momoakino presenta RENZO SOY YO Parte IV 1 Cercano al campo donde cada domingo las divisiones de infantería pelotuda se juntaban a correr tras el balón, había un kiosco que era atendido por un testarudo anciano. La clientela era poca pues las malas lenguas habían hecho de las suyas y no muchos se atrevían a entrar al lugar. Decía el rumor que el hombre realizaba rituales de magia negra en el patio trasero de su casa, y que hasta sacrificaba bestias felinas como los gatos que cada noche aullaban a los conductores depresivos. Dicho rumor estaba basado en la vieja creencia de que en esa misma casa se hubo de brindar hospedaje unos cien años atrás a un brujo que obtuvo fama e infamia a raíz de las masas de supersticiosos que convocaba para rendir culto a Satanás. El culto con el tiempo se fue ganando la enemistad de los vecinos que tuvieron la mala suerte de presenciar como la prosperidad con la que pensaban la providencia los había bendecido lentamente devendría en miseria sin poder hacer nada. Como si fuera poco, las jovencitas comenzaron a perder su virginidad de manera precoz en manos de estos sujetos que solían llevarlas fácilmente a recorrer el camino de la tentación, que siempre era corto; el caso más alarmante fue el de una niña que quedó preñada a los doce y que luego daría a luz un cuerpo sin vida. Varios de los cabecillas se reunieron a formular un plan en contra del hereje y no tuvieron mejor idea que arrojar una maldición sobre la residencia, para lo cual contrataron un servicio privado de magia blanca con el que pudieron revertir su situación de pobreza y obligaron al brujo a huir como poseído por el demonio. Desde entonces muchos aseguran haber visto al fantasma de aquel hombre rondando los alrededores cuando el actual dueño de la vivienda lo invoca entre humo, incienso y lenguas extrañas. Sin embargo, esto no tiene nada que ver con la otra historia que les estoy contando. Pascual fue sacado a escobazos en cierta ocasión cuando intentaba pedirle prestado algo de dinero y le dieron ganas de asaltar el negocio para vengarse del ensañado tipo, en vista de lo cual concurrió a la ayuda siempre presta de Renzo, tomando sin su permiso el arma que siempre guardaba en el mismo cajón, pensando que todavía se trataba de una falsa. Confiados en que no les supondría ningún peligro cruzaron tranquilamente la calle con el éxito del emprendimiento dibujado en sus caras. Era miércoles por la tarde y el vecindario estaba prácticamente desierto debido a unas carrozas que desfilaban por la zona céntrica festejando el día de… San Valentín, creo. “¡Dame toda la mercancía o te vuelo la cabeza viejo de m…madagascar!” le apuntaba Pascual, el viejo comenzó a temblar como loco, se parecía a un robot que padecía de reuma que se parecía a un abuelo que ya no se mueve demasiado, “¡dese prisa, no tenemos todo el día!”, añadió el entusiasta encapuchado mientras metía en una bolsa toda clase de abarrotes, “Ya va, ya va…” respondió asustado y al agacharse presionó un botón oculto en alguna parte. Tras darles lo que buscaban, la pareja de ladronzuelos saldría corriendo del lugar pero desgraciadamente una patrulla policíaca los esperaba fuera. El anciano, que observaba con una sonrisa ladina al otro lado del mostrador, se estaba burlando de ambos. Ahora iban esposados dentro del móvil azul con el rico paisaje que el paseo les regalaba. Los recluyeron en una celda junto a un travesti a quien un pelado con cicatriz sin costura abrazaba peligrosamente, cuando les vieron llegar les lanzaron besos aéreos realmente perturbadores, una gota de sudor frío corría por la frente de Pascual. Los otros que sí buscaban sucia pendencia se lamían la sangre de las muñecas mirando con tanta pimienta en los ojos que los prendía fuego sin que se les chamuscara un solo pelo. El de la barba roja les quiso dar la advertencia de costumbre a los recién llegados “¡Hey, novato ¿vas a darnos la pilcha o no?”, le preguntó a Pascual que cuando le dijo que “no ¿porqué habría de hacerlo?” tan arrogante le sonó que el del parche en el ojo intentó corregirlo sacando del sombrero un tremendo derechazo que lo hizo caer en brazos de Renzo que se quiso meter iniciando por accidente una riña con el del parche que estiro la pata para que tropezara. Entre el forcejeo Pascual yacía en el suelo y al ver que su amigo se encargaba del asunto por su cuenta simuló que le faltaban fuerzas para levantarse hasta que el barba roja le clavó la navaja en el brazo, entonces sí se tuvo que levantar repartiendo puñetazos a todo el mundo. Los agentes intervinieron a viva voz y el show quedaría postergado indefinidamente en la mala sangre de los involucrados. Tras el breve interrogatorio Renzo tuvo que ser llevado de urgencia a un hospital cercano custodiado por dos polizones porque la herida no paraba de sangrar. Por alguna razón, los angustiados pacientes en la sala de espera le recordaron a su vida pasada. La enfermera que le puso los vendajes ya lo había atendido en varias ocasiones, se trataba de una dulce señora cuya simpatía le inspiraba odio, no obstante ella nunca dejaba de atosigarlo, “por lo que veo seguís siendo igual de callado, así nunca conseguirás novia…” sus comentarios giraban en torno a su retraído carácter y floja voluntad, “conque finalmente parece que te van a momificar ¿no? Ji,ji,ji…”, el paciente no podía dejar de mirar su corto y ajustado guardapolvos “¿para qué se pinta los labios?” dijo mirándoselos fijamente “¡Eso no te importa! Al final es como dicen, los calladitos siempre terminan siendo los peores…” resoplaba, y a pesar de que se lo decía cariñosamente, esta vez no pudo evitar notar la sombría mirada con que atravesó la puerta. De regreso en la comisaría le volvieron a pedir algunos datos, incluyendo el antiguo numero telefónico de casa que pensaba haber olvidado, eso significaba una sola cosa: aún era menor de edad y su padre debía pasar a buscarlo. No había escapatoria. Quince minutos después se oyó el zumbido de un motor que se asomaba al lugar, sentado en el frío banco lo vería ingresar, su corazón palpitaba con fuerza, era el mismo hombre del que había elegido apartarse tiempo atrás, el mismo que no había demostrado ningún interés en su decisión, el sujeto que lo había visto crecer con la prudente cercanía de un familiar y del que había logrado asimilar una lejanía que nunca le pareció extraña. “¿Es usted el padre del menor?” le preguntó el despachante “Esto lo comprueba” le respondió alegremente el Sr Funes y le entrego los documentos pertinentes a espaldas de su hijo que apenas inclinó la cabeza cuando le pregunto “¿vamos?”