalla de Hastings se librara en 1066. más esta opinión sugiere dos observaciones. La primera, que no son datos como éste los que interesan fundamentalmente al historiador. Sin duda es importante saber que la gran batalla tuvo lugar en 1066 y no en 1065 ó 1067, o que se librara en Hastings, en vez de en Eastbourne o Brighton. El historiador tiene que saber estas cosas con exactitud. Pero, cuando se suscitan problemas como este, recuerdo siempre aquella observación de 11 ACTON, Lectures on Modem History (1906), pág. 318. (4) Citado en The Listener, 19 de junio de 1952, pág. 992. 56 Housman: «la precisión es un deber, no una virtud» (5). Elogiar a un historiador por la precisión de sus datos es como encomiar a un arquitecto por utilizar, en suedificio, vigas debidamente preparadas o cemento bien mezclado. Ello es condición necesaria de su obra, pero no su función esencial. Precisamente en cuestiones de éstas se reconoce al historiador el derecho a fundarse en las que se han llamado «ciencias auxiliares » de la historia: la arqueología, la epigrafía, la numismática, la cronología, etc. No se espera del historiador que domine las técnicas especiales merced a las cuales el perito sabrá determinar el origen y el período de un fragmento de cerámica o de mármol, o descifrar una inscripción oscura, o llevar a cabo los complejos cálculos astronómicos necesarios para fijar una fecha precisa. Los llamados datos que son los mismos para todos los historiadores, más bien suelen pertenecer a la categoría de materias primas del historiador que a la historia misma. La segunda observación que hemos de hacer es que la necesidad de fijar estos datos básicos no se apoya en ninguna cualidad de los hechos mismos, sino en una decisión que formula el historiador a priori. A pesar de la sentencia de C. P. Scott, todo periodista sabe hoy que la forma más eficaz de influir en la opinión consiste en seleccionar y ordenar los hechos adecuados. Solía decirse que los hechos hablan por sí solos. Es falso, por supuesto. Los hechos sólo hablan cuando el historiador apela a ellos: él es quien decide a qué hechos se da paso, y en qué orden y contexto hacerlo. Si no me equivoco, era un personaje de Pirandello quien decía que un hecho es como un saco: no se tiene de pie más que si metemos algo dentro. La única razón por la que nos interesa saber que la batalla se libró en Hastings en 1066 estriba en que los historiadores lo consideran hecho histórico de primordial importancia. Es el historiador quien ha decidido, por razones suyas, que el paso de aquel riachuelo, el Rubicón, por César, es un hecho que pertenece a la historia, en tanto que el paso del Rubicón por millones de otras personas antes y después, no interesa a nadie en absoluto. El hecho de que ustedes llegaran a este edificio hace media hora, a pie, en bicicleta o en coche, es un hecho del pasado como pueda serlo el hecho de que César pasara el Rubicón. Pero los historiadores dejarán seguramente de tener en cuenta el primero de ambos hechos. El profesor Talcott Parsons calificó una vez la ciencia de «sistema selectivo de orientaciones cognitivas hacia la realidad» (6).Tal vez podría haberse dicho con más sencillez. Pero lo cierto es que la historia es eso, entre otras cosas. El historiador es necesariamente selectivo. La creencia en un núcleo óseo de hechos históricos existentes objetivamente y con independencia de la interpretación del historiador es una falacia absurda, pero dificilísima de desarraigar. Echemos una ojeada sobre el proceso por el cual un mero dato del pasado se convierte en un hecho histórico. En 1850, en Stalybridge Wakes, un vendedor de golosinas era deliberadamente golpeado hasta la muerte por una muchedumbre enfurecida, tras una disputa sin importancia. ¿Es ello un hecho histórico? Hace un año hubiese contestado que no sin vacilar. Lo había recogido un testigo ocular en ciertas memorias poco conocidas (7); pero nunca vi. que ningún historiador lo considerase digno de mención. Hace un año, el Dr. Kitson Clark lo citó en sus Conferencias .Ford en Oxford (8). ¿Confiere esto al dato el atributo de histórico? Creo que aún no. Su situación actual, diría yo, es la de que se ha presentado su candidatura para el ingreso en el selecto club de los hechos históricos. Se encuentra ahora aguardando partidarios y patrocinadores. Puede que en años sucesivos veamos aparecer este dato, primero en notas a pie de página, y luego en el texto, en artículos y libros acerca de la Inglaterra decimonónica, y que dentro de veinte o treinta años haya pasado a ser un hecho histórico sólidamente arraigado. Como también puede que nadie lo menciones, en cuyo caso volverá a sumirse en el limbo de los hechos del pasado no pertenecientes a la historia, de donde el Dr. Kitson Clark ha tratado generosamente de salvado. ¿Qué será lo que decida cuál de ambas cosas ha de suceder? Dependerá, pienso yo, de que la tesis o la interpretación en apoyo de la cual el Dr. Kitson Clark cite este incidente sean aceptadas por los demás historiadores como válida e importante. Su condición de hecho histórica dependerá de una cuestión de interpretación. Este elemento interpretativo interviene en todos los hechos históricos. Permítaseme evocar un recuerdo personal. Cuando yo estudiaba historia de la Antigüedad en esta misma Universidad, años ha, hube de dedicarme especialmente al tema de «Grecia en la época. De las guerras médicas». Reuní en mis estanterías unos quince o veinte volúmenes, dando por supuesto que hallaría, en aquellos tomos, todos los datos relativos a mi tema. Supongamos -lo que era casi del todo cierto que aquellos libros contenían todos los datos que se conocían entonces, o que podían conocerse. Ni por un momento se me ocurrió investigar en virtud de qué accidente o de qué proceso de erosión había sobrevivido aquella reducidísima selección de datos, entre los miles y miles de hechos que alguna vez tuvieron que ser conocidos de alguien, para convertirse en los hechos de la historia. Sospecho que aún hoy una de las fascinaciones que ejerce la historia antigua y medieval radica en la impresión que nos da de tener a nuestra disposición todos los datos, dentro de unos límites controlables: la movediza barrera que separa los hechos históricos de los que no son se esfuma porque los pocos hechos conocidos son todas ellas históricas. Cama dijo. Bury, que estudió ambos períodos, «el acervo de datos can que cuenta la historia antigua y medieval está plagada de lagunas» (9). Se ha dicho que la historia es un gigantesco rompecabezas en el que faltan numerosos trozos. más el problema principal no. estriba en las lagunas. Nuestra imagen de Grecia en el sigla v antes de nuestra era es deficiente, y no sobre todo para haberse perdida tantos fragmentas de ella accidentalmente, sino par ser, en líneas generales, la imagen que plasmó un reducido grupo de personas de la ciudad de Atenas. Nosotros sabemos bastante bien qué opinión tenía de la Grecia del sigla V un ciudadana ateniense; pera ignoramos qué le parecía a un espartana, a un corintia o a un tebana, por no Decir a un persa, a un esclava a otra residente en Atenas que no. fuese ciudadana. Nuestra imagen ha sufrida una selección y una determinación previas antes de llegar a nosotros, no tanta por accidente como personas consciente a inconscientemente imbuidas de una óptica suya peculiar, y que pensaran que las datos que apoyaban tal punta de vista merecían ser conservadas. Así también, cuando lea en una historia contemporánea de la Edad Media que la gente, en la Edad Media, era profundamente religiosa, me pregunta cómo. Lo sabemos y si es cierta. Las que conocemos cama hechas de la historia medieval han sido casi todas seleccionadas para nosotros por generaciones de cronistas que para su profesión se ocupaban de la teoría y la práctica de la religión y que par la tanta la consideraban cama alga de suprema importancia, y recogían cuanta a ella atañía y no. gran casa más. La imagen del campesino ruso. pra- (9) J. B. BURY,Selected Essays (1930),pág. 52 fundamentalmente religioso fue destruida por la revolución de 1917. La imagen del hombre medieval profundamente religioso, sea verdadera o falsa, es indestructible, ya que casi todos los datos que acerca de él se 57 conocen fueron seleccionados de antemano por personas que creyeron en ella, y que querían que los demás la compartieran, en tanto que muchos otros datos, en los que acaso hubiéramos hallado pruebas .de lo' contrario, se han perdido sin remisión. El peso muerto .de generaciones desaparecidas de historiadores, amanuense s y cronistas, ha determinado sin posibilidad de apelación nuestra idea del pasado. «La historia que leemos», escribe el Profesor Barraclough, medievalista a su vez, «aunque basada en los hechos, no es, en puridad, en absoluto fáctica, sino más bien una serie de juicios admitidos» (10). Pero pasemos ahora a la carga, distinta aunque igualmente pesada, del historiador que se ocupa de la época moderna y contemporánea. El historiador de la antigüedad o el medievalista podrán estar agradecidos del amplio proceso de trilla que, andando el tiempo, ha puesto a su disposición un cuerpo manejable de datos históricos. Como dijera Lytton Strachey con su impertinente estilo, «el primer requisito del historiador es la ignorancia, una ignorancia que simplifica y aclara, selecciona y omite». Cuando tentado, como me ocurre a veces, a envidiar la inmensa seguridad de colegas dedicados a la historia antigua o medieval, me consuela la idea de que tal seguridad se debe, en gran parte, a lo mucho que ignoran de sus temas. El historiador de épocas más recientes no goza de ninguna de las ventajas de esta inexpugnable ignorancia. Debe cultivar por si mismo esa tan necesaria ignorancia, tanto más cuanto más se aproxima a su propia época. Le incumbe la doble tarea de descubrir los pocos datos relevantes y convertirlos en hechos históricos, y de descartar los muchos dato, carentes de importancia para históricos. Pero esto es exactamente lo contrario de la herejía decimonónica, según la cual la historia consiste en la compilación de la mayor cantidad posible de datos irrefutables y objetivos. Quien caiga en tal herejía, o tendrá que abandonar la historia por considerarla tarea inabarcable y dedicarse a coleccionar sellos o a cualquier otra forma de coleccionismo, o acabará en el manicomio. Esta herejía es la que tan devastadores efectos ha tenido en los últimos cien años para el historiador moderno, produciendo en Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos una amplia y creciente masa de historias fácticas, áridas como lo que más, de monografías minuciosamente especializadas, obra de aprendices de historiadores sabedores cada vez más acerca de cada vez menos, perdidos 58 sin dejar rastro en un océano de datos. Me temo que fuera esta herejía -más que el conflicto, alegado al respecto, entre la lealtad al liberalismo o al catolicismo- lo que malogró a Acton como historiador. En un ensayo de su primera época, dijo de su maestro Dollinger: «Por nada escribiría partiendo de un material imperfecto, y para él todo material era imperfecto» Acton estaba sin duda pronunciando aquí un veredicto anticipado sobre sí mismo, sobre aquel curioso fenómeno de un historiador en el que muchos ven el más distinguido ocupante que la cátedra Regius de Historia Moderna en esta Universidad ha tenido nunca, y que, sin embargo, no escribió ninguna historia. Y Acton escribió su propio epitafio en la nota introductoria al primer volumen de la Cambridge Modern History publicado a poco de su muerte, cuando lamentaba que los requerimientos que agobiaban al historiador «amenazan con convertirle, de hombre de letras, en compilador de una enciclopedia » ~. En alguna parte había un error. Y el error era la fe en esa incansable e interminable acumulación de hechos rigurosos vistos como fundamento de la historia, la convicción de que los datos hablan por sí solos y de que nunca se tienen demasiados datos, convicción tan inapelable entonces que fueron pocos los historiadores del momento que creyeron necesario -y hay quienes todavía siguen creyéndolo innecesarioplantearse la pregunta ¿Qué es la Historia? El fetichismo decimonónico de los hechos venía completado y justificado por un fetichismo de los documentos. Los documentos eran, en el templo de los hechos, el Arca de la Alianza. El historiador devoto llegaba ante ellos con la frente humillada, y hablaba de ellos en tono reverente. Si los documentas lo dicen, será verdad. Mas,¿qué nos dicen, a fin de cuentas, tales documentos: los decretos, los tratados, las cuentas de los arriendos, los libros azules, la correspondencia oficial, las cartas y los diarios privados? No hay documento que pueda decirnos acerca de un particular más de lo que opinaba de él su autor, lo que opinaba que había acontecido, lo que en su opinión tenía que ocurrir u ocurriría, o acaso tan sólo lo que quería que los demás creyesen que él pensaba, o incluso solamente lo que él mismo creyó pensar. Todo esto no significa nada, hasta que el historiador se ha puesto a trabajar sobre ello y lo ha descifrado. Los datos, hayan sido encontrados en documentos o no, tienen que ser elaborados por el historiador antes de que él pueda hacer algún uso de ellos: y el uso que hace de ellos es precisamente un proceso de elaboración. Voy a ilustrar lo que trato de decir con un ejemplo que casualmente conozco bien. Cuando Gustav Stresemann, el ministro de Asuntos Exteriores de la República de Weimar, murió en 1929, dejó una masa ingente 300cajas llenas- de documentos oficiales, semioficiales y privados, relativos casi todos a los seis años durante los cuales tuvo a su cargo la cartera de Asuntos Exteriores. Como es lógico, sus amigos y familiares pensaron que la memoria de hombre tan insigne debía honrarse con un monumento. Su leal secretario Bernhard puso manos a la obra; y en un plazo de tres años salieron tres gruesos volúmenes de unas 600 páginas cada uno, que contenían una selección de los documentos de las 300 cajas, y que llevaban el impresionante título de Stresemanns Ver. Machtnis «<El legado de Stresemann»). En circunstancias normales, los documentos propiamente dichos habrían ido descomponiéndose en algún sótano o desván, y se habrían perdido para siempre. O acaso, al cabo de un centenar de años o así, habría dado con ellos cierto investigador curioso y emprendido su comparación con; el -texto de Bernhard. Lo realmente ocurrido fue mucho más truculento. En 1945 los documentos cayeron en las manos de los gobiernos británicos y norteamericano, quienes los fotografiaron todos y pusieron las fotocopias a disposición de los investigadores en el Public Record office de Londres y en los National Archives de Washington, de forma que, con la suficiente curiosidad y paciencia, podemos ver con exactitud lo hecho por Bernhard. Lo que había hecho no era ni insólito ni indignante. Cuando Stresemann murió, su política occidental parecía haber sido coronada por una serie de brillantes éxitos: la admisión de Alemania en la sociedad e Naciones, los planes Dawes y Young y los empréstitos norteamericanos, la retirada de los ejércitos aliados de ocupación del territorio del Rhin. Parecía ésta la parte importante- a la vez que fructífera de la política exterior de Stresemann: y no es que la selección documental de Bernhard destacase mucho este aspecto. Por otra parte, la política L oriental de Stresemann, sus relaciones con la Unión Soviética, parecían no haber llevado a ninguna parte como no eran muy interesantes ni engrandecían la fama del estadista aquellos montones de documentos acerca de negociaciones que no dieron más que triviales resultados, el proceso de selección podía ser más riguroso. En realidad Stresemann dedicó una atención mucho más constante y solícita a las relaciones con la Unión Soviética, que desempeñaron, un papel mucho mayor en el conjunto de su política extranjera, de lo que puede deducir él lector de la I antología de Bernhard. Pero me temo que muchas, colecciones publicadas de documentos, sobre las que funda sin vacilaciones el historiador normal, son I peores que los volúmenes de Bemhard. Pero mi historia no termina aquí. Poco después de publicados los tomos de Bernhard, subió Hitler al poder. Se relegó al olvido en Alemania el nombre de Stresemann y los libros desaparecieron de la circulación: muchos ejemplares, quizás la mayoría, fueron destruidos. En la actualidad, el Stresemanns Vermachtnis es un libro más bien difícil de encontrar. Pero en Occidente, la fama de Stresemann se mantuvo firme. En 1935 un editor inglés publicó una traducción abreviada de la obra de Bernhard, una selección de la selección de Bernhard: se omitió aproximadamente la tercera parte del original. Sutton, conocido traductor del alemán, hizo su trabajo bien y de modo competente. La versión inglesa, explicaba en el prólogo, estaba «ligeramente condensada, pero solamente por la omisión de una parte de lo que –en su sentir- era lo más efímero... de escaso interés para los lectores o estudiosos ingleses». Esto también es bastante natural. Pero el resulta (o es que la política oriental de Stresemann, ya insuficientemente destacada en la edición de Bernhard, se pierde aún más de visa, y en los volúmenes de Sutton la Unión Soviética aparece como un mero intruso ocasional, y más bien inoportuno, en la política predominantemente occidental de Stresemann. Sin embargo conviene dejar sentado que es Sutton, y no Bernhard -y menos aún los documentos mismos- quien representa para el mundo occidental salvo unos cuantos especialistas, la auténtica voz de Stresemann. De haber desaparecido los documentos en 1945, durante los bombardeos, y de haberse perdido el rastro de los restantes volúmenes de Bernhard, nunca se hubieran puesto en tela de juicio la autenticidad y la autoridad de Sutton. Muchas colecciones impresas de documentos aceptadas de buena gana por los historiadores a falta de los originales, descansan sobre una base tan precaria como ésta. Pero quiero llevar aún más lejos la historia. Olvidemos lo dicho acerca de Bernhard y Sutton, y agradezcamos' el poder, si lo deseamos, consultar los documentos auténticos de uno de los principales actores de algunos de los acontecimientos importantes de la historia europea reciente. ¿Qué nos dicen los documentos? Contienen entre otras cosas notas de unos cuantos centenares de conversaciones entre Streseman y el 59 embajador soviético en Berlín, y de una veintena con Chicherin. Tales notas tienen su rasgo en común. Presentan a un Stresemann que se llevaba la parte del león en las conversaciones, y revelan sus -argumentos invariablemente ordenados y atractivos, en tanto que los de su interlocutor son las más de las I veces vacíos, confusos y nada convincentes. Es ésta una característica común a todos los apuntes de conversaciones diplomáticas. Los documentos no nos di- Icen lo que ocurrió, sino tan sólo lo que Stresemann creyó que había ocurrido, o lo que deseaba que los: demás pensaran, o acaso lo que él mismo quería creer que había ocurrido. El proceso seleccionador no lo empezaron Bernhard ni Sutton, sino el mismo I Stresemann y si tuviéramos, por ejemplo, los apuntes de Chicherin acerca de dichas conversaciones, nos -quedaríamos sin embargo enterados tan sólo de lo qué de ellas pensaba Chicherin, y lo que realmente, ocurrió tendría igualmente que ser reconstruido en tente del historiador. Claro que datos y documentos son, esenciales para el historiador. Pero hay que guardarse de convertirlos en fetiches. Por sí solos no constituyen historia; no brindan por sí solos ninguna respuesta definitiva a la fatigosa pregunta de qué es la Historia. Llegados a este punto, quisiera decir unas palabras sobre la razón por la que los historiadores del siglo pasado solían desentenderse de la filosofía de la historia. La expresión la inventó Voltaire, y desde entonces se la viene utilizando en distintas acepciones; pero yo la usaré, si es que alguna vez la uso, como contestación a nuestra pregunta: ¿Qué es la Historia? Para los intelectuales de Europa occidental el siglo XIX fue un período cómodo que respiraba confianza y optimismo. Los hechos resultaban satisfactorios en conjunto; y la inclinación a plantear y contestar preguntas molestas acerca de ellos fue por lo tanto débil. Ranke creía piadosamente que la divina providencia se encargaría del significado de la historia, si él se encargaba de los hechos; y Burckhardt, con un matiz cínico más moderno, observaba que «no estamos iniciados en los designios de la eterna sabiduría». El profesor Butterfield apuntaba con visible satisfacción, nada menos que en 1931, que «los historiadores han reflexionado poco acerca de la naturaleza de las cosas y aun acerca de la naturaleza de su propia materia de estudio» pero mi predecesor en estas conferencias, Á. L. Rowse, más preciso en su crítica, escribió de «La Crisis Mundial» de Sir Winston Churchill (su libro acerca de la primera Guerra Mundial) que, aunque estaba a la altura de la Historia 60 de la Revolución Rusa de Trotsky en lo que hacía a personalidad, viveza y vitalidad, quedaba por de- --. ..1\ bajo de ella a un respecto: «no había detrás filosofía de la 4istoria alguna» ~). Los historiadores británicos se negaron a dejarse arrastrar, no porque creyesen que la historia carece de sentido, sino porque creían a éste implícito y evidente. La concepción liberal de la historia del siglo XIX tenía una estrecha afinidad con la doctrina económica del laissez-faire, producto también de una visión del mundo serena y confiada. Que cada cual prosiga con su especialidad, y ya proveerá la mano oculta a la armonía universal. Los hechos de la historia eran por sí mismos una prueba del hecho supremo de que existía un progreso benéfico, y al parecer infinito, hacia cosas más elevadas. Era aquélla la edad de la inocencia, y los historiadores paseaban por el Jardín del Edén sin un retazo de filosofía con que cubrirse, desnudos y sin avergonzarse ante el dios de la historia. Desde entonces, hemos conocido el Pecado y hemos experimentado en nosotros la Caída; y los historiadores que en la actualidad pretenden dispensarse de una filosofía de la historia tan sólo tratan, vanamente y sin naturalidad, como miembros de una colonia nudista, de recrear el Jardín del Edén en sus jardincillos de suburbio. La molesta pregunta no puede ya ser eludida hoy. - Durante los últimos cincuenta años se ha llevado a cabo no poco trabajo serio a propósito de la pregunta: ¿Qué es la Historia? De Alemania, el país que tanto iba a contribuir a perturbar el muelle reinado del liberalismo decimonónico, salió en los dos últimos decenios del siglo XIX el primer desafío a la doctrina de la primacía y la autonomía de los hechos en la historia. Los filósofos que salieron a la palestra apenas son ya algo más que nombres: Dilthey es el único que ha sido recientemente objeto de un tardío reconocimiento en Gran Bretaña. Antes de cambiar el siglo, la prosperidad y la confianza eran todavía demasiadas en este país para dedicar atención alguna a los herejes que arremetían contra el culto de los hechos. Pero no bien hubo empezado el nuevo siglo, pasó a Italia la antorcha, donde empezaba Croce a abogar por una filosofía de la historia que desde luego debía mucho a los maestros alemanes. Declaró Croce que toda la historia es «historia contemporánea » (17), queriendo con ello decir que la historia consiste esencialmente en ver el pasado por los ojos del presente y a la luz de los problemas de ahora, y que la tarea primordial del historiador no es recoger datos sino valorar: porque si no valora, ¿cómo puede saber lo que merece ser recogido? En 1910 el historiador norteamericano Carl Becker afirmaba, con lenguaje deliberadamente provocador, que «los hechos de la historia no existen para ningún historiador hasta que él los crea». Tales desafíos pasaron de momento casi desapercibidos. Hasta pasado 1920 no empezó a estar de moda Croce -y lo estuvo bastante- en Francia y Gran Bretaña. Y no tal vez porque Croce fuera pensador más sutil (17) El contexto de este famoso aforismo es el siguiente: "Los requisitos prácticos subyacentes a todo juicio histórico dan a la historia toda el carácter de 'historia contemporánea', porque, por remotos temporalmente que nos parezcan los acontecimientos así catalogados, la historia se refiere en realidad a las necesidades presentes y a las situaciones presentes en que vibran dich6s acontecimientos" (B. Croce La Historia como Hazaña de la Libertad, trae esp., F. C. E., México). Elitista que sus predecesores alemanes, sino porque después de la primera Guerra Mundial los hechos parecieron sonreímos de modo menos propicio que en los años anteriores a 1914, y éramos por tanto más asequibles a una filosofía que se proponía disminuir su prestigio. Croce ejerció un gran influjo sobre el filósofo e historiador de Oxford, Collingwood, el único pensador británico de este siglo que haya realizado una aportación seria a la filosofía de la historia. No vivió lo bastante para escribir el tratado sistemático que tenía planeado; pero sus papeles, publicados y no publicados, sobre el particular, fueron recogidos después de su muerte en un volumen editado en 1945, titulado La Idea de la Historia. Esta crítica penetrante, aunque puede inspirar serias reservas, saca a la luz ciertas verdades olvidadas. Ante todo, los hechos de la historia nunca nos llegan en estado «puro», ya que ni existen ni pueden existir en una forma pura: siempre hay una refracción al pasar por la mente de quien los recoge. De ahí que, cuando llega. a nuestras manos un libro de historia, nuestro primer interés debe ir al historiador que lo escribió, y no a los datos que contiene. Permítaseme tomar como ejemplo al gran historiador en cuyo honor y con cuyo nombre se fundaron estas conferencias. Trevelyan, según cuenta él mismo en su autobiografía, fue «educado por su familia en una tradición liberal un tanto exuberante» (20); y espero que no me desautorizaría si le describiese como el último, en el tiempo que no por la valía, de los grandes historiadores liberales ingleses dentro de la tradición whig. No en vano se remonta en su genealogía familiar hasta Macaulay, indudablemente el mayor de los historiadores liberales, pasando por el gran historiador, asimismo whig, George Otto Trevelyan. La mejor obra, y la más madura, del Dr. revelan, Inglaterra bajo la Reina Ana, fue escrita con estos antecedentes, y sólo teniendo en cuenta estos antecedentes comprenderá el lector todo su alcance y significado. Desde luego el autor no brinda al lector excusa alguna para ignorarlos. Porque si, a la usanza de los aficionados de verdad a las novelas policíacas, se lee primero el final, se hallará en las últimas páginas del tercer tomo el, a mi juicio, mejor compendio de la que hoy se llama interpretación liberal de la historia; y se verá que lo que Trevelyan trata de hacer es investigar el origen y el desarrolló de la tradición liberal inglesa, y arraigarla limpia y claramente en los años que siguieron a la muerte de su fundador, Guillermo 111. Aunque tal vez no sea ésta la única interpretación concebible de los acontecimientos del reinado de la reina Ana, es una interpretación válida, y, en manos de Trevelyan, fructífera. Pero para apreciada en todo su valor, hay que comprender lo, que está haciendo el historiador. Porque si, como dice Collingwood, el historiador tiene que reproducir mentalmente lo que han ido discutiendo sus drama "fis. personae, el lector, a su vez, habrá de reproducir et proceso seguido por la mente del historiador. Estudien al historiador antes de ponerse a estudiar los hechos. Al fin y. al cabo, no es muy difícil. Es lo que el estudiante inteligente que, cuando se le recomienda que lea una obra del eminente catedrático inglés, busca a un alumno de Jones y le pregunta qué de qué pie cojea. Cuando se lee un libro de historia, hay que estar atento a las cojeras. Si no logran descubrir ninguna, o están ciegos, o el historiador no anda. Y es que los hechos no se parecen realmente en nada los pescados en el mostrador. Más bien se asemejan a los peces que nadan en un océano anchuroso y aun a veces inaccesible; y lo que el historiador pesque dependerá en parte de la suerte, pero sobre todo de la zona del mar en que decida pescar y del aparejo que haya elegido, determinados desde luego ambos factores por la clase de peces que pretenda atrapar. En general puede decirse que el historiador encontrará la clase de hechos que busca. Historiar significa interpretar. Claro que, si, volviendo a Sir George Clark del revés, yo definiese la historia como «un sólido núcleo interpretativo rodeado de la pulpa de los hechos controvertibles», mi frase resultaría, a no dudarlo, parcial y 61 equívoca; pero con todo me atrevo a pensar que no lo sería más que la frase original. La segunda observación es aquella más familiar para nosotros de la necesidad, por parte del historiador, de una comprensión imaginativa de las mentes de las personas que le ocupan, del pensamiento subyacente a sus actos: digo «comprensión imaginativa», y no «simpatía», por temor a que se crea que ello implica acuerdo. El siglo XIX fue flojo en historia medieval porque le repelían demasiado las creencias supersticiosas de la Edad Media y las barbaridades por ellas inspiradas como para comprender imaginativamente a los hombres medievales.O tómese la censoria observación de Burckhardt acerca de la guerra de los Treinta Años: «Resulta escandaloso para un credo, sea católico o protestante, colocar su salvación por encima de la integridad nacional» (~. Era dificilísimo para un historiador del siglo pasado, enseñado a creer que era justo y digno de alabanza matar en defensa del país propio, pero inmoral y equivocado matar en defensa de la propia religión, compartir el estado de ánimo de quienes lucharon en la guerra de los Treinta Años. Esta dificultad es particularmente aguda en el campo en que estoy trabajando ahora. 