Bleger en los Años ’50: psiquiatría, psicoanálisis y materialismo dialéctico en la creación de una nueva psicología.* Alejandro Dagfal Para mí es un honor y un orgullo haber sido invitado a participar en esta Jornada en la Facultad de Psicología, y por más de una razón. Sobre todo porque, a diferencia de todos los que me van a suceder hoy en el uso de la palabra, yo pertenezco a una generación de psicólogos argentinos que no conoció a José Bleger, y por más de una razón. Por un lado, y esto puede parecer una obviedad, no conocimos a Bleger personalmente, porque murió prematuramente, en 1972, antes de cumplir 50 años. En esa época, los de mi generación aún estábamos en el jardín de infantes. Por otra parte, no conocimos la obra de Bleger porque fuimos formados en el paradigma estructuralista que impera en la psicología Argentina desde los años ‘70. En ese contexto, los trabajos de Bleger, tanto como los de Pichon-Rivière y los de Melanie Klein, rara vez eran mencionados. Y si se los nombraba, se lo hacía más bien en tono crítico, como refiriéndose a algo claramente superado, que ya ni valía la pena estudiar. Por eso, el hecho de que hoy se rinda homenaje a José Bleger, en la que durante muchos años fue su casa, me parece un acto de justicia. Hace algunos años me tocó participar en un homenaje que se le hizo en Francia, en el que también participó su hijo Leopoldo. Y si bien nadie es profeta en su tierra, no dejaba de parecerme paradójico que en París aún pudiera reconocerse una obra que en Buenos Aires pasaba desapercibida para muchos. Creo que este homenaje, y bien vale la pena destacarlo, viene a poner las cosas en su lugar, señalando la importancia de un obra que fue crucial en la constitución del campo académico y profesional de la psicología argentina. Ahora que faltan pocas semanas para que se conmemore el cincuentenario de la creación de esta carrera de psicología, es justo que nos detengamos a recordar a uno de sus protagonistas más ilustres. Ahora bien, si en las últimas décadas la actitud predominante en las nuevas generaciones ha sido la que acabo de mencionar, habría que agregar que, aquellos que sí conocieron a Bleger (sobre todo sus primeros alumnos y discípulos) han sido en parte, sin quererlo, coautores de un mito. Un mito cuya envergadura ha sido directamente proporcional a las fuerzas que operan a favor del olvido. Efectivamente, al lado del olvido de la obra de Bleger se ha construido una versión legendaria de José Bleger, ese analista santafesino que los alumnos habrían ido a buscar a Rosario en 1959, y cuyas clases brillantes, durante los años ’60, desbordaban la capacidad de las aulas de la calle Viamonte. Ese mito se alimenta también con los innumerables relatos sobre ese hombre que, en una época signada por cambios vertiginosos, sin dejar de ser riguroso, proponía un rol profesional no exento de un claro compromiso político con la realidad social. Cuando hablo de mito no quiero decir que todo eso no sea cierto. Pero sí quiero señalar que el Bleger del mito ya es un hombre consagrado, sin orígenes, sin deudas, sin maestros. En ese sentido, entre el mito y el olvido, desde mi rol de historiador, me interesa destacar hoy la parte menos conocida de la obra de este médico santafesino. Quería hablar de sus comienzos, de sus búsquedas, de sus vacilaciones y de sus fracasos, tanto como de sus logros. De hecho, en el momento de poner un título a esta conferencia, había pensado llamarla “Cuando Bleger aún no era Bleger” o “Bleger antes de Bleger”, precisamente con la idea de hablar del Bleger que todavía no era una celebridad en el * Texto de una conferencia pronunciada el 18 de noviembre de 2006, en el marco de la “Jornada de Homenaje a José Bleger”, organizada por la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aries. 1 incipiente campo psi argentino. Afortunadamente, la profesora Adela Duarte tuvo el buen tino de proponerme un título más adecuado y más descriptivo. Pero más allá del cambio de título, la intención original persiste, de dar cuenta de los inicios de la obra de Bleger en los años ’40 y ’50, para hacer recién al final algunas apreciaciones sobre el Bleger de principios de los años ’60. Hechas estas aclaraciones, habría que decir que José Bleger nació en 1922, en Ceres, una pequeña colonia agrícola del noroeste de la provincia de Santa Fe, cerca del límite con Santiago del Estero. Sus padres eran inmigrantes judíos, que poseían un modesto almacén de ramos generales. Bleger hizo sus estudios de medicina en la Universidad del Litoral, en la ciudad de Rosario. Luego de recibirse, fue ayudante en la cátedra de Clínica Médica, cuyo titular era Clemente Álvarez. Además de cofundador de la Facultad de Medicina, Álvarez era un médico de orientación comunitaria, inserto en el movimiento de la higiene mental y preocupado por la medicina social. En ese carácter, había sido fundador de la filial rosarina del la Liga Argentina contra la Tuberculosis. En los años ’40, Bleger fue también ayudante de Teodoro Fracassi, el titular de la cátedra de Neurología. Fracassi era miembro correspondiente de la Sociedad de Neurología de París. Había fundado además, en 1935, la Revista Argentina de Neurología y Psiquiatría. A diferencia de otros neurólogos de la época, tenía una visión muy favorable sobre psicoanálisis, que decía haber practicado de manera sui generis. Viendo a quiénes eligió como sus primeros maestros, puede constatarse que, desde el principio de su formación, Bleger se interesaba en los factores sociales que incidían en la enfermedad, tanto como en los avatares del funcionamiento psíquico y neurológico. En esa época ya era miembro del Partido Comunista, además de ser un antifascista ferviente, lo cual, a principios de los años ’40, lo dejaba con pocas chances de obtener un cargo de médico en los hospitales públicos. Entretanto, soñaba con viajar a perfeccionarse en París, y obtuvo con ese fin una beca del gobierno francés.1 Sin embargo, tuvo dificultades para obtener su pasaporte, aparentemente por cuestiones políticas, y debió quedarse en Argentina. Casado con Lily, una médica ginecóloga, hacia 1946, en una especie de exilio interior, Bleger partió a Santiago del Estero, donde vivían sus suegros, con la intención de ejercer la psiquiatría de manera autónoma. Cuando digo psiquiatría es casi una licencia poética, ya que en rigor de verdad en esa época la especialidad no existía como tal, confundiéndose por un lado con la neurología y por el otro con las prácticas inspiradas en la higiene mental. Lo cierto es que en esa provincia casi desértica, que por entonces no tenía universidad ni actividad académica alguna, Bleger hizo sus primeras experiencias clínicas. Para interpretarlas con algún sustento teórico, tenía que viajar a las provincias vecinas. Así empezó a viajar a Tucumán, donde se formó en reflexología con un inmigrante ruso, Konstantin Gavrilov. Luego viajó también a Córdoba, donde frecuentó el célebre Instituto Neuropático de Gregorio Bermann, que a su vez era director de la Revista Latinoamericana de Psiquiatría. Y esta relación de Bleger con Bermann se me ocurre que no ha sido suficientemente destacada. Hay que pensar que, en esos años de posguerra, Bermann, además de ser un referente de la psiquiatría a nivel nacional, jugó un rol central en la constitución del movimiento de la salud mental a escala internacional. Baste recordar que, como delegado de la Argentina en la sección de medicina e higiene de las Naciones Unidas, en 1946 participó en París en las discusiones que condujeron a la creación de la Organización Mundial de la Salud. En 1 Estas informaciones biográficas nos fueron transmitidas por su hijo, Leopoldo Bleger, en una entrevista realizada en París, el 31 de mayo de 2003. 