SEMBLANZAS DE DON PABLO MORILLO

SEMBLANZAS DE
DON PABLO MORILLO
EN LA POESÍA GALLEGA
I
Conocemos la narración como la habilidad que uno tiene en referir las cosas o
lo que significa el arte de hablar bien y
con adecuado fundamento lo que se
dice. Es aquello de lo que tanto se habla
ahora: la narrativa de determinados
hechos cuyos protagonistas son determinadas personas, conocidas o extrañas,
como pueden ser los fenómenos impersonales al no tener aquéllas en éstos participación alguna. Pero siempre deben
ser expresados con la propia realidad
con que acontecieron como tales sucesos, ya que muchas veces acostumbran
a ser modelos de inspiración para la descripción de tales conductas; otras también al objeto de dar a conocer algunos
caracteres y costumbres de ficción cuyo
género literario es la novela, y más aún
llega a transcender hacia ese medio de
exaltación de la belleza para ser la poesía. De aquí que ahora volvamos nosotros a contemplar algo que ya fue objeto
estimable de una narrativa dignamente
descrita desde tiempo atrás y literariamente mantenida en aras de la figura
humana cuyo valor se ha estado reconociendo en ella.
Antonio Baso Andreu
También sucede que cuando por primera
vez llegamos a un pueblo o ciudad, de
momento nos apresuramos a irlo conociendo de una forma rápida y superficial
si tenemos tiempo medido; en cambio, si
nuestra estancia va a ser más prolongada, será entonces cuando nos adentraremos más profundamente en la propia
existencia de lo que fue o es ese sitio,
tanto por nuestra propia visión al caminar por las entrecrucijadas de su propio
ambiente, o por lo que quienes vayan
saliendo a nuestro encuentro vayan ilustrándonos como transmisores de sus
conocimientos a nosotros.
Y esta traslación ha venido siendo el
hecho real del que hemos sido receptores muchos de los que transitoriamente
hemos fondeado en este sugestivo “puerto” dentro de la ría, donde las aguas del
mar abierto se remansan al unirse con las
de tierra adentro. De aquí que en estos
pasos, ya de día o en las penumbras de
la noche, hayamos ido viendo todo aquello que nos depara el presente lo mismo
que nos llegan las voces mudas que nos
hablan de su pasado. También existe la
palabra escrita que de aquí hace narración del espacio vital y gentes que lo
ocupan, llevando al lector hacia la cautividad de la belleza, en una “terra” amable y acogedora, aunque de abnegación
y sacrificio como suele ser al hallarse
frente a los embates marineros y, a su
vez, a un accidentado espacio geográfico, muy bello, sometido a la peculiar climatología que lo envuelve. Así hemos
sido llevados de la mano de algunos
narradores de dentro y de fuera, que nos
han ido ilustrando sobre cosas que vienen desde los más lejanos tiempos hasta
ahora, como han sido el padre Sarmiento, el jesuita Amoedo, o don Jorgito el
Inglés, de nombre Jorge Borrow, así
como otro de la misma nacionalidad,
Milford, que permaneció en Galicia
durante la guerra de la Independencia, y
más aquí Castelao y Álvarez Gallego,
Filgueira Valverde, Landín Tobío, Sampedro y Folgar, Otero Pedrayo, o Fernández Otero, o Rafael Fontoira Surís o
tantos más a los que por falta de espacio
no podemos relacionar aquí.
Todos ellos y cada uno en particular son
quienes nos han ido dando fe de ese
maravilloso pasado “da terra” que pisaron, a veces con ese natural sentimiento
y añoranza como lo hacía el padre Amo159
edo, a la expulsión de los jesuitas en el
siglo XVIII, refugiado en Bolonia, 1787,
que recordando a su patria lejana “celebraba con amor filial cada calle, fiesta,
costumbres y familia amiga, evocando
con profunda emoción, desde los clásicos soportales boloñeses los pórticos
nativos”, decía de él Otero Pedrayo.
Cuyos legendarios personajes fueron
transmitidos a nosotros por su popularidad o porque por sus hechos fueran acreedores de perpetua memoria, muchos de
ellos hayan llegado a figurar en la páginas impresas en ese estilo expresivo que
es la crónica, o tradición escrita; lo
mismo que el enunciado de sus nombres
ha podido ser grabado sobre las piedras
y placas de bronce como glorificación
suya.
Y uno de estos personajes es en la ciudad de Pontevedra un soldado español,
nacido del pueblo, cuyo nombre está
estrechamente unido a su historia en la
primera parte del siglo XIX, época de la
guerra de la Independencia y más tarde
en la vida política de Galicia, ya en las
postrimerías de la vida del propio personaje; nos referimos ahora al Excmº Sr.
don Pablo Morillo, conde de Cartagena,
marqués de la Puerta, teniente general de
los Ejércitos españoles, gentil-hombre de
Cámara de su Majestad, hombre culto
que perteneció a la Ilustración.
II
Según sus biógrafos, nos encontramos
ante un destacado personaje que nació en
la pobreza de una familia con escasos
bienes, a la que dejaba de niño para
entrar en un cuartel para poder vivir, y
que a partir de ello haría carrera, según
sus luces naturales, llegando a alcanzar
los entorchados de mayor grado en la
milicia. Además de que le fueran abiertas las puertas de la nobleza debido a sus
propios méritos.
Don Pablo Morillo nacía en Fuente-Seca,
provincia de Zamora, el 5 de mayo de
1778, en el seno de una familia de labriegos que apenas contaba con recursos
suficientes para ir saliendo adelante;
quizá aquella precaria situación hiciera
que el pequeño Pablo fuera un rapaz despierto cuando se criaba entre las cuatro
160
paredes de su casa, en un ambiente natural de abiertos horizontes pero de escasos recursos que ofrecerle, lo que haría
que de niño tuviera que salir al campo
como pastorcillo. Eran tiempos de penuria que venían arrastrándose desde la
Guerra de Sucesión con los Decretos de
Nueva Planta para determinadas regiones
españolas; los primeros brotes independentistas en los territorios de Ultramar;
la política europea y la entente con Inglaterra pese a la usurpación de Gibraltar;
los devaneos de Carlos IV y las diferencias de su heredero; la independencia de
América del Norte; la Revolución Francesa y la Convención, etc. etc.
Eran momentos de nuestra Historia en
los que muchos de los españoles de
entonces apenas contaban con medios
suficientes para subsistir, en tanto que
gran parte de las tierras de cultivo eran
pertenencia de la Iglesia, Municipios y
señoríos gracias a anteriores concesiones
dadas por la Corona. Esta situación haría
que aquel niño sentara plaza en la milicia cuando apenas tenía doce años de
edad. Aquel paso sin duda debió ser algo
así como una salida u opción, que
muchos tenían a su alcance para abrazar
la carrera de las armas desde soldado
raso, o bien que ingresaran en el seminario conciliar en la sede de la diócesis
llevados de la mano del cura del lugar.