. Pascual en tanto sería largado a las pocas horas por falta de pruebas en su contra y porque el arma de fuego utilizada estaba descargada al momento del robo. En todo el camino no se dijeron nada, sabía que no podía preguntarle nada sobre el sitio en el que estaba viviendo por lo que llevarlo a casa era inútil, “vayamos por un refresco” sugirió estacionando frente a un mini-mercado. Los minutos lentamente se sucedían sin que se oyera nada más allá del ruido que hacían sus gargantas al tragar. Hay que admitirlo, nunca se llevaron del todo bien, y dentro de ese todo cabe el justo grado de confianza que entre un padre y un hijo puede haber. La distancia se mantuvo constante fuera de cuyos perímetros marcados por la seriedad pudieron establecer un pequeño dialogo. “Si, sé que me reprochas el haberle levantado la mano a tu madre esa vez…”, Renzo enseguida le corregiría “-No. Ahí te equivocas, aquello fue un acto de rebeldía, llegaría el día en que te sublevaras contra su autoridad. Eso creo que estuvo bien, después de todo ¿Quién lleva los pantalones?”, sacando partido a este inusual encuentro que la suerte les tenía reservados aprovechó la ocasión para profundizar en la abertura confidencial “Coincido plenamente, aunque últimamente los pusiera a secar al sol. Sabes que realmente la aprecio, el tiempo que llevamos juntos lo demuestra, ni por casualidad haría algo que la lastimase. Le debo todo el afecto que me ha sabido brindar a pesar de que yo siempre he sido un sujeto frío y pasmoso”. Apoyando los codos sobre el volante y cubriéndose la nuca con una mano, intentó expresarle de alguna manera que su actual situación, en el fondo, le preocupaba mucho “Tal vez no te hayas dado cuenta, pero con tu partida creo que el que la está lastimando eres tú…¡con esto no te estoy rogando que vuelvas! Pero sería bueno que te dieras una vuelta por casa, al menos una o dos veces al mes”; el ambiente se tornó algo pesado, la incertidumbre los acorralaba “¿tan grave es la situación por allá?” “Claro que sí, imagínate que tu hijo decida de pronto hacer las valijas sin decírselo a nadie, ya nos sucedió una vez y verás, ha estado consumiendo tranquilizantes, algo que no sucedía desde el embarazo de Abelardo…”, “¿Temes que le genere algún tipo de trauma?”, “eso no te lo puedo asegurar, no obstante ya sabes como es ella de neurótica, los nervios la traicionan con facilidad…”. De cosas como esa hablaron un largo rato plagado de tensos instantes en los que el mundo parecía haberse mudado a otra parte. La reunión hizo algo más que limar viejas asperezas “¿te acuerdas de cuando te aconsejaba que siguieras mis pasos como arquitecto?” Renzo asintió con desgano “ahora que ya no pesa sobre vos ninguna clase de ordenanza paterna ¿porqué insistes con este sinsentido de la fuga?”, “Eso no te lo puedo decir porque es algo que ni siquiera yo he podido averiguar aún, precisaría de más tiempo” le contestó abollando la segunda lata “…eso de ser arquitecto, nunca me lo he podido sacar de encima, por otra parte no te culpo por el hecho de habérmelo inculcado desde chico. Los recovecos por los que transita mi mente están íntimamente ligados a la profesión, y es probable que a simple vista no lo parezca pero, me siento a la altura de esas personas con las que me tengo que ver todos los días cuya miseria resultaría imposible medir con el solo empleo de planos y escuadras. Estoy en busca de eso que me falta”. El desolado paisaje meridiano le habrá producido algo de nostalgia al Sr Funes, sino no se habría puesto a discurrir por los vestigios de un pasado lleno de esperanza “Recuerdo cuando recién comenzaba a conocer a tu madre, lo tengo tan fresco que cuando miro alrededor y veo que veinte años me separan de aquella época me dan escalofríos. Si miraba a través de sus ojos vislumbraba un futuro donde la felicidad lo inundaba todo. Ya lo ves, la sana ingenuidad con que los jóvenes se conducen en la vida. La amaba con locura…”, “se las mamaba habrá querido decir, con lo vampiresa que era, tsss!…” pensó Renzo, “…en menos de lo que canta un gallo nació tu hermano, luego llegó tu turno, conseguí la casa trabajando día y noche, le compré el carro a mi querido padre, todo parecía encarrilarse con rumbo a la prosperidad. Já! Con lo mucho que Abelardo deseaba convertirse en arquitecto ¡Y la maldita fatalidad nos vino a tocar la puerta! Tuvo que acontecer ese fatídico accidente…”. Ocultando su incomodidad respecto de lo que hablaba, le ofreció unas palabras de consuelo “Abelardo vivió felizmente su corta vida, eso es lo único que importa, siempre tuvo una sonrisa adherida al rostro y las bromas pesadas que me jugaba nunca las voy a olvidar aunque me hayan dolido. Eran sus credenciales, en las buenas y en las malas, él se reía de todo el mundo. Su enfermedad era degenerativa e incurable, no había nada que se pudiera hacer ya, de no haber sido por ese pequeño descuido, el destino de todas formas se lo habría llevado en cualquier momento”. “¿Sabes qué? Solamente me siento feliz cuando doy vueltas por esa maravillosa época, cuando el futuro era un misterio que me daba cosquillas. El presente no vale nada” soltaba francamente el hombre “parece que la bebida le hizo mal, es la felicidad la que no vale nada…” pensaba y callaba nuevamente Renzo.”Me bajo en esa esquina” le indicó y el carro partió lentamente, como un gato que ronronea en busca de una caricia que nunca recibirá. A decir verdad le exasperaba el favoritismo que seguía profesando por su hijo finado. Se sintió algo desplazado de su cabeza, cual si su ausencia fuera el más pequeño de sus problemas y su obsesión por su esposa, el más grande. 