PLIEGO PLIEGO - Vidanueva Colombia

2.xxx.
122.
17-30
x-x de
de mayo
mes de
de2010
2015
PLIEGO
At il magnam fuga.
A DIOS
PaCARTAS
velia volestem
DESDE AMÉRICA
magnamLATINA
FIRMA
Cargo
Hay obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos e
incluso un cardenal. Más de medio centenar de gentes de toda
edad –desde un prelado emérito hasta una niña– y condición
–desde reconocidos teólogos y profesores hasta personas
anónimas que conocen los márgenes de la sociedad– se han
reunido para escribir sus Cartas a Dios desde América Latina
(PPC-Cáritas América Latina y el Caribe), libro que acaba
de ver la luz. Los autores, originarios de casi una veintena
Pit volorep
udipsanis
asitatqui
de países,
comparten
con elquunt
Padre dipsam
–y con el
lector– sus
inctum
velic toreperi
accum vitempo
inquietudes
y anhelos
más profundos,
todossanimil
los afanes y
ipsum
qui voluptis
búsquedas que han dado
sentido
a sus vidas. Adelantamos
aquí la presentación de la obra y varias de las misivas (cuatro
de ellas íntegras y extractos de algunas otras) de este mosaico
de credos, culturas y experiencias.
PlieGO
PresentAcIÓn
Al leer estas páginas te encontrarás
con más de medio centenar de personas
de distintos países de América Latina
y el Caribe que se han atrevido a
escribirle una carta a Dios. Además, han
aceptado que PPC las hiciera públicas y
aparecieran en este libro. Libro que es
un verdadero mosaico de expresiones
originales de trato y de relación
personalizada con Dios.
El repertorio y la variedad son
grandes. Pone en contacto, pensando
en un público plural, las diferentes
percepciones, experiencias, anhelos,
dudas y expectativas que suscita
el hecho religioso. Esto lo expresan
los autores a través de una sencilla
carta dirigida a Dios. El Dios de los
cristianos, el Dios de los que buscan
y no encuentran, el Dios ante el que
se suspende cualquier juicio, el Dios
ante el cual uno protesta, se queja, da
gracias, espera o deja de esperar; el
Dios que es padre y madre, presencia y
acción misteriosa, misterio y mensaje;
Abbá que despierta el sentimiento
filial y fraterno que a veces duerme en
nosotros. El Dios con el que se aprende
ternura y misericordia, audacia y
lucidez, adoración y alabanza, perdón y
alegría, felicidad y fecundidad. El Dios
que se nos reveló y que es Jesús.
Queremos agradecer este gran servicio
a los autores de las diferentes cartas.
No es fácil ponerse en condiciones para
escribir una carta a Dios; quizá para
varios de ellos sea la carta de su vida
que más tiempo les ha tomado escribir
y con la que han quedado más felices al
estamparla; puede ser que sea también
la carta más comprometida que han
escrito; espero que no sea la última que
le envíen a Dios. El destinatario que han
elegido es de los que responden, así que
es de esperar que no se habrán olvidado
de poner el remite. No dudo de que les
va a llegar respuesta, y en un lenguaje
sencillo, cariñoso, de padre y madre, de
hermano y maestro, con unas efusivas
expresiones de ternura “celestial”. Por
la gran variedad de autores, hacemos
acopio del latido profundo de una
mayoría de personas católicas, pero
24
también de otras no creyentes o de
otras religiones. Es un libro que recoge
las preguntas, dudas, convicciones y
esperanzas que vive el ser humano
del siglo XXI ante la realidad siempre
misteriosa y apasionante de Dios.
Bien podemos decir que, en este libro
que recoge más de cincuenta cartas,
aparecen más de cincuenta dioses
y más de cincuenta seres humanos
llenos de inquietud y en búsqueda
de lo que más necesitamos. Aunque
pueda haber parecidos, son más de
cincuenta perspectivas diferentes y
diversas. Algunas cartas se refieren
a los muchos nombres de Dios, pero
también al hecho de que Dios es más
que todos los nombres que le nombran.
En este libro hay más de cincuenta
nombres de Dios, pero ninguno, ni
tampoco los que lo niegan, agota a Dios,
ni agota la fe, la religión, ni siquiera
agota el ateísmo o la increencia.
Leyendo las cartas uno se pregunta si
ellas hablan de Dios o si hablan más
bien de quienes las escriben, si son
radiografía de cada uno de los autores.
Me he preguntado leyéndolas si Dios es,
o ha sido, la excusa para exponer sus
inquietudes, sus quejas y penas, sus
alegrías, sus emociones –más o menos
enmascaradas– y su agradecimiento.
“Conocer a Jesucristo por la fe es
nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y
transmitir este tesoro a los demás es
un encargo que el Señor, al llamarnos
y elegirnos, nos ha confiado. Con los
ojos iluminados por la luz de Jesucristo
resucitado podemos y queremos
contemplar el mundo, la historia,
nuestros pueblos de América Latina y de
El Caribe, y a cada una de sus personas”
(Documento de Aparecida 18). Estas
palabras de Aparecida dan el tono a
cada una de estas cartas escritas en y
desde América Latina: han nacido del
gozo de conocer a Jesús y de las ganas
de querer transmitir ese tesoro y así
contagiar alegría.
