140 Dilemas de la intervención psicosocial: ¿qué y cómo hacerlo

Revista Latinoamericana de Psicología Social IMB - Número 1 - Santiago, Diciembre 2012 – 140/153 pp.- ISSN 0719-2703. Rev. latinoam. psicol. soc.
Dilemas de la intervención psicosocial: ¿qué y cómo
hacerlo?
Dilemmas of the psychosocial intervention: what and
how to do it?
Este artículo busca develar el sentido de la intervención psicosocial en
términos de enfoques y finalidades subyacentes a las modalidades de
trabajo más referenciadas por la literatura especializada en intervención
psicosocial en contextos de pobreza. La complejidad del campo desafía al
interventor a tomar decisiones frente al dilema del objeto y las
estrategias de intervención más adecuadas. Se busca así responder a las
preguntas siguientes ¿Cuál es el sentido de la intervención psicosocial?
¿Desde qué enfoques y estrategias orientar el trabajo psicosocial con
sectores de pobreza? Se proponen lineamientos metodológicos que
cuestionan la lógica funcional e integracionista predominante por otra
más crítica que sitúe a los potenciales destinatarios como pares en la
construcción de la demanda, la estrategia de cambio y los resultados
esperados.
This article looks for the sense of the intervention psicosocial in
terms of approaches and underlying purposes to the modalities of
work more indexed by the literature specialized in intervention
psychosocial in contexts of poverty. The complexity of the field
challenges the professional to take decisions opposite to the
dilemma of the object and the most suitable strategies of
intervention. It is sought to answer the following questions ¿which
is the sense of the intervention psychosocial? ¿From what
approaches and strategies to orientate the work psychosocial with
sectors of poverty? It propose orientations that interrogate the
functional logic predominant for a critical model that places the
potential addressees as partners in the construction of the
demand, the strategy of change and the awaited results.
Palabras clave: Intervención psicosocial, enfoques, estrategias.
Key words: Psychosocial intervention, approaches, strategies.
Autor:
Verónica Gubbins
Psicóloga, Universidad de Chile; Doctora en Ciencias de la Educación, Pontificia Universidad Católica de Chile; Master of Arts en Psicosociología de
la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Académica de la Facultad de Psicología, Universidad Alberto Hurtado.
e-mail: [email protected]
Recibido: 18 de Junio 2012 Aceptado: 3 de Diciembre 2012
Citación: Gubbins, V. (2012). Dilemas de la intervención psicosocial: ¿qué y cómo hacerlo?. Revista Latinoamericana de Psicología Social Ignacio
Martín-Baró, 1(1), pp. 140-153. www.rimb.cl/gubbins.html.
Dirección: www.rimb.cl/gubbins.html
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Introducción
Cuando se piensa en el fenómeno de la pobreza y se plantea la pregunta respecto a la intervención psicosocial más efectiva para su
superación, la literatura muestra una amplia y nutrida variedad de enfoques y modelos de trabajo. Están los enfoques con énfasis en
las condiciones materiales de vida1; los que buscan el desarrollo de recursos o capacidades2; otros orientados a la inclusión social3,
entre otros. La pobreza constituye un fenómeno multidimensional que se construye en oposición relacional entre grupos sociales
diversos en lo económico, cultural, racial, de género. Sus expresiones son diversas. Si bien puede ser entendido como una situación
que se mantiene en el tiempo, en no pocos casos puede presentar cambios sea por factores asociados al empleo, salud, migración, u
otros intervinientes. Está condicionada históricamente (no es lo mismo ser pobre en los años 30, 50, 70 ó en esta década) y presenta
manifestaciones diferentes en cada localidad (País, Región o Comuna). De este modo, no se trata de un estado o realidad fija a la
que se le pueda aplicar modelos estandarizados construidos a partir de criterios normativos externos a los propios involucrados como
parece ser el criterio predominante de las políticas sociales de carácter público o privado. No es tan simple. De allí que, previo a la
acción, resulte relevante detenerse a reflexionar respecto del enfoque y estrategias de intervención psicosocial más adecuadas. Es
decir, cuestionar los modelos habituales de trabajo (Arriagada, 2004).