2 Donde quedara un agujero se irían a meter, así tuvieran que violar deplorables leyes para conseguirlo, no había nada que temer en el intento por abolir a ciertos licenciados, eran trogloditas marchando hacia una evolución de los estados inconscientes. Al día siguiente la ciudad conmemoraría un nuevo aniversario con la jocosidad y el escándalo puestos al servicio de los holgazanes que la habitaban. La ocasión se presentaba lucrativa, no quedaba margen para el error, Renzo preparó con una noche de anticipación un plan en el que llevaría los principios del absurdo a su máxima expresión. Miles de adheridos al servicio eléctrico reciben a diario una antojadiza descarga con solo mantener el dedo presionado en el lugar y momento debido, la cuadrilla no figuraba en ninguna de esas cabecitas huecas, pues su dependencia era bien distinta. Como resultado de ambas proposiciones surge la idea de anular la fuente proveedora de esa discordia. Acudieron nuevamente al móvil, una mañana en que apenas se comenzaban a desarrollar los festejos civiles, no sin antes propalar los gruñidos de Breton por la demora de Renzo; el retraso se debía en parte al gustoso regocijo que le provocaba saber que en las próximas horas se concretaría su ilusión. En el transcurso de la noche su orinar se había vuelto inconstante, pensar en eso le enfriaba los intestinos cada vez, bastaría una leve brisa para echar por el retrete los crispados productos del malestar estomacal, una que traería consigo el amanecer. La central hidroeléctrica se hallaba situada cruzando la frontera que dividía la propia localidad de la contigua, en medio de un extenso campo cortado por una ancha avenida donde los piratas del asfalto de vez en cuando corrían picadas. A mitad de camino una posada de provincianos abría sus puertas a los viajeros, sin titubear dieron la media vuelta para introducirse por un amplio camino de tierra rojiza y estacionar bajo la amplia sombra de un gigantesco árbol. “Vayan ustedes, yo los espero aquí fuera”, dijo Renzo desde el asiento de acompañante. Procurando no llamar la atención ingresaron en la cabaña donde antes de cocinar quemaban leña, cosa que una trinidad de gauchos estaba haciendo cuando llegaron. Uno de ellos, al divisar a los visitantes, soltó el machete y salió al encuentro “Buenas, ¿qué desean llevar, paisanos?”, les preguntó mientras se limpiaba las manos negras por el carbón con un trapo pasado por agua, “cualquier plato que sea de su agrado, se lo confiamos” pidió Merlín, “mientras la comida sea nutritiva…”, aclaraba Tintoretto, “entonces, creo que con unos buenos bocadillos la cosa andaría ¿Qué les parece?”, “tampoco estaría de más uno de pura cepa como aperitivo, je, je…” agregó exaltado el inefable Pascual “desde luego que no, compadre!”. Con solo mirar la laboriosa manera en que las tostadas mujeres aderezaban los alimentos, acuciaban en los invitados unas ganas increíbles de morder la tierna y jugosa carne de sus muslos. Con diez minutos de retraso y un hambre que babeaba, les trajeron el almuerzo en una bandeja de plata, el problema es que ninguno de los comensales soportaba la música que acostumbraban a tocar por esos lares, no había uno solo de ellos que sintiera al menos un poco de compasión por el folklore. Salvo por Pascual que ese día, en el aspecto anímico llevaba las de ganar, ya que el resto tenía la mente enfocada en la misión, además de las adiposas delicias sobre el mantel. Después de comer el entusiasta no esperó ni el eructo que le convalidara la digestión para salir y ponerse a cantar totalmente ebrio, desorientado así como estaba era imposible sufragar los estragos de la gaseosa consecuencia inodora. Pese al patético embajador de las costumbres regionales los guitarristas no cesaron el galopante arpegio, sobre-acondicionados a las típicas exigencias del cliente. Lo levantaron para meterlo de cabeza en la parte trasera del coche, perpetuando una resaca que determinaría a lo largo del día su atolondrada conducta. El dueño del negocio se les acercó “a modo de suvenir pueden llevarse uno de nuestros gallos, regalo de la casa”, enseguida le correspondería Breton “¡No, gracias, los preferimos cocidos y sazonados!” pero el hombre le apuntalaría lo dicho “disculpe, creo me ha malinterpretado, me refiero a los pollos que están próximos a nacer. Verá, es una antigua creencia popular según la cual cada diez años una gallina empolla el huevo dorado, cuyo dueño contraerá la inmediata protección de los espíritus rurales, que abundan por estas tierras entregadas al abandono, y que la buena suerte lo acompañará vaya donde vaya”. Cruzaron miradas y Merlín dijo risueñamente “Bué, ya que es un servicio gratuito…”, mientras los encaminaba al gallinero por un angosto sendero empedrado exclamó “no se trata de un mero servicio, es la lotería de la vida, vale más que cualquier dineral!”