'Mucho de lo que se lleva escrito en los últimos diez años en los países de habla inglesa acerca de la Unión 'Soviética, y mucho de lo escrito en ésta sobre dichos países, viene viciado por esa incapacidad de llegar a una comprensión imaginativa, por elementar que sea, de lo que acontece en la mente de la otra parte, de forma que las palabras y las acciones de los otros siempre han de resultar embebidas de mala fe, carentes de sentido o hipócritas. No se puede hacer historia, si el historiador no llega a establecer algún contacto con la mente de aquellos' sobre los que escribe. El tercer punto es que sólo podemos captar el pasado y lograr comprenderlo a través del cristal del 'presente. El historiador pertenece a su época y está facultado a ella por las condiciones de la existencia humana. Las mismas palabras de que se vale de términos como democracia, imperio, guerra, revolución- tienen sus connotaciones en curso puede divorciarlas. Los historiadores dedicados usan vocablos como polis y plebs en el idioma original, sólo para demostrar que han sorteado el obstáculo. Pero no les vale. También ellos ven el presente y no pueden escamotearse a sí mismos en el pasado echando mano de palabras del poco uso o relegadas al olvido, como tampoco serían mejores historiadores de Grecia o Roma por dar sus conferencias con la clámide o la toga. Los nombres con que 62 sucesivos historiadores franceses han ido desescribiendo las muchedumbres parisinas, que tan importante papel desempeñaron en la Revolución Francesa -les- sans-culottes, le peuple, la canaitte, son, para quien conozca las normas del juego, otros tantos manifiestos de una filiación política o de una interpretación determinada. Y es que e1 historiador no tiene más remedio que elegir: el uso del lenguaje le veda la neutralidad. Y no es sólo una cuestión de palabras. En los últimos cien años, los cambios en el equilibrio de las potencias en Europa han mudado por completo la actitud de los historiadores británicos hacia Federico el Grande. Los cambios que, dentro de las iglesias cristianas, ha experimentado el equilibrio entre católicos y protestantes, han alterado profundamente su actitud hacia figuras como Ignacio de Loyola, Lutero y Cromwell. Basta un conocimiento superficial de la obra de los historiadores franceses de la Revolución Francesa en los últimos cuarenta años, para percatarse de lo profundamente que ha sido afectada por la revolución rusa de 1917. El historiador no pertenece al ayer sino al hoy. Nos' dice el profesor Trevor-Roper que el historiador «debe amar el pasado». Esta es una exhortación discutible. El amor al pasado puede fácilmente convertirse en manifestación de una añoranza romántica de hombres y sociedades que ya pasaron, síntoma de la pérdida de la fe en el presente y el futuro, y del interés por ellos (~}. Puestos a utilizar tópicos, preferiría aquel otro que recomienda liberarse del «peso muerto del pasado». La función del historiador no es ni amar el pasado ni emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderlo, como clave para la comprensión del presente. Si bien son éstas algunas de las ideas de lo que yo llamaría visión collingwoodiana de la historia, hora es ya sin embargo de pasar a considerar algunos de sus peligros. El énfasis puesto en el papel del historiador como hacedor de la historia tiende, llevado a sus lógicas consecuencias, a descartar toda historia objetiva: la historia es lo que hace el historiador. y "de hecho parece que Collingwood haya llegado a esta conclusión en un momento dado, según una nota póstuma que cita su editor: San Agustín vio la historia desde el punto de vista del cristiano primitivo; Tillamont, desde el de un francés del siglo XVII; Gibbon, desde el de un inglés del XVIII; Mommsen desde el de alemán del siglo XIX; a nada conduce preguntarse cuál era el punto de vista adecuado. Cada uno de ellos era el único posible para quien lo adoptó Esto equivale al escepticismo más total, lo mismo que la observación de Froude, para quien la historia es «un rompecabezas infantil de letras, con el que podemos formar la palabra que se nos antoje Collingwood, en su reacción contra la «historia contra una mera compilación de hechos, se acerca peligrosamente a tratar la historia como algo “brotado del cerebro humano”, con lo que nos reintegra a la conclusión aludida por Sir George Clark en el párrafo anteriormente citado, la de que no existe verdad histórica "objetiva"». En vez de la teoría. de que la historia carece de significado, se nos ofrece aquí la teoría de su infinidad de significados, ninguno de los cuales es mejor ni más cierto que los demás, lo que en el fondo equivale a lo mismo. Desde luego la segunda teoría es tan insostenible como la primera. No puede deducirse, del hecho de que una montaña parezca cobrar formas distintas desde diferentes ángulos, que carece de forma objetiva o que tiene objetivamente infinitas formas. No puede deducirse, porque la interpretación desempeñe un papel necesario en la fijación de los hechos de la historia, ni porque no sea enteramente objetiva ninguna interpretación, que todas las interpretaciones sean igualmente válidas y que en principio los hechos de la historia no sean susceptibles de interpretación objetiva. Más adelante nos detendremos en el significado exacto de la objetividad en la historia. Pero tras la hipótesis de Collingwood, se oculta otro peligro aún mayor. Si el historiador ve necesariamente el período histórico que investiga con ojos de su época, y si estudia los problemas del pasado como clave para la comprensión de los presentes, ¿no caerá en una concepción puramente pragmática de los hechos, manteniendo que el criterio de la interpretación recta ha de ser su adecuación a algún propósito de ahora? Según esta hipótesis, los hechos de la historia no son J1ada, y la interpretación lo es todo. Nietzsche ya dejó enunciado el principio: «La falsedad de una opinión no encierra para nosotros objeción alguna contra ella... El problema radica en saber hasta dónde contribuye a prolongar la vida, a preservarla, a amparar o aun a crear la especie Los pragmáticos norteamericanos, aunque menos explícitamente y con menos entusiasmo, siguieron el mismo derrotero. El conocimiento es conocimiento para algún fin. La validez del conocimiento depende de la validez del fin. Pero aun en los casos en que no se ha profesado esta teoría, la práctica ha resultado no menos inquietante. He visto en mi propio campo de investigación demasiados ejemplos de interpretación extravagante que ignoraban los hechos más elementales, como para no quedar impresionado ante la realidad del peligro. No es sorprendente que el análisis minucioso de los productos más extremados de las escuelas historiográficas soviética y antisoviética fomente a veces cierta nostalgia de aquel imaginario refugio decimonónico de la historia meramente fáctica. A mediados del siglo xx, ¿Cómo hemos de definir, pues, las obligaciones del historiador hacia los hechos? Creo que he pasado en los últimos años bastantes horas persiguiendo y escrutando documentos, y rellenando mi relato histórico con hechos debidamente anotados a pie de página, como para librarme de la imputación de tratar con demasiada ligereza documentos y hechos. El deber de respeto a los hechos 'que recae sobre el historiador no termina en la obligación de verificar su exactitud. Tiene que intentar que no falte en su cuadro ninguno de los datos conocidos o susceptibles de serlo que sean relevantes en un sentido u otro para el tema que le ocupa o para la interpretación propuesta. Si trata de dar del inglés victoriano la imagen de un ser moral y racional, no debe olvidar lo acontecido en Stal y Bridge Wakes en el 1850. Pero esto, a su vez, no significa que pueda eliminar la interpretación que es la savia de la historia. Los legos en la materia es decir, los amigos de fuera de la Universidad, o los colegas de otras disciplinas académicas- me preguntan a veces cómo aborda el historiador su trabajo cuando escribe historia. Parece que la idea más corriente es que el historiador divide su tarea en dos fases o períodos claramente diferenciados. Primero, dedica un largo tiempo preliminar a leer sus fuentes y a colmar de datos sus cuadernos de notas; terminada esta fase del trabajo, aparta de sí las fuentes, tira de los cuadernos de apuntes, y escribe el libro del principio al fin. Para mí, esta imagen resulta poco convincente y nada plausible. En lo que a mí respecta, no bien llevo algún tiempo investigando las que me parecen capitales, el empuje se hace demasiado violento y me pongo a escribir, no forzosamente por el principio, sino por alguna parte, por cualquiera. Luego leer y escribir van juntos. Añado, suprimo, doy nueva forma, tacho, conforme voy leyendo. La lectura viene guiada, dirigida, fecundada por la escritura: cuanto más escribo, más sé lo que voy buscando, mejor comprendo el significado y la relevancia de lo que hallo. Es probable que algunos historiadores lleven a cabo mentalmente toda esta escritura preliminar, sin echar mano de pluma, de papel, ni de má63 quina .de escribir, lo mismo que hay quienes juegan mentalmente al ajedrez, sin sacar el tablero ni las piezas: es un talento que envidio pero que no puedo emular. Pero estoy convencido de que, para todo historiador que merece tal nombre, los dos procesos que los economistas llaman «input» y «output» se desarrollan simultáneamente y, en la práctica, son partes de un solo y único proceso. Si se trata de separarlos, o de dar a uno prioridad sobre el otro, se cae en una de ambas herejías. O bien se escribe historia de tijeras y cola, sin importancia ni significado; o bien se escribe propaganda o novela histórica, tirando de los datos del pasado para bordar un género de literatura que nada tiene que ver con la historia. Nuestro examen de la relación del historiador con los hechos históricos nos coloca, por tanto, en una situación visiblemente precaria, haciéndonos navegar sutilmente entre el Escila de una insostenible teoría de la historia como compilación objetiva de hechos, de una injustificada primacía del hecho sobre la interpretación, y el Caribdis de otra teoría igualmente insostenible de la historia como producto subjetivo de la mente del historiador, quien fija los hechos históricos y los domina merced al proceso interpretativo; entre una noción de la historia con centro de gravedad en el pasado, y otra con centro de gravedad en" el presente. Pero nuestra situación es menos precaria de lo que parece. Volveremos, en estas conferencias, a encontrar la misma dicotomía del hecho y la interpretación bajo otros ropajes: lo particular lo general, lo empírico y lo teórico, lo objetivo y lo subjetivo. La espinosa tarea que incumbe al historiador es la de reflexionar acerca de la naturaleza del hombre. El hombre, salvo acaso en su más prístina infancia y en su más avanzada vejez, no está del todo absorbido por el mundo que le rodea ni incondicionalmente sometido a él. Por otra parte, nunca es deltodo "independiente de él, ni lo domina incondicionalmente. La relación del hombre con el mundo circundante es la relación del historiador con su tema. El historiador no es el humilde siervo ni el tiránico dueño de sus datos. La relación entre el historiador y sus datos es de igualdad, de intercambio. Como todo historiador activo sabe, si se detiene a reflexionar acerca de lo que esta haciendo cuando piensa y escribe, el historiador se encuentra en trance continuo de amoldar sus hechos a su interpretación y ésta a aquéllos. Es imposible dar la primacía a uno u otro término. El 64 historiador empieza por una selección provisional de los hechos y por una interpretación provisional a la luz de la cual se ha llevado a cabo dicha selección, sea ésta obra suya o de otros. Conforme va trabajando, tanto la interpretación como la selección y ordenación de los datos van sufriendo cambios sutiles y acaso parcialmente inconscientes, consecuencia de la acción recíproca entre ambas. Y esta misma acción recíproca entraña reciprocidad entre el pasado y el presente, porque el historiador es parte del presente, en tanto que sus. Hechos pertenecen al pasado. El historiador y los hechos de la historia se son mutuamente necesarios. Sin sus hechos, el historiador carece de y los hechos, sin el historiador, muertos y falsos de sentido. Mi primera contestación a la pregunta de qué es la Historia, será pues la siguiente: un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado. ¿ES POSIBLE LA OBJETIVIDAD EN LA HISTORIA? José Fontana Antes de concluir esta primera parte, dedicada a examinar dudas y en la concepción que habitualmente se tiene de la historia, convendrá que hablemos de un problema fundamental, relativo a la validez misma del trabajo del historiador. Me refiero a las discusiones sobre la posibilidad de alcanzar un conocimiento objetivo del pasado humano. El historiador no puede aspirar a explicar la totalidad de los datos del pasado, aun en el supuesto de que pudiera llegar a conocerlos. Toda una vida de trabajo no bastaría para describir -mucho menos aún para explicarcuanto sucede en una ciudad en el transcurso de un solo día. El historiador se ve obligado a escoger entre la multitud de datos que conoce, o que podría llegar a conocer, aquellos que le parecen relevantes para construir una interpretación de los problemas o los aspectos que considera fundamentales. Pero este proceso de selección es peligroso, porque puede falsear la realidad. No cabe duda de que, si escoge los datos tendenciosamente, podrá construir el tipo de interpretación que le plazca. Si estudia la Revolución Francesa, por ejemplo, bastará con que seleccione sistemáticamente sus rasgos positivos o negativos para que pueda presentémosla como un hito decisivo del progreso humano o como una catástrofe. Aun cuando actúe sin una parcialidad maliciosa, proponiéndose ser lo más objetivo posible, su manera de entender la sociedad en que vive, sus actitudes políticas e ideológicas, condicionarán su capacidad de comprender y explicar los acontecimientos del pasado. Buena muestra de esta aparente relatividad de las interpretaciones históricas nos la puede dar la diversidad de opiniones sobre un mismo acontecimiento. Tomemos, como ejemplo, el análisis de las causas que motivaron la Revolución Francesa. A lo largo de poco más de un siglo, las interpretaciones acerca de este punto han cambiado extraordinariamente. Para Jules Michelet (1798-1874), que publicó su Historia de laRc\'Olución Francesa a mediados del siglo XIX, la causa de la Revolución fue la tremenda miseria que estaba sufriendo el pueblo francés, que se levanto en armas contra una forma de organización social injusta a la que consideraba culpable de su opresión y de su hambre Jean Jaurcs (18591914), cuya Historia socialista de la Revolución Francesa apareció a comienzos del siglo XX, la causa fundamental no fue la miseria del pueblo, sino la riqueza de la burguesía que aspiraba a participar en el disfrute del poder y se proponía eliminar las trabas que obstaculizaban el crecimiento económico francés y, con él, su propio ascenso. Dos tesis tan distintas como las de Michelet y de Jaures parece que deben excluirse entre sí; vendrían a poner de relieve la fragilidad de unos métodos de investigación que pueden dar lugar a que dos grandes historiadores formulen juicios tan contradictorios acerca de unos mismos acontecimientos. Pero este planteamiento es incorrecto. El dilema aparente no existe, como algunas investigaciones posteriores han podido demostrar. En sus dos grandes obras sobre la economía y la sociedad francesas del siglo XVIII, publicadas en 1932 y 1944, respectivamente, Emest Labrousse, discípulo de Jaures, llega a la conclusión de que tanto su maestro como Michelet tenían razón: que sus tesis no eran antagónicas, sino complementarias. Tras analizar la evolución de precios y salarios, de rentas y beneficios, Labrousse señalaba que las circunstancias desfavorables que pesaron sobre la economía francesa en los años inmediatamente anteriores a la Revolución tuvieron mucho que ver con su desencadenamiento. "Una coyuntura desfavorable reúne, en la misma oposición, burguesía y proletariado. La Revolución aparece a este respecto como una revolución de la miseria". Pero, considerado en su conjunto, el siglo XVIII fue una época de prosperidad y crecimiento. Así, Labrousse afirma: "El siglo XVIII continúa siendo, en el fondo, un siglo de expansión económica, de alza de los ingresos capitalistas, de aumento de la riqueza' burguesa y del poder burgués. Como tal, prepara la Revolución, una revolución de prosperidad". Su ascenso ha dado a la burguesía una conciencia de clase que la ha ayudado a convertirse en directora de unos movimientos populares que, sin ella, pudieron haber quedado en meros motines de subsistencia, sin consecuencia renovadora alguna. Por tanto, no existía contradicción entre ambas interpretaciones. Las dos revolución de la miseria y revolución de la prosperidad- correspondían a facetas distintas de un mismo proceso. Una visión más rica y compleja nos ha permitido integrarlas 65 conjuntamente en una nueva interpretación, más satisfactoria que las anteriores. Las tesis de Michelet y de Jaures no eran contradictorias porque no eran totales. Cada una de ellas correspondía a una parte de la realidad; eran verdades parciales. Ni- siquiera la síntesis de Labrousse es la verdad total. Un fenómeno tan complejo como la Revolución Francesa no se agota tan fácilmente. A medida que progresa nuestro conocimiento, descubrimos nuevas facetas y agregamos nuevos elementos al conjunto. Hoy, por ejemplo, sabemos mucho más acerca del "pueblo" que figura como actor principal de muchos de estos sucesos, Conocemos cómo vivían los trabajadores pobres de París y cómo adquirieron la conciencia de que era necesario proceder a cambios fundamentales en la sociedad francesa; sabemos quiénes asaltaron la Bastilla (qué oficios desempeñaban y qué problemas colectivos les afectaban); conocemos mejor la decisiva participación de los campesinos en la radicalización del proceso revolucionario.. . No sólo las viejas interpretaciones de Michelet o de Jaures, sino la del propio Labrousse, nos parecen cada día más insuficientes. Esto no quiere decir que sean falsas, puesto que resultan correctas y admisibles dentro del ámbito que se propusieron explicar. Lo que sucede es que no bastan para abarcar la riqueza de conocimientos que hoy poseemos; no son lo suficientemente finas para permitir el análisis de los complejos problemas que nos planteamos, Entre estas visiones y la que podríamos construir en la actualidad, con unos conocimientos muy superiores, existe la misma diferencia que entre un dibujo en blanco y negro y una fotografía en color de un paisaje. Son dos representaciones correctas de una misma realidad, pero difieren sustancialmente en la riqueza de detalles y matices. Las discrepancias y contradicciones entre los historiadores son mucho menos radicales de lo que puede hacer creer el tono de sus polémicas y sus críticas. En muchas ocasiones, sucede que dos posturas aparentemente antagónicas tienen mucho de complementarias y, una vez depuradas de algunos errores o exageraciones en que pudieron caer por un afán desmesurado de abarcarlo y explicarlo todo, sus elementos aprovechables pueden integrarse en una síntesis de orden superior, que no será una simple suma de los resultados anteriores como la interpretación de Labrousse no es una mera conjunción de las de Michelet y de Jaures-, sino la refundición en una nueva 66 visión de conjunto -más profunda y más ricade aquello que había de útil en las aportaciones anteriores. "El historiador es un hombre como cualquier otro y 110 puede deshacerse de sus características humanas: no está en situación de pensar sin las categorías de una lengua dada; posee una personalidad socialmente condicionada en el cuadro de una realidad histórica concreta, pertenece a una nación, a una clase, a un medio, a un grupo profesional, etc., con todas las consecuencias que ello implica en el terreno de los estereotipos que acepta (inconscientemente, por lo general), de la cultura de que es a la vez una creación y creador (..) Pero, si no puede deshacerse de esta propiedad objetiva que es el condicionamiento social del conocimiento, si puede tomar conciencia de él, comprender que es indisociable de cualquier conocimiento. Adam Schaff Sin embargo, no se piense que lo que estamos diciendo significa que todo es igualmente válido en historia, o que todo es verdad y mentira, según como se tome. Que las interpretaciones globales sean difícilmente verificables no significa que las afirmaciones más concretas que las integran no lo sean, y que, confirmándolas o desmintiéndolas, no podamos expresar un juicio acerca de las formulaciones más generales que en ellas se asientan o que pretenden deducirse como consecuencia de ellas. La salida lógica del problema está en exigir que se especifiquen lo más claramente posible las interpretaciones generales -de modo que podamos distinguir las aserciones concretas que las componen, para someterlas a pruebay los razonamientos que las enlazan. Es el tipo de solución que, para la historia económica, propugna la new economic history (historia econométrica o nueva historia económica) estadounidense cuando pide que se explicite claramente el modelo interpretativo que se usa -junto con los supuestos teóricos en que se basa-, con objeto de que se pueda comprobar su validez, sometiéndolo a verificaciones cuantitativas. Un ideal semejante no resulta siempre posible fuera del terreno de la historia económica donde la medida y la cantidad tienen un papel muy destacado-, pero parece legítimo exigir, al menos, que los historiadores abandonen el reino de las generalizaciones nebulosas, de las interpretaciones ambiguas e impresionistas, de falsa pretensión totalizadora, para formular con la mayor claridad el conjunto de aserciones concretas que integran su explicación, de modo que analizarlas separadamente y lógica con que se encadenan. sea posible examinar la Lo que nunca debe admitirse es que, en nombre del imposible objetivo del conocimiento total -que ninguna ciencia se plantea seriamente-, se trate de desacreditar el estudio de la historia y de desanimar a quienes lo cultivan. Una disciplina que tiene por meta explicamos el pasado para hacemos inteligible el presente y facilitamos la construcción racional del futuro, resulta demasiado importante para renunciar a ella por objeciones triviales o por malentendidos que no se refieren a lo que verdaderamente es la investigación histórica actual, sino a la imagen caduca de una historiografía que vive refugiada en las cuevas del academicismo más retrógrado. 67 INTERPRETACIONES RECIENTES DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA Alan Knight En esta ponencia quiero poner en perspectiva los trabajos recientes sobre la Revolución mexicana, prestando especial atención a la gran cantidad de interpretaciones revisionistas que han aparecido en estos últimos veinte años. La historiografía revolucionaria se puede dividir de muchas formas; pero un modo, a mi parecer, es por generaciones, más o menos como explico a continuación. Una primera generación de escritores estaría compuesta por los participantes/observadores comprometidos; incluiría escritores/intelectuales mexicanos, tanto de la izquierda (Silva Herzog, Fabela, Molina Enríquez), como de la derecha (Bulnes, Vera Estañol), así como influyentes comentaristas extranjeros, como Tannenbaum y Gruening (Tannenbaum, especialmente, es la béte 1loire de los revisionistas). También incluiría a muchos de los mismos participantes revolucionarios que escribieron sus memorias, diarios y apologías (Salvador Alvarado o Gabriel Gavira serían buenos ejemplos). Aunque a menudo son muy partidistas y a veces algo pesados (tomamos como ilustración el célebre Ocho mil kilómetros en compañía de Álvaro Obregón que, cuando se lee, parecen mínima mente ochocientos mil). Sin embargo, los de la primera generación forjaron una imagen de la Revolución popular; campesina, agraria,"nacionalista- que fue coetánea de la Revolución misma. Estaban, por supuesto, comprometidos; pero justamente por ello pescaron algo del sabor intangible de la experiencia revolucionaria (un aspecto al que volveré más tarde). Ponencia presentada en el Simposio de Historiografia Mexicanista en Oaxtepec, Morelos, 1988. A la versión original se agregan dos apartados de aclaración. Knight, Alan (1989). "Interpretaciones recientes de la Revolución mexicana" en Siciencia. Revista Americana de Ciencias Sociales. No. 13, México, Instituto Morin, Enero-abril, pp. 23.25. Vale aclarar que el término "revisionismo" tiene un sentido neutral y se refiere a las nuevas corrientes de interpretación histórica que, de las maneras que yo menciono, han avanzado en contraposición a la vieja ortodoxia. No tiene nada que ver con el 68 "revisionismo" marxista. Además, no quiero decir que todas las historias recientes sean revisionistas; muchas no tienen un enfoque interpretativo, claro, otras son más bien "tradicionales" u ortodoxas. Pero con todo, creo que la interpretación general de la Revolución que se ha impuesto en los últimos años muestra claros rasgos "revisionistas". Echaron además las bases para una segunda generación de historiadores académicos que publicaron principalmente en los cincuenta y los sesenta, concentrándose normalmente en las élites nacionales, prefiriendo un enfoque narrativo, y reemplazando el partidarismo abierto por la objetividad académica. Así, en los Estados Unidos tenemos entre otros a Ross, Cumberland y Quirk; en México a Valadés, Ulloa, Blanco Moheno, y el destacado equipo que, bajo la coordinación de Cosío Villegas, preparó la Historia moderna de México. Si bien su giro académico, "objetivo" y narrativo, los apartó de las generalizaciones grandiosas (raras veces ofrecieron interpretaciones globales de la Revolución) sí tendieron a permanecer dentro del paradigma expuesto por Tannenbaum, que podríamos llamar la vieja ortodoxia. Ésta se basa en el concepto de una revolución popular, agraria, espontánea, caracterizada por una sólida participación campesina y una confrontación en gran escala de campesinos y terratenientes (a veces "latifundistas feudales"), así como por sentimientos intensos de nacionalismo, incluso xenofobia. Tal imagen de la Revolución implicaba ciertas consecuencias para la interpretación del Porfiriato, como un régimen de opresión, autoritario y extranjerizante. Según la vieja ortodoxia, la Revolución -una auténtica revolución social, con fuerte contenido de clase derrocó al régimen porfirista y produjo un régimen nuevo, más radical, nacionalista y reformista que, a pesar de interrupciones, regresiones y traiciones, representó un cambio sustancial con respecto al Porfiriato; por eso mereció la etiqueta de "revolución social" (algo raro en la historia del mundo). Aun cuando esta segunda generación se concentró, como lo hizo a menudo, en los grandes hombres y en los grandes hechos, las suposiciones fundamentales todavía eran las de la vieja ortodoxia. Aproximadamente en los últimos veinte años una tercera generación ha madurado. Son los baby-boomers de la historiografia mexicana. Son más numerosos, quizás más profesionales; tienen una visión más cercana y concentrada; pero, en consecuencia, a veces sufren de miopía. De acuerdo con las tendencias historiográficas globales, se especializan por tema, hasta por metodología. Han saqueado los archivos como nunca jamás (coincidentemente, los archivos mexicanos aumentaron y mejoraron en organización). Y, a diferencia de sus predecesores, a quienes a veces desprecian, han tratado de evitar la previa concentración en las élites y los líderes y de ver la historia desde abajo; es hora de que los de abajo reciban su merecida atención (irónicamente, estos mismos historiadores a veces concluyeron que los de abajo no eran sino pura carne de cañón).La característica más notable de esta generación es su cantidad v el volumen de su producción. Como observó David Bailey hace diez años: "hasta los especialistas se