Frente al reconocimiento de una situación problema o demanda de ayuda, el psicólogo se ve con frecuencia convocado a responder
dos preguntas centrales: ¿Qué hacer? y ¿Cómo hacerlo? Las respuestas no son evidentes. Pese a que la noción de intervención
psicosocial es un concepto ampliamente utilizado en la literatura, un análisis más fino del sentido de las nociones empleadas muestra
no ser un concepto de acepción unívoca. Trasunta distintos modos de entender la intervención psicosocial. Se describen sentidos y
propósitos distintos que, solo una vez explicitados, permiten iluminar la toma de decisiones en materia del diseño e implementación
de intervenciones ajustadas a los intereses de superación de la pobreza. De allí que interese en este texto, responder a las preguntas
siguientes ¿Cuál es el sentido de la intervención psicosocial? ¿Desde qué enfoques y estrategias orientar el trabajo psicosocial con
sectores de pobreza?
El principal propósito es develar el sentido de la intervención psicosocial en términos de enfoques y finalidades subyacentes a las
modalidades de trabajo más referenciadas por la literatura especializada en intervención psicosocial en contextos de pobreza.
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La hipótesis es que mientras no se expliciten los supuestos implícitos a una u otra estrategia de cambio, aumenta el riesgo de
reproducir prácticas que hagan poco sentido a los directamente afectados y la efectividad de las mismas en consecuencia. Con todo
el costo en pérdida de recursos que la falta de pertinencia de una intervención puede traer consigo. La clarificación conceptual facilita
la comprensión de lo que se piensa, se hace y se pretende lograr. Especial atención merece cuando se trata de campos de trabajo
tan complejos como lo es intervenir en contextos multi-problemáticos como es el mundo social de la pobreza (Martinic, 2006;
Montigny & Lacharité, 2005).
El presente texto comienza discutiendo la noción de intervención psicosocial a partir de algunas definiciones disponibles. A partir de
allí, devela algunas concepciones implícitas y sus implicancias para la acción, mencionando además las estrategias más recurridas
para cada una de ellas. Finalmente, aporta algunos lineamientos metodológicos para colaborar en el proceso de discernimiento
profesional en este campo.
1. La noción de intervención psicosocial y concepciones subyacentes
La sola palabra “intervención” convoca la idea de perturbar algo que pareciera estar fluyendo naturalmente. No obstante, un análisis
más detallado de algunas definiciones disponibles da cuenta que esta “perturbación” puede describir sentidos diferentes. Se tiene por
ejemplo, la definición de Krause y Jaramillo (1998) quienes, a partir de un estudio de 94 centros y programas psicológicocomunitarios en siete comunas de Santiago de Chile plantean que lo habitual es que la intervención tienda a “(…) connota(r) una
acción planificada y sistemática desde fuera del sistema y, frecuentemente desde arriba” (p. 37). En esta misma línea parece situarse
la definición de intervención psicosocial propuesta por Sánchez (2002). A saber: “(…) acción intencionada y externa, desde la
autoridad, para cambiar el funcionamiento de un colectivo o sistema social que, según algún criterio razonablemente objetivo, ha
perdido su capacidad de resolver por sí mismo sus propios problemas o alcanzar metas vitales deseadas”(p. 232).
Desde otro ángulo, Montero (2006) define la intervención como: “(…) acompañamiento que se hace a los sujetos sociales en su
proceso de comprensión y transformación de sus realidades, en sus condiciones de vida en concreto y dentro del marco de sus
derechos humanos, sociales y ciudadanos” (citada por Camacho, 2011, p. 1).