. El recinto estacado acobijaba una veintena de gallinas que aletearon sobrecogidas cuando las compuertas fueron bruscamente abiertas, era un anfiteatro con asientos de paja y paraíso para los tres actos ejecutados por los polluelos en el entablado inferior: cloqueo, brinco corto y danzarinaje feo. Entre las plumas que volaban por los aires Merlín se asomó a elegir una al azar sin hacer uso de ningún truco de magia “¡esa que parece tortuga!”, la lánguida y verde gallina se parecía realmente a una y si no era verde su pelaje, al menos cuando los rayos del sol la iluminaba de a ratos se le asemejaba notoriamente. Al alzarla Tintoretto se ofreció como voluntario para meter mano por debajo del nido y sacar un reluciente huevo que por desgracia no era dorado. Estuvieron a punto de devolverlo al nido cuando el hombre los detuvo “¡esperen, déjenme verlo!”, se lo dieron, los demás le exigían una explicación, especialmente Renzo que observaba desde lejos con un ojo puesto en el campesino y el otro en la furgoneta, pues deseaba irse cuanto antes. “¿Quién lo diría? Uno bronceado, un verdadero porteño, algo nunca antes visto ni pensado…y eso que existen antecedentes respecto al huevo dorado pero esto…”, “y por curiosidad ¿Quién se agració con el huevo dorado? Si es que lo hubo alguna vez” curioseaba el mago “¡Por supuesto que yo! ¿Quién más? De lo contrario no habría podido reunir los fondos necesarios para construir este rancho”, todos, sin comprender bien porqué, se rieron a carcajadas, todos menos uno a quien no le causó ninguna gracia. A los pocos minutos se toparían con una nueva dificultad: el cementerio local. Se trataba de un convenio con el ex intendente por el cual los coches que circularan por esa tortuosa carretera precisarían de un papel firmado por el celador para seguir, por el que debían abonar una pequeña suma; la decisión fue tomada a causa del estado de abandono en que se encontraba el lugar y por la cantidad de restos humanos que alojaba en su interior. Era necesario bajar y aproximarse a pie ya que de lo contrario el muy empedernido no saldría jamás a brindar ningún tipo de ayuda. Si bien la idea de encontrarse dentro de un lúgubre cementerio donde las tumbas estaban al descubierto, las sepulturas en condiciones lamentables, con profundos pozos por doquier no alegraba a nadie, las luces del día contribuían a minar dichas fobias junto al hecho de, claro está, estar acompañado. El ermitaño vivía en una excavación subterránea, una especie de hipogeo atemporal, del que nunca nos llegaríamos a enterar si no fuera por la generosa lengua de un chismoso. Avistaron un letrero con una flecha que apuntaba en dirección sur, debajo estaba la boca del túnel que supuestamente los conduciría a su encuentro. El túnel era tan corto que bastaba con dar un pequeño salto antes de pisar suelo firme, eso fue lo que hicieron uno después del otro y recorrieron a gachas otro conducto circular al final del cual varios sonidos musicales comenzaron a colarse por las paredes, lo que indujo a pensar a Breton “¿estará festejando el aniversario a solas?”, “es probable que haya salido en busca de provisiones”, espetó Tintoretto. El pasadizo de repente quebró hacia la derecha cuando un centelleo los hizo volver sobre sus pasos, “algo extraño sucede, me asomaré un poco” dijo en voz baja Renzo antes de adentrarse por un pequeño hueco del que parecía haber provenido la mortecina luz, “tené cuidado”, burbujeaba Pascual. Al intentarlo no reparó en que estaba a una distancia considerable del suelo y al ser invadido por una sensación de vértigo descomunal cayó en la habitación, el celador, que descansaba, se sintió sobresaltado “¡vamos, ahora!” sugirió Merlín y así fueron cayendo uno arriba del otro. Su apariencia era deprimente, la flaca musculatura le colgaba por todos lados y sus venas estaban hinchadas, ostentaba además una pálida estampa ocasionada tal vez por la continua interacción con los cadáveres; cualquiera que lo viera diría que no le funcionó el paracaidas, que fue atropellado por un camión y arrollado por el tren. “¡Salgan de una vez o tendrán que vérselas conmigo!” les ordenó arremangándose la bata y alumbrando con su linterna los cuerpos amontonados, sus manos temblaban del miedo, por lo visto, era evidente que la larga estadía en el lugar hubo de estimular sus temores en lugar de disiparlos. Alguien levantó la mano, “solo venimos por el permiso de transito”, las luces se encendieron “me lo hubieran dicho desde un principio. Podrían haber tocado el timbre que está junto al letrero”. Los invitó a que tomaran asiento, pero prefirieron seguir parados, si bien lo embargaba una gran amargura, una vez que esgrimía la parrafada, su persona no encajaba sino forzosamente en la profesión que ejercía. “Sucede que tuve la mala suerte de nacer el mismísimo día en que los festejos civiles se cernían alrededor del cordón umbilical que me parió…” en efecto, la música provenía de su radio portátil, “…cada vez que sintonizo esa frecuencia radial me duermo al instante, eso era lo que pensaba hacer”. Por otra parte, la privacidad concedida por el apartado sitio lo mantenía a salvo de la locura juvenil, hay que mencionar que la bóveda contaba con las herramientas básicas para el sustento diario, por eso rara vez subía al exterior. Según su punto de vista era un fuerte que estaba destinado a defender, se sentía en deuda con la memoria de todas las almas que allí descansaban porque nunca lo habían dejado de acompañar. La cuadrilla se compadeció del celador sumando invitados a la fiesta, ¿y qué mejor que un muerto para resucitarlo sin quitarle lo bailado?. Le pidieron unas palas y de inmediato se pusieron a exhumar unos cadáveres que habían sido recientemente embalsamados. Algunos años atrás una familia de, lo que allí se conocía como, aristogatos, la más alta calidad de eminentes estratos, había sido asesinada en extrañas circunstancias, los cuerpos, luego de la autopsia a la que se los sometió fueron finamente restaurados por especialistas, y sobre su labor no hubo nada que reprochar, fueron casi devueltos a la vida. Pese a que recayeran, tras varios litigios judiciales, en ese cementerio, el celador invirtió gran parte de su tiempo en ellos, cuidando que no quedaran a la intemperie y se mantuvieran intactos. “Esta es para mí” les advirtió Merlín, sosteniendo por detrás a la más joven de las dos hijas, que emanaba todavía el perfume con el que le rociaron las entrañas, al igual que los otros, el padre y la madre del clan lucían sus atuendos de etiqueta, y les quedaban tan bien. Melchor, el único hijo varón, se llevó la peor parte: por culpa de la lepra que le contagiaron durante un safari por el trópico africano se recluyó en su casa hasta que se suicidó al enterarse de la tragedia. Hicieron todo lo posible por reconstruirlo pero incluso