Recientemente recibía de un joven, con la mayor pureza, una pregunta que quizá sea la misma que has hecho tú alguna vez: ¿Qué es la vida? Tuve que meditar profundamente para dar la mejor respuesta, y dije: “la vida es un enorme problema que alberga miles de pequeños problemas y muchos fenómenos y circunstancias que tendremos que resolver sabia y responsablemente. De no resolverlos, algo pasará y el problema tomará un curso, para bien o para mal”. Desde nuestra concepción como seres humanos en el vientre de nuestra madre, inicia nuestra primera carrera entre las células germinales, para llegar a una meta mediante lucha y competencia; pero allí estaba Dios: “...Estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas” (Sal.139:14-16). Luego buscando la luz de la alborada de una nueva vida, nos encontramos con el gran problema del nacimiento: pasar por el doloroso e incierto canal del parto, con el final al extremo de un llanto profundo y desgarrador: ¡Un niño nació! Con ese llanto, no con risa, se inicia la carrera de la -vida y sus problemas-. ¿Cómo respirar, alimentarse, sobrevivir? ¡Qué problema! pero hay que seguir resolviendo: crecer, ser hijo, ser adolecente, compartir, estudiar, convivir, trabajar, casarse, ser padre, ver el sufrimiento de los que amamos, crisis de escasez, limitaciones, enemigos, infortunios, el no entender la razón del la vida y el destino final... Y llegamos al momento de la enfermedad y la gravedad y a enfrentarnos al último problema de la vida, que es -la muerte misma-, quizás el más grave y grande problema, el cual, se sale de cualquier control humano. Todos, tú y yo, tenemos problemas y cada quien cree de su problema el mayor, pero: ¡momento! el problema -no son los problemas-, el verdadero problema es el enfoque a dichos problemas. Desde el inicio Dios hizo al hombre, como hijo y criatura suya, absolutamente dependiente; y lo rodea de bienes y beneficios sin igual, y como corona de la creación: “Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies...” (Sal.8:6). El hombre renunció a su paternidad y buscó por engaño su “emancipación”, quiso ser libre y soberano, cayendo en manos de Satanás, el más grande verdugo de esclavos: “…que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel” (Is.14:17). Realmente los problemas se originaron en el pecado mismo, siendo éste el causal de todo dolor y sufrimiento: “A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos... Y al hombre dijo... maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida... Con el sudor de tu rostro comerás...” (Gn.3:16-19). Este no era el plan original y ahora -tenemos problemas- y mientras sigamos dependiendo del maligno por el pecado, tendremos problemas y éste se reirá en nuestra “cara” por nuestro fracaso. La vida entonces, desde siempre será un problema. ¿Y qué hacer con los problemas? Los problemas no se pueden evitar, pero es nuestra actitud ante ellos, lo que determinará la mejor salida; y es precisamente renunciar ¡ahora! a nuestra mal llamada “independencia” y retomar la senda antigua de una dependencia genuina y sincera al Dios Altísimo, que es realmente nuestro origen y esperar en esas gloriosas promesas: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo (los problemas) sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mt.11:28-30). ¡Qué promesa más maravillosa! Pero ésta, es únicamente para los niños, los que le creen y obedecen, e inician su carrera de dependencia total a Dios: “...Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (v.25). Jesús, en su ejemplo fiel, tuvo problemas: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto (problemas)...” (Is.53:3). Pero Cristo en lo más duro de sus problemas, que duraron también toda su vida, mostró una actitud de total dependencia al Padre, poniendo toda su vida a disposición de aquel a quien se debía. Entonces: ¿Qué hacemos? Muy sencillo, sólo hay dos formas de enfocar los problemas: uno, seguir luchando solos en nuestra soberbia, aun en medio del fracaso; o dos, postrarnos delante del que todo lo puede y decirle: ¡Señor, renuncio a mi independencia! En adelante entrego mi tiempo, vida y voluntad a ti y sólo a ti, sabiendo que tú llevarás mis problemas y que todo me ayudará a bien, sabiendo además que: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil.4:13). Y “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Ro.8:31). Amados hermanos, no hay problema más grande que nuestro Dios, el cual, además, no pueda resolver. Creamos en sus promesas ciega y firmemente, esperemos en él y él hará. Así sea, amén y amén. 027-14 Tel. Nuestra dirección en Facebook: Avivando La Fe ó Iglesia Avivando LaFe 3a. 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