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Trasunta en estas definiciones dos concepciones de intervención psicosocial. Una que subraya la idea de que la decisión debe
apoyarse en criterios externos al contexto socio-cultural de necesidades y significados de los destinatarios (Krause & Jaramillo, 1998;
Sánchez, 2002). La acción en consecuencia, se encuentra predefinida. Un segundo enfoque, que sitúa la principal responsabilidad y
poder de la acción en los colectivos o sujetos directamente afectados (Montero, 2006). De allí la noción de sujetos con derechos. La
autoridad profesional solo se remite aquí a una labor de acompañamiento y eventual facilitador metodológico para el desarrollo
autodirigido de problematización, toma de conciencia y actuación.
Desde el punto de vista del sentido y propósitos subyacentes, se tiene así que el primer enfoque describe una lógica orientada hacia
la integración social (Corvalán, 1996). Lo que se pretende es que la intervención estimule, promueva e intencione, el desarrollo de
capacidades funcionales a las demandas de instituciones legitimadas social, política y científicamente. Estas son las que definen los
estándares y requisitos de salud mental o bienestar psicosocial para los distintos grupos etáreos y de género (ver clasificación de
trastornos de Salud Mental de la American Psychological Association, por ejemplo). La intervención se organiza en función de
objetivos e indicadores de logro predeterminados. El interventor es reconocido como un experto que fundamenta y estructura el
diseño –y la implementación- de la intervención en antecedentes teóricos y empíricos provenientes de publicaciones científicas
especializadas en el estudio de intervenciones psicosociales desarrolladas en países con estructura social más homogénea a la
latinoamericana (v.g. Journal of Psychosocial Intervention). Se espera que el destinatario encauce sus disposiciones y prácticas de
vida de acuerdo a cánones y expectativas de conductas definidas desde el exterior. La finalidad es la normalización o el control social
de algo que se distancia de un criterio “razonablemente objetivo” (Sánchez, 2002, p. 232). El hecho que estén predefinidos, permite
su aplicación estandarizada a gran cantidad de sujetos. En este sentido resultan de gran atractivo para la política pública (v.g. Chile
Solidario; Programa Nacional de Prevención de la Violencia Intrafamiliar/SERNAM). Sin embargo, se enfrenta, al mismo tiempo, a
importantes costos en efectividad en tanto no se consideren las especificidades culturales y simbólicas de las distintas poblaciones
con las que se ha de trabajar (Serrano, 2005). También podría ocurrir que la población perciba el problema o la necesidad, pero no
lo asocie necesariamente a sufrimiento. Entonces la intervención será ineficaz y además, impertinente. En este último caso, porque la
población no quiere cambiar o podría hacerlo en otras circunstancias. Ya no se trata de dificultades de carácter pragmáticoeficientista de la intervención psicosocial, sino ético-políticas.
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Autores como Bourdieu (1974/1997) ya planteaban en los años setenta, la correspondencia que existe entre el lugar económico y
cultural que los sujetos ocupan en la estructura social con disposiciones y prácticas estructuradas -y estructurantes- o habitus que
otorga sello identitario y distintivo entre los diversos grupos sociales. Estas se instalan como expresión, y resultado, de una larga
historia de patrones de líneas de acción no-conscientes orientadas a la diferenciación social. En este contexto, entonces, surge la
interrogante respecto a la efectividad de una intervención definida e implementada desde fuera y de poca consideración a los
significados y habitus de los destinatarios. La cotidianeidad de los grupos sociales se organiza en torno a saberes y creencias de tal
“potencia estructurante” de mentalidades y estilos de vida que exige detenerse a cuestionar los modos habituales de hacer (Bourdieu
& Wacquant, 1992/2005, p. 49).
En este contexto, la noción de acompañamiento que aporta Montero (2006 citado por Camacho, 2011) adquiere especial interés.
