2.xxx. 122. 17-30 x-x de de mayo mes de de2010 2015 PLIEGO At il magnam fuga. A DIOS PaCARTAS velia volestem DESDE AMÉRICA magnamLATINA FIRMA Cargo Hay obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos e incluso un cardenal. Más de medio centenar de gentes de toda edad –desde un prelado emérito hasta una niña– y condición –desde reconocidos teólogos y profesores hasta personas anónimas que conocen los márgenes de la sociedad– se han reunido para escribir sus Cartas a Dios desde América Latina (PPC-Cáritas América Latina y el Caribe), libro que acaba de ver la luz. Los autores, originarios de casi una veintena Pit volorep udipsanis asitatqui de países, comparten con elquunt Padre dipsam –y con el lector– sus inctum velic toreperi accum vitempo inquietudes y anhelos más profundos, todossanimil los afanes y ipsum qui voluptis búsquedas que han dado sentido a sus vidas. Adelantamos aquí la presentación de la obra y varias de las misivas (cuatro de ellas íntegras y extractos de algunas otras) de este mosaico de credos, culturas y experiencias. PlieGO PresentAcIÓn Al leer estas páginas te encontrarás con más de medio centenar de personas de distintos países de América Latina y el Caribe que se han atrevido a escribirle una carta a Dios. Además, han aceptado que PPC las hiciera públicas y aparecieran en este libro. Libro que es un verdadero mosaico de expresiones originales de trato y de relación personalizada con Dios. El repertorio y la variedad son grandes. Pone en contacto, pensando en un público plural, las diferentes percepciones, experiencias, anhelos, dudas y expectativas que suscita el hecho religioso. Esto lo expresan los autores a través de una sencilla carta dirigida a Dios. El Dios de los cristianos, el Dios de los que buscan y no encuentran, el Dios ante el que se suspende cualquier juicio, el Dios ante el cual uno protesta, se queja, da gracias, espera o deja de esperar; el Dios que es padre y madre, presencia y acción misteriosa, misterio y mensaje; Abbá que despierta el sentimiento filial y fraterno que a veces duerme en nosotros. El Dios con el que se aprende ternura y misericordia, audacia y lucidez, adoración y alabanza, perdón y alegría, felicidad y fecundidad. El Dios que se nos reveló y que es Jesús. Queremos agradecer este gran servicio a los autores de las diferentes cartas. No es fácil ponerse en condiciones para escribir una carta a Dios; quizá para varios de ellos sea la carta de su vida que más tiempo les ha tomado escribir y con la que han quedado más felices al estamparla; puede ser que sea también la carta más comprometida que han escrito; espero que no sea la última que le envíen a Dios. El destinatario que han elegido es de los que responden, así que es de esperar que no se habrán olvidado de poner el remite. No dudo de que les va a llegar respuesta, y en un lenguaje sencillo, cariñoso, de padre y madre, de hermano y maestro, con unas efusivas expresiones de ternura “celestial”. Por la gran variedad de autores, hacemos acopio del latido profundo de una mayoría de personas católicas, pero 24 también de otras no creyentes o de otras religiones. Es un libro que recoge las preguntas, dudas, convicciones y esperanzas que vive el ser humano del siglo XXI ante la realidad siempre misteriosa y apasionante de Dios. Bien podemos decir que, en este libro que recoge más de cincuenta cartas, aparecen más de cincuenta dioses y más de cincuenta seres humanos llenos de inquietud y en búsqueda de lo que más necesitamos. Aunque pueda haber parecidos, son más de cincuenta perspectivas diferentes y diversas. Algunas cartas se refieren a los muchos nombres de Dios, pero también al hecho de que Dios es más que todos los nombres que le nombran. En este libro hay más de cincuenta nombres de Dios, pero ninguno, ni tampoco los que lo niegan, agota a Dios, ni agota la fe, la religión, ni siquiera agota el ateísmo o la increencia. Leyendo las cartas uno se pregunta si ellas hablan de Dios o si hablan más bien de quienes las escriben, si son radiografía de cada uno de los autores. Me he preguntado leyéndolas si Dios es, o ha sido, la excusa para exponer sus inquietudes, sus quejas y penas, sus alegrías, sus emociones –más o menos enmascaradas– y su agradecimiento. “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado. Con los ojos iluminados por la luz de Jesucristo resucitado podemos y queremos contemplar el mundo, la historia, nuestros pueblos de América Latina y de El Caribe, y a cada una de sus personas” (Documento de Aparecida 18). Estas palabras de Aparecida dan el tono a cada una de estas cartas escritas en y desde América Latina: han nacido del gozo de conocer a Jesús y de las ganas de querer transmitir ese tesoro y así