Los lectores deben saber que tienen
en sus manos un libro sobre Dios.
Con él aprenderán a mirarle, oírle,
‘naqui ubai tuPas’
roBerto toMicHÁ cHaruPÁ. indígena, teólogo y sacerdote. Bolivia
a
ti me dirijo, Naqui ubai
Tupas, con el mismo
nombre que mis ancestros
ya usaban a principios del
siglo XVIII en las reducciones de Chiquitos, hoy
Bolivia, y que aprendí en
mis primeros años de vida.
Soy Roberto Tomichá Charupá, el mayor de dos hermanos y una hermana. Mis
padres, Ramón y Mercedes,
chiquitanos, tuvieron que
abandonar los antiguos pueblos indígenas para buscar
mejores condiciones de vida
por la frontera con el Brasil
y los alrededores de la hoy
extensa ciudad de Santa
Cruz de la Sierra. No obstante el desarraigo, pudieron superar innumerables
dificultades con fuerza de
voluntad, trabajo duro, persistencia ante los problemas, sencillez, honestidad,
disponibilidad, sentido festivo de la existencia, pero
ante todo gracias a la gran
confianza en ti, Tupas, y en
tu Madre y Madre nuestra,
Nupaquima. Desde pequeño
fui testigo de muchos valores vividos en un mundo
prácticamente rural, que tal
vez forjó mi carácter más
bien reservado e introvertido, pues compartía con
pocas personas, en medio
de animales domésticos y
selváticos, plantas, árboles y una exuberante vegetación tropical. Aprendí a
descubrirte y amarte en los
quehaceres del hogar, el trabajo en el campo y la lucha
diaria por la subsistencia.
Así creció mi confianza en ti
como única fuente de apoyo
en la intemperie e inseguridades de la vida. (…)
hablarle, escribirle, sentirle; les dejará
con fortaleza en la fe, seguridad en la
esperanza y constancia en el amor. Al
ir recorriendo sus páginas aprenderán
sobre Dios; dialogarán con Él y se
animarán a escribir sobre Él. Esto no es
fácil; para escribir a Dios hay que estar
muy bien con uno mismo.
Todo el libro es un proyecto
compartido y en el que están implicadas
muchas personas, las que finalmente
escribieron y las que no. Hemos
contactado para realizarlo con más de
cien. Muchas de ellas, que finalmente
no accedieron a la petición, sin embargo
nos han animado con sus mensajes a
que este libro viera la luz; les parecía
un proyecto sencillamente inédito
y apasionante. Curiosamente, la
negativa de determinadas personas a
participar en él fue lo que nos impulsó
a continuarlo por el aliento que nos
transmitían. Quisimos que entre los
autores estuviera un latinoamericano
destacado: el papa Francisco; le
invitamos a hacerlo. Su carta hubiera
sido la primera y puede ser que la mejor.
Le gustó la idea; pero le faltó el tiempo.
Este género literario de la carta es
exigente. Evidentemente, para aquellos
cuya fe haya ido desapareciendo con
el tiempo o para quienes la palabra
“Dios” les dice poco en este momento
de sus vidas, la tarea ha sido ardua.
Con todo, el género epistolar siempre
da pie a que la imaginación, la fantasía
y la creatividad complementen aquello
que la razón se niega a admitir o a
considerar. Por ello es de agradecer
el esfuerzo de todos, pero de un
modo especial el cuidado, el respeto
y la valentía de quienes han escrito
su carta desde posturas lejanas a la
fe. Seguramente, lo editorialmente
plausible sería haberle escrito a Messi.
El libro que presentamos es una especie
de interrupción de una lógica cultural
que pretende arrinconar a Dios en la
caverna de la irrelevancia. Y nos hace
caer en la cuenta de que, como recuerda
José Antonio Marina, Dios aparece con
facilidad al volver cualquier esquina del
alma o reaparece cuando intentamos
pasarlo al olvido o al rechazo.
Las cartas nos dejan con el rostro, el
pensar y el sentir de personas conocidas
Para mi Padre celestial
Héctor Ávila Benavidesa. Expresidiario, técnico social y monitor
de la Casa de Acogida ‘Puertas Abiertas’. Chile
S
abiendo que me conoces
desde que me formé en
el vientre de mi madre, te
escribo estas líneas para darte las gracias por tu amor y
tu perdón a pesar de haber
estado tanto tiempo viviendo
de una forma errónea. (…)
No puedo dejar de agradecerte a pesar de haber estado gran parte de mi vida
en la cárcel, “me protegiste
y cuidaste de mí”; ya que
tú sabías que mi debilidad
era externa: obtener cosas
materiales, dinero, lo del
mundo, pero tú preparabas
mi corazón para volver a ti
y hacer tu voluntad. Quiero decirte, además, que ya
no tengo que ir más a ese
lugar en que estuve tanto
tiempo de mi vida privado
de libertad, sufriendo yo y
mis seres queridos. Ahora
puedo estar con mi familia,
compartir momentos que valoro intensamente. Sé que
el tiempo pasa implacablemente y no podré recuperar
todo lo que perdí por estar
en la cárcel, pero gracias a
y anónimas, de obispos, escritores,
políticos, teólogos, religiosos,
filósofos… También hemos recogido
las cartas de algunas de las personas
que viven en los márgenes de nuestra
sociedad y que son igualmente hijos del
mismo Padre. Sin embargo, algunas de
estas cartas guardan un anonimato que
sigue mostrando la fuerza destructora
de la sociedad excluyente en la que
vivimos. Una de esas cartas –la que
cierra el libro– es de una niña que
con apenas 12 años murió en el mes
de mayo de 2014 en Chile y unos
meses antes había enviado una carta
a Dios pidiéndole que le diera fuerzas
para seguir viviendo y ser mamá
y ayudar mucho a la gente pobre.