Permite recoger la subjetividad de los directamente involucrados en la situación. Es decir, ir más allá de la intención de cambio desde
propósitos y estrategias previamente establecidos, para aproximarse al diseño conjunto, integrando el mundo cultural que
estructuran y reproducen estilos de vida. Desde esta segunda perspectiva entonces, y aunque el propio grupo solicite orientación
normativa, no podría venir de suyo la aplicación automática de programas estandarizados. Lo que aquí se intenciona es más bien la
construcción de espacios de encuentro y deliberación entre profesionales y sujetos de la acción, para que sean los directamente
afectados los principales responsables de definir y gestionar sus necesidades y alternativas de cambio. Todo esto, en coherencia con
su propio mundo de significación y valoración socio-cultural. Lo que aquí se privilegia es la construcción de relaciones dialógicas que
permitan explicitar y acoger intereses, y potenciar desde allí, diversos registros y campos de acción, convirtiendo al destinatario en el
autor y principal responsable de su experiencia.
La ventaja de esta segunda perspectiva es que se encuentra más cercana a un enfoque constructivista de la intervención psicosocial,
la que se orienta a generar condiciones para la promoción de subjetivación y reflexividad de los sujetos (en tanto capacidad para
distanciarse y actuar críticamente en su realidad cotidiana) (Dubet, 1994). Es decir, que sean ellos mismos los que definan el
problema o necesidades susceptibles de ser cambiadas y, respetando su habitus, descubran y problematicen diversas alternativas de
acción. Dentro de las limitaciones de este enfoque está el hecho que exige tiempo de inserción y legitimación comunitaria del equipo
interventor.
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Asimismo, conocimiento de las distintas culturas y habitus de las poblaciones con las que se trabajará. Requiere de gran cantidad de
horas de trabajo presencial y en horarios alternos a la jornada laboral convencional. El diseño del programa debe incorporar,
entonces, cronogramas flexibles y con mirada de largo plazo con todo el costo económico que ello trae consigo. Este requisito puede
ser subsanado incorporando en la etapa inicial del diseño de la intervención, una fase de inserción, conocimiento y legitimación del
profesional (especialmente en poblaciones más intervenidas desde instituciones externas al sector). Sin embargo, la brecha en capital
cultural -institucionalizado e incorporado- que se describe entre profesionales universitarios y pobladores seguirá estando presente, lo
que exige intencionar –como otro requisito de la acción- acciones novedosas que permitan construir puentes entre códigos
lingüísticos y culturales diferentes (Bourdieu, 1979). Finalmente, el riesgo que la intervención profesional se diluya a favor de una
acción voluntarista o militante.
Por otra parte, y a un nivel más profundo de análisis esta segunda perspectiva abre el campo a otras dos lógicas de acción con
sentidos contradictorios. La primera, sustentada en una concepción de carácter estratégica. Lo que aquí se busca, es capacitar a
personas e individuos para que puedan competir y acceder así, desde una racionalidad de cálculo, a recursos u oportunidades de
integración y éxito social. Esto supone que la intervención psicosocial se oriente a promover, amplificar y reforzar recursos
psicológicos, técnicos y sociales que amplíen perspectivas y faciliten el acceso a campos opcionales de acción. La finalidad es el
empoderamiento individual desde una concepción liberal de la intervención psicosocial (Corvalán, 1996; Gubbins, 2011; Montero,
1984). La segunda, describe un sentido más político de la intervención psicosocial. Se orienta a la re-definición de los grupos sociales
en tanto sujetos de acción y movilización de cambio y reinvidicación social. La intervención psicosocial intenciona aquí la toma de
conciencia de necesidades propias y la problematización de causalidades o condicionamientos que impelen ser transformadas desde
la propia acción colectiva. La finalidad es la emancipación y el cambio social (Corvalán, 1996; Funes, 2011; Montero, 1984; Montero,
2006).
Se develan así distintas concepciones de la intervención psicosocial que exigen ser recogidas por los psicólogos interesados en la
intervención psicosocial en contextos de pobreza. Como se ve, cada una de ellas intenciona propósitos, roles y resultados esperados
diferentes. Asimismo, modos de hacer específicos o lo que aquí se entiende como estrategias de intervención.