muerto la enfermedad seguía minándole la piel, aunque se movía con mayor soltura que el resto, ¡si lo hubieran visto al celador bailando el vals con el dócil caballero! Ni hablar del garbo con el que la mayor de las hermanas bajó por las escaleras del brazo de Breton, desplegando por todo el salón su galante porte y rendido a los pies de la dama cuya delgada cintura lo tenía como loco. Dichas escaleras estaban del lado opuesto al hueco por donde habían entrado, al tope de las cuales un pórtico yacía cerrado, Tintoretto se arregló las gafas para poder echarle un vistazo sin que nadie lo viera. Dentro había una cama impregnada con la sangre que manaba de los trozos extirpados de una niña, el filo de la sierra todavía derramaba gotas, tuvo que taparse la nariz por el mal olor. Pero eso no es todo: sobre una mesa carcomida por la humedad habían varias hileras de frascos con muestras de orina, materia fecal, leche materna, dentaduras y otros fluidos, cada uno etiquetado con el nombre de las portadoras y la edad que tenían al morir. Todas eran menores. En cada uno de los cajones apilados guardaba sus prendas de vestir, en el de abajo estaban los zapatos, seguido por las medias, en tanto que el de arriba contenía tocados y toda clase de pestañas postizas y extensiones capilares, el del medio desbordaba por la cantidad de ropa interior embutida. La parte inferior del tronco se hallaba un poco más alejado de la cama: una costura de gruesos hilos unía los labios vaginales. La niña lo observaba desde el interior de una pecera donde flotaba junto a cientos de otros ojos. Colgaban del techo inquietas manos con uñas esmaltadas y muchas orejas que habían sido clavadas sobre un pintoresco retrato amenazaban con delatarlo. Tintoretto flaqueaba del asombro, resbalando con el semen que arrugaba el plastificado suelo, recubierto por bolsas de residuo. La pared junto al velador era un pegamento de fotos obscenas: registros visuales de recrudecida perversión. Cerró el pórtico con cuidado. “Rajemos!” dijo Pascual cuando le comunicaron sobre el terrible hallazgo. En medio de la jarana, Renzo y los suyos lo dejaron delirando en paz y se fueron no sin antes derribar unas cuantas lápidas, entre las cuales se contaba la del ex intendente. -Eran caras… que solo expresaban terror. -Tintoretto, ¿Dijiste algo? -Cuando descendimos por el túnel ¿te acuerdas? te burlabas por la graciosa forma en que estaban dispuestas esas rocas que pisamos, parecen caras, dijiste… -Por supuesto que me acuerdo, fue hace cosa de unos minutos ¿es que acaso hay algo que olvidaste decirnos? -Esa chica … la piel de su cara… ¡Maldito sea! ¿Porqué no fuimos capaces de matarlo? 3 El viaje proseguiría con su curso habitual, nada los podía detener, la noche aún no caía y todavía no llegaban a la central hidroeléctrica. Algunas calles adelante se hallaban las instalaciones de un club deportivo que era utilizado como fomento de los gremios obreros, cuyos galopines miembros planeaban aquel día realizar una protesta en pos de un aumento salarial. El Sr Roncho, presidente de la asociación, se subió al entablado a pronunciar su discurso, “Nuestro deber como huelguistas es convencer a los trabajadores unírsenos!”, lo aplaudieron, “¡los aristogatos son un mal innecesario que debe ser arrancado de raíz cuanto antes, lo único que han logrado al persistir con su excedida demanda es que continuemos viviendo en condiciones de desigualdad indefinida…!”, la multitud lo ovacionó, “…Porque siempre están bien arriba, donde no podemos llegar por habernos dejado bien abajo, pero hoy vamos a terminar definitivamente con esta esclavitud!”, una mujer subió a besarlo, el galopín le pago con un billete de valor ficticio y los guardias se encargaron de defenestrarla a la manada. La cuadrilla en tanto avistaba finalmente su objetivo. Solo restaba poner en marcha el plan: cavarían un túnel por debajo del cerco alambrado y uno de ellos se arrastraría a su través con los binoculares. Al ver que solo habían cuatro vigilantes comiendo hamburguesas, Renzo y Pascual se introdujeron por el mismo túnel y una vez que estuvieron del otro lado les alcanzaron la mochila con los explosivos, ante lo cual procedieron con suma cautela. Mientras que Tintoretto se quedaría a cuidar del boquete, Merlín merodearía por los alrededores para evadir la presencia de ciertos elementos que supusieran un peligro para el éxito de la operación. Cuando la mole de acero que se elevaba como una torre para propagar energía a distintos puntos de la ciudad les abrumó la vista, por poco y les frustra sin haber comenzado pues se suscitaron algunas dudas ¿podrían unos cuantos cocteles molotov destruirla por completo? Por estrafalario que sonara, la respuesta era sí, siempre y cuando dieran en el blanco, de ello dependía la supremacía de la chapucería sobre el iron imbricado. Los pantagruélicos vigías abandonaron sus posiciones y la pareja se les aproximó a ras del suelo, al descuidado eructo del gordinflón apoltronado sobre el baúl de la patrulla en vistas al horizonte le sucedería la explosión más espeluznante de sus vidas. Los atacantes alieron disparando y cayeron justo a tiempo en el túnel al final del cual los aguardaba Bretón. La central que hasta entonces llevaba energía a todos los hogares ardía envuelta en llamas, reventando algunas de sus partes de tanto en tanto como los cavernosos pulmones de un fumador compulsivo. Rocas que hacían siglos y siglos se encontraban en estado criogénico fueron desterradas en el acto, implosionaba una y otra vez hasta ya no ser más lo que era, hasta ya no servir para nada, una futura pieza de museo. La furgoneta era pura diversión, no sabían realmente si la causa de su buen humor correspondía al desastre, pero en cierta forma abrazaban la idea de ser los culpables. En el mismo instante en que los vecinos se enteraron del vandálico ataque, se vino la noche y en cuestión de segundos la ciudad entera quedó sumida en tinieblas. Lentamente, con el entrecejo fruncido