Nace de una fe que se fue haciendo
impresionantemente fuerte en el dolor
de una enfermedad que la condenó a
muerte cuando solo tenía 12 años.
Desde PPC creemos que Dios sigue
en movimiento dinámico y nos recrea,
tu Amor y Perdón me siento
un hombre nuevo, como tú
anhelas para todos tus hijos.
Quiero decirte que trato de
superarme al máximo día a
día y estoy trabajando con
personas que todavía están
en el sistema carcelario.
Esto me hace bien, porque
en cada uno de ellos me reflejo, dialogo intensamente
con ellos, los motivo para
que salgan adelante, fundamentalmente les digo que tú
eres el pilar para un cambio
radical del ser humano. (…)
continúa escribiendo derecho con
renglones torcidos, se empeña en
convocarnos para hacer de este mundo
una familia que acoge, consuela y
convive en paz. Hemos querido editar
un libro de carne y hueso, lejos de la
especulación teológica o filosófica. Lo
que se escribe en primera persona se
halla sometido a la prueba de la verdad
de la realidad que cada cual es, por más
que la quiera esconder o disimular. Es
un libro realizado sin concesiones a la
galería; en un cara a cara con Aquel que
nos salva, con Jesús, con Aquel ante
quien a veces dejamos de creer.
En tus manos, amigo lector, tienes
un libro para degustar poco a poco, sin
prisa. Ojalá al finalizar su lectura quede
el gusto de saborear un conjunto de
valiosas experiencias de sentido y brote
en ti el deseo de escribir tu propia carta
a Dios; una carta que, con seguridad,
evocará lo mejor de ti mismo.
José María Arnaiz, SM
25
P LIE G O
Gracias
Cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga
M
e piden que escriba una carta
a ti, Dios mío. Jamás se me
hubiese ocurrido. Pobre de mí.
Con todas las cartas que recibo de ti
cada día, este proyecto me encanta. Sé
que tú eres mi padre y que me escuchas
siempre cuando te pido cosas. Tal vez la
primera carta fue mi primera comunión,
qué rico sentirte a mi lado y sentir una
caricia con tanto cariño. Luego fueron
simplemente rezos, un poco obligado
por mamá. Y tantas travesuras, y tantos
perdones, y tantos juegos, y tanta
música. Y luego el colegio, qué bello
conocerte más. Recuerdo a mi profesor,
un hermano salesiano, laico, que nos
hizo verdaderamente saborear lo que
era hablarte. Y la primera vez que pude
ayudar en la misa y la primera sotana
roja, qué confusión, te recuerdas que
me caí con todo el misal y el celebrante
me regañó, pero yo me sentía feliz. Y
luego, cuando me llamaste, me recuerdo
aquella calle y el lugar preciso donde el
padre director del colegio me dijo si me
gustaría ser sacerdote. Tenía 10 años y
no titubeé ningún instante en decirte
que sí, y desde entonces ya me sentía
en el altar. Pero, ay de mí cuando tuve
que decirle a mi padre y me respondió:
“Tú eres muy travieso, no vas a ninguna
parte porque te devolverán al día
siguiente”, y perdóname porque no lo
hice de puro resentido, me olvidé de ti
y me fui tras la aviación, y hasta se me
olvidó orar. Pero siempre estabas allí,
a mi lado, y en un recodo del camino, a
través de aquel predicador de nuestro
26
retiro me dijiste: “Si Dios les llama,
no sean cobardes, no digan que no”.
Y mi respuesta fue: “Yo no quiero ser
cobarde, aquí estoy”. Y entonces te sentí
más cerca que nunca en mi último año
de colegio. Después ese camino bello
contigo de aspirantado, noviciado y
filosofado. En medio de tanta alegría
mi papá falleció y allí estuve a punto
de dejarte. Fue mi madre que me habló
en nombre tuyo: “Donde te necesito
es en el seminario y no en el mundo”.
Nunca te lo había dicho, pero fue la
segunda llamada más fuerte que me
hiciste, pero como a Abrahán me hiciste
conocer la peregrinación por el desierto
de oasis en oasis. Y, finalmente, cómo
no agradecerte el día más bello, cuando
quisiste que fuera ordenado sacerdote.
Ese fue el día del magnificat más bello,
cuando levantaste del polvo a aquel
insignificante niño prematuro nacido
a los siete meses con solo tres libras de
peso y que los médicos habían dicho
que no sobreviviría. De la nada hiciste
un sacerdote tuyo. Gracias, padre Dios,
ya son 44 años de tenerte en mis manos
cada mañana. Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho. Por eso
te escribo, para que otras personas
vean lo que tú haces si te responden
que sí. Todo lo demás son nada más
que caricias de tu amor y tu bondad en
medio de muchas cruces y de muchas
resurrecciones. Jamás pensé ser obispo.