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2. Lógicas de acción y estrategias de intervención psicosocial
De acuerdo a Román (1999) la noción de estrategia se hace análoga a la de metodología de trabajo. Constituye la “(…) gran
hipótesis que asegure mejorar y/o cambiar una situación problema identificada… permite ordenar e implementar las acciones
necesarias para ejecutar los proyectos” (Román, 1999, p. 10). Asociados a los paradigmas o enfoques más arriba discutidos se
delinean, a continuación, las estrategias de intervención más ilustrativas de cada una ellas (Gubbins & Berger, 2004).
Por ejemplo, dentro de una concepción funcional e integradora, las estrategias de prevención y de promoción de la salud. La
Organización Mundial de la Salud (2004) define como intervenciones preventivas aquellas que “(…) funcionan enfocándose en la
reducción de los factores de riesgo y aumentando los factores de protección relacionados con los problemas de salud” (p. 17). A nivel
primario, se trata de evitar la aparición de una situación problema o bien reducir su incidencia en la población. El objeto de la
intervención son los factores de riesgo que deben ser controlados de manera de evitar impacten en el bienestar psicosocial de las
personas o comunidad en particular (v.g. programa de prevención del consumo de drogas orientado a las familias de niños
potenciales futuros consumidores). A nivel secundario, busca intervenir en el patrón de recurrencia de un problema ya instalado. El
objeto de la intervención es la habilitación de capacidades y recursos psicosociales que permitan administrar la cristalización del
problema y prevenir daños irreversibles (v.g. grupos de auto-ayuda). La prevención terciaria, se realiza cuando interesa remediar,
rehabilitar o reducir impacto en otras dimensiones de la persona afectada, o de su entorno próximo (v.g. programas residenciales de
rehabilitación del consumo abusivo de drogas). Cuando la intervención se focaliza en las condiciones o recursos que contribuyen a
aumentar la resistencia de las personas a ser afectados por factores definidos como de riesgo para el bienestar, la acción se conoce
como de carácter promocional, en este caso de factores protectores. Los criterios que orientan las estrategias preventivas suelen
apoyarse de los factores considerados en el modelo de los determinantes biopsicosociales de la salud mental liderado por la
Organización Mundial de la Salud (OMS, 2004).
Por otra parte, dentro de una concepción movilizadora o de la liberación4, la referencia recurrente es la estrategia potenciadora o
empoderamiento (Krause & Jaramillo, 1998; Montero, 2006; Pizzinato, 2008; Sánchez, 2002; Van Dam & Martinic, 1996). De acuerdo
a Montero (2006) se trata del proceso:
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“(…) mediante el cual los miembros de una comunidad (individuos y grupos organizados) desarrollan conjuntamente capacidades y
recursos para controlar su situación de vida … para lograr la transformación de su entorno según sus necesidades y aspiraciones,
transformándose al mismo tiempo a sí mismos” (p. 72).
El objeto de la intervención son las capacidades y recursos de orden estructural, y reconocidas como tales por las propias personas,
grupos o comunidades interesados en cambiarse a sí mismos y el contexto económico y social de vida donde se desarrollan (v.g.
programas de educación popular o de mejoramiento de barrios).
No obstante sus fundamentos teóricos provenientes de la psicología social crítica, el empoderamiento es un concepto que también
suele emplearse desde concepciones de carácter competitivo-liberal. Por ejemplo, el Banco Mundial (2003) emplea la palabra
empoderamiento para referirse al desarrollo de capacidades y poder de las personas, individualmente consideradas, para escoger y
actuar sobre los recursos y decisiones que afectan su vida. El interés es la expansión de la libertad de las personas para
desenvolverse satisfactoriamente en el ámbito societal. De este modo, se acude a estrategias psico-educativas (o de capacitación de
competencias) y/u otras de carácter compensatorias de carencias, normalmente pre-determinadas por terceros ajenos a los
directamente afectados. Las estrategias psico-educativas se relacionan con la provisión de información que enriquezca el capital
cultural y social de las personas, así como la habilitación de capacidades y orientaciones para la toma de decisiones individual (v.g.
programas de capacitación de empleo). Las acciones compensatorias buscan igualar condiciones de desventajas para poder competir
con igualdad de oportunidades (v.g. becas de estudio).