2 1950, volvió a París para el Primer Congreso Mundial de Psiquiatría, en el que fue signatario de una declaración en la que se definía la psiquiatría social como “el estudio y el conocimiento del determinismo social de las enfermedades mentales”. Bleger, que tenía por entonces veintitantos años, estableció con Bermann una relación muy estrecha, justamente en esa época, en la que el médico cordobés se codeaba con lo más granado de la psiquiatría internacional. En 1946, por ejemplo, Bermann había intervenido, junto con Henri Ey, en los debates que se produjeron luego de la exposición de Lacan sobre La psiquiatría inglesa y la guerra, ante el grupo de la revista L’Évolution psychiatrique, cercano a la fenomenología. Al mismo tiempo, Bermann estaba en contacto con psiquiatras comunistas como Lucien Bonnafé y Sven Follin, nucleados en torno de la revista La Pensée, y que luego fundarían la revista La Raison. Gracias a Bermann, el joven Bleger seguía estas discusiones muy de cerca. Ya que no había podido viajar a Francia, leía en la biblioteca de Bermann textos originales de autores que difícilmente hubiera podido encontrar en otro lado. Con estas lecturas en su haber, todavía en Santiago del Estero, a principios de 1950, José Bleger escribió su primer libro, que sería publicado en 1952.2 Su título era Teoría y práctica del narcoanálisis. En realidad, ese título reproducía exactamente el de un artículo publicado en 1948 por Enrique Pichon-Rivière, otro de sus maestros.3 De este modo, anticipando una tendencia que sería común en los años por venir, Bleger había tomado una idea esbozada por Pichon para sistematizarla y llevarla hasta sus últimas consecuencias. Este trabajo era aún el de un psiquiatra, más que el de un psicoanalista. Pero en él podían encontrarse las huellas de lo que su hijo, Leopoldo Bleger, ha calificado de “un estilo sin brillo, pero sin embargo apasionado”.4 En efecto, a diferencia de Pichon (cuyo estilo se emparentaba más bien con la comunicación oral, y donde las intuiciones geniales solían primar sobre la coherencia o la fidelidad a las fuentes), Bleger escribía desde el principio como un académico riguroso, con una redacción muy cuidada, sin olvidarse jamás de citar sus múltiples fuentes. La materia prima del libro eran los tratamientos psicoterapéuticos que Bleger, como psiquiatra de provincia, había podido llevar a cabo con la ayuda de barbitúricos (particularmente con pentotal sódico). El texto era tan heterogéneo como las referencias de su autor. Podían encontrarse claramente las huellas del primer Pichon-Rivière, ese psiquiatra atípico e innovador, dispuesto a experimentar con toda clase de terapias biológicas y psicológicas. Bleger situaba su trabajo bajo el signo de la psicosomática, intentando lo que él llamaba un “abordaje integral” de las enfermedades mentales. Con ese fin, realizó un trabajo muy erudito, con más de quinientas fuentes bibliográficas en inglés, francés, italiano y castellano, donde contaba la historia y exponía la actualidad de la utilización de narcóticos con fines terapéuticos, exponiendo además numerosos casos clínicos. En cuanto al narcoanálisis, tomó el término de Stephen Horsley, quien en 1936 había comenzado a utilizar barbitúricos por vía endovenosa, publicando el primer trabajo sobre el tema en 1943.5 Si Bleger no era aún un psicoanalista –su propio análisis con Pichon-Rivière recién estaba por comenzar– el libro que había escrito ya se insertaba en una matriz teórica claramente freudiana, probablemente por la influencia de Teodoro Fracassi, a quien ya hemos mencionado. Para Bleger, aunque el narcoanálisis no fuera más que un medio, compatible con terapias diversas, servía particularmente para facilitar la transferencia, gracias a la supresión de las inhibiciones y al 2 Bleger, J. (1952). Teoría y práctica del narcoanálisis. Buenos Aires: El Ateneo. Pichon-Rivière, E. (1948). Teoría y práctica del narcoanálisis. Revista de Psicoanálisis, 5 (4), 1036. 4 Bleger, L. (1992). Recorrido y huellas de José Bleger. Diarios Clínicos, 5, 109-115. 5 Horsley, S.J. (1943). Narcoanalysis. Londres: Oxford University Press. 3 3 debilitamiento de las resistencias. No obstante, en este punto, nuestro autor no podía contentarse con un mero reduccionismo psicologista: La psicoterapia es un remedio que siempre llega tarde […]. Ésta no puede ser concebida como un remedio capaz de solucionar las relaciones sociales entre los hombres; a la sociedad enferma no se la puede acostar en la “chaise longue”, y las relaciones sociales entre los hombres, o entre un individuo y su medio, no pueden ser reajustadas con la psicoterapia, pues en el fondo estas relaciones sociales no son sólo de carácter 6 psicológico. Si el psicoanálisis tradicional implicaba un reduccionismo respecto de las problemáticas sociales, para Bleger, el narcoanálsis, al menos, permitía realizar terapias mucho más breves, lo cual implicaba una mayor utilidad social, en vista de la falta de psiquiatras y de la cantidad de neurosis a tratar. Pero el psiquiatra santafesino, que definía la neurosis en términos culturalistas, como una forma de inadaptación, seguía en dificultades para conciliar los determinismos sociales con el tratamiento individual. Como otros psiquiatras de la época, trataría de utilizar la reflexología para encontrar además un soporte material para los procesos psicológicos. En esa dirección, por ejemplo, se valía de la neurofisiología para dar cuenta de la abreacción como un caso de “reactividad ultra-paradojal”. En definitiva, Bleger seguía ejerciendo la psiquiatría a partir de un modelo psicoanalítico muy particular, en el que el factor social, tan invocado en los debates teóricos, aún no hallaba formas concretas de incluirse dentro de la práctica clínica. Sin embargo, su voluntad transformadora dentro del campo psi ya era manifiesta, tanto como el lugar central que reservaba al psicoanálisis dentro de ese proceso . Aunque la obra de Freud pueda ser discutida y reformada en gran parte, la asociación libre introducida por él seguirá siendo considerada, sin duda alguna, como la llave maestra de la psicopatología y psicología de nuestra época, y sería suficiente la 7 asociación libre para considerar a Freud como un innovador de la psicología. En su consultorio, Bleger parecía actuar como un psiquiatra ávido de utilizar los principios de la teoría freudiana, aunque debiera justificarlos también a partir de otros registros de experiencia. Tenía entonces una fe ilimitada en las virtudes del narcoanálisis y de una terapia analítica simplificada, que él consideraba “armas” que “toda la clase médica” debía aprender a manejar en forma urgente.8 Después de escribir ese libro, en 1951, es decir, a los 29 años, Bleger formó parte del consejo de redacción de la Revista Latinoamericana de Psiquiatría, dirigida por Gregorio Bermann. Si esta revista subsistió apenas tres años, en sus páginas se condensaron muchos de los debates que atravesaban el campo psiquiátrico, que en esos momentos estaba a punto de comenzar a organizarse como tal. Pese a haberse presentado como una publicación plural y abierta a distintas orientaciones, rápidamente, la Revista Latinoamericana se transformó en una tribuna para los psiquiatras marxistas. A diferencia de la revista Psicoterapia, que Bermann había dirigido en los años ’30, donde el psicoanálisis había ocupado un lugar importante, esta nueva revista pretendía ser “estrictamente racional”, privilegiando el tratamiento de las condiciones sociales de la enfermedad. Si Bleger publicó allí algunos de sus primeros artículos, sobre la higiene 6 Bleger, J. (1952), 92. Bleger, J. (1952), 110. 8 Bleger, J. (1952), 139-140. 