Lo mío era educar a la juventud. Pero
tu designio era otro. Y mirando para
atrás veo estos 35 años de episcopado
como un regalo inmerecido y un
canal de gracia para tanta gente. Me
regalaste también 24 años de servicio
en el CELAM, que fue mi escuela de
formación permanente. Y me diste la
dicha de conocerte en Pablo VI, en Juan
Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI
y Francisco. Nunca pensé estar tan
cerca de ti en la cercanía con el Papa.
Dios mío, pudiera parecer un tópico
decirte que te entregué mi amor a los
18 años y ahí ha estado siempre a tu
lado, pero es nada lo poco que he puesto
en tus manos y lo inmensamente más
grande que has puesto en las mías,
qué más puedo decirte, Señor, sino que
sigas haciendo tu obra en este pobre
instrumento. Que sigas interpretando
Desde “dentro” y desde “abajo” en un clic
Benjamín González Buelta. Jesuita, poeta, escritor y teólogo. La Habana (Cuba)
Q
uerido Dios, que a
todos nos quieres sin
exclusión y sin ocaso:
Se me hace extraño escribirte una carta ahora que casi
ya no hay cartas. Nos vamos
acostumbrando a pequeños
textos con un número limitado de letras que llegan
hasta nuestro teléfono acariciando nuestro oído con
un sonido de amistad o que
se propagan por las redes
sociales al instante.
Pero tú ya estás acostumbrado a este modo de comunicarnos, pues, cuando
el Hijo se movía por la
tierra, muchos también se
acercaban a él con breves
mensajes: “Tu amigo está
enfermo”, “los jóvenes esposos no tienen vino”, “mi
hija se está muriendo”, “si
quieres, puedes curarme”,
“tú sabes que te amo”.
Pocas palabras que transmitían un gran dolor y un
gran amor por personas
concretas. También hoy lees
esos mensajes que circulan
por el universo cibernético
y que dicen a todo el que
quiera leerlos, también a ti:
“Estoy aquí”, “alguien me
escucha”, “me responden,
luego existo”. (…)
Se me hace difícil escribirte,
porque no puedo imaginarte
lejos, en un cielo imposi-
ble de localizar, en alguna
órbita del universo, para
dibujarlo en nuestras cartas astrales, protegido por
contraseñas electrónicas.
Estás en mí y yo en ti. ¿Qué
sé yo dónde acabo yo y dónde empiezas tú? Mi corazón
me dice que la certeza de
esta cercanía me basta. (…)
En la medida en que te escribimos y te leemos vamos
siendo más humanos, siempre origen nuevo desde el
Padre creador, más hermanos y justos en el Hijo y más
felices desde la interioridad
de la que el Espíritu nunca
se ausenta, más Trinidad
por los caminos.
Con pasión, desde cualquier
parte de la tierra, pues todos los puntos son igualmente cercanos para ti, y
sin despedida posible.
la música del amor, la misericordia, el
servicio a los más pobres y el corazón
misionero que siento palpitar como el de
san Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizo!”.
Gracias por nuestra madre la Iglesia,
gracias por este continente de la
esperanza, que ya nos ha dado el primer
papa y tantos santos y santas, algunos
canonizados y otros anónimos. Sigue
derramando tu misericordia y la alegría
de la Pascua hasta que, confiados en tu
amor, nos encontremos cara a cara en
la Pascua eterna. No me gusta pedir,
solo agradecer. Pero sí quisiera pedirte
que continúes tocando los corazones
de quienes nos guían y gobiernan para
que termine tanta desigualdad, tanta
injusticia social y tanta pobreza.
Desde las pampas
del Sur
Mamerto Menapace
Benedictino. Monje del Monasterio
de Santa María de Los Toldos. Argentina
Querido Dios:
Tomo la pluma para escribirte
deseándote que estés muy allí con todos
tus santos, quedando nosotros aquí más
o menos. Así empezaban las cartas que
mi viejo me escribía cuando yo a los diez
años entré al monasterio, y que eran el
único contacto que tenía con mi familia
en aquellos años de nostalgias. Papá
solo había hecho hasta segundo grado,
pero tuvo trece hijos, como te acordarás,
porque en realidad se los diste vos.
Cuando era chico, aquí en tu casa del
monasterio me obligaban a escribir una
carta por mes para ponerme en contacto
con los míos. Y hoy me piden que lo
haga para comunicarme con vos. Y la
verdad que no sé bien qué decirte. O
más bien no me animo a decirte todo lo
que quisiera, porque sé que otros la van
Vasija restaurada en las manos del Señor
Alicia Argüello. Exprostituta. Armenia (Colombia)
Querido Dios:
Hoy te escribo esta carta
para encontrar una respuesta a todo aquello que a lo
largo de mi camino me ha
sucedido… Dios mío, hoy por
hoy me hago una pregunta:
cuánto sufrimiento en mi
niñez, ¿y tú dónde estabas?