De este modo, no da lo mismo decidir entre una u otra estrategia si no se tiene claridad de: quien define la demanda (interventor,
población afectada o construida entre ambos); qué se pretende lograr y con qué propósito; cuál es la concepción subyacente a una u
otra nominación que se decida emplear (v.g. empoderamiento). La complejidad del fenómeno de la pobreza exige detenerse a
reflexionar respecto de los objetivos, hipótesis y técnicas de cambio pertinente y fundamentalmente respecto de la función del propio
interventor en este campo. Se trata de exigir más rigor disciplinar, pero también una ética de la intervención que responda de
manera respetuosa al derecho de las personas y grupos sociales a decidir por sí mismas las soluciones consideradas más pertinentes
y oportunas a sus intereses, voluntades y posibilidades de cambio. Incluida una eventual demanda de un trabajo de orientación
funcional e integracionista.
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3. ¿Desde qué enfoques y estrategias orientar el trabajo psicosocial con sectores de pobreza?
La pobreza se delinea como un campo complejo de fenómenos y problemáticas de carácter económico y psicosocial. Avanzar en su
superación exige intervenir a múltiples niveles. La Psicología Social aplicada aporta la mirada hacia las dimensiones y procesos
psicosociales que intervienen en el desarrollo y bienestar psicosocial. Tal como lo sostiene el Programa para las Naciones Unidas y el
Desarrollo (PNUD, 2012), el mejoramiento de las condiciones materiales de vida es un elemento central del desarrollo humano, pero
también importa la protección y el ejercicio de los derechos que contribuyan a concretar las aspiraciones y proyectos de vida de las
personas, grupos y comunidades involucradas. Esto es lo que este enfoque denomina como bienestar subjetivo. Este es el principal
propósito del trabajo psicosocial: contribuir al desarrollo de proyectos de vida que produzcan bienestar psicosocial (no siempre
disociable de las condiciones materiales de vida de una población determinada). De allí la propuesta metodológica de enfoque
constructivista, para el diseño e implementación de una intervención psicosocial en contextos de pobreza, que pasamos a describir a
continuación:
Yendo más allá de la fuente de donde proviene la formulación de la demanda (sea esta solicitada por las personas o grupos
directamente afectados o el resultado de una oferta profesional sin mediar necesariamente alguna queja de parte de los potenciales
destinatarios) sugiere comenzar interrogando el objeto convocado a ser intervenido. Dicho de otra manera, avanzar con una
respuesta a la pregunta de ¿qué se quiere intervenir? Esto, porque en muchos casos la demanda no coincide necesariamente con lo
que los psicólogos clínicos llaman el motivo de consulta. Existen necesidades, aspiraciones, motivaciones y posibilidades diferentes en
los grupos humanos (los que no son necesariamente claros ni conscientes para los propios demandantes). Su verbalización solo
debiera ser considerada como un primer signo de incomodidad la que no refleja, necesariamente, las necesidades sentidas o lo que
hace directamente sufrir a la población considerada. De la relevancia del diagnóstico que permita definir los supuestos problemas que
las poblaciones están –o podrían- estar padeciendo. Apoyados en el modelo de Wandersman, García-Ramírez, Albar, Morano y Castro
(2007) proponen algunos pasos metodológicos para estos efectos. Lo que aquí se plantea es que la definición del problema depende
de un análisis de necesidades y conocimiento de las condiciones de la comunidad. Esto permitirá definir, a su vez, las metas,
poblaciones y objetivos de la intervención.
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A continuación, elegir el programa adecuado analizando la mejor opción dentro del conjunto de programas disponibles en la
literatura y la experiencia internacional comparada en esta materia. Luego, evaluar los ajustes necesarios de realizar para adecuarlo
a la comunidad con la que se trabajará. A posteriori, diseñar el plan de trabajo y su correspondiente plan de evaluación, identificando
los recursos que contribuirán a asegurar su implementación. Finalmente, la evaluación de los resultados y su correspondiente plan de
mejoramiento para una eventual aplicación futura en otras comunidades.