Así este Morillo, siendo aún niño, el 19
de marzo de 1791 entraba en el servicio
como soldado voluntario del Regimiento de la Marina –dada su corta edad posiblemente lo hiciera como educando de
banda o como pequeño asistente en la
camareta de mando–, lo que no impediría que tuviera que partir a las diversas
operaciones en las que participara aquel
Cuerpo. En octubre de 1797 obtenía los
galones de sargento, debido a su meritorio comportamiento en dichas campañas: el sitio de Tolón; los combates
navales del cabo de San Vicente o la
batalla de Trafalgar en la que recibió
varias heridas. Aquí, según su Hoja de
Servicios probó su valor cuando con
gran arrojo salvó una bandera que había
caído al mar1.
Aquellas luchas eran trascendentes en la
política interior y exterior patria, que
irían extendiéndose con mayores complicaciones con la invasión de Vizcaya
y Álava, primeramente, con la paz de
Basilea y la pérdida de Santo Domingo,
1795. Seguido de la ruptura con Inglaterra, con los reveses para las tropas españolas en las costas portuguesas de San
Vicente –en cuyos combatres se distinguió este Morillo–, con los ataques a
Cádiz y Tenerife, 1796. A los que sucedió la conferencia de Lille y la política
de colaboración en el Directorio francés2.
Hay quien asegura que fue muy rápido el
desarrollo de la carrera militar de Pablo
Morillo, sobre todo a partir del 2 de julio
de 1808, que era promovido a subteniente en virtud de sus méritos contraídos en la batalla de Bailén, en la que
participó el batallón de Marina al que
estaba adscrito. Por lo que con esta categoría de subalterno pasó a servir a los
Ejércitos de Galicia por orden de la Junta
de Sevilla. Observamos que ambas designaciones se llevaban a efecto dos
meses después de la dramática jornada
del mayo anterior a la ocupación de gran
parte de las ciudades y fortalezas españolas por las tropas francesas; la puesta
en pie de guerra de nuestro territorio
nacional con la creación de las Juntas de
Defensa regionales, entre ellas la de
Sevilla; la vejatoria abdicación de Carlos
IV y la de su hijo Fernando VII en Bayona; las sangrientas luchas callejeras entre
el pueblo y los invasores... Era ésta la
situación en que se encontraba nuestra
patria cuando Morillo llegaba al “finisterre” español, por el que también aquí se
distinguía por su bravura y al poner en
juego sus conocimientos aprendidos en
las campañas pasadas3.
Sabido era que algunos mariscales de las
invasiones franceses procedían de las clases de tropa, promovidos a ello en la
Revolución de 1789-1815; y algo semejante sucedió en España durante la guerra de la Independencia en casos como el
de Pablo Morillo al ser proclamado coronel de los patriotas que sitiaban la plaza
de Vigo el 27 de abril de 1809, dado que
el gobernador francés únicamente quería
capitular de forma “honrosa” ante un Jefe
caracterizado, pero en modo alguno ante
la gente que le atacaba. Proclamación
El teniente general
don Pablo Morillo,
pintado por Horacio
Vernet (Museo
Naval, Madrid).
Fot. Moreno.
que tuvo su efecto además de que este
empleo le fuera inmediatamente confirmado.
En tal graduación le fue conferida a
Morillo la organización del Regimiento
de La Unión, a cuyos hombres, con escasos recursos, pudo con fusiles, armas
blancas, chuzos y cuanto tuvo a su alcance para hostigar al enemigo, ante cuya
deficiencia de medios en una de sus
patrióticas alocuciones a sus soldados les
dijo: “Los fusiles debéis quitárselos a los
franceses”, además de que con ello mostraran su propio valor.
Desde entonces para todos los pontevedreses y, para los que somos de fuera, el
legendario nombre de Pablo Morillo está
unido al del lugar de Puente-Sampayo.
Aunque por nuestra parte, ahora, al ser
conocida con mayor detalle el desarrollo
de aquella gesta únicamente podemos
referirnos de forma breve sobre ella; el
valor de aquellos defensores y el significado histórico de esta villa en las gloriosas jornadas de 7 y 8 de junio de 1809.
Como así sucedió a raíz del avance del
general francés Suiy por el sur de Galicia, en tanto que su compatriota general
Ney lo hacía por la costa, de manera que
las tropas españolas, mandadas por el
marqués de La Romana, llegado de su
campaña en Dinamarca, y por el conde
de Noreña por la zona del Miño, quedaran estranguladas en una bolsa. Es justo
recordar que también actuaban guerrilleros independientemente4.
Entonces La Romana se mantenía a la
izquierda, en tanto que Noreña cubría la
línea del Oitabén, al este, de gran dificultad de acceso, no dejando otro punto
abierto para cruzar el río que el puente
de Sampayo. Lugar donde se escribiría
una de las más brillantes páginas de la
guerra de la Independencia y también de
la Historia de Galicia, debido al sitio en
que sucedió y la naturaleza de sus protagonistas, en gran parte capitaneados
por el coronel Pablo Morillo; los cuales,
pegados a su propio terreno, durante
dichas jornadas frenaron la ofensiva de
Ney sin apenas perder efectivos, haciéndoles salir en retirada humillante pese a
su superioridad y medios de combate
ulitizados, para establecer la línea de
fuego en las orillas del Oitabén. En tanto
que su jefe Ney proseguiría hacia León,
y Soult hacia Monforte de Lemos, acantonando aquí sus tropas en lugar de ayu-
dar a su compañero de armas. Se dice
que, con aquella acción defensiva, quedaba totalmente liquidada la campaña
que había partido del norte de Portugal
por parte de los franceses y también
mejorada la situación del territorio
gallego5.
Consecuencia de ello fue que Morillo, el
14 de marzo de 1811, sería ascendido a
brigadier del Ejército español. Contaba
con treinta y un años de edad. Era joven.
Por lo tanto se daba en él la máxima de
Napoleón Bonaparte de que: “Cada granadero es portador en su mochila del
bastón de mando de mariscal”6.
La guerra proseguía con las operaciones
de Portugal y Extremadura. Sult era
derrotado en Albuera y Suchet, que había
luchado en Aragón, actuaba en Levante
–este había sido el incendiario de San
Juan de la Peña, cuna de las Reconquistas aragonesa, en represalia a la tenacidad de sus defensores montañeses–. Y, el
13 de julio de 1813, don Pablo Morillo
recibía la faja de mariscal de campo, en
atención a su destacada actuación en la
batalla de Vitoria, mandando la Primera
División del IV Ejército. La ofensiva del
mariscal Wellesley, con la retirada de
161
José I a la frontera; con Vitoria, San Marcial y la capitulación de Pamplona como
puntos claves de la misma batalla que
decidió el final de la contienda encendida por Francia; y la organización de la
Junta Militar. A propuesta de la cual,
Morillo recibía la condecoración especial, consistente en escudo de plata, bordado en campo verde con el lema:
Premio a la Unión7.