Cuando no tenía fuerzas
para continuar en mi largo
caminar, aun sin saber que
tú existías, decía: ¿por qué
me has abandonado? ¿Qué
tengo que pagar en esta
vida? Suficiente con no tener
familia, cuántas noches maltratada por hombres y mujeres, aun siendo una niña que
no entendía nada, pero te
doy gracias porque todo ese
sufrimiento se convirtió en
una vasija de barro fuerte,
pero lastimada por todas las
heridas del pasado, aún seguía siendo una niña frágil
que tú, Señor, moldearías
en tus manos. (…)
Ya han pasado diecisiete
años de mi encuentro conti-
a leer. Te quiero agradecer los saludos
que siempre me mandás. Yo vuelvo
a leer frecuentemente las cartas que
me mandaste a través de tus amigos.
Cada día las vuelvo a leer, y lo hacemos
también en comunidad. Casi me las sé
de memoria. Te agradezco todo lo que
me mandás cada día para que yo ande
con salud y tenga lo necesario.
¿Qué puedo contarte de este lugar
donde vivo? Mirá: en general la mayoría
se acuerda de vos cuando los apreta la
batea. Ya sabés cómo somos, más de
pedir que de agradecer.
Aunque hay buena gente que se
preocupa de los demás y siempre les
habla bien de vos. Cosa que alegra a
los que sufren y los anima. Es lo que
generalmente hago yo también con
toda la gente que me mandás. Me
disculparás si no les hablo mucho de tus
mandamientos. Pero los pobres a veces
están tan tironeados por la vida que
prefiero que tu palabra les llegue más
go a través de las Hermanas
Adoratrices. Mi cuerpo se
ha sentido un poco débil,
por el desgaste de mi vida
pasada, pero te siento ahí
sosteniéndome.
Quiero hacer parte de la
obra de santa María Micaela,
“por una sola que se salve
daría hoy mi vida”, como
decía ella. Te pido, Señor,
que ayudes a mis chicas
a salir de ese abismo, así
como un día me ayudaste
a mí.
como un regalo que como una exigencia.
No sé lo que vos pensarás de esto. Pero
tu hijo Jesús hacía lo mismo cuando se
encontraba con el pobrerío que acudía
a él buscando consuelo, salud o que les
espantara los diablos que los estaban
atormentando. Y créemelo, Tata bueno,
que todavía anda mucho diablo suelto
por estos campos. Solo que ahora
en lugar de acudir a tu Hijo buscan
consuelo y sanación en la ciencia, lo
que me parece que no está mal… pero a
veces Mandinga se ríe de los que saben,
y le tiene miedo a los que creen.
Bueno, y aquí entramos en un tema
que quería comentarte, para que te
alegres. Generalmente, la gente no
tiene problemas con vos. Los conflictos
suelen tenerlos con tu personal de
tierra. Yo no sé quién es en tu oficina el
encargado de la selección de personal.
Pero convendría que revisaras un poco.
Porque hasta nuestro papa Francisco
nos acaba de decir que no es cuestión
27
P LIE G O
de llenar los seminarios de gente,
sobre todo si buscan allí consuelo para
sus fracasos, prestigio para trepar
o bienestar económico. No juzgo a
ninguno, porque estoy en el mismo
gremio. Pero, ¿sabés? –y perdoná que
te lo diga–: ¡nos hemos mandado cada
macanazo! Vos lo sabés. Y calculo que
seguís utilizando misericordia. De lo
contrario, ya nos habrías dado la baja
a unos cuantos.
Pero te obstinás en seguir teniendo
misericordia de todos. No te canses,
por favor, pero ayudanos.
Te quería agradecer, junto con unos
cuantos, el papa Francisco que nos
mandaste. Sabés: nos está devolviendo
la confianza. Aunque hay algunos a
los que les molesta que se muestren
mataduras donde nadie creía que
hubiera gusanos. Pero se respira un
ambiente de confianza y de autenticidad
que nos hace bien a todos. Él nos
pide que recemos por él. Y de veras te
pedimos que lo protejas, y lo ayudes
para que no se la crea. Los pobres lo
quieren y los humildes se alegran. Lo
que pienso que es una buena señal,
porque eso es lo que Jesús les dijo a los
discípulos que el Bautista le mandó:
que tomaran en cuenta esas señales
para sacar la conclusión de que el
Reino estaba entre nosotros. Yo no sé
si vos mirás televisión los domingos a
mediodía. Pero echale una mirada y lo
vas a ver.
No sé. Tendría muchas cosas más
para decirte, pero no dudo que ya las
conocés. Si lo ves a nuestro padre san
Benito, decile que sus descendientes
hemos descendido un poco y que como
padre tiene el compromiso de ayudarnos
a renovar el fervor inicial.
Saludos a la Virgen, tengo una foto
de ella vestida de Luján en mi celda
de monje. También un saludo a mis
parientes que ya estén por allá. Si
alguno todavía anda penando, te pido
que lo perdones y le regales poder mirar
tu rostro de luz. Y andá preparando
un lugar para cuando estemos
reuniéndonos por allá.
De verdad, te queremos, Tata Dios.
Aunque no siempre te lo digamos. Pero
vos nos conocés y sobre todo nos querés.
Por eso nos animamos a acercarnos con
confianza hasta tu casa.
Con mucho cariño.