7 4 mental en Santiago del Estero9 y sobre los tratamientos farmacológicos en psiquiatría,10 rápidamente parece haber apuntado hacia otros rumbos. Entre Bermann y PichonRivière, dos de sus principales maestros, su destino estaría de allí en adelante mucho más ligado a Pichon, con quien ya estaba haciendo un análisis didáctico. Para constatar lo que acabo de decirles, los invito a dar un salto temporal de unos siete años, que son los que separan la publicación de su primer libro y la escritura del segundo. En el prólogo de este segundo texto, escrito en 1957, Bleger resumía de la siguiente manera qué había pasado en ese período: Este libro […] se integró paulatinamente, en la tentativa de aclarar, ante mí mismo, la psicología psicoanalítica, y, en este sentido, puede considerarse también como parte de una biografía correspondiente a los últimos seis o siete años, dedicados totalmente a estudiar, investigar, aprender y utilizar el psicoanálisis en todas las direcciones de la práctica más exigente: libros, clases, seminarios, tarea terapéutica, enseñanza y el propio psicoanálisis.11 En efecto, durante esos años, José Bleger, ya instalado en Buenos Aires, haría una rápida carrera analítica, siendo aceptado como miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Incluso había comenzado a atender pacientes en una clínica situada en la calle Oro, donde trabajaba con Alberto Fontana y Gela Rosenthal. Y en esto no era demasiado original ya que, en esa época, eran muchos los jóvenes psiquiatras que, ante la mirada inquisidora de Gregorio Bermann, abandonaban las filas de la psiquiatría para ingresar al movimiento analítico. Si la formación académica que habían recibido era más bien tradicional y organicista, sus prácticas tenían una orientación ecléctica, y cada vez más dinámica. Lo notable en el caso de nuestro autor es que, en ese pasaje, no hubiera renunciado a su vocación militante, y que siguiera siendo miembro del Partido Comunista. En el futuro, esta doble adscripción no iba a estar exenta de tensiones y conflictos. Por lo pronto, sus dos pertenencias institucionales se hacían presentes en el título mismo de su segundo libro, llamado Psicoanálisis y dialéctica materialista. El libro fue publicado en 1958 por la editorial Paidós y tuvo una recepción muy dispar. La comunidad analítica lo trató con una frialdad cercana a la indiferencia,12 mientras que generó un profundo malestar en el seno de la izquierda ortodoxa, señalando el inicio de un camino sin retorno que, años más tarde, culminaría con el apartamiento del autor de las filas del Partido Comunista. Pero antes de detenerme en las polémicas a las que el libro dio origen, me gustaría examinar rápidamente sus contenidos.13 Ya desde el prólogo, Bleger dejaba en claro tanto su carácter de discípulo de Enrique Pichon-Rivière como la importancia de “la ideología personal” en la escritura de una obra que definía como introductoria al psicoanálisis y cuyo propósito explícito, agregaba, era el de brindar la posibilidad de nuevos caminos “a los que se inician en la psicología y la psiquiatría” (12). Al mismo 9 Bleger, J. (1953). Observaciones para la higiene mental en Santiago del Estero. Revista Latinoamericana de Psiquiatría,3, 9. 10 Bleger, J. (1952b). Progresos terapéuticos en Psiquiatría. Tratamientos farmacológicos. Revista Latinoamericana de Psiquiatría, 2 (1). Cité par Borinsky, M. (1989), 24. 11 Bleger, J. (1958). Psicoanálisis y dialéctica materialista. Buenos Aires: Paidós, 11. 12 Salvo su amigo Fernando Ulloa (1959), que le dedicó una reseña elogiosa en las páginas de Acta Neuropsiquiátrica, el resto de la comunidad psicoanalítica no se molestó en comentar el libro de Bleger. 13 Para referirme a los contenidos del libro reproduzco aquí, casi textualmente, algunas páginas de un extenso artículo que escribí hace algunos años. Cf. Dagfal, A. (2000). José Bleger y los inicios de una “psicología psicoanalítica” en la argentina de los años ’60. Revista Universitaria de Psicoanálisis, 2, 139170. 5 tiempo, destacaba el lugar que asignaba a la práctica analítica (ya sea en el rol de analista o en el de paciente) como algo indisociable de la enseñanza, el estudio y la investigación del psicoanálisis. En consonancia con sus ideas marxistas, la teoría no podía permanecer separada de la praxis. En la introducción, titulada “Epistemología y psicoanálisis”, nuestro autor se proponía examinar los “a priori conceptuales” con los que trabajó Freud, la estructura de los supuestos con los que elaboró su teoría, lo que definía, en términos pichonianos, como su “esquema referencial”. Esta tarea no era emprendida como una especulación in abstracto, sino “como exigencia del trabajo en el campo operacional concreto”, que reclamaba la utilización del materialismo dialéctico para hacer “más lúcida la experiencia misma” (p. 19). Considerando que la dialéctica ya estaba presente en los hechos del campo operacional del psicoanálisis, Bleger pretendía utilizar el materialismo dialéctico como herramienta de abordaje. No obstante, su objetivo no era interrogar al psicoanálisis en tanto fenómeno social e ideológico, según una tradición de larga data en el marxismo, sino estudiarlo como campo específico de conocimiento, que incluía aspectos epistemológicos particulares. Para él, el psicoanálisis era “básica y fundamentalmente una psicología” que debía “ser estudiada como tal y en la práctica concreta.” (p. 24). Como toda teoría – y en particular como toda teoría psicológica– implicaba un trasfondo ideológico. Pero el psicólogo marxista no podía darse por satisfecho con la mera crítica ideológica. Apoyándose en citas de Marx, Engels, Lenin y Mao, consideraba que el “psicólogo marxista” debía ir más allá de esa posición de observador externo: estaba obligado a “entrar” en la psicología psicoanalítica, ya que “el psicoanálisis no se supera declarándolo falso, negativo, irracional o idealista; sólo puede ser superado dialécticamente con el ‘Aufhebung’ hegeliano” (p. 24). De este modo, no alcanzaba con negarlo en bloque, sino que era menester asimilarlo de manera crítica para poder llegar finalmente a una síntesis superior, y a esta tarea dedicaría Bleger gran parte de su vida. En suma, nuestro autor intentaba examinar el psicoanálisis para depurarlo de sus imperfecciones teóricas y fundar en él una nueva psicología. Su operación iba en sentido contrario de la de Wilhelm Reich, que treinta años antes había tratado de sexualizar la política valiéndose del psicoanálisis. Bleger, en cambio, siguiendo las huellas de Georges Politzer, se proponía en cierto modo des-sexualizar el psicoanálisis para construir una psicología que fuera compatible con el materialismo dialéctico.14 En ese sentido, en este libro ya se encontraban esbozadas tres preguntas que muy claramente atravesarían la obra de nuestro autor: qué es la psicología, qué es un psicólogo, y cómo se articulan la teoría y la praxis psicológica, la disciplina y la profesión. Las tres preguntas las respondería incluyendo de manera central al psicoanálisis, tanto como a su ideología marxista. Sin embargo, a lo largo de ciento cincuenta páginas no se terminaba de identificar categóricamente como psiquiatra, como psicoanalista ni como marxista. Lo verdaderamente llamativo es que para enunciar su discurso se posicionaba claramente dentro de la psicología, apostando a un campo académico y profesional prácticamente inexistente. Y aquí vale la pena hacer un pequeño rodeo, para recordar en qué medida había cambiado el contexto entre la publicación de sus dos libros. En ese lapso, la caída de Perón, en 1955, había implicado el inicio de un proceso muy vertiginoso de renovación social y cultural, que había tenido un gran impacto en el seno de la Universidad, donde los sectores reformistas, y particularmente los estudiantes, volvían a ocupar un lugar preponderante. En medio de profundos debates ideológicos, los planes de estudios de 14 “Este cambio en el psicoanálisis implica explicar la sexualidad por la vida y no la vida por el sexo”, según la nota al pie número 49, en la página 66. 