encuentran agobiados al tener que leer -y a veces localizar- los libros, artículos y disertaciones que aparecen en abundancia no sólo en México y los Estados Unidos, sino también en otra media docena de países". (Esto me sirve de excusa previa por todo 10 que no menciono aquí.) Tal volumen de producción refleja en primer lugar el crecimiento de la enseñanza superior en los distintos países; en segundo lugar, el hecho de que las cosas latinoamericanas, especialmente las revoluciones, estaban de moda en los años sesenta; y en tercer lugar el inevitable ciclo historiográfico, según el cual, con el pasar del tiempo y el acceso a los archivos, temas que en un momento fueron "de actualidad", retroceden en el tiempo, escapan de las gaitas irresponsables de periodistas, y encuentran refugio entre los historiadores serios como nosotros. El correr del tiempo, sin embargo, tuvo otras consecuencias. En primer lugar, los historiadores se distanciaron de su tema; si bien ello contribuyó a una mayor objetividad, no fomentó necesariamente mayor entendimiento o empatía (verstehen, en el sentido weberiano clásico). A veces, sobre todo en los Estados Unidos, el sentido de empatía con el contexto por los sentimientos intangibles de los actores históricos- dio paso a una veneración más positivista de "los hechos", especialmente de los hechos concretos (hard facts), y, de ser posible, de los hechos cuantitativos. Además, a partir de 1968, se inició un periodo en que el sistema político mexicano y el milagro económico parecieron vacilar (desde la perspectiva actual nos podríamos preguntar a qué se debía tanta hazaña). Pero no debe sorprendemos que aquellos historiadores que habían conocido de primera mano la paz del PRI, el llamado milagro, Tlatelolco y las rituales invocaciones oficiales de la Revolución, que tantas veces contradecían la realidad mexicana, llegaran a preguntarse cuál era la realidad de la Revolución y sintieran un deseo de desenmascarar y de desmitificar la Revolución deificada. SABER Y PODER: OBJETIVIDAD Y MANIPULACIÓN DEL PASADO De acuerdo con Heidegger, la historia no sería sólo proyección por parte del hombre del presente en el pasado, sino proyección de la parte más imaginaria de su presente, la proyección en el pasado del porvenir elegido, una historia novelada, una historia-deseo hacia atrás. Paul Veyne tiene razón al condenar este punto de vista y decir que Heidegger «no hace más que elevar a filosofía antiintelectualista la historiografía nacionalista del siglo pasado». Pero, ¿no es acaso optimista cuando añade: «Al hacerla, como el búho de Minerva, se despertó demasiado tarde»? [1968, pág. 424]. Ante todo porque hay por lo menos das historias, y sobre esto he de volver: la de la memoria colectiva y la de los historiadores. La primera parte como esencialmente mítica, deformada, anacrónica. Pero es la vivencia de esa relación nunca conclusa entre pasado y presente. Es decir que la información histórica suministrada por historiadores profesionales, vulgarizada por la escuela y -al menos así debiera ser- por los medios masivos de comunicación, corrija esta historia tradicional falseada. La historia debe esclarecer la memoria y ayudarla a rectificar sus errores. ¿Pero el historiador mismo es inmune a la enfermedad si no del pasado al menos del presente, y tal vez de una imagen inconsciente de un futuro soñado? Hay que establecer una primera distinción entre objetividad e imparcialidad: «La imparcialidad es deliberada, la objetividad inconsciente. El historiador no tiene derecho a perseguir una demostración a despecho de los testimonios, a defender una causa, sea cual fuere. Debe establecer y hacer manifiesta la verdad, o que cree que es la verdad. Pero le es imposible ser objetivo, hacer abstracción de sus concepciones del hombre, especialmente cuando se trata de medir la importancia de los hechos y sus relaciones causales» [Génicot, 19RO, pág. 112]. Hay que ir más lejos. Si esta distinción bastara, el problema de la objetividad no sería, según la expresión de Carr, a famous CrJlX que hizo correr tanta tinta. [Véanse especialmente Junker y Reisinger, 1974: Lcff, 1969, pags. 120-29; Passmore, 1958; Blake, Vamos a sei1alar ante todo la incidencia del 69 ambiente social sobre las ideas y métodos del historiador. Wolfgang J. Mommsen reveló tres elementos de esta presión social: «1) La imagen que de sí tiene el grupo social del que el historiador es intérprete o al que pertenece o con quien está comprometido. 2) Su concepción de las causas del cambio social. Las perspectivas de cambio social por venir que el historiador considera probables o posibles y que orientan su interpretación histórica» [1978, Pág. 23]. Pero si no se puede evitar algún «presentismo» -alguna influencia deformadora del presente sobre la lectura del pasado la objetividad puede limitar sus consecuencias nefastas. En primer lugar, y he de volver sobre este punto capital, porque existe un cuerpo de especialistas habilitados para analizar y juzgar la producción de sus colegas. «Tucídides no es un colega», dijo sensatamente Nicole Loraux [1980], mostrando que su Guerra del Peloponeso aunque se nos presente como un documento, que otorga garantía de seriedad al discurso histórico, no es un monumento en el sentido moderno del término, sino un texto, un texto antiguo, que ante todo es un discurso que pertenece también al ámbito de la retórica. Pero más adelante voy a mostrar -corno bien sabe Nicole Loraux- que todo documento es un monumento o un texto, y nunca es «puro», es decir, puramente objetivo. El hecho es que desde que hay historia hay acceso a un mundo de profesionales, exposición a la crítica de los otros historiadores. Cuando un pintor dice del cuadro de otro pintor: «Estaría mal hecho» nadie se engaña; sólo quiere decir: «No me gusta». Pero cuando un historiador critica la obra de un «colega» puede engañarse y una parte de su juicio depender de su gusto personal, pero la crítica ha de fundarse, al menos en parte en criterios «científicos». Desde el alba de la historia el historiador es juzgado con el metro de la verdad. Con razón o sin ella Herodoto pasa ampliamente por «mentiroso» [Momigliano. 1958; véase también I-Iartog, 1980) y Polibio en el libro XII de sus Historias, donde expone sus propias ideas sobre la historia ataca sobre todo a un «hermano», Timeo. Como dijo Wolfgang J. Mommsen. las obras históricas: los jueios históricos, son «intersubjetivamente comprensibles» e «intersubjetivamente verificables». Esta intersubjetividad esta constituida por el juicio de los otros. Y ante todo por de los historiadores. Mommsen detecta tres modos de verificación: a) se utilizaron fuentes pertinentes y se tomó en cuenta el último 70 estadio de la investigación?; b) ¿hasta qué punto estos juicios históricos se acercan a una integración óptima de todos los datos históricos posibles?; c) los modelos explícitos o subyacentes de explicación, ¿son rigurosos coherentes y no contradictorios? [1978. Pág. 33). También se podría encontrar otros criterios pero la posibilidad de un amplio acuerdo de los especialistas sobre el valor de gran parte de toda obra histórica es la primera prueba de su «cientificidad» y la primera piedra de parangón de la objetividad histórica. Si a pesar de todo se pretende aplicar a la historia la máxima del gran periodista liberal Scolt, <dos hechos son sagrados, los juicios son libres» [mencionada por Carr, 1961], hay que hacer dos advertencias. La primera es que el campo de la opinión en la historia es menos amplio de lo que cree el profano, si nos quedamos en el campo de la historia científica (más adelante vamos a hablar de la historia de los diletantes, de los «apasionados»); la segunda es que en cambio los hechos son mucho menos sagrados de lo que se cree, dado que si no se pueden negar hechos bien establecidos (por ejemplo, la muerte de Juana de Arco en la hoguera en Ruán en 1431, de la que sólo dudan los mistificadores y los ignorantes empedernidos), en la historia el hecho no es la base esencial de la objetividad, tanto porque los hechos históricos son construidos y no dados, como porque en la historia la objetividad no significa mera sumisión a los hechos. Sobre la construcción del hecho histórico encontraremos indicaciones en todos los tratados de metodología histórica [por ejemplo Salmon, 1969, ed. 1976, págs. 46-48; Carr, 1,961; Topolski, 1973, parte V citamos sólo a Lucien Febvre en su célebre introducción al College de France [1933]: «No dado, sino creado por el historiador -¿y cuantas veces? Inventado y fabricado mediante hipótesis y conjeturas, a través de un trabajo delicado y apasionante (...) Elaborar un hecho significa construirlo. Si se quiere, proporcionar la respuesta a un problema. Y si no hay problema, eso quiere decir que no hay nada». No hay hecho o hecho histórico sino dentro de una historiaproblema. Aquí hay otros dos testimonios de que la objetividad no es la mera sumisión a los hechos. Ante todo Max Weber [1904]: «Un caos de "juicios existenciales" sobre infinitas observaciones particulares sería la única salida a que podría llevar el intento de un .J8 conocimiento de la realidad seriamente "privada de presupuestos". Carr [1961] habla con humor del «fetichismo de los 'hechos» de los historiadores positivistas del siglo XIX: «Ranke tenía una confianza piadosa en el hecho de que la divina providencia se ocuparía del sentido de la historia si él se ocupaba de los hechos (...) La concepción de la historia propia del liberalismo del siglo pasado muestra afinidades estrechas con la doctrina económica del laissezlaire (...) Era la edad de la inocencia y los historiadores vagaban por el jardín del Edén (...) desnudos y sin vergüenza ante el dios de la historia. A partir de entonces conocimos el pecado y vivimos la experiencia de la caída: y los historiadores que al día de hoy simulan prescindir de una filosofía de la historia, considerada aquí en el sentido de una reflexión crítica sobre la práctica histórica, buscan simplemente recrear, con la ingenuidad artificiosa de los miembros de una colonia nudista, el jardín del Edén en un parque de la periferia». Si la imparcialidad no exige por parte del historiador nada más que honestidad, la objetividad requiere algo más. Si la memoria es un lugar de poder, si autoriza manipulaciones conscientes e inconscientes, si obedece a intereses intelectuales o colectivos. 71 LA HISTORIA ES INSEPARABLE DEL HISTORIADOR Hellri-Irélléc Marro/l Si se la despoja de sus excesos polémicos y de sus formulaciones paradójicas, la filosofía crítica de la historia se reduce finalmente a poner en evidencia el decisivo papel que desempeña, en la elaboración del conocimiento histórico, la intervención activa del historiador, con su pensamiento y su personalidad. Ya no diremos: "La historia es, por desgracia, inseparable del historiador. No podemos dejar de mencionar aquella réplica de Gide: "¡Tanto peor! -repuso Menalco-. Prefiero decirme a mí mismo que lo que no es lo que no podía ser", Ni los por desgracia ni los tanto peor son categorías filosóficas. Recogemos este dato, inscrito en la estructura del ser, sin sorpresa ni cólera. Tan sólo podemos constatar la situación en que le colocan al historiador las condiciones del conocimiento (estructura de la mente y naturaleza del objeto), y es debatiéndonos en el interior de esas necesidades como tratamos de mostrar bajo qué condiciones y dentro de qué límites resulta accesible" el conocimiento auténtico, esto es, verdadero, del pasado humano. En este punto es donde me aparto de Raymond Aron, cuya posición me parece aún demasiado polémica, El subtítulo de su tesis es bastante revelador: "Ensayo sobre los límites de la objetividad histórica" ("Es posible una ciencia histórica universalmente válida. En qué medida lo es?")4EI verdadero problema es el problema "kantiano" (¿en qué condiciones es posible el conocimiento histórico?) o, mejor dicho, el de la verdad de la historia, de la que la objetividad no es el criterio supremo. Se ha convertido en clásica, y quizá siga siendo pedagógicamente útil, la contraposición entre esta toma de conciencia, que basta para definir lo que llamamos con orgullo el nuevo espíritu histórico, ese principio fundamental, que alimentaba las ilusiones de nuestros predecesores positivistas. Soñaban éstos -no creo que sea calumnioso decir10- con alinear a la historia entre las que denominaban, con un término muy revelador, ciencias exactas: la física, la química, la biología, etcétera, ciencias de las que, por otro lado, se trazaban 72 una imagen bastante simplista, tan elemental que llegaba a ser falsa (tendremos ocasión de volver sobre esto cuando precisemos la distinción, esencial pero que requiere ser matizada, entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu); deslumbrados y un tanto intimidados por los triunfos incontestables de esta ciencias, los teóricos positivistas trataron de definir las condiciones que debería asumir la historia para alcanzar también ella, el honroso rango de ciencia positiva, de conocimiento "válido para todos", para llegar a la objetividad. Su proclamada ambición era promover "una ciencia exacta de las cosas del espíritu". La definición es de Renan. Hay que releer El porvenir de la ciencia para medir todo el trágico aplomo con el cual los hombres de 1848 se empeñaron en seguir, arrastrando con ellos a la cultura occidental entera, una senda que hoy día se ha revelado como un callejón sin salida. Si cuando evocamos a aquellos hombres que fueron nuestros maestros se advierte en nuestra voz algún trazo de amargura, ruego a mis jóvenes lectores que consideren cuán amplio ha sido el cambio de dirección que nos hemos visto obligados a efectuar para volver al buen camino. Para expresar su posición mediante una fórmula, con los mismos símbolos empleados anteriormente tendríamos: h=P+p Para ellos. la historia es el pasado, registrado objetivamente y añadido, por desgracia, a una inevitable intervención del presente al que pertenece el historiador, algo así como la ecuación personal del observador en astronomía o como el astigmatismo del oftalmólogo es decir un dato parásito, una cantidad que habría que procurar fuese lo menor posible, hasta hacerla inexigible tendente a cero. Según esta concepción, parece como si el historiador, y ya antes de él el testigo cuyo documento utiliza, no pudiesen, con su aportación personal, sino abarcar la integridad de la verdad, objetiva, de la historia; y que, tanto si fuese positiva como negativa lagunas, faltas de comprensión, errores en el segundo caso, consideraciones ociosas, floreos retóricos en el primero-, esa aportación sería siempre lamentable y debería ser eliminada. Se habría querido hacer del historiador, y antes de sus informadores, un instrumento puramente pasivo, como un aparato registrador, que no tuviera otra cosa que hacer que reproducir su objeto, el pasado, con una fidelidad mecánica -fotografiarlo, como se habría dicho, imagino, hacia 1900 y la imagen habría sido magníficamente engañosa, porque entre tanto hemos aprendido a reconocer cuanto de personal, de construido, de profundamente conformado por la activa intervención del operador podían tener esas imágenes, por más que se hubiesen obtenido con unos medios tan objetivos como son unos lentes y una emulsión de bromuro de plata: desde el Baudelaire de Nadar hasta las Images a la sauvette, de Cartier-Bresson. Hojeemos el manual perfecto del erudito positivista, nuestro viejo compañero el Langlois-Seignobos: a su ojos, la historia viene a ser como el conjunto de los hechos que se extraen de ¡os documentos; existe, latente pero ya real, en los documentos, desde antes de que intervenga la tarea del historiador. Sigamos la descripción de las operaciones técnicas que éste realiza: el historiador halla los documentos y procede acto seguido a su toilette: es el cometido de la crítica externa, la "técnica de la limpieza y del arreglo adecuado". Se desbroza el buen grano, separándolo de la cascarilla y de la paja; la crítica interpretativa extrae después el testimonio, cuyo valor pasa a determinarlo una severa "crítica interna negativa en cuanto a sinceridad y exactitud" (¿pudo el testigo engañarse?, ¿quiso engañarnos...?); poco a poco se acumula en nuestras fichas el puro trigo candeal de los hechos: al historiador no le queda ya sino referirlos con exactitud y fidelidad, eclipsándose detrás de los testimonios reconocidos como válidos. En una palabra, no construye en modo alguno la historia, sino que la vuelve a encontrar. Collingwood, que no escatima sus sarcasmos ante semejante concepción del "conocimiento histórico prefabricado, cuya única tarea consistiría en engullir y expeler", llama a esto "la historia hecha con tijeras y engrudo", scissors and paster ironía merecida, porque nada hay menos exacto que un análisis de tal naturaleza, que no rinde cuentas de los pasos reales que realiza la mente del historiador en su desarrollo. Una metodología así conducía a nada menos que a degradar la historia en erudición y, de hecho, a esto es a lo que llevó a aquellos de entre sus teorizadores que se la tomaron en serio en la práctica Langlois, al final de su carrera, no se atrevía a componer la historia, sino que se contentaba con ofrecer a sus lectores un montaje de una serie de textos con qué ingenuidad, como si la elección de los testimonios dados por válidos no fuese ya una temible intervención de la personalidad del autor, con sus orientaciones, sus prejuicios y sus límites!). Véase, por ejemplo, "El conocimiento de la naturaleza y del mundo según los escritos franceses: paraíso de los laicos" (1911, reedit. en 1927 como t. 111 de La vida en Franda en la Edad Media desdee/siglo XII hasta mediados del siglo XIV). Pero no; "no existe una realidad histórica que esté toda hecha antes de la ciencia y que tan sólo bastaría reproducir con fidelidad” la historia es el resultado del esfuerzo, en un sentido creador, por el que el historiador, el sujeto cognoscente, establece esa relación entre el pasado que evoca y el presente que es el suyo. Nos sentiremos tentados a recurrir aquí de nuevo a una comparación con el idealismo, para el cual el conocimiento no sólo recibe su forma, sino incluso su propia y total realidad, de la actividad de la mente. Esta vez dudo en hacerlo, pues soy perfectamente consciente de los peligros que comporta el abuso de tales referencias, ya que, al insistir demasiado en la aportación creadora del historiador, se acabaría por describir la elaboración de la historia como un juego gratuito, el libre ejercicio de una imaginación fabulador desplegado sobre un material heteróclito de textos, fechas, acciones y palabras, con la libertad propia del poeta que hace malabarismos con sus rimas para componer un soneto. Ahora bien semejante concepción que echa a perder la seriedad de nuestra disciplina y la validez de su verdad, no podría ser nunca tomada por una descripción adecuada de la actividad real del historiador, tal como la experimentamos en nuestra labor de cada día. Más vale, pues, renunciar a cualquier comparación por demasiado defectuosa y tratar de explicarnos sin rodeos metafóricos. Me atendré gustoso a la fórmula, sin pretensiones ni paradojas, que ha propuesto uno de nuestros colegas británicos, el profesor V. H. Galbraith, de Cambridge: History, I suppose, is the Past, -so far as we know it, "la historia supongo, es el pasado, en la medida en que lo conocemos" Sí, mucho mejor que el orgullo del filósofo idealista, tan seguro de construir (como él dice) lo real con los únicos recursos del pensamiento. mucho mejor que la concienzuda miopía del erudito positivista, contento de acumular hechos en su fichero, la modestia y la precisión lógica de esta fórmula me parecen aptas para resumir lo esencial de nuestra experiencia de historiadores: una experiencia que no podría ser descrita ni como el apacible trabajo del uno ni como la triunfante expansión del otro, pues es algo más arriesgado, en un sentido de tragedia, de 73 donde salimos jadeantes, humillados, por siempre más bien vencidos; algo similar a la lucha de Jacob con el ángel de Yahvé junto al vado de Yabboq: no estamos allí solos, sino que nos encontramos en las tinieblas con un misterioso Otro (lo que antes llamé la realidad nouménica del pasado), realidad que sentimos a la vez como terriblemente presente y como rebelde a nuestro esfuerzo: tratamos de abrazarla, de forzarla a someterse y siempre, al fin, en parte al menos, se escabulle... La historia es un combate del espíritu, una aventura y, como todas las locuras humanas. no alcanza nunca más que éxitos parciales, totalmente relativos, sin proporción con la ambición inicial; como de toda refriega emprendida con las desconcertantes profundidades del ser, el hombre sale de ella con un sentimiento agudizado de sus límites. de su debilidad, de su humildad. Porque percibimos de 'S-obra cuál es la tarea que tendríamos que ser capaces de emprender. A fuerza de forcejear con esa realidad desconcertante, acabamos por situarla en la medida suficiente como para saber qué es lo que necesitaríamos, y lo que nos falta, para poder conocerla de un modo auténtico y total; nuestra razón llega a concebir qué mentalidad debería tener el historiador para ser capaz de adquirir tal conocimiento (en el sentido en que la geometría nos habla de un arco capaz de contener un ángulo determinado). El historiador debería saberlo todo. todo cuanto ha sido en realidad sentido, pensado, hecho por todos los hombres del pasado; captar esta complejidad sin ignorar, quebrar ni alterar las relaciones internas, delicadas, múltiples, entremezcladas, que ligan, en lo real, esas manifestaciones de la actividad humana y cuyo conocimiento les confiere una inteligibilidad. Por limitada que sea nuestra experiencia, bastará para revelarnos la existencia de esa tupida malla de relaciones en la que las causas prolongan sus efectos, en la que las consecuencias chocan y se recortan entre sí, se anudan, se combaten, en la que el más nimio hecho (ese encuentro del que dependerá quizá la orientación de todo mi futuro...) es el punto al que van a parar una serie convergente de reacciones en cadena. Cualquier problema de historia, por limitado que sea, postula progresivamente el conocimiento de toda la historia universal. Citaré el ejemplo, ya clásico, que propuso Ch. Morazé: consideremos el advenimiento de Jules Ferry a la jefatura del gobierno francés.] Su historiador habrá de establecer, evidentemente, las circunstancias concretas 74 de su acceso al poder, las negociaciones que le llevaron a alcanzarlo y la situación parlamentaria francesa en septiembre de 1880.¿Parlamentaria Digamos más en general y más profundamente la situación política y, por lo tanto, social, económica, etcétera. ¿Francesa? No cabe pasar por alto la coyuntura internacional: la encuesta se irá ampliando con nuevos registros. Pero volvamos a Jules Ferry ¿Quién es este hombre? Un temperamento, una psicología, la culminación, en 1880, de una historia personal ya dilatada (nuestro colega, el psicoanalista, insistirá en que se prologue hasta la etapa prenatal); pero el hombre Ferry, ¿es sólo el producto de una evolución en el instante de su concepción? Jules Ferry es también Saint-Dié la emigración alsaciana, los algodoneros de Mulhouse, el protestantismo francés, etcétera (pues habríamos de remontarnos hasta los orígenes del cristianismo). Pero hay, también otra para la burguesía industrial, el hundimiento de los precios agrícolas y una nueva serie de circunstancias que nos llevara, a través del estudio de las estructuras agrarias de la campiña francesa, hasta las roturaciones de la prehistoria... Y todo esto no son sino indagaciones que nuestra mente concibe como posibles; pero también sabemos en qué medida depende del azar la posibilidad de que cada una ocurra; resulta igualmente legítimo postular la existencia de otras series causal es además de las enumeradas. Tanto en extensión como en "comprensión, el problema que plantea -el pasado humano manifiesta tener una estructura doble e indefinidamente compleja: podría trasponerse al objeto de la historia el tema pascaliano del doble infinito. No seguiré adelante una vez trazado este esbozo: basta con que el vértigo nos haya embargado. Si tal es el problema planteado por este programa de la historia, ¿qué espíritu se podrá declarar capaz de asumirlo? Respondemos: ese Espíritu existe, es el Señor nuestro Dios, YHWH, cuya Sabiduría increada "es, en efecto, en sí misma un Espíritu inteligente, sutil, ágil penetrante, claro, tajante, incoercible, sólido y seguro, 'capaz' de todo, dominador de todo, que todo lo trasciende.: Conviene que el filósofo se detenga y pronuncie con adoración el nombre inefable, pues su meditación bastará para alejar de sí la tentación más peligrosa, aquella que no ha cesado de amenazar a toda la filosofía de la historia, el error fatal, el pecado de la desmesura, la obra. El historiador debe acordarse a tiempo de que él no es sino un hombre y de que conviene a los mortales el pensar como mortales: tneta phronein, como decían los griegos. Me he expresado como cristiano, pero la fórmula de Eurípides muestra que esta verdad posee un valor absoluto. La referencia al pensamiento cristiano se impone a todo occidental; lo atestigua Raymond Aron, que se ve obligado a escribir: "Solamente Dios podría sopesar el valor de todos los actos y poner en su sitio los episodios contradictorios [?], unificar el carácter y la conducta. Con la teología debe desaparecer la noción de esta verdad absoluta. De hecho no desaparece, ya que siempre puede concebirse como posible, y el teólogo, sea cristiano o pagano, o mejor dicho, el filósofo, la proclama inaccesible a la condición humana. El primer principio de conducta práctica que formularemos con destino a nuestro discípulo será (si se nos permite hablar en términos familiares) el siguiente: tú no eres el buen Dios; no olvides que no eres más que un hombre. Este aviso no ha de interpretarse como una confesión de impotencia, como una invitación a la renuncia y a la desesperanza (santo Tomás, que exalta la virtud de la magnanimita, nos pone en guardia contra esta argucia del pecado: no habría aquí más que una sutil forma del orgullo): el filósofo debe alegrarse de haber dado alguna precisión, sea cual fuere, a la verdad acerca del ser; en nuestro caso, a la verdad acerca del ser del historiador. Sí, hijo mío, tú no eres más que un hombre, y esto no es razón para renunciar a llevar a cabo tu tarea, del hombre-historiador, humilde, difícil, pero dentro de sus limitaciones, seguramente fecunda. Nuestra filosofía es también humana y no puede avanzar más que paso a paso. Esta fecundidad, real pero limitada, la estableceremos a su debido tiempo; por el momento bastaba con dejar bien sentado este primer punto: que hay una desproporción básica entre el objeto al que se aplica la historia, esa realidad histórica nouménica que sólo Dios puede abarcar, y los medios limitados de que dispone esta disciplina, es decir, los menguados esfuerzos de la mente humana, con sus métodos y sus instrumentos. Recuerdo haber contemplado en cierta ocasión desde lo alto de unas rocas los esfuerzos que hacía un pescador en un lago de montaña; yo distinguía, brillando en el agua transparente, las hermosas truchas que él codiciaba desde la orilla y que evolucionaban lejos de su sedal demasiado corto... Así le sucede a menudo al historiador: sus limitados medios no le permiten barrer con sus redes toda la extensión del lago del pasado; la historia seguirá siendo the Past so far ases decir lo que él pueda coger con sus redes. No es nada, como veremos; pero no es todo y, sobre todo, no es lo mismo: la historia es lo que consigue captar el historiador del pasado, pero al pasar a través de sus instrumentos de conocimiento, ese pasado ha quedado tan reelaborado, tan rehecho, que aparece enteramente nuevo convertido, antológicamente, en otra cosa distinta de la que fue. Pero ya va siendo hora de que nos ocupemos de estudiar esta transmutación, causas prolongan sus efectos, en la que las consecuencias chocan y se recortan entre sí, se anudan, se combaten, en la que el más nimio hecho (ese encuentro del que dependerá quizá la orientación de todo mi futuro...) es el punto al que van a parar una serie convergente de reacciones en cadena. Cualquier problema de historia, por limitado que sea, postula progresivamente el conocimiento de toda la historia universal. Citaré el ejemplo, ya clásico, que propuso Ch. Morazé: consideremos el advenimiento de Jules Ferry a la jefatura del gobierno francés. Su historiador habrá de establecer, evidentemente, las circunstancias concretas de su acceso al poder, las negociaciones que le llevaron a alcanzarlo y la situación parlamentaria francesa en septiembre de 1880. Parlamentaria Digamos más en general y más profundamente la situación política y, por lo tanto, social, económica, etcétera. ¿Francesa? No cabe pasar por alto la coyuntura internacional: la encuesta se irá ampliando con nuevos