Lograda la paz en el territorio peninsular
después de ser vencidos y arrojados los
franceses de España, en 1814 era nombrado don Pablo Morillo capitán general
de las provincias de Venezuela, y hallándose en el desempeño de este mando, en
abril de 1815, ascendía a teniente general por los méritos contraídos en la expedición al Río de la Plata, donde había
sido herido de un lanzazo. En aquella
época la cirugía de guerra tenía la especialidad de atender en campaña la
curación de tan dolorosas heridas y tramáticas lesiones habidas desde las luchas
de la más lejana antigüedad; aunque las
técnicas operatorias por entonces ya fueran más avanzadas y de tenor menos
doloroso, en gran parte debido a las plantas tropicales, como la adormidera o la
quinina, desconocidas por la terapéutica
hasta el Descubrimiento. Hemos visto de
otro militar, Mariano Ricafort Palacín,
que luchó junto a Morillo y sufrió heridas de igual etiología como tantos otros8.
Esta época del héroe que estamos viendo coincidió con el momento en el que
dadas sus probadas dotes como soldado
y méritos que llevaba contraídos, en el
mismo 1815 era enviado por el recién
coronado monarca, Fernando VII, a combatir a los americanos alzados en armas
contra la metrópoli. Su actuación fue llevada por él con positivos resultados en
sus luchas contra las fuerzas que acaudillaba Simón Bolívar, y que incluso éste
se decidió a aceptar la llamada “tregua de
Trujillo”, ya en 26 de abril de 1820, por
la que por espacio de seis meses se suspendieron las hostilidades, a la vista del
cambio que experimentaba la política
española9.
En aquel preciso instante ambos militares: Morillo por una parte y Bolívar por
laotra, mantuvieron respetuosas entre162
vistas y sin acritud alguna entre ellos.
No obstante aquél regresaría a España,
donde se entremezclara con los acontecimientos políticos nacionales derivados
de la llegada de Fernando VII, declarándose fedatario del régimen tradicional, si
bien luego pasaba al bando opuesto siendo uno, Morillo, de los que lucharon
junto a “las milicias” en los acontecimientos de Madrid, de 7 de julio de
1922; a la sublevación de los batallones
de la Guardia; la dimisión de Martínez de
la Rosa; la subida de Evaristo Sanguel,
entre otras contingencias más. Mientras
tanto se luchaba por Cataluña siendo
Espoz y Mina el que atacaba a los realistas.
Otro fue que las Cortes extraordinarias
de 1822 adoptaron mediadas de fuerza a
fin de mantener la autodefensa del régimen constitucional. Consecuencia de ello
fue que el teniente general Morillo saliera de la Corte y se confinara en Francia
en 1823; en gran parte debido a que el
gobierno liberal, a raíz de la llegada de
“Los cien mil hijos de San Luis” a nuestra península, y que antes de entrar en
lucha contra ellos decidió capitular ante
su jefe, el general Bourke10.
Volvía entonces a reconocer al Gobierno absolutista; y hallándose como consecuencia de ello ante el temor de que
fuera perseguido tomó la decisión de cruzar el Pirineo para permanecer en el vecino país hasta 1832, en que regresaba a
España por haber sido nombrado capitán
general de Galicia. Observamos una vez
más cuál fue la azarosa vida de Morillo
y las condiciones que concurrían en él
para merecer la confianza del mandato
que se le entregaba11.
III
El general Torrijos había fracasado en
el movimiento liberal que acaudillaba,
1831, con su entrega en Cabezas de San
Juan y su posterior fusilamiento con sus
compañeros en la playa de Málaga. También la cuestión sucesoria de la Corona
por la enfermedad de Fernando VII daba
lugar a un problema de gran calado
nacional, aunque, restablecido el monarca, su esposa doña María Cristina se
hacía cargo de la regencia, adaptándose
en consecuencia medidas de corte liberal, con la declaración de amnistía y
supresión del codicilo de 18 de septiembre. Aunque no tardarían en reavivarse
los rescoldos del carlismo y por lo tanto
la guerra en el norte.
Ésta era, pues, la situación interior de
España cuando a tenor de aquellas disposiciones conciliadoras el general Morillo era amnistiado también, 1830,
siéndole restituidos los grados, honores
y distinciones con que contaba en la indicada fecha de 7 de marzo de 1820. Por
ello quedaba de cuartel hasta que en 1832
se producía el nombramiento citado con
anterioridad.
Dada esta circunstancia, Morillo partía
nuevamente hacia este Reino aquel
mismo año, incorporándose al servicio
en la capitalidad de Santiago de Compostela, si bien a petición suya al poco
de su llegada sería trasladado a A Coruña.
Por aquí, entonces, en cuanto a los contingentes armados dependientes de aquel
mando, Galicia numéricamente contaba
32.000 efectivos realistas –según el lenguaje castrense de ahora referido a hombres en acción–, muchísimos más que
soldados, lo que hizo que Morillo, como
jefe militar y político que era, con gran
habilidad y destreza llevara a cabo el
desarme de los primeros. Por otra parte,
acompañado por su cuartel general prontamente se decidió a recorrer el territorio
de su mando, llegando incluso a las vecinas tierras del Principado de Asturias.
Por todas estas cosas y otras anteriores
entonces reconocidas le era concedida la
Gran Cruz de Carlos III; además de que
sumiso a la Reina Gobernadora, doña
María Cristina, ésta llegase a decir de él
que: “confío en Morillo por su apoyo, su
celo, su sagacidad y su tino”12.
Hombre de temple, curtido su cuerpo
arrogante y bien parecido en muchas latitudes desde su modesto origen hasta el
encumbramiento de su legendaria persona, el mismo por aquí prontamente
empezó a sentir los preocupantes síntomas de una salud resquebrajada, pese a
tener una edad media para aquella época
y joven en nuestros tiempos. Lo cual no
sería óbice para que al entonces ministro
de la guerra don Francisco Fernández del
Pino le escribiera así: “Cuando las circunstancias lo exijan me encargaré del
mando del Ejército; puesto que tratándose de la Reina Nuestra Señora –se refería a doña Isabel II– y de su excelsa
madre la Reina Gobernadora, no me arredra mi propia existencia, si a costa de ella
puedo corresponder a las singulares distinciones con que me honra”. Pero aquellos males físicos no se daban solamente
en él, puesto que su esposa doña María
Josefa del Villar también adolecía de
algunos achaques13.