y sus narices respingonas, fueron invadiendo las calles los que se quejaban por haberles privado súbitamente del sistema que acondicionaba sus inútiles vidas. Roncho seguía reclutando voluntarios y los delegados asignados se encargaban de surtir a las fuerzas con el armamento apropiado: palos, martillos y barretas. Renzo, avezado a preludios benignos, sabía que faltaba superar la parte más difícil, en la que simplemente tendrían que romper todo, sin buscar un pretexto que lo justificara; era tan solo un argumento a la descarga de los seres que se vieron saturados de materialismo y que no tuvieron una salida más viable que la del vómito. “¡A la carga mis valientes!” clamó exaltado el cabecilla de los manifestantes, cuya marcha no se limitaba a la protesta, ahora en sus mismas palabras se teñía de sangre “¡Vayamos en busca de sus cabezas!” arreaba a las hormigas de casco amarillo, esperando a que la masa diera el primer paso para poder acompañarlos desde el fondo, custodiado por fieros bravucones. La clase aristogata observaba alarmada desde sus palaciegas mansiones la que se les venía encima, creyendo estar a las puertas de un desastre masivo, reforzaron la seguridad y se enclaustraron en la planta baja, para ponerse a la altura de los hechos. Frenaron en un oscuro estacionamiento donde Renzo y los otros iniciarían una revolución sinsentido al grito de “¡rompan todo!”, consigna que no bien fuera captada por los paganos que erraban en contra de su voluntad sería inmediatamente llevada a cabo. Todos ellos estaban heridos por dentro y no hubo mejor ocasión para descargarse que cuando las luces se apagaron todas. En medio del caos los cinco comenzaron derribando cada cosa que encontraban a su paso, sin que nada los disuadiera, otras pandillas se fragmentaron formando opiniones disidentes que se convirtieron en actos deliberadamente violentos, desde entonces, a cara larga y mano dura, fueron ganando las calles mientras un puñado de furiosos aficionados seguía de cerca sus movimientos. En un bunker de paradero desconocido se reunieron a debatir una elite de aristogatos, “¡Hay que tomar cartas en el asunto, esta salvaje muestra de abuso del poder ha colmado mi paciencia!” dijo Mr Berlanga, elegido por sufragio cantado, quien en forma paralela se presentaba como candidato para las próximas elecciones y buscaba exprimirle todo el jugo al incidente para que la balanza se inclinara a su favor, “las fuerzas policiales darán cuentas de su inercia una vez finalizado el conflicto o de lo contrario me veré obligado a demandarlos ante la corte, relevándolos a todos de su cargo”, algunos no estuvieron de acuerdo, pero no lo dijeron “ahora mismo saldremos a dar la cara para probar nuestra valentía…buscaremos refugio lejos del azote de estos cavernícolas…” La asamblea resolvió trasladarse al otro lado de los confines municipales. A medida que el tenebroso ambiente expandía su eco a cada uno de los rincones de la población, los estragos se irían acumulando como mazo de naipes. La prestigiosa biblioteca cultural, la que mayor cantidad de afiliados tenía, sería un foco de los distintos ataques a la autoridad: un quijotesco regimiento de intelectos descontrolados, luego de que Renzo corriera la voz por ese pasaje, ingresaron armados hasta los dientes con la intención de tomar el complejo. Los encargados, una puntillosa lady y un hombre que gritaba sin parar “¡esto es una masacre, esto es una masacre…!” fueron reducidos por los estudiantes, a quienes tuvieron el coraje de amenazar “¡mejor que ni se les ocurra poner un solo dedo sobre estas reliquias de la literatura universal!” eso lo dijo el de anteojitos. La libre manipulación enciclopédica de que ahora gozaban hizo de sus cerebros una efectiva aspiradora de ideas malvadas y los forzaron a que se mantuvieran despiertos leyendo una voluminosa pila de libros hasta el amanecer. En el área rural, donde se encontraba el zoológico, un pelotón de bestias soltó a los animales cautivos, sus jaulas fueron adueñadas por familias porquerizas que se instalaron con los chiches propios del nomadismo. Al caos vehicular había que sumarle ahora la inusitada irrupción de osos, tigres, monos, gorilas, don gatos, perros hienas, etc. Caminaban por las veredas como si nada, provocando de algún modo a que los demás hicieran lo mismo que ellos. Muchos de los padres que no pudieron pagar la entrada a sus hijos aprovecharon para montarlos al lomo del animal que encontraran más obediente. Berlanga y los suyos arribaron en lujosos automóviles a un colegio privado al que sus hijos concurrían, la elección no les garantizaría la salvación por mucho tiempo que digamos. Bajo la influencia de escandalosos pioneros, los mismos estudiantes se apropiaron del establecimiento a fuego de candeleros y linternas con las que jugaban a las escondidas, a la sombras chinescas y otras derivaciones de tono adulto. Subido a una mesa, un up-town boy con el cartel de arrogante colgado al cuello les propuso “…un operativo desertor a largo plazo en el que conste la participación de todos los estudiantes…”, como consecuencia fue escupido, abuchoneado, besado, y empujado al vacío. En fin, la mayoría lo apoyo como a esa edad se apoya todo lo que vaya en contra de un principio establecido y parezca a simple vista no más que una utopía, los muy sinvergüenzas entonces se lo creyeron procediendo en nombre del “libertador anónimo” a realizar lo que dicta la materia que menos les costo asimilar en sus años escolares: romper todo. Los aristogatos, temiendo que les destrozaran los carros, volvieron a ocuparlos y arrancaron sin perder tiempo. Las pandillas continuaban avanzando mientras eran capturados por flashes amarillistas o bien eran perdidos de vista. En una intersección volatilizada por causa del pánico se produjo un curioso encontronazo: justo después de que llegaron para unirse a los atentados contra la sede de una facción opositora, los mazacotes, liderados por Roncho, tuvieron que esperar a que