contagiar alegría. Los lectores deben saber que tienen en sus manos un libro sobre Dios. Con él aprenderán a mirarle, oírle, ‘naqui ubai tuPas’ roBerto toMicHÁ cHaruPÁ. indígena, teólogo y sacerdote. Bolivia a ti me dirijo, Naqui ubai Tupas, con el mismo nombre que mis ancestros ya usaban a principios del siglo XVIII en las reducciones de Chiquitos, hoy Bolivia, y que aprendí en mis primeros años de vida. Soy Roberto Tomichá Charupá, el mayor de dos hermanos y una hermana. Mis padres, Ramón y Mercedes, chiquitanos, tuvieron que abandonar los antiguos pueblos indígenas para buscar mejores condiciones de vida por la frontera con el Brasil y los alrededores de la hoy extensa ciudad de Santa Cruz de la Sierra. No obstante el desarraigo, pudieron superar innumerables dificultades con fuerza de voluntad, trabajo duro, persistencia ante los problemas, sencillez, honestidad, disponibilidad, sentido festivo de la existencia, pero ante todo gracias a la gran confianza en ti, Tupas, y en tu Madre y Madre nuestra, Nupaquima. Desde pequeño fui testigo de muchos valores vividos en un mundo prácticamente rural, que tal vez forjó mi carácter más bien reservado e introvertido, pues compartía con pocas personas, en medio de animales domésticos y selváticos, plantas, árboles y una exuberante vegetación tropical. Aprendí a descubrirte y amarte en los quehaceres del hogar, el trabajo en el campo y la lucha diaria por la subsistencia. Así creció mi confianza en ti como única fuente de apoyo en la intemperie e inseguridades de la vida. (…) hablarle, escribirle, sentirle; les dejará con fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. Al ir recorriendo sus páginas aprenderán sobre Dios; dialogarán con Él y se animarán a escribir sobre Él. Esto no es fácil; para escribir a Dios hay que estar muy bien con uno mismo. Todo el libro es un proyecto compartido y en el que están implicadas muchas personas, las que finalmente escribieron y las que no. Hemos contactado para realizarlo con más de cien. Muchas de ellas, que finalmente no accedieron a la petición, sin embargo nos han animado con sus mensajes a que este libro viera la luz; les parecía un proyecto sencillamente inédito y apasionante. Curiosamente, la negativa de determinadas personas a participar en él fue lo que nos impulsó a continuarlo por el aliento que nos transmitían. Quisimos que entre los autores estuviera un latinoamericano destacado: el papa Francisco; le invitamos a hacerlo. Su carta hubiera sido la primera y puede ser que la mejor. Le gustó la idea; pero le faltó el tiempo. Este género literario de la carta es exigente. Evidentemente, para aquellos cuya fe haya ido desapareciendo con el tiempo o para quienes la palabra “Dios” les dice poco en este momento de sus vidas, la tarea ha sido ardua. Con todo, el género epistolar siempre da pie a que la imaginación, la fantasía y la creatividad complementen aquello que la razón se niega a admitir o a considerar. Por ello es de agradecer el esfuerzo de todos, pero de un modo especial el cuidado, el respeto y la valentía de quienes han escrito su carta desde posturas lejanas a la fe. Seguramente, lo editorialmente plausible sería haberle escrito a Messi. El libro que presentamos es una especie de interrupción de una lógica cultural que pretende arrinconar a Dios en la caverna de la irrelevancia. Y nos hace caer en la cuenta de que, como recuerda José Antonio Marina, Dios aparece con facilidad al volver cualquier esquina del alma o reaparece cuando intentamos pasarlo al olvido o al rechazo. Las cartas nos dejan con el rostro, el pensar y el sentir de personas conocidas Para mi Padre celestial Héctor Ávila Benavidesa. Expresidiario, técnico social y monitor de la Casa de Acogida ‘Puertas Abiertas’. Chile S abiendo que me conoces desde que me formé en el vientre de mi madre, te escribo estas líneas para darte las gracias por tu amor y tu perdón a pesar de haber estado tanto tiempo viviendo de una forma errónea. (…) No puedo dejar de agradecerte a pesar de haber estado gran parte de mi vida en la cárcel, “me protegiste y cuidaste de mí”; ya que tú sabías que mi debilidad era externa: obtener cosas materiales, dinero, lo del mundo, pero tú preparabas mi corazón para volver a ti y hacer tu voluntad. Quiero decirte, además, que ya no tengo que ir más a ese lugar en que estuve tanto tiempo de mi vida privado de libertad, sufriendo yo y mis seres queridos. Ahora puedo estar con mi familia, compartir momentos que valoro intensamente. Sé que el tiempo pasa implacablemente y no podré recuperar todo lo que perdí por estar en la cárcel, pero gracias a y anónimas, de obispos, escritores, políticos, teólogos, religiosos, filósofos… También hemos recogido las cartas de