Aquella estadía del teniente general
Morillo en la Capitanía General de Galicia, siendo el último período de su vida
militar activa, fue muy posiblemente una
época para él de apacible bonanza y
sosiego para el espíritu después de tan
intensas andaduras por tan quebrados
caminos y procelosos mares, además de
que su cuerpo estuviera salpicado de costurones cicatrizados, después de que los
sufrimientos por la patria se le aliviaran
por la satisfacción del deber cumplido.
Además de que aquella presencia suya al
cabo del tiempo por las tierras galaicas
suponía traer a la memoria de sus gentes
aquellas gloriosas jornadas del 7 y 8 de
junio de 1809, de las que fue partícipe en
Puente-Sampaio.
Morillo llegó a ser un hombre de letras
pese a la modestia de su origen. Se formó
a sí mismo intelectualmente, lo que haría
que dejara escritas algunas obras y documentos de brillante pluma, como por
ejemplo sus “Memorias relativas a los
principales acontecimientos de las campañas de América”, o el “Manifiesto a la
nación española”, o la proclama que
redactó cuando la matanza de los frailes
hallándose al mendo de Galicia.
Fue un personaje considerado como de
gran cultura, propia de la ilustración de
su tiempo surgida del movimiento intelectual que nació en Francia, donde aquél
permaneció desterrado durante algún
tiempo, consecuencia todo ello de la
admiración que había surgido hacia las
corrientes culturales inglesas de la primera mitad de XVIII, el “siglo de las
luces”; esto nos induce a considerar a
Morillo comprendido entre aquellos es-
clarecidos hombres de su misma profesión para los que sus armas iban unidas
a los libros. Cultivador del arte de la guerra era, pues, or dedicarse al estudio de
la estrategia militar y los métodos castrenses, aunque inicialmente no hubiera
sido formado en colegio alguno, tal como
sucedió con el conde de Aranda, el marqués de la Romana, don Antonio Ricardos o el general Palafox, hijo del
marqués de Lazán, que después de pasar
por las Escuelas Pías de Zaragoza se
incorporaba a los diez y seis años a la
compañía flamenca de los Reales Guardias de Corps, que para él fue su verdadera academia militar.
IV
Como consecuencia de todo este historial
de don Pablo Morillo y de las dotes intelectuales de su persona, algunos escritores gallegos en varias ocasiones le
tributaron homenajes de admiración y
respeto, lo mismo que a su esposa,
hallándose ellos en la Capitanía General
de Galicia. De uno de ellos, Francisco
Rodríguez, con la frescura de cuando lo
escribió, leemos este poema:
Soneto
“Resume el eco grato y respetuoso,
experto General, en vuestro día,
y acreciente el placer mi poesía
en momento oportuno y venturoso.
Sobre sí Orbe que sois un valeroso,
que no quiere apoyar la tiranía,
y de España revive la alegría
al ver contribuía a su reposo.
Vuestra esposa querida y bellos frutos
que el amor ha rendido, os acompañen,
y sean a la vez sabios y astutos.
Por do quiera que vayan no les dañen,
antes logren tal grado tal victoria,
que en valor os igualen y en la gloria”14.
Era escrito este soneto por Francisco
Rodríguez, en 1833, cuando celebraba su
día “el Excmº Sr. Conde de Cartagena y
digno Capitán general de este Ejército y
reino de Galicia”, felicitando a él y a su
esposa, deseando que los bellos frutos de
su amor –refiriéndose a sus hijos– lograran iguales timbres de grado y victoria
igualándole en valor y en la gloria.
Observamos, pues, que esta sencilla pero
bella composición podía enmarcarse
dentro del género de la poesía épica que
desde antigua ha servido para magnificar
a los héroes y ensalzar sus glorias, al
haber sido los paladines de los hechos
que se les atribuyen.
También observamos que ésta fue la
forma que el autor tuvo a su alcance para
exaltar la figura a la que tuvo acceso, y
que, aún ahora, literariamente se acostumbra a usar por medio del italianizante “soneto” procedente del latino “sonus”
compuesto de estos catorce versos de
gran sonoridad lingüística, distribuídos
en forma métrica en ambas cuartetas y
los dos tercetos siguientes. De exaltación
al capitán general en su fecha las primeras y de parabienes a los suyos los
segundos.
A continuación vemos que el editor de la
Gaceta del Gobierno de Santa Fe de
Bogotá insertaba en ella otro soneto dedicado a Morillo, y que, según suscribía el
Dr. Juan Manuel García del Castillo,
dicho editor se hallaba “de capellán
mayor de Carmelitas Descalzas de la
Baronesa en esta Corte” y que “ha estado a visitar sus respetos a S. E.”
Muy semejante al anterior, así era este
soneto:
En las alas del Genio arrebatado
vi el templo de la fama, que la Historia
á los varones del inmortal memoria
con docto acierto tiene consagrado.
Allí, a la par de Marte colocado,
un héroe ví que lleva la victoria
vinculada en su brazo y que la gloria
la tiene de laureles coronado.
¿Quién es, pregunto a la parlera Fama,
el que se ve rodeado de tal brillo?...
al punto mismo con su trompa clama:
Este es en ambos mundos un caudillo
que en amor a su Rey siempre se inflama
y siempre triunfa: el General Morillo15.
Aquí hemos vuelto a leer otra expresiva
versificación escrita en el elevado estilo
grandilocuente de la época, cuyo pensamiento se traducía en uno sólo y propio
también de los sonetos dedicados a cantar victorias y a perdurar la memoria de
los inmortales. Desarrollado aquí gradualmente desde el primero hasta el último verso, dentro de los estrechos límites
de estos catorce versos en los que no
cabe nada que no contribuya a realzar al
personaje que vemos, para el que los epítetos en modo alguno han tenido que ser
163
Emblema
honorífico a
los
combatientes
de Ponte
Sampaio
(Pontevedra),
en 1809.
vagos ni las expresiones poco enérgicas,
por lo que el autor llega a mitificarlo
arrebatándole de sí mismo en las alas de
la Fama: la deidad que representa el
carácter o la energía y, para los antiguos
gentiles, la representación de cuanto atesora la Naturaleza; llegando así poéticamente al templo de la Fama, otra deidad
que en figura de mujer bellamente simbolizaba: la gloria, la celebridad y la
reputación de quienes las poseen; actualmente referida a la opinión sobre cada
uno por las gentes entre los españoles, o
la renommé de la que hablan los franceses. Y tras este etéreo viático es al lado
de Marte donde el poeta coloca al hombre, siendo el dios de la guerra el que lo
acoge y lo hace como aceptación de su
vigor y probada energía –siempre
supuesta en los militares en acción de
guerra–, con el significado que para los
alquimistas y químicos del pasado tenía
el hierro como símbolo de la misma deidad, identificada entre los romanos con
el Ares del Olimpo, y adorada por los
sabinos en la punta de sus lanzas; el
arma de las cargas de caballería de cuyas
lesiones y heridas en combate Morillo
tenían su cuerpo salpicado.