una muchedumbre que empuñando antorchas se encaminaba con rumbo al museo les cruzara por delante. “¡Hoy es el día, hoy es el día!” bramaba la manada a raudo paso, vestían túnicas grises y sus caras estaban pintadas “¡son sectarios!” dijo una abuelita “¡sus majestades satánicas!” vocearon unos vagos que buscaban como desesperados una esquina donde poder destapar la espumosa cerveza, “ven-ven-gan, vengan-za, no, vengan a mi casa, no…” les chistaba un indeciso tartamudo. Cuando la estampida no dejó más que polvo tras sí, los veloces cars del estrato destacado pasaron entre la neblina y los mazacote comenzaron a perseguirlos una vez que los identificaron, pero como era de esperarse no lograron alcanzarlos. La retahíla de sectarios que profesaban una desconocida religión sobre la venida del anticristo, allanaron el recinto arqueológico acabando con todo documento histórico que convalidara el pasado de la ciudad, aunque el objetivo en realidad era otro “¡allí están señor, son los fósiles!” informaba genuflexo un súbdito a un sujeto que iba con una caperuza y sostenía un tridente con sonajeros. Estos individuos salieron a pronunciarse porque según una vieja profecía de su culto la epifanía con la que seria traído al mundo de los mortales el anticristo tendría lugar ese mismo día, pueden imaginarse lo alegres que se pusieron cuando sobrevino el místico apagón. El del tridente se puso al frente y extendiendo las manos les ordenó “Ahora es cuando, sigamos la palabra del señor, tome cada uno el hueso con el que lo venerarán y seamos iluminados para que la búsqueda haya resultado gratificante cuando su gloriosa presencia se revele ante nosotros, sus fieles servidores”; la verdad es que los restos fósiles de los que hablaba valían una fortuna, fueron enviados desde el continente asiático tan solo un trienio atrás y componían diferentes especies prehistóricas extinguidas en la edad de piedra, como la jirafacebra, o el célebre mono tití ala, cruza entre mono, paloma y un animal que al enojarse producía un sonido como de tití-tití, además del tigreón, el elefantepótamo, la ratardilla y el oso contento. Los fanáticos, tal como anunciaba la profecía, tomaron cada uno su resto óseo y salieron para unirse a los destrozos dejando el museo hecho un salón de actos. La policía no aparecía ni por casualidad, sucede que los pocos agentes activos esa noche operaban en las sombras como civiles o como infiltrados en los distintos bandos, por otra parte, una buena porción de ellos se atrincheró en el cuartel. Junto a los cientos que le seguían la cuadrilla invadió los aposentos de la intendencia y poco fue lo que quedó en pie, el lugar había sido evacuado horas antes de modo que estaban en derecho de hacer lo que se les antojara puertas adentro. Renzo encontró la oficina donde el intendente firmaba expedientes y aprobaba leyes, los delirios de grandeza volvieron a dominar sus pensamientos pero cuando se sentó donde el mismo hombre cada día fue tal la angustia que sintió que no lo pudo soportar. La esbelta fachada del atomizado edificio fue duramente atomizado por obra de los vándalos, cuando se oyeron los primeros disparos: he aquí el primer conflicto armado de la noche. Los aristogatos recayeron en caravana al cementerio y descendieron a visitar al celador que dormía apoyado al cadáver del padre de familia en el cual Berlanga reconoció a un viejo amigo y se sintió indignado, también reconoció en el embriagado una alta dosis de jolgorio solo a cuestas. Los petimetres encendieron una fogata a un costado de la ruta y se sintieron verdaderamente a salvo, podían ver desde ahí los arsénicos reflejos que se elevaban desde la lejana atmosfera urbana, intentaron hablar con sus familiares pero las vías de comunicación estaban colapsadas. No había más remedio que esperar a que amaneciera. La animalada en tanto continuaba obstaculizando el tránsito, lo que ocasionaba un accidente fatal tras otro, llevándose seres inocentes que se sumaban a la larga lista de caídos y que pagaban con sus vidas el precio del descontrol. Las gomas quemadas por doquier impregnaban el oxígeno de una volátil sustancia con gusto a crimen y transgresión, las correrías suscitaron el surgimiento de una alianza que en su tiempo libre gustaban de ensayar la militancia a la manera del oficialismo: contaban con el arsenal que un cazador profesional les había conseguido en la clandestinidad. Con los albores de un nuevo día ellos se encargarían de tallar sus nombres en los libros de historia del crimen organizado cuando ingresaron abriendo fuego en un pueblo de nativos afincado a escasos kilómetros: nadie viviría para contarlo. En un sucio callejón, Renzo temía por su vida creyendo que al inculcar en los otros su propia visión de la sociedad había llevado las cosas demasiado lejos, que en lugar de una revolución en contra de las normas impuestas lo que estaba haciendo era una apología al delito y hacer uso de la violencia era una burda manera de legitimizarlo. ¿Dónde había quedado su honor? Mas eso no importaba. Era el honor un soldado desaparecido en acción, un valor que los seres humanos perdieron en la guerra. -Renzo, ¿qué haces ahí escondido? -¿escondido? ¡descansaba un poco, pero ya estoy recuperado! -Volvamos, ya es hora… -¿Volver? ¡Esto apenas es el comienzo, sigamos rompiendo todo! En una plaza cercana el caudillo de los sectarios se subió a un monumento monolítico a describir la apariencia del mesías tal y como lo relataban en el libro abierto que sostenía “vendrá con la greña en su cabello, con el rostro chamuscado por las torturas, harapos del color de la noche, el calzado sin cordones, sin medias ni abrigo alguno, con la furia de la represalia ardiendo en sus ojos…”, viendo que se aproximaba un grupo de manifestantes por la calzada norte, uno de ellos afirmó “¡es él, lo que dijo el tipo era cierto!”. Era evidente que la apariencia de Renzo coincidía con la descripta en el libro ya que fue rodeado por algunos de ellos sin que pudiera reaccionar al acoso “¡Usted, es nuestro salvador!”, le gritó uno mientras no dejaba de sacudirlo, “¿qué hará primero, soltar a los presos?”, el muchacho no supo qué acotar pues ni seguirles la corriente podía. El viejo se bajó a saludarlo, “¡la profecía se ha cumplido!” lo señaló insolentemente “…al tenebroso Babél caerá el angel negro trayendo el castigo para los justos y el perdón eterno para los pecadores…”. Sin esperar a que concluyera su discurso se deshizo como pudo de la horda y se perdió en el grueso del vulgo que saqueaba los alimentos de un supermercado. Esperaba en la fila a que llegara su turno, tenía hambre. Y nuevamente los disparos. Los oficiales de la policía que hasta ese momento permanecieron ocultos se sacaron el disfraz y comenzaron a actuar, los refuerzos llegaron a bordo de helicópteros que sobrevolaban como cuervos el espacio aéreo, los francotiradores se bajaron para apostarse en diversos puntos estratégicos listos para atacar. El pueblo se hacía con toda clase de objetos para arrojarle al enemigo, incluso los estudiantes se las ingeniaron para tomar parte en el conflicto, los gases lacrimógenos sin embargo los paralizaba con su ceguera. Esa funesta noche muchos niños perecieron arrollados en el altercado, asfixiados por descuido o alcanzados por un proyectil, por lo que en adelante se la recordaría como la noche del infante patriota, a pesar de que no podría alojar el espíritu de un infante ni una sola pisca de sentimientos patrios. Renzo fue acorralado contra una pared por un polizonte que le comenzó a dar con la cachiporra, un sectario que todavía estaba afectado por la creencia, se interpuso entre ambos y lo protegió como un escudo “¡No arriesgues tu vida en vano!”, le dijo con ánimos de hacerlo retroceder “…si pierdo la vida no será en vano, Salvador!” le respondió justificando el sacrificio y desfalleció victima de los golpes, en tanto que Renzo huyó pensando “a ese sí que no lo salva nadie”. El enfrentamiento culminó a las diez, no podría decirse que hubo un ganador, en todo caso, la muerte, cuyo rastro yacía diseminado por todo el campo de batalla, que era un basural, estaba en pleno derecho de adjudicarse la victoria. De lo que nadie estaba enterado era que Roncho y los mazacote habían atrapado a los aristogatos de Berlanga, que los habían mortificado y que, de hecho, los paseaban agonizando en una carroza con rumbo a un patíbulo improvisado en la plaza de los zorzales, que divide la escuela uno de la dos y la iglesia cristiana de la católica. Miles de ciudadanos fueron convocados a presenciar el histórico acontecimiento, en ese marco el líder del movimiento presentó su candidatura y como prueba del cumplimiento de su deber, colgó los trofeos de la cacería en el tatararboelo, un enorme árbol declarado patrimonio cultural de la humanidad, dichos trofeos eran humanos ahorcados. “¡He aquí la recompensa que les prometí, el poder de mi imperio!” arengaba a las masas con su perorata mientras exhibía los cadáveres, los galopines obreros, aun con el casco amarillo calado, celebraron con sus últimas reservas de energía, acordarse de pasar por la farmacia había servido de algo, después de todo. El actual intendente, que oportunamente había viajado al exterior por razones diplomáticas, apareció en las noticias confesando sentirse apenado por la situación que atravesaban los pobladores y se comprometió a regresar cuanto antes para cooperar en las labores de reanudación. Renzo se encontraba ya muy alejado de los núcleos masivos, en busca de tranquilidad. Se echaba la culpa por haber causado semejante fenómeno social, pero por otro lado esa atribución se partía en varias partes ya que no fue su sola irrupción la que desató la revuelta. La cosa terminó peor de lo que imaginaba, lo único que todavía no terminaba era la noche. A pesar del cese general de actividades, las prostitutas fueron la excepción, en un intento por brindar consuelo a los hombres se reunieron en el burdel los narcisos y por voto unánime se determinó que ofrecerían sus cuerpos de forma gratuita para reconfortarlos y aliviar su dolor. Así estaban las cosas, de un lado los vecinos lloraban el deceso de un ser querido, al frente las rameras hacían lo que mejor sabían para que de una buena vez los afligidos eyacularan un poco de alegría y pudieran reconciliar el sueño. Las madres jovencitas amamantaban a sus bebes en plena calle mientras buscaban desesperadas a sus parejas, Bretón, que pasaba por ahí, creyó ver por un segundo a su difunta esposa en esa mujer desahuciada. Los cuerpos sin vida fueron bajados del tatararboelo y Merlín ayudó a llevarlos hasta la funeraria, pues no le daba ningún asco hacerlo. Pascual, por su parte, naufragaba a la deriva en alguna parte, le encantaba perderse por la comarca, en cuanto a Renzo, daría un breve paseo por la vieja estación y, en efecto, nada hubo ahí que evidenciara vida, sintió un gran pesar al recordar el período que pasó sufriendo dentro de ese negro profundo que ahora emergía del interior. Cuando creyó verse en plena madrugada sin nada por lo que valiera la pena luchar, Tintoretto se le apareció al doblar una esquina, bastó una simple mirada para que entendieran que era hora de volver a casa. -Esta vez realmente lo voy a lamentar, no habrá excusa que valga. Su amigo le dio un codazo para animarle. -¡Vamos, que lo único que nos queda por hacer es seguir soñando! -En eso estoy…me pregunto cuánto tiempo hará de eso. Dieron las seis y el sol salió para iluminar este reino del terror, Renzo y los otros dormían apretujados y transpirados, por varias semanas no les volvería a interesar lo que sucediera fuera de su entorno, aprendieron esa vez que el mundo que fuera de ese recinto los esperaba para comérselos vivos hablaba en serio y que no tenían porqué exponerse ni darle importancia a cosas que no la tienen. ---------------------------------------------------------- michi wa naze tsuzuku no ka?
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