registros. Pero volvamos a Jules Ferry. ¿Quién es este hombre? Un temperamento, una psicología, la culminación, en 1880, de una historia personal ya dilatada (nuestro colega, el psicoanalista, insistirá en que se prologue hasta la etapa prenatal); pero el hombre Ferry, ¿es sólo el producto de una evolución iniciada, en el instante de su concepción? Jules Ferryes también SaintDié,la emigración alsaciana, los algodoneros de Mulhouse, el protestantismo francés, etcétera (pues habríamos de remontarnos hasta los orígenes del cristianismo). Pero hay también otra pista: la burguesía industrial, el hundimiento de los precios agrícolas y una nueva serie de circunstancias que nos llevará a través del estudio de las estructuras agrarias de la campiña francesa hasta las roturaciones de la prehistoria... Y todo esto no son sino indagaciones que nuestra mente concibe como posibles; pero también sabemos en qué medida depende del azar la posibilidad 75 de que cada una ocurra; resulta igualmente legítimo postular la existencia de otras series causal es, además de las enumeradas. Tanto en extensión como comprensión, el problema que plantea el pasado humano manifiesta tener una estructura doble e indefinidamente compleja: podría trasponerse al objeto de la historia el tema pascaliano del doble infinito. No seguiré adelante una vez trazado este esbozo: basta con que el vértigo nos haya embargado. Si tal es el problema planteado por este programa de la historia, ¿qué espíritu se podrá declarar capaz de asumirlo? Respondemos: ese Espíritu existe, es el Señor nuestro Dios, YHWH, cuya Sabiduría increada "es, en efecto, en sí misma un Espíritu inteligente, sutil, ágil penetrante, claro, tajante, incoercible, sólido y seguro, 'capaz' de todo, dominador de todo, que todo lo trasciende. Conviene que el filósofo se detenga y pronuncie con adoración el nombre inefable, pues su meditación bastará para alejar de sí la tentación más peligrosa, aquella que no ha cesado de amenazar a toda la filosofía de la historia, el error fatal, el pecado de la desmesura, la hybris. El historiador debe acordarse para descubrir lo que llegará a ser la historia es preciso que dejemos de meditar sobre su objeto, ese indeterminado, ese apeiron y, partiendo del historiador, seguir los pasos de éste por la vía que le conducirá hasta el conocimiento: la historia será lo que él consiga elaborar. Abramos nuestro Langlois-Seignobos, libro 1, cap. 1, línea primera: "La historia se hace con documentos"; fórmula que aparece en la conclusión; "La historia no es más que la aplicación de unos documentos” comprendo bien. Pero, en buena lógica, no es el documento lo que se halla en el punto de partida: el historiador no es un simple obrero dedicado a la transformación de una materia prima, ni el método histórico es una máquinautensilio en la que se introduzca como por un embudo el documento en bruto y se extraiga luego una delicada trama continua de conocimiento. Nuestro trabajo supone una actividad original, producto de una iniciativa: la historia es la respuesta (elaborada evidentemente a base de documentos: más adelante nos referimos a este punto) a una pregunta que le plantean al misterioso pasado la curiosidad, la inquietud, algunos dirán la angustia existencial y, de todos modos, la inteligencia, la mente del historiador. El pasado se le presenta a éste, al comienzo, como un vago fantasma, sin forma ni consistencia; para asirlo ha de encerrarlo 76 estrechamente en una red de interrogaciones sin escapatoria posible, que le fuercen a la confesión; mientras no le sometamos a un acoso de esta naturaleza, seguirá velado y silencioso. Lógicamente, el proceso de elaboración de la historia se inicia no porque existan documentos, sino por una andadura original, la "pregunta que se plantea", implícita en la elección, la delimitación y la concepción del tema. En la práctica puede suceder que una investigación histórica se ponga en movimiento por el hallazgo fortuito de algún documento; la cabra ramonea allí donde es atada (a muchos colegas, interrogados sobre sus trabajos, les he oído dar esta razón): la proximidad de determinado archivo, los recursos de talo cual biblioteca , el descubrimiento por azar en las hojas, de un monumento nuevo (caso frecuente en la historia de la antigüedad, donde los documentos son raros y todo material nuevo resulta bienvenido) pueden aparecer como el origen de tales trabajos; pero esto en nada cambia la prioridad lógica de la pregunta que el historiador les planteará a esos documentos. El análisis en apariencia superficial de Langlois y Seignobos se explica (seamos justos) por la estrecha concepción que durante largo tiempo se tuvo de la historia, en la cual, cualquiera que fuese la que tuvieran de ella, aquéllos permanecían aprisionados. Se la limitaba, prácticamente, a lo que se dio en llamar la historia general, el estudio de los grandes acontecimientos históricos; es decir, ante todo, las guerras, las negociaciones diplomáticas que las habían preparado o terminado y además las vicisitudes de la política interior estudiada en la cumbre: el rey, sus ministros, la corte, o bien los líderes del conglomerado gubernamental, las asambleas y su vida parlamentaria. Si se añaden a esto unas cuantas catástrofes naturales, tales como una epidemia de peste, esto es poco más o menos todo lo que Tucídides, por ejemplo, consideró útil referirnos sobre la Grecia de su tiempo, y durante siglos los historiadores se contentaron con un programa parecido; a lo sumo, desde Voltaire, añadían a su relato, en forma de apéndice y como externo al cuerpo de la obra, un cuadro del estado de las ciencias, las letras y las artes. En estas condiciones, el programa se encontraba trazado en su totalidad, las preguntas habían sido planteadas previamente y la concepción del tema se reducía a la elección de un periodo. Hoy ha triunfado una concepción de la historia completamente distinta,"a la vez amplificada e impelida en profundidad", La expresión es de Marc Bloch es de justicia poner de relieve la parte que le corresponde al equipo formado por Lucien Febvre y Marc Bloch en Francia, en esa pugna victoriosa contra el viejo ídolo de la historia política, de acontecimientos, la "historia historizante", Pero la reacción ha sido muy general y no es patrimonio de ninguna escuela, Ya lord Acton daba como consigna a sus estudiantes: "Estudiad problemas y no periodos", y a todo lo largo del siglo XIX se asiste al progreso de la historia de la civilización, la kulturgeschichte, que se opone a su vieja rival, la "historia de batallas", La historia política resulta casi sofocada bajo el cúmulo de investigaciones concernientes a las historias "especiales", la historia económica y social, la historia de las ideas, de las mentalidades, de las Weltanschauungen, la historia de las ciencias, de la filosofía, de la religión, del arte, y esto hasta el punto de que quizás haya llegado a hacerse necesaria una reacción, al menos en el plano pedagógico: de tanto buscar comprensiones y honduras, la cultura histórica corre el riesgo de salirse de la realidad concreta para disolverse en humaredas abstractas, Recordemos sin cesar a los jóvenes estudiosos que la historia de la civilización (y cada una de sus historias especiales) tiene que proyectarse sobre una tupida red de nombres, fechas y acontecimientos precisos, y que los hechos políticos, de ordinario los mejor documentados, proporcionan la sólida trama de tal cañamazo, Entonces, al abordar el estudio de cierta época o de un ambiente determinado, el historiador no ve que se le imponga o, si se prefiere, no tiene a su disposición un programa de investigación fijado a prior; que, en cierto modo, sirva para todo, A él le corresponde establecerlo y, por consiguiente, todo el desarrollo ulterior de las investigaciones y el conocimiento mismo al que se llegue quedan orientados y predeterminados por las preguntas que se planteen. Digo preguntas por abreviar, pero cuando el entendimiento elabora una pregunta, formula en seguida una o varias-respuestas posibles: una pregunta precisa (y sólo las de este carácter son útiles en historia) se presenta bajo el aspecto de, una hipótesis por verificar:"¿No será cierto que..,?" Sin duda, mientras se lleva a cabo la verificación, la hipótesis volverá la mayoría de las veces a ser retomada, corregida y transformada, hasta resultar apenas reconocible, pero esto no quita que en el punto de partida haya habido un esfuerzo creador del historiador que ha comenzado por elaborar una imagen provisional del pasado. Procuremos exorcizar de nuevo el peligroso fantasma del idealismo; limitemos la parte de construcción autónoma que comporta esa elaboración del cuestionario y de las hipótesis anexas: sin hablar del hecho de que la validez de la hipótesis sigue dependiendo del proceso de verificación de su conveniencia respecto a los datos documentales; es bien evidente que el conocimiento histórico no parte de cero: es por analogía con una situación humana ya conocida como formulamos esta imagen hipotética del pasado que tratamos de conocer, y la parte de la transposición es aquí bastante débil, porque en la mayoría de los casos (exceptuando el de una civilización recién descubierta y en absoluto extraña; pero entonces, ¿qué se podría saber de ella?), el historiador sabe ya grosso modo cuáles son las preguntas«susceptibles de ser planteadas, cuáles son los sentimientos, las ideas, las reacciones, los logros técnicos que pueden ser atribuidos a los hombres de una época y de Un ambiente determinados. Sus hipótesis de partida tendrán tanta mayor probabilidad de resultar fecundas cuanto menos contengan una parte de extrapolación. Es ahora cuando resulta preciso introducir la noción de progreso/dentro de un desarrollo homogéneo de la investigación: cuando la ciencia histórica aborda el estudio de un nuevo campo, le es casi imposible evitar caer en el afrentoso pecado del anacronismo. Todavía no se sabe qué preguntas son las que conviene hacer; la mente no dispone aún de instrumentos de análisis suficientemente precisos como para establecer un cuestionario adecuado. Por eso no sería yo, quien arrojara, por ejemplo, la primera piedra sobre Michelet por haber hecho de Abelardo un librepensador, un apóstol de la razón contra los "oscurantistas escolásticos". Las categorías heredadas de la Aufklarung no le proporcionaban a aquel liberal romántico el instrumental necesario para comprender el pensamiento cristiano del siglo XII. Si hoy podemos conseguido algo mejor es gracias .a los progresos realizados, gracias a los esfuerzos hechos sin solución de continuidad desde Michelet mismo hasta Étienne Gilson. Resta además el hecho de que el conocimiento de un objeto histórico puede ser peligrosamente deformado o empobrecido por el sesgo desafortunado con que se aborda 77 desde el comienzo. Un ejemplo de cuestión mal planteada: se discutió durante toda una generación si san Agustín, el año 386, en Milán, se había convertido al neoplatonismo o al cristianismo. Ahora bien, P. Courcelle nos ha hecho comprender ahora que en aquella época el neoplatonismo era la filosofía oficial del ambiente intelectual cristiano de Milán, empezando por su obispo, san Ambrosio ejemplo de empobrecimiento: las dos historias que se han publicado de la pequeña ciudad de Gap. "Apenas se ocupan más que de la Edad Media, y aun dentro de este periodo se reducen a una serie de monografías sobre los obispos sucesivos, de los que se describen casi exclusivamente las querellas de orden político que les enfrentaron ya al municipio, ya a su señor, el conde de Forcalquier, y luego al Delfín. Nada incluyen referente a la historia misma de los habitantes de este pequeño núcleo humano, sobre sus actividades económicas, su estructura social, la evolución de las unas y de la otra.... (Vislumbró no obstante aquí lo que J. Schneider ha sabido analizar con acierto en Metz una burguesía que, al enriquecerse, se transforma en nobleza terrateniente.) Nada tampoco sobre la vida espiritual y, sin embargo, la crisis de la Reforma fue aquí extremadamente grave, lo mismo que en todo el Del finado (Gap es la patria de Farel, un de los principales reformadores), pero de aquella crisis sólo se me muestran los efectos políticos, las guerras de religión. Acerca de los orígenes, tan sólo trivialidades. Y sin embargo, podía haberse explotado, como lo ha hecho A. Déléage4' para la Borgoña, de una manera sistemática, el material toponímico que representan los "en dicho lugar" atestados tanto actualmente como en 105.censos medievales, lo cual permitiría, mediante el análisis etimológico, reconstruir las etapas sucesivas de la ocupación del suelo y, por lo tanto, las del doblamiento remontándose hasta las roturaciones precélticas. Mediante el estudio de las leyendas hagiográficas y por el análisis de la repartición de los santos titulares de las diversas iglesias de la región se podrían haber reconstituido las etapas de implantación del cristianismo en el país, al final de la Edad Antigua y a comienzos de la Edad Media. Interrumpo aquí el análisis de estas posibilidades, que son ilimitadas, porque hay que subrayarlo, cada época, cada ambiente humano, cada objeto histórico suscita siempre múltiples problemas; es, hablando en pura lógica, susceptible de prestarse a infinidad de 78 preguntas. El conocimiento que el historiador adquiera de uno y otro dependerá evidentemente de cuál de ellos decida hacer objeto de su profundización, y esta elección guardará a su vez relación directa con su personalidad, la orientación de sus ideas, el nivel de su cultura y, en fin la filosofía general de la que extraiga sus categorías mentales y sus bases de juicio. Tomemos un fenómeno histórico bien determinado: el monaquismo cristiano en sus orígenes en el Egipto del siglo IV. Se le puede estudiar desde el punto de vista de la historia del cristianismo, en cuanto que constituye un episodio de ella, un aspecto de su desarrollo general; se le puede estudiar también desde el punto de vista comparativo de la historia de las religiones, como una de las manifestaciones del ideal de recogimiento, de ascesis y de contemplación que ha tomado tantas otras formas en la humanidad (brahmanismo, jainismo, budismo, taoísmo y hasta, según parece, en las civilizaciones precolombinas). Se podrá considerar su aspecto social, la huida al desierto, la anacóresis (literalmente, el "echarse al monte"), fenómeno muy extendido en el Egipto grecorromano (criminales, deudores y, sobre todo, contribuyentes insolventes, asociales de toda laya y no sólo religiosos). Se podrá considerar asimismo su función económica: los cenobitas de san Pacomio, que salían a millares de sus conventos para recoger la cosecha en el valle del Nilo y ganarse así en pocos días su magro sustento de todo el año, venían a ser como una reserva de mano de obra, un Lumpenproletariat, el equivalente de esos jornaleros que se contratan para una campaña en California, descritos por Steinbeck en Las uvas de la ira... Cada uno de estos puntos de vista es legítimo en si mismo y tal vez fecundo; cada uno capta en parte, o en un aspecto, la realidad del pasado. Dejemos para después el examen del cordón umbilical que une a cada uno de ellos a la personalidad de su historiador, y la consideración de las consecuencias que resultan de ello para la validez del conocimiento. Preocupados por ir bosquejando nuestro tratado de las virtudes del historiador, sólo subrayaremos por el momento que la riqueza del conocimiento histórico dependerá directamente de la habilidad, de la ingeniosidad con la que se planteen esas cuestiones iniciales que condicionarán la orientación de conjunto de todo el trabajo ulterior. El gran historiador será aquel que, dentro de su sistema de pensamiento (pues por amplias que sean su cultura y, como suele decirse, su abertura de espíritu, todo hombre, por lo mismo que adopta una forma, acepta unas limitaciones), sepa plantear el problema histórico del modo más rico, más fecundo y acierte a ver qué preguntas interesa hacerle a ese pasado El valor de la historia y por tal entiendo tanto su interés humano como su validez, se halla, en consecuencia, estrechamente subordinado al genio del historiador –pues según decía Pascal, cuanto más talento se tiene, más se encuentran que son numerosos los hombres originales", y más los tesoros por recuperar en el pasado del hombre. Obsérvese la visión, singularmente enriquecida, que el genio (tanto como la riqueza de información) del gran Rostovzev nos ha procurado sobre la civilización helenística ésta se nos aparece ahora como la admirable madurez de la civilización antigua "ese largo verano bajo el inmóvil sol de mediodía"-, en vez de representar su decadencia, como lo quería un cierto purismo del humanismo, centrado en exceso en la noción de un siglo de oro, o como lo pretendía una historia romántica, demasiado exclusivamente sensible a los valores de la originalidad, de la creación, del brote inicial (lo que la llevaba a interesarse con preferencia por el arcaísmo, por la juventud de un arte, de un pensamiento. de una civilización. DESEMBALAR LA HISTORIA Los norteamericanos llaman así al difícil ejercicio de conocer los conceptos clave, los mecanismos conceptuales sobre los que se asienta una disciplina, así como su organización, para poder llegar al conocimiento de su estructura interna. Ejercicio complicado pero necesario para el profesor que quiera aprehender el significado profundo de la materia que explica, de manera que pueda moverse en ella con una relativa familiaridad que le permita diseñar actividades de enseñanza y aprendizaje destinadas a que los alumnos encuentren el sentido de aquello que estudian. Y tal ocurre con la historia. De ahí la necesidad de conocer su estructura interna; si bien hay que tener muy presente que el intento de realizar este ejercicio de "desembalar" es mucho más complejo -también debe ser mucho más prudente- en este caso que en el de otras materias, en la medida en que uno de sus puntales es el cambio referido a las sociedades humanas, algo que no se presta evidentemente a ser desmontado como las piezas de un mecano. Desentrañar el entramado sobre el que está fundada una disciplina supone una reflexión epistemológica de la ciencia objeto de estudio, reflexión tan resbaladiza como necesaria al referirnos a la historia, dadas sus características muy peculiares y sus métodos específicos. 1. LOS PEQUEÑOS REFLECCIÓN DE HISTORIADORES LIBROS DE LOS CRANDES Muchos grandes historiadores, en su madurez, han escrito un pequeño pero valiosísimo libro en donde reflexionan sobre la historia con la autoridad que les confiere sus largos años de análisis de los fenómenos históricos y la experiencia acumulada en su vida personal: son introducciones a la historia. Así Marc Bloch y su Introducción a la historia (Defensa de la historia o el oficio del historiador); Lucien Febvre con sus Combates por la historia; Fernand Braudel en La historia y las ciencias sociales; Gordon Childe con su Teoría de la historia; Edward H. Carr en ¿Qué es la historia?, etc. Pierre Vilar, que siempre se ha sentido tremendamente atraído -nos dice por escribir un tratado de historia (como hay otros tratados de botánica, anatomía, etc.), ha renunciado a hacerlo ante la inmensidad y complejidad de la tarea; y se ha limitado señala- a reflexionar sobre algunos términos fundamentales en historia: "historia., "estructura de las clases sociales.La reflexión que han hecho estos historiadores (y otros) será la base del desarrollo de nuestra exposición. 2. ACLARACIÓN E INTERRELACIÓN DE TÉRMINOS EPISTEMOLOGÍA, TEORÍA, METODOLOGÍA, TÉCNICAS DE TRABAJO. Será conveniente aclarar una serie de términos, utilizados con frecuencia y quizá no siempre adecuadamente, que son meollo del tema que nos ocupa; van todos ellos imbricados: "epistemología", "teoría de la historia., "metodología., "método., "técnicas de trabajo". La epistemología es la reflexión sobre los fundamentos y métodos del conocimiento científico en general, y en este caso de la historia en particular. La epistemología bucea por las estructuras internas de la historia y la problemática que ésta genera con su 79 peculiaridad. ¿Qué se entiende por teoría de la historia? La búsqueda de unas leyes (un hilo conductor, unas constantes, dirán otros) que dirigen el desarrollo de la historia. Esta búsqueda ha sido un objetivo para gran parte de los historiadores; otros han preferido renunciar a ella o rechazarla. La teoría está en función de la idea que el historiador tiene de la historia: hay teorías como hay también historias, esto es, diferentes maneras de interpretar la realidad de los hechos históricos. La teoría difiere según quien la exprese -historiador o escuela en la que se inserta- ya que éste normalmente no va por libre aunque su aportación sea individual, sino que suele adherirse a la corriente historiográfica con la que más conecta. La teoría configura los hechos 1: sin teoría, sin una idea previa de lo que es la historia, no puede existir una interpretación del pasado 2. Si bien algunos historiadores (Febvre, Braudel, etc...), se niegan a teorías que consideran limitadoras, esto no implica que ellos no propongan sus propias teorías, porque incluso negar la existencia de constantes en la historia supone adoptar una tendencia (teoría es también la de los positivistas en su pulcritud por el hecho objetivo). El historiador elabora su material a partir de una teoría, y de allí adopta una metodología u otra en función de su manera de entender la historia. Método y teoría van íntimamente entrelaza dos: la teoría abre caminos y configura la metodología. Ésta es el conjunto de modos de obrar o proceder con un determinado orden en el quehacer de la investigación que se sigue para llegar a un conocimiento, histórico en este caso; y ese modo de obrar está guiado por una premeditada organización globalizadora que se deriva de la concepción que se tiene de la disciplina. En el plano de la didáctica de la historia podemos decir que la metodología supone igualmente una organización de las actividades que tiene como fin la enseñanza y el aprendizaje históricos que establecemos en estrecho contacto con una doble visión: la que tenemos de la historia y la de la forma de enseñada y aprenderla. a) Schaff, filósofo de la historia, dice al respecto: «Los criterios en función de los cuales el historiador selecciona sus materiales y les atribuye una estructura interna, etc., difieren según la teoría previa a dichas actividades. Y es preciso que una teoría fundamente estas actividades, a menos que se admita que éstas son fortuitas, en cuyo caso 80 caeríamos en el absurdo. Evidentemente estas actividades, guiadas por diversas teorías, dan resultados también diversos». A. Schaff, HÚlorlli V verdad, Barcelona, Crítica. 1988, p. 275. b) Pierre Vilar manifiesta la condición necesaria de toda teoría histórica. «¿Qué sería de una teoría que no ayudara al historiador a comprender mejor su país, /In tiempo, /In conflicto, que, en el primer momento, no constituyen par¡ CI sino un caos y que no ayudase al hombre de acción (y no importa a que hombre puesto que todos están interesados en ello) a comprender mejor su país, Su tiempo, S/lS conflictos?». P. Vilar. J {i.flaria marxilla, hitoria en Barcelona. Anagrama. 1975, p. 96 de estos dos elementos ponemos en movimiento unas formas de proceder que quedan desde el primer momento definidas por esas dos concepciones, la epistemológica y la didáctica. Este hecho, como veremos a lo largo de estas páginas, tiene importantes consecuencias en la forma de encarar nuestras clases de historia, como las tiene para el historiador la manera de seleccionar lo que pretende analizar, las fuentes que elige y, especialmente, las formas de interrogadas y las preguntas que se plantea. Por supuesto, no hay que confundir una metodología de investigación con una de aprendizaje; pero en algunos casos pueden existir conexiones muy fecundas. Si la metodología tiene sus raíces en la teoría de la historia, las técnicas de trabajo las tienen en los métodos. Metodología y método son términos que suelen emplearse a veces indistintamente. Podríamos matizar diciendo que mientras la metodología hace referencia a un aspecto más amplio y general, el de la teoría (y así hay una metodología positivista como hay una metodología estructuralista o funcionalista o marxista), el método hace referencia a algo más concreto: las técnicas científicas de trabajo. «Sin embargo, la ciencia no se define únicamente por su objeto; sus límites pueden ser fijados también por la naturaleza propia de sus métodos».4. Así pues, sin metodología y método tampoco hay historia y ciencias posibles; de ahí la existencia de corrientes que han intentado, desde un punto de vista no marxista, enfatizar el método en detrimento de la teoría, algo que se le ha achacado a la escuela de los Annales (las críticas de Fontana son furibundas al respecto). 3. CÓMO SE HACE LA HISTORIA: IMPORTANCIA DEL PROCESO. LA Nos adentramos aquí en los métodos de la historia: los procedimientos que utiliza el historiador para saber no sólo lo que ocurrió (la historia como relato) 4 sino por qué ocurrió (la historia como problema). El historiador inicia un proceso intelectual apasionante y de envergadura. Marc Bloch nos habla de ello: Todo libro de historia digno de ese nombre debiera incluir un capítulo que se titularía más o menos: ¿Cómo puedo saber lo que voy a decir? Estoy persuadido de que si conociesen estas confesiones, hasta los lectores que no fueran del oficio hallarían en ellas un verdadero placer intelectual. El espectáculo de la investigación, con sus éxitos y fracasos, no es casi nunca aburrido. Lo acabado es 10 que destila pesadez y tedio t. Podemos trasladar esta afirmación del proceso de investigación a la experiencia cotidiana del profesor: el aprendizaje es sobre todo un proceso; buscamos normalmente resultados finales, que suelen plasmarse en un examen escrito. Y el proceso, aspecto fundamental, se nos escapa. Tenemos que ser muy conscientes de la importancia de esa evolución a través de la cual el alumno llega a construir significados trabajando sobre determinados contenidos históricos. El aprendizaje de la historia -como el de cualquier otra disciplinaes un proceso cognitivo que como profesores debemos potenciar. ¿Pedimos a los alumnos que reflexionen sobre lo que están haciendo, ya que es el procedimiento más adecuado para que tomen conciencia de ello? El espectáculo del desarrollo del aprendizaje, con sus éxitos y fracasos, no es nunca aburrido. Retomamos la tarea del historiador en su aventura de construir la historia. Él ha ido creando su objeto teórico que comprende lo que Tuñón de Lara llama el aparato conceptual; en definitiva es como un gran molde o grandes moldes en que vaciamos el de los hechos históricos. Como afirma Ricoeur, «si la historia rompiese todo vínculo con la capacidad básica que tenemos para seguir una historia y con opciones cognitivas de la comprensión narrativa, perdería todo carácter distintivo dentro del concierto de las ciencias históricas: dejaría de ser historia». (Citado por M. Carretero, «Una perspectiva cognitiva», Cuadernos de pedagogía. 213, 1993, p. 14)." Pero la narración debe ir intrínsecamente unida al por que ocurrió lo que se narra; de lo contrario la historia dejaría también de ser historia. (Una síntesis del estado de la cuestión sobre las diferentes formas de escribir la historia y la superación de la disyuntiva historia-relato, historia problema -o historia como arte e historia como cienciapuede verse en Jorge Lozano, Madrid, Alianza, 1994) contenido de una realidad histórica aun cuando el término se presta a evocar el constreñimiento de la realidad al molde. De hecho éste es, debe ser, sólo un instrumento útil para facilitar la comprensión del hecho histórico, nunca para forzado. Este «aparato conceptual» no surge de la nada; ha sido construido por el historiador partiendo de los análisis de la realidad histórica, en donde observa lo que él considera unas constantes. De ahí extrae su teoría que configurará la interpretación de lo que escribe, y de esta teoría (en estrecha conexión como ya indicábamos antes) surgen una determinada metodología y unas técnicas de trabajo. Escribir la historia es, pues, «el último acto de un largo proceso de elaboración» que se concreta de diferentes maneras según el talante y la teoría del historiador. Veamos dos procesos similares de metodología marxista, el de Tuñón de Lara y el de Pierre Vilar, que contrastaremos con otra forma distinta de proceder: la del británico Edward H. Carro Procedimientos complementarios de Tuñón de Lam y Pierrc Vilar: 1. '"Escoger el objeto de la investigación. 2. Leer exhaustivamente -a ser posible- la bibliografía referente al tema objeto de estudio, pues, como dice Topolsky, cuanta más información se tiene del tema a investigar se pueden realizar hipótesis de mejor calidad. 