164
Otro poema dedicado: “Al Excmo. Sr. D.
Pablo Morillo y Morillo, Conde de Cartagena, Marqués de la Puerta, Gran Cruz
de la Real y Militar Orden de San Fernando y de la de Isabel la Católica,
Teniente General de los Reales Ejércitos [...], en celebridad del feliz acierto de
SS. MM. en nombrarle Capitán general
del Ejército y reino de Galicia” era el
siguiente:
“Ilustre exarco, honor de los caudillos,
nuncio de paz, y de potentes Reyes
ministro fiel, salud: así te aclaman
con la mano en el pecho
los hijos de Belona: así te invocan
cuantos testigos de tus altas glorias
te fían la mayor; jamás mancillen
bajo tu sombra las pasiones viles
la tierrra do supiste
con brío heroico y esforzado aliento
coger el primer lauro
que tu corona inmarcesible enmarca.
Muy mayor hoy te espera
si, como place al Dios de los humanos,
nos vuelves entonces como hermanos”16.
Estos quince versos fueron imprimidos
en la imprenta de Ares en 1832, el año
en el que don Pablo Morillo y Morillo se
hacía cargo del mando militar de Galicia;
y el anónimo autor en ellos parece que
desea darle su bienvenida, ahora como
nuncia de paz y ministro de potentes
reyes sus señores, en tanto que son los
hijos de Belona los que le aclaman refiriéndose a sus propias tropas al ser esta
imagen la diosa de la guerra en Roma,
que de origen sabino también su templo
era donde el Senado romano recibía las
embajadas extranjeras. Aunque también
previene al recién llegado de las pasiones viles que a su sombra puedan suscitarse, confiando en el brío heroico y
esforzado aliento que demostró en el
pasado y, finalizando, que su vuelta es
como hermanos.
Es esta otra bella composición en la que
el recuerdo y gratitud de los gallegos
fluye de la pluma del poeta, aunque su
estilo sea del propio que transciende a la
exaltación de la persona encumbrada por
los laureles de la fama, tan repetida en la
historia de los fabulosos dioses, los mitos
de la Antigüedad.
Los literarios de Santiago de Compostela también así le mostraban el sentimiento de admiración al Excmº Sr.
conde de Cartagena con el siguiente
poema:
“¿No ves, ¡oh ilustre Conde! en tus
blasones
al lauro de Platea
que al vigoroso viento libre ondea
y suena tus acciones?
Y fecundo en tus palmas este suelo
¡oh Conde bienhadado!,
¿no le ves jubilarse afortunado
y alzar tu nombre al cielo?
¡Pues si al hado conservar le agrada,
faltando a su codicia,
si don de tu existencia bien preciada,
tan cara a tu Galicia!
¿No oyes un grato y delicioso acento
que vierte la alegría,
tu nombre hiriendo el indeleznable viento
en dulce melodía?
Del hijo escucha de la sabia Diosa,
escucha, escucha el ruego
más inocente que el ángel que reposa
en plácido sosiego.
Dichoso, ¡oh noble Conde!, aquel
momento
mil y mil veces sea
que tu destino aquí fijó su asiento
y en nuestro bien se emplea.
Que entretejiendo a tu laurel la oliva
del templo de Minerva
tu mano a par que invicta compasiva,
su dignidad conserva.
¡Al cielo plegue, cual en algún día,
que al tendernos sus alas
tu protección, en sincera armonía
Minerva se una a Palas!
¡Ay, como entonces en sonoro verso
y de entusiasmo lleno,
dará tu claro nombre al universo
un vate más ameno!
A par de ti elevando el firmamento
ese ángel, esa diosa
más dulce que de abril el manso viento,
más bella que la rosa.
Tus delicias, tu amor, y a tu fatiga
el más grato consuelo;
el que más tierno a hombre le mitiga
el más acerbo duelo”17.
Estos expresivos versos que los literarios
compostelanos dedicaban a Morillo tienen el carácter propio del romance, de la
misma suerte que los sonetos anteriores,
como simple composición poética, caracterizado desde su tono peculiar y sencillo para ser elevado y sublime desde sus
primeras estrofas: en ellas se le pregunta si entre sus blasones ve al lauro de Platea, equiparando sus acciones victoriosas
con las que Gracia salió triunfante en la
histórica batalla de Platea librada entre
los persas y los griegos –479 años a. de
J. C.– en la II Guerra Médica en la Beocia Meridional. Y así desde el principio
estas once combinaciones métricas compuestas de cuatro versos constituyen un
bello poema en el que lo lírico se entremezcla con lo épico.
Escrito en castellano, aunque sea corto y
resumido, a manera de romance concuerda en su estilo literario al propio del
XVIII-XIX, en la exaltación de la vida
social, política o religiosa de nuestra
nación, cuyos triunfos, gloria, infortunios y costumbres quedan reflejados por
esta expresión, una de las más bellas formas de dar sentido a la palabra desde los
tiempos más antiguos. Que aquí se repite con loor mitológico, al ser del templo
de Minerva la oliva que se entreteje en
los lauros del héroe que los literarios
ensalzan. Aquí Minerva es la misma Atenea, la legendaria hija de Zeus, que se
trae al poema para simbolizar con ella la
sabiduría, las ciencias y la guerra como
atributos que aquellos veían en el conde
de Cartagena, don Pablo Morillo y Morillo. Así pues, en la invocación que a éste
hacen fuera tenderles sus alas de protección hacia ellos, y que en armonía Minerva se una a Palas, o sea Atenea.
Nos hallamos, pues, ante una pieza que
puede enmarcarse entre las que testimonian la verdadera epopeya, cuyo género
“romanesco”, a veces imponderable, se
ha caracterizado dentro de la variedad y
riqueza de nuestra literatura por medio de
las clásicos Romanceros, muchos de
ellos muy bellos desde los primeros
monumentos escritos en el galaico-castellano..., para llegar a Góngora, seguido
de Lope de Vega, Calderón de la Barca,
Quevedo..., Meléndez Valdés, el duque
de Rivas y hasta Rosalía de Castro, pues
apenas hay autor que no haya escrito
alguno.
Como ya hemos dicho anteriormente, la
esposa del general Morillo también fue
objeto de iguales homenajes poéticos.