algunas de las personas que viven en los márgenes de nuestra sociedad y que son igualmente hijos del mismo Padre. Sin embargo, algunas de estas cartas guardan un anonimato que sigue mostrando la fuerza destructora de la sociedad excluyente en la que vivimos. Una de esas cartas –la que cierra el libro– es de una niña que con apenas 12 años murió en el mes de mayo de 2014 en Chile y unos meses antes había enviado una carta a Dios pidiéndole que le diera fuerzas para seguir viviendo y ser mamá y ayudar mucho a la gente pobre. Nace de una fe que se fue haciendo impresionantemente fuerte en el dolor de una enfermedad que la condenó a muerte cuando solo tenía 12 años. Desde PPC creemos que Dios sigue en movimiento dinámico y nos recrea, tu Amor y Perdón me siento un hombre nuevo, como tú anhelas para todos tus hijos. Quiero decirte que trato de superarme al máximo día a día y estoy trabajando con personas que todavía están en el sistema carcelario. Esto me hace bien, porque en cada uno de ellos me reflejo, dialogo intensamente con ellos, los motivo para que salgan adelante, fundamentalmente les digo que tú eres el pilar para un cambio radical del ser humano. (…) continúa escribiendo derecho con renglones torcidos, se empeña en convocarnos para hacer de este mundo una familia que acoge, consuela y convive en paz. Hemos querido editar un libro de carne y hueso, lejos de la especulación teológica o filosófica. Lo que se escribe en primera persona se halla sometido a la prueba de la verdad de la realidad que cada cual es, por más que la quiera esconder o disimular. Es un libro realizado sin concesiones a la galería; en un cara a cara con Aquel que nos salva, con Jesús, con Aquel ante quien a veces dejamos de creer. En tus manos, amigo lector, tienes un libro para degustar poco a poco, sin prisa. Ojalá al finalizar su lectura quede el gusto de saborear un conjunto de valiosas experiencias de sentido y brote en ti el deseo de escribir tu propia carta a Dios; una carta que, con seguridad, evocará lo mejor de ti mismo. José María Arnaiz, SM 25 P LIE G O Gracias Cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga M e piden que escriba una carta a ti, Dios mío. Jamás se me hubiese ocurrido. Pobre de mí. Con todas las cartas que recibo de ti cada día, este proyecto me encanta. Sé que tú eres mi padre y que me escuchas siempre cuando te pido cosas. Tal vez la primera carta fue mi primera comunión, qué rico sentirte a mi lado y sentir una caricia con tanto cariño. Luego fueron simplemente rezos, un poco obligado por mamá. Y tantas travesuras, y tantos perdones, y tantos juegos, y tanta música. Y luego el colegio, qué bello conocerte más. Recuerdo a mi profesor, un hermano salesiano, laico, que nos hizo verdaderamente saborear lo que era hablarte. Y la primera vez que pude ayudar en la misa y la primera sotana roja, qué confusión, te recuerdas que me caí con todo el misal y el celebrante me regañó, pero yo me sentía feliz. Y luego, cuando me llamaste, me recuerdo aquella calle y el lugar preciso donde el padre director del colegio me dijo si me gustaría ser sacerdote. Tenía 10 años y no titubeé ningún instante en decirte que sí, y desde entonces ya me sentía en el altar. Pero, ay de mí cuando tuve que decirle a mi padre y me respondió: “Tú eres muy travieso, no vas a ninguna parte porque te devolverán al día siguiente”, y perdóname porque no lo hice de puro resentido, me olvidé de ti y me fui tras la aviación, y hasta se me olvidó orar. Pero siempre estabas allí, a mi lado, y en un recodo del camino, a través de aquel predicador de nuestro 26 retiro me dijiste: “Si Dios les llama, no sean cobardes, no digan que no”. Y mi respuesta fue: “Yo no quiero ser cobarde, aquí estoy”. Y entonces te sentí más cerca que nunca en mi último año de colegio. Después ese camino bello contigo de aspirantado, noviciado y filosofado. En medio de tanta alegría mi papá falleció y allí estuve a punto de dejarte. Fue mi madre que me habló en nombre tuyo: “Donde te necesito es en el seminario y no en el mundo”. Nunca te lo había dicho, pero fue la segunda llamada más fuerte que me hiciste, pero como a Abrahán me hiciste conocer la peregrinación por el desierto de oasis en oasis. Y, finalmente, cómo no agradecerte el día más bello, cuando quisiste que fuera ordenado sacerdote. Ese fue el día del magnificat más bello, cuando levantaste del polvo a aquel insignificante niño prematuro nacido a los siete meses con solo tres libras de peso y que los médicos habían dicho que no sobreviviría. De la nada hiciste un sacerdote tuyo. Gracias, padre Dios, ya son 44 años de tenerte en mis manos cada mañana. Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho. Por eso te escribo, para que otras personas vean lo que tú haces si te responden que sí. Todo lo demás son nada más que caricias de tu amor y tu bondad en medio de muchas cruces y de muchas resurrecciones. Jamás pensé ser obispo. Lo mío era educar a la juventud. Pero tu designio era otro. Y mirando para atrás veo estos 35 años de episcopado como un regalo inmerecido y un canal de gracia para tanta gente. Me regalaste también 24 años de servicio en el CELAM, que fue mi escuela de formación permanente. Y me diste la dicha de conocerte en Pablo VI, en Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Nunca pensé estar tan cerca de ti en la cercanía con el Papa. Dios mío, pudiera parecer un tópico decirte que te entregué mi amor a los 18 años y ahí ha estado siempre a tu lado, pero es nada lo poco que he puesto en tus manos y lo inmensamente más grande que has puesto en las mías, qué más puedo decirte, Señor, sino que sigas haciendo tu obra en este pobre instrumento. Que sigas interpretando Desde “dentro” y desde “abajo” en un clic Benjamín González Buelta. Jesuita, poeta, escritor y teólogo. La Habana (Cuba) Q uerido Dios, que a todos nos quieres sin exclusión y sin ocaso: Se me hace extraño escribirte una carta ahora que casi ya no hay cartas. Nos vamos acostumbrando a pequeños textos con un número limitado de letras que llegan hasta nuestro teléfono acariciando nuestro oído con un sonido de amistad o que se propagan por las redes sociales al instante. Pero tú ya estás acostumbrado a este modo de comunicarnos, pues, cuando el Hijo se movía por la tierra, muchos también se acercaban a él con breves mensajes: “Tu amigo está enfermo”, “los jóvenes esposos no tienen vino”, “mi hija se está muriendo”, “si quieres, puedes curarme”, “tú sabes que te amo”. Pocas palabras que transmitían un gran dolor y un gran amor por personas concretas. También hoy lees esos mensajes que circulan por el universo cibernético y que dicen a todo el que quiera leerlos, también a ti: “Estoy aquí”, “alguien me escucha”, “me responden, luego existo”. (…) Se me hace difícil escribirte, porque no puedo imaginarte lejos, en un cielo imposi- ble de localizar, en alguna órbita del universo, para dibujarlo en nuestras cartas astrales, protegido por contraseñas electrónicas. Estás en mí y yo en ti. ¿Qué sé yo dónde acabo yo y dónde empiezas tú? Mi corazón me dice que la certeza de esta cercanía me basta. (…) En la medida en que te escribimos y te leemos vamos siendo más humanos, siempre origen nuevo desde el Padre creador, más hermanos y justos en el Hijo y más felices desde la interioridad de la que el Espíritu nunca se ausenta, más Trinidad por los caminos. Con pasión, desde cualquier parte de la tierra, pues todos los puntos son igualmente cercanos para ti, y sin despedida posible. la música del amor, la misericordia, el servicio a los más pobres y el corazón misionero que siento palpitar como el de san Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizo!”. Gracias por nuestra madre la Iglesia, gracias por este continente de la esperanza, que ya nos ha dado el primer papa y tantos santos y santas, algunos canonizados y otros anónimos. Sigue derramando tu misericordia y la alegría de la Pascua hasta que, confiados en tu amor, nos encontremos cara a cara en la Pascua eterna. No me gusta pedir, solo agradecer. Pero sí quisiera pedirte que continúes tocando los corazones de quienes nos guían y gobiernan para que termine tanta desigualdad, tanta injusticia social y tanta pobreza. Desde las pampas del Sur Mamerto Menapace Benedictino. Monje del Monasterio de Santa María de Los Toldos. Argentina Querido Dios: Tomo la pluma para escribirte deseándote que estés muy allí con todos tus santos, quedando nosotros aquí más o menos. Así empezaban las cartas que mi viejo me escribía cuando yo a los diez años entré al monasterio, y que eran el único contacto que tenía con mi familia en aquellos años de nostalgias. Papá solo había hecho hasta segundo grado, pero tuvo trece hijos, como te acordarás, porque en realidad se los diste vos. Cuando era chico, aquí en tu casa del monasterio me obligaban a escribir una carta por mes para ponerme en contacto con los míos. Y hoy me piden que lo haga para comunicarme con vos. Y la verdad que no sé bien qué decirte. O más bien no me animo a decirte todo lo que quisiera, porque sé que otros la van Vasija restaurada en las manos del Señor Alicia Argüello. Exprostituta. Armenia (Colombia) Querido Dios: Hoy te escribo esta carta para encontrar una respuesta a todo aquello que a lo largo de mi camino me ha sucedido… Dios mío, hoy por hoy me hago una pregunta: cuánto sufrimiento en mi niñez, ¿y tú dónde estabas? Cuando no tenía fuerzas para continuar en mi largo caminar, aun sin saber