6 las diversas carreras humanísticas comenzaban a modernizarse, incorporando los aportes de las ciencias sociales. Al mismo tiempo, se reabría la carrera de psicología de Rosario, en 1956, y se creaba la carrera de psicología de la UBA, en marzo de 1957, junto con las de sociología y ciencias de la educación. Para 1959, ya habría carreras de psicología en seis universidades nacionales. Sin embargo, la mayoría de los fundadores de las carreras, a excepción de Jaime Bernstein, eran psiquiatras conservadores o filósofos tradicionales, más cercanos a la vieja psicología experimental o a la filosofía espiritualista que a las expectativas de renovación de una juventud cada vez más politizada y exigente. Y es justamente a esta juventud que Bleger había dedicado su libro. Pese a que la psicología argentina era más un proyecto que una realidad, nuestro autor ya invitaba a esos jóvenes a hacer de la psicología una profesión. En 1957, todavía no había ni un solo psicólogo recibido, y los primeros estudiantes acababan de ingresar a las carreras. Sin embargo, en ese contexto, el mensaje de Bleger implicaba toda una apuesta a futuro, que rápidamente iba a tener enormes consecuencias. En 1959, los estudiantes de las carreras de psicología de Buenos aires y Rosario iban a estar más que dispuestos a recibir con los brazos abiertos a alguien que, de manera carismática, les había propuesto una versión de la psicología articulable con el psicoanálisis, con otros saberes en boga y, por sobre todo, con un claro compromiso político. Pero volviendo al libro, en su primer capítulo, dedicado al filósofo húngarofrancés –y héroe de la resistencia– Georges Politzer, de manera un tanto forzada lo ubicaba como psicólogo, pese a que sería difícil referirse a él en esos términos, ya que sólo se dedicó específicamente a la psicología en los primeros años de su obra (entre 1924 y 1929). En todo caso, si algo lo autorizaba a calificar a Politzer de “psicólogo”, era su profunda crítica del psicoanálisis y las psicologías de su época, que en su obra temprana había estado destinada a fundamentar el proyecto de una psicología científica concreta (que sugestivamente dejaría inconcluso luego de su adscripción al comunismo). Bleger trató de condensar estas dos etapas haciendo de él, retrospectivamente, un ejemplo de “psicólogo y militante”, cuando en rigor de verdad ambos roles no se habían dado de manera simultánea sino sucesiva, y difícilmente podían conciliarse sin caer en una contradicción histórica. Para Bleger, empero, no había contradicción sino continuidad a lo largo de la obra politzeriana. En la primera etapa se había enfrentado con “la psicología que encierra, inaugura y desarrolla el psicoanálisis”, mientras que en la segunda, su trabajo se había centrado en la “ubicación filosófica y política del psicoanálisis, con la crítica a su sociología y a su contenido ideológico” (pp. 28-29). De este modo, entre el Politzer de 1928 y el de 1939, entre la Critique des fondements de la psychologie y “La fin de la psychanalyse”, no había contradicción sino continuidad de enfoques complementarios. En todo caso, la segunda etapa no era más que una superación dialéctica de la primera, una “negación constructiva”.15 Curiosamente, nuestro autor también se definía a sí mismo como psicólogo, un tanto elípticamente y de manera impersonal: Es fácil negar todo en la psicología, pero no se es psicólogo estando fuera del trabajo concreto en la psicología, ni se es tampoco psicólogo porque se tenga razón en lo que se rechaza o se niega; se es psicólogo en lo que se afirma y sostiene en una tarea desarrollada prácticamente dentro del terreno mismo de la psicología. (p. 77). 15 No obstante, años después, diría que el Politzer de 1928-1929 ya era marxista, mientras que en 1939 había devenido stalinista. Cf. Bleger, J. (1966). Apéndice. En G. Politzer, El fin de la psicología concreta (pp. 53-84) Bs. As.: J. Álvarez. 7 Considerando la trayectoria de Bleger, que él mismo se había encargado de destacar en el prólogo, y la tarea que se proponía desarrollar en este libro, más que una identidad profesional parecía estar definiendo su propio lugar de enunciación, legitimándose para hablar de la psicología desde una posición que no implicara extraterritorialidad. De otro modo, resultaría difícil de explicar este interés prematuro por la definición del psicólogo, si se tiene en cuenta que el debate sobre esa cuestión recién se iba a empezar a plantear dos o tres años más tarde. Bleger también se refería a Politzer como psicólogo, pese a que, según vimos, nunca había ejercido la psicología de manera práctica sino que la había criticado desde el plano teórico, lo cual deja en claro que, en ese momento, su utilización del término “psicólogo” respondía más a una estrategia discursiva que a una clara concepción profesional. La tarea emprendida por Politzer en la Critique implicaba para nuestro autor extraer lo que había de real en el psicoanálisis, más allá del idealismo de sus supuestos teóricos. En cierto modo, así como Lenin, siguiendo a Marx, había planteado que era necesario “poner a Hegel de pie, el filósofo húngaro-francés había iniciado una rectificación de Freud que era necesario completar. Esa rectificación del psicoanálisis había comenzado por poner de manifiesto lo que tenía de concreto, rechazando la realidad ontológica de entidades tales como “la vida interior” o “el inconsciente”. Politzer veía en la psicología moderna un abandono de esas abstracciones; en particular, en el psicoanálisis, el conductismo y la Gestalttheorie (a los que Bleger agregaba, un poco tímidamente, la reflexología), por lo que, para fundamentar su proyecto, pretendía dedicar un tomo a la crítica de cada una de esas corrientes. En el tomo dedicado al psicoanálisis –el único que llegaría a escribir–, propuso el drama como objeto concreto para una psicología científica, en reemplazo de la conducta, que “descarnada de todo lo humano” y “considerada mecánicamente” había derivado en una fisiología (p. 37). Más allá de sus resonancias románticas, en su acepción politzeriana (no del todo precisa) el concepto de drama englobaba tanto la conducta como la vida interior, e implicaba tomar los hechos psicológicos en primera persona, como segmentos de la vida de un individuo particular, que, como tales, eran inseparables de aquélla. Sin embargo, también era necesario situar el drama en su determinación estructural, ya que según Politzer, la psicología toda no es posible sino enclavada en la economía, y es por ello que la psicología presupone los conocimientos adquiridos por el materialismo dialéctico y debe constantemente apoyarse sobre ellos. Es entonces el materialismo dialéctico la verdadera base ideológica de la psicología positiva.16 Esta aseveración contundente merecía una aclaración adicional de parte de Bleger, particularmente interesado en resguardar el lugar de la subjetividad: que la psicología estuviera “enclavada en la economía” no implicaba que la estructura determinase de manera directa y causal a la superestructura, ya que entre las relaciones de producción y los hechos psicológicos de un sujeto había que considerar todo un escalonamiento de “intermediarios dialécticos”, cuya omisión desembocaría en una explicación mecanicista (p. 35-36). Era precisamente esta preocupación por conciliar marxismo y subjetividad la que llevaba a Bleger a la obra de Politzer, quien a su vez había utilizado el psicoanálisis como “vía regia” para acceder al drama de lo humano. En particular, la Politzer, G. (1929). Où va la psychologie ? Revue de psychologie concrète, 2. Citado por Bleger (1958), 34-35. 