28
Simplemente gracias
Elsa Támez
Teóloga y biblista, presbiteriana
Costa Rica-México
Querida amiga:
Durante todo el año no he hecho
más que pedirte favores, perdón y
compañía. No he hecho más que
reclamar tu silencio frente a la maldad
del mundo, tu descarada ausencia
frente a las injusticias contra los pobres
y las mujeres. Pero hoy, cuando se nos
escurre el año como niño asustado
que sabe que algo anda mal, muy mal,
quiero acercarme a ti solo para darte
gracias. Gracias por todo, absolutamente
todo: lo grande y lo pequeño; lo
imprescindible y lo insignificante.
Te doy gracias por la vida, que me ha
dado tanto, como decía Violeta Parra.
Por sentir los latidos del corazón en
el pecho o las muñecas: tun, tun, tun.
Cuando estoy nerviosa, me asusto, o
cuando me acuesto en la cama por el
lado donde está el corazón. Es bonito
sentir palpitar la vida en el cuerpo;
qué importa si es gordo o flaco, alto o
chaparrito. Sentir la vida en el cuerpo es
un privilegio, un don tuyo, Dios. Gracias.
Gracias por la vida plasmada en tu
creación. Por ese rayo de sol que estoy
viendo ahora desde la ventana de mi
casa, que atraviesa las rendijas de los
árboles y cae justo en el pecho del pecho
amarillo que se mece en una rama seca
y que, a pesar de lo seco, no deja de
cantar. Por ese ruidito que arrulla, de la
quebrada, agua fresca no contaminada
–todavía–, remedo de riachuelo, testigo
de amores y vilezas. Por esa brisa
apacible que corre por mi ventana y que
a veces se torna en viento amenazante
que me obliga a cerrarla. Por ese polvo
que aborrezco que parece invisible, pero
que lo descubre el sol cuando entra de
golpe a la casa, porque me hace poner
los pies en la tierra, trasladándome a la
vida agitada de los carros, run, run, pip,
pip, de la ciudad, que se atascan en un
trancón, justo enfrente de la casa. Por
ese olor a café y ese sabor, mmm, del
pan fresco, que son la razón de la lucha
por la vida. Gracias, Dios.
Así me sigues enamorando
Cristina Robaina, STJ. Secretaria adjunta de la Conferencia Episcopal
Uruguaya. Montevideo (Uruguay)
Mi Dios:
Me piden que te escriba
una carta. Y me siento inválida, sin palabras. Tú me
entiendes porque sabes que
lo nuestro ha sido y es más
estar que conversar, sin más
palabras que acogernos en
el silencio del misterio infinito. ¿Cómo tomar distancia
de la urdimbre que hace posible la propia trama de la
existencia?
Puedo decirte sí, mi Dios,
cuánta belleza experimentada o apenas intuida es
tenernos en esta aventura
del vivir. En el amanecer,
el mediodía y la tarde. En
la noche que precede la luz
y en la que sigue a las claridades. En la turbulencia
interior que me produce
mi propia malicia y en la
fascinación de tu revelación
en las cosas de cada día, en
las entretelas de lo cotidiano, en el aburrimiento de
la necesaria rutina, en las
rupturas de vínculos sagrados y en la inquietud de mi
impaciencia, que se ceba
en mis modos de pensar y
sentir, y no en los tuyos.
En la tarde de mi vida –a
mis sesenta ya cumplidos–
sigues encendiéndome de
entusiasmo y de esperan-
za. A veces son brasas casi
mortecinas, y otras, leños
crepitantes; pero siempre,
más tarde o más temprano,
tu presencia misteriosa se
hace llamarada en mis entrañas, en mis sueños, en
mi caminar.
Pero aquí estamos tú y yo
para decirnos, para poder
plasmar en unas palabras
–mejor y peor elegidas– lo
que tú suscitas en mí, cómo
fue quedando en mi barro la
huella de tu paso. (…)
Colocho, si me das la oportunidad de vivir…
Agustín Coroy Pérez. Exmarero. Guatemala
Mi Dios, mi Señor:
Con todo respeto me dirijo a
ti, que conoces mi sufrir de
muchos años, la carga pesada de mis culpas, mis decepciones y mis momentos
de regocijo. Te agradezco
por todo lo que has hecho
conmigo, porque, a pesar de
que yo era delincuente, estuviste siempre esperando
que yo abriera mi corazón
para que tú moraras en él y
te convirtieras en mi Señor.
Recuerdo que, cuando tenía
tres años de edad, mi papá
se suicidó. Mi mamá se fue
a vivir con sus padres, llevándose a mis hermanos y
dejándome con mis abuelos
paternos debido a la difícil situación económica.
Durante muchos años fui
golpeado, humillado y maltratado. Víctima de la desintegración familiar, carecía
del amor más importante
que un niño puede tener, el
de sus padres. Pero ahora
entiendo que tú estabas a
mi lado y que también te
dolían las cosas que me
hacían. (…)
Hoy te pido perdón por
mis pecados, pero de una
forma más consciente. Y te
agradezco por mis hijos, Daniela y Diego, quienes sé
que crecerán adorando tu
nombre. Gracias por darme
una esposa tan linda y tener
la familia que nunca imaginé. Gracias por la paz en mi
interior, un descanso para
Pero también te doy gracias por la
muerte, porque es parte de la vida.