que tú existías, decía: ¿por qué me has abandonado? ¿Qué tengo que pagar en esta vida? Suficiente con no tener familia, cuántas noches maltratada por hombres y mujeres, aun siendo una niña que no entendía nada, pero te doy gracias porque todo ese sufrimiento se convirtió en una vasija de barro fuerte, pero lastimada por todas las heridas del pasado, aún seguía siendo una niña frágil que tú, Señor, moldearías en tus manos. (…) Ya han pasado diecisiete años de mi encuentro conti- a leer. Te quiero agradecer los saludos que siempre me mandás. Yo vuelvo a leer frecuentemente las cartas que me mandaste a través de tus amigos. Cada día las vuelvo a leer, y lo hacemos también en comunidad. Casi me las sé de memoria. Te agradezco todo lo que me mandás cada día para que yo ande con salud y tenga lo necesario. ¿Qué puedo contarte de este lugar donde vivo? Mirá: en general la mayoría se acuerda de vos cuando los apreta la batea. Ya sabés cómo somos, más de pedir que de agradecer. Aunque hay buena gente que se preocupa de los demás y siempre les habla bien de vos. Cosa que alegra a los que sufren y los anima. Es lo que generalmente hago yo también con toda la gente que me mandás. Me disculparás si no les hablo mucho de tus mandamientos. Pero los pobres a veces están tan tironeados por la vida que prefiero que tu palabra les llegue más go a través de las Hermanas Adoratrices. Mi cuerpo se ha sentido un poco débil, por el desgaste de mi vida pasada, pero te siento ahí sosteniéndome. Quiero hacer parte de la obra de santa María Micaela, “por una sola que se salve daría hoy mi vida”, como decía ella. Te pido, Señor, que ayudes a mis chicas a salir de ese abismo, así como un día me ayudaste a mí. como un regalo que como una exigencia. No sé lo que vos pensarás de esto. Pero tu hijo Jesús hacía lo mismo cuando se encontraba con el pobrerío que acudía a él buscando consuelo, salud o que les espantara los diablos que los estaban atormentando. Y créemelo, Tata bueno, que todavía anda mucho diablo suelto por estos campos. Solo que ahora en lugar de acudir a tu Hijo buscan consuelo y sanación en la ciencia, lo que me parece que no está mal… pero a veces Mandinga se ríe de los que saben, y le tiene miedo a los que creen. Bueno, y aquí entramos en un tema que quería comentarte, para que te alegres. Generalmente, la gente no tiene problemas con vos. Los conflictos suelen tenerlos con tu personal de tierra. Yo no sé quién es en tu oficina el encargado de la selección de personal. Pero convendría que revisaras un poco. Porque hasta nuestro papa Francisco nos acaba de decir que no es cuestión 27 P LIE G O de llenar los seminarios de gente, sobre todo si buscan allí consuelo para sus fracasos, prestigio para trepar o bienestar económico. No juzgo a ninguno, porque estoy en el mismo gremio. Pero, ¿sabés? –y perdoná que te lo diga–: ¡nos hemos mandado cada macanazo! Vos lo sabés. Y calculo que seguís utilizando misericordia. De lo contrario, ya nos habrías dado la baja a unos cuantos. Pero te obstinás en seguir teniendo misericordia de todos. No te canses, por favor, pero ayudanos. Te quería agradecer, junto con unos cuantos, el papa Francisco que nos mandaste. Sabés: nos está devolviendo la confianza. Aunque hay algunos a los que les molesta que se muestren mataduras donde nadie creía que hubiera gusanos. Pero se respira un ambiente de confianza y de autenticidad que nos hace bien a todos. Él nos pide que recemos por él. Y de veras te pedimos que lo protejas, y lo ayudes para que no se la crea. Los pobres lo quieren y los humildes se alegran. Lo que pienso que es una buena señal, porque eso es lo que Jesús les dijo a los discípulos que el Bautista le mandó: que tomaran en cuenta esas señales para sacar la conclusión de que el Reino estaba entre nosotros. Yo no sé si vos mirás televisión los domingos a mediodía. Pero echale una mirada y lo vas a ver. No sé. Tendría muchas cosas más para decirte, pero no dudo que ya las conocés. Si lo ves a nuestro padre san Benito, decile que sus descendientes hemos descendido un poco y que como padre tiene el compromiso de ayudarnos a renovar el fervor inicial. Saludos a la Virgen, tengo una foto de ella vestida de Luján en mi celda de monje. También un saludo a mis parientes que ya estén por allá. Si alguno todavía anda penando, te pido que lo perdones y le regales poder mirar tu rostro de luz. Y andá preparando un lugar para cuando estemos reuniéndonos por allá. De verdad, te queremos, Tata Dios. Aunque no siempre te lo digamos. Pero vos nos conocés y sobre todo nos querés. Por eso nos animamos a acercarnos con confianza hasta tu casa. Con mucho cariño. 