Firmado por J. M. P. la imprenta Ares de
A Coruña, año 1833, editaba un soneto
con la siguiente dedicatoria: “A la
Excma. Sra. doña Josefa Villar de Morillo, Condesa de Cartagena, Marquesa de
la Puerta [...], con motivo de su feliz lle-
gada a La Coruña”. Con refinada gentileza hacia la que entonces era la primera dama de Galicia dada la alta
representación que ostentaba su marido,
aquel bello poema estaba escrito con
estas estrofas:
“Del héroe a embellecer ven, dulce esposa,
el digno lauro que a su invicta frente
llevó un tiempo Galicia reverente,
y hoy más que nunca acata reverente.
Al seno de la paz morar dichosa
veo, donde el alma enternecida siente
dióle del trono la deidad hermosa.
Amor y gratitud en lazo estrecho
aquí siempre hallarás: noble ternura,
candorosa amistad, franco y sencillo.
El corazón, desentrañable el pecho,
y, algo osa turbar tanta ventura,
en ofrenda la vida por Morillo”18.
Es un canto al amor el significado primordial de este soneto, lleno de dulzura
y de sincera gratitud a la persona del
heroico personaje por conducto de su
esposa. Ambos comparten los mismos
lauros; y, de aquí que Galicia se sienta
agradecida y reverente ante ellos. Y una
gratitud y honroso homenaje es igualmente el siguiente soneto anónimo, en el
que su autor desconocido solicita además
la protección del capitán general de esta
forma:
LA SÚPLICA
Soneto
“Si el héroe de San Payo, valeroso,
bondad tanta benévolo atesora,
¿la merced negará que justa implora
en ruego humilde un labio candoroso?
Si está su pecho, dulce y generoso,
abierto a la piedad consoladora,
¿lágrimas tristes turbarán la aurora
del día de Fernando venturoso?
No, que Galicia protector le aclama:
padre, le dice con amante anhelo,
y esa que véis cruzar, heroica fama,
por la región del viento en raudo vuelo,
su nombre ilustre con buril de llama
lo escribe en mármol y lo eleva al cielo”19.
Larga podría ser la antología de poetas
gallegos que dedicaran a glorificar con
sus versos la figura de don Pablo Morillo y Morillo. Uno de ellos fue Pascual
Fernández Baeza, el cual en 1835 publicaba otro soneto en el “Boletin de la provincia de La Coruña”, jueves 15 de
165
enero, titulado: “Al Excmo. Sr. Conde de
Cartagena en los días de su santo”, escrito con estas letras:
“A Galicia de un yugo que la humilla
en Vigo un tiempo libertó tu espada,
y el Águila francesa amedrentada
persigues en los campos de Castilla.
A la América vas, tu acero brilla;
Cartagena a tus pies se ve postrada,
y Galicia otra vez por ti salvada,
mira a su frente un héroe sin mancilla.
Así hoy en América la historia,
espada de terror la tuya llama,
y la llena de espanto la memoria.
Por su Morillo la Castilla clama,
titulándose el hijo de su gloria,
y su padre, Galicia le proclama”20.
Ésta es la última exaltación que transcribimos, en la que se cuenta que el adalid
desde su Castilla de origen se traslada a
la Galicia que liberó su espada; lo mismo
que le recuerda el poeta el brillo del
mismo acero en América, al tener a Cartagena ante él postrada. Y finaliza, viéndole como un hijo glorioso de Castilla,
en tanto que como padre Galicia le proclama.
Son, por consiguiente, todos estos poemas una serie de narraciones en verso de
los que transciende la epopeya y lo épico
de su asunto, en los que a Morillo se le
asciende a la cumbre de su reconocida
fama por ser caudillo de grandes acciones, memorables y extraordinarias, que le
hicieron capaz de enardecer a todo un
pueblo. Expresados poéticamente con
unas acciones, personaje, estilo literario
y versificación que así los caracteriza
desde el comienzo hasta el fin en cada
uno de ellos. Incluso muestran la preceptiva unidad entre las acciones principales y aquellas otras secundarias
expresadas con el clásico simbolismo o
belleza dados por sus autores. Lo que
hace que su necesaria integridad y verisimilitud los transformen en discursos
testimoniales de la propia historia con su
importancia y valor propios de la epopeya, la cual –como dice Hegel– puede
considerarse como la Biblia de un pueblo al quedar escrita dentro de sus propios límites. De aquí que la producción
de poemas épicos desde las edades primitivas de las naciones hasta los que en
la actualidad se escriben, pasando por
166
otros como los que acabamos de transcribir en loor del capitán general de Galicia, don Pablo Morillo y Morillo, en los
que la voz del poeta se convierte en arenga y diálogo para dar carácter al sentido
que le anima. Es lo que ya Lucano expresaba en sus Diez Cantos en la guerra civil
entre César y Pompeyo, mostrándose
como propagador de asuntos heroicos; lo
mismo que Dante lo haría en los tercetos; o Milton en su versificación libre;
para ir siguiendo por los siglos XVIII y
XIX con sus conocidas octavas reales,
aunque nos fueran éstas la única combinación métrica.
V
Pero aquella glorificación del mismo personaje no llegaría a colmar de plenas
satisfacciones la vida de sí mismo y consecuentemente la de su familia, dada la
precariedad de la que su salud adolecía.
El doctor José Lorenzo Suand era el
médico que le atendía en A Coruña, y sus
partes clínicos diagnosticaban al paciente de colitis crónica, a veces desatendida
por este mismo, agravándose al entregarse de lleno a las actividades de su
cargo como vino a suceder al regresar del
viaje realizado con su cuartel general por
Ourense, La Puebla y Portillas. Su intervención en las operaciones de la guerra
civil también repercutieron en aquel estado de salud. Por lo que aun no siendo
viejo se hallaba cansado después del trabajo, a lo que se unían las depresiones
por los sinsabores anteriormente sufridos
y el alma acongojada a veces; todo ello
le obligó a que tomara una licencia de
cuatro meses, trasladándose a Madrid, de
clima más seco que el de A Coruña, con
el fin de reponerse21.
Hallándose en esta situación decidió viajar a los Baños de Baréges en Francia,
donde ya no recuperaría su salud, dado
que allí fallecía el 27 de julio de 1837.
Sin ninguna pompa sus restos mortales
fueron inhumados en el cementerio de
Luz-Saint-Sauveur en el departamento
de los Altos Pirineos, donde reposaron
hasta el 8 de agosto de 1843 que fueron
trasladados a Madrid y depositados en la
Sacramental de San Isidro, patio antiguo,
bajo, de San Andrés, en el número 436.