8 Traumdeutung le había permitido estudiar el sueño “como un hecho del sujeto” (p. 40) cuyo análisis, al igual que el de los síntomas, sólo podía realizarse en primera persona. En tal sentido, interpretar no era más que “hallar el significado”, lo cual implicaba explicar –tanto el sueño como el síntoma– “en función de la vida concreta del sujeto” (p. 41). Así, el psicoanálisis, poniendo de manifiesto la vida dramática del individuo, había operado una ruptura con la psicología clásica, que sólo concebía abstracciones en tercera persona bajo la forma de funciones anímicas y causas impersonales. Sin embargo, en sus elaboraciones metapsicológicas posteriores, Freud había vuelto a caer en esos mismos errores. Había tomado el contenido manifiesto, el relato significativo inherente a una dialéctica individual, como el resultado de la acción de entidades ontológicamente preexistentes en un supuesto aparato psíquico. Pero, para Bleger, justamente aquí residía el mérito de Politzer: [...] es el de haber señalado el punto crucial del psicoanálisis en el cual sus descubrimientos se mistifican y el hallar en las teorías idealistas los hechos en los cuales las mismas se basan. Los errores de Freud sobrepasan, por otra parte, la explicación en el plano estrictamente individual; con sus errores, Freud representa una etapa necesaria en la psicología (p. 44).17 En resumen, más allá de la simple crítica ideológica, Politzer había comenzado a extraer del psicoanálisis el saber concreto que su práctica traía aparejado. Las teorizaciones idealistas de Freud, que no eran más que un momento histórico en el progreso de lo real, no invalidaban su aporte para una psicología verdaderamente científica. La clínica del psicoanálisis, cuyos descubrimientos habían sido confirmados más tarde por la reflexología, había introducido por primera vez a la dialéctica en el campo de la psicología, permitiéndole apropiarse de su objeto de estudio: la dramática. Restaba entonces culminar la revisión del psicoanálisis y en eso consistía el legado politzeriano que Bleger se aprestaba a retomar en los siguientes términos: Esta tarea tiene que ser teórica y práctica; práctica detallada volviendo a recorrer los caminos que recorrió Freud, volver a sus experiencias, fundir este trabajo parcial en la teoría y práctica de la dialéctica materialista; volver a plantear, de retorno, la tarea teórica y práctica en la psicología (p. 50). Claramente, el programa blegeriano seguía los pasos del de Politzer, con un recorrido que pasaba por el psicoanálisis para desembocar en la psicología, de modo tal que la revisión y crítica del psicoanálisis sólo tenían sentido en relación con la construcción de una nueva psicología. En los capítulos subsiguientes, Bleger se dedicaría en primer lugar a examinar con mayor detenimiento los esquemas referenciales utilizados por Freud, básicamente, la física mecanicista y el evolucionismo, extrayendo las consecuencias que la utilización de esos marcos teóricos había tenido para el psicoanálisis. Para Bleger, la teoría psicoanalítica se había apartado de las bondades de su práctica merced a una “desarticulación de la dialéctica”, que básicamente podía explicarse a partir de la utilización, por parte de Freud, de la lógica formal para dar cuenta de lo real, lo que a su vez había resultado en teorizaciones basadas en la separación y el aislamiento de términos antinómicos que en los hechos correspondían a procesos dialécticos. El problema radicaba en que el maestro vienés se había topado con la dialéctica de lo real sin contar con los elementos conceptuales “apropiados” para abordarla. Así fue que en sus primeros tiempos descubrió la alienación, la contradicción 17 La italización es de Bleger. 9 y el conflicto inherentes a la conducta, pero no pudo más que teorizarlos en términos de fuerzas y energías, desarticulando todo movimiento dialéctico de acuerdo con el materialismo mecanicista imperante en su época. La unidad de la conducta fue fragmentada en conceptos antitéticos separados, que a su vez fueron transformados en elementos formales constituyentes de un supuesto aparato psíquico. De tal modo, la disyuntiva no sólo se daba –como habitualmente se sostenía– entre materialismo e idealismo, sino entre materialismo dialéctico y materialismo mecanicista. No obstante, sobre el final de su obra, Freud se había percatado de su error y había vuelto a abordar la conducta a partir de lo concreto, en clave dramática, retornando a la consideración de la persona total a partir de una psicología del yo. En el caso de la teoría de las pulsiones, la meta de nuestro autor era “reelaborar las abstracciones” elucidando los movimientos reales y concretos que se escondían detrás de las formulaciones animistas o idealistas (p. 77). Con ese propósito, Bleger plantearía la necesidad de estudiar el concepto de fuerza. Por más que Freud las hubiera hecho depender del soma, las pulsiones no remitían al materialismo sino al animismo. El concepto de fuerza, tomado de la física –de la cual derivaba su presunta objetividad– había sido utilizado bajo el nombre de instinto [pulsión] como explicación causal y no para una descripción fenoménica. De este modo se ubicaba a una abstracción derivada de una sensación subjetiva en el lugar de una causa objetiva pero intrapsíquica. En este punto, siguiendo a Pichon Rivière, Bleger se valía de la teoría del campo de Kurt Lewin para corregir a Freud: la conducta ya no dependía de fuerzas interiores, sino de la estructura de un campo en el que el objeto se hallaba en relación con su medio. Para dar cuenta del divorcio entre la teoría y la práctica psicoanalíticas, Bleger apelaba a la categoría politzeriana de dramática, que oponía a la dinámica que ya hemos examinado. Sin embargo, la dramática tal como era definida por nuestro autor no era exactamente la dramática de Politzer, que, según mencionáramos, era un concepto bastante impreciso. En este punto Bleger apelaba a su propio arsenal de referencias teóricas, construyendo una noción compleja a través de una Aufhebung que combinaba el psicoanálisis con la fenomenología y la psicología contemporánea. En principio, la dramática era “la descripción, comprensión y explicación de la conducta en función de la vida del paciente, en función de toda su conducta” (p. 88). Era lo que, de hecho, hacían los psicoanalistas en su práctica al comprender e interpretar, “reduciendo la conducta a motivaciones, hechos y situaciones, en términos concretos de vida humana” (p. 88-89). No obstante, la teoría se había apartado de ese camino, adoptando explicaciones abstractas de tipo dinámico, que reemplazaban la dialéctica de lo real por conceptos como el de pulsión, de tipo mecánico. Para Bleger, la dramática podía admitir diversas teorías, siendo la pulsional la menos apropiada. Tomando al primer Freud (en Ana O., por ejemplo) deducía que los síntomas podían explicarse claramente como el emergente de una situación, apelando para ello a la teoría de las relaciones objetales. En este sentido, el Freud de la teoría de las pulsiones iba a ser corregido, por un lado, por el Freud decimonónico de las neurosis actuales y por los seguidores de Freud que pusieron de relieve la relación de objeto (Klein, Balint, Spitz, etc.). Por otro lado, Kurt Lewin aportaba la teoría del campo, que servía para dar aún mayor importancia al punto de vista actual por sobre los enfoques histórico-genético y dinámico privilegiados por Freud. Bleger destacaba también la importancia del “aquí-ahora-conmigo” como situación