28 Simplemente gracias Elsa Támez Teóloga y biblista, presbiteriana Costa Rica-México Querida amiga: Durante todo el año no he hecho más que pedirte favores, perdón y compañía. No he hecho más que reclamar tu silencio frente a la maldad del mundo, tu descarada ausencia frente a las injusticias contra los pobres y las mujeres. Pero hoy, cuando se nos escurre el año como niño asustado que sabe que algo anda mal, muy mal, quiero acercarme a ti solo para darte gracias. Gracias por todo, absolutamente todo: lo grande y lo pequeño; lo imprescindible y lo insignificante. Te doy gracias por la vida, que me ha dado tanto, como decía Violeta Parra. Por sentir los latidos del corazón en el pecho o las muñecas: tun, tun, tun. Cuando estoy nerviosa, me asusto, o cuando me acuesto en la cama por el lado donde está el corazón. Es bonito sentir palpitar la vida en el cuerpo; qué importa si es gordo o flaco, alto o chaparrito. Sentir la vida en el cuerpo es un privilegio, un don tuyo, Dios. Gracias. Gracias por la vida plasmada en tu creación. Por ese rayo de sol que estoy viendo ahora desde la ventana de mi casa, que atraviesa las rendijas de los árboles y cae justo en el pecho del pecho amarillo que se mece en una rama seca y que, a pesar de lo seco, no deja de cantar. Por ese ruidito que arrulla, de la quebrada, agua fresca no contaminada –todavía–, remedo de riachuelo, testigo de amores y vilezas. Por esa brisa apacible que corre por mi ventana y que a veces se torna en viento amenazante que me obliga a cerrarla. Por ese polvo que aborrezco que parece invisible, pero que lo descubre el sol cuando entra de golpe a la casa, porque me hace poner los pies en la tierra, trasladándome a la vida agitada de los carros, run, run, pip, pip, de la ciudad, que se atascan en un trancón, justo enfrente de la casa. Por ese olor a café y ese sabor, mmm, del pan fresco, que son la razón de la lucha por la vida. Gracias, Dios. Así me sigues enamorando Cristina Robaina, STJ. Secretaria adjunta de la Conferencia Episcopal Uruguaya. Montevideo (Uruguay) Mi Dios: Me piden que te escriba una carta. Y me siento inválida, sin palabras. Tú me entiendes porque sabes que lo nuestro ha sido y es más estar que conversar, sin más palabras que acogernos en el silencio del misterio infinito. ¿Cómo tomar distancia de la urdimbre que hace posible la propia trama de la existencia? Puedo decirte sí, mi Dios, cuánta belleza experimentada o apenas intuida es tenernos en esta aventura del vivir. En el amanecer, el mediodía y la tarde. En la noche que precede la luz y en la que sigue a las claridades. En la turbulencia interior que me produce mi propia malicia y en la fascinación de tu revelación en las cosas de cada día, en las entretelas de lo cotidiano, en el aburrimiento de la necesaria rutina, en las rupturas de vínculos sagrados y en la inquietud de mi impaciencia, que se ceba en mis modos de pensar y sentir, y no en los tuyos. En la tarde de mi vida –a mis sesenta ya cumplidos– sigues encendiéndome de entusiasmo y de esperan- za. A veces son brasas casi mortecinas, y otras, leños crepitantes; pero siempre, más tarde o más temprano, tu presencia misteriosa se hace llamarada en mis entrañas, en mis sueños, en mi caminar. Pero aquí estamos tú y yo para decirnos, para poder plasmar en unas palabras –mejor y peor elegidas– lo que tú suscitas en mí, cómo fue quedando en mi barro la huella de tu paso. (…) Colocho, si me das la oportunidad de vivir… Agustín Coroy Pérez. Exmarero. Guatemala Mi Dios, mi Señor: Con todo respeto me dirijo a ti, que conoces mi sufrir de muchos años, la carga pesada de mis culpas, mis decepciones y mis momentos de regocijo. Te agradezco por todo lo que has hecho conmigo, porque, a pesar de que yo era delincuente, estuviste siempre esperando que yo abriera mi corazón para que tú moraras en él y te convirtieras en mi Señor. Recuerdo que, cuando tenía tres años de edad, mi papá se suicidó. Mi mamá se fue a vivir con sus padres, llevándose a mis hermanos y dejándome con mis abuelos paternos debido a la difícil situación económica. Durante muchos años fui golpeado, humillado y maltratado. Víctima de la desintegración familiar, carecía del amor más importante que un niño puede tener, el de sus padres. Pero ahora entiendo que tú estabas a mi lado y que también te dolían las cosas que me hacían. (…) Hoy te pido perdón por mis pecados, pero de una forma más consciente. Y te agradezco por mis hijos, Daniela y Diego, quienes sé que crecerán adorando tu nombre. Gracias por darme una esposa tan linda y tener la familia que nunca imaginé. Gracias por la paz en mi interior, un descanso para Pero también te doy gracias por la muerte, porque es parte de la vida. Violeta Parra la acogió con un abrazo, aunque antes de tiempo. Morir nos recuerda la propia finitud; nos