Su sepultura-panteón erigida allí constaba de una plancha de bronce que contiene en el centro una lápida de cobre,
coronada por las armas de Morillo y flanqueada de sus enseñas y glorias militares. Otras lápidas del mismo metal a
ambos lados recuerdan a familiares suyos
que allí también reposan. El epitafio de
la principal inscripción mortuoria reza
así:
El Excmo., S. D. Pablo Morillo
Conde de Cartagena, Marqués de la Puerta,
Teniente General de los Ejércitos
españoles, Gentil-hombre de Cámara de S.
M. Caballero Gran Cruz de la Real y
distinguida Orden de Carlos III, de la de S.
Fernando, de la Isabel la Católica y otras
por acciones de guerra.
Falleció el 27 de julio de 1837, en
Baréges, lugar de Francia.
Los restos mortales traladados por el celo y
cariño de su amante esposa en 2 de
septiembre de 1843, fueron depositados en
este panteón en obsequio y conservación de
su buena memeoria.
R.I.P.
Éste era el último tributo de amor que
Morillo recibía de su esposa, doña María
Josefa del Villar, que aún le sobreviviría
treinta y ocho años más. Fallecía en París
el 1º de enero de 1875 cuando Francia
estaba bajo la III República y en España
se había restaurado la monarquía con la
subida al trono de Alfonso XIII22.
VI
A manera de epílogo puede decirse que
el monumento de la Alameda pontevedresa y esta sencilla sepultura de la
Sacramental madrileña representan, en
síntesis, el alfa y omega de una vida
legendaria en la que la abnegación y el
heroísmo fueron las motivaciones más
importantes del ser humano al que le
tocó vivirla. Desde soldado inicialmente
y primeras campañas, para iniciar su fulgurante carrera de las armas al ser proclamado coronel en Vigo; con los seis
años que como generalísimo permaneció
en América, donde dio pruebas de talento, sencillez y una honradez ejemplar y
aleccionadora para todo gobernante. Ha
llegado a decirse de don Pablo Morillo y
Morillo que en tanto que él alcanzó los
más ilustres timbres de honor y respeto,
Figura ecuestre del
teniente general don
Pablo Morillo y Morillo,
conde de Cartagena,
marqués de la Puerta,
gentil-hombre de
Cámara de S. M.
(Biblioteca Nacional).
Fot. Moreno.
moría con escasos recursos y sin bienes
que legar a sus deudos. Una situación que
rayando con la pobreza dio lugar a que
su viuda tuviera que acudir a la reina en
demanda de socorro, ya que su matriarcado contaba con cinco niños a los que
obligadamente tenía que atender.
Éste era el abandono y miseria en el que
las familias de tantos servidores de la
Patria quedaban a su desaparición, en
tanto que por nuestras tierras peninsulares o por aquellas otras transoceánicas
–Ultramar– se enriquecían y escrituraban
para sí grandes extensiones que sus descendientes aún conservan en la actualidad, muchos de ellos absolutamente
ajenos al noble oficio del cultivador
directo y personal. Mucha fue la grandeza de aquel primer conde de Cartagena
pero su desamparo era algo consuetudinario en los usos y costumbres del Erario Público, comprobable por la carta que
doña María Josefa del Villar escribía a la
pegaduría correspondiente, ya en 1840,
comunicando no haberse ejecutado parte
de los haberes devengados y no percibidos por su esposo en tiempos de la guerra de la Independencia, ni tampoco unos
restos que a ella correspondían como
derechohabiente. Casos como éste se
multiplicaban en tanto que grandes fortunas se amasaban y cocían a hornadas,
a veces obtenidas por privilegio real.
Pero existen en la vida cosas que están a
veces muy por encima de los bienes
materiales que una persona pueda tener
a su alcance como vino a suceder en el
caso que estamos contemplando, pues así
lo comprueba la serie de distinciones y
trofeos reconocidos a su protagonista y
los hombres con los que compartió sus
hazañas. Un ejemplo para la posteridad
es, por citar alguno, el Escudo de Distinción otorgado a los triunfadores del
combate librado sobre el puente de Sampayo, orlados con ramas de palma y laurel, con la leyenda: “Sn. Payo 7 y 8 de
junio de 1809”, con el puente cortado al
centro del río.
Entre otros más el Museo Nacional del
Ejército de Madrid en memoria de aquellas gloriosas jornadas conserva la Bandera Coronela del Regimiento Peninsular
La Unión, de seda blanca con el escudo
de armas reales en el centro, ornado del
collar del Toisón de Oro y de Carlos III,
todo ello sobre cruz de Borgoña, en
cuyos extremos lleva escudos del Puen-
te Sampayo con una custodia circundada
por seis estrellas en campo matizado de
azul y plata, leyéndose la inscripción:
Sampayo, 7 y 8 de junio de 1809, y a los
costados una lista con letras de oro: Regimiento Peninsular de la Unión, Segundo
Ligero23.
Procedente del Regimiento de Marina,
Morillo organizaba aquel Regimiento
Peninsular de La Unión y la memoria de
sus gestas perdurarían manteniendo su
nombre en el recuerdo. Así en el citado
Museo Militar existe otra Bandera de
seda blanca con la cruz de Borgoña en su
centro, teniendo sus aspas rematadas por
escudos orlados por coronas de palmas y
laureles. Dos de estos escudos están formados por un puente cortado, sobre el
río, y alrededor el lema: “Luchana, 24 de
diciembre de 1836”; en los otros figura
el mismo puente, pero sobre la cortadura de uno lleva la cruz de San Fernando
y sobre la del otro la medalla. Ostenta la
corbata de San Fernando por la histórica acción del general Espartero de la
Nochebuena de Luchana. Era en la campaña del Norte, meses antes de que Morillo falleciera en Baréges, en el mediodía
de Francia24.
167
Unido a estos simbólicos recuerdos al
conde de Cartagena se le considera como
un militar ilustrado que, convertido en
aristócrata, llegó a cultivar su afición a
las letras y al conocimiento del buen
gusto, una inclinación por su parte que
llegó a tener su lugar en el mundo de las
Bellas Artes españolas con la Fundación
cultural que bajo el patrocinio de este
título nobiliario –conde de Cartagena–
se han venido otorgando becas al estudio
a pintores, escultores, arquitectos y músicos en España, Europa y América, de
las que fueron beneficiarios de ellas
muchos estudiosos e investigadores desaparecidos y otros que en la actualidad
subsisten como ilustres académicos, catedráticos, historiadores o artistas de reconocida fama, algunos de ellos con los
que mantenemos estrecha relación en la
Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando.