3. Pensar el objeto (Pierre Vilar afirma que la historia es materia pensable, y que por lo tanto se puede racionalizar) partiendo de la teoría del historiador. El empleo de modelos (construcciones teóricas de la realidad objeto de estudio) puede ser de gran utilidad, aunque sólo sea para ver hasta qué punto refleja el mayor número de hechos observados. 4. Planteamiento de las grandes preguntas que interesan (de nuevo Pierre Vilar señalará algunas de ellas: ¿Quién detenta los medios de producción? ¿Quién se enriquece? ¿Quién se empobrece? ¿A través de qué mecanismos?)' Preguntas cuyas respuestas exigen la formulación de hipótesis de trabajo, procedimiento que corresponde al método científico de Bunge en relación con el concepto de ciencia 9. 5. Llega el momento de la búsqueda de fuentes: su crítica, su clasificación 81 conforme a un plan, su explotación (hay que s:\her interrogarlas, y aquí entra de lleno la sensibilidad y el olfato del historiador). 6. Y, al fin, la organización de todos los materiales para redactar, interpretándola, la trama del pasado. El concepto de ciencia varía según las épocas y los científicos y pensadores. No es lo mismo el concepto de ciencia de Karl Popper (para quien, en clara connotación neopositivista, se trata de conseguir que el conocimiento científico reproduzca la realidad con la mayor fidelidad posible), que el de Kuhn según el cual la ciencia se organiza a través de los paradigmas -perspectivas que había cuando éstos ya no dan respuestas satisfactorias a determinados problemas. «Las revoluciones científicas comienzan a partir de una sensación creciente. Muchas veces limitada, asimismo a una pequeña parte de la comunidad científica de que un paradigma existente ha dejado de ser idóneo para explicar un aspecto de la naturaleza al que precisamente se habría acogido a través de ese mismo paradigma» (fh. S. Kuhn, «Revoluci0nes en el pensamiento». En R Nisher. Th. S Kuhn., Cambio social, Madrid, Universidad, 1988. Esta afirmación puede aplicarse igualmente a la historia dado el estrecho realismo que Kuhn establece entre las revoluciones políticas y las científicas las primeras también se inician a partir de la misma sensación, dentro de una minoría de la comunidad social, de que las instituciones vigentes han dejado de resolver con eficacia los problemas planteados por un contexto que en parte ellas mismas han forjado» (ob. cit., p. 144) Igualmente podríamos decir que interpretación de determinados hechos históricos puede sufrir un cambio de percepción sustancial (nuevo paradigma), al no poder ser explicada convenientemente desde una perspectiva que se consideraba hasta entonces como la más idónea aceptada (la teoría de Kuhn acerca del carácter de la ciencia es desarrollada ampliamente en su importante obra de 1981). Toulmin matiza la perspectiva de Khun haciendo hincapié en la continuidad histórica: la originalidad es fundamental, pero no es suficiente; debe estar acompañada por poderosas exploraciones en las implicaciones de alguna idea que a veces ha sido anticipada en estado embrionario por unos u otros científicos anteriores. En esta amplia y profunda operación, que ensancha los horizontes entre la originalidad. «La idea de 82 que la Ciencia con mayúscula es una especie de exploración intelectual cuyo mérito proviene simplemente de plantar banderas en nuevos territorios es, en gran medida, una ficción» (S. Toulmin y J. Goodficld. El descubrimiento del tiempo, Barcelona, Paidós, 1990, p. 203). El procedimiento de Carr corresponde a otro estilo, menos sistematizado -o mejor, diferentemente organizado-, pero no por ello menos riguroso (su obra monumental sobre la Revolución rusa, trabajo antológico, es un modelo de precisión). Así lo explica: Los legos en la materia -es decir, los amigos de fuera de la Universidad, o los colegas de otras disciplinas académicas- me preguntan a veces cómo aborda el historiador su trabajo cuando escribe historia. Parece que la idea más corriente es que el historiador divide su tarea en dos fases o períodos claramente diferenciados. Primero, dedica un largo tiempo preliminar a leer sus fuentes y a colmar de datos sus cuadernos de notas; terminada esta fase del trabajo, aparta de sí las fuentes, tira los cuadernos de apuntes, y escribe el libro del principio al fin. Para mí, esta imagen resulta poco convincente y nada plausible. En lo que a mí respecta, no bien llevo algún tiempo investigando las que me parecen fuentes capitales, el empuje se hace demasiado violento y me pongo a escribir, no forzosamente por el principio, sino por alguna parte, por cualquiera. Luego leer y escribir van juntos. Añado, suprimo, doy nueva forma, tacho, conforme voy leyendo. La lectura viene guiada, dirigida, fecundada por la escritura: cuanto más escribo, más sé lo que voy buscando, mejor comprendo el significado y la relevancia de lo que hallo. Es probable que algunos historiadores lleven a cabo mentalmente toda esta escritura preliminar, sin echar mano de pluma, de papel, ni de máquina de escribir, lo mismo que hay quienes juegan mentalmente al ajedrez, sin sacar el tablero ni las piezas: es un talento que envidio pero que no puedo emular. Este otro estilo de hacer historia ilustra el hecho de que no existe un cauce único: cada historiador hace su contribución a la construcción de la historia poniendo en juego su propia originalidad, sin que esto deba afectar al rigor exigible en su análisis. En el aula, rico microcosmos de interacciones en los procesos de enseñanza y aprendizaje, podemos constatar el hecho que muchas veces suele pasar desapercibido para el profesor: las diferentes y originales -por personales- maneras de trabajar de los alumnos, que no tienen por qué ser uniformadas (sí reconducidas respetando las peculiaridades) según un mal entendido criterio académico. El llamado tratamiento de la diversidad tiene que llegar a ser un hecho real en nuestras clases. Queremos señalar la importancia de introducir al alumno -de forma elemental, obviamenteen los vericuetos del método del historiador, puesto que este entramado (hacer preguntas, formular hipótesis, ratificarlas o desecharlas posteriormente, manejar fuentes, contrastarlas, aprender a hacer un guión que sirva de soporte al informe final en el que se deberá incorporar todo lo analizado y aprendido a través de actividades cuidadosamente diseñadas por el profesor, etc.) posee un alto valor didáctico, en la medida en que exige del alumno la movilización de los resortes más ricos de sus posibilidades intelectuales, y le hace penetrar en el método de la historia que debe permitirle diferenciar el saber cotidiano del conocimiento científico (repetimos: en la medida de lo que se puede pedir a un alumno de Enseñanza Secundaria) 4. AL FIN LA PREGUNTA: ¿QUE ES LA HISTORIA? Quizá este interrogante tendría que haber sido el punto de partida, pero hemos creído conveniente hacer esas reflexiones previas sobre teorías, método, etcétera. Evidentemente no se trata de preparar pequeños futuros historiadores -tarea fuera de lugar-; pero uno de los resultados que el profesor o la profesora de historia (que no son ni tienen por qué ser necesariamente historiadores; sí competentes en su disciplina) debe pretender conseguir a través del acercamiento de los alumnos al modo de proceder del historiador (cuando este acercamiento se considere oportuno), no es otro que el que acabamos de señalar: el alto beneficio didáctico que conlleva. La disyuntiva que establece Julio Valdeón «¿enseñar historia o enseñar a historiar?" (en J. Aróstegui, A. Campu7.ano et o/, El/señor historiador. Nuevas propuestas, Barcelona, Laia. 1988, pp. 19.31) deja de tener sentido desde la perspectiva que indicamos: enseñar a historiar -sus rudimentos no es sino un procedimiento más, y muy valioso, para ayudar a que el alumno descubra que aprender historia no es sólo tener información (necesaria para poder utilizarla) sobre hechos históricos sino también comprobar cómo ésta se ha conseguido y. sobre todo, cómo se ha llegado a la interpretación de esos hechos. Así quedará claro que esta interpretación no es la única posible. ¿Qué es la historia? Algo problemático, puesto que el término mismo, como señala Pierre Vilar, hace referencia tanto al conocimiento de una materia como a la materia de ese conocimiento. 0, como dice Le Goff, a la historia vivida y a la historia construida. El concepto de historia incluye, pues, la realidad histórica tal y como sucedió {historia vivida}, y el conocimiento que de ella se tiene a través de la interpretación del historiador {historia construida}. ¿Qué es la historia? Una ciencia organizada de una manera muy distinta a la de las ciencias experimentales. La finalidad de éstas es descubrir los rasgos constantes o recurrentes en todos los acontecimientos de cierta clase. La finalidad de la historia consiste, por el contrario, en la comprensión del cambio y para ello debe situar los acontecimientos, diferentes en cada época, en el contexto también cambiante que caracteriza esa época. Colling\Vood lo explica con claridad: Un meteorólogo estudia un ciclón a fin de comparado con otros; y al estudiar cierto número de ellos espera descubrir qué rasgos muestran, es decir, cómo son los ciclones en cuanto tales. Pero el historiador no tiene semejante finalidad. Si se le encuentra en alguna ocasión estudiando la Guerra de los Cien Años o la Revolución de 1688, no se puede inferir por eso que esté en las etapas preliminares de una investigación cuyo fin último sea llegar a conclusiones sobre guerras o revoluciones en cuanto tales [...]. Esto se debe a que las ciencias de observación y experimento están organizadas de una manera y la historia de otra [...]. En la organización de la historia el valor ulterior de lo que se conoce de la Guerra de los Cien Años no está condicionado por su relación a lo que se conoce acerca de otras guerras, sino por su relación a lo que se conoce acerca de las otras cosas que hacía la gente de la Edad Media 12. La reflexión sobre la historia partió fundamentalmente de los filósofos y dio lugar a la filosofía de la historia. Filosofía y teoría, dos aspectos diferentes, se fueron desarrollando a lo largo de lo que nos decía Mare Bloch sobre la importancia del proceso). Por eso es conveniente introducir al alumno (sólo en casos puntuales y procedentes) en los rudimentos de la historiografía; y, en def1niliva, en las «cojeras» del historiador. 83 Ambas aparecían, a los ojos de los historiadores del siglo XIX, especialmente reticentes a la reflexión y teorización sobre su quehacer, como elucubraciones sin ningún valor empírico. Ortega se enfadaba ante esta actitud: «los historiadores no tienen perdón de Dios» acabaría señalar al respecto que estos historiadores a los que se refería Ortega eran esencialmente positivistas, en consonancia con la corriente de la época, y, por tanto, estaban obsesionados por la «objetividad» del documento y rechazaban todo intento de teorización, que identificaban con devaneos subjetivos). La desconfianza hacia los historiadores por parte de los filósofos, y viceversa, viene de atrás; ya a finales del XVI La Popeliniere mostraba su rotunda desconfianza hacia los historiadores desvinculados de la reflexión pertinente: «y no son de fiar aquellos que, desdeñando las causas en la historia, sólo buscan la simple narración de los accidentes, eximiendo al Historiador de las causas para pasárselas al Filósofo» Pero debemos presentar también la otra cara: No es posible la investigación sin la teoría, y la poca exigencia teórica del historiador irrita con razón al filósofo. Pero tampoco puede haber teoría sin investigación, o el teórico no tardará en verse acusado. Al fin, con la escuela de los Annales, los historiadores, especialmente Marc Bloch y Lucien Febvre, bajaron a la arena y, arremetiendo contra el positivismo, reflexionaron. Y así surgieron los problemas de la historia, y las precisiones, y las posiciones y las nuevas vías. Y A. Schaff dirá muy posteriormente: «De nuevo se nos hace evidente la precariedad de las razones de la aversión de los historiadores contra la filosofía; la situación de hecho demuestra que la historia, al igual que las otras ciencias, plantea problemas que son por excelencia filosóficos}' que no pueden resolverse honestamente sin recurrir al patrimonio de la filosofía un largo período de acumulación de experiencias, de reflexiones sobre la investigación histórica. La definición que lanza al fin un historiador lleva debajo todo un significado. Vista desde fuera, puede parecer un juego de palabras desprovisto del sentido vital de quien la ha construido. Descontextualizada, la definición no tiene apenas nada que ofrecer. Pierre Vilar define así: «La historia es el estudio de los mecanismos que vinculan la dinámica de las estructuras a la sucesión de los acontecimientos»'-"«Estudio de los 84 mecanismos», «vinculación de los acontecimientos a las estructuras»: la metodología marxista -que no ideología- es clara en su método. Edward Carr da también su definición. Su concepción de la historia no se encuadra dentro de una metodología marxista. Según su auto descripción era uno de los pocos liberales ingleses que todavía vivían y conservaban el optimismo de la era victoriana; pero hay que recordar que junto a esto señala que ningún historiador puede ignorar a Marx. Para Carr la historia es «un proceso continuo de interacción entre el historiador y los hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado» Definición que luego revisará y-completará, como veremos más adelante. En Bloch, y sobre todo en Febvre, hay una resistencia a definida la definición es una cárcel, dirá Febvre. ¿Definir la historia? ¿Pero cuál? Las más exactas definiciones, las más meticulosamente redactadas, ¿no tienen el riesgo de dejar al margen en cada instante lo mejor de la historia? Aunque al final la defina: «Ciencia de los hombres, pero de los hombres en el tiempo». Ciencia de los hombres, de todos los hombres: el ataque al positivismo es claro. 5. EL OBJETO CAMBIANTE DELAS MINORÍAS DIRIGENTES A LAS PERSONAS DE A PIE Una ciencia viene determinada tanto por el objeto que estudia como por el método que utiliza; pero el objeto de la historia se ha ido transformando y completando ampliamente en nuestro siglo. Será necesario, por tanto, que nos detengamos brevemente ante este hecho. Para la historia positivista de finales del siglo pasado y principios de éste, el objeto se centraba fundamentalmente en la minoría en el poder, y al conferir al documento oficial la máxima autoridad no hacía sino refleja precisamente la ideología de la clase dominante. Con Annales se transforma el objeto de la historia, y, en consecuencia, la metodología y los temas: el hombre, pero el hombre común, empezó a centrar el interés de la historia. Bloch lo expresa en su conocida frase: «Detrás de los rasgos visibles del paisaje, los campos [nótese la influencia de la geografía humana de Vidal de la Blache, de las herramientas o de las máquinas, detrás de los escritos aparentemente más fríos la historia quiere aprehender a los hombres» Annales amplió notablemente el objeto de la historia rescatándolo de las manos de las élites. El estructuralismo fijó su centro de interés -su objeto de estudio- en el sistema de interrelaciones que se crean en las estructuras, en donde las colectividades quedan fuertemente condicionadas. Los hist0riadores de metodología marxista mostraron sus rechazos a las «cárceles de larga duración», estáticos o casi estáticos, muy queridos por Braudel, e hicieron hincapié en los cambios que experimentan esas estructuras gracias a «las fuerzas culturales y espirituales de la innovación». Otros dirigieron su foco de atención al terreno de las mentalidades, objeto .ciertamente complejo y sutil cuyo análisis sólo puede llevar a buen puerto un historiador con penetrante sensibilidad y, a la vez, sólido conocimiento de las bases materiales sobre las que descansa una sociedad (tal el caso de Duby). La vida cotidiana, la «historia desde abajo» (la de la «gente corriente»), la de las mujeres, la del espacio privado de las personas... han movilizado los esfuerzos y atención de historiadores anglosajones y franceses. Son hoy temas dignos de ser historiados: se han convertido en objetos de la historia. La «historia total» defendida por Braudel, representa para muchos el ideal que hay que conseguir. Pierre Vilar nos alertó de la ambigüedad .de ese término excesivamente amplio que no debe confundirse «con una literatura vaga que trataría de hablar de todo a propósito de todo». En definitiva, vemos cómo el objeto de la historia varía, se matiza y se complementa a lo largo del siglo, tanto en función de la concepción de la historia que se profese, cuanto del interés que despierta tal o cual aspecto de la vida colectiva' del pasado que antes permanecía ignorado. La peculiar sensibilidad de cada historiador, su pertenencia a una determinada corriente historiográfica, unidas a las necesidades e interrogantes que plantea el presente configuran el interés por determinados temas, desechando o marginando otros. El objeto digno de estudio de la historiografía positivista ha quedado ya enterrado. El aluvión actual de temas objeto de estudio ha sido enorme. El peligro denunciado estriba en la atomización y dispersión, y por consiguiente la anulación, de la historia como fuente de conocimiento. La impresionante síntesis necesaria se ha ido perfilando pero, como señala el historiador inglés Peter Burke, todavía queda lejana esa ambiciosa meta de la historia total por la que tanto lucharon Febvre, Bloch, Braudel... 6. EL SUJETO Y LA INDIVIDUO-SOCIEDAD POLEMICA Si el objeto de la historia se enfoca hacia el estudio del hombre en sociedad (Annales), o, de forma más precisa, en el mecanismo de las estructuras de una sociedad en donde los acontecimientos deben unirse a la dinámica de éstas (marxismo), la pregunta que se suscita inmediatamente es: ¿cuál es el papel de los individuos? ¿Individuo o sociedad? Toda disyuntiva como ésta no tiene sentido. Para E. Carr está en la línea de qué fue antes, el huevo o la gallina. Las diferencias aparecen en el énfasis que se ponga en uno de los dos términos. Así, los historiadores de tendencia marxista conceden menos importancia en general al papel del individuo y matizan -como en el caso de Chesneaux- señalando que los protagonismos del individuo y de la sociedad se producen a niveles distintos: el individuo puede hacer variar el aspecto de los acontecimientos, pero no puede variar su orientación general. En una de las interpretaciones más genuinamente marxistas de la historia, Gordon Childe -de forma similarpone el énfasis obviamente en la sociedad, y más aún en las herramientas de producción que la sociedad crea. El genio es un producto social. Las motivaciones del individuo prácticamente no cuentan. Éstos son algunos de sus ejemplos: Tomemos, por ejemplo, el caso de Alejandro. Todo desarrollo del comercio y de las comunicaciones desde la Edad del Bronce se orientaba hacia la unificación política de un mundo del Mediterráneo oriental, en el que las diversas partes se hallaban cada vez más íntimamente unidas por las relaciones comerciales y aun por las de carácter científico (como lo explica el propio Herodoto). En este proceso los hombres de habla helénica habían desempeñado un papel día a día más importante, ya que desde el año 600 a.c. los médicos, los artesanos, los mercaderes y los mercenarios griegos habían viajado por lo menos hasta Irán. La ciencia y la tecnología griegas habían dejado atrás a sus correspondientes de Egipto, Fenicia, Babilonia y Persia [...]. Esos factores y estas circunstancias, y otros -por ejemplo, el armamento y la táctica fueron el producto de la cooperación de muchos individuos anónimos, y no obra de Alejandro. Este aprovechó brillantemente la oportunidad. Alcanzó sobre el camino que la historia estaba empezando a modificar el Curso de la historia. Del mismo modo habla de la obra de Napoleón, sin negar que fue fruto del propósito consciente del conquistador ni 85 minusvalorar su genio militar. En otro campo diferente, la invención es sólo un aspecto o factor del hecho histórico: en el caso de Watt había detrás toda una serie de descubrimientos previos que pudo utilizar para su máquina de vapor. Y, muy importante, mercado consumidor de su producto. «En una palabra, Watt estaba seguro de que una máquina adecuada sería aceptada y utilizada por la sociedad. Desde el punto de vista del hecho histórico, dicho uso es tan esencial como la invención. Una invención que nadie conoce ni utiliza no es un hecho histórico» 21. Los historiadores no marxistas (Febvre especialmente, Bloch), por el contrario, aun cuando tienen en cuenta -por supuesto-o la atmósfera social, insisten en el drama individual. Así, no son de extrañar las bellas páginas que sobre Lutero o Rabelais ha escrito Febvre. En Rabelais o el problema de la incredulidad en la primera mitad del siglo XVI indica que no existía aún el "utillaje mental" (término muy querido por la escuela francesa de los Annales; nótese la diferencia del "mecanismo de la estructura" propio de la escuela marxista) para que pudiera producirse una incredulidad general (es decir, lo que no pudo haber sido y no fue; la personalidad arrolladora de Rabelais no pudo fomentar la incredulidad social). La atmósfera del XVI no estaba preparada para ello: todavía no había llegado el momento del escepticismo mental.... Aun cuando la mayoría de los historiadores marxistas «sostienen que no es esencial saber qué individuos aparecen en el escenario de la historia, ya que de cualquier modo las regularidades históricas encontrarán siempre un instrumento de acción en un individuo, sea el que sea [..,] otros tienden a atribuir mayor importancia a las personas especificas y aseguran que fueron exactamente Cromwell y Napoleón quienes hicieron que los hechos tomaran un rumbo determinado. Sin ellos el curso de los acontecimientos podría haber sido bastante distinto" (j. Topolsky, Metodología de la historia, Madrid, Citedra, 1985, p. 203). Hay, pues, que matizar también las interpretaciones marxistas sobre el papel del individuo en la historia (en cuanto a la función de los individuos destacados en general -que es lo aceptado por la mayoría o a personas específicas con su personalidad determinada, que no quedan relegadas a simples instrumentos). Plejanov (1856-1918), historiador marxista, llamó «iniciadores" a los grandes hombres que también unen las acciones de los demás hombres: «sin ellos la 86 sociedad estaría condenada a un estancamiento y el desarrollo sería enormemente lento" (j. Topolsky, ob. cit., p. 202). Desde otra perspectiva, hay un pasaje de Marx muy conocido: «Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que puede contener; y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones hayan sido incubadas en el seno de la vieja sociedad". K. Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Madrid, Alberto Corazón, Expresión favorita de Febvre: los cimientos de la historia de las mentalidades (a la que haremos referencia al final del segundo capítulo) están ya poniéndose. La disyuntiva individuo-sociedad no tiene razón de ser 23. Existe una interacción: entre el líder político o religioso y sus contemporáneos se crea un mutuo flujo y reflujo. « ¿Quién hará exactamente la división entre lo que vino de Alemania a Lutero, o, inversamente, de Lutero a Alemania?», nos dice Febvre en su sagaz estudio sobre el reformador. Una fuerte personalidad nace en una sociedad que le condiciona; y, a su vez, aquélla puede desencadenar determinados procesos que están latentes en la colectividad e "iniciar" o acelerar determinados procesos históricos que son posibles. 7. “EL HISTORIADOR ENCUENTRA QUE BUSCA” ¿ES POSIBLE OBJETIVIDAD EN LA HISTORIA? LO LA He aquí de nuevo un tema polémico, puesto que inevitablemente la historia construida participa de la interpretación que el historiador hace de ella. Efectivamente, es el historiador el que elige el tema objeto de análisis y los hechos que juzga relevantes, y prescinde de aquello que considera sin valor 24. De esta manera podemos decir con Carr que «el historiador encuentra lo que busca». Vilar se despacha a gusto con la polémica de las antinomias: «El historiador de nuestros días no malgasta su tiempo en oponer términos tales como azar contra necesidad, libertad contra determinismo, individuo contra masas, espiritual contra económico sino en manejar sus combinaciones», P. Vibr, marxista..., ob. cit., p. 8. Duby es claro en su manifestación: « [Oo.] Uno se da cuenta de que cada generación de historiadores [obsérvese la dimensión colectiva] reali7.a una elección, descuida ciertas huellas y, por el contrario, desentierra otras a las que nadie preso taba atención desde hacía cierto tiempo, o desde siempre», G. Duby, diálogos sobre la historia, Madrid, Alianza, 1988. p. 39, y es que los hechos no se parecen realmente en nada a los pescados en el mostrador del pescadero. Más bien se asemejan a los peces que nadan en un océano anchuroso y aun a veces inaccesible; y lo que el historiador pesque dependerá en parte de la suerte, pero sobre todo de la zona del mar en que decida pescar y del aparejo que haya elegido, determinados desde luego ambos factores por la clase de peces que pretenda atrapar. En general puede decirse que el historiador encontrará la clase de hechos que busca. Historiar significa interpretar Difícilmente se pueden plasmar de una manera tan expresiva todas las imbricaciones entre la teoría de la historia que profesa el historiador, por la que se elige un determinado tema; la metodología (que viene configurada por la teoría) y las fuentes que el historiador selecciona. Estas imbricaciones en las que coinciden la mayoría de los historiadores podrían llegar a tener consecuencias perniciosas para la historia, puesto que provocan el peligro de hacerla caer en un relativismo total. Esto es lo que hacen tanto Benedetto Croce como Collingwood. Para el presentismo de Croce (1866-1952), el hecho histórico es un producto directo de la actividad intelectual del sujeto. Cuando en 1938 formula esta tesis, ejerció una gran influencia. «La historia, en realidad, está en relación con las necesidades actuales y la situación presente en que vibran aquellos hechos,> Desde esta perspectiva, toda la historia es contemporánea en tanto que está motivada por las necesidades que el presente plantea al historiador. En un sentido similar Fevbre habla de las fuentes económicas que dormían empolvadas en los archivos, como el arpa de Bécquer, hasta que la urgente necesidad de estudiar los fenómenos económicos -por causa, entre otras cosas, de los ciclos de crisis inherentes al capitalismoconllevó la búsqueda y manejo de ese tipo de fuentes. Collingwood (1891-1943) profundiza aún más en esta línea cuando afirma que es el historiador el que piensa la historia. Es su pensamiento el que está detrás del hecho histórico que analiza; de ahí su conocida afirmación: San Agustín vio la historia desde el punto de vista del cristiano primitivo; Tillamont [sic], desde el de un francés del siglo XVII; Gibbon, desde el de un inglés del XVIII; Mommsen desde el de un alemán del siglo XIX; a nada conduce preguntarse cuál era el punto de vista adecuado. Cada uno de ellos era el único posible para el que lo adoptó 27. «Aceptar la imposibilidad de la objetividad no implica que sea imposible la rigurosidad del producto histórico»" concluye Pelai Pages. Cabría añadir que es gracias a la subjetividad -unida al rigor científico- como se enriquece, ampliando el conocimiento de la historia. Para desenredamos de ese relativismo disolvente, el historiador inglés Thompson señala que el hecho histórico ocurrió: Los procesos acabados del cambi0 histórico, con sus intrincadas relaciones causales, ocurrieron de verdad, y la historiografía puede falsearlos o entenderlos mal, pero no puede en lo más mínimo modificar el estatuto ontológico del pasado. El objetivo de' la disciplina histórica es alcanzar esta verdad en la historia pues, los términos del problema subjetividad-objetividad de la historia. Se me permitirá que alargue la cita, clara y concisa, de es prestigioso historiador inglés, uno de los renovadores de la historiografía marxista, con estas conclusiones que extrae: El conocimiento histórico es, por naturaleza, a) provisional e incompleto, aunque no por ello fallo; b) selectivo, aunque no por ello falso; c) limitado y definido por las propuestas formuladas a los datos empíricos (y conceptos que informan estas propuestas) y, por lo tanto, sólo verdadero" dentro del campo ,así definido [...]