frena la prepotencia y nos hace amar más la vida. La muerte también es un don, pero no el morir asesinado; matar deshumaniza, es un reflejo del odio por la vida. Te doy gracias por la muerte, porque sé que en algún momento me tocará morir, así como murieron mis padres, y mis abuelos, y como morirán mi esposo, mis hijos y mis nietos. Ya siento el paso de los años, los calores de la menopausia, el dolor en la rodilla, las canas y hasta me siento más sabia, como dicen que eso es cosa de ancianos… Es por eso que quiero amigarme con ella y recibirla tranquila, mi corazón antes atormentado. Gracias, Dios, por lo bueno que has sido conmigo, por haber puesto en mi camino a personas que me han ayudado a entender el significado de vivir junto a ti. Gracias por no haberme dejado solo cuando más necesitaba de alguien. Gracias porque creo que estarás siempre peleando la batalla junto a mí. Gracias porque me has dado la oportunidad de llevar este mensaje a niños, jóvenes y padres de familia que están viviendo situaciones parecidas a la mía. Y gracias por todo lo que sigues haciendo en mi vida. Con amor, de tu hijo. como un don tuyo, incluso si me mata un borracho al volante, allí en la parada donde se toma el bus. Por la muerte, gracias, Dios. Te doy gracias por los seres que amamos, la familia, los amigos y las amigas. Sin la presencia del “otro”, la “otra”, la vida no es vida. Eso tú lo sabías cuando moldeaste a Eva y se la presentaste a Adán. ¡Qué regalo fabuloso! El más bello de todos los regalos. Te doy gracias por esos momentos de compañía entre los humanos, en la mesa a la hora del almuerzo o de la cena, en las luchas de los indignados, en los hospitales cuando alguien te visita, en las fiestas cuando se pasa el tiempo sin sentirlo; en la cama con la persona que amas; en el trabajo y a la hora del café; en el colegio y a la hora del recreo. Por todos los momentos de compañía, especialmente aquellos que guardas en tu corazón para siempre, como María. Gracias porque el domingo mi nieta de dos años hizo “popó” en la bacinica sola, ¡por primera vez! La mostró sonriente y con orgullo a toda la familia, su primer gran logro de independencia en la vida. Gracias por la amistad, Dios. Pero también te doy gracias por las enemistades, por los enemigos, aquellos seres que no aman a otros seres. Ellos están allí para enseñarnos un lado oscuro de la vida; hacernos sentir vulnerables; desafiarnos a saber perdonar; nos tocan las fibras del miedo y la intranquilidad; sacan de nuestro corazón la rabia y la zozobra; nos impulsan hacia el discernimiento en las encrucijadas de la vida. Todo ello nos hace sentir humanos y cumplir con la vocación de ser humanos aquí en la tierra. Gracias por los enemigos, Dios. Al Dios que es Amante, Amado y el mismo Amor María Clara Bingemer Teóloga y profesora. Brasil Querido Dios: (…) Quería que esta carta fuese una celebración del amor que tú eres, y que puede ser sentido y experimentado por cualquier ser humano en cualquier punto o situación en que esté. (…) Jamás me sentí tan profundamente amada como me siento por ti. Y me impresiona la gratuidad de ese amor. Basta abrir un poco el corazón y allí estás tú, con tu gracia soberana, despertando todos mis sentidos, mis potencialidades y capacidades. Quería terminar agradeciendo mucho ese amor fiel que está más allá de todas mis infidelidades, que me despierta cada mañana con cariño y una confianza en mí mucho mayor que yo misma. Gracias, siempre. Tú lo sabes todo. ¡Tú sabes que te amo! 29 P LIE G O Te doy gracias por la alegría y también por la tristeza. ¡Qué haríamos sin esos sentimientos tan humanos!; con ellos nos sentimos diosas y dioses, en las buenas y aun en las malas, aunque nos sea difícil descubrir la divinidad en nosotras, resucitadas o crucificadas. Estás allí con nosotras. Porque la vida no es un “lecho de rosas”, sabido es que la lágrima es compañera eterna de la sonrisa. Simplemente debemos entender que “todo tiene su tiempo y su hora”. Gracias, Dios, por el discernimiento. Te doy gracias por los libros y los iPads. Adoro el olor a libro, sobre todo los de las bibliotecas. Cuando abro un libro de algún tema que me gusta y que conozco o desconozco, francamente siento un placer sensual inefable. Y si en mis ratos de ocio estoy leyendo o releyendo una novela de Gabo, lo hago despacito, porque no quiero terminarla. Me gusta tocar los libros y rayarlos; apuntar en alguna parte una idea interesante o alguna metáfora, un símil que me haya rosado la piel. Gracias, Dios, por los libros. Pero no me disgustan las tabletas (¡qué nombre feo!), a pesar de mi edad, que ya muestra las canas y los nietos. Gracias por ellos y esos “juguetes” nuevos, lenguaje de las nuevas generaciones. Mis