No obstante, una consulta participativa sobre la pobreza realizada a 1020 personas, en 102 asambleas, que acceden a los programas
del Hogar de Cristo en Chile, se encontró que para estos usuarios los principales constituyentes de la pobreza no corresponden solo a
cuestiones materiales y económicas (v.g. falta de alimentos, carencia de empleo, falta de vivienda, necesidades básicas
insatisfechas). Existen también necesidades de orden psicosocial que requieren ser satisfechas (v.g. sentimientos de soledad,
desesperanza y vacío, falta de oportunidades y discriminación social, experiencias de marginalidad y riesgo social, falta de educación,
conflicto y abandono familiar). Respecto de las soluciones, estas personas se atribuyen y demandan un rol protagónico y no pasivo
en la solución de sus problemas (Villatoro, Stevenson & Fernandez, 2004). Es en este contexto de demanda de una mayor necesidad
de involucramiento y participación en la superación de su estado actual de pobreza, que se hace necesario cambiar el enfoque de
trabajo funcional e integracionista a otro más constructivista, crítico y liberador.
Desde esta segunda perspectiva es que se propone el modelo de trabajo siguiente. Este se inspira del aporte de varios modelos
disponibles en la literatura especializada en este campo (Strupp y Hardley, 1977 citado por Sánchez, 2002; Roman, 1999; Musitu,
Herrero, Cantera & Montenegro, 2004; Wandersman, 2009). Se trata, en primer lugar, de recoger los criterios subjetivos de la
población interesada, específicamente sus necesidades expresadas, pero a nivel más profundo, sus necesidades sentidas. Ello exige
el uso de técnicas cualitativas de indagación que permita la reconstrucción de percepciones, preferencias, aspiraciones y significados.
Es decir, el mundo simbólico que permite que ambos actores definan lo que será el problema de intervención, la población con la que
se trabajará, qué se pretende lograr y si interesa intervenir en este momento o en otro. En paralelo, el interventor debiera comenzar
a hacer dialogar los criterios normativos disponibles (v.g. norma legal, religiosa u otras) con los de carácter técnico-académicos
(antecedentes teóricos-empíricos relacionados con la demanda construida).
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Esto, con fines de nutrir el diálogo reflexivo con información que estimule problematización, toma de conciencia y discusión de
alternativas de cambio. Finalmente, poner atención al criterio subjetivo de la persona del interventor. La decisión de acompañar el
proceso de intervención construido, exige también autoevaluarse en términos de las competencias profesionales con las que se
cuenta y los sentimientos de contradicción o dilema moral que la propuesta de cambio pudiere plantear a su propio marco ideológico
o ideales de vida y bienestar social. El rol de facilitador y acompañante de procesos de empoderamiento y/o movilización exige autoregulación del uso del poder que otorga el manejo de conocimientos teóricos y técnicos. Asimismo, profunda convicción en la
legitimidad de los resultados esperados.
En el contexto de poblaciones que demandan protagonismo en el diseño e implementación de sus propias soluciones, la respuesta a
la pregunta que se haga el interventor respecto de ¿Qué? Y ¿Cómo hacerlo? Exige trasladar la mirada desde un rol de experto al de
movilizador de procesos de construcción social de soluciones de permanente auto-evaluación. De este modo, y atendiendo a las
complejidades involucradas en el fenómeno de la pobreza, sean los directamente afectados los que determinen lo que han de
entender por superación de su condición de pobreza, definir los cambios que se desean lograr y los recursos considerados mínimos e
indispensables para la consecución de su bienestar psicosocial. La invitación aquí es a enriquecer las lógicas de intervención
psicosocial basadas en la oferta proveniente de expertos ajenos a la población y prevenir la replicación sistemática de fórmulas
construidas en otros contextos, por otra más crítica, que coloca como principal autoridad de las decisiones profesionales, el criterio
subjetivo y de oportunidad que los directamente afectados planteen en materia de necesidades, significados, objetivos, estrategias y
resultados esperados del cambio deseado.
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