. La subjetividad, insistimos, no es un obstáculo; es un hecho no sólo inevitable sino positivo, para que los acontecimientos históricos puedan ser modificados (en tanto que completados) por interpretaciones posteriores: Collinh'wood parte también, las necesidades del presente. Y al hablar de las "reliquias” del pasado señala: "La actitud ante la vida actual dependen de los planes y aspectos particulares que ahora traemos a primer término mediante el pensamiento histórico" (1. Collingwood, Idea de la historia, México, FCF., 1988, p. 199). Frente a la historia como interpretación, Collingwood contrapone la historia como recreación de la experiencia pasada, una actitud empática en la que el historiador debe reproducir los mismos procesos de pensamiento por los que pasó determinada personalidad de la historia. «Y 87 sólo en la medida en que haga esto tiene algún conocimiento histórico» (1. G. Collingwood, ob. cit., p. 272). Estimamos que la historia como interpretación más allá de lo histórico) como recreación, en la medida en que la primera implica de manera más directa el intento de comprender el entramado histórico en el que el personaje actuó. Cada época, o cada investigador, puede proponer nuevas preguntas a los datos históricos [...]. En este sentido, la historia, considerada como la suma de los productos de la investigación histórica, cambiará, y deberá hacerlo, con las preocupaciones de cada generación, de cada sexo, de cada nación, de cada clase social. Pero esto no supone, ni mucho menos, que los acontecimientos pasados en sí mismos cambien con cada interrogador, ni que lo; datos empíricos sean indeterminados. Los términos (aparentemente contradictorios) de objetividad subjetiva o de subjetividad objetiva se presentan no como un juego del palabras: (sino como propios -y necesariosde la peculiaridad de la historia, en tanto que ésta puede hacer referencia a <los niveles distintos y complementarios: además del proceso histórico racionalmente analizado que proporciona un conocimiento objetivo confrontado con datos empíricos determinados,-, cabe también referirse «a la "significación" de este pasado, su sentido para nosotros; se trata de un juicio cualitativo y subjetivo, y a tales interrogantes los datos empíricos no pueden proporcionar respuestas». En este sentido cada historiador, cada generación, puede y debe expresar su punto de vista «con tal que tengamos claridad en que esto se basa no en procedimientos científicos si no en una “elección” de valores>> El conocimiento histórico es, por naturaleza, a) provisional e incompleto, aunque no por ello falso; b) Selectivo, aunque no por ello falso; c) limitado y definido por las propuestas formuladas a los datos empíricos (y los conceptos que informan estas propuestas) y, por lo tanto, sólo verdadero" dentro del campo, así definido [...]. En este sentido estoy dispuesto a admitir que la tentativa de designar la historia como "ciencia” ha sido siempre poco provechosa y fuente de confusiones" El problema de la subjetividad ha sido también centrado magistralmente, desde otra perspectiva, por Carr: 88 La relación del hombre con el mundo circundante es la relación del historiador con su tema. El historiador no es el humilde siervo ni el tiránico dueño de sus datos. La relación entre el historiador y sus datos es de igualdad, de intercambio. Como todo historiador activo sabe, si se detiene a reflexionar acerca de lo que está haciendo cuando piensa y escribe, el historiador se encuentra en trance continuo de amoldar sus hechos a su interpretación y ésta a aquéllos. Es imposible dar la primacía a uno ti otro término [00.]. Conforme va trabajando, tanto la interpretación como la selección y ordenación de los datos van sufriendo cambios sutiles y acaso parcialmente inconscientes, consecuencia de la acción recíproca entre ambas. Y esta misma acción recíproca entraña reciprocidad entre el pasado y el presente, porque el historiador es parte del presente, en cuanto que los hechos pertenecen al pasado. El historiador y los hechos de la historia se son mutuamente necesarios, Sin sus hechos, el historiador carece de raíces y es huero; y los hechos, sin el historiador, muertos y faltos de sentido 34. Y a continuación lanza su primera y magnífica definición de la historia que recogíamos al principio: «Mi primera contestación a la pregunta de qué es la Historia, será pues la siguiente: un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado» 8. LOS HISTORIADORES SON HIJOS DE SU ÉPOCA LAS “COJERAS” DEL HISTORIADOR Éste es un hecho obvio que conlleva importantes consecuencias. Como decía Croce, el historiador se acerca al conocimiento del pasado a partir de su propio presente. Ya hemos visto -con alivio- los límites de ese subjetivismo con las puntualizaciones de Thompson y la interacción de E. Carro y es que el historiador, como también dice Carr tiene que navegar sutilmente entre una injustificada primacía del hecho sobre la interpretación [caso de los positivistas] y otra teoría igualmente insostenible de la historia como producto subjetivo de la mente del historiador [u.] ; entre una noción con centro de gravedad en el pasado y otra con centro de gravedad en el presente Esta dicotomía (que no Jebe ser tal) se encuentra en la reflexión histórica bajo diferentes ropajes: lo particular y lo general (el individuo y la sociedad), lo objetivo y lo subjetivo, etcétera. Cuando el historiador inglés Acton, a principios de siglo, pronunció una conferencia en la Universidad de Cambridge, lanzaba un canto optimista en el que estaba a punto de conseguirse una historia definitiva, con todos los problemas susceptibles de solución. Por el contrario, sesenta años más tarde, otro gran historiador inglés señalaba con pesimismo la imposibilidad de una verdad histórica objetiva. Los contrastes entre esas dos actitudes ante la historia no hacen sino reflejar los cambios sufridos en la sociedad inglesa y occidental entre ambas informaciones. ¿Qué había ocurrido en el intervalo? Se había pasado del optimismo todavía imperante (tierra fértil del positivismo) a principios de siglo de la era victoriana en que Inglaterra dominaba aún el mundo, a una Inglaterra con su imperio roto y con la tragedia de dos guerras mundiales, en las que los ingleses sufrieron en su propia piel los de especialista, sino que se convierte en una manera de ser en el tiempo, propia del hombre», P. Aries, El tiempo de la historia, Buenos Aires, Paidós, 1988, (hay que recordar la promesa de Churchill: «Sólo os prometo sangre, sudor y lágrimas»). El canto a la ciencia positivista de Acton había dejado de tener razón de ser. Los historiadores no mienten aunque los discursos que escriben sobre los hechos históricos o sobre el sentido de la historia sean diferentes -e incluso contradictorios- con respecto a lo escrito por otros historiadores; siempre que exista, claro está, una honestidad científica y una investigación competente. «Este fenómeno es simplemente el resultado de la especificidad del conocimiento que siempre tiende hacia la verdad absoluta, pero esta tendencia sólo se cumple en y por el proceso infinito de la acumulación de verdades relativas». Consecuencia (añadiríamos) de la percepción particular de la realidad que cada persona construye en función de su experiencia vital, sus condicionamientos sociales y su singularidad como tal persona. Enmarcado todo ello en el telón de fondo de su posición en el tiempo, es decir, de la época en que le toca vivir. De la condición humana del historiador surgen sus cojeras: Estudien al historiador antes de ponerse a estudiar los hechos. Al fin y al cabo, no es muy difícil. Es lo que ya hace el estudiante inteligente que cuando se le recomienda que lea una obra del eminente catedrático Jones, busca a un alumno de Jones y le pregunta qué tal es y de qué pie cojea. Cuando se lee un libro de historia, hay que estar atento a las cojeras: La trayectoria vital del historiador condiciona poderosamente sus análisis de los hechos históricos. En una obra muy interesante dirigida por Curtís” un grupo de dieciséis historiadores, casi todos ellos anglosajones (excepto Chipilla y un historiador noruego), escriben trabajos sobre su propia vida, en los que cada uno narra los aspectos familiares y sociales que configuraron su manera de veda y de qué forma ese hecho ha influido en la selección de temas que investigaron y su forma de tratados 1. Es esa trayectoria vital la que llevó a Braudel a la búsqueda vehemente del tiempo largo, casi perenne, de la geohistoria; a la fascinación por el Mediterráneo inmutable con sus civilizaciones ribereñas. Las páginas en las que describe sus experiencias personales 41 constituyen un sugestivo relato que ilustra lo que acabamos de decir: las peripecias vivénciales que conducen a un historiador a adoptar determinadas posturas y enfoques ante la historia. Sus años de bisoño profesor en el liceo de Constantina, en Argelia, cuando enseñaba una historia événementielle, al uso en aquella época, y que va aprendiendo al tiempo que explica. El amor hacia sus alumnos «que me devuelven con creces ese afecto»... Emoción -y alivio- despierta constatar la proximidad a nuestra tarea profesional de un gran maestro de la historia, con sus "fallos' iniciales (la proyección de 1a formación universitaria recibida), o el entrañable clima de cordialidad que se establece entre él y sus alumnos. Y, más tarde, las experiencias dramáticas de la segunda guerra mundial y los desesperados esfuerzos de Braúdel por atrapar el tiempo inamovible, liberador de los insoportables acontecimientos cotidianos: Todos aquellos acontecimientos que sobre nosotros derramaban la radio y los periódicos de nuestros enemigos, o incluso las noticias de Londres que nos ofrecían las radios clandestinas, tenía que sobrepasarlos, rechazarlos, negarlos. ¡Abajo el acontecimiento, sobre todo llevándole la contraria! Tenía que creer que la historia y e! destino se escribían a una profundidad mucho mayor. Elegir un observatorio de tiempo largo era elegir como refugio la posición misma de Dios Padre. Y en el cautiverio (una vez más la obra maestra que se gesta en prisión), de nuevo la seducción que el Mediterráneo ejercía una y otra vez desde las vivencias de sus años jóvenes transcurridos en Argelia: Sí, durante años, a solas, contemplé lejos de 89 mí en el espacio y en el tiempo, el Mediterráneo. Y entonces tomó su forma definitiva mi visión de la historia, sin que me diera cuenta inmediatamente, en parte como la única respuesta intelectual a un espectáculo -el Mediterráneo- que ningún relato histórico tradicional me parecía capaz de captar, en parte como lo típica respuesta existencial a los tiempos trágicos que )'0 atravesaba. [...]. Muy lejos de 'nuestras personas y de nuestras desgracias cotidianas, la historia iba inscribiéndose, giraba lentamente, tan despacio como aquella vida antigua del Mediterráneo cuya perennidad yo había sentido tan a menudo y como la majestuosa inmovilidad. Así fue cómo, conscientemente, me dediqué a la búsqueda del lenguaje histórico más profundo que podía captar, o inventar: el tiempo inmóvil, o, por lo menos, lentísimo en su desarrollo, obstinado en repetirse. Mi libro se ordenó entonces según varias líneas temporales diferentes, que iban de la inmovilidad a la brevedad del acontecimiento. Todavía hoy se esbozan esas líneas y cruzan para mí cualquier paisaje histórico" I He aquí el itinerario vital en el que se fue gestando una genial y ya clásica concepción del tiempo histórico y de la historia. La interpretación que da E. Carr acerca de los motivos por los cuales la historia de Roma de Mommsen (uno de los dos padres del positivismo alemán, junto con Ranke) termina en la República y continúa con el Imperio, se inscribe igualmente en el plano de las vivencias del historiador. ¿Por qué no siguió con la etapa imperial? Se ha expresado a menudo 'sorpresa por esta actitud de Mommsen; no le faltó para seguir ni tiempo', ni ocasión, ni conocimientos; pero la gran historia se escribe preferentemente cuando la visión del pasado por parte del historiador se ilumina con sus saberes y experiencias de los problemas del presente. Y cuando Mommsen escribió la historia de Roma, aún no había surgido en Alemania el hombre fuerte. Durante su vida, la cuestión de qué ocurriría una vez que ese hombre asumiera el poder, no era todavía problema real. Nada inducía a Mommsen a proyectarlo sobre el escenario romano; y la historia del Imperio quedó sin escribir _ Podríamos concluir señalando que la historia está, por consiguiente, en continua construcción (Historia marxista, historia en 90 construcción es el título de un ensayo de Pierre Vilar). No existen épocas o temas cerrados al análisis histórico; cualquier período o hecho histórico puede ser y es revisado en estudios posteriores, en función de nuevos enfoques e interpretaciones derivados de las nuevas preguntas que se hacen a los datos históricos en estrecha relación con el proceso personal de cada historiador- que modifican y enriquecen el análisis de ese hecho. De ahí la importancia de señalar el estado de la cuestión historiográfica ante determinados temas que aparecen en los buenos manuales. Las implicaciones en el aula de una historia en construcción son evidentes. Se trata de romper el estereotipo -muy arraigado en los alumnos- del hecho histórico como algo acabado de una vez por todas. Esto sólo se da en los libros de texto. Enfrentar al alumno con fuentes primarias o con fuentes historiográficas en donde aparezca un mismo hecho enfocado desde distintos ángulos, debe provocar la constatación por parte del alumno de la riqueza y complejidad de los acontecimientos históricos 45, al ser interpretados. De esta manera los historiadores rectifican y completan puntos de vista, los desechan o consolidan, y se descubren nuevas fuentes porque se buscan, con los consiguientes nuevos enfoques que comportan. Es importante que tomemos conciencia de ello y que el alumno pueda vislumbrado en la medida de sus posibilidades. Georges Lefebvre muestra también el hecho apuntado supra de que la historia amplía el conocimiento de la realidad, no lo relativiza: Me he esforzado en haceros ver que la historia no es un conocimiento fijado de una vez por todas [...]. Pero me sentiría contrariado si sacaseis la consecuencia de que la historia está así sometida a una renovación perpetua sin que pueda conservarse en ella nada duradero. Afortunadamente no sucede así. El progreso es lento pero real: es un hecho que los puntos de vista del historiador se han enriquecido considerablemente [no]. También ha habido un enriquecimiento del método. Y Schaff de nuevo indica que si la historia está sometida a continuas reinterpretaciones se debe a que es un proceso y no una imagen acabada, definitiva o una verdad absoluta. «Cuando se comprende el conocimiento histórico como proceso y superación ['00] se comprende la razón de esa constante reinterpretación de la historia, de la variabilidad de la imagen histórica: variabili- dad que en vez de negar la objetividad de la verdad histórica, por el contrario la confirma» 9. ¿PARA QUE SIRVE LA HISTORIA? «Papá, explícame para qué sirve la historia», pedía hace algunos años a su padre, que era historiador, un muchachito allegado mío [...]. Algunos pensarán sin duda que es una fórmula ingenua; a mí, por el contrario, me parece del todo pertinente. El problema que plantea el muchacho con .la embarazosa desenvoltura de esta edad implacable es nada menos que el de la legitimidad de la historia>> Las respuestas de los historiadores a la cita que Marc Bloch coloca en el preámbulo de su Introducción a la Historia han sido diversas: para comprender el presente conociendo el pasado y poder, en definitiva, saber leer un periódico situando las cosas que hay detrás de, las palabras (P. Vilar); para obtener de la combinación entre el pasado y el presente una proyección hacia el futuro, un proyecto social (J. Fontana); para tener una visión equilibrada de los hechos y no desorbitar el presente de cada día ni dejamos devorar por él (Tuñón de Lara) ... No me resisto a señalar especialmente la conocida respuesta de Collingwood al para qué sirve la historia: Mi contestación es que la historia es para el conocimiento humano. [...] Conocerse a sí mismo significa conocer lo que se puede hacer, y puesto que nadie sabe lo que puede hacer hasta que lo intenta, la única pista para saber lo que puede hacer el hombre es averiguar lo que ha hecho. El valor de la historia, por consiguiente, consiste en que nos enseña lo que el hombre ha hecho y en ese sentido lo que el hombre es. No debemos permitir que la profundidad que estas afirmaciones encierran se quede en pura teoría. La alumna y el alumno (también muchos adultos) tienen necesidad de saber por qué ocurren algunos de los acontecimientos nacionales o mundiales que los medios de comunicación le transmiten y de qué manera les afectan o pueden afectarles; con otras palabras: tienen necesidad (aunque no la sientan) de salir de su mundo egocéntrico y constatar que su vida adquiere sentido en la dimensión colectiva y temporal que trasciende la inmediatez de los acontecimientos (se cumple la afirmación de Piaget: comprender el tiempo es liberarse del presente; no en el sentido de evasión sino de encontrar la perspectiva adecuada para situar los hechos). Como señalamos en las conclusiones finales, al construir la historia de su vida el alumno descubre que es un ser histórico, y reconocerse como tal es empezar a conocerse a sí mismo (obviamente, no estamos hablando de niveles psicológicos individuales, sino colectivos), es constatar su presente como el resultado de un pasado que condiciona su futuro, es entender para qué sirve la historia. El interrogante sobre la utilidad de ésta debe plantearse también a niveles didácticos. ¿Tiene mucho sentido la historia para nuestros alumnos presentándola como información de hechos históricos enlazados en la diacronía, tal y como con demasiada frecuencia se enseña en nuestros Centros? ¿Responden los objetivos, y especialmente los procedimientos empleados, a la consecución de algunas de las respuestas que los mismos historiadores han dado al "para qué" sirve la historia? ¿Tiene algún significado, por lo tanto, que se la incluya como asignatura en los planes de la Enseñanza Secundaria o en el Bachillerato? Los profesores ingleses ya se lo preguntaron en la década de los setenta. La institución British Schools Council dio una salida a este interrogante y de ahí surgió el Proyecto 13-16 inglés. La respuesta fue afirmativa: El conocimiento histórico es necesario para ayudar al es estudiante a que salga de su natural egocentrismo. Esta propuesta la conclusiones finales. retornaremos 10. BLOCH Y FEBVRE: REFERENICA PARA DIDÁCTICAS en las PUNTOS DE REFLEXIONES La Escuela de los Annales se formó a partir de la fundación en 1929 de la revista Annales d'Hisloire Economique el Social y ha desempeñado durante varias décadas del xx un papel importante en la tarea de la renovación historiográfica que tuvo su arranque en el período de entreguerras. Sus fundadores, Bloch y Febvre, insertados en una época convulsiva -ascenso de los fascismos y oleada revolucionaria del comunismo-, no fueron ajenos a ella. Su lucha en favor de una historia centrada en el hombre era también una lucha en favor de las libertades del hombre. Esto llevó a Bloch a integrarse en la Resistencia francesa y a morir en un campo de concentración nazi. 91 Evidentemente, Annales no surgió de la nada. Detrás de ella estaba lo más florido de la tradición historiográfica francesa: la vitalidad romántica de MicheIlet; lo mejor del positivismo de Foustel de Coulanges; la aportación de la geografía humana no determinista de Vidal de La Blache; los fecundos contactos con Henri Berr y su idea central de la síntesis en la concepción de la historia, así como la influencia del gran historiador belga Henri Pirenne, amigo de Bloch. La línea de los Annales suscitó críticas entre los historiadores marxistas, quienes le achacaban la carencia de una teoría y de poner excesivo énfasis -como contrapartida- en el método. Críticas que arreciaron tras el "viraje" en 1941 de Fevbre al desmarcarse del materialismo histórico presente en las primeras etapas. Las mismas razones aparentemente triviales que dio Febvre a ese cambio pudieron contribuir a una irritación mayor, y las diferencias, con el materialismo histórico se fueron agrandando. «Vivir es cambiar [...]. Los Annales cambian porque alrededor todo cambia: los hombres y las cosas. En una palabra: el mundo.1» Con todo, son indiscutibles las aportaciones de los Annales en la renovación de la historia " renovaciones que apuntaban a la línea de flotación del positivismo imperante entonces: su formulación de la historia como problema frente a la historia como relato, la ruptura de los moldes eruditos y especializados abriéndose a las ciencias vecinas, la desmitificación del documento escrito como única fuente que descoyuntaba uno de los puntales de la metodología positivista: La historia se hace con documentos escritos; pero también puede hacerse, debe hacerse, sin documentos si éstos no existen [...]. Con palabras, con signos, con paisajes y con tejas. Con formas de campo, con análisis de espadas de metal realizados por químicos [...]. En una palabra: con todo lo que siendo del hombre, depende del hombre, sirve al hombre. Varias de sus aportaci9nes, realizadas hace ya más de medio siglo, han sido completadas y superadas por la historiografía posterior; pero aquella renovación histórica no ha entrado realmente en nuestras aulas. Por eso he creído conveniente recordar algunas de sus afirmaciones que en mayor medida inciden en un cambio en la enseñanza-aprendizaje de la historia y que siguen manteniendo pleno vigor. 92 Para qué se hacen las cosas Me daban buenas "razones" [se refiere a las clases de matemáticas que recibía, pero puede hacerse extensible a la historia o a cualquier otra disciplina] para hacer algo sobre lo que nadie me decía nunca por qué ese algo valga la pena hacerse " ¿Decimos a los alumnos para qué realizan determinadas actividades de historia, el fin que perseguimos con ellas? Una historia problemática no automática, sino Yo les pido [a los historiadores] que trabajen con una buena hipótesis de trabajo en la cabeza [...]. Y que nos proporcionen una historia no automática sino problemática. Comprender en historia no es clasificar y simplificar Para el historiador, comprender no es clasificar, simplificar, reducir a un esquema lógico perfectamente claro, trazar una proyección abstracta. Comprender es complicar. Es enriquecer en profundidad. Es ensanchar por todos los lados. Cuántas veces nos quedamos satisfechos con una explicación nuestra, clara (o al menos eso creemos), esquematizada a la vez o posteriormente en la pizarra. Y sin embargo nos sentimos frustrados o perplejos cuando comprobamos los magros resultados obtenidos. ¿Nos preguntamos por qué ha ocurrido eso o nos deslizamos por la vía cómoda e inútil del lamento del "bajísimo nivel"? ¿Les hemos proporcionado a los alumnos actividades adecuadas, procedimientos idóneos para que puedan construir desde su nivel de desarrollo determinados conceptos, relacionarlos entre sí, dotarlos de .significado que pueda servir de trampolín para la adquisición de nuevos conocimientos, ampliando y enriqueciendo la red de su estructura cognitiva?' Ponerse en el lugar del otro: saber adoptar la mentalidad de la época (empatía) ¡Cuánto más fácil no es escribir en pro o en contra de Lutero que escrutar su alma; creer al papa Gregorio VII que desentrañar las razones profundas de uno de los mayores dramas de la civilización occidental. Yo defino, gustosamente la historia como una necesidad de la humanidad -la necesidad que experimenta cada grupo humano, en cada momento de su evolución, de buscar y dar valor en el pasado a los hechos, los acontecimientos, las tendencias que preparan el tiempo presente, que permiten comprenderlo y que ayudan a vivido-o Y añado: recomponer la mentalidad de los hombres de otra época; ponerse en su cabeza, en su piel, en su cerebro para comprender lo que fueron, lo que quisieron, lo que consiguieron. Ser capaces de adoptar la mentalidad de la época equivale a conocer esa época. Y comprenderla. La historia refleja la vida, no la muerte En otro lugar he recordado esta anécdota: en cierta ocasión acompañaba yo en Estocolmo a Henri Pirenne. Apenas habíamos llegado cuando me preguntó:«¿Qué vamos a ver primero? Parece que hay un ayuntamiento completamente nuevo. Comencemos por verlo>>. Y después añadió, como si quisiera evitar mi asombro: «Si yo fuera un anticuario sólo me gustaría ver las cosas viejas. Pero soy un historiador y por eso amo la vida». Esta facultad de captar lo vivo es, en efecto, la cualidad dominante del historiador. Comprender el presente por el pasado. Comprender el pasado por el presente La historia no es algo muerto; la interrelación presente-pasado y viceversa debe ser algo real, tangible para el alumno. Presentémosla, pues, así. La tragedia de las pateras repletas de marroquíes cruzando el Estrecho, que con tanta abundancia nos han mostrado los medios de comunicación, adquiere su significado en la situación socioeconómica y política del Magreb actual. Pero ese significado se profundiza en la dimensión histórica: las causas -y especialmente los efectos-del estancamiento de un Magreb brillante entre los siglos VII y XI que no levantó ya cabeza. «Hay que comprender el pasado para conocer el presente [...]. Comprender es imposible sin conocer. La historia debe enseñamos en primer lugar a leer un periódico; es decir, a situar cosas detrás de las palabras. «Contra el saber fragmentario. Foustel de Coulanges decía a sus oyentes, en la Sorban a: «Suponed cien especialistas repartiéndose, en lotes, el pasado de Francia. ¿Creéis que al fin hubieran hecho la historia de Francia? Lo dudo mucho. Les faltaría, por lo menos, la vinculación de los hechos, y esta vinculación es también una verdad histórica» Presentar separada y sucesivamente los grupos de hechos de diferente naturaleza, política, social, económica, intelectual. Es lo que acostumbro llamar "el sistema de la cómoda", de la vieja cómoda de caoba, ¡Tan bien arreglada, y en un orden tan bello! Cajón de arriba, la política: "la interior" a la derecha, "la exterior" a la izquierda, sin confusión. Segundo cajón: en el rincón de la derecha, "el movimiento de la población"; en el rincón de la izquierda, "la organización de la sociedad”. Uno de los enemigos más implacables del conocimiento (y en este caso del conocimiento histórico) es la fragmentación que imposibilita el sentido de las cosas. Qué cómodas y qué nefastas a la vez esas compartimentaciones tradicionales ("El espacio geográfico". "La economía". "La sociedad". "La política". "La ciencia y el arte") que llevan a la incapacidad de comprender. ¿Dónde están las interrelaciones que dan sentido? Esperemos que no se quede solamente en el papel uno de los objetivos generales del área de ciencias sociales, geografía e historia de la Educación Secundaria Obligatoria: «Identificar y analizar las interacciones que se producen entre los hechos políticos, económicos, culturales, que condicionan la trayectoria histórica de las sociedades humanas».Sobre los libros de enseñanza de historia Para los niños admito libros de lectura bien hechos y momentos precisos, con la condición de que todo lo que enseñen a los niños desemboque en la vida. Y si reúnen hechos, que sean pocos, pero bien escogidos, de importancia real explicados a fondo, de verdad. Con la condición, ante todo, de que no busquen, sino que proscriban las fórmulas, las horrorosas fórmulas que se aprenden "de memoria" y dispensan para siempre a los perezosos el trabajo de juzgar por sí mismos, pesado trabajo ante el que la mayoría de los hombres retroceden obstinadamente [...J. Lo que incita o puede incitar a pensar, a buscar, a leer, eso sí. Pero los manuales "cerrados' y cuya ambición se reduzca a describir todas las cosas desde fuera, con el mayor número de detalles, vista la situación: no, no y mil veces no. Estas reflexiones han sido hechas por dos grandes maestros de la historia. Las hemos seleccionado para mostrar las conexiones que se establecen entre el historiador y las concepciones y actitudes necesarias para la adquisición de un auténtico conocimiento histórico; ponen de manifiesto lo que señalábamos en la introducción: el plano 93 adulto del historiador que reflexiona sobre su quehacer puede y debe orientar en muchos casos el plano del aprendizaje escolar de la historia. La labor del profesor debe consistir, entre otras cosas, en tender los puentes necesarios para que las diferencias entre ambos planos tengan en ciertos momentos fecundos puntos de contacto. Annales, con Febvre y Bloch a la cabeza, luchó por la inteligibilidad de la historia. Y dio una respuesta, la suya, al "para qué sirve la historia". Como decíamos, la gran renovación histórica que supuso en su tiempo ha sido superada por la historiografia posterior en diferentes aspectos. Pero Bloch y Febvre nos han dejado excelentes páginas de historia, y sus reflexiones continúan siendo en la actualidad puntos de referencia ineludibles .para replanteamos el tipo de historia que enseñamos en nuestras clases. 