concreta en la que transcurría la sesión analítica y que daba su sentido a los síntomas, por oposición a las explicaciones que se basaban de manera excluyente en las fantasías y fijaciones de la historia del sujeto. En definitiva, la dramática blegeriana terminaba acercándose más a la lectura pichoniana de los conceptos de vínculo y campo psicológico que a la categoría de 10 Politzer, que estaba más ligada a la descripción de la experiencia vivida de la fenomenología y la psicología comprensiva. Este deslizamiento entre dramática y campo, que se producía en el plano de la teoría, también se acompañaba de una redefinición de la praxis psicoanalítica en términos pichonianos.18 En este sentido, la relación entre analista y analizando se planteaba como una relación dialéctica en espiral, siendo el analista un “agente activo en forma inevitable”, y no un “puro observador”, como en las ciencias naturales (p. 105-106).19 Paralelamente, este cambio de posición implicaba una reducción de la importancia del método histórico-genético, ya que los síntomas comenzaban a aparecer más como “emergentes situacionales” que como resultantes del pasado del sujeto. Así, las interpretaciones debían basarse en “los hechos concretos tal como son dados en la conducta”, prescindiendo de términos técnicos o construcciones abstractas (p. 108). En lo que respecta a la comprensión de la psicopatología, para nuestro autor, era necesario articularla con el fenómeno de la alienación. En esa dirección, Bleger examinaría al primer Freud, y en una rara combinación de kleinismo y materialismo dialéctico tomaría la conversión histérica como “la enajenación de una parte del cuerpo”, una escisión del yo, fenómeno que asociaba con la división esquizoide (p. 149). Citando el “Compendio de psicoanálisis”, de 1938, planteaba que la neurosis operaba como la lógica formal, solucionando una contradicción (de la conducta) por medio de una escisión (del yo), proceso que se complementaba con la represión (es decir, la alienación) de uno de los términos antagónicos. Finalmente, Bleger terminaba proponiendo toda una psicopatología basada en el fenómeno social de la alienación, cuyos efectos sobre el hombre describía como aislamiento, incomunicación, sensación de vacío, despersonalización y automatización. A partir de allí, siguiendo una vez más a Melanie Klein y a Pichon Rivière, planteaba que la división esquizoide, subyacente en la estructura de toda conducta, era la contrapartida psicológica de la alienación. En ella el sujeto proyectaba determinadas cualidades en ciertos objetos, que a su vez se enajenaban, pudiendo referirse la psicopatología a la modalidad de los vínculos del sujeto alienado con los objetos enajenados (p. 148). Así, el estudio psicopatológico no era más que “una reducción fenomenológica del proceso de la alienación”, ya que todas las neurosis se asentaban en su equivalente psicológico: la división esquizoide (p. 149). Hasta aquí, el segundo libro de Bleger. Ya hemos mencionado que este libro no fue recibido de manera muy entusiasta ni en el seno de la APA ni en el marco del Partido Comunista Argentino. Pero me interesa subrayar que, paradójicamente, sí fue comentado positivamente en otros ámbitos menos familiares. En efecto, en 1959 y 1960, muchos los psiquiatras de izquierda que Gregorio Bermann había frecuentado en París, en los años ’40, se habían dado cita para discutir sobre el tema de la psicoterapia desde la perspectiva del materialismo dialéctico, para lo cual, la referencia a autores como Politzer, era casi obligada. Sobre todo a la luz de la modernización de las ideas del Partido Comunista Francés, que después de 1956 estaba revisando sus posiciones críticas respecto del psicoanálisis y la fenomenología. No obstante, que en esos debates se tuviera en cuenta también el libro de Bleger, que nunca fue traducido, no deja de llamar la atención. En uno de los trabajos principales presentado en estas reuniones, Paul Bequart y Bernard Muldworf buscaban elaborar las bases teóricas para una psicoterapia concreta. 18 Este deslizamiento sería objetado tanto por sus críticos como por los que comulgaban con sus ideas, según veremos más adelante. 19 La italización es de Bleger. 11 A diferencia de Bleger, su lugar de enunciación se situaba enteramente dentro del campo de la psiquiatría, y no se proponían construir una nueva psicología. Sin embargo, al igual que él, se basaban en la obra de Politzer para rescatar el psicoanálisis, que consideraban como método terapéutico y doctrina psicológica antes que como antropología o ideología.20 Pero otro trabajo, presentado por Adolfo Fernández Zoila,21 un psiquiatra de origen catalán, se dedicaba exclusivamente a criticar el trabajo de Bleger, calificándolo de “esfuerzo inútil y superfluo” (p. 163), “sediento de subjetividad” (p. 162), que unía falsamente psicoanálisis, marxismo y psicología social lewiniana, por lo que no constituía una verdadera síntesis. Para Fernández-Zoila, la psicopatología y la psicoterapia científicas debían abordar un objeto de estudio objetivo siguiendo un método también objetivo. No obstante, esta postura no era compartida por Paul Béquart, quien acudiría en auxilio de Bleger a través de una carta a FernandezZoila. Para él, era necesario detenerse en esa obra escrita en Buenos Aires en 1958, pues ella se une totalmente a las reflexiones que, con Muldworf, nos esforzábamos en formular para la misma época. El parentesco marxista no lo explica todo [...] pero el parentesco materialista dialéctico es aquí, de todas maneras, esencial.22 En general, Béquart acordaba con Bleger prácticamente en todo, salvo en el reemplazo de la dinámica freudiana por la concepción lewiniana, que no terminaba de aceptar. En cambio, disentía con Fernandez-Zoila en su crítica de lo concreto y el drama. Más allá de los detalles del debate, este grupo de psiquiatras franceses, a fines de los ’50, parecía estar más empapado de la fenomenología existencial de Sartre y Merleau-Ponty y de la epistemología de Bachelard que de la reflexología pavloviana. Bleger, por su parte, parecía estar más cerca del pensamiento de ese grupo que del de gran parte sus pares de su propio país. Sea como fuere, poco a poco, en la Argentina, gracias a este libro y a los debates que se fueron generando en torno de él, Bleger dejó de ser un ignoto psiquiatra santafesino, para transformarse en un personaje que tenía cada día más visibilidad. Así fue que, en 1959, fue invitado por Jaime Bernstein y Enrique Butelman a hacerse cargo de la cátedra de Psicoanálisis en la Universidad del Litoral, situada en Rosario. Bernstein y Butelman habían propuesto primero a Pichon-Rivière que ocupase la cátedra de Psicología Social, pero no tuvieron éxito. Tanto Pichon como Bleger, conocían muy bien la ciudad. Antes de partir a Buenos Aires, Pichon había hecho en Rosario su primer intento de estudiar medicina, y Bleger había completado allí toda su carrera. Ambos habían dejado una muy buena impresión en esa universidad el año anterior, en ocasión de lo que se dio en llamar “la experiencia Rosario”. Bajo la dirección de Pichon, que cada día se interesaba más en la psicología social, y había fundado incluso un Instituto Argentino de Estudios Sociales, se planificó cuidadosamente una intervención a gran escala. Empleando la técnica pichoniana de los grupos operativos y el método del laboratorio social, cercano a las concepciones de Kurt Lewin, una veintena de coordinadores, entre los cuales se encontraban Bleger, Ulloa, Edgardo Rolla y David Libermann, se dedicaron, durante dos días, a movilizar una 20 Béquart, P. y Muldworf, B. (1966) [1961] Problemas de psicoterapia. En AAVV, Psicoterapia y materialismo dialéctico (pp. 19-55), Buenos Aires: Ediciones Nuestro Tiempo, 20. 