Violeta Parra la acogió con un abrazo,
aunque antes de tiempo. Morir nos
recuerda la propia finitud; nos frena
la prepotencia y nos hace amar más
la vida. La muerte también es un don,
pero no el morir asesinado; matar
deshumaniza, es un reflejo del odio por
la vida. Te doy gracias por la muerte,
porque sé que en algún momento me
tocará morir, así como murieron mis
padres, y mis abuelos, y como morirán
mi esposo, mis hijos y mis nietos. Ya
siento el paso de los años, los calores
de la menopausia, el dolor en la
rodilla, las canas y hasta me siento
más sabia, como dicen que eso es cosa
de ancianos… Es por eso que quiero
amigarme con ella y recibirla tranquila,
mi corazón antes atormentado. Gracias, Dios, por lo
bueno que has sido conmigo, por haber puesto en mi
camino a personas que me
han ayudado a entender el
significado de vivir junto a
ti. Gracias por no haberme
dejado solo cuando más necesitaba de alguien. Gracias
porque creo que estarás
siempre peleando la batalla
junto a mí. Gracias porque
me has dado la oportunidad de llevar este mensaje
a niños, jóvenes y padres de
familia que están viviendo
situaciones parecidas a la
mía. Y gracias por todo lo
que sigues haciendo en mi
vida.
Con amor, de tu hijo.
como un don tuyo, incluso si me mata
un borracho al volante, allí en la parada
donde se toma el bus. Por la muerte,
gracias, Dios.
Te doy gracias por los seres que
amamos, la familia, los amigos y las
amigas. Sin la presencia del “otro”,
la “otra”, la vida no es vida. Eso tú
lo sabías cuando moldeaste a Eva y
se la presentaste a Adán. ¡Qué regalo
fabuloso! El más bello de todos los
regalos. Te doy gracias por esos
momentos de compañía entre los
humanos, en la mesa a la hora del
almuerzo o de la cena, en las luchas de
los indignados, en los hospitales cuando
alguien te visita, en las fiestas cuando
se pasa el tiempo sin sentirlo; en la
cama con la persona que amas; en el
trabajo y a la hora del café; en el colegio
y a la hora del recreo. Por todos los
momentos de compañía, especialmente
aquellos que guardas en tu corazón para
siempre, como María. Gracias porque
el domingo mi nieta de dos años hizo
“popó” en la bacinica sola, ¡por primera
vez! La mostró sonriente y con orgullo a
toda la familia, su primer gran logro de
independencia en la vida. Gracias por la
amistad, Dios.
Pero también te doy gracias por
las enemistades, por los enemigos,
aquellos seres que no aman a otros
seres. Ellos están allí para enseñarnos
un lado oscuro de la vida; hacernos
sentir vulnerables; desafiarnos a saber
perdonar; nos tocan las fibras del
miedo y la intranquilidad; sacan de
nuestro corazón la rabia y la zozobra;
nos impulsan hacia el discernimiento
en las encrucijadas de la vida. Todo ello
nos hace sentir humanos y cumplir con
la vocación de ser humanos aquí en la
tierra. Gracias por los enemigos, Dios.
Al Dios que es Amante,
Amado y el mismo Amor
María Clara Bingemer
Teóloga y profesora. Brasil
Querido Dios:
(…) Quería que esta carta fuese una celebración del amor que tú eres, y que
puede ser sentido y experimentado por
cualquier ser humano en cualquier punto
o situación en que esté. (…)
Jamás me sentí tan profundamente amada
como me siento por ti. Y me impresiona
la gratuidad de ese amor. Basta abrir
un poco el corazón y allí estás tú, con tu
gracia soberana, despertando todos mis
sentidos, mis potencialidades y capacidades. Quería terminar agradeciendo mucho
ese amor fiel que está más allá de todas
mis infidelidades, que me despierta cada
mañana con cariño y una confianza en mí
mucho mayor que yo misma.
Gracias, siempre.
Tú lo sabes todo. ¡Tú sabes que te amo!
29
P LIE G O
Te doy gracias por la alegría y también
por la tristeza. ¡Qué haríamos sin esos
sentimientos tan humanos!; con ellos
nos sentimos diosas y dioses, en las
buenas y aun en las malas, aunque nos
sea difícil descubrir la divinidad en
nosotras, resucitadas o crucificadas.
Estás allí con nosotras. Porque la vida
no es un “lecho de rosas”, sabido es que
la lágrima es compañera eterna de la
sonrisa. Simplemente debemos entender
que “todo tiene su tiempo y su hora”.
Gracias, Dios, por el discernimiento.
Te doy gracias por los libros y los iPads.
Adoro el olor a libro, sobre todo los de
las bibliotecas. Cuando abro un libro de
algún tema que me gusta y que conozco o
desconozco, francamente siento un placer
sensual inefable. Y si en mis ratos de ocio
estoy leyendo o releyendo una novela de
Gabo, lo hago despacito, porque no quiero
terminarla. Me gusta tocar los libros y
rayarlos; apuntar en alguna parte una
idea interesante o alguna metáfora, un
símil que me haya rosado la piel. Gracias,
Dios, por los libros.
Pero no me disgustan las tabletas
(¡qué nombre feo!), a pesar de mi edad,
que ya muestra las canas y los nietos.