94 ¿POR QUÉ REESCRIBIMOS CONTINUAMENTE LA HISTORIA? "En nuestros días, no existe duda alguna de que la historia del mundo debe ser reescrito de vez en cuando. Esta necesidad no surge, sin embargo, del hecho de que, se, descubran entretanto numerosos acontecimientos hasta entonces, desconocidos, sino de que, se han originado nuevas opiniones, debido a que, el compañero tiempo que va transcurriendo llega a unos puntos de vista desde donde puede dirigir una nueva mirada hacia el pasado... Goethe, Geschichte Der Farbenlehre. . . .La anatomía del hombre, es la clave de la, anatomía del mono. En las especies animales inferiores, no se pueden comprender los signos aunciadores d, una forma superior hasta que se conoce la forma superior misma. C. Marx, Introducción a la Crítica de la economía política. E. H. Carr empieza su obra ¿Qué es la historia? citando dos opiniones sobre el conocimiento hist6rico, que constan en dos ediciones sucesivas, a pesar de que fueron publicadas con sesenta años de diferencia, de la gran síntesis histórica elaborada por un equipo de científicos de Cambridge. Estas opiniones son particularmente sintomáticas, y puesto que representan una perfecta introducción al tema que nos interesa en este capítulo, vamos a empezarlo a la manera de E. H. Carro En 1896, el eminente historiador británico Acton en su informe a los síndicos de la Cambridge University Press, señalaba los objetivos de la Cambridge Modern History: "Es ésta una oportunidad sin precedentes, de reunir, en la forma más útil para los más, el acervo de conocimientos que el siglo XIX nos está legando. Mediante una inteligente división del trabajo seríamos capaces de hacerlo y de poner al alcance de cualquiera el último documento y las conclusiones más elaboradas de la investigación internacional. "No podemos, en esta generación, formular una historia definitiva; pero sí podemos eliminar la historia convencional, y mostrar a qué punto hemos llegado en el trayecto que va de ésta a aquélla, ahora que toda la información es asequible, y que todo problema es susceptible de solución." Sesenta años más tarde, en una introducción a la segunda edición de la obra en cuestión, George Clark comenta la declaración optimista de Acton sobre el valor cognoscitivo de la historia: "Los historiadores de una generación posterior no esperan cosa semejante: “De su trabajo, esperan' que, sea superado una y otra vez. Consideran que el conocimiento del pasado ha llegado a nosotros por mediación de una o más mentes humanas, ha sido 'elaborado' por éstas, y que no puede, por tanto, consistir en átomo:>s elementales e impersonales que nada pueden alterar. .. La exploraci6n no parece tener límites y hay investigadores impacientes que se refugian en el escepticismo, o cuando menos en la doctrina de que, puesto que todo juicio histórico implica personas y puntos de vista, todos son igualmente válidos y no hay verdad histórica objetiva." El cambio de actitud es sorprendente: la fe positivista en el poder acumulativo del saber histórico que puede acceder al estatuto de ciencia fundada y acabada de modo definitivo, cede su sitio a la convicción de que el conocimiento histórico es un proceso infinito y de que debido al papel activo que desempeña en él el espíritu humano, el trabajo del historiador debe ser renovado constantemente. Este cambio, cuyas razones y contexto ya hemos determinado antes, viene a esclarecer un nuevo aspecto del problema aquí estudiado: ¿por qué la concepción del proceso histórico cambia continuamente?, ¿por qué los historiadores reescriben continuamente la historia? Este hecho es indiscutible y podría ponerse en evidencia mediante una historia de la historiografía de cualquier acontecimiento histórico importante. Aquí hacemos abstracción de las diferencias en la visión de la realidad histórica, en la concepción y explicación del proceso histórico, que son el resultado del condicionamiento social de las ideas del historiador. Más allá de estas diferencias sociales, nacionales, etc. (y a pesar de su existencia) surge efectivamente algo que es común a las obras de una época con relación a las de otras épocas; algo que, a pesar de las diferencias, las une en el marco de determinada visión de la historia, de un estilo de su concepción particular en cada época. Y esto es precisamente lo que nos interesa: "por qué cada generación (o casi) posee (y, según algunos, debe poseer) su propia visión del proceso histórico ¿Cuál es la 95 causa de este hecho y a qué se debe? En el siglo XX este problema ha fascinado a muchos teóricos de la historia que comprendían el hecho indiscutible de la variabilidad de la visión del proceso histórico en el contexto más amplio de las diversas determinaciones del conocimiento histórico. Las diferentes opiniones expresadas al respecto pueden reducirse a dos concepciones tipológicas que difieren por la explicación que dan de este fenómeno: 1. la reinterpretaci6n de la historia está en función de las necesidades variables del presente; 2. la reinterpretaci6n de la historia está en función de los efectos de los acontecimientos del pasado que surgen en el presente.. Como se puede ver, estas dos explicaciones del fenómeno en cuestión no son exclusivas; por el contrario, a menudo son propuestas simultáneamente como elementos explicativos complementarios. Las consideramos por separado, con el fin de facilitar el análisis de un fen6meno complejo y de exponer de modo más claro los resultados así obtenidos. La primera explicación de la reinterpretaci6n constante de la historia está en relación con las posiciones del presentismo, y está argumentada principalmente por los representantes de esa corriente. Como ya hemos comprobado; el presentismo a ultranza, lleva a la negación de la verdad histórica objetiva y, por, consiguiente, a la negación de la historia como ciencia. Sin embargo, el núcleo racional del presentismo, es decir su tesis genético-psicológica sobre las relaciones entre las actitudes y los juicios del historiador por una parte, y las condiciones sociales de su época y las necesidades que engendran por otra, no es una tesis subjetivista ni origina consecuencia negativas desde el punto de vista del carácter científico de la historia. Ahora bien, incluso tomando como base esta interpretación moderada del presentismo uno se ve inducido a concluir que es necesario reinterpretar continuamente la historia. Ya que si las actitudes y las ideas de los historiadores están en función de las condiciones y las necesidades actuales de la vida social, un cambio en tales condiciones y necesidades necesariamente va seguido de un cambio en las actitudes y las opiniones de los historiadores, por tanto, en los productos de sus actividades científicas (en la ciencia de la historia). Si, como afirma metafóricamente Charles A. Becker, el pasado es una pantalla 96 sobre la que el presente proyecta su visión del pasado la historia no sólo es funcional, sino también necesariamente variable. Entretanto intentemos analizar esta tesis planteando algunas cuestiones complementarias. Así, en principio veamos en qué consiste el mecanismo de esta proyección de los intereses del momento presente sobre la pantalla del pasado. Esta proyección se realiza por medio de una selección adecuada de los hechos históricos, o sea de una selección variable puesto que está en función de los intereses presentes. John Dewey, que puede ser considerado al respecto como un autor particularmente representativo, subraya que toda construcción histórica es selectiva y que en ella todo depende de los criterios de selección; y concluye afirmando que la historia se escribe necesariamente a partir de las posiciones del presente, ya que él es quien decide lo que se considera importante y por consiguiente, nos proporciona los criterios de selección. De esto a argumentar la reinterpretación constante de la historia sólo existe un paso fácil de dar: "Para la elaboración de los principios y las hipótesis no hay otros materiales accesibles que los que nos procura la contemporaneidad histórica. Cuando la cultura cambia, también cambian las concepciones dominantes en la cultura dada. Entonces surgen necesariamente nuevos puntos de vista que sirven para la aprehensi6n; la apreciación está en la disposición de los datos. En dicho momento, se reescribe la historia." Según esta concepción, la historia está en función de los intereses del presente o, como escribe M. N. Pokrovski, es la política actual proyectada sobre el pasado. Citemos una variante de esta concepción, o sea la opinión que dice que la visión del pasado está en función de los objetivos que asignemos al porvenir lo que no cambia en absoluto el fondo del problema, puesto que la visión del porvenir, al igual que la visión del pasado, está en función del presente. Si, como ya hemos planteado, rechazamos el extremismo del presentismo, nos tenemos que enfrentar con una tesis cuya legitimidad deberemos aceptar: nosotros rescribimoscontinuamente la historia, porque los criterios de valoración de los acontecimientos pasados varían con el tiempo y, por consiguiente, la percepción y selección de los hechos históricos cambian para modificar la misma imagen de la historia. Debe observarse que sean cuales fueren los términos en que formule esta tesis y los argumentos que la funden, es compartida por diferentes historiadores y teóricos en ningún modo emparentados con el presentismo, es decir incluso la aceptan partidarios de una concepción del mundo completamente opuesta: así, M. N. Pokrovski, partiendo de la tesis marxista delcondicionamiento de clase de las ideas sociales, ve en la historia una proyección de la política presente; K. R. Popper, aunque afiliado al neopositivismo; plantea la reinterpretación de la historia para cada nueva generación como una obligación dictada por las nuevas necesidades;!' Witold Kula habla de la transposición del patrimonio del pasado al lenguaje contemporáneo en cada época; la cultura se enriquece en la medida en que consigue descifrar nuevas páginas del pasado. Los términos y los argumentos varían en cada caso, pero la idea es la misma: la variabilidad de la imagen histórica está en función de la variabilidad de los criterios de selección de los materiales históricos. La segunda cuestión que se impone en este contexto se refiere al aspecto psicológico del proceso de reinterpretación de la historia: ¿cuándo los historiadores se ven inducidos a formular nuevos juicios y a forjar una nueva concepción de la historia? La tesis de C. L. Becker parece una respuesta convincente y sensata: los periodos de estabilidad, propicios al sentimiento de satisfacción del presente, también favorecen el consenso social en lo que se refiere a la imagen tradicional del pasado; en cambio, en los periodos de crisis y de oposición, cuando se quiebra dicha estabilidad, los hombres descontentos del presente tienden también a estar descontentos del pasado; entonces la historia se ve sometida a una reinterpretación en la perspectiva de los problemas y de las dificultades del presente. Pasemos al segundo modo de explicación y de argumentación de la reinterpretación constante de la historia: la visión de la historia varía a causa del constante surgimiento de efectos nuevos de los acontecimientos pasados. El punto de vista de Carlos Marx sobre este problema, actualmente considerado clásico, se condensa en el aforismo: "la anatomía del hombre es la clave de la anatomía del mono". Marx desarrolla este punto de vista en el contexto de su análisis de las categorías económicas. Marx arguye: puesto que la sociedad burguesa es la organización histórica más desarrollada y más variada de la producción, las categorías que permiten comprender su estructura permiten comprender a la vez la estructura de las formas sociales desaparecidas. ¿Por qué? Porque sólo la etapa superior del desarrollo de un fragmento dado de la realidad, al revelar los efectos de los acontecimientos pasados, permite comprender y valorar de modo correcto dichos acontecimientos. Para comprender mejor este punto de vista, tomemos un hecho de la vida cotidiana. Cuando nos encontramos en un valle encajado entre dos montañas o colinas, solamente divisamos las proximidades más inmediatas, mientras que los elementos que están alejados de este lugar y su conjunto en un todo escapan a nuestra mirada. Basta ascender a la cumbre de un monte para que el paisaje cambie, revelándonos aspectos del valle hasta ahora desconocidos e invisibles. Cuanto más alta sea la cumbre, más se ensanchará nuestro horizonte y mejor captaremos el conjunto. Evidentemente esto solamente es una comparación, pero ayuda a comprender estos problemas. Basta reemplazar los parámetros espaciales por parámetros temporales. Cuanto más alejados en el tiempo estemos de un acontecimiento dado, nuestra percepción de éste se extiende y se profundiza, como en el caso de un paisaje visto desde una cumbre cada vez más elevada. ¿Por qué? Porque en la historia siempre nos enfrentamos con procesos, con el devenir, y es muy difícil (si es que no imposible), prever por anticipado no sólo los detalles, sino también la orientación general de los acontecimientos. El aforismo de Hegel sobre Minerva simbolizando el pensamiento elevado y su lechuza que levanta el vuelo en el crepúsculo, viene aquí muy a propósito. Cuando emergen los efectos es cuando pueden valorarse los acontecimientos que los han causado. Pero esta valoración no es una operación estática, es un proceso. Mientras un proceso tiene lugar, los efectos de los acontecimientos aparecen continuamente, sin fin; Y la historia es precisamente un proceso de esta clase. Los efectos nuevamente surgidos obligan a contemplar de nuevo a los acontecimientos, a captarlos de otro modo, a situarlos de modo diferente en el contexto de la totalidad. Muy a menudo lo que inicialmente se subestima, e incluso se ignora, se revela históricamente importante, y viceversa. En consecuencia, el cuadro de la totalidad .ve transformarse su "composición" ... y esto se debe precisamente a que vemos mejor la historia con la perspectiva del tiempo, cuando los efectos de los acontecimientos se han revelado y permiten 97 emitir juicios más íntegros y más- profundos; y a que lo más difícil es escribir la historia reciente, la historia contemporánea en particular: debido no sólo a la dificultad de ser objetivo, o sea de considerar los acontecimientos sine ira et studio, aun cuando esto tenga su importancia, sino también a la dificultad de comprender el sentido de los acontecimientos contemporáneos. En efecto, estos acontecimientos todavía no han revelado sus efectos; los acontecimientos históricos poseen la significación que sus efectos les confieren cuando emergen en la realidad. Este punto de vista, acorde con el principio del historicismo, es compartido por los representantes de diversas corrientes históricas. Ya conocemos la opinión de Mane al respecto. Ahora citemos a los autores que formulan las opiniones más divergentes sobre la teoría de la historia. Sidney Hook escribe: " . . . La historia se rescribe cuando emergen nuevas perspectivas que nos permiten comprender la significación de determinados acontecimientos del pasado que habían escapado a la atención de los contemporáneos. Estos acontecimientos-se insertan en los modelos de continuidad que incluyen a los acontecimientos que constituían el porvenir para aquellos que vivían en el pasado. .. Del mismo modo, nuestros descendientes comprenderán mejor nuestra época que nosotros mismos, ya que ellos estarán en situación de ver las consecuencias de los acontecimientos que ignoramos actualmente y que constituyen las premisas de importantes tendencias que llevarán sus frutos cuando ya no existamos." Este punto de vista está formulado dentro del espíritu de la tradición clásica: solamente los efectos futuros de los acontecimientos presentes y la realización del porvenir permiten comprender el pasado; pero los efectos nuevos, el porvenir nuevo, trazan una nueva imagen del pasado. M. J. Dhont tiene una concepción semejante del problema, aunque lo aborda y formula de modo distinto: " . . . El historiador nunca ve los hechos como los contemporáneos los han visto. Los ve desarrollarse como un profeta infalible: lo que en efecto separa completamente al historiador de cualquier categoría de contemporáneos de los hechos que relata es que este historiador siempre conoce el porvenir. Ello le impide totalmente ver los acontecimientos son los ojos de un contemporáneo. De esta 98 observación se deduce que el historiador siempre escribe la historia en función del punto final de la evolución. En consecuencia se verá obligado a considerar importantes los acontecimientos que constituyen la trama del desarrollo que lleva al resultado; acontecimientos que, en la mayoría de casos, no afectaron en absoluto a los contemporáneos." Karl Heussi expresa idéntica idea en el contexto del surgimiento, en el proceso histórico, de relaciones nuevas de los acontecimientos dados con otros. Como conclusión, escribe: “Las grandezas pasadas que no consideramos quizá como particularmente importantes, pueden producir, en un tiempo que para nosotros es el futuro, y en circunstancias definidas, efectos importantes. En consecuencia, el pasado no es algo fijo, petrificado, sino algo vivo, que cambia y se desarrolla incesantemente." Sin embargo, en los trabajos de J. H. Randall es donde esta idea se encuentra más desarrollada"" J. H. Randall escoge los juicios emitidos sobre la primera Guerra Mundial para ilustrar esta tesis de la variabilidad de la imagen histórica en relación con la emergencia de efectos nuevos de los acontecimientos pretéritos, y llega a esta conclusión: "Los nuevos efectos de los acontecimientos pasados cambian la significación del pasado, la significación de lo que sucedió. Los acontecimientos, que anteriormente fueron ignorados ya que no parecían constituir antecedentes fundamentales de cualquier hecho consecutivo, actualmente son considerados como eminentemente significativos; y otros acontecimientos, que parecían constituir antecedentes fundamentales, caen en el olvido como simples detalles. En consecuencia, por la naturaleza de las cosas, el devenir no puede ser comprendido plenamente por quienes son sus actores. Estos no pueden comprender la 'significación' o los efectos de lo que hacen, porque no pueden prevenir el porvenir. Nosotros comprendemos este devenir sólo en el momento en que constituye una parte de nuestro propio pasado; y si sigue produciendo sus efectos, nuestros hijos lo captarán en términos distintos que nosotros. En consecuencia, el historiador, como decía Hegel, se asemeja efectivamente a la lechuza de Minerva que no levanta su vuelo hasta que se presentan las sombras de la noche... La historia devenida sólo se puede comprender a la luz de todos sus efectos comprobados y aceptados. La 'significación' de todo hecho histórico consiste en la significación que todavía posee, en su acción, en los efectos que resultan de él." Por tanto, dos factores concurren a la reinterpretación constante de la historia: la aparición en el proceso histórico de los efectos de los acontecimientos pasados, lo que constituye la "significación" de estos últimos; el cambio de los criterios de la selección de los hechos históricos a consecuencia de un nuevo condicionamiento de las actitudes y de las opiniones de los historiadores. Ambos factores van ligados al presente, que es el futuro en relación a los acontecimientos pasados. Tal es el elemento racional de la concepción del presentismo. Pero, ¿esta variabilidad de la imagen del pasado (que, recordando las palabras de Heussi, no se capta como algo fijo, petrificado, sino como algo vivo y cambiante) no niega la objetividad del conocimiento histórico, la posibilidad de alcanzar la verdad objetiva en y por medio de este conocimiento? En absoluto, si no cometemos el error, que analizamos posteriormente, que consiste en identificar el carácter objetivo de la verdad con su carácter absoluto. Las verdades parciales, fragmentarias, no son falsedades; son verdades objetivas aunque incompletas. Si la historia, en el sentido de historia rerum gestarum, nunca está acabada, si está sujeta a constantes reinterpretaciones, de ello se desprende únicamente que es un proceso, y no una imagen acabada, definitiva, o una verdad absoluta. Cuando se comprende el conocimiento histórico como proceso y superación, y las verdades históricas como verdades aditivas, acumulativas, se comprende la razón de esta constante reinterpretación de la historia, de la variabilidad de la imagen histórica; variabilidad que en vez de negar la objetividad de la verdad histórica, por el contrario la confirma. 99 INDICACIONES ACERCA DEL ESTUDIO DE LA HISTORIA Carlos A. Carrillo Apuntaré algunas reflexiones que han venido a mi mente en diversas ocasiones, y que no he tenido tiempo ni oportunidad de madurar, todas relativas al estudio de la historia patria. 1º. ¿Es conveniente dividir el periodo colonial en tantas fracciones, como virreyes gobernaron la Nueva España durante él? Esta es la práctica de todos los autores de compendios escolares de que tengo conocimiento, y sin embargo, no me parece laudable. En la vida histórica de una nación, significa muy poco que la gobierne éste o aquel sujeto; las fases de su evolución dependen de causas muy distintas y de mayor tamaño que las prendas personales de que está dotado quien lleva en sus manos las riendas del gobierno. ¿No sería absurdo, al estudiar el crecimiento y vegetación de una planta, fraccionar la duración de su vida en tantos períodos como jardineros le han cuidado? Pues no me lo 'parece menos dividir la historia con arreglo al criterio de que antes he hablado, pues cada nación tiene también vida propia que se desarrolla, en mucha parte, con completa independencia del carácter personal de quien la gobierna. 2º. ¿Conviene seguir un orden rigurosamente cronológico en la narración de los sucesos históricos? Conviene antes de dar una respuesta, añadir algo que aclare mi pensamiento. Hay autores, como Leví Alvarés en su Compendio de historia universal, que se apegan de tal manera a la cronología, que dividen la historia en períodos iguales de un siglo cada uno; pudiera llevarse más lejos la división, y repartir, verbi gracia, el estudio de ,nuestra época colonial en períodos pequeños de diez años. A cada uno de estos se dedicaría un capítulo en que se narrarían los sucesos notables acaecidos en este espacio de tiempo. Me parece, no sólo malo, sino malísimo este modo de proceder. En la historia todo pueblo, se presentan series de sucesos eslabonados entre sí íntimamente que constituyen una cadena, un solo todo, y no creo que se forma idea exacta del conjunto, quien lo estudia a retazos, despedazándolo por obedecer al orden cronológico. Para fijar las ideas, pondré 100 un ejemplo. La lucha sostenida en la Colonia entre los encomenderos y conquistadores, que trataban de sacar el mayor provecho de los indios, por una parte, y los defensores de éstos por la otra, fue larga, y ofrece materia dignísima de estudio. ¿Sería la manera más fructuosa y lógica de hacer éste, dividir esa lucha en períodos del mismo tamaño, que coincidieran exactamente con las décadas de años? ¿Debe considerarse la historia como un pedazo de jabón, que se rebana arbitrariamente en pedazos de dimensiones iguales al arbitrio de uno? ¿No es más bien un todo orgánico compuesto de diversas partes, cada una de las cuales tiene unidad propia, y constituye un todo parcial que hay que estudiar en su conjunto? ¿Se formaría idea cabal del cuerpo humano quien quisiera estudiarlo rebanándolo horizontalmente en tajadas de una pulgada, que ofrecerían el más complicado mosaico de los órganos más disímiles, la confusión más espantosa e indescifrable de arterias, venas, huesos, nervios, músculos, glándulas, tendones, y quién sabe cuántas cosas más? ¿Comprendería el juego de los órganos, la dirección de los nervios, la repartición de los vasos sanguíneos quien tal hiciera? ¿En geografía, se formaría concepto cabal de la dirección de las cadenas de montañas, del curso de los ríos, de la configuración de los países, quien emprendiera el estudio de la superficie terrestre dividiendo el globo en zonas de un grado de latitud, para estudiar cada una separadamente? Pues, ¿por qué desdicha lo que no se hace en anatomía ni en geografía, se hace en historia? ¿Por qué razón se despedaza la vida de un pueblo, so pretexto de hacer metódico el estudio? 3º. ¿Conviene estudiar la historia patria independientemente de la de España y sus demás colonias? Me parece que no. Una colonia podrá compararse, con cierta exactitud, a la rama de un árbol que vive con la vida común del vegetal, y que prospera o se marchita por causas que no residen en ella misma, sino que hay que buscar en otra parte: en el tronco común, en las ramas hermanas, o en las raíces que alimentan a la planta. No es posible, a mi escaso entender, comprender ciertos fenómenos de la vida colonial de México sin conocer la historia de la madre patria, y en parte, las de sus demás colonias esparcidas en toda la extensión de América. Después de cada una de las cuestiones anteriores, debe imaginarse un gran signo de interrogación, por decirlo con las palabras de un pedagogo americano. Son dudas que presento al estudio de todos los maestros, y tendría sumo gusto en recibir de cualquiera de ellos observaciones favorables o adversas que me ayudarán a esclarecer aquéllas en provecho común. Un deseo vivísimo me anima desde el primer momento que tomé la pluma para escribir en La Reforma: ver unidos fraternalmente a todos los maestros, auxiliándonos en la obra común de elevar las almas a una esfera superior en el mundo de la belleza, la verdad y el bien. Esta es mi suprema ambición, por la que he trabajado y trabajaré continuamente. ¿Por qué todos los maestros no han de ayudarnos con sus reflexiones? ¿Por qué no ha de ser hoy el primer día de esa anhelada unión? Enero 15 de 1887 FECHAS, NOMBRES PROPIOS, BATALLAS Muchos creen que aprender historia es grabar en la memoria un largo catálogo de fechas. 