21 Fernandez-Zoila, A. (1966) [1961] Psicoterapia y materialismo dialéctico. En AAVV, Psicoterapia y materialismo dialéctico (pp. 155-171), Buenos Aires: Ediciones Nuestro Tiempo. 22 Béquart, P. (1966) [1961] Correspondencias: P. Béquart a A. Fernandez-Zoila. En AAVV, Psicoterapia y materialismo dialéctico (pp. 333-339), Buenos Aires: Ediciones Nuestro Tiempo, 334. 12 cantidad de gente muy importante, que, según los testimonios, estaba entre las 400 y las 1000 personas. No voy a detenerme en esta célebre experiencia, que fue en cierto modo la presentación en sociedad de los grupos operativos. Sólo quería destacar el contexto en el cual se produjo la llegada de José Bleger a la Universidad argentina. Suele pasarse por alto que, en esa época, Jaime Bernstein y Enrique Butelman, un adleriano y un junguiano, respectivamente, además de dirigir las carreras de psicología de Rosario y Buenos Aires, eran titulares de varias cátedras en las dos universidades. Por otra parte, desde la década anterior, en la que habían fundado la editorial Paidós, venían trabajando activamente en el plano editorial, promoviendo la publicación de diversos autores nacionales y extranjeros que implicaban una renovación del campo de las ciencias sociales y humanas. Ese era el caso del propio José Bleger, cuyo libro acababan de publicar. Al mismo tiempo, estas iniciativas editoriales contribuían a la formación de un nuevo público, para el que la psicología y el psicoanálisis comenzaban a ocupar un lugar cada vez más destacado. Y los estudiantes de las carreras de psicología eran una parte significativa de ese nuevo público. De modo que, en 1959, José Bleger si hizo cargo de la que muy probablemente haya sido la primera cátedra de psicoanálisis de América latina. Desde el comienzo de su clase inaugural, asumía la dificultad de esa tarea. En primer lugar se plantea el problema de qué enseñar. La respuesta parece obvia, pero por razones que ya veremos, no se puede enseñar en la Universidad lo mismo y en igual forma en que se hace en los institutos de psicoanálisis. El qué enseñar está en relación con la índole de la materia y con los objetivos que se persigan.23 Bleger no ignoraba entonces que el lugar del psicoanálisis en la universidad era problemático. Pero su propia posición, como profesor universitario, tampoco era sencilla. De hecho, como psicoanalista de la APA (una institución que en esa época reclamaba para sí el monopolio absoluto de la formación analítica), tenía que explicar muy bien qué justifica su actividad ante los estudiantes de una profesión que no estaba habilitada a ejercer el psicoanálisis. En ese sentido, su curso no podía compararse con el que impartían Garma y Rascovsky en la Facultad de Medicina. Ellos daban un curso que estaba por fuera de la enseñanza oficial, y estaba destinado a interesar a los futuros médicos en una disciplina que podrían practicar con todo derecho y en la que se podrían formar, si así lo deseaban, concurriendo al Instituto de Psicoanálisis. Pero la situación de Bleger era muy distinta, en la medida en que enseñaba psicoanálisis a los futuros psicólogos, siendo que la APA, desde 1954, sólo aceptaba candidatos médicos. Por otra parte, según las reglamentaciones en vigor desde ese año, la práctica psicoterapéutica realizada por no médicos era considerada lisa y llanamente como un caso de ejercicio ilegal de la medicina. Por todas estas razones, Bleger debió dedicar una buena parte de su programa a cuestiones legales y formales, aclarando todo aquello que su materia no iba a ser y lo que no iba a permitir hacer. En resumen, para Bleger, en su faz clínica, el psicoanálisis estaba reservado a los analistas salidos del Instituto, lo cual, aparentemente, conducía a un callejón sin salida. ¿Cómo enseñar entonces una teoría que los estudiantes no podrían verificar en la práctica? Si los psicólogos tenían que hacer de la psicología un oficio, como Bleger había dicho repetidas veces, a priori, todo indicaba que el psicoanálisis debía quedar por fuera de esa psicología. Sin embargo, nuestro autor recordaba la existencia de un 23 Bleger, J. (1962). Clase inaugural de la cátedra de Psicoanálisis. Acta Psiquiátrica y Psicológica Argentina, 8, 56-60, 56. 13 psicoanálisis aplicado, que permitía la utilización de las ideas freudianas en otros dominios, como la antropología y la psicología social. Los estudiantes de psicología, entonces, sólo podían aspirar a una formación en esta segunda variante de la doctrina freudiana. En términos pichonianos, el sólo hecho de recibir “información sobre el psicoanálisis” iba a tener un efecto “operante” en los futuros profesionales, modificando su forma de pensar y de trabajar, e incluso transformando su personalidad. Únicamente en esta amplitud de la información se habrá logrado el aprendizaje del psicoanálisis aplicado. Tenemos ahora una respuesta a la pregunta de qué enseñar en la Universidad: una información del psicoanálisis suministrada en tal forma que opere al máximo sobre el esquema referencial del estudiante.24 Esta posición, que fue la de Bleger hasta el final de su recorrido en la Universidad en 1966, era tan comprensible como difícil de sostener. Pretender separar de esa manera psicoanálisis clínico de psicoanálisis aplicado, implicaba una buena dosis de candor. Por un lado, según el programa de ese primer curso, él aspiraba a enseñar todos los aspectos del psicoanálisis: “la historia, la técnica, la teoría, la formación del psicoanalista […], su desarrollo y las disidencias […] sus puntos firmes y sólidos tanto como sus aspectos aún no resueltos”, lo cual haría con pasión. Por otro lado, al mismo tiempo, pretendía que los futuros psicólogos no se sirvieran de esos conocimientos para iniciar una práctica clínica. No creo que esto se haya debido tanto a los límites legales o a las restricciones impuestas por la APA. Creo más bien que él tenía convicciones profundas en este sentido. Siguiendo sus ideales políticos y sociales, Bleger creía que no había que seguir formando psicoanalistas tradicionales, ya que había una gran necesidad de contar con un nuevo tipo de profesionales, capaces de trabajar en múltiples dominios ligados a la salud mental. En esta perspectiva, los psicólogos debían integrar un “pensamiento dinámico o psicoanalítico”, pero para dedicarse a campos de intervención no tradicionales. Es en cierta medida lo mismo que, en su libro de 1952, esperaba que hicieran todos los médicos. Y el método a emplear era indisociable de los contenidos. Para transmitir un psicoanálisis vivo, Bleger quería que los estudiantes pudiesen conservar “el asombro, la inquietud y la ansiedad del adolescente”. Prometía utilizar medios diversos, como material clínico, entrevistas de todo tipo, propagandas, cuentos para niños, material literario, sociológico, antropológico, chistes, material gráfico y pictórico, etc. Según todos los testimonios, Bleger estuvo a la altura de sus promesas, desarrollando una enseñanza tan cautivante como eficaz. Sin embargo, habría que agregar, olvidó el valor del ejemplo como modelo identificatorio. Con cierta ingenuidad, pensó que los futuros psicólogos iban a abstenerse de seguir el modelo profesional de aquéllos que empezaban a hablarles del psicoanálisis, de sus descubrimientos y de sus posibilidades. “Has lo que yo digo, y no lo que yo hago”. Es sabido que esa máxima nunca funcionó demasiado bien como método pedagógico. Y este caso no iba a ser la excepción. Sea como fuere, lo que Bleger quería decir, en esa clase inaugural en Rosario, cuando hablaba de integrar un “pensamiento dinámico o psicoanalítico”, se resumía en unas pocas líneas: 1) actuar y pensar en el nivel humano de todo lo que se estudia; en el hombre como mediador o actor de todo, absolutamente de todo; 2) tener en cuenta el carácter significativo de la conducta; 24 Bleger, J. (1962), 57. 