Inicialmente, hemos dirigido nuestros
primeros pasos por esas apacibles veredas por las que desde la marina de costa
recortada se alcanza la cumbre de la ciudad, moderna ahora aunque salpicada de
remembranzas testimoniales que a cada
instante nos salen al encuentro. Y para
los que hemos llegado de fuera ascendiendo desde el Lérez tomando como
referencia Santa María, es a continuación
el monumento que al visitante detiene
antes de solazarse por la fronda de La
Alameda. Es aquí donde está el emotivo
lugar pontevedrés sobre el que se erige el
conjunto dedicado a recordar la heroica
gesta de la gente gallega ante las tropas
francesas, que capitaneadas por aquel
Pablo Morillo en Ponte-Sampaio hicieron poner en retirada al general Ney;
estaba formado aquel ejército de unos
aguerridos luchadores integrados patrióticamente por labradores, estudiantes y
menestrales en los memorables días de
junio de 1809. Son los mismos que en
bronce figuran en el pedestal, siempre
acompañados por las palomas que, revoloteando, los alcanzan para posar en sus
hombros.
Es obra del escultor Julio González Pola,
de gran belleza artística y que a primera
vista sugestiona y conmueve al que la
contempla. Es como si fuera un cantar de
168
gesta vaciado en bronce a la altura del
pétreo pedestal que al grupo que Morillo
acaudilla soporta. La apropiada dedicatoria es la siguiente: “A/ los/ Héroes/ de/
Puente Sampayo/ Acaudillados/ por
Morillo, Primer Centenario/ 1909”.
Para quien sus pasos le llevan por los
entresijos de la ciudad que recorre pronto palpa el espíritu que transcendió a este
homenaje y el reconocimiento de la
deuda contraída a aquellos héroes, lo
mismo que lo iban haciendo: Madrid a
sus héroes del 2 de mayo; Zaragoza en
el Centenario de los Sitios; a la batalla
de Vitoria en esta ciudad; Gerona, al
general Álvarez de Castro en Figueras o
en Tarragona a sus héroes es el bello
monumento escultórico que el jovencísimo Julio Antonio cincelaba poco antes de
su muerte.
Una efemérides en las conmemoraciones
del Primer Centenario de la Guerra de la
Independencia en Galicia que revistió
solemnidad fue el 27 de agosto de 1911,
al inaugurarse este monumento de Pontevedra, estando presente el presidente
del Senado don Eugenio Montero Ríos,
en representación del Gobierno de la
nación, el cual pronunció un brillante
discurso al ser descubierto el monumento. El acto se celebró en olor de multitud
al que llegaron muchos gallegos ausentes “da terra”, entre los que se encontraba una nutrida representación del Centro
Gallego en Madrid encabezada por su
presidente señor Vicente Reguera; las
autoridades provinciales y locales con la
Corporación Municipal de la que era
alcalde el señor Pérez Llanos; además de
distintas fuerzas vivas. Hubo ofrendas de
flores a los héroes aquéllos, músicas y
honras militares en su memoria25.
Creemos, finalmente, que unido a la
perenne memoria que se guarda al inicio
del paseo de Pontevedra a Morillo y los
héroes de Puente Sampayo, puede
sumarse el conjunto de poemas que en
vida le fueron dedicados por las letras
gallegas. Su lección al cabo del tiempo
observamos que puede estimular a un
ejercicio de reflexión en varias direcciones al leerlos sin prisa alguna, siendo una
especial el ver a aquellos inspirados poetas como contemporáneos de la persona
que honraban; otra era que sus versificaciones necesariamente las escribían con
ineludibles epítetos, de elevados adjetivos, sonoros en su estilo para una mayor
gradación de su ensalzamiento; que al
rendir pleitesía al héroe en la culminación de su existencia transcendían la
rememoración del pasado al presente que
se hallaban; cada poeta firmante o anónimo con estilos semejantes trataba de
aproximar a su héroe al lector, no como
un ser misterioso y hasta míticamente
imaginativo, sino realmente existente y
poéticamente mostrado como razón de
amor y acto de fe. Lo que viene a ser
forma de ensalzar las glorias, de proclamar las virtudes y revivir las almas por
medio de la palabra escrita o esculpida,
ya que los silencios a veces se pierden en
la oscuridad del pasado o bajo las losas
de las tumbas.
DOCUMENTACIÓN Y BIBLIOGRAFÍA
1. Hoja de Servicios del Excmº Sr. don Pablo Morillo y Morillo, teniente general de los Ejércitos
Españoles. Archivo Histórico Militar, Alcázar de
Segovia.
2. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo
Morillo y Morillo.
3. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo
Morillo y Morillo.
4. “La Guerra de la Independencia Española”,
Ramón Solís, pags. 219, 220, 221. Editorial Noguer
S. A., Barcelona-Madrid, 1973.
5. Historial del Regimiento Peninsular de la Unión,
Servicio Histórico Militar, Sección de Historiales
de Cuerpos, Madrid.
6. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo
Morillo y Morillo.
7. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo
Morillo y Morillo.
8. “Un oscense casi olvidado: Mariano Ricafort
Palacín” (en 5 de abril de 1815 Ricafort mandó la
división enviada por Morillo al Perú), Antonio Baso
Andréu. Argensola, pags. 278 y ss. Núm. 36, Huesca, 1958.
9. “Historia de España. Gran Historia de los Pueblos Hispanos” (ss. XVIII-XX), Luis Pericot Gar-
cía y otros, tomo V, pags. 258, 259. Instituto
Gallach de Librería y Publicaciones, Barcelona,
1959.
10. “Historia de España”, Luis Pericot y otros.
Tomo V, pags. 326, 237.
11. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo
Morillo y Morillo.
12. “Milicia de España. Teniente general don Pablo
Morillo, primer conde de Cartagena”, Andrés
Révesz. Editorial Gran Capitán, Madrid, 1947.
13. Andrés Révesz, op. cit.
14. “Teniente general don Pablo Morillo, primer
conde de Cartagena, marqués de la Puerta (17781837), Estudio Biográfico documentado”. Antonio
Rodríguez Villa (contiene los documentos justificativos de su estancia en América, regreso a España y los mandos que obtuvo hasta 1837 que
falleció), Antonio Rodríguez Villa, tomo IV, págs.
570, 571. Imprime Real Academia de la Historia,
Madrid, 1908.
15. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit.
pág. 571.
16. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit.
pág. 572.
17. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit.
págs. 572, 573.
18. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit.
pág. 574.
19. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit.
pág. 574, 575.
20. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit.
pág. 575.
21. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo
Morillo y Morillo.
22. Andrés Révesz, op. cit. págs. 196, 197.
23. Bandera del Regimiento Peninsular de La
Unión. Catálogo del Museo del Ejército de Madrid,
Banderas núm. 21064, tomo II, pág. 126. Ediciones A-R-E-S, Madrid, 1954.
24. Bandera de Batallón del Regimiento de La
Unión. Catálogo Museo de Ejército, Banderas núm.
21134, tomo II, pág. 136.
25. El imparcial, Madrid 28-8-1909.
169