50 fechas, 100 fechas, 200 fechas en el estudio de la historia de México, como he visto exigir algunos maestros de pobres niños de once y de trece años, eso ya pasa de la raya de abuso, eso constituye una verdadera tortura inquisitorial. Yo quisiera que se hiciera la estadística de las fechas que retienen los niños a los veinte, quiero menos, a los diez años de haber salido de la escuela. Si de cada cien recuerdan cinco, decididamente me paso a las filas de los partidarios de la historia-fecha. ¡Fechas! ¿Y para qué? ¿Qué provecho le resulta al niño de saber que Cortés saltó a tierra el 21 de abril de 1519, o que entraron los franciscanos en la capital en 1524? ¿Qué beneficios recoge de aprenderse el año exacto, y tal vez el mes, en que Revillagigedo empuño las riendas del gobierno? Tras de las fechas viene la plaga de los nombres propios. Yo, he oído a las niñas de un colegio de nota repetir imperturbablemente la serie completa de los nombres de todos los virreyes que han gobernado la Nueva España. Probablemente a esta seguiría en su memoria la de los presidentes de la república, y más atrás ¿quién sabe hasta dónde se iría a perder la genealogía de los gobernantes cuyos nombres habían logrado retener? Es tiempo ya de podar todas esas superfluidades de los estudios. Los instantes de los niños son un tesoro demasiado precioso para derrocharlo en aprender fruslerías que a nada conducen. No creáis, padres de familia, que la bondad de una escuela o con más precisión, los adelantos, de vuestros hijos en historia, se miden por la cantidad de nombres propios que hay almacenados en su memoria. La regla inversa sería más segura: mientras menos nombres, mejor la escuela, y más sustancial la enseñanza. ¡Las batallas! Otro de los flacos de los autores de compendios históricos. Diríase que la historia no. tiene ojos, sino para ver el aspecto salvaje de la humanidad. La sucesión de batallas podrá ser la historia de la barbarie; pero no es, sin duda, la de la civilización. Entresacad a un niño de una clase de historia, y preguntadle por la batalla de Otumba o la del monte de las Cruces, y al momento os responderá. Preguntad le si los mexicanos, antes de la venida de Cortés, conocían y usaban el hierro, si utilizaban el caballo o el buey, si cultivaban la caña de azúcar y el café; y os sorprenderéis de su ignorancia. Lo que debía hacerse, y lo que no se hace, era trasladar al alumno a la época anterior a la conquista, para que viera con sus propios ojos la agricultura, la industria, el comercio, en el estado en que entonces se encontraban; para que siguiera al labrador al campo, y observara las plantas que cultivaba y los instrumentos de que se servía; para que en el taller o en el hogar doméstico, fuera testigo de las operaciones de aquella industria tosca y primitiva; para que, en compañía de las caravanas de mercaderes, recorriera los caminos, viendo el estado que guardaban en aquella fecha, y presenciara la permuta o venta de las mercancías que aquellos hacían. Debía dársele a conocer a la familia, y enseñarle cuáles eran sus ocupaciones habituales; conducírsele a los templos y mostrarle las ceremonias y ritos sangrientos con que se tributaba culto a las divinidades, descubrirle el mecanismo del gobierno, con su sistema de tributos, y su espíritu guerrero, y su afán de conquista. Así que ya hubiera conocido a México actual en su cuna, por decirlo así, debía irle siguiendo su mirada en el progreso lento, es verdad, pero real, con que se ha ido acercando lentamente a un grado superior de civilización. Estudiaría, pues, no la historia de las guerras, sino la de la familia, la de la agricultura, la de 101 las artes, la del comercio, la de la religión y el culto, la del gobierno y administración, la de las ciencias, de las costumbres, de los sentimientos, de los hábitos, en suma, la historia de la civilización en general. En vez de poner ante sus ojos el cuadro de las luchas sangrientas y funestas entre pueblos hermanos, se le mostraría el de la lucha porfiriada, pacífica y fecunda con que el hombre avasalla por medio del trabajo, la áspera bravura de la naturaleza; en vez del espectáculo que ofrece la conquista, ensanchando los límites del territorio a expensas de la justicia y del derecho, contemplaría el que presenta el espíritu humano sometiendo a su yugo las fuerzas naturales, y dilatando el dominio que su poder abarca. Agosto 1 de 1886 ¿PARA QUÉ ENSEÑAR HISTORIA? ¿Existen razones de peso que justifiquen mantener la enseñanza de la historia en los niveles de educación obligatoria? ¿Tienen los adolescentes de hoy necesidades formativas a las que la educación histórica puede dar respuestas adecuadas? Hasta hace bien poco tiempo tanto para el profesorado como para los autores de los planes de estudio este tipo de preguntas, cuando eran planteadas, tenían más un carácter retórico que real. Aprender Historia se juzgaba conveniente (para unos alumnos por razones de enriquecimiento cultural,-para los otros por razones de patriotismo) yeso bastaba para el profesor. Ante el binomio asignatura-alumnos, toda la atención del profesor se centraba en el primer componente: enseñar Historia (en realidad, enseñar los hechos históricos), poco le importaban la utilidad formativa o el interés que los alumnos pudieran hallar en ello. Esta situación ha perdurado en parte hasta hoy, aunque progresivamente ciertos cambios han ido haciendo mella en ella. De ellos yo destacaría fundamentalmente dos: En primer lugar, la generalización de la enseñanza obligatoria y común para todos hasta los 16 años, que ha ido haciendo inservibles los presupuestos pedagógicos, académicos y elitistas, propios del antiguo Bachillerato. En 102 segundo lugar, la progresiva integración de la Historia en las Ciencias Sociales durante la enseñanza obligatoria, ha comenzado a cuestionar el lugar firme que, como materia separada, la Historia venía ocupando en los planes de estudio. La realidad, por consiguiente, se ha transformado profundamente en los últimos 20 años. Ante ella, una parte importante del profesorado, formado todo él de acuerdo con valores académicos tradicionales, percibe fundamentalmente estos cambios en términos de deterioro y relajación de los niveles educativos (es bien ilustrativo de ello el apelativo crítico -como una «agebeización» de las Enseñanzas Medias- con que muchos profesores de BUP han acogido el proyecto del Ciclo 11-16 años). No obstante es también cierto que crece a su vez el número de profesores que percibe esta situación de nuestro sistema educativo en términos muy diferentes: como manifiesta inadecuación entre los programas y los fines educativos asignados a las materias de estudio por una parte, y las necesidades e intereses actuales de los alumnos por otra. Personalmente me indino mis por esta Última versión de los hechos. Parece por tanto conveniente que nos detengamos a considerar las razones que pueden justificar la enseñanza de la Historia a todos los adolescentes, tengan o no intenciones de proseguir estudios superiores. y ello no por motivos de defensa «corporativa» de la Historia frente a otras materias competidoras, aunque no deje de ser éste un matiz relevante de la cuestión, sino porque sólo así podrán establecerse unas metas educativas para la enseñanza de la Historia adecuadas a las necesidades e intereses formativos de los alumnos. Metas que a su vez proporcionen criterios orientativos claros, tanto para la configuración de los programas, como para la selección de objetivos de aprendizaje de carácter ya más concreto. A poco que nos detengamos a considerar los hechos, se observará con claridad que el pasado está presente en nuestra vida actual, tanto individual como colectivamente considerada. No podemos desentendemos de él, o como dice Lee (1984), «no podemos escapar al pasado». Una componente esencial de la naturaleza humana es histórica. Si algo define al hombre, a la sociedad humana, y lo distingue de otros seres vivos, es disponer, no ya de pasado, sino de Historia. Lo que es hoy el hombre, o lo que ha sido en cualquier otro momento de su existencia pasada, es fruto de una construcción, de un moldeado interrumpido en el tiempo. El pasado está incorporado en gran parte de nuestros conceptos, en algunos de ellos con indudable protagonismo: Es posible definir de forma atemporal conceptos como «Cristianismo», «ciudad», «colonia», «arte»; pero el Cristianismo no es sólo un conjunto de creencias religiosas y actitudes morales, gran parte de su significado nos lo da lo que los cristianos han sido o han hecho. Esto mismo, incluso en mayor grado, se puede decir del arte. De manera similar, nuestras nociones de «ciudad,) o «colonia» resultarían gravemente empobrecidas si no incorporan un conocimiento de los distintos tipos de ciudades o colonias que han existido en el pasado, así como de la evolución que éstas han seguido en el transcurso del tiempo. «El pasado proporciona a nuestros conceptos contenidos concreto. Si disponer de un concepto comporta a la vez conocer una regla y ser capaz de discernir casos concretos, en muchas áreas del entendimiento es el pasado el que proporciona los casos concretos. Alternativamente, cuando se plantea la cuestión de si una regla de aplicación resulta satisfecha (¿es éste un gobierno constitucional?) el pasado puede ser el último árbitro» (Lee, 1984). No solamente muchos de nuestros conceptos, también fenómenos particulares (<<España», «Tercer Mundo», «Política de Bloques», etc.) e incluso valores y actitudes como «libertad», «racionalizar», »individualismo», «solidaridad», que configuran de manera determinante nuestra existencia actual y previsiblemente futura, tienen un componente histórico insoslayable. Por consiguiente nuestro conocimiento de la realidad presente exige inevitablemente un conocimiento del pasado. Este conocimiento es transmitido siempre de una generación a otra, de manera que todo individuo recibe de su sociedad una visión, una educación sobre el pasado, sea esta educación institucionalizada o no. Ahora bien, en esa formación no es posible evitar recibir una versión o versiones del pasado por desgracia muchas veces mitificadas, o al menos mediatizadas, por concepciones o, peor aún, intereses del presente. Uno recuerda por ejemplo los primeros pasos de su educación histórica: en un pueblo de la España rural, la visión religiosa y conservadora de la vida, la solidaridad familiar..., eran los valores fundamentales que le transmitían a través de tradiciones y anécdotas pasadas de su círculo 103 familiar. Inmediatamente después, Viriato, D. Pelayo, El Cid, Isabel y Fernando..., una selecta lista de héroes que culminaba en el Caudillo, eran los protagonistas estelares de una historia escolar burdamente patriotera. Resumamos momentáneamente la argumentación anterior: No podemos evitar el pasado, éste conforma, es un componente base de nuestros esquemas de conocimiento e interpretación de la realidad presente (conceptos, fenómenos particulares, valores). Ahora añadimos: no podemos evitar recibir versiones del pasado, por consiguiente nuestros marcos interpretativos pueden resultar gravemente mediatizados, cuando no manipulados claramente. Aquí radica a mi juicio una de las razones principales que justifican la necesidad de una educación histórica.) Sólo ésta permite realizar una revisión crítica tanto de los hechos como de las asunciones interpretativas incorporadas en esas versiones del pasado. De ninguna manera se pretende afirmar que exista una «versión correcta del pasado» con la que la educación histórica permita contrastar otras versiones. No existen versiones objetivas, mucho menos versiones correctas, del pasado. Ahora bien, la Historia en cuanto disciplina persigue el estudio racional, abierto y crítico de ese pasado, para lo cual emplea procedimientos rigurosos de análisis e interpretación. Sin pretensiones de lograr esa versión justa y objetiva nunca alcanzada, podemos convenir al menos que existen opiniones juiciosa y bien informadas, en oposición a otras ignorantes y prejuiciosas (Rogers, 1984). La educación histórica parece por tanto necesaria. Como ha argumentado Lee (1984): «Puesto que la Historia es simplemente la investigación racional del pasado y puesto que no podemos escapar al pasado, debemos ambicionar el mejor conocimiento que sobre éste sea posible obtener... Es por esta razón que resulta extraño preguntarse para qué sirve la historia o por qué debe estudiarse. Si nuestro conocimiento del mundo actual nunca es «instantáneo» y conlleva, se quiera o no, alguna concepción substantiva del pasado, en tal caso ser históricamente ignorante es simplemente ser ignorante». Suele ser frecuente justificar la enseñanza de la Historia diciendo que su conocimiento le es necesario al alumno para comprender el mundo presente, conocer sus claves y poder actuar en consecuencia. No obstante por su carácter general y por su empleo muchas veces estereotipado, el argumento se ha convertido realmente en un tópico. Como tal 104 puede bastar para justificar la enseñanza de la materia, y figurar por tanto como objetivo, en esa declaración de buenas intenciones en que habitualmente quedan convertidos las primeras páginas de nuestros programas o planes de estudio escolares. Una meta educativa en la introducción de un programa de estudios debe ser, sin embargo, mucho más que una figura decorativa de buen ser, su verdadero carácter es el de guía vertebradora de los programas, criterio esencial para seleccionar los temas o contenidos concretos de esos programas y fin último en función del cual disponer las estrategias de enseñanza y las actividades más adecuadas. Por todo ello, decir que la Historia ayuda al alumno a comprender mejor su presente, nos sirve de bien poco como meta educativa. Para empezar no. distingue, entre las distintas aportaciones que a ese fin formativo en algunas disciplinas, aquellas son privativas de la Historia; por otra parte, el argumento es tan vago que no es útil para seleccionar y priorizar los contenidos y las actividades más indicadas a tal meta; por último limita y empobrece, en mi opinión, las posibilidades formativas que la Historia puede aportar a la educación de niños y jóvenes. Parece preciso, por consiguiente, concretar y profundizar mucho más nuestras respuestas a la pregunta para qué la Historia. 1. Parece justo comenzar diciendo que la enseñanza de la Historia debe proporcionar al alumno un mejor conocimiento de la realidad que le toca vivir. Pero es necesario matizar mucho más esta afirmación. Por ello yo distinguiría dos componentes esenciales en esa «realidad»: por una parte, los rasgos fundamentales y problemas centrales de nuestro mundo internacional contemporáneo, por el otro, los rasgos esenciales de la trayectoria histórica de su comunidad nacional. De esta forma el estudio de la Historia debiera servir en primer lugar para que el alumno pudiera situarse conscientemente en el mundo y, en segundo lugar, para conocer de manera crítica su herencia personal y colectiva, así como para comprender, que no compartir, las actitudes, los valores y las memorias propias de su Comunidad. Habitualmente esta justificación de la enseñanza de la Historia se traduce sólo en unos programas que bucean en el pasado al objeto de encontrar las raíces y antecedentes del presente. A mi modo de ver esto es insuficiente. Una comprensión del presente nacional e internacional no se podrá lograr mientras no relativicemos y descentremos la visión con que tanto alumnos como profesores suelen contemplado. Para ello no basta con estudiar los antecedentes de ese presente, por lejanos que estos se sitúen, es necesario así mismo estudiar y conocer otras sociedades muy diferentes a la nuestra, que proporcionen al alumno una perspectiva más rica y contrastada del mundo que vive. Esta primera justificación de la enseñanza de la Historia tiene por consiguiente inmediatas implicaciones como criterios para la configuración de los programas escolares: En primer lugar, sería necesario que estos contemplaran unidades didácticas dedicadas al estudio de los antecedentes de algún fenómeno o cuestión central en nuestro mundo contemporáneo: En segundo lugar, los programas deberían dar cabida también a unidades de Historia de España y, en su caso, de nacionalidades autonómicas. Pero atención, porque se trataría de «unidades didácticas», no de cursos completos de «toda» la Historia - Contemporánea o de «toda» la Historia de España, como ocurre en los programas hoy en vigor. Por último, debería también asignarse un lugar al estudio de sociedades distanciadas temporal y mentalmente de la nuestra; una unidad de este tipo cumpliría la función de permitir al alumno conocer en profundidad otras formas de vivir y trabajar, de relacionarse con la naturaleza y de organizarse en instituciones, otros modos de pensar, de sentir y de creer. Es de este modo, en definitiva, como creo que la enseñanza de la Historia puede ayudar al alumno a situarse en el mundo en que vive y superar a la vez su óptica muchas veces localista y «presentista» del mismo. 2. Una segunda razón por la que se debe considerar útil y necesario el estudio de la Historia para jóvenes y adolescentes es la de que éste permite enriquecer su conocimiento y comprensión de la naturaleza social e individual del ser humano. Es cierto que existen otras disciplinas también adecuadas a este fin, pero la Historia es en mi opinión la que proporciona una perspectiva más global y rica en matices, no en balde resulta ser el estudio de la experiencia humana a través del tiempo. Por ello, en cuanto que estudio de la experiencia social o colectiva, su estudio debería servir para entender mejor las fuerzas generadoras de los procesos de cambio y evolución en las sociedades humanas. Es vital para su formación que el adolescente adquiera experiencia en el tratamiento de los complejos procesos sociales y humanos en general, que entienda que las distintas sociedades no son producto de cálculos racionales sino resultado de procesos históricos contingentes. Más aún, como apunta D. Shemilt, «Es importante, por ejemplo, que los alumnos puedan confrontar ejemplos de «regresión» y de «progreso» en los asuntos humanos, y comprender cómo y por qué las cosas han cambiado tan a menudo para peor, económica y políticamente, social y tecnológicamente. Es crucial que se enfrenten cara a cara con la «tragedia de las buenas ¡intenciones» y se den cuenta de que muchos de los problemas que hoy nos acosan no provienen de la avaricia, la estupidez o la depravación de nuestros predecesores, sino de intentos, a menudo visionarios y heroicos, de hacer las cosas bien» (Shemilt, 1984). Si la clase de Historia no aporta al .alumno una aproximación, al menos, a ese intrincado complejo de circunstancias (estructurales y coyunturales), intereses y posiciones ideológicas de los grupos, motivos y actos individuales etc., que intervienen en todo proceso de cambio social, habría que poner en cuestión, con toda razón, qué aporta su estudio a la formación de los futuros ciudadanos. Hasta aquí el potencial formativo de la Historia en cuanto que estudio de la experiencia social. Es necesario, así mismo, considerar que la Historia puede proporcionar al alumno una gran variedad de experiencias individuales, y su estudio puede serie muy útil para enriquecer su limitada experiencia personal. Merece la pena subrayar esta aportación, habida cuenta de la necesidad, objetivamente sentida por el adolescente, de modelos y ejemplos de actuación humana en el desarrollo de su propia personalidad. Su experiencia directa suele ser muy limitada y la que puede adquirir a través de los medios de comunicación .se le presenta a menudo trivializada, cuando no con tintes claramente maniqueos. La traducción de este segundo bloque de justificaciones de la enseñanza de la Historia en unas metas educativas realistas y no retóricas, implica en mi opinión una clara consecuencia respecto al diseño de los programas: la drástica reducción del número de temas objeto de estudio y el tratamiento con mayor profundidad de algunos de ellos. Pretender que el alumno pueda iniciarse en la comprensión de los complejos procesos del 105 cambio social y enriquecer su experiencia personal mediante el conocimiento de casos individuales, está absolutamente reñido con programaciones a la vez enciclopédicas y superficiales. 3. Hay una tercera razón importante para defender la conveniencia del estudio de la Historia, que recientemente está recibiendo gran aceptación en nuestros ambientes profesionales. Me refiero al papel educador que ésta puede tener, de un lado como medio para adquirir ciertas habilidades cognitivas (análisis, inferencia, interpretación crítica, síntesis, juicio evaluativo) en el manejo de las fuentes informativas, y de otro como medio para desarrollar actitudes intelectual y socialmente tolerantes. Se trata de nuevo de metas educativas en absoluto privativas de la enseñanza de la Historia, pero para las que, como vamos a ver, esta disciplina está particularmente bien pertrechada. En primer lugar, el desarrollo de la capacidad del alumno para el tratamiento de la información es uno de los objetivos educativos que está adquiriendo un lugar más destacado en los diseños curriculares de estos últimos años, y está estrechamente vinculado con el desarrollo creciente de la comunicación en nuestras sociedades. Se trata asimismo de un objetivo educativo radicalmente esencial en la formación de los futuros ciudadanos de una sociedad democrática. Pues bien, aÚn aceptando que otras muchas disciplinas pueden contribuir a ese fin, es necesario reconocer que el conocimiento histórico tiene en el tratamiento de las fuentes de información una de sus señas de identidad más características. Si hay una pregunta crucial en la ciencia es ésta: « ¿Cómo sabemos que esto es cierto, que tal hecho ha ocurrido u ocurre?» y la respuesta que da la Historia está en última instancia fundamentada; no en la experimentación controlada de los fenómenos, sino en las pruebas que se pueden obtener de las fuentes existentes. Por consiguiente, enseñar los métodos de investigación histórica, equivale a enseñar el manejo de la información, a distinguir críticamente entre dato objetivo, juicio de valor, opinión y prejuicio, a extraer nuevas informaciones por inferencia, a sintetizar todos los datos recogidos y, por último, a emitir juicios ponderados sobre asuntos o cuestiones discutibles. Si la capacidad para tratar la información es una meta educativa de primer orden en la formación de futuros ciudadanos de una sociedad democrática, no lo es menos la adquisición de actitudes tolerantes tanto 106 intelectual como socialmente. También aquí la Historia tiene mucho que ofrecer al alumno. Por lo que se refiere a la formación de un talante intelectualmente liberal, se debe reconocer que pocas disciplinas ofrecen, sobre los hechos que investigan, un número semejante de interpretaciones, a la vez dispares (cuando no opuestas) y racionalmente defendibles. Si hay una materia especialmente indicada para enseñar al alumno que el conocimiento científico es antidogmático, provisional y discutible, sin dejar por ello de ser riguroso, esa materia es la Historia. Por último, también con respecto a la formación en la tolerancia cultural y social la Historia puede contribuir de manera directa. Un breve salto atrás en el tiempo (unas pocas decenas de años), a nuestra reciente posguerra, nos brinda ya la oportunidad de tomar en consideración las formas de vida, creencias, hábitos, actitudes colectivas, etc. de una sociedad muy distinta a la nuestra. Ahora bien, como he argumentado en alguna otra ocasión (Domínguez, 1986), cualquier intento de explicación de ese período histórico comporta necesariamente un esfuerzo por comprender «empáticamente» ese mundo de nuestra posguerra; por considerar los hechos desde el punto de vista que pudieran tener nuestros padres y abuelos y no desde nuestra perspectiva de la España de los ochenta. Es preciso combatir esa íntima e interiorizada incomprensión del alumno ante creencias y formas de vida ajenas, que tan a menudo se torna en paternalismo más o menos despreciativo frente a sociedades tecnológicamente menos avanzadas que las nuestras o simplemente predecesoras." El profesor tiene una gran responsabilidad en todo ello, y la enseñanza de la Historia debe servir también para atajar problemas como éste. Como en los puntos anteriores, consideramos ahora brevemente que implicaciones sobre el diseño de los programas escolares de Historia surgen a partir de la discusión de estas metas educativas que hemos asignado a su enseñanza. En primer lugar es necesario que el alumno se enfrente de manera práctica al manejo de las fuentes, bien sea mediante pequeños trabajos de investigación histórica, bien a través de ejercicios simulados de investigación con fuentes primarias y secundarias previamente seleccionadas por el profesor. En segundo lugar, y preferentemente en los últimos cursos, será preciso poner al alumno frente a distintas interpretaciones históricas para la explicación de unos mismos hechos del pasado. Por último, algunas unidades didácticas del programa de Historia harán especial énfasis en situar al alumno ante creencias, hábitos, etc. bastante distintos a los suyos para instarle a hacer el esfuerzo por comprender la «lógica humana» de tales creencias, actitudes, etc. 4. Aún nos queda tratar una última gran razón que justifica la enseñanza de la Historia. Actualmente los medios de comunicación nos informaron de que, tras ser recientemente declarados por la UNESCO algunos conjuntos urbanos españoles como Patrimonio de la Humanidad, nuestro país se encuentra entre los países con mayor patrimonio históricoartístico reconocido. Esta realidad, de la que ya se tenía grata conciencia, contrasta, salvo raras excepciones, con muestras de desidia y abandono hacia ese rico legado por parte de la sociedad española en su conjunto. Hasta hace bien poco tiempo, en nuestra sociedad prevalecía la idea de que todo lo antiguo era viejo, ruinas despreciables que entorpecían el progreso. Los resultados urbanísticos, por poner un ejemplo, de tal planteamiento son bien conocidos por todos. Un buen porcentaje de responsabilidad le incumbe directamente a nuestro sistema educativo y, en particular, a los responsables de la enseñanza de la Historia y la Historia del Arte. La educación del respeto y la valoración de este patrimonio ha contado bien poco en nuestros programas escolares, que sólo accedían a dar cuenta, superficialmente por lo general, de <<nuestros grandes monumentos». La enseñanza de la Historia debe servir de manera clara para enmendar esta actitud colectiva, para enseñarles a las nuevas generaciones a apreciar y disfrutar de todos los vestigios del pasado, y no únicamente de las obras o monumentos más famosos. Es necesario que aprendan a mirar a su alrededor con «ojos históricos», incluso a valorar adecuadamente los restos menos valiosos desde un punto de vista material, a verlos como objetos directamente ligados a nuestros antepasados, a las condiciones de su vida cotidiana, a sus anhelos y frustraciones, a sus luchas y diversiones, etc. Este fin educativo tiene ya por sí mismo una gran relevancia pero, además, determinadas circunstancias actuales hacen que ésta se acreciente. Evolucionamos con rapidez hacia unas formas de vida en las que nuestro tiempo libre se incrementa de manera constante. Los jóvenes de hoy vivirán seguramente en un mundo de horarios de trabajo más reducidos, vacaciones más largas y jubilación más temprana. Un mundo además que, muy probablemente también, asegure muchas horas de ocio forzoso bajo la forma de desempleo. Frente a esta perspectiva, los planificadores del currículum no deberían quedar fascinados únicamente por los requerimientos que parece exigimos esa futura sociedad de las nuevas tecnologías y la información que se avecina. Sería inexcusable que no se contemplara también la necesidad de equipar a los futuros ciudadanos con recursos que les permitan disfrutar activamente de su tiempo libre. El turismo masivo, fenómeno ya bastante arraigado en nuestros hábitos, es una realidad que pone claramente de manifiesto esta necesidad. Hay que formar individuos capaces de asimilar los rápidos cambios tecnológicos, de responder con versatilidad a la progresiva movilidad socio-profesional, de hacer frente a la rápida terciarización de nuestra vida económica..., nadie puede ponerlo en duda. Pero no sólo se requieren individuos bien formados técnicamente es imprescindible que estos dispongan asimismo de una sensibilidad estética, de una sensibilidad social y de una sensibilidad histórica. Los profesores de Historia e Historia del Arte tenemos UIU clara responsabilidad en la formación de esa triple sensibilidad. ¿De qué manera los programas pueden responder a estas metas educativas? Como en anteriores ocasiones, podemos decir que cualquier tipo de unidad didáctica puede contribuir de forma más o menos directa a educar en esta dirección. No obstante, como hemos venido haciendo hasta aquí, resulta conveniente discernir entre las posibles unidades, aquellas que, por sus características, se prestan más a desarrollar estos fines educativos. Yo diría que las más apropiadas son las experiencias o trabajos con la Historia local, y de manera específica las unidades de Historia local en las que se utilicen de manera prioritaria las fuentes o restos materiales (estructura urbana, edificios, obras públicas, obras artísticas en general, y objetos de todo tipo y función). Si estos se encuentran en el ámbito próximo al alumno, tanto mejor, pero no por ello se deben excluir aquellos otros más alejados que precisen un desplazamiento "ex profeso”, como también están perfectamente indicadas las visitas a los Museos. Lo que sí parece claro es que unas metas educativas como las que hemos reseñado en este último punto requieren formas didácticas de trabajo que aseguren contacto directo del alumno con los restos históricos. 107 Podemos concluir aquí nuestras respuestas a la pregunta « ¿para qué enseñar Historia?». Resumiendo las cuatro grandes metas educativas a las que, en mi opinión, debería acomodarse la enseñanza de la Historia en los niveles educativos generales y obligatorios: l. Introducir al alumno en la comprensión de los rasgos fundamentales de nuestro mundo Contemporáneo, a través del estudio de sus antecedentes pero también de «contrastes históricos». Asimismo, proporcionarle los medios para integrarse críticamente en la comunidad en que vive. 2. Desarrollar su conocimiento y comprensión de la naturaleza social e individual del ser humano iniciándole en la comprensión de los complejos procesos de cambio social y posibilitando el estudio de casos individuales que enriquezcan su experiencia personal. 3. Desarrollar en él tanto su capacidad para el análisis, síntesis y evaluación de las fuentes de información como actitudes intelectual y socialmente tolerantes. 4. Formarle en el respeto y valoración del patrimonio histórico artístico, desarrollar su sensibilidad estética y su capacidad para «ver»el pasado a su alrededor, enseñarle a disfrutar de todo ello. Es conveniente, para acabar, presentar un breve ejemplo ilustrativo de cómo estos grandes objetivos del programa pueden concretarse cuando se trata del diseño particular de una unidad didáctica de ese programa (ver cuadro final). Supongamos que escogemos «el conflicto árabe-israelí» como unidad para el estudio de los problemas de nuestro mundo contemporáneo. Es evidente que de los cuatro objetivos anteriores, el 1 y el 3 son quizás los que más se adecuan a las características del tema elegido. Por tanto, aunque también algunos otros son susceptibles de trabajarse, convendría proponer dos de ellos con gran preferencia sobre los demás: en primer lugar, introducir al alumno en la comprensión de los problemas internacionales de nuestro mundo contemporáneo, mediante el estudio de los antecedentes mas' o menos inmediatos; en segundo lugar, desarrollar en el alumno una actitud crítica y a la vez tolerante frente a posiciones ideológicas y religiosas, muy en particular, diferentes a las suyas. 108
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