14 3) enfocar permanentemente al ser humano y su conducta como un proceso en permanente interjuego con el medio cultural, en el que el hombre construye la cultura y en esta tarea se construye a sí mismo; 4) el estudio de la conducta en sus motivaciones, objeto y finalidades; 5) comprender el vínculo de los fenómenos psicológicos con la vida real y concreta, en sus complicadas interacciones; y 6) abrir la comprensión y la sensibilidad para todas las facetas de la vida humana con sus problemas y conflictos.25 Salta a la vista que esta concepción del psicoanálisis no sólo había sido influida por la lectura de Politzer, sino también por la obra de Daniel Lagache. En efecto, ahora que Bleger había entrado a la Universidad, su referencia más importante comenzaba a ser la concepción de la conducta elaborada por el célebre profesor francés. Sin embargo, la matriz marxista del pensamiento de Bleger no le permitía volverse completamente lagachiano, ya que su proyecto abrevaba en otras fuentes y tenía otros fines. La unidad de la psicología propuesta por Lagache implicaba una unidad metodológica, donde la psicología experimental, el psicoanálisis y la psicología social parecían asociarse armónicamente en una teoría general de la conducta. Si Lagache, siguiendo al eclecticismo del siglo XIX, había suprimido la tensión inherente a la dialéctica hegeliana, Bleger iba a reintroducirla gracias a Politzer, justamente el mismo Politzer que Lagache había utilizado a lo largo de toda su obra, pero sin citarlo ni una sola vez. La unidad en la que pensaba Bleger no era simplemente metodológica, sino que era una unidad ontológica, que se daba en lo real. Y lo real era dialéctico, por lo cual, la conducta, como objeto de la psicología, no podía estar exenta de conflictos. Sintetizar no es injertar, no es borrar diferencias, no es ocultar contradicciones ni es conciliación; es reelaborar los conocimientos de manera operativa; es abrir la problemática y avivar los puntos en contradicción, es examinar, revisar conocimientos de un campo con las hipótesis extraídas de otros. Por ello, vamos a reconsiderar algunos problemas de la psicología académica, como el de la atención, memoria, juicio, etc., tanto como vamos a reconsiderar el psicoanálisis en función de los puntos de vista extraídos de la Gestalt, el conductismo, la fenomenología.26 Tanto en el plano ideológico como en el plano epistemológico, se trataba entonces de retomar el proyecto dejado inconcluso por el primer Politzer. En el futuro, pese a los cambios de escenario y de referencias, sería un proyecto que acompañaría a Bleger a lo largo de toda su carrera. En todo caso, es claro que implicaba una propuesta que para los estudiantes resultaba muy atractiva y novedosa, en la medida en que no solo estaban ávidos de un compromiso político, sino también de una renovación teórica. En ese sentido, la distancia que separaba a algunos analistas de la APA como Bleger, Ulloa y Pichon-Rivière, de otros como Garma y Cárcamo, no podía ser más importante. Si los primeros favorecieron la renovación que implicaba la inserción de las doctrinas freudianas en el marco de las ciencias sociales y su utilización en nuevos ámbitos de práctica, los segundos, para los estudiantes, representaban una jerarquía médica y elitista, que a través de la asociación oficial pretendía seguir monopolizando los usos legítimos del psicoanálisis. Y fueron tratados en consecuencia… 25 26 Bleger, J. (1962), 58. Bleger, J. (1962), 59. 15 Lo cierto es que en este marco, Bleger empezó también a dictar clases en Buenos Aires. Luego de que Enrique Butelman asumiera la dirección de la carrera, en reemplazo de Marcos Victoria, Bleger se hizo cargo, en forma interina, de Introducción a la Psicología. Al igual que en Rosario, la tarea no era sencilla. En cierta medida, su situación era análoga a la de Daniel Lagache en 1947, cuando tuvo que hacerse cargo de la cátedra de Psicología General en la Sorbona. Como Lagache, Bleger era un médico psicoanalista, en la posición de tener que dar un curso de psicología general. Como él, en su síntesis teórica, incluyó el psicoanálisis, la Gestalt y el neo-conductismo. Pero a diferencia del profesor francés, que debió negociar los contenidos de su enseñanza con los representantes de la psicología científica, Bleger no tuvo con quien negociar. En Argentina, desde el ocaso de la tradición experimental de principios de siglo, no había habido ningún autor reconocido en quien hubiera podido apoyarse o con quien hubiera podido debatir. En todo caso, luego de lo sucedido con Marcos Victoria, su predecesor en la cátedra, a Bleger no le quedaba más remedio que fundar una nueva psicología, que estuviera a la altura de los ideales de cambio que pregonaban un hombre nuevo.27 En ese marco, lejos de la síntesis conciliadora y ecléctica de Lagache, Bleger forjó una psicología de la conducta sustentada en el materialismo dialéctico, que implicaba una cierta densidad ideológica. Además, aunque incluyera diversas corrientes analíticas, las enseñanzas de Melanie Klein no podían dejar de ocupar un lugar fundamental. Si en Francia ella era prácticamente una desconocida, en nuestro país resultaba una figura insoslayable. En resumen, ese nuevo curso que Bleger empezó a dictar en la carrera de Psicología de la UBA, implicó una compleja recapitulación de todo lo que había venido elaborando a lo largo de una década. Por un lado, el objeto de la psicología era pensado en términos conductuales, siguiendo una tradición francesa que incluía a Janet y a Lagache, pero que también era subsidiaria de Politzer y de Merleau-Ponty. Por otra parte, el inconsciente era teorizado según una tradición inglesa que había puesto de relieve la relación de objeto, situando la división esquizoide como clave de la psicopatología. Finalmente, ambas tradiciones se articulaban en el legado de PichonRivière, que con su teoría del vínculo abría a una dimensión social a la que también contribuían otros autores, como Kurt Lewin y los culturalistas norteamericanos. Luego del éxito masivo que tuvieron estas clases, fueron publicadas por Eudeba en 1963, con el formato de un manual. Su título, Psicología de la conducta, retomaba el de un célebre trabajo de Pierre Janet, de 1938. El libro tenía una dedicatoria sencilla: “A mi maestro, Enrique Pichon-Rivière”. En realidad, se trataba de un tributo al maestro al que tanto Bleger como David Liberman y Edgardo Rolla acababan de dejar prácticamente solo en su Escuela de Psiquiatría Social, para poder ocuparse de sus respectivas cátedras en Buenos Aires y La Plata. Paradójicamente, gracias a este abandono entre comillas, las enseñanzas de Pichon iban a entrar en las universidades, en las que él nunca se sintió demasiado cómodo. Pero volviendo al libro, en los 9 años de vida que aún le quedaban a Bleger, iba a tener 7 ediciones, lo cual, para un manual de psicología, implicaba un suceso editorial casi sin precedentes. Pero bueno, ese José Bleger, el de los años ’60, como decía al principio, ya era el personaje célebre que sus contemporáneos conocieron, sobre el que muchos de ustedes, seguramente, tendrán hoy alguna anécdota para compartir. En definitiva, se trataba del hombre riguroso y a la vez apasionado que, incluso antes de su muerte prematura, ya había empezado a entrar en la leyenda. Muchas gracias por su atención. 27 Victoria fue prácticamente echado del Departamento de Psicología, en 1959, por los estudiantes reformistas, que en cambio apoyaron a figuras como Butelman, Bernstein y luego Bleger. 16
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