padres dirían que es cosa de brujería tocar una pantalla y que aparezca lo que tú quieras. Claro que todo se va a la mierda cuando no hay Internet. Qué lindo sería que todos tuvieran Internet gratis y que las tabletas costaran lo mismo que un litro de leche, para que toda la gente de todas las edades tuviera su tableta si lo quieren. Si tienes Internet en el cielo, extiende las ondas a la tierra para que sea más bendición que maldición. En fin, te doy gracias por todo y por nada. Por los espacios, los tiempos, el arriba y el abajo y todo lo que está en medio. Lo vivo y lo inerte. Lo primero y lo último, los números pares e impares, así como los números primos, lo visible y lo invisible, y por todo lo innombrable. Y también te doy gracias por la nada. Porque, cuando te ausentas, podemos vernos a nosotros mismos tal como somos, sin tapujos ni tabúes, alumbrando tu ausencia, anhelando tu presencia… Gracias, mil veces gracias. Con el amor de siempre. Al Dios en cuya presencia habitamos Arístides Peralta. Hermano de La Salle. República Dominicana Son miles las palabras que se agolpan en mi mente al pensarte en la maravilla de los días. Si trato de expresarlas, todas quieren salir sin el más mínimo asomo de competencia, solo quieren mostrarse, caminar hacia tu corazón de horizontes infinitos. No es esta la primera vez que te escribo, antes ya lo había hecho de múltiples maneras: plegarias escuchadas en voces de mis padres, papeles de nostalgia y alegría adolescentes, pasión de camino en la juventud que vivo, en interrogantes lanzados al viento en la alta montaña y en salones de clases, espacios donde te encuentro a diario. El mundo es foro donde habitas como presencia que se recuerda y se vuelve a recordar hasta ser parte que estructura todo quehacer en los trajines de la vida. Ahora vivo en el barrio; aquí los alumnos me preguntan a diario por ti. Te cantan, te alaban, te quieren hablar, te recuerdan. Lo hacen con mucho respeto y con un cariño profundo y sincero. Ellos creen o están aprendiendo a creer, y es que aquí no hay alta teología. En el aula te vivimos; aquí estás envuelto en 30 cotidianidad y transparencia. Unas veces te haces certeza y otras eres objeto de numerosos interrogantes. Y es que la vida en estos espacios del mundo es fuerte, desafiante, intrépida. Hay días en que tu “ausencia” cuesta y se hace oscura la noche de problemas y arrogantes preocupaciones que enfrentamos. He llegado a pensar que, si no fuera por ti en el corazón de nosotros, hace mucho tiempo nos hubiésemos arrojado aún más al sinsentido y a la indiferencia que asoma todos los días a nuestra puerta. Hay personas a mi alrededor que están a punto de darse a vivir en la ausencia de ti; si no lo han hecho es porque pesa mucho tu presencia en este pueblo, por cuyas venas fluye una fe de siglos envuelta en cultura, que puja cada día por hacerse actualidad frente a estructuras religiosas que en ocasiones obstaculizan en vez de ser canal. Muchas vivencias se reflejan cual espejo mágico en nuestra escuela, hasta el punto de ser vida que se mezcla con los procesos educativos; vida que nos inspira, nos desafía y nos reta a dirigir nuestros ojos a ti en búsqueda de respuestas. Lo hacemos desde la comunidad, y es que, para nosotros, el sello de auténtica trascendencia evangélica está en la fraternidad, tu Hijo Jesús nos la ha mostrado, ella es “nuestro tesoro, nuestro secreto, nuestra mayor riqueza”. Ella nos permite ser tu rostro entre los alumnos y maestros para los padres, amigos y vecinos. Ha sido la fraternidad que nos ha abierto caminos insospechados en la educación para el acompañamiento y la ternura libera- dora que tanta falta hace a este mundo, ternura expresada en manos y corazones que se unen para levantar, animar, liberar y hacer caminos de vida y felicidad. En medio de nuestros días, de ausencias, penas y alegrías, es tu presencia la que nos inyecta aire fresco para continuar caminando. Cada mañana iniciamos la jornada recordando que tú estás presente. En medio de las clases suena una campana y el silencio invade toda la escuela: “Acordémonos de que estamos en la santa presencia de Dios… adorémosle”… Alumnos, hermanos, maestros nos detenemos para decirte que eres un Dios presente, cercano, creativo, inteligente, cuestionador, alegre, un Dios que no se queda con respuestas. En consecuencia, se apodera de nosotros el ánimo, la alegría, la fe, la pasión y la certeza de que en ti todo este caminar tiene sentido. No sé si mañana podré volver a escribirte, pero ten por seguro, Dios en cuya presencia habitamos, que te sonreiremos en los múltiples rostros que te hacen presente y transparente en el día a día.
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