Gracias por ellos y esos “juguetes”
nuevos, lenguaje de las nuevas
generaciones. Mis padres dirían que es
cosa de brujería tocar una pantalla y
que aparezca lo que tú quieras. Claro
que todo se va a la mierda cuando
no hay Internet. Qué lindo sería que
todos tuvieran Internet gratis y que
las tabletas costaran lo mismo que un
litro de leche, para que toda la gente de
todas las edades tuviera su tableta si lo
quieren. Si tienes Internet en el cielo,
extiende las ondas a la tierra para que
sea más bendición que maldición.
En fin, te doy gracias por todo y por
nada. Por los espacios, los tiempos, el
arriba y el abajo y todo lo que está en
medio. Lo vivo y lo inerte. Lo primero
y lo último, los números pares e
impares, así como los números primos,
lo visible y lo invisible, y por todo lo
innombrable. Y también te doy gracias
por la nada. Porque, cuando te ausentas,
podemos vernos a nosotros mismos
tal como somos, sin tapujos ni tabúes,
alumbrando tu ausencia, anhelando tu
presencia… Gracias, mil veces gracias.
Con el amor de siempre.
Al Dios en cuya presencia habitamos
Arístides Peralta. Hermano de La Salle. República Dominicana
Son miles las palabras que se
agolpan en mi mente al pensarte
en la maravilla de los días. Si trato de expresarlas, todas quieren
salir sin el más mínimo asomo de
competencia, solo quieren mostrarse, caminar hacia tu corazón
de horizontes infinitos.
No es esta la primera vez que te
escribo, antes ya lo había hecho
de múltiples maneras: plegarias
escuchadas en voces de mis
padres, papeles de nostalgia
y alegría adolescentes, pasión
de camino en la juventud que
vivo, en interrogantes lanzados
al viento en la alta montaña y
en salones de clases, espacios
donde te encuentro a diario. El
mundo es foro donde habitas
como presencia que se recuerda
y se vuelve a recordar hasta ser
parte que estructura todo quehacer en los trajines de la vida.
Ahora vivo en el barrio; aquí los
alumnos me preguntan a diario
por ti. Te cantan, te alaban, te
quieren hablar, te recuerdan. Lo
hacen con mucho respeto y con
un cariño profundo y sincero.
Ellos creen o están aprendiendo a creer, y es que aquí no hay
alta teología. En el aula te vivimos; aquí estás envuelto en
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cotidianidad y transparencia.
Unas veces te haces certeza y
otras eres objeto de numerosos
interrogantes.
Y es que la vida en estos espacios del mundo es fuerte, desafiante, intrépida. Hay días en que
tu “ausencia” cuesta y se hace
oscura la noche de problemas
y arrogantes preocupaciones
que enfrentamos. He llegado a
pensar que, si no fuera por ti
en el corazón de nosotros, hace
mucho tiempo nos hubiésemos
arrojado aún más al sinsentido
y a la indiferencia que asoma
todos los días a nuestra puerta.
Hay personas a mi alrededor que
están a punto de darse a vivir en
la ausencia de ti; si no lo han
hecho es porque pesa mucho tu
presencia en este pueblo, por cuyas venas fluye una fe de siglos
envuelta en cultura, que puja
cada día por hacerse actualidad
frente a estructuras religiosas
que en ocasiones obstaculizan
en vez de ser canal.
Muchas vivencias se reflejan cual
espejo mágico en nuestra escuela, hasta el punto de ser vida
que se mezcla con los procesos
educativos; vida que nos inspira,
nos desafía y nos reta a dirigir
nuestros ojos a ti en búsqueda
de respuestas.
Lo hacemos desde la comunidad,
y es que, para nosotros, el sello
de auténtica trascendencia evangélica está en la fraternidad, tu
Hijo Jesús nos la ha mostrado,
ella es “nuestro tesoro, nuestro
secreto, nuestra mayor riqueza”.
Ella nos permite ser tu rostro entre los alumnos y maestros para
los padres, amigos y vecinos. Ha
sido la fraternidad que nos ha
abierto caminos insospechados
en la educación para el acompañamiento y la ternura libera-
dora que tanta falta hace a este
mundo, ternura expresada en
manos y corazones que se unen
para levantar, animar, liberar y
hacer caminos de vida y felicidad.
En medio de nuestros días, de
ausencias, penas y alegrías, es
tu presencia la que nos inyecta
aire fresco para continuar caminando. Cada mañana iniciamos
la jornada recordando que tú
estás presente. En medio de las
clases suena una campana y el
silencio invade toda la escuela:
“Acordémonos de que estamos
en la santa presencia de Dios…
adorémosle”… Alumnos, hermanos, maestros nos detenemos
para decirte que eres un Dios
presente, cercano, creativo, inteligente, cuestionador, alegre,
un Dios que no se queda con
respuestas. En consecuencia,
se apodera de nosotros el ánimo,
la alegría, la fe, la pasión y la
certeza de que en ti todo este
caminar tiene sentido.
No sé si mañana podré volver a
escribirte, pero ten por seguro,
Dios en cuya presencia habitamos, que te sonreiremos en